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Si prestamos atención a lo que más destaca la liturgia navideña, caeremos en
la cuenta enseguida de que es la Encarnación. "La Palabra se ha hecho carne
y ha puesto su casa entre nosotros" ocupa tantos y tan importantes momentos
celebrativos, que se convierte inmediatamente en punto de referencia para
cualquier reflexión o tema de predicación. No subrayar o no hacerlo
debidamente es tanto como no alcanzar el relieve del misterio del Hijo de
Dios venido en carne. No es que hoy suceda lo que Juan denunciaba en su
primera Carta (4,2), refiriéndose a los docetas, pero sí que por un afán
lleno de buena voluntad pero escaso de hondura, se nos escape lo fundamental
del misterio navideño. La Encarnación- Redención: he aquí el gran objetivo
que el Papa propone como celebración y actualización con ocasión del Jubileo
del año 2000 y al que a todos nos invita.
La liturgia nos presenta la Encarnación desde una triple perspectiva: el
prólogo de san Juan ensalzando el protagonismo de la Palabra, la acción del
Espíritu Santo que hace a María Madre de Dios y la luz que lleva a los Magos
hasta Belén. En los tres casos se nos recuerda que sólo desde la iniciativa
divina es posible la Encarnación, y porque es precisamente el Verbo Eterno y
preexistente, quien viene al mundo.
Después de la identidad de quien viene, aparece el "hacia dónde". Y, junto a
la vacía sapiencia de quienes conocen las profecías pero no someten su
voluntad a las mismas, llega hasta los que, llevados por una luz que no
conocen, descubren al Dios Encarnado porque "quieren" conocerlo. No se
menosprecia aquí lo anunciado acerca de Jesús; pero se valora más a quien,
por encima de lo predicho, se deja guiar por los signos de quien lo dijo.
Viene el Verbo a un mundo que sabe mucho sobre la luz, pero que camina en
tinieblas; más aún, que habiendo tocado la luz, prefiere seguir caminando a
tientas hacia ninguna parte. La Verdad de Dios hecha carne halla más
dificultades en quienes habían oído mucho de ella, que entre quienes la
buscan ansiosamente. Los que aguardan sencillamente a Dios le hacen
enseguida un hueco; los que quieren que Dios venga cuando y como ellos
quieran, buscan a toda costa tener razón al no abrirle las puertas ni de su
casa ni de su existencia.
El Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente,
preparatoria del Jubileo del año 2000, dice: "El hecho de que el Verbo
eterno asumiera en la plenitud de los tiempos la condición de criatura
confiere a lo acontecido en Belén hace dos mil años un singular valor
cósmico. Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como
cosmos, es decir, como universo ordenado. Y es que el Verbo encarnándose,
renueva el orden cósmico de la creación. La Carta a los Efesios habla del
designio que Dios había prefijado en Cristo, "para realizarlo en la plenitud
de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los
cielos y lo que está en la tierra" (1,10).
En las palabras de Juan en el Prólogo del IV Evangelio se da la misma
importancia tanto a los que rechazan al Verbo Encarnado como a aquellos que
lo reciben. Y es que, si la presencia del Verbo es juicio, bueno es que lo
sea su noticia. Pero con un detalle nada desdeñable: que los que no reciben
a quien "viene a los suyos" tiran piedras contra su propio tejado. Y en el
momento de ensalzar las grandezas sobrevenidas al hombre por la Encarnación,
nuevamente la iniciativa divina ocupa el lugar de máximo relieve.
¿Cómo se distribuyen estos pensamientos a lo largo del ciclo de Navidad?
Que la Encarnación y el Nacimiento pertenecen al círculo exclusivo de la
gratuidad divina, se recuerda principalmente en las lecturas del día de
Navidad (en las tres misas), en las de la Solemnidad de la Virgen, Madre de
Dios (1 de Enero), y en las del domingo II del ciclo.
La respuesta que el hombre ha de dar a tal iniciativa salvadora, se señala
fundamentalmente en la Adoración de los pastores y Magos y en la respuesta
de los notables del templo a la pregunta de los que venían de Oriente.
Cuál haya de ser la actitud a lo largo de la existencia humana, configura
especialmente la última parte del prólogo de san Juan, la segunda lectura de
la misa de medianoche del 25 de Diciembre, el Evangelio del 1 de Enero
(Salvador) y la actitud de los Magos. La segunda Epifanía (Bautismo de
Jesús) se conecta por igual con el reconocimiento de Jesús como el "Hijo
amado", con la acción del Espíritu Santo, y con la misión universal,
católica, sin fronteras, incluyendo a "los que vienen de lejos" (6 de
Enero).
Que se repitan lecturas y que se vuelva siempre sobre lo mismo, no puede
reducir la riqueza del mensaje de la Navidad. Lo más grande no suele estar
suficientemente descrito. Ante los misterios del Dios Encarnado, como ante
todo lo más asombroso de la fe, al autor le faltan recursos. Y a veces lo
conciso es una manera de homenaje al misterio mismo.
Las demás Misas Navideñas según el momento de la Fiesta:
Misa de Gallo,
Misa de la Aurora,
además la tarde anterior 24 de diciembre
Misa de la Vigilia. Los
Recursos adicionales sirven para los diversos momentos.
Muchas veces se proclama en la Misas del día el evangelio de la Misa de
Gallo ya que anuncia el Nacimiento de Jesús.