FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR A - El Hijo amado del Padre es el Hijo-siervo: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración Dominical
Recursos adicionales para la preparación
Exégesis: W. Trilling - Bautismo de Jesús(Mt/03/13-17)
Santos Padres: San Agustín - El bautismo de Jesús por Juan. El árbol y su fruto (Mt 7,17).
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - Tiene lugar una segunda epifanía
Aplicación: P. Jesé A. Marcone, I.V.E. - El Bautismo del Señor
Aplicación: San Juan Pablo II - Grande es este misterio de salvación
Aplicación: Benedicto XVI - El Bautismo del Señor y el nuestro
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Bautismo del Señor
Directorio
Homilético: El Bautismo de Jesús
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Exégesis: W. Trilling - Bautismo de Jesús(Mt/03/13-17)
13 Entonces Jesús llega de Galilea al Jordán, y se presenta a Juan para que
lo bautice. 14 Pero Juan quería impedírselo, diciendo: Soy yo quien debería
ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? 15 Pero Jesús le contestó:
Permítelo por ahora; porque es conveniente que así cumplamos toda justicia.
Entonces Juan se lo permitió.
Jesús viene como uno de tantos, y con la intención expresamente mencionada
de ser bautizado. Esto no se había dicho tan claramente de los fariseos y
saduceos (3,7), es bastante singular, e inmediatamente suscita la pregunta:
¿Cómo puede humillarse entre los más débiles el que fue designado como «el
que es más fuerte» y a quien se han atribuido tales facultades? ¿Cómo es
posible que el juez de los demás aquí juzgue, al parecer, su propia vida? El
que debía bautizar con el Espíritu Santo ¿se deja ahora lavar con agua?
Tales preguntas probablemente se han formulado muy pronto en el tiempo
misional de la primitiva Iglesia, cuando se informaba del bautismo de Jesús.
Los demás evangelistas pasan por alto la dificultad y no le dan ninguna
respuesta. En san Mateo, el Bautista y Jesús dan ya la respuesta en su
encuentro. Juan debió de reconocer en seguida a Jesús.
La escena no se describe con pormenores, como en el Evangelio de san Juan
(Jua_1:29-37). El Bautista tampoco lo da a conocer al pueblo. Procura
disuadirle de su propósito con la pregunta desconcertada: Soy yo quien
debería ser bautizado por ti, ¿y tu vienes a mí? Juan aún no ha sido
bautizado con el bautismo del espíritu, que acaba de anunciar, y pide a
Jesús este bautismo, que una vez más se describe como superior, como la
revelación de su propio bautismo, y de este modo el tiempo antiguo es
separado del nuevo. La línea divisoria queda trazada, por así decir, a
través de la figura de Juan. Es verdad que entre los nacidos de mujer no ha
surgido nadie mayor que él, pero también se dice que «el más pequeño en el
reino de los cielos es mayor que él» (Mat_11:11). Su pregunta no es ante
todo una señal de humildad personal o del deseo de la propia salvación, sino
que es la consecuencia de su predicación: ahora viene el tiempo del «más
fuerte»; el que bautiza con Espíritu y fuego no tiene nada que ver con mi
bautismo de penitencia. Jesús le contesta: Permitemelo por ahora. No te
opongas y deja que ocurra lo que es necesario. Porque es conveniente que así
cumplamos toda justicia. Es curioso que Jesús se solidarice con el Bautista
y use la primera persona del plural «cumplamos».
Los que tienen un rango tan desigual (Juan no se siente capaz de prestar el
más insignificante servicio de esclavo) están unidos en un respecto: ahora
nos está encomendado a nosotros dos algo a lo que no podemos sustraernos. Se
trata de «toda justicia». ¿Qué significa esto? ¿No es la justicia una
conducta personal dentro del ámbito de la perfección, como fue atribuida a
José? Aquí también se hace referencia a esta conducta: en todo tenemos que
hacer dócilmente lo que Dios ahora quiere. Los dos estamos subordinados a
una orden superior. Es el «camino de la justicia», el camino que conduce a
la verdadera vida, por el cual vino Juan (Mat_21:32). El Mesías toma el
mismo camino, el cual le conducirá por la obediencia a la muerte. El Mesías
ya desde el principio indica a todos los imitadores lo que es la «justicia»
que debe aventajar mucho la de los escribas y fariseos (Mt 5,20): mortificar
la propia voluntad, identificarse profunda e interiormente con la voluntad
de Dios...
16 Apenas bautizado Jesús, salió en seguida del agua, y en esto se abrieron
los cielos y vio al Espíritu de Dios descender, como una paloma, y venir
sobre él, 17 mientras de los cielos salió una voz que decía: éste es mi Hijo
amado, en quien me he complacido.
Esta escena casi parece una respuesta a la dicción «toda justicia». Jesús
sale del agua, el cielo se hiende y Jesús ve al Espíritu de Dios descender,
como una paloma, y venir sobre él. San Mateo describe el acontecimiento como
una experiencia personal del Señor; el gran público parece que no nota nada
(Así también Mar_1:10; de otra manera hablan Lc 3,21s, y Jua 1:32-34, que no
menciona el bautismo). Es algo que ocurre entre el Padre y él, es un
misterio dentro de la esfera divina. De nuevo se habla del «Espíritu de
Dios», el cual ya actuó en la concepción milagrosa en el seno de la virgen
(1,18.20). Es obra del Espíritu el principio de la vida, y también lo es el
comienzo de la actividad. Cuando el Espíritu desciende «sobre él», toma
posesión de él.
Así también hablaban los hombres de Dios en el Antiguo Testamento, y sobre
todo Isaías anuncia acerca del Mesías: «Está sobre mí el espíritu del Señor;
porque el Señor me ha ungido, y me ha enviado a llevar la buena nueva a los
pobres» (Isa_61:1). Toda misión procede de Dios nuestro Señor, pero la
realización es llevada a cabo e impulsada por su Espíritu Santo. Así también
sucede en el Mesías... A la señal silenciosa del Espíritu que desciende,
sobreviene la palabra del Padre, que resuena desde el cielo: éste es mi Hijo
amado, en quien me he complacido. He aquí una revelación que quita el
aliento. Dios muestra su predilección por este hombre, que está a la orilla
del Jordán como un hombre del pueblo, discreto e inadvertido. A este hombre
Dios le llama su «Hijo amado». El adjetivo tiene el significado de «el
único», pero aquí también resuena la viveza y la proximidad del amor, que
experimentamos en primer lugar.
En la antigua alianza también se habla de los «hijos de Dios». Especialmente
los reyes de Israel son designados así. Están particularmente cerca de Dios,
ya que representan su dominio y su gloria en la tierra. Pero antes Dios a
nadie había llamado nunca «mi hijo amado». Se denota un misterio nuevo e
incomparable, conocido por Jesús, ignorado entonces por los circunstantes,
proclamado más tarde jubilosamente por la fe de la Iglesia. El Padre no
designa a Jesús como su Hijo, para presentarlo al mundo o para revelarse a
él personalmente, sino para mostrar su predilección por él. «En quien me he
complacido» quiere decir: me complace en todo lo que dice y hace, en su vida
y en sus sufrimientos. La actividad, que pronto ha de empezar, lleva
expresamente y desde un principio el sello del divino reconocimiento. Ya de
antemano está resuelto lo que Dios hará con la resurrección del crucificado.
Principio y fin se corresponden mutuamente como dos pilares, en los que
descansa el presente...
(Trilling, W., El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Santos Padres: San Agustín - El bautismo de Jesús por Juan. El árbol
y su fruto (Mt 7,17).
3. Así, pues, Juan fue enviado delante para bautizar al Señor humilde. El
Señor quiso ser bautizado por humildad, no porque tuviese alguna iniquidad.
¿Por qué fue bautizado Cristo el Señor? ¿Por qué fue bautizado Cristo el
Señor, el Hijo unigénito de Dios? Investiga por qué nació, y entonces
hallarás por qué fue bautizado. Allí encontrarás la vía de la humildad, que
no puedes emprender con pie soberbio; vía que, si no pisas con pie humilde,
no podrás llegar a la excelsitud a la que conduce. Quien descendió por ti
fue bautizado por ti. Advierte cuan pequeño se hizo a pesar de ser tan
grande: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó una rapiña el ser
igual a Dios. La igualdad del Hijo con el Padre no era rapiña, sino
naturaleza.
En Juan sí hubiese sido una rapiña el querer ser considerado como el Cristo.
Por tanto, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios. Sin que fuera resultado
de una rapiña, era coeterno con el eterno, de quien había nacido. Sin
embargo, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, es decir,
tomando la forma de hombre. Quien, existiendo en la forma de Dios, se
anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Asumió lo que no era sin
perder lo que era. Permaneciendo Dios, asumió al hombre. Tomó la forma de
siervo, y se hizo Dios hombre aquel por quien en su ser divino fue hecho el
hombre. Considerad, pues, qué majestad, qué poder, qué grandeza, qué
igualdad con el Padre; llegó hasta revestirse por nosotros de la forma
servil; advierte también la vía de la humildad enseñada por tan gran
maestro. Más digno de mención es que haya querido hacerse hombre que su
voluntad de ser bautizado por un hombre.
4. Así, pues, repito, Juan bautiza a Cristo, el siervo al Señor, la voz a la
Palabra. Recordad: Yo soy la voz del que clama en el desierto; recordad
también: ha Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Juan, vuelvo a
repetir, bautiza a Cristo, el siervo al Señor, la voz a la Palabra, la
criatura al Creador, la lámpara al Sol, pero al Sol que creó a este sol; el
Sol de quien se dijo: Ha salido para mí el sol de justicia, y mi salud está
en sus alas. De él han de decir los impíos, con tardío arrepentimiento, en
el día del juicio de Dios: ¿De qué nos sirvió la soberbia? ¿O qué nos aportó
el jactarnos de nuestras riquezas? Todas aquéllas cosas pasaron como una
sombra, y, con las sombras, los que se fueron tras las sombras. Por tanto,
dirán: Nos extraviamos del camino de la verdad y no brilló para nosotros el
sol de justicia; no salió para nosotros el sol.
Cristo no ha nacido para aquellos que no lo reconocen. Él, sol de justicia,
sin nube alguna, no sale para los malos ni para los impíos o infieles. A
este sol corporal, en efecto, lo hace salir cada día sobre los buenos y
sobre los malos. Así, pues, como dije, la criatura bautiza al Creador, la
lámpara al Sol, y no por eso se enorgulleció quien bautizaba, sino que se
sometió al que iba a ser bautizado. A Cristo, que se le acercaba, le dijo:
¿Vienes tú a ser bautizado por mí? Soy yo quien debe ser bautizado por ti.
¡Gran confesión! ¡Segura profesión de la lámpara al amparo de la humildad!
Si ella se hubiese envalentonado contra el sol, rápidamente la hubiera
apagado el viento de la soberbia. Esto es lo que el Señor previo y lo que
nos enseñó con su bautismo. El, tan grande, quiso ser bautizado por uno tan
pequeño; para decirlo en breves palabras, el salvador por el necesitado de
salvación. A pesar de su grandeza, quizá Juan se acordó de alguna dolencia
suya. ¿De dónde procede, si no, aquel Soy yo quien debe ser bautizado por
ti? Ciertamente, el bautismo del Señor aporta la salud, porque la salud es
del Señor, pues vana es la salud de los hombres. ¿A qué vienen, pues, las
palabras: Soy yo quien ha de ser bautizado por ti, si no tenía nada que
necesitase curación? ¡Admirable medicina la humildad de nuestro Señor! Uno
bautizaba y el otro sanaba. Cristo, pues, es él salvador de todos,
especialmente de los creyentes; es una afirmación apostólica y verídica que
Cristo es el salvador de todos los hombres.
Que nadie diga: «Yo no tengo necesidad de ser salvado. Quien esto dice no se
humilla ante el médico, sino que perece en su enfermedad. Si es el salvador
de todos los hombres, lo es también de Juan, pues un hombre era Juan. Cristo
es el salvador de todos los hombres: Juan, por tanto, lo reconoce como su
salvador. En efecto, no se puede pensar que Cristo no fuese el salvador de
Juan. No es eso lo que él dice haciendo esta humilde confesión: Soy yo quien
debe ser bautizado por ti. Y el Señor responde: Deja por un momento que se
cumpla toda justicia. ¿Qué es toda justicia? En la humildad encareció la
justicia. Es, sobre todo, en la humildad donde nuestro maestro celestial y
verdadero Señor nos intimó la justicia. El hecho de ser bautizado caía
dentro de su enseñanza de la humildad, y como lo que iba a hacer era con
vistas a enseñar esa virtud, dijo: Cúmplase toda justicia. […]
8. Te será mejor escuchar a Juan, ¡oh hereje!; te será mejor retornar y
escuchar al Precursor; mejor es para ti, ¡oh soberbio!, escuchar al humilde;
mejor para ti, ¡oh lámpara apagada!, escuchar a la lámpara encendida.
Escucha a Juan. A los que se acercaban a él les decía: Yo os bautizo con
agua. También tú, si te conoces, eres ministro del agua. Yo, dijo, os
bautizo con agua; pero el que ha de venir es mayor que yo. ¿En qué medida?
No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¡Cuánto no se habría
humillado aunque se hubiese declarado digno de tal cosa! Pero ni siquiera se
consideró digno de desatar la correa de su calzado. Él es quien bautiza en
el Espíritu Santo. ¿Por qué suplantas la persona de Cristo? Él es quien
bautiza en el Espíritu Santo.
Él es, pues, quien justifica. « ¿Qué dices tú?» «Soy yo quien bautiza en el
Espíritu Santo; yo quien justifica.» Es cierto que no dices: «Yo soy el
Cristo.» ¿Es cierto que no eres de aquellos de quienes se dijo: Vendrán
muchos en mi nombre, diciendo: «Yo soy el Cristo»? Estás cogido. ¡Ojalá seas
hallado ahora, una vez capturado, tú que antes de serlo te habías perdido!
Hermosa cosa es ser capturado en las redes de la verdad para alimento del
gran rey. Cesa ya, pues, de decir: «Yo soy quien justifica, yo quien
santifica, para que nadie pueda demostrarte que dices también: «Yo soy el
Cristo.» Di, más bien, lo que el amigo del esposo, sin pretender jactarte de
hacerte pasar por el esposo: Ni el que planta ni el que riega es algo, sino
Dios, que da el incremento. Escucha también al amigo del esposo de quien
estamos hablando. Ciertamente, él tenía discípulos, igual que Cristo, pero
no era discípulo de Cristo; escúchale confesarse discípulo de Cristo. Mírale
entre los discípulos de Cristo, y tanto más adicto cuanto más humilde, y
tanto más humilde cuanta mayor era su grandeza. Mírale cumpliendo lo que
está escrito. Por grande que seas, humíllate en todo, y encontrarás gracia a
los ojos de Dios. Ya había dicho: No soy digno de desatar la correa de su
calzado, pero aquí no se mostró discípulo suyo. Quien viene del cielo, está
escrito, es superior a todos.
Todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Así, pues, también se hallaba
entre los discípulos de Cristo quien, como él, buscaba discípulos. Escucha
una confesión más clara de que él es discípulo: El esposo es el que tiene la
esposa; el amigo del esposo, en cambio, se mantiene en pie a su lado y le
escucha. Y está en pie precisamente porque lo escucha. Está en pie y
escucha, puesto que, si no escucha, se cae. Con razón dijo aquel otro: Darás
gozo y alegría a mi oído. ¿Qué quiere decir: a mí oído? Escucharle a él, no
querer ser escuchado en lugar de él. Y para que sepamos que nos recomienda
la humildad en la persona de aquel que le escucha, después de haber dicho:
Darás gozo y alegría a mi oído, añadió luego: y exultarán los huesos
humillados. Está en pie y le escucha. Exultarán los huesos humillados,
porque serán quebrantados si se envanecen.
Por tanto, que ningún siervo se atribuya a sí mismo el poder de Dios. Gócese
de pertenecer a su familia, y, si está al frente de ella, dé a sus
consiervos el alimento a su debido tiempo, alimento del que vive él también,
no a sí mismo para que vivan ellos. Pues ¿qué quiere decir «dar el alimento
a su debido tiempo» sino ofrecerle a Cristo, alabarlo, encarecerlo y
anunciarlo? Esto significa «ofrecer el alimento a su debido tiempo». En
efecto, para que Cristo fuese alimento de sus jumentos, nada más nacer fue
puesto en un pesebre.
SAN AGUSTÍN, Sermones (5º) (t. XXV), Sobre los mártires, Sermón 292, 3-4.8,
BAC Madrid 1984, 172-175.182-184
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - Tiene lugar una segunda epifanía
1. Todo lo que Dios quiere.
En el evangelio, Juan, el precursor, no se atreve a bautizar al que viene
detrás de él y ha sido anunciado por él; pero Jesús insiste porque debe
cumplirse todo lo que Dios quiere (la justicia). La justicia es la que Dios
ha ofrecido al pueblo en su alianza y que se cumple cuando el pueblo elegido
le corresponde perfectamente. Esto es lo que sucede precisamente aquí, donde
Jesús será la alianza consumada entre Dios y la humanidad, pero no sin la
cooperación de Israel, que ha caminado en la fe hacia su Mesías y que debe
incluir esta su fe en el acto divino de la gracia. Teniendo en cuenta la
humildad del Bautista, parecía más conveniente dejar a Dios solo la gracia
del cumplimiento, pero ahora es más adecuado que resplandezca su obediencia.
Muchos años después de la primera epifanía con la adoración de los Magos,
tiene lugar ahora la segunda epifanía con la apertura del mismo cielo: el
Dios unitrino confirma el cumplimiento de la alianza; la voz del Padre
muestra a Jesús como su hijo predilecto y el Espíritu Santo desciende sobre
él para ungirlo como Mesías desde el cielo.
2. La luz sobre Israel.
Isaías, en el texto elegido como primera lectura, habla del elegido de Dios,
que no es Israel como pueblo, sino una figura determinada. Esto queda
definitivamente claro cuando Dios dice: «Te he hecho alianza de un pueblo,
luz de las naciones». La alianza con Israel está ya pactada desde hace mucho
tiempo, pero Israel la rompió, y ahora este elegido viene a concluir la
alianza con Israel de un modo nuevo y definitivo. Jesús es la epifanía de la
alianza cumplida: es hijo de Dios y de una mujer judía, Dios y hombre a la
vez, la alianza concluida indestructiblemente. Y como tal es la luz de los
pueblos paganos a la vez que encarna en sí mismo el destino de Israel:
llevar la salvación de Dios hasta los confines de la tierra. Jesús llevará a
cabo esta potente iluminación del mundo en la humildad y el silencio de un
hombre concreto, «no gritará», no actuará con violencia porque «no apagará
el pábilo vacilante»; pero precisamente en este silencio «no vacilará» hasta
que la justicia de la alianza de Dios se implante en toda la tierra. El es
la luz que se eleva sobre la trágica historia de Israel, pero también sobre
la trágica historia del mundo en su totalidad: él «abre los ojos de los
ciegos», saca a la luz a los que están encerrados en sí mismos, a los que
habitan en las tinieblas.
3. En la segunda lectura Pedro nos dice que la unción de Jesús por el
Espíritu Santo, cuando fue bautizado por Juan, era el preludio no sólo de su
actividad en Israel, sino también de su actividad por toda la humanidad.
Pedro pronuncia estas palabras después de haber bautizado al centurión
pagano Cornelio y haber comprendido «verdaderamente que Dios acepta al que
lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». También la
actividad mesiánica de Jesús en Israel -donde «pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él»- estaba ya
concebida para todo el mundo, como lo muestran los evangelios, que informan
sobre todo esto y están escritos para todos los pueblos y para todos los
tiempos. En la acción bautismal del Bautista, Israel crece más allá de sí
mismo: por una parte se convierte en el «amigo del Esposo», en la medida en
que se alegra de haber colaborado para que Cristo encontrara a la Iglesia
universal como su esposa; pero por otra parte está dispuesto a «disminuir»
para que el Amigo "crezca", y, en esta humilde «disminución» dentro de la
Nueva Alianza, se equipara a la «disminución» de Jesús hasta la cruz,
concretamente visible en la degollación del Bautista.
HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 32 s.
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Aplicación: P. Jesé A. Marcone, I.V.E. - El Bautismo del Señor
El bautismo de Juan era un bautismo de conversión para los pecadores. Por
eso nos admiramos muchísimo cuando el mismo Verbo Encarnado se pone en la
fila de los pecadores para ser bautizado por Juan. Y también nos admiramos
de que la Iglesia festeje este hecho, estableciendo para eso una gran
solemnidad litúrgica.
¿Cómo es posible que Cristo haya querido ser bautizado por Juan con un
bautismo de conversión? Jesús es el Puro por excelencia; es Dios. Y el mismo
San Juan Bautista lo reconoce así y tiene varias expresiones que afirman la
divinidad de Jesús. Así, Juan Bautista dice: “Yo lo he visto y doy
testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34). Además, dice de Cristo:
“Él se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30). Con
esta frase está confesando su divinidad. Está confesando su divinidad porque
Juan sabía perfectamente que la existencia humana de Jesús había sido
posterior a la suya, sabía perfectamente que Jesús había sido concebido en
el seno de su madre después que él, y no antes. Pero a pesar de todo dice
que Jesús existía antes que él; dice esto porque sabe y proclama que Jesús
es Dios, sin principio ni fin. Además, también había dicho que él, Juan,
bautizaba con agua pero que Jesús iba a bautizar con el Espíritu Santo (Jn
1,33). También que él, Juan, no era digno ni de desatarle la correa de las
sandalias (Jn 1,27). Son todas expresiones clarísimas de que Juan veía entre
él y Jesús una distancia infinita: la misma distancia que va de un mero
hombre (Juan) a Dios (Jesús).
Es verdaderamente desconcertante que Jesús quiera bautizarse. Y el mismo
Juan Bautista manifiesta este desconcierto (Mt 3,14). ¿Cuáles son las
razones por las cuales Jesucristo quiere ser bautizado por Juan?
Fundamentalmente por dos razones.
En primer lugar, para hacerse solidario con el hombre pecador. Su
solidaridad no podía concretarse en la penitencia, porque estaba “lleno de
gracia y de verdad” (Jn 1,14). Su solidaridad se concreta en asumir sobre sí
la condena y el castigo que por el pecado merecía el hombre. Cristo se pone
conscientemente en la fila de los pecadores. Por eso dice San Pablo: “Ha
destruido el acta que había contra nosotros con sus acusaciones legales,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col 2,14). Y también: “Al
que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros
seamos en él justicia de Dios” (2Cor.5,21). Y también: “Cristo nos liberó de
la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, como dice la
Escritura: Maldito el que está colgado en un madero” (Gál.3,13).
Por esta razón, porque el primer sentido del Bautismo de Cristo es hacerse
solidario con el pecador, con el fin de quitar el pecado, es que el Bautismo
de Cristo está estrechamente relacionado con la pasión y con la muerte en la
cruz. El Bautismo de agua de Cristo en el río Jordán es símbolo del bautismo
de sangre de Cristo en el monte Calvario. De hecho, Jesucristo va a decir ya
adentrada su vida pública, es decir, mucho después de su Bautismo de agua:
“Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que
se cumpla!” (Lc.12,50). Y también dice dirigiéndose a los apóstoles Juan y
Santiago: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con
el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc.10,38). En estas dos frases
Jesucristo se refiere al bautismo de sangre; se refiere a la sangre
derramada durante su pasión bajo la cual quedará sumergido como en un
bautismo.
Por lo tanto, para poder entender bien el sentido del Bautismo de agua del
Señor es necesario interpretarlo según estos dos textos donde habla del
bautismo, pero del bautismo que es la cruz. ‘Bautizar’ en griego significa
‘sumergirse’. Cristo se va a sumergir en su propia sangre para poder hacer
que los hombres alcancen el perdón. Por eso, visto desde esta perspectiva,
el Bautismo del Señor tiene como primer y principal sentido anticipar el
misterio de la cruz.
Por esta razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El bautismo de
Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de
Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya
"el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya
el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a
"cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la
voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión
de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)” (nº 536).
En segundo lugar, Jesús se bautiza para dar inicio a una nueva etapa. El
Bautismo de Cristo da inicio a la nueva etapa de la salvación, revela a la
Trinidad y la Encarnación del Verbo, y da por finalizado el AT.
a) Da inicio a la nueva etapa de la salvación, porque allí comienza la vida
pública del Verbo Encarnado, etapa absolutamente nueva en el plan de
salvación. Aquí comienza su obra de apostolado que culminará en la cruz y la
resurrección.
b) Revela a la Trinidad porque hasta entonces no había habido una revelación
explícita de ese primordial misterio cristiano. Esta revelación la hace a
través de la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido en quien tengo
puesta toda mi predilección” (Lc.3,22). A través de la paloma: “Se abrió el
cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una
paloma” (Lc.3,22). Y a través de la presencia corporal de Cristo.
c) Revela la Encarnación del Verbo: al escucharse la voz del Padre que lo
llama ‘Hijo’ se está realizando la revelación de que ese hombre que se
encuentra allí, Jesucristo, es también la segunda persona de la Santísima
Trinidad.
d) Da por finalizado el AT: San Juan Bautista, con su bautismo de
conversión, era la línea del horizonte entre dos mundos, el del Antiguo y el
del Nuevo Testamento. Con su bautismo preparaba los corazones de los
israelitas para que aceptaran al Verbo Encarnado. Cuando Jesús se hace
bautizar une en sí los dos testamentos, confluyen en Él la preparación (el
bautismo de Juan) y la realidad (su humanidad unida al Verbo). Con el
Bautismo de Jesús comienza ‘oficialmente’ el Nuevo Testamento.
e) Prefigurar y preparar el bautismo cristiano. El bautismo de Juan no era
un sacramento que perdonaba los pecados por su mismo poder. El bautismo de
Juan es un símbolo del arrepentimiento de cada persona que se bautizaba.
Pero Jesucristo aprovecha este bautismo de Juan para preparar el bautismo
que Él iba a instituir como sacramento para el perdón de los pecados y la
incorporación a sí mismo.
Toda su obra apostólica se abre con un claro reconocimiento glorioso por
parte de Dios Padre y de Dios Espíritu Santo. En efecto, en el momento del
Bautismo de Jesús el Espíritu Santo se posa sobre él en forma de paloma y el
Padre desde el cielo dice: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(cf. Mt.3,13-17; Lc.3,21-22). De esa manera toda la obra apostólica que
recién comienza queda recomendada y sellada por el mismo Dios.
El Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado dice que
“toda la hondura teológica de (…) nuestra profesión religiosa, (…) sólo es
captable a la luz del bautismo del Señor” (nº 95). Y esto es así porque
nuestra profesión religiosa “radica íntimamente en la consagración del
bautismo y la expresa con mayor plenitud” (ídem).
Además, el mismo Directorio dice: El Bautismo del Señor “nos recuerda que
hemos de entregarnos incesantemente al Padre que en el Hijo nos ha dicho:
Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias (Mt 3,17), al
Hijo de quien somos hechos discípulos y por el cual nos llamamos cristianos
y al Espíritu Santo que descendió sobre nosotros en el Hijo -en forma
corporal, como una paloma sobre El (Lc 3,22)-, y todo ello,
sacramentalmente, se obró en nosotros el día del bautismo.
“Nos recuerda la obligación grave de permanecer fieles a las promesas del
santo Bautismo por el que nos comprometemos a renunciar al demonio y a
confesar la santa fe católica, y a las de la profesión religiosa.
“Debe ser, además, acicate para vivir en plenitud la virtud de la humildad
ya que no tuvo temor de pasar por un pecador más (…). Asimismo, nos dejó
ejemplo de ejercicio de la virtud de la justicia: ...conviene que cumplamos
toda justicia (Mt 3,15)”. (nº 96-98).
Notas
Juan Pablo II dice que Cristo “toma su lugar entre los pecadores, (…) en el
Jordán, para servirles a todos de ejemplo” (San Juan Pablo II, El Espíritu
Santo en la experiencia del desierto, Audiencia General del día sábado 21 de
julio de 1990, nº 5). Y Benedicto XVI dice: “El relato de las tentaciones
guarda una estrecha relación con el relato del Bautismo, en el que Jesús se
hace solidario con los pecadores” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I), Ed.
Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 51).
Sobre la profesión religiosa como expresión perfecta de la consagración
bautismal ver también Constituciones del IVE, nº 49.
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Aplicación: San Juan Pablo II - Grande es este misterio de salvación
1. "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mt 3, 17).
Acabamos de escuchar de nuevo en el evangelio las palabras que resonaron en
el cielo cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán. Las pronunció
una voz desde lo alto: la voz de Dios Padre. Revelan el misterio que
celebramos hoy, el bautismo de Cristo. El Hombre sobre el que desciende, en
forma de paloma, el Espíritu Santo es el Hijo de Dios, que tomó de la Virgen
María nuestra carne para redimirla del pecado y de la muerte.
¡Grande es este misterio de salvación! Misterio en el que se insertan hoy
los niños que presentáis, queridos padres, padrinos y madrinas. Al recibir
en la Iglesia el sacramento del bautismo, se convierten en hijos de Dios,
hijos en el Hijo. Es el misterio del "segundo nacimiento".
2. Queridos padres, me dirijo con afecto especialmente a vosotros, que
habéis dado la vida a estas criaturas, colaborando en la obra de Dios, autor
de la vida y, de modo singular, de toda vida humana. Los habéis engendrado y
hoy los presentáis a la fuente bautismal, para que vuelvan a nacer por el
agua y por el Espíritu Santo. La gracia de Cristo transformará su existencia
de mortal en inmortal, liberándola del pecado original. Dad gracias al Señor
por el don de su nacimiento y del nuevo nacimiento espiritual de hoy.
Pero ¿cuál fuerza permite a estos inocentes e inconscientes niños realizar
un "paso" espiritual tan profundo? Es la fe, la fe de la Iglesia, profesada
en particular por vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas.
Precisamente en esta fe son bautizados vuestros hijos. Cristo no realiza el
milagro de regenerar al hombre sin la colaboración del hombre mismo, y la
primera cooperación de la criatura humana es la fe, con la que, atraída
interiormente por Dios, se abandona libremente en sus manos.
Estos niños reciben hoy el bautismo sobre la base de vuestra fe, que dentro
de poco os pediré profesar. ¡Cuánto amor, amadísimos hermanos, cuánta
responsabilidad implica el gesto que realizaréis en nombre de vuestros
hijos!
3. En el futuro, cuando sean capaces de comprender, ellos mismos deberán
recorrer, personal y libremente, un camino espiritual que, con la gracia de
Dios, los llevará a confirmar, en el sacramento de la confirmación, el don
que reciben hoy.
Pero ¿podrán abrirse a la fe si los adultos que los rodean no les dan un
buen testimonio? Estos niños os necesitan, ante todo, a vosotros, queridos
padres; os necesitan también a vosotros, queridos padrinos y madrinas, para
aprender a conocer al verdadero Dios, que es amor misericordioso. A vosotros
os corresponde introducirlos en este conocimiento, en primer lugar a través
del testimonio de vuestro comportamiento en las relaciones con ellos y con
los demás, relaciones que se han de caracterizar por la atención, la acogida
y el perdón. Comprenderán que Dios es fidelidad si pueden reconocer su
reflejo, aunque sea limitado y débil, ante todo en vuestra presencia
amorosa.
Es grande la responsabilidad de la cooperación de los padres en el
crecimiento espiritual de sus hijos. Eran muy conscientes de esa
responsabilidad los beatos esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi, a los
que recientemente tuve la alegría de elevar al honor de los altares y que os
exhorto a conocer mejor y a imitar. Si ya es grande vuestra misión de ser
padres "según la carne", ¡cuánto más lo es la de colaborar en la paternidad
divina, dando vuestra contribución para modelar en estas criaturas la imagen
misma de Jesús, Hombre perfecto!
4. Nunca os sintáis solos en esta misión tan comprometedora. Os conforte,
ante todo, la confianza en el ángel de la guarda, al que Dios ha encomendado
su singular mensaje de amor para cada uno de vuestros hijos. Además, toda la
Iglesia, a la que tenéis la gracia de pertenecer, está comprometida a
asistiros: en el cielo velan los santos, en particular aquellos cuyos
nombres tienen estos niños y que serán sus "patronos". En la tierra está la
comunidad eclesial, en la que es posible fortalecer la propia fe y la propia
vida cristiana, alimentándola con la oración y los sacramentos. No podréis
dar a vuestros hijos lo que vosotros no habéis recibido y asimilado antes.
Además, todos tenemos una Madre según el Espíritu: María santísima. A ella
le encomiendo a vuestros hijos, para que lleguen a ser cristianos
auténticos; a María os encomiendo también a vosotros, queridos padres,
queridos padrinos y madrinas, para que transmitáis siempre a estos niños el
amor que necesitan para crecer y para creer. En efecto, la vida y la fe
caminan juntas. Que así sea en la existencia de cada bautizado con la ayuda
de Dios.
(Domingo 13 de enero de 2002)
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Aplicación: Benedicto XVI - El Bautismo del Señor y el nuestro
Queridos hermanos y hermanas: Me alegra daros una cordial bienvenida, en
particular a vosotros, padres, padrinos y madrinas de los 21 recién nacidos
a los que, dentro de poco, tendré la alegría de administrar el sacramento
del Bautismo. Como ya es tradición, también este año este rito tiene lugar
en la santa Eucaristía con la que celebramos el Bautismo del Señor. Se trata
de la fiesta que, en el primer domingo después de la solemnidad de la
Epifanía, cierra el tiempo de Navidad con la manifestación del Señor en el
Jordán.
Según el relato del evangelista san Mateo (3, 13-17), Jesús fue de Galilea
al río Jordán para que lo bautizara Juan; de hecho, acudían de toda
Palestina para escuchar la predicación de este gran profeta, el anuncio de
la venida del reino de Dios, y para recibir el bautismo, es decir, para
someterse a ese signo de penitencia que invitaba a convertirse del pecado.
Aunque se llamara bautismo, no tenía el valor sacramental del rito que
celebramos hoy; como bien sabéis, con su muerte y resurrección Jesús
instituye los sacramentos y hace nacer la Iglesia. El que administraba Juan
era un acto penitencial, un gesto que invitaba a la humildad frente a Dios,
invitaba a un nuevo inicio: al sumergirse en el agua, el penitente reconocía
que había pecado, imploraba de Dios la purificación de sus culpas y se le
enviaba a cambiar los comportamientos equivocados, casi como si muriera en
el agua y resucitara a una nueva vida.
Por esto, cuando Juan Bautista ve a Jesús que, en fila con los pecadores, va
para que lo bautice, se sorprende; al reconocer en él al Mesías, al Santo de
Dios, a aquel que no tenía pecado, Juan manifiesta su desconcierto: él
mismo, el que bautizaba, habría querido hacerse bautizar por Jesús. Pero
Jesús lo exhorta a no oponer resistencia, a aceptar realizar este acto, para
hacer lo que es conveniente para «cumplir toda justicia».
Con esta expresión Jesús manifiesta que vino al mundo para hacer la voluntad
de Aquel que lo mandó, para realizar todo lo que el Padre le pide; aceptó
hacerse hombre para obedecer al Padre. Este gesto revela ante todo quién es
Jesús: es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es aquel que «se
rebajó» para hacerse uno de nosotros, aquel que se hizo hombre y aceptó
humillarse hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 7). El bautismo de Jesús, que
hoy recordamos, se sitúa en esta lógica de la humildad y de la solidaridad:
es el gesto de quien quiere hacerse en todo uno de nosotros y se pone
realmente en la fila con los pecadores; él, que no tiene pecado, deja que lo
traten como pecador (cf. 2 Co 5, 21), para cargar sobre sus hombros el peso
de la culpa de toda la humanidad, también de nuestra culpa. Es el «siervo de
Dios» del que nos habló el profeta Isaías en la primera lectura (cf. 42, 1).
Lo que dicta su humildad es el deseo de establecer una comunión plena con la
humanidad, el deseo de realizar una verdadera solidaridad con el hombre y
con su condición. El gesto de Jesús anticipa la cruz, la aceptación de la
muerte por los pecados del hombre. Este acto de anonadamiento, con el que
Jesús quiere uniformarse totalmente al designio de amor del Padre y
asemejarse a nosotros, manifiesta la plena sintonía de voluntad y de fines
que existe entre las personas de la santísima Trinidad.
Para ese acto de amor, el Espíritu de Dios se manifiesta como paloma y baja
sobre él, y en aquel momento el amor que une a Jesús al Padre se testimonia
a cuantos asisten al bautismo, mediante una voz desde lo alto que todos
oyen. El Padre manifiesta abiertamente a los hombres —a nosotros— la
comunión profunda que lo une al Hijo: la voz que resuena desde lo alto
atestigua que Jesús es obediente en todo al Padre y que esta obediencia es
expresión del amor que los une entre sí. Por eso, el Padre se complace en
Jesús, porque reconoce en las acciones del Hijo el deseo de seguir en todo
su voluntad: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17). Y
esta palabra del Padre alude también, anticipadamente, a la victoria de la
resurrección y nos dice cómo debemos vivir para complacer al Padre,
comportándonos como Jesús.
Queridos padres, el Bautismo que hoy pedís para vuestros hijos los inserta
en este intercambio de amor recíproco que existe en Dios entre el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo; por este gesto que voy a realizar, se derrama
sobre ellos el amor de Dios, y los inunda con sus dones. Mediante el
lavatorio del agua, vuestros hijos son insertados en la vida misma de Jesús,
que murió en la cruz para librarnos del pecado y resucitando venció a la
muerte. Por eso, inmersos espiritualmente en su muerte y resurrección, son
liberados del pecado original e inicia en ellos la vida de la gracia, que es
la vida misma de Jesús resucitado. «Él se entregó por nosotros —afirma san
Pablo— a fin de rescatarnos de toda iniquidad y formar para sí un pueblo
puro que fuese suyo, fervoroso en buenas obras» (Tt 2, 14).
Queridos amigos, al darnos la fe, el Señor nos ha dado lo más precioso que
existe en la vida, es decir, el motivo más verdadero y más bello por el cual
vivir: por gracia hemos creído en Dios, hemos conocido su amor, con el cual
quiere salvarnos y librarnos del mal. La fe es el gran don con el que nos da
también la vida eterna, la verdadera vida. Ahora vosotros, queridos padres,
padrinos y madrinas, pedís a la Iglesia que acoja en su seno a estos niños,
que les dé el Bautismo; y esta petición la hacéis en razón del don de la fe
que vosotros mismos, a vuestra vez, habéis recibido. Todo cristiano puede
repetir con el profeta Isaías: «El Señor me plasmó desde el seno materno
para siervo suyo» (cf. 49, 5); así, queridos padres, vuestros hijos son un
don precioso del Señor, el cual se ha reservado para sí su corazón, para
poderlo colmar de su amor. Por el sacramento del Bautismo hoy los consagra y
los llama a seguir a Jesús, mediante la realización de su vocación personal
según el particular designio de amor que el Padre tiene pensado para cada
uno de ellos; meta de esta peregrinación terrena será la plena comunión con
él en la felicidad eterna.
Al recibir el Bautismo, estos niños obtienen como don un sello espiritual
indeleble, el «carácter», que marca interiormente para siempre su
pertenencia al Señor y los convierte en miembros vivos de su Cuerpo místico,
que es la Iglesia. Mientras entran a formar parte del pueblo de Dios, para
estos niños comienza hoy un camino que debería ser un camino de santidad y
de configuración con Jesús, una realidad que se deposita en ellos como la
semilla de un árbol espléndido, que es preciso ayudar a crecer. Por esto, al
comprender la grandeza de este don, desde los primeros siglos se ha tenido
la solicitud de dar el Bautismo a los niños recién nacidos.
Ciertamente, luego será necesaria una adhesión libre y consciente a esta
vida de fe y de amor, y por esto es preciso que, tras el Bautismo, sean
educados en la fe, instruidos según la sabiduría de la Sagrada Escritura y
las enseñanzas de la Iglesia, a fin de que crezca en ellos este germen de la
fe que hoy reciben y puedan alcanzar la plena madurez cristiana. La Iglesia,
que los acoge entre sus hijos, debe hacerse cargo, juntamente con los padres
y los padrinos, de acompañarlos en este camino de crecimiento. La
colaboración entre la comunidad cristiana y la familia es más necesaria que
nunca en el contexto social actual, en el que la institución familiar se ve
amenazada desde varias partes y debe afrontar no pocas dificultades en su
misión de educar en la fe. La pérdida de referencias culturales estables y
la rápida transformación a la cual está continuamente sometida la sociedad,
hacen que el compromiso educativo sea realmente arduo. Por eso, es necesario
que las parroquias se esfuercen cada vez más por sostener a las familias,
pequeñas iglesias domésticas, en su tarea de transmisión de la fe.
Queridos padres, junto con vosotros doy gracias al Señor por el don del
Bautismo de estos hijos vuestros; al elevar nuestra oración por ellos,
invocamos el don abundante del Espíritu Santo, que hoy los consagra a imagen
de Cristo sacerdote, rey y profeta. Encomendándolos a la intercesión materna
de María santísima, pedimos para ellos vida y salud, para que puedan crecer
y madurar en la fe, y dar, con su vida, frutos de santidad y de amor. Amén.
(Domingo 9 de enero de 2011)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Bautismo del Señor
En la segunda aparición vino el Salvador a las aguas del bautismo, no
ciertamente para ser lavado en ellas, sino más bien para recibir el
testimonio del Padre. En estas aguas se representan las lágrimas de la
devoción, en las cuales no se busca la indulgencia de los pecados, sino el
beneplácito de Dios Padre. Entonces desciende sobre nosotros el Espíritu de
la adopción de hijos, dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos
de Dios, de suerte que nos parece oír la dulcísima voz del cielo, que nos
dice que verdaderamente Dios Padre se complace en nosotros. Ni hay poca
distancia entre estas lágrimas de devoción y de una edad, por decirlo así,
varonil y las que derramó la edad primera en los sollozos de la infancia,
que fueron sin duda las lágrimas de penitencia y confesión.
Esta es la segunda epifanía. Epifanía de Jesús como Salvador de los hombres.
En el Jordán donde bautizaba Juan “sucedió la primera revelación del último
Tramo de la Religión, el definitivo, tras el cual no hay ya que esperar
otro, revelación que el mismo Juan necesitaba, pues Aquel sobre quien
descendiera el Espíritu, Ese es, le había sido dicho por el Espíritu en el
desierto”.
También se manifiesta la Santísima Trinidad, el Hijo es bautizado por Juan,
el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma de paloma y se escucha la voz
del Padre que se complace en el Hijo.
El bautismo de Jesús es como la presentación oficial a Israel del Mesías.
Para el pueblo y para la autoridad religiosa que celosamente preguntaba al
precursor por qué bautizaba como luego preguntaría a Jesús por qué llamaba
al templo la casa de su Padre. “No se entiende nada del Bautismo de Cristo
si no se atiende a esta necesidad de la autoridad religiosa. Yo no me he
enviado, Dios me ha enviado debe poder decir el Apóstol; y eso significa
Apóstol: Enviado. Tú no tienes necesidad de bautismo, dijo Juan a Jesús;
Deja eso ahora, le replicó éste. Necesitábamos nosotros ese nexo de la
autoridad religiosa”. Allí en el Jordán comienza la misión de Jesús como
recordará tiempo después Pedro: “Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea,
comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a
Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó
haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo”.
Jesús es el siervo y a la vez Hijo porque así debía ser el Mesías. Condición
de Siervo, revelada en Isaías que se manifiesta al presentarse como un
pecador más para ser bautizado por Juan, porque así lo quería el Padre y así
era la misión que le había encomendado, la de dar su vida por todos los
hombres. Humillación voluntaria que es como un compendio de lo que será su
vida, “el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios
sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo
semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre”. Por otra parte, su
condición de Hijo manifestada, al salir del agua, por la voz del Padre:
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Hijo de Dios en virtud de su
eterna generación y Cabeza de una raza pecadora cuya naturaleza ha asumido y
a la cual tiene que rescatar.
Jesús al ser bautizado con agua no es santificado porque no tiene pecado
pero si santifica las aguas con la que nosotros seremos santificados.
En la epifanía de los reyes magos contemplábamos nuestra vocación al Reino
de Dios. Llorábamos lágrimas de penitencia y conversión junto al Emmanuel,
Dios con nosotros, que se ha hecho hombre para morir por nuestros pecados.
Las lágrimas del Niño manifiestan su misión de cruz y sufrimiento por todos
nosotros y a sus lágrimas debemos unir nuestro llanto por nuestros pecados
pasados. En la visita al Emmanuel dejábamos el camino por donde vinimos y
volvíamos por otro camino. Se nos manifestaba la alegre noticia de nuestra
redención y llorábamos nuestra mala vida.
En la epifanía del Bautismo contemplamos nuestra filiación divina que tuvo
inicio el día de nuestro bautismo, aunque su origen remoto es en el Bautismo
de Jesús donde se instituyó el bautismo cristiano. Recordar este misterio
nos invita a configurarnos cada día más con el Hijo amado del Padre.
“Despojados del hombre viejo con sus obras, os habéis revestido del hombre
nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la
imagen de su Creador”. Esta nueva vestidura que nos configura con el “hombre
nuevo”, Jesús, nos la da en el bautismo.
Jesús es el Hijo eterno del Padre pero Dios lo hizo Siervo para cumplir su
misión redentora. A nosotros nos dice como a Isaías “poco es que seas mi
siervo” y nos hace hijos suyos por la Pascua del Mesías. Su amor se
manifiesta en elevarnos de siervos a hijos y en prometernos la herencia
eterna, “mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce porque no le reconoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía lo
que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es”.
La ocupación primera de nuestra vida, como renacidos de Dios por el
bautismo, “hombres nuevos”, imágenes de Jesús “el Hijo amado”, debe ser el
crecimiento en la imitación de Jesús. Ya hemos muerto al hombre adámico en
el bautismo ahora tenemos que vivir la vida del Nuevo Adán Jesucristo.
¿Cómo? En primer lugar debemos conocer a Jesús nuestro modelo, debemos tener
un trato personal con Él, conocer lo que hizo en su vida, a qué se dedicó.
La escucha de su Palabra y la participación en la Eucaristía nos ayudan a
conocerlo. Pero no basta eso. Hay que poner por obra lo que escuchamos. El
mismo Jesús nos ayudará a vivir como Él, si se lo pedimos. Dios tiene que
encontrar su complacencia en nuestra vida como la encontró en nuestro modelo
Jesús.
Esta vocación de ser hijos de Dios es una vocación sublime, es lo más grande
que tenemos los cristianos. Manifestar en nuestras palabras y obras nuestra
filiación divina es una tarea urgente hoy. Mostrarnos como cristianos, es
decir, como otros cristos, hijos por el Hijo.
El bautismo nos abre las puertas del cielo. Así como se abrieron los cielos
en el bautismo de Jesús así en el nuestro se abren los cielos porque al
recibir la filiación divina junto con ella recibimos la herencia del Padre.
Desde el bautismo nuestra relación con Dios adquiere dimensiones
insospechadas porque ya es una participación de la vida del cielo. Aquí lo
conocemos por la fe y nos unimos con Él por el amor. En el cielo lo veremos
como Él es.
Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Él les
reveló este gran misterio de la filiación divina: “Vosotros, pues, orad así:
Padre nuestro…”.
Notas
San Bernardo, Sermones de Navidad, Rialp Madrid
1956, 239-250
Castellani, El Evangelio de Jesucristo…, 407-8
Ibíd., 408
Hch 10, 37-38
Flp 2, 6-7
Col 3, 9-10
Is 49, 6
1 Jn 3, 1-2
Mt 6, 9
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Directorio
Homilético: El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo
por Juan en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de
pecadores, publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf.
Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él.
"Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el
bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús,
y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la
manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración
de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is
53, 12); es ya "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,
29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12,
50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete
enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte
para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación
responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf. Lc
3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su
concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1, 32-33; cf. Is 11, 2). De él
manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se abrieron
los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas
fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de
la nueva creación.
537 Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que
anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este
misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con
Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse,
en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos
con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados
con él (S. Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el
Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que,
adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios. (S. Hilario,
Mat 2).
I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo:
"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y
principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo
muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm
4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al
recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el
perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de
la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad,
ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del
Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al
contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la
concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo
suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado?
"Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los
pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único
medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido
de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos
los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su
vida" (Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede
reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso"
(San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que han caído después del
Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la penitencia,
como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Cc de
Trento: DS 1672).
Artículo 1 EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
1213 El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el
pórtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta
que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados
del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de
Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión
(cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus
est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el
sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2,2,5).
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1214 Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del
rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego)
significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el
agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de
donde sale por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva
criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de
renovación del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese
nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el
Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza
(catequética) su espíritu es iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12).
Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a
todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32),
se convierte en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios...lo llamamos
don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de
regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido
a los que no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables;
bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es
sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque
lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios (S.
Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).
II EL BAUTISMO EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
1217 En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua
bautismal, la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes
acontecimientos de la historia de la salvación que prefiguraban ya el
misterio del Bautismo:
¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder
invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para
significar la gracia del bautismo (MR, Vigilia Pascual, bendición del agua
bautismal, 42)
1218 Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la
fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el
Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2):
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las
aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar (MR,
ibid.).
1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación
por el bautismo. En efecto, por medio de ella "unos pocos, es decir, ocho
personas, fueron salvados a través del agua" (1 P 3,20):
¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el
nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al
pecado y diera origen a la santidad (MR, ibid.).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un
símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la Cruz.
Por este simbolismo el bautismo significa la comunión con la muerte de
Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación obrada por el
bautismo:
¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo s los hijos de
Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera
imagen de la familia de los bautizados (MR, ibid.).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el
que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra prometida a la descendencia
de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de esta herencia
bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo
Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el
Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ), y, después de su Resurrección,
confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20;
cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan,
destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este
gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El
Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende
entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre
manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del
Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en
Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc
12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús
crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía,
sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible
"nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de
Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por
ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el
santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su
predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el
bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos
(Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la
fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo
a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente
recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la
muerte de Cristo; es sepultado y resucita con él:
¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos
bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en
la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los
muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una
vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu
Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co
6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla
incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1 P
1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del Bautismo: "Accedit verbum ad elementum,
et fit sacramentum" ("Se une la palabra a la materia, y se hace el
sacramento", ev. Io. 80,3).
III LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
La iniciación cristiana
1229 Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un
camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser
recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos
esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a
la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu
Santo, el acceso a la comunión eucarística.
1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las
circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación
cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado,
y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de
la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los
sacramentos de la iniciación cristiana.
1231 Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de
celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que
integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación
cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un
catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una
instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la
gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la
catequesis.
1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el
catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se
encuentran en el Ordo initiationis christianae adultorum (1972). Por otra
parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los
elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden
admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre
que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65; cf. SC 37-40).
1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales la iniciación
cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para
alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (cf. AG 14; CIC
can.851.865.866). En los ritos orientales la iniciación cristiana de los
niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y
la Eucaristía, mientras que en el rito romano se continúa durante unos años
de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía,
cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851, 2º; 868).
La mistagogia de la celebración
1234 El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente
en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los
gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las
riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.
1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta
de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la
redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.
1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los
candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del
Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de
la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe.
1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su
instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el
candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el
celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a
Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será
"confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de
epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a
Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre
esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y
del Espíritu" (Jn 3,5).
1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente
dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida
de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el Misterio
pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa
mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad
puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del
candidato.
1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las
palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno
vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es
bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y
mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el
agua y lo saca de ella.
1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el
obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a
ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a
Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf OBP nº 62).
1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es
el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha
unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el
sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud
a la unción bautismal.
1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de
Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el
cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los
bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Unico. Puede ya decir la
oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la
túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero"
y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las
Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la
iniciación cristiana por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos
bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las
palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los
que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la
Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del
Padre Nuestro.
1245 La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo
de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.
IV QUIEN PUEDE RECIBIR EL BAUTISMO
1246 "Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y
solo él" (CIC, can. 864: CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
1247 En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está aún
en sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más común. El
catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa entonces un lugar
importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana, el catecumenado debe
disponer a recibir el don de Dios en el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía.
1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad
permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con
una comunidad eclesial, llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de
una "formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en
que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que
iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en
la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben
celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la
liturgia y la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
1249 Los catecúmenos "están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa
de Cristo y muchas veces llevan ya una una vida de fe, esperanza y caridad"
(AG 14). "La madre Iglesia los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo"
(LG 14; cf CIC can. 206; 788,3)
El Bautismo de niños
1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el
pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el
Bautismo (cf DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser
trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14),
a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de
la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por
tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de
ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su
nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde
también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado (cf LG 11;
41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición
inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II.
Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación
apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33;
18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños (cf CDF, instr.
"Pastoralis actio": AAS 72 1137-56).
Fe y Bautismo
1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene
necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede
creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es
una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse.
Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de
Dios?" y él responde: "¡La fe!".
1254 En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del
Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la noche pascual la
renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo
conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida
nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana.
1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda
de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que
deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado,
niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su
tarea es una verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la
comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar
la gracia recibida en el Bautismo.
V QUIEN PUEDE BAUTIZAR
1256 Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en
la Iglesia latina, también el diácono (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can.
677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede
bautizar (Cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la
fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste en querer
hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta
posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (cf 1 Tm 2,4) y en la
necesidad del Bautismo para la salvación (cf Mc 16,16).
VI LA NECESIDAD DEL BAUTISMO
1257 El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación
(cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y
bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El
Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio
ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf
Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la
entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar
la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del
espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la
salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no
queda reducida a los sacramentos.
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes
padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son
bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre
como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser
sacramento.
1259 A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito
de recibir el bautismo unido al arrepentimiento de sus pecados y a la
caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el
sacramento.
1260 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente
una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener
que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo
conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG
16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia,
busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser
salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado
explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1261 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede
confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias
por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los
hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le
hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los
niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de
la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don
del santo bautismo.
VII LA GRACIA DEL BAUTISMO
1262 Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos
sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los
simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la
regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son
la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo
(cf Hch 2,38; Jn 3,5).
Para la remisión de los pecados...
1263 Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y
todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (cf DS
1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les
impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado
personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la
separación de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias
temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las
fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc.,
así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o
"fomes peccati": "La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar
a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de
Jesucristo. Antes bien `el que legítimamente luchare, será coronado'(2 Tm
2,5)" (Cc de Trento: DS 1515).
“Una criatura nueva”
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también
del neófito "una nueva creación" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf
Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4),
miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con él (Rm 8,17) y
templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia
de la justificación que :
– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y de amarlo mediante las
virtudes teologales;
– le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante
los dones del Espíritu Santo;
– le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en
el santo Bautismo.
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por
tanto...somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo
incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de
Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o
humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo"
(1 Co 12,13).
1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un
edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5). Por el Bautismo
participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son
"linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para
anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar en el sacerdocio común
de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo
(1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por
tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a
servirles (cf Jn 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente
y dócil" a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con
respeto y afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la
fuente de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos
en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la
palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la
Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están
obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por
medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y
misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG 7,23).
El vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
1271 El Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los
cristianos, e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la
Iglesia católica: "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el
bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia
católica... justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a
Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y
son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia Católica como hermanos
del Señor" (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo
sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él"
(UR 22).
Un sello espiritual indeleble...
1272 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con
Cristo (cf Rm 8,29). El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual
indeleble (character) de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado
por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de
salvación (cf DS 1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede
ser reiterado.
1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el
carácter sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (cf
LG 11). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a
Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a
ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa y de una
caridad eficaz (cf LG 10).
1274 El "sello del Señor" (Dominicus character: S. Agustín, Ep. 98,5), es el
sello con que el Espíritu Santo nos ha marcado "para el día de la redención"
(Ef 4,30; cf Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello
de la vida eterna" (S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el sello" hasta
el fin, es decir, que permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá
morir marcado con "el signo de la fe" (MR, Canon romano, 97), con la fe de
su Bautismo, en la espera de la visión bienaventurada de Dios –consumación
de la fe– y en la esperanza de la resurrección.
RESUMEN
1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres
sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la
Confirmación que es su afianzamiento; y la Eucaristía que alimenta al
discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en El.
1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar
todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según
la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia
misma, a la que introduce el Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al
candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la
Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que
comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales;
el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo
del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma
del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y
hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el
carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por
razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los
hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan
sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse
aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque
es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son
bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso
a la verdadera libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia
nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su
salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la
cabeza del candidato diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo".
III EL NOMBRE CRISTIANO
2156 El sacramento del Bautismo es conferido "en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor
santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Este
puede ser el de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de
fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo,
se le ofrece un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El "nombre
de bautismo" puede expresar también un misterio cristiano o una virtud
cristiana. "Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga
un nombre ajeno al sentir cristiano" (CIC, can. 855).
2157 El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la
señal de la cruz, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén". El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la
gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre.
La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.
2158 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43,1; Jn 10,3). El nombre de
todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto
en señal de la dignidad del que lo lleva.
2159 El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino, el carácter
misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios brillará en
plena luz. "Al vencedor...le daré una piedrecita blanca, y grabado en la
piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe" (Ap
2,17). "Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte
Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la
frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre" (Ap 14,1).
(Cortesía: iveargentina.org y NBCD)