La Sagrada Familia, Jesús, María y José - Domingo dentro a la Octava de Navidad B: Preparemos con los comentarios de sabios y santos la Acogida de la Palabra proclamada durante la Celebración Eucarística
Recursos adicionales para la preparación
Exégesis:
Alois Stöger -
Imposición del nombre y presentación de Jesús
(Lc 2,21- 40)
Comentario Teológico:
P. Alfredo Sáenz, S. J. -
La Sagrada Familia
Santos Padres:
San Ambrosio -
La presentación en el templo
Aplicación: Benedicto XVI - La oración en la familia de Nazaret
Aplicación:
P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. -
La familia y la sociedad
Aplicación:
P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La Sagrada Familia de Jesús, María y José
Lc 2, 22-40
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis:
Alois Stöger -
Imposición del nombre y presentación de Jesús
(Lc 2,21- 40)
Con el niño Jesús se procede conforme a las disposiciones de la ley
(Cf.2,21.2224.27.39). «Nació de mujer, nació bajo la ley» (Gal_4:4). En la
observancia de la obediencia a la ley se hace patente su gloria en la
circuncisión (Lc_2:21) y en el templo (Lc_2:2239).
El camino del niño Jesús en el seno de su madre va de Nazaret, la pequeña e
insignificante ciudad de Galilea, donde fue concebido, a Belén, la ciudad de
David, donde nació en pobreza y gloria, y de allí a Jerusalén, a la ciudad
de su «elevación» (Gal_9:51). Con esto se llega al punto culminante del
relato de la infancia. La actividad pública de Jesús seguirá el mismo
camino: de Galilea a Jerusalén, donde muere y es glorificado.
Como Juan, en el momento de la imposición del nombre, es celebrado en las
palabras proféticas de su padre, así también Jesús adquiere todavía mayor
esplendor gracias al Espíritu Santo, que habla por boca del profeta y de la
profetisa. Juan es celebrado en casa de Zacarías, Jesús, en cambio, en el
templo. Jesús es mayor que Juan.
a) Imposición del nombre (Lc/02/21).
21 Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, le
pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser
concebido en el seno materno.
Con su nacimiento fue introducido Jesús en la existencia humana («lo
envolvió en pañales»), en la estirpe de José, en el pueblo israelita, en la
historia de los pobres y de los pequeños, en la obligación de la ley...
La ley mosaica regula la vida del israelita, por días, semanas y años.
Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, recayó sobre
Jesús por primera vez la obligación de la ley: Jesús era «obediente»
(Flp_2:8).
El Evangelio no dice expresamente que se efectuó en Jesús la circuncisión.
El orden de la ley y su cumplimiento es el marco en que se desarrolla la
vida entera de Jesús. Con él se cumple la ley, se realiza su pleno sentido.
Con esta obediencia irrumpe lo nuevo y grande. A la circuncisión está ligada
la imposición del nombre. Dios mismo fijó el nombre de este niño pequeño. Se
le llamó como había dicho el ángel. Con el nombre fija Dios también la
misión de Jesús: Dios es Salvador. En Jesús trae Dios la salvación. «Jesús
pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él» (Hec_10:38).
b) Presentación en el templo (Lc/02/22-24).
22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos según la ley de
Moisés, lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, 23 conforme a lo
que está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado
al Señor; 24 y para ofrecer un sacrificio, como lo dice también la ley del
Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
La ley de la purificación establecía: «Cuando dé a luz una mujer y tenga un
hijo, será impura durante siete días (estará excluida de los actos del
culto); será impura como en el tiempo de su menstruación. El octavo día será
circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante treinta y
tres días en la sangre de su purificación; no tocará nada santo ni irá al
santuario hasta que se cumplan los días de su purificación» (Lev_12:14).
También con Jesús se practicó la purificación. Se dice, en efecto: Cuando se
cumplieron los días de la purificación de ellos. «Purificación» tal vez
signifique aquí consagración. La ley ordena acerca del primogénito: «Cederás
a Yahveh todo ser que sea el primero en salir del seno materno, así como el
primogénito de los animales que tengas; los machos pertenecen a Yahveh»
(Exo_13:12). Esta prescripción de la ley tenía por objeto recordar la acción
salvadora con que Dios sacó maravillosamente a Israel de la miseria de
Egipto. «Y cuando tu hijo te pregunte mañana: ¿Qué significa esto?, le
dirás: Con su poderosa mano nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de la
servidumbre. Como el faraón se obstinaba en no dejarnos salir, Yahveh mató a
todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los primogénitos de los
hombres hasta los primogénitos de los animales; por eso yo sacrifico a
Yahveh todo primogénito de los animales y redimo todo primogénito de mis
hijos» (Exo_13:14s). Los animales debían ofrecerse en sacrificio; el hijo
primogénito varón era rescatado. El precio del rescate era de cinco
siclos[1]. Este precio podía pagarse en todo el país a cualquier sacerdote.
María hizo la oferta prescrita para la purificación. Esta consistía en un
cordero de un año en holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio
expiatorio.
Los que no disponían de medios para ofrecer una cabeza de ganado menor,
ofrecerían un par de tórtolas o dos pichones, uno en holocausto y otro como
sacrificio expiatorio (Cf. Lev_12:6 8). María hizo la oblación de los
pobres. Dios había mirado a su humilde esclava. María, José y Jesús contaban
entre los pobres.
En el Evangelio no se dice expresamente que Jesús fue rescatado con la suma
prevista. Fue llevado al templo para ser presentado. Mediante la
presentación es consagrado a Dios y declarado posesión suya. Ana, madre de
Samuel, llevó al templo el niño que había concebido, aunque era estéril, y
lo consagró al servicio de Dios. Dijo: «Quiero yo dárselo a Yahveh, para que
todos los días de su vida esté consagrado a Yahveh» (lSam 1,28).
Samuel era un hombre consagrado a Dios, Juan Bautista estaba consagrado a
Dios, por lo cual no bebía nada inebriante. Jesús está todavía más
consagrado a Dios. Es santo, porque nació de la virgen por la virtud del
Espíritu Santo (1,35). Es siempre el Santo de Dios, enteramente consagrado a
Dios, entregado al servicio de Dios. La presentación en el templo pone de
manifiesto lo que hasta entonces estaba oculto acerca de él.
c) Testimonio del profeta (Lc/02/25-35).
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón; que era hombre
honrado y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel; el Espíritu Santo
residía en él; 26 y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no
moriría sin ver antes al ungido del Señor.
Como los pastores en Belén, instruidos por el ángel de Dios, publican la
grandeza del niño recién nacido, así también en el templo dos figuras de
profetas, Simeón y Ana, iluminados por el Espíritu Santo, dan testimonio del
significado salvífico de este niño. En Simeón produjo abundantes frutos la
piedad veterotestamentaria. Simeón era fiel a la ley y temeroso de Dios. La
ley y la sabiduría, cuyo principio es el temor de Dios habían dado la
impronta a su conducta. él aguarda el consuelo de Israel, la salud
mesiánica, y a aquel que la ha de traer. Dios anuncia para el futuro:
«Cantad, cielos; tierra, salta de gozo; montes, que resuenen vuestros
cánticos, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha tenido compasión de sus
males» (Isa_49:13). Dios consolará a su pueblo consumando la salvación
mesiánica. Simeón es profeta. Dios le ha dado el Espíritu Santo, y así su
palabra es revelación divina. Simeón tiene esta ventaja respecto a los demás
profetas: antes de morir verá todavía al Ungido del Señor, al Mesías. Los
otros profetas lo anuncian para un futuro remoto, él goza ya de su
presencia.
27 Movido, pues, por el Espíritu, fue al templo, y cuando entraban los
padres con el niño Jesús para cumplir la disposición de la ley con respecto
a él, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios.
Simeón, movido y guiado por el Espíritu, fue al templo en el momento en que
era introducido Jesús. Mientras se cumple con la ley antigua, viene Simeón a
conocer al Mesías, y los padres reciben la revelación profética acerca del
niño. El templo y la ley, el culto y la revelación de la antigua alianza
apuntan hacia el Mesías y conducen a él.
Allí está Simeón, iluminado por el Espíritu y penetrado de fe; toma al niño
en sus brazos y bendice a Dios. Es la imagen del que ha recibido la salud.
Simeón acoge al niño como se acoge a un huésped amigo, con todo respeto y
amor. Así también deben ser acogidos los enviados de Dios. En los apóstoles
viene Jesús mismo, en su palabra está él presente (Mat_10:40). El comienzo
de tal acogida respetuosa y amante es la fe, y el fin es la alabanza de
Dios, la bendición de aquel que ha dado toda bendición.
Y dijo:
29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar irse en paz a tu siervo; 30
porque vieron mis ojos tu salvación, 31 la que preparaste a la vista de
todos los pueblos: 32 luz para iluminar las naciones y gloria de tu pueblo
Israel.
La alabanza del profeta es el eco que responde a la revelación acerca del
niño que tiene el anciano en sus brazos. Su cántico, el canto vespertino de
su vida, está sostenido por las palabras y el espíritu del libro de Isaías
(Cf. acerca del v. 30: Isa_40:5; Isa_52:10; acerca del v. 32: Isa_42:6;
Isa_46:13; Isa_49:6). Los hombres iluminados por el espíritu saben
interpretar rectamente la Escritura y juzgar acerca de los acontecimientos
salvíficos.
Dios es Señor, el hombre es siervo. La vida es una dura servidumbre. Quizá
hubo de soportar Simeón cosas duras por razón de sus esperanzas mesiánicas.
La muerte acabará ahora con esta relación de servidumbre. Se ha realizado el
anhelo de una vida. Le es dado ver con los ojos del cuerpo al Salvador y
Redentor, sin tener que contentarse con reconocerlo de lejos en las visiones
proféticas. «Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo» (Isa_10:23).
Puede partir de la vida en paz, con el corazón satisfecho, agraciado con la
salvación que trae Jesús. Su vida es una vida llena, porque ha visto a
Jesús...
Jesús es el Mesías enviado por Dios para la salvación. Es lo que dice su
nombre: Salvador. En él ha preparado Dios la salvación a la vista de todos
los pueblos. Ahora se cumplen las palabras de Isaias: «Yahveh alza su santo
brazo a los ojos de todos los pueblos, y los extremos confines de la tierra
ven la salvación de nuestro Dios» (Isa_52:10). Con esto no se dice todavía
que todos los pueblos participen en la salvación. Pero cuando el Señor
muestre la salvación a la vista de todos los pueblos, ¿qué sucederá
entonces? El niño que lleva Simeón en brazos es una luz para iluminar las
naciones. Ahora se cumple lo que se había preanunciado: «Levántate y
resplandece, que ya se alza tu luz, y la gloria de Yahveh alborea para ti,
mientras está cubierta de sombras la tierra y los pueblos yacen en
tinieblas. Sobre ti viene la aurora de Yahveh y en ti se manifiesta su
gloria. Las gentes andarán a tu luz, y los reyes, a la claridad de tu
aurora» ( Isa_60:13). «Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación
hasta los confines de la tierra» (Isa_49:6; d. 42,6). En Israel alborea la
luz que es Jesús, pero más allá de Israel ilumina también a los pueblos
gentiles. Atraídos por esta luz acuden las naciones al pueblo de Dios
iluminado, en el que habita el Mesías.
Era también inevitable que Israel recibiera gloria por Jesús. De él dimana
por Jesús el resplandor de Dios y los pueblos glorifican a Israel. Lo que ya
se había insinuado en el cántico de María y en el cántico de los ángeles, lo
publica ahora el anciano profeta en toda su amplitud, apoyándose en la
predicción de Isaías: Dios otorga en Jesús la salud al mundo entero. «Todos
han de ver la salvación de Dios» (3,6). «Sabed pues, que a los gentiles ha
sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos la escucharán»
(Hec_28:28).
33 Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de
él.
También María y José, los más próximos a Jesús entre todos los hombres,
tienen necesidad de la palabra reveladora para poder comprender lo que Dios
ha hecho en Jesús para los hombres, «el Evangelio de la insondable riqueza
de Cristo» (Efe_3:8). Por mucho que sea lo que se perciba de esta riqueza,
todavía es más lo que se sustrae a la comprensión.
También los padres de Jesús se maravillan y se asombran. Sin embargo, no
están en el atrio de la fe, sino que creen. Su fe descubre y reconoce las
profundidades de la sabiduría y del amor divinos. Se maravillan, penetrados
de respeto y reverencia. De las profundidades de su corazón emocionado brota
alabanza a Dios y vida religiosa.
34 Simeón los bendijo; luego dijo a María, su madre: Mira: éste está puesto
para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y para señal que será objeto
de contradicción, 35 y a ti una espada te atravesará el alma, para que
queden patentes los pensamientos de muchos corazones.
María y José llevaron bendición a Simeón por medio del niño. «Bendito Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los cielos, en Cristo» (Efe_1:3). El anciano profeta bendice,
en cambio, a los padres.
Jesús es una figura en que se cifra la decisión, la división de los campos.
«él será piedra de tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para
los habitantes de Jerusalén. Y muchos de ellos tropezarán, caerán y serán
quebrantados, y se enredarán en el lazo y quedarán cogidos» (Isa_8:14s).
Pero también se aplica a Jesús: «Yo he puesto en Sión por fundamento una
piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada. El
que en ella se apoye, no titubeará» (Isa_28:16). Para esto destinó Dios a
Jesús: para que todo Israel tome en él su decisión. El que es uno con él, se
ve levantado, salvado; en cambio, el que está en contradicción con él, cae
en la perdición. No por ser Israel el pueblo elegido de Dios recibe la salud
y logra la salvación, sino porque toma su decisión optando por Jesús. Lo que
salva en el juicio no es la pertenencia a Israel, sino la decisión por el
signo erigido por Dios. Sólo el que se decide por Jesús pertenece
verdaderamente al pueblo de Dios.
Jesús es signo, señal, porque sitúa al hombre ante la decisión. Es objeto de
contradicción. La entera historia de la revelación está llena de
contradicción. San Pablo lo expresa con la frase profética: «Todo el día
estuve con las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Rom
1021; cf. Isa_65:2). San Esteban, después de compendiar la historia de la
salud, saca esta conclusión: «¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de
corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu Santo. Como
vuestros padres, igual vosotros» (/Hch/07/51). Toda contradicción contra
Dios se recoge en la contradicción contra Jesús.
María, madre de Jesús, está incorporada a la suerte de su Hijo. Y a ti...
Simeón se dirige a ella. El oráculo profético, según el cual Jesús es una
señal que será objeto de contradicción, se dirige en primer lugar a María.
La contradicción de que será objeto Jesús, le afectará también a ella. Una
espada te atravesará el alma. Por los ataques contra Jesús, ella misma
sentirá dolor en el alma. María es la madre dolorosa que está en pie junto
al Crucificado. Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última
consecuencia de la contradicción.
La contradicción de que es objeto Jesús y el dolor que experimenta María
tiene una finalidad fijada por Dios: para que queden patentes los
pensamientos de muchos corazones. La decisión que se toma ante la señal que
es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos.
Por Jesús, que está ligado con María, se formula un juicio contra la
humanidad. «Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque las obras de ellos eran
malas» (/Jn/03/19). El Dios encarnado es señal que sería objeto de
contradicción, pero aún lo será más el Crucificado. María, la madre que lo
engendró como hombre sujeto al sufrimiento, sufre con él de la
contradicción. La unión con ella es la señal, objeto de contradicción; el
escándalo es la humanidad de Jesús (Cf. Luc_4:22; Luc_7:23; Luc_23:35).
María y Jesús no se deben separar. Esta inseparabilidad continúa en la
Iglesia y en Jesús. Ambos juntos son la señal de la decisión, de la
manifestación del estado interior del hombre, de si uno es hombre de
obediencia o de desobediencia, hombre de contradicción o de entrega.
d) Testimonio de la profetisa (Lc/02/3638).
36 También estaba allí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser. ésta era ya de edad muy avanzada. Casada desde jovencita, había vivido
con su marido siete años; 37 Y era una viuda que llegaba ya a los ochenta y
cuatro. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y
oraciones.
Al profeta se añade la profetisa. Israel tuvo siempre también mujeres
dotadas de espíritu. La teología rabínica cuenta siete de ellas. Está
anunciado que en los últimos tiempos profetizarán los hijos y las hijas de
Israel. «Aun sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en
aquellos días, y hablarán proféticamente» (Jua_3:2; Hec_2:18). A la grave
palabra del juicio, de la contradicción y de la espada siguen palabras de
consolación y de aliento. El nombre de la profetisa y los de sus antepasados
significan salvación y bendición. Ana quiere decir: Dios se ha compadecido;
Fanuel, Dios es luz; Aser, felicidad. Los nombres no carecen de significado.
Lo que significan estos nombres emana de las personas y de sus palabras y lo
sumerge todo en el resplandor de la alegría, de la gracia y del favor de
Dios. El tiempo mesiánico es un tiempo de profusión de luz. Ana está, como
Simeón, formada por la piedad veterotestamentaria. Su avanzada ancianidad
demuestra la complacencia de Dios que reposa en ella; en el momento del
encuentro con Jesús tenia Ana más de cien años. Su vida era ordenada y
casta. Había casado todavía jovencita, su matrimonio duró siete años, y su
casta viudez doce veces más: ochenta y cuatro años en total (Cf. Jdt_8:4
ss.; Jdt_16:22s.). Su vida estaba dedicada a la oración, a las visitas al
templo (asistencia al culto) y al ayuno, noche y día. Vivía completamente
para Dios, en la presencia de Dios. Ana es presentada como modelo luminoso
de las viudas cristianas. «La viuda de verdad, la que está desamparada,
tiene su esperanza puesta en Dios y se dedica a las súplicas y oraciones,
día y noche» (1Ti_5:5).
38 Presentándose en aquel mismo momento, glorificaba a Dios, y hablaba del
niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Ana es testigo de la gran hora de gracia del templo. Con la luz del Espíritu
Santo reconoce al Mesías en el niño que llevaba María al templo. Glorificó a
Dios, como alternando en un responsorio con Simeón. Como había reconocido la
venida del Mesías y quedó llena de gozo, se convirtió en apóstol. No cesaba
de hablar de él a todos los que esperaban al Redentor. Su mensaje halla
límites en la mayor o menor disposición para aceptarlo. La palabra de la
revelación debe aceptarse, como se acoge a un huésped... Jesús es la
liberación de Jerusalén. Con la aparición de Jesús en el templo se inicia la
liberación de todos los enemigos (1Ti_1:68.71): mediante la gracia de Dios
que perdona. Jesús mismo es la liberación, la redención (1Ti_24:21). En él
está presente la salvación escatológica. La historia de la infancia ha
llegado a su punto culminante. En el templo de Jerusalén se revelan dos
cosas: la contradicción contra Jesús y la aceptación creyente, condenación y
salvación, caída y resurgimiento.
Se cumple lo que había predicho Malaquías:
«En seguida vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la
alianza que deseáis. Ved que viene ya» (Mal_3:1). Este día es día de juicio:
«¿Y quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme
cuando aparezca? Porque será como fuego de fundidor y como lejía de
batanero» (Mal_3:2). El día es también día de salvación. «Entonces agradará
a Yahveh el sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados y
como en los años antiguos» (Mal_3:4). De Jerusalén, donde se erige en el
templo la señal, irradia la luz para la iluminación de los gentiles, se pone
de manifiesto la gloria de Israel. Esto sucede ahora que Jesús es llevado al
templo, esto sucederá todavía más cuando sea «elevado» en Jerusalén, es
decir, cuando sea exaltado a la gloria. Entonces será reunido el nuevo
pueblo de Dios, y sus mensajeros partirán de Jerusalén al mundo a fin de
reunir a los pueblos en torno a la señal de Cristo.
e) Regreso a Nazaret (Lc/02/3940).
39 Y después de cumplirlo todo según lo que mandaba la ley del Señor, sevolvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Jesús fue manifestado en Jerusalén a la sazón en que cumplía obedientemente
con la ley. «Nacido bajo la ley» (Gal_4:4), Dios lo glorificó por los
profetas. La obediencia lo exaltará y lo glorificará de tal modo que el
universo confiese que Jesucristo es Señor (Flp_2:11).
Pasada la gran hora de Jerusalén, es llevado Jesús de nuevo a Galilea, a su
ciudad. De la gloria de Dios vuelve otra vez a la ciudad que había pasado
sin pena ni gloria por la historia de Israel. Nazaret era su ciudad, la
ciudad de María y de José. Jesús sigue a su madre, y ésta a José, su esposo.
Una vez más está Jesús bajo la obediencia. «Nacido de mujer» (Gal_4:4), su
vida es un despojarse de la gloria de Dios mediante la vida de obediencia.
40 EI niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de
Dios residía en él.
El hombre completo necesita fuerzas corporales y espirituales, la sabiduría
y la gracia de Dios. Pablo desea a los Tesalonicenses: «Vuestro espíritu,
vuestra alma y vuestro cuerpo sea custodiado irreprochablemente para la
parusía de nuestro Señor Jesucristo» (1Te_5:23). Jesús iba creciendo en
fuerzas físicas y se robustecía en el espíritu. Está colmado de sabiduría a
fin de poder vivir conforme a la voluntad de Dios.
La dinámica del crecimiento y del desarrollo mental es también un signo en
la infancia de Jesús. Sobre su vida reposa la gracia, el favor de Dios, que
es el sol que brilla sobre todo crecimiento, la fuerza que origina toda
dinámica. También del niño Juan se dijo que crecía corporal y
espiritualmente (Lc_1:80), pero no se habló de sabiduría y gracia de Dios.
Jesús es más grande que Juan ya desde la infancia.
(Stöger, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico:
P. Alfredo Sáenz, S. J. -
La Sagrada Familia
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia, todavía en el marco de las
fiestas navideñas.
1. ANA Y SIMEON
El evangelio de hoy comienza relatándonos la presentación del Niño en el
Templo de Jerusalén. Ya en otra ocasión hemos hablado de Jesús como
culminación del plan que Dios tenía de hacerse presente entre los hombres.El Verbo encarnado, dijimos entonces, es el nuevo templo de la presencia de
Dios, Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando es llevado al Templo de Jerusalén
lo salen a recibir dos ancianos, Ana y Simeón. La edad provecta de ambos es
como un símbolo de que el culto antiguo está envejecido y debe dejar paso a
Aquel que viene a sustituir al templo viejo, a inaugurar el culto nuevo.
Esos dos ancianos habían consumido sus años en espera de este momento. Poreso uno de ellos entona el himno gozoso de su limitación: "Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto la
salvación que preparaste delante de todos los pueblos". Luego de haber sido
presentado, Jesús sería llevado a Nazaret donde permanecería durante treinta
años.
2. LA IGLESIA COMO FAMILIA DE DIOS
Pero no es éste el tema principal del día. La fiesta de hoy quiere ser ante
todo una exaltación de la familia. Podríase decir que en cierta forma el
designio de Dios a lo largo de la historia había sido el de crear una
familia. Es cierto que Dios comenzó su plan arrancando a Abraham del seno de
su familia, pero al mismo tiempo le hizo la promesa de un descendiente, de
un heredero, Cristo, en torno al cual se formaría la familia perfecta. Y
cuando con brazo poderoso sacó a los judíos del Egipto lo hizo para
constituirlos en pueblo, en familia de Dios, y para que nunca olvidasen esa
hazaña les ordenó celebrar cada año la Pascua en familia,' de modo que, ya
desde niños, aprendiesen a conocer a Dios y fuesen luego fieles a la
vocación divina.
Siguiendo la misma línea, Dios constituyó luego la Iglesia
-nuevo Israel-al modo de una familia, con un Padre común.
Ello no puede sino ser para nosotros un motivo de gozo. Somos de la familia
de Dios, formamos un cuerpo de hermanos. Nos lo dijo San Pablo en la segunda
lectura de hoy: "Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones; esa paz a
la que habéis sido llamados porque formamos un solo cuerpo". Cristo mismo es
nuestra Paz, dirá en otro lugar el Apóstol, es decir que en El todo nos
encontramos, nos reconciliamos. Por la fe y el bautismo nos hemos visto
despojados de nuestro propio cuerpo de pecado y hemos renacido a una vida
nueva en la inserción al cuerpo resucitado del Señor. Cristo es la cabeza de
ese cuerpo, el jefe de familia.
Integramos, pues, la familia de Jesús. Lo dijo El mismo: "¿Quién es mi madre
y mis hermanos? El que hace la voluntad de mi Padre es mi hermano, y mi
hermana, y mi madre". Cristo fue hecho "primogénito entre muchos hermanos"
dice San Pablo. Todos, así, hermanos en Cristo, hijos de un mismo Padre,
Dios, y de una misma Madre, la Virgen María. Por eso el Apóstol nos exhorta
en la epístola de hoy a ayudarnos unos a otros y a encontrarnos
familiarmente en la liturgia para alabar a Dios en la concordia.
3. LA FAMILIA CRISTIANA
Toda la Iglesia, incluido Cristo, su cabeza, constituye, pues, una gran
familia, hecha a imagen de la familia de Nazaret. Pero esto no es todo.
También nuestra pequeña familia es una especie de microiglesia o, como
gustaba llamarla San Juan Crisóstomo, una "iglesia doméstica". No deja de
ser aleccionador advertir que varios oficios de la Iglesia se han expresado
en base a nombres tomados de la vida familiar: Papá, Abad, Padre, Hermano,
Madre, Hermana. Como se ve, es íntima la relación que media entre la Iglesia
y nuestra familia. San Pablo, por su parte, no vaciló en proponer como
modelo del amor conyugal el mutuo amor de Cristo y de su Iglesia: "Las
casadas -dice- estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido
es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su
cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus
maridos en todo... Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla... Los
maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo... Por esto dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una
carne. Gran misterio, éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia". Tal
es el modelo: así como Cristo se ha unido a su Iglesia hasta el punto de
hacerla su cuerpo, el esposo cristiano amará a su esposa, la querrá pura y
santa, se hará con ella una sola cosa. Tres amores son los que constituyen
el núcleo familiar: el amor conyugal, el amor paternal-maternal, y el amor
filial. Ante todo está el padre: es el fundamento de la unidad familiar, el
que representa a Cristo cabeza, quien debe velar por el desarrollo armonioso
de toda la familia. Luego la madre: si el marido es la cabeza, la mujer es
el corazón; y si aquél posee la primacía del gobierno, ella puede y debe
reivindicar como suya la primacía del amor; toca a la madre crear una
atmósfera de ternura y de belleza en el hogar; en verdad, sin su presencia
el hogar no podría subsistir. Y finalmente los hijos, corona de sus padres,
pero también quehacer de sus padres: porque no basta con haberlos dado a luz
para la tierra, sino que también tienen aquéllos el deber de educarlos
cristianamente, de engendrados para el cielo; hijos numerosos, si así Dios
lo desea, que imiten al Niño Jesús el cual, como nos dice el evangelio de
hoy, "iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios
estaba con él; habrán de crecer en sabiduría, es decir en el conocimiento,
en la cultura, en el gusto de las cosas nobles, en el gozo saboreado de la
verdad aprendida; crecer también en gracia de Dios, que es lo más
importante, y a lo cual tanto pueden contribuir los padres; los hijos
deberán obedecer a sus padres "en el Señor", dice asimismo San Pablo, como
señalando que la vida del hogar debe desarrollarse en un ambiente religioso,
pero agrega enseguida que los padres no deben exasperar a sus hijos sino
criarlos en las enseñanzas de Jesús. De este modo la vida familiar, vivida
"en el Señor", será un extraordinario medio de santificación para todos y de
ejercicio continuado de la fe.
Así fue el hogar de Nazaret, en el cual todos los miembros de nuestras
familias podrán encontrar ejemplo e inspiración. Los padres tienen en José
la regla más luminosa de previsión y vigilancia paternales; la Santísima
Virgen es para las madres un admirable ejemplo de amor, de reserva, de
entrega, de fe; en Jesús, "que les estaba sujeto", podrán los hijos admirar,
adorar o imitar, al modelo mismo de la obediencia.
4. DEFENSA DE LAS VIRTUDES FAMILIARES
Tal es la grandeza del hogar cristiano. De ahí la vigorosa defensa de la
familia que ha caracterizado siempre a la enseñanza de la Iglesia. Porque la
familia, más allá de su nobleza ínsita, es la base de la sociedad. Por
desgracia, el mundo moderno constituye un permanente atentado contra la
dignidad de la familia: la exhortación a limitar los nacimientos mediante
procedimientos ilícitos, a veces planificados por el Estado; el hedonismo
generalizado que hace preferir una heladera a un nuevo hijo; la incitación
al divorcio; la inmoralidad de los medios de comunicación masiva; la crisis
de la vivienda; el hacinamiento en departamentos o en cuartuchos inhumanos;
el trabajo de la madre fuera del hogar... Son todos problemas que,
evidentemente, una familia no es capaz de solucionar. Pero sí puede paliar
sus efectos, al menos hasta cierto punto. Muchas de esas cosas tocan a una
política humana y cristiana, con miras a fundar una sociedad sobre la verdad
y la dignidad. Y esto excede las posibilidades de una familia. Pero al
menos, amados hermanos, dentro de lo posible, que cada uno de ustedes
colabore para que su hogar sea un foco de gloria de Dios, una comunidad de
alabanza y de servicio, donde se aprecie la oración, la oración individual y
en familia; una comunidad de amor, en la que cada uno cumpla su papel con
espíritu de entrega a los demás; los padres engendrando, alimentando y
educando, los hijos asimilando la leche de las generaciones que se les
transmite, siendo "herederos" en el sentido profundo de la palabra, es
decir, acogiendo la herencia cultural y espiritual de sus padres cristianos;
una comunidad peregrina, es decir, de personas que se saben ciudadanos del
cielo antes que de la tierra; una comunidad apostólica, que se irradie hacia
afuera, hacia el círculo que la rodea, para contagiar el espíritu de Cristo
en todos los ambientes.
Esto es lo que hará feliz a nuestros hogares. No busquemos en otras partes
recetas mágicas. Los grandes problemas de nuestras familias no los vamos a
solucionar gracias a psicologismos, ni a experimentos de sabor freudiano.Sin despreciar las soluciones -pero las verdaderas soluciones- naturales.
Debemos convencernos de que lo más importante es la vida del espíritu, la
vida sobrenatural, en que la familia cristiana ha de sobreabundar. Hacer
sobrenaturalmente las cosas naturales. Ser naturalmente sobrenaturales. Que
la madre sepa que no es perder tiempo lavar los pañales de sus hijitos y
darles de comer en la boca. O mejor, que sepa perder tiempo, que eso es lo
más importante que se puede hacer en la vida: perder tiempo. Es el marco de
la contemplación. Es lo que hizo Jesús durante treinta treinta años: perder
tiempo a los ojos de los hombres. Nos desconcierta su actitud. Pero es la
actitud de Dios. Nosotros amamos la velocidad, el vértigo, la vorágine,
batir records. Dios se recluye durante treinta años en una casita escondida.
Cumple lo cotidiano, eso tan monótono y aburrido, pero con espíritu
magnánimo, hace lo ordinario pero de manera extraordinaria.
En fin, que nuestra familia nos ayude a presentir, aunque sea de lejos, lo
que será la vida interior de Dios, de ese Dios que vive en tres Personas, la
familia trinitaria, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios mismo ha querido
expresar su vida interior en términos familiares.
Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús. Que el Señor nos enseñe
a valorar estas cosas que pocos valoran. Pidámosle a Cristo que entre
profundamente en el corazón de los padres, de las madres, de los hijos. Y
que los invada con su amor divino, haciendo de cada familia cristiana
presente en esta iglesia un hogar parecido al de Nazaret.
(Saenz a.,Palabra y Vida, Ciclo B, Segundo Domingo de Adviento, Gladius Buenos
Aires 1993, 33-39)
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Santos Padres:
San Ambrosio -
La presentación en el templo
56. Qué es ser presentado en Jerusalén al Señor, yo lo diría si no lo
hubiera dicho ya en mis comentarios sobre Isaías. Circuncidado de los
vicios, ha sido juzgado digno de la mirada del Señor; pues los ojos del
Señor reposan sobre los justos (Ps 33,16). Observa que todo el conjunto de
la ley antigua ha sido figura del porvenir -pues la misma circuncisión es
figura de la purificación de los pecados-; mas como, inclinada por la
apetencia al pecado, la debilidad humana, cuerpo y alma, está enlazada por
lazos inextricables de vicios, el día octavo, asignado para la circuncisión,
figuraba que la purificación de todas las faltas debía cumplirse en eltiempo de la resurrección. Este es el sentido del texto: Todo varón que abre
el seno materno será llamado santo para el Señor (Ex 13,12): estas palabras
de la Ley prometían el fruto de la Virgen, verdaderamente santo, porque era
sin tacha. Por lo demás, que Él es el que la Ley designa, lo manifiestan las
mismas palabras repetidas por el ángel: El niño que nacerá de ti será
llamado santo, Hijo de Dios (Lc 1,35). Pues ningún comercio humano ha podido
penetrar el misterio del seno virginal, sino que una semilla sin tacha ha
sido depositada en sus entrañas inmaculadas por el Espíritu Santo;
efectivamente, el único de entre los nacidos de mujer que es perfectamente
santo es el Señor Jesús, que no padeció los contagios de la corrupción
terrena por la novedad de su parto inmaculado y fue apartado por su majestad
celeste.
57. Pues, si nos atenemos a la letra, ¿cómo es santo todo varón, cuando no
se nos oculta que muchos fueron grandes pecadores? ¿Acaso es santo Acab?
¿Acaso santos los falsos profetas a los que por la oración de Elías losconsumió un fuego devorador que descendió del cielo? (1 Reg 18). Más he aquí
al Santo en quien se va a cumplir el misterio del que las santas
prescripciones de la Ley habían indicado la figura, ya que sólo Él debía
conceder a la Iglesia, santa y virgen, el dar a luz de su seno entreabierto,
por una fecundidad sin mancha, al pueblo de Dios. Sólo El abre, pues, el
seno maternal, ¿y qué hay de extraño en ello? El que había dicho al profeta:
Antes de que te formare en las entrañas de tu madre, yo te conocí, y en su
seno mismo yo te santifiqué (Ier 1,5). El que santifica otro seno para que
nazca el profeta, El mismo es el que abre el seno de su Madre para salir
inmaculado.
58. Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón, Y era este
hombre justo y temeroso de Dios, que aguardaba la consolación de Israel. No
sólo los ángeles y los profetas, los pastores y los parientes, sino también
los ancianos y los justos aportan su testimonio en el nacimiento del Señor.
Toda edad, uno y otro sexo, los acontecimientos milagrosos dan fe: una
Virgen engendra, una estéril da a luz, un mudo habla, Isabel profetiza, el
mago adora, el niño encerrado en el seno materno salta de gozo, una viuda da
gracias y un justo espera. Con razón se le llama justo, pues no aguardaba su
propia gracia, sino la del pueblo, deseando por su parte ser librado de los
lazos de este cuerpo frágil, pero esperando ver al Mesías prometido; pues él
sabía que eran dichosos los ojos que lo verían (Lc 10,23).
59. Ahora, dice, dejad partir a vuestro siervo. Considera a este justo,
encerrado, por así decirlo, en la prisión de este cuerpo pesado y que desea
librarse de él para comenzar a estar con Cristo: pues es mucho mejor ser
librado de él y estar con Cristo (Phil 1,23). Mas el que quiere ser librado
ha de venir al templo, ha de venir a Jerusalén, esperar al Ungido del Señor,
recibir en sus manos la Palabra de Dios y como estrecharla en los brazos de
su fe. Entonces él será liberado y no verá la muerte, habiendo visto la
vida.
60. Considera qué abundancia de gracias ha derramado sobre todos el
nacimiento del Señor y cómo la profecía ha sido negada a los incrédulos (cf.
1 Cor 14,22), pero no a los justos. He aquí que Simeón profetiza que nuestro
Señor Jesucristo ha venido para la ruina y resurrección de muchos, para
hacer entre los justos e injustos el discernimiento de los méritos y, según
el valor de nuestros actos, como juez verdadero y justo decretar suplicios y
premios.
61. Y tu alma, dice, será atravesada por una espada. Ni la escritura ni
la historia nos enseña que María haya emigrado de esta vida padeciendo el
martirio en su cuerpo; pues no el alma, sino el cuerpo es el que puede ser
transverberado por una espada material. Esto nos muestra, pues, la sabiduría
de María, que no ignora el misterio celeste; ya que la palabra de Dios es
viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la
división del alma y el espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebr 4,12); pues
todo en las almas está desnudo y descubierto para el Hijo, al cual no
escapan los secretos de la conciencia.
62. De este modo, Simeón ha profetizado, y habían profetizado también una
mujer casada y una virgen; debía de hacerlo también una viuda, para que no
faltase ni el sexo ni el estado de vida. Por esto nos es presentada Ana: los
méritos de su viudez y su conducta nos inducen a creer que fue considerada
digna de anunciar que había venido el Redentor de todos. Habiendo descrito
sus méritos en otro lugar, cuando tratamos acerca de las viudas, no juzgamos
oportuno repetirlo aquí, porque queremos exponer otras cosas. No sin razón
se han mencionado los ochenta y cuatro años de su viudez; pues estas siete
decenas y dos cuarentenas parecen indicar un número sagrados.
Lc 2,4152. Jesús en medio de los doctores
63. Y cuando llegó a la edad de doce años. A los doce años, según leemos, es
cuando comenzó la enseñanza del Señor; pues un mismo número de mensajeros se
había reservado a la predicación de la fe. No sin motivo, olvidándose de sus
padres según la carne, el que, aun en su carne mortal, estaba lleno de la
sabiduría de Dios y de su gracia, al cabo de tres días fue encontrado en el
templo, como signo de que a los tres días de su pasión triunfante,
resucitado, debía presentarse a nuestra fe sobre el trono del cielo y entre
los honores divinos el que era creído muerto.
64. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía dedicarme en los asuntos de
mi Padre? Existen en Cristo dos filiaciones: una es de su Padre, y otra de
su Madre. La primera, por su Padre, es toda divina, mientras que por su
Madre ha descendido a nuestros trabajos y costumbres. Por lo mismo, lo que
sobrepasa la naturaleza, la edad, la costumbre, no ha de ser atribuido a las
facultades humanas, sino referido a las energías divinas. En otro lugar, la
madre le impulsa a hacer un acto misterioso (milagroso) (Io 2,3); aquí la
madre es reprendida por exigir todavía algo humano. Mas, como aquí se le
muestra en la edad de doce años, allí se nos dice que tenía discípulos,
observa que la Madre aprendió del Hijo a exigir el misterio en su mayor
edad, la que se admiraba del milagro en el más joven.
65. Y vino a Nazaret y les estaba sometido. Maestro de la virtud, ¿podría no
cumplir sus deberes de piedad filial? ¿Y nos extrañan a nosotros sus
deferencias para con el Padre si se somete a la Madre? No es su debilidad,
sino su piedad la que hace esta dependencia, aunque, saliendo de su antro
tortuoso, la serpiente del error levante la cabeza y, de sus entrañas
viperinas, vomitase el veneno. Cuando el Hijo se llama "enviado", el hereje
llama mayor al Padre, para declarar imperfecto a este Hijo que puede tener a
Alguien más grande que El, para afirmar que tiene necesidad de socorros
extraños, puesto que ha sido "enviado" ¿Necesitaba acaso un auxilio humano
para servir al mandato materno? Era deferente con el hombre, era deferente
con la esclava -pues ella dijo de sí: He aquí la esclava del Señor-, era
deferente con su padre putativo; ¿por qué te extraña su deferencia para con
Dios? ¿Sería, pues, ser deferente para con el hombre piedad, y para con Dios
debilidad? Que al menos lo humano te haga apreciar lo divino y reconocer qué
amor es debido a un padre. El Padre honra al Hijo (Io 8,54), ¿no quieres que
el hijo honre al Padre? El Padre, hablando desde el cielo, declara que se
complace en su Hijo, ¿no quieres tú que el Hijo, cubierto con el vestido de
una carne humana, expresando en el lenguaje del hombre un sentimiento
humano, declare a su Padre mayor que El? Pues si el Señor es grande, y digno
de toda alabanza, y su grandeza no tiene fin (Ps 144,3), es cierto que una
grandeza que no tiene fin no puede recibir aumento. Pero ¿por qué no
entender y admitir con espíritu religioso la obediencia del Hijo para con el
Padreen el cuerpo que ha tomado, cuando admito religiosamente el homenaje
del Padre para con el Hijo?
66. Aprende mejor los preceptos que te serán útiles y reconoce los ejemplos
de piedad filial. Aprende lo que tú debes hacer con tus padres al leer que
el Hijo no se separa del Padre ni por la voluntad, ni por la actividad, ni
en el tiempo. Aunque son dos personas, por el poder no son más que Uno. Y
este Padre celestial no ha experimentado los trabajos de la generación; tú,
en cambio, debes a tu madre la pérdida de su integridad, el sacrificio de su
virginidad, los peligros del parto; a tu madre las fatigas prolongadas, pues
la pobre, en estos frutos tan deseados, peligra mucho más, y el nacimiento
que ha deseado la libra de su trabajo, no de sus temores. ¿Qué decir del
cuidado de los padres por la educación de sus hijos, de sus cargas
multiplicadas por las necesidades de otros, de las semillas lanzadas por el
trabajo y que aprovecharán a las generaciones siguientes? ¿No debe exigir
todo esto al menos alguna sumisión? ¿Cómo encuentra el ingrato que su padre
vive demasiado tiempo y le incomoda la comunidad de patrimonio, cuando
Cristo no ha desechado a los herederos?
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 207221, BAC,
Madrid 1966, 118-124)
Aplicación: Benedicto XVI - La oración en la familia de Nazaret
La Familia de Nazaret nos enseña a relacionarnos con Dios |Fiesta de la
Sagrada Familia de Nazaret (Ciclo B) El encuentro de hoy tiene lugar en
el clima navideño, lleno de íntima alegría por el nacimiento del
Salvador. Acabamos de celebrar este misterio, cuyo eco se expande en la
liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de
cada época pueden revivir en la fe y en la oración. Precisamente a
través de la oración nos hacemos capaces de acercarnos a Dios con
intimidad y profundidad. Por ello, teniendo presente el tema de la
oración que estoy desarrollando durante las catequesis en este período,
hoy quiero invitaros a reflexionar sobre cómo la oración forma parte de
la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. La casa de Nazaret, en efecto,
es una escuela de oración, donde se aprende a escuchar, a meditar, a
penetrar el significado profundo de la manifestación del Hijo de Dios,
siguiendo el ejemplo de María, José y Jesús.
Sigue siendo memorable el discurso del siervo de Dios Pablo VI durante
su visita a Nazaret. El Papa dijo que en la escuela de la Sagrada
Familia nosotros comprendemos por qué debemos «tener una disciplina
espiritual, si se quiere llegar a ser alumnos del Evangelio y discípulos
de Cristo». Y agrega: «En primer lugar nos enseña el silencio. ¡Oh! Si
renaciese en nosotros la valorización del silencio, de esta estupenda e
indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos
ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e
hipersensibilizada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el
recogimiento, la interioridad, la aptitud a prestar oídos a las secretas
inspiraciones de Dios y a las palabras de los verdaderos maestros»
(Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964).
De la Sagrada Familia, según los relatos evangélicos de la infancia de
Jesús, podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, sobre la
relación con Dios. Podemos partir del episodio de la presentación de
Jesús en el templo. San Lucas narra que María y José, «cuando se
cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo
llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (2, 22). Como toda
familia judía observante de la ley, los padres de Jesús van al templo
para consagrar a Dios a su primogénito y para ofrecer el sacrificio.
Movidos por la fidelidad a las prescripciones, parten de Belén y van a
Jerusalén con Jesús que tiene apenas cuarenta días; en lugar de un
cordero de un año presentan la ofrenda de las familias sencillas, es
decir, dos palomas. La peregrinación de la Sagrada Familia es la
peregrinación de la fe, de la ofrenda de los dones, símbolo de la
oración, y del encuentro con el Señor, que María y José ya ven en su
hijo Jesús.
La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El
rostro del Hijo le pertenece a título especial, porque se formó en su
seno, tomando de ella también la semejanza humana. Nadie se dedicó con
tanta asiduidad a la contemplación de Jesús como María. La mirada de su
corazón se concentra en él ya desde el momento de la Anunciación, cuando
lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos advierte
poco a poco su presencia, hasta el día del nacimiento, cuando sus ojos
pueden mirar con ternura maternal el rostro del hijo, mientras lo
envuelve en pañales y lo acuesta en el pesebre. Los recuerdos de Jesús,
grabados en su mente y en su corazón, marcaron cada instante de la
existencia de María. Ella vive con los ojos en Cristo y conserva cada
una de sus palabras. San Lucas dice: «Por su parte [María] conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), y así
describe la actitud de María ante el misterio de la Encarnación, actitud
que se prolongará en toda su existencia: conservar en su corazón las
cosas meditándolas. Lucas es el evangelista que nos permite conocer el
corazón de María, su fe (cf. 1, 45), su esperanza y obediencia (cf. 1,
38), sobre todo su interioridad y oración (cf. 1, 46-56), su adhesión
libre a Cristo (cf. 1, 55). Y todo esto procede del don del Espíritu
Santo que desciende sobre ella (cf. 1, 35), como descenderá sobre los
Apóstoles según la promesa de Cristo (cf. Hch 1, 8).
Esta imagen de María que nos ofrece san Lucas presenta a la Virgen como
modelo de todo creyente que conserva y confronta las palabras y las
acciones de Jesús, una confrontación que es siempre un progresar en el
conocimiento de Jesús. Siguiendo al beato Papa Juan Pablo II (cf. Carta
ap. Rosarium Virginis Mariae) podemos decir que la oración del Rosario
tiene su modelo precisamente en María, porque consiste en contemplar los
misterios de Cristo en unión espiritual con la Madre del Señor. La
capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así,
contagiosa.
San José fue el primero en experimentarlo. Su amor humilde y sincero a
su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo
atrajo e introdujo también a él, que ya era un «hombre justo» (Mt 1,
19), en una intimidad singular con Dios. En efecto, con María y luego,
sobre todo, con Jesús, él comienza un nuevo modo de relacionarse con
Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su proyecto de
salvación, cumpliendo su voluntad. Después de seguir con confianza la
indicación del ángel —«no temas acoger a María, tu mujer» (Mt 1, 20)— él
tomó consigo a María y compartió su vida con ella; verdaderamente se
entregó totalmente a María y a Jesús, y esto lo llevó hacia la
perfección de la respuesta a la vocación recibida. El Evangelio, como
sabemos, no conservó palabra alguna de José: su presencia es silenciosa,
pero fiel, constante, activa. Podemos imaginar que también él, como su
esposa y en íntima sintonía con ella, vivió los años de la infancia y de
la adolescencia de Jesús gustando, por decirlo así, su presencia en su
familia. José cumplió plenamente su papel paterno, en todo sentido.
Seguramente educó a Jesús en la oración, juntamente con María. Él, en
particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del
sábado, como también a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de
Israel. José, según la tradición judía, habrá dirigido la oración
doméstica tanto en la cotidianidad —por la mañana, por la tarde, en las
comidas—, como en las principales celebraciones religiosas. Así, en el
ritmo de las jornadas transcurridas en Nazaret, entre la casa sencilla y
el taller de José, Jesús aprendió a alternar oración y trabajo, y a
ofrecer a Dios también la fatiga para ganar el pan necesario para la
familia.
Por último, otro episodio en el que la Sagrada Familia de Nazaret se
halla recogida y unida en un momento de oración. Jesús, como hemos
escuchado, a los doce años va con los suyos al templo de Jerusalén. Este
episodio se sitúa en el contexto de la peregrinación, como lo pone de
relieve san Lucas: «Sus padre solían ir cada año a Jerusalén por la
fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta
según la costumbre» (2, 41-42). La peregrinación es una expresión
religiosa que se nutre de oración y, al mismo tiempo, la alimenta. Aquí
se trata de la peregrinación pascual, y el evangelista nos hace notar
que la familia de Jesús la vive cada año, para participar en los ritos
en la ciudad santa. La familia judía, como la cristiana, ora en la
intimidad doméstica, pero reza también junto a la comunidad,
reconociéndose parte del pueblo de Dios en camino, y la peregrinación
expresa precisamente este estar en camino del pueblo de Dios. La Pascua
es el centro y la cumbre de todo esto, y abarca la dimensión familiar y
la del culto litúrgico y público.
En el episodio de Jesús a los doce años se registran también sus
primeras palabras: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía
estar en las cosas de mi Padre? (2, 49). Después de tres días de
búsqueda, sus padres lo encontraron en el templo sentado entre los
doctores en el templo mientras los escuchaba y los interrogaba (cf. 2,
46). A su pregunta sobre por qué había hecho esto a su padre y a su
madre, él responde que hizo sólo cuánto debe hacer como Hijo, es decir,
estar junto al Padre. De este modo él indica quién es su verdadero
Padre, cuál es su verdadera casa, que él no había hecho nada extraño,
que no había desobedecido. Permaneció donde debe estar el Hijo, es
decir, junto a su Padre, y destacó quién es su Padre. La palabra «Padre»
domina el acento de esta respuesta y aparece todo el misterio
cristológico. Esta palabra abre, por lo tanto, el misterio, es la llave
para el misterio de Cristo, que es el Hijo, y abre también la llave para
nuestro misterio de cristianos, que somos hijos en el Hijo. Al mismo
tiempo, Jesús nos enseña cómo ser hijos, precisamente estando con el
Padre en la oración. El misterio cristológico, el misterio de la
existencia cristiana está íntimamente unido, fundado en la oración.
Jesús enseñará un día a sus discípulos a rezar, diciéndoles: cuando
oréis decid «Padre». Y, naturalmente, no lo digáis sólo de palabra,
decidlo con vuestra vida, aprended cada vez más a decir «Padre» con
vuestra vida; y así seréis verdaderos hijos en el Hijo, verdaderos
cristianos.
Aquí, cuando Jesús está todavía plenamente insertado en la vida la
Familia de Nazaret, es importante notar la resonancia que puede haber
tenido en el corazón de María y de José escuchar de labios de Jesús la
palabra «Padre», y revelar, poner de relieve quién es el Padre, y
escuchar de sus labios esta palabra con la consciencia del Hijo
Unigénito, que precisamente por esto quiso permanecer durante tres días
en el templo, que es la «casa del Padre». Desde entonces, podemos
imaginar, la vida en la Sagrada Familia se vio aún más colmada de un
clima de oración, porque del corazón de Jesús todavía niño —y luego
adolescente y joven— no cesará ya de difundirse y de reflejarse en el
corazón de María y de José este sentido profundo de la relación con Dios
Padre. Este episodio nos muestra la verdadera situación, el clima de
estar con el Padre. De este modo, la Familia de Nazaret es el primer
modelo de la Iglesia donde, en torno a la presencia de Jesús y gracias a
su mediación, todos viven la relación filial con Dios Padre, que
transforma también las relaciones interpersonales, humanas.
Queridos amigos, por estos diversos aspectos que, a la luz del
Evangelio, he señalado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la
Iglesia doméstica, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia
doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los
niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido
de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un
clima marcado por la presencia de Dios. Una educación auténticamente
cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración. Si no se
aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío. Y,
por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de
rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de
Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma,
una verdadera familia. Gracias.
Audiencia General (28-12-2011) Miércoles 28 de diciembre del 2011
Aplicación:
P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. -
La familia y la sociedad
La institución familiar ha sido objeto de muchos ataques
demoledores en lo que va del siglo. Basta sólo recordar algunos juicios
satíricos o críticos contra ella, como por ejemplo:
H. von Doders: "Quien a familia se expone, en ello muere".
KurtTuscholsky: "La parentela es una plaga que Dios impuso a los
hombres sanos para que no fueran tan arrogantes".
Sebastián Hoffuer: "Como guardería infantil, el matrimonio es
irremplazable".
A. Strindberg: "Familia, hogar de todos los vicios sociales";
"La familia es un infierno de los niños".
I. Agnoli: "Los reales enemigos de la democracia hoy son el
matrimonio y la familia".
I. Haller: "La familia es una organización deficitaria".
V. Gerhardt: "Familia, una nada pedagógica", etc.
El origen de la familia es tan antiguo como la humanidad. En la mayoría de
los pueblos civilizados la historia nos la presenta en su forma monogámica
(uno con una) y regida bajo la autoridad del padre. La familia polígama (uno
con muchas o una con muchos) es una rareza y aparece sobre todo en
civilizaciones decadentes. Esto no puede dejar de hacernos reflexionar.
¿Qué funciones cumple la familia en la sociedad?
1. LA FAMILIA ES UNA SOCIEDAD NATURAL
¿Qué es la familia? La familia es la comunidad de los padres y de los hijos.
Tiene su origen en inclinaciones de la misma naturaleza humana que hace que
un hombre se una para siempre a una mujer y su unión florezca en la
fecundidad de nuevas vidas: los hijos.
Cuando decimos que la familia es una sociedad natural, estamos diciendo que
no es un invento de los hombres. Los hombres han inventado los bancos, los
clubes de futbol y los restaurantes... pero no han inventado la familia. La
familia es algo natural, como es natural la inclinación del varón hacia la
mujer y de la mujer hacia el varón. Por eso hay familia dondequiera que hay
hombres. No es el Estado, los Gobiernos o las Naciones quienes han creado la
familia, sino que ha sido la familia la que ha hecho las Naciones, los
Gobiernos y los Estados.
Todas las sociedades que han intentado destruir la familia han terminado
destruyendo al mismo hombre y a la misma sociedad. Por eso decía Chesterton:
"este triángulo de padre, madre e hijo, es indestructible; pero puede
destruir a las civilizaciones que los menosprecien".
Es por este motivo que el hombre tiene derecho natural a la familia. Es uno
de sus derechos fundamentales. Todo hombre, si es capaz, tiene derecho a
formar una familia. Y de modo paralelo, aunque hoy no sea respetado, todo
hombre tiene el derecho a nacer dentro de una familia: lo requiere su
dignidad humana y lo exige su formación humana y espiritual. Porque así como
un ser humano no puede ser formado si no es dentro del útero de una mujer,
su madre, así tampoco puede ser formado ni puede madurar afectiva, moral y
espiritualmente si no es dentro de una familia bien constituida. Los
antiguos decían que la familia es como "un útero espiritual" (Santo Tomás de
Aquino). No negamos que haya casos y excepciones de muchos niños que
carezcan de una familia; la caridad de otras personas podrán reemplazar el
núcleo familiar en el que deberían haber nacido. Pero que existan estos
casos, y aunque fueran la mayoría, no significa que ese sea el ideal.
La familia es una comunidad de vida. Es la comunidad instituida por la
naturaleza para el cuidado de las necesidades de la vida cotidiana. Por eso
ya decía Aristóteles, citando a los poetas, que los miembros de la familia
son compañeros de mesa y de hogar. Son, en realidad, compañeros de juego y
educación, de expansión y crecimiento psicológico y afectivo. Las primeras
personas con las que un niño juega al llegar a este mundo son sus jóvenes
padres, y más tarde sus hermanos. Los miembros de la familia son compañeros
en el intercambio espiritual, en la hospitalidad, en la formación cultural.
Es una tristeza ver muchas modernas familias que han terminado haciendo de
su "hogar" sólo el lugar donde se duerme por la noche: ni comen juntos, ni
conversan juntos, ni se divierten juntos, ni rezan juntos. Una familia así
es un barco que se hunde.
2. LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD
Pero la familia no sólo tiene una función esencial respecto de cada uno de
los individuos o miembros de la propia familia (el padre, la madre y los
hijos y hermanos) sino también respecto de la sociedad humana a la que
pertenece: a la ciudad o pueblo, a la nación y a la humanidad en general.
¿Qué función? Podemos destacar una triple función que es ser célula de la
sociedad en sentido biológico, moral y cultural.
La célula es el elemento vital más pequeño y primero que da vida a un ser.
Hay seres que tienen una sola célula y otros, como nosotros que tenemos
millones de ellas. Pero vivimos porque esas células viven, se reproducen,
crecen. Cuando empiezan a morir las células de un individuo, éste empieza a
envejecer y el proceso mortal de un individuo termina cuando todas sus
células mueren.
1) Célula biológica.
Cuando decimos que la familia es la célula biológica de la sociedad queremos
decir que es la unidad mínima que da vida a una sociedad. Una nación, un
país, vive y crece en la medida en que tiene familias que viven y crecen y
dan origen a nuevas familias (es decir, cuando sus hijos se van casando).
Una sociedad perfecta, como es una nación, no vive de individuos sino de
familias. Los individuos pueden llegar a dar origen a nuevos individuos,
como hacen por ejemplo los que tienen relaciones sexuales sin formar
familia. Pero estos no dan vida a una sociedad, porque fuera de la familia
los hijos no son buscados sino en casos accidentales y aislados, y porque
fuera de la familia los hijos no reciben lo que necesitan para su formación
psicológica y afectiva, moral y espiritual: nadie sino unos padres estables
pueden dárselo. Por eso, en la medida en que se destruye la familia, se
destruye también la sociedad.
¿Qué ejemplo más claro necesitamos que el que nos ofrecen los países donde
la familia es ya una anécdota del pasado y se habla de "modelos familiares
alternativos" como: "familia adoptiva", "familia sucesiva", "familia
parche", "familia abierta", "familia de escombros", "familia fachada",
"familia fragmento", "familia rica en padres", "familia monoparental", etc.?
Disminuyen los nacimientos, aumentan las tasas de mortalidad, cada vez hay
más ancianos y menos niños. Es igual al cuerpo de un viejo que se va
arqueando por el peso de los años, se hace lento, va paralizándose y
finalmente cae en cama enfermo y muere. Si económicamente le va mejor (como
ocurre con algunos países) no quiere decir nada: también hay personas que
mientras más envejecen y más avaros se vuelven, más dinero tienen, pero esto
no los hace más jóvenes ni más felices ni retrasa la hora de su muerte. Esto
es una seria advertencia para los países ricos pero profundamente egoístas
que han puesto su ideal en una sociedad materialista, sin matrimonio
estable, sin familia, sin hijos molestos... y ahora, gracias a los asilos y
a la eutanasia, sin viejos que atender... Pero que se van muriendo como
sociedad.
2) Célula moral.
La familia no es sólo la célula de la sociedad en sentido biológico. Es
también célula en el sentido moral. ¿Qué quiere decir esto? Que la
adquisición y el desarrollo de todas las fuerzas espirituales y morales del
hombre es una cuestión de educación familiar. De modo muy acertado Theodor
Heuss (primer presidente alemán después de la segunda guerra) la llamó
"Posada de la Humanidad". Es en la familia donde cada hombre y cada mujer
adquiere los principales fundamentos de la riqueza interior y espiritual que
luego podrá difundir en la sociedad. Quiere decir también que es en la
familia donde adquiere las principales virtudes sociales. Una sociedad anda
bien si sus miembros son virtuosos socialmente, es decir: si practican la
justicia y el amor al prójimo, si saben practicar adecuadamente la autoridad
y la obediencia a las leyes. Pero esto no lo enseña la sociedad sino la
familia. Los que en su familia han recibido ejemplo de violencia y
despreocupación, son también así en la sociedad. Los que no han tenido
familia y se han criado en la calle, abandonados de sus padres, corren
enormes riesgos de no adaptarse socialmente.
La familia es insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social:
es la familia la que enseña a una persona a ser buen ciudadano. Es
respetando a sus padres y hermanos como un niño aprende a respetar a su
patria. Es aprendiendo a proteger a sus hijos y a su esposa como un hombre
aprende a sacrificarse por su tierra. Es practicando la sinceridad con su
familia, la sociabilidad con ellos, el sacrificio, el compartir la pobreza y
el dolor, como una persona se hace útil a la sociedad.
Cuando un país combate la familia, o no la protege o no la beneficia, está
criando cuervos que le comerán los ojos a la patria; está educando viciosos
y corruptos que luego descompondrán su propia sociedad.
3) Célula cultural
Finalmente la familia es célula de la sociedad en su aspecto cultural. Una
nación se identifica y se distingue de las demás por sus valores culturales
propios; y puede enriquecer a los otros pueblos porque tiene cosas propias,
bellas y hermosas que los demás no tienen. Nos gusta visitar países diversos
del nuestro porque tienen usos y costumbres pintorescos, propios: cantos,
bailes, lengua, usanzas, vestimentas, pintura, arquitectura, historia,
instituciones... Cuando estamos fuera de nuestra patria la recordamos con
nostalgia porque nos encontramos en un lugar distinto del nuestro: lejos de
nuestra lengua, nuestra historia, nuestras costumbres.
Pero ¿qué es lo permite que una cultura se mantenga? ¿qué mantiene viva la
lengua, los ritos, las leyendas, las costumbres? No es el Estado, es la
familia. Una lengua se transmite de padres a hijos; las historias se cuentan
de abuelos a nietos; las costumbres se aprenden mirando los mayores; las
anécdotas se aprenden en las noches de invierno junto a la estufa...
Destruida la familia, una sociedad, un pueblo, una nación se convierte en
una convención de extranjeros y extraños...
Por eso es una ley de la sociología que un pueblo que va disminuyendo
paulatinamente el número de los matrimonios y de los nacimientos, es un
pueblo con una cultura decadente.
3. CONCLUSIONES
Todo esto explica porqué allí donde los movimientos
revolucionarios han tratado de excluir o sustituir la familia, ello ha sido
temporalmente posible sólo con la ayuda de un enorme convencimiento
ideológico y/o una permanente presión y violencia políticas.
Podemos sacar de lo dicho importantes conclusiones.
La primera es que a la sociedad civil le va su misma vida en el
mantenimiento y fomento de los valores familiares. Mantener y fomentar la
familia, ayudarla a progresar y a que viva dignamente es una cuestión de
vida o muerte de una nación. "Existen buenos motivos para suponer que si la
familia... no fuera ya adecuada a nuestra sociedad, antes que la familia
sería la sociedad la que dejaría de existir" (Theodor Lidz).
La segunda es que toda reforma social que apunte a regenerar o a mejorar la
sociedad se debe centrar en una adecuada política familiar.
La tercera es que la defensa de la familia es el deber primordial de
cualquier política racional y sana. Y forma parte del instinto de
conservación de la sociedad.
La cuarta y última que señalo es que debemos tomar conciencia que toda
política que tenga entre sus programas el divorcio, el antinatalismo, el
aborto, la eutanasia, etc., es una política esencialmente disgregadora y
desintegradora de la patria y de la sociedad en general. No nos debemos
dejar engañar por los slogans falaces y antisociales.
(Fuentes, M., Los hizo varón y mujer, Ediciones del Verbo Encarnado, San
Rafael (Mendoza _ Argentina), 2007, p. 21 - 27)
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Aplicación:
P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La Sagrada Familia de Jesús, María y José
Lc 2, 22-40
Familia que reza unida permanece unida. La oración es unitiva.
La oración en común produce comunión.
Cada hombre es unificado en sus afectos por la contemplación. Un
grupo de personas unifica sus distintas formas de ser por un ideal común.
Cuando la familia reza unida se une dirigiendo sus plegarias al ideal común
de sus vidas: Dios, Jesús, María.
Cuando toda la familia busca alcanzar la santidad por sobre
todas las cosas disminuyen las contradicciones que producen las
separaciones.
La Sagrada Familia estaba unida en un ideal común: Dios. Jesús,
José y María querían cumplir con perfección la voluntad de Dios.
Podrían objetarme. En la Sagrada Familia todos eran perfectos...
y en nuestras familias hay muchas deficiencias. Los defectos de los demás se
sobrellevan por la caridad, viendo a Jesús en el otro y tratándolo y
considerándolo como al mismo Jesús.
¿Pero muchas veces los miembros de una familia no comparten el
mismo ideal de alcanzar la vida eterna? Ese es el problema principal de las
separaciones y peleas. ¿Qué hacer? Rezar y dar buen ejemplo a los que no
comparten ese ideal.
La paz no se rompe sino se rompe la búsqueda personal de la
santidad y el ideal común de la santidad. Puede haber contradicciones con
los demás en la forma de llegar al ideal, en cosas humanas, en cuestiones
temporales, en diferencias de caracteres o de talentos, pero eso no rompe la
verdadera paz, es sólo un momento fugaz de contradicción que se repara
pidiendo disculpas o dándole la importancia que merece, callando, dejando
pasar...
¿Cuánto tiempo le damos a Dios en nuestra comunidad familiar?
Muy poco, a veces, ninguno y eso entre personas que vamos a Misa y estamos
comprometidos. No quiero perderme este programa de TV, estoy muy cansado...
En la vida familiar deben existir momentos de recreación pero
también momentos de oración común, momentos para crecer en el ideal común.
Nos reunimos para resolver un problema temporal, lo tratamos con
minuciosidad. ¿Y nuestro crecimiento en el conocimiento y amor de Dios?
Hay que tratar de buscar momentos para unir a la familia. Las
circunstancias del mundo moderno tienden a separar: el trabajo, las
diversiones personales, la independencia, las ocupaciones y compromisos, el
agotamiento por el exceso de actividad, la diversidad de horarios. Hay que
suplir esas separaciones, que a veces aparecen necesarias, con momentos de
unidad familiar y no hay mejor actividad unitiva que la oración y si es
meditativa mejor aún. Hay familias que leen la Sagrada Escritura y
reflexionan sobre ella y ponen en común la reflexión personal. Eso es
demasiado idealista, me podrían decir. Al menos rezar juntos los que buscan
la santidad y la quieren para toda la familia y rezar especialmente por los
que están lejos de Dios. Al menos rezar bendiciendo los alimentos, rezar el
rosario juntos al finalizar el día, asistir a la Santa Misa en familia,
poner un día determinado para ir a confesarse toda la familia, comulgar
juntos porque la Eucaristía es el sacramento de la unidad. ¡No se trata de
fastidiar e insistir imprudentemente a los que no quieren rezar! Pero sí de
hacerlo cada uno de los que quieren hacerlo dando buen ejemplo y teniendo
paciencia con los que no han encontrado el verdadero camino, el único
camino, que es Jesús.
¿Por qué las separaciones? Porque Jesús no es el centro de la
vida familiar como fue en la Sagrada Familia.
Jesús y no el hijo. Porque aunque en la Sagrada Familia el hijo
era Jesús, amaban a Jesús más por ser Dios que por ser hijo, si fuera
posible hacer una separación, y lo menciono porque en muchas familias y más
las que tienen un solo hijo, lo convierten en centro de todo y con ello le
perjudican grandemente.
Cuando Jesús es el centro de la familia hay unidad. Cuando mi
corazón se ha unificado en el amor de Dios por sobre todo, soy instrumento
de unidad y soy capaz de sobrellevar cualquier contradicción por amor a
Jesús. Si entre dos que buscan a Jesús se da la separación probablemente es
porque no tenían firmemente centrado su corazón en Jesús. Lo postergaban en
su interior por su amor propio.
Aprendamos a compartir nuestra historia personal con nuestra
familia siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia. Jesús es el centro de
toda familia porque es el Salvador, porque es el camino para llegar al ideal
de toda vida humana: la gloria eterna, Dios.
Momentos de alegría y de tristeza compartidos en familia, pero
sobre todo, momentos de oración. Jesús en el centro como en el portal de
Belén y todos contemplándolo, conociéndolo, amándolo, porque la
contemplación lleva al conocimiento, el conocimiento enciende el amor y el
amor produce comunión, unidad. Un solo corazón y una sola alma en el amor a
Jesús, ese debe ser el lema de toda familia. Por eso familia que reza unida
permanece unida.
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