Domingo 1 de Adviento C: Comentarios de Sabios y Santos I - para preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - La venida del Hijo del hombre (Lc 21,25-28)
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - Artículo 7: Desde
allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos
Santos Padres: San Gregorio Magno - Nuestro Señor anuncia de antemano los
males que han de sobrevenir al mundo
Aplicación: San Juan de Ávila - ¡Grande es el día del Señor, y muy terrible!
Aplicación: San Juan Pablo II - La realidad del hombre y el Adviento
Apliciación: Raniero Cantalamessa - La vida es
espera
Ejemplos predicables
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Nota
Litúrgica
Como sabemos, el calendario litúrgico está organizado según tres Ciclos,
Ciclo A, Ciclo B y Ciclo C. Y en cada uno de estos Ciclos se lee de manera
semi-continua un evangelista sinóptico: Mateo para el Ciclo A, Marco para el
Ciclo B y Lucas para el Ciclo C. Este año litúrgico, que comienza con este
Primer Domingo del Tiempo de Adviento, corresponde al Ciclo C, y por lo
tanto se leerá de manera semi-continua el Evangelio según San Lucas.
Presentamos aquí lo que dicen las Prenontanda del Leccionario Romano
respecto al tiempo de Adviento.
“1. Tiempo de Adviento
“a) Domingos
“93. Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se
refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo), a
Juan Bautista (segundo y tercer domingo), a los acontecimientos que
prepararon de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo). Las lecturas
del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico,
tomadas principalmente del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol
contienen exhortaciones y enseñanzas relativas a las diversas
características de este tiempo.
“b) Ferias
“94. Hay dos series de lecturas, una desde el principio hasta el día 16 de
diciembre, la otra desde el día 17 al 24. En la primera parte del Adviento
se lee el libro de Isaías, siguiendo el orden mismo del libro, sin excluir
aquellos fragmentos más importantes que se leen también en los domingos. Los
Evangelios de estos días están relacionados con la primera lectura. Desde el
jueves de la segunda semana comienzan las lecturas del Evangelio sobre Juan
Bautista; la primera lectura es, o bien una continuación del libro de
Isaías, o bien un texto relacionado con el Evangelio. En la última semana
antes de Navidad, se leen los acontecimientos que prepararon de inmediato el
nacimiento del Señor, tomados del Evangelio de san Mateo (cap. 1) y de san
Lucas (cap. 2). En la primera lectura se han seleccionado algunos textos de
diversos libros del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta el Evangelio del
día, entre los que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos de gran
importancia.” (Prenotanda, nº 93-94)
Recordamos, asimismo, un párrafo del nº 25: “Se recomienda mucho la
predicación de la homilía en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del
tiempo pascual, en bien de los fieles que participan ordinariamente en la
celebración de la Misa; y también en otras fiestas y ocasiones en las que
hay mayor asistencia de fieles en la iglesia.” (Prenotanda, nº 25).
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Exégesis: Alois Stöger - La venida del Hijo del hombre (Lc 21,25-28)
a) Señales en el universo (Lc 21, 25-26)
De las predicciones, cuyo cumplimiento se ha experimentado ya, pasa el
discurso a los acontecimientos del tiempo final, que todavía están
pendientes de realización. Se distingue claramente la ruina de Jerusalén y
el tiempo final. Pero no se dice nada acerca de lo que han de durar los
tiempos de los gentiles.
El tiempo final se anuncia con grandes acontecimientos cósmicos. Antes de
que venga el Hijo del hombre, se producirá un trastorno en el universo. Se
verán sacudidos sus tres grandes ámbitos, conforme a la idea de la época,
que concebía el mundo dividido en tres pisos. En el firmamento se producen
signos en el sol, en la luna y en las estrellas. Como se ve, Lucas no tiene
gran interés en describir detalladamente estas señales, como lo hace Marcos:
el sol se oscurecerá, la luna no dará ya luz, las estrellas caerán del cielo
(Mar 13:24). En la tierra se verán las gentes presa de angustia y de
desconcierto. El mar, sujeto por el poder de Dios (Job 38:10 s), quedará
abandonado a sus impulsos caóticos. Según la concepción de la antigüedad, el
universo es tenido a raya, ordenado y dirigido por potencias espirituales
que tienen su morada en el espacio celeste. Las potencias del cielo se verán
sacudidas, por ello irrumpirá el caos sobre el universo.
Las naciones, los paganos, los hombres serán presa de angustia, quedarán sin
aliento y desconcertados por el miedo y la ansiedad. «Cuando el pánico se
apodere de los habitantes de la tierra, se hallarán en muchos apuros, en
enormes aflicciones» (ApBar 25,3). ¿En qué podrá uno todavía apoyarse cuando
se tambaleen las leyes más seguras? El suelo se hunde bajo los pies. Los
hombres se preguntan qué significa esto, de qué es señal. El discípulo de
Cristo conoce el significado de estos acontecimientos por la palabra de
Cristo. Son señales del que ha de venir. El horizonte de las palabras se
extiende al mundo entero. La humanidad está dividida en dos grandes campos:
el uno -los «hombres»- se consume de pánico, el otro -los discípulos-
afronta esta hora con gozosa expectativa. Sin Cristo, ansiedad; con Cristo,
esperanza inquebrantable.
Las señales se presentan en palabras que tienen una antigua tradición; en
una predicción sobre la ruina de Babilonia se dice: «Ved que se acerca el
día de Yahveh, implacable, cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra
un desierto y exterminar a los pecadores. Las estrellas del cielo y sus
luceros no darán su luz, el sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no hará
brillar su luz» (Isa 13:9 s). En la sentencia pronunciada sobre Edom dice el
mismo profeta: «La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos
como se enrolla un libro, y todo su ejército cae como caen las hojas de la
vid, como caen las hojas de la higuera. La espada de Yahveh se embriaga en
los cielos y va a caer sobre Edom, sobre el pueblo que ha destinado al
exterminio» (Isa 34:4 s). Y en un oráculo de infortunio sobre Egipto se
dice: «Al apagar tu luz velaré los cielos y oscureceré las estrellas.
Cubriré de nubes el sol, y la luna no resplandecerá; todos los astros que
brillan en los cielos se vestirán de luto por ti, y se extenderán las
tinieblas sobre la tierra» (Eze 32:7 s). La intervención primitiva de Dios
en la historia de las ciudades y de las naciones se encuadra en el marco de
grandes trastornos cósmicos. (…). Tiembla el universo cuando se levanta Dios
y visita la tierra. El sacudimiento del universo a la venida del Hijo del
hombre sirve seguramente sólo para la representación del Hijo del hombre, al
que Dios ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra. Cuando en su
venida atraviese los espacios del universo, temblarán los poderes del cielo
de respeto y sobrecogimiento. Pero las predicciones son oscuras hasta que se
cumplen. (…).
b) Aparece el Hijo del hombre (Lc 21,27-28)
27 "Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poderío y
majestad".
El Hijo del hombre se hará visible. Se le podrá contemplar con los ojos.
Nadie podrá sustraerse a este acontecimiento. Además, todos los que lo vean
estarán seguros de que es él.
La manifestación del Hijo del hombre se pinta con imágenes procedentes de la
tradición: «Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se
llegó al anciano de muchos días y fue presentado a éste. Fuele dado el
señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará nunca, y su
imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan_7:13 s). El Hijo del hombre
viene sobre una nube; la nube es el carro de Dios. Dios mismo se manifiesta
con poderío y majestad. El Hijo del hombre tiene participación en el señorío
de Dios. Las imágenes transmitidas por tradición tienen por objeto
representar la majestad divina de Cristo. Todas las imágenes son
sencillamente un débil balbuceo en comparación con lo inefable de su
grandeza. Jesús no viene ya en la debilidad de su manifestación terrena,
sino en la grandeza y gloria de su exaltación. Pero ¿quién podrá hablar de
ella en forma adecuada?
28 "Cuando comience a suceder todo esto, tened ánimo y levantad la cabeza,
porque vuestra liberación se acerca".
La Iglesia marcha encorvada como un hombre que tiene que llevar una carga
pesada. Va como con la cabeza baja, como un hombre que se ve odiado,
perseguido y sin honra. Cuando se inicie lo que preparará los
acontecimientos finales, entonces podrán tener ánimo los creyentes. Lo que
para los otros es amenaza de destrucción, para ellos significa exaltación.
Sólo entonces, cuando aparezca el Hijo del hombre, cesará la Iglesia de ser
una Iglesia oprimida, tentada, encorvada.
La liberación se acerca cuando aparece el Hijo del hombre glorificado. Cesan
la persecución y los peligros. Se ve cumplida la esperanza antes
ridiculizada y escarnecida. La Iglesia sufriente se convierte en Iglesia
exultante. Lo que cantó el padre del Bautista cuando se acercaba el tiempo
de salvación, puede cantarse ahora como realizado: «Bendito el Señor Dios de
Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate» (1,68).
La venida del Hijo del hombre es el día de la recolección para la Iglesia.
Según Marcos, el Hijo del hombre enviará a los ángeles para que reúnan a sus
escogidos desde los cuatro vientos (Mc 13.27). De ello no dice nada Lucas.
El tiempo de la Iglesia entre la ascensión y la segunda venida era tiempo de
misión, tiempo de recogida de los pueblos; ahora es el tiempo en el que la
Iglesia reunida recibe su forma plena y su liberación definitiva.
Actitudes escatológicas (Lc 21, 29-36)
a) No dejarse desorientar (21,29-33)
(…)
b) Vigilancia y sobriedad (21, 34-36)
El Hijo del hombre ha de venir, aunque su venida no sea próxima y aunque se
difiera el tiempo en que ha de venir. No se puede hacer como el criado
infiel que decía para sí: «Mi señor está tardando en llegar» (Luc 12:45).
Vendrá de improviso, rápida e inesperadamente, como un lazo en el que cae un
pájaro desprevenido y demasiado confiado. Es necesario tener cuidado. Aquel
día en que vendrá el Señor, es día de juicio (Luc 17:31). En él se decide el
destino final. Ese día es a la vez día de liberación y día de condenación.
Hay que estar prevenidos.
La crápula y la embriaguez embotan el corazón del hombre, distrayéndolo de
los acontecimientos venideros; la excesiva preocupación por comer y beber
enturbia la vista para no ver lo que nos aguarda. El corazón, del que
provienen las decisiones morales y religiosas, tiene que mantenerse
disponible para los acontecimientos finales. El que sólo se interesa por la
vida terrena y sus placeres, no tiene espacio ni voluntad para pensar en
«aquel día». «La noche está muy avanzada, el día se acerca. Despojémonos,
pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.
Como en pleno día, caminemos con decencia: no en orgias y borracheras; no en
fornicaciones ni lujurias; no en discordias ni envidias» (Rom 13:12 s).
El día del juicio viene para todos. Alcanza a todos los habitantes de la
tierra. Las descripciones pormenorizadas despiertan la atención. Con tales
palabras anuncia el profeta Jeremías la universalidad del juicio: «Si yo, al
desatar el mal, he comenzado por la ciudad en que se invoca mi nombre,
¿ibais a quedar vosotros impunes? No quedaréis, no, puesto que llamaré a la
espada contra todos los moradores de la tierra» (Jer 25:29). El cristiano no
puede decir: Yo soy discípulo de Cristo, ese día no puede perjudicarme. El
juicio ejecutado sobre Jerusalén nos advierte del juicio final y nos pone en
guardia.
36 "Velad, pues, orando en todo tiempo, para que logréis escapar de todas
estas cosas que han de sobrevenir, y para comparecer seguros ante el Hijo
del hombre".
El Hijo del hombre ha de venir con toda seguridad. Cuando venga pedirá
cuentas a los criados fieles y a los infieles (Jer 12:41-48), a los que
negociaron con las minas que les habían sido confiadas y las multiplicaron,
y a los que, inactivos, las guardaron sin hacerlas fructificar (Jer
19:12-27).
El cristiano debe velar a fin de estar preparado para la llegada del Señor.
El Hijo del hombre ha de venir, pero nadie sabe el día ni la hora en que
vendrá. «Velad, pues, porque no sabéis en qué día va a llegar vuestro Señor»
(Mt 24, 42). El discípulo que tiene presentes los decisivos acontecimientos
finales, no puede adormecerse. Su vida debe estar caracterizada por la
vigilancia en espera del Señor y por la prontitud para recibirlo. La
exhortación a estar prontos y en vela brota de lo más original,
característico y decisivo del mensaje de Jesús.
A la vigilancia se asocia la oración. El que ora, está en vela para Dios, y
el que está en vela religiosamente, ora. «Orad en toda ocasión en el
Espíritu, y velad unánimemente con toda constancia» (Efe 6:18). En todo
tiempo es necesario orar, pues nadie conoce el día y la hora1 (*) en que
vendrá el Señor. La Iglesia primitiva asoció la vigilancia y la oración con
la celebración del banquete eucarístico: «Perseverad en la oración, velando
en ella en la acción de gracias» (Col 4:2). En esta exhortación están
reunidas las tres cosas: oración, vigilancia, banquete eucarístico. En estas
vigilias del culto cristiano se realiza la vigilancia cristiana y se imita
lo que Cristo mismo hizo cuando celebró la noche pascual (Col 22:15). Cristo
viene como juez. ¿Podremos escapar de todas estas cosas que han de
sobrevenir? ¿Podremos librarnos de la existencia condenatoria? ¿Podremos
comparecer seguros ante el Hijo del hombre? ¿Lograremos hallar en él un
abogado? Mediante la vigilancia y la oración podremos afrontar el inminente
juicio y comparecer seguros ante el juez.
Termina el último discurso que pronunció Jesús ante el pueblo en el templo.
Las últimas palabras son: el Hijo del hombre. Se dirige a su pasión, pero
volverá en calidad de Hijo del hombre. En las últimas palabras que pronuncie
delante del sanedrín dirá: «Pero desde ahora, el Hijo del hombre estará
sentado a la diestra del Poder de Dios» (Lc 22:69). La venida de Jesús como
Hijo del hombre, al que Dios ha transmitido todo poder, es señal de que su
reivindicación era justa, su mensaje verdadero, de que están garantizadas
sus promesas y sus amenazas. El camino va del pueblo en el templo y de sus
adversarios en el sanedrín a la pasión y a la muerte, pero ésta conduce a la
gloria del Hijo del hombre. El hijo del hombre tiene la última palabra.
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder)
(1) Orar en todo tiempo: Col 18:1; Col 24:53; cf.
Rom 1:9 s; 1Co 1:4; Efe 5:20; Flp 1:3 s; Col 1:3; Col 4:12; 1Te 1:2 s; 2Te
1:3.11; 2Te 2:13; Flm 1:4; Hab 7:25; orar sin interrupción: 1Te 5:17; cf.
1Te 2:13; 2Ti 1:3; no ceso de orar: Efe 1:16; Col 1:9; noche y día: 1Te
3:10; 1Ti 5:5; 2Ti 1:3; cf. Luc 2:37; Luc 18:7; Rev 4:8; Rev 7:15.
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - Artículo 7:
“Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”
I Volverá en Gloria
Cristo reina ya mediante la Iglesia...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
...esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf.
1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1
Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13,
33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente
(cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32).
Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt
24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de
preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia
se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23,
39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad"
respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén
después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la
consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que
Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace
eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su
readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La
entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación
mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc
21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13)
en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12).
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una
impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a
sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura
religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo
en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y
de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn
2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez
que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual
no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio
escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta
falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839),
sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado,
"intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el
"falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes";
GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última
Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap
19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico
de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una
victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10)
que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo
de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap
20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2
P 3, 12-13).
II Para juzgar a vivos y muertos
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan
Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc
12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2,
16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha
tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La
actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la
gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último
día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar
definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo
como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre
también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25,
31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para
juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf.
Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno
se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras
(cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el
Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
Resumen
680 Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están
sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no
tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para
llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo
y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y
muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a
cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
(Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 668 – 682)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - Nuestro Señor anuncia de
antemano los males que han de sobrevenir al mundo
En aquel tiempo: Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las
estrellas; y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el
estruendo del mar y de las olas; secándose los hombres de temor y de
sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque
las virtudes de los cielos estarán bamboleando. Y entonces será cuando verán
al Hijo del hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad. Como
quiera, vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos
y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca. Y propúsoles esta
comparación: Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya
empiezan a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así
también vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el
reino de Dios está cerca. Os empeño mi palabra que no se acabará esta
generación hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no faltarán.
Hermanos carísimos: Nuestro Señor y Redentor, deseando encontrarnos bien
dispuestos, anuncia de antemano los males que han de sobrevenir al mundo,
cuyo fin se avecina, con el propósito de apagar en nosotros el amor del
mundo.
Pone de manifiesto cuántas calamidades han de preceder a su término, que se
acerca, para que, sino queremos temer a Dios cuando la vida se desliza
tranquila, temamos al menos, su cercano juicio, amedrentados por las
calamidades. En efecto, a esta lección del Santo Evangelio que vosotros,
hermanos, acabáis de oír adelantó el Señor lo que poco más arriba dice ( Lc
21-10-12): Se levantará un pueblo contra otro pueblo y un reino contra otro
reino, y habrá terremotos en varias partes y pestilencias y hambres; y poco
después de algunas cosas más agregó, esto que acabáis de oír ( Lc 21,25);
Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas; y en la
tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y
de las olas.
Estamos viendo que, de todos estos acontecimientos, unos han sucedido ya en
efecto, y tememos que otros han de suceder pronto; pues levantarse un pueblo
contra otro pueblo y hallarse las gentes consternadas, vemos que ocurre en
nuestro tiempo más de lo que leemos en los libros; que el terremoto sepulta
innumerables ciudades, sabéis con cuánta frecuencia lo oímos referir de
otras partes del mundo; pestilencias las padecemos sin cesar; ahora,
fenómenos prodigiosos en el sol, en la luna y en las estrellas todavía no
los hemos visto claramente; pero que también éstos no distan mucho, lo
colegimos de la mudanza de la atmósfera; por más que, antes de que Italia
cayera bajo el dominio de los gentiles, vimos ráfagas de fuego, cual si
relampagueara la misma sangre humana que ha sido derramada más tarde; no ha
aparecido aún el extraño alboroto del mar y de las olas, pero, como muchas
de las cosas anunciadas se han cumplido ya, no hay duda de que también
sucederán las pocas que restan, porque el cumplimiento de las que pasaron da
la seguridad de que se cumplirán las que están por venir.
2. Hermanos míos, estas cosas os las decimos con el fin de que vuestras
almas estén vigilantes por vuestra salvación, no sea que, por contarse
seguros, se adormezcan, o por la ignorancia languidezcan; antes bien, el
temor las tenga siempre solícitas y la solicitud las confirme en el bien
obrar, considerando esto que añade la palabra de nuestro Redentor (v.z6);
Secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de
sobrevenir a todo el universo, porque las virtudes de los cielos estarán
bamboleando. Ahora bien, ¿a qué llama el Señor virtudes de los cielos sino a
los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades, que
aparecerán visibles a nuestros ojos a la venida del justo Juez, para
entonces exigirnos rigurosa cuenta de lo que ahora el Creador invisible
tolera paciente?
También allí se añade (v.27): Y entonces verán venir al Hijo del hombre
sobre las nubes con grande poder y majestad. Como si claramente dijera: Al
que no quisieron escuchar cuando se mostró humilde, le verán venir en grande
poder y majestad, para que entonces experimenten su poder, tanto más
riguroso cuanto menos doblegan ahora la cerviz del corazón ante la paciencia
de Él.
3. Mas, porque todo esto se ha dicho contra los réprobos, en seguida se
dicen palabras para consuelo de los elegidos; pues también se agrega (v.28):
Vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad
la cabeza, porque se avecina vuestra redención. Como si la Verdad aconsejara
claramente a sus elegidos, diciendo: Cuando vayan en aumento las calamidades
del mundo, cuando en la conmoción de las virtudes del cielo se manifieste el
terror del juicio, alzad la cabeza, esto es, estad de buen ánimo; porque al
acabarse el mundo, del cual no sois amigos, se avecina la redención que
esperáis; que frecuentemente en la Sagrada Escritura se dice la cabeza por
significar el alma, porque, así como los miembros son regidos por la cabeza,
así el alma dispone los pensamientos; de suerte que levantar la cabeza es
levantar nuestra almas a los gozos de la patria celestial.
Por tanto, a los que aman a Dios se les manda gozarse y alegrarse del fin
del mundo, porque cierto es que en seguida hallarán al que aman, mientras
que fenece el que no amaron.
Lejos, pues, del fiel que desea ver a Dios el contristarse por las sacudidas
del mundo, puesto que sabe que con sus mismas percusiones perece; porque
escrito está (Iac. 4,4): Quien quisiere ser amigo de este mundo, se
constituye enemigo de Dios. Por consiguiente, quien, al acercarse el fin del
mundo, no se alegra, atestigua ser amigo de él y, por lo mismo, queda
convicto de ser enemigo de Dios. Pero no suceda esto a los corazones de los
fieles; no ocurra esto a los que por la fe creen que hay otra vida y la
procuran con sus obras; pues llorar por la destrucción del mundo es propio
de los que han fijado las raíces de su corazón en el amor de él, de los que
no buscan la vida venidera, de los que ni siquiera sospechan que la hay.
Pero nosotros, los que conocemos los gozos eternos de la patria celestial,
debemos darnos prisa a poseerlos cuanto antes; debemos desear caminar más
apresurados y llegar a ella por el camino más breve; porque ¿de qué males no
se ve acosado el mundo? ¿Hay tristeza o adversidad alguna que no nos oprima?
¿Qué s la vida mortal sino un camino? Pues considerad, hermanos míos, qué
tal cosa sea sentirse desfallecer de la fatiga del camino y no querer que
ese camino tenga fin.
Ahora bien, que se deba no hacer caso del mundo y aun despreciarle, nuestro
Redentor lo declara con una aguda comparación, cuando añadió en seguida
(v.29-31): Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya empiezan
a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así también
vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de
Dios está cerca. Como si claramente dijera: Como la proximidad del verano se
conoce por el fruto de los árboles, así por la destrucción del mundo se
conoce estar cerca el reino de Dios. Palabras con las que acertadamente se
pone de manifiesto que el fruto del mundo es su ruina, pues para esto crece,
para caer; para esto cae, para germinar; y para esto germina, para consumir
a fuerza de calamidades todo lo que germina.
Y está bien comparado el reino de Dios con el verano, porque, cuando los
días de la vida resplandecen con la claridad del Sol eterno, se acabaron ya
entonces los nubarrones de nuestra tristeza.
4. Cosas todas éstas que se confirman plenamente con añadir sentencia que
dice (v.32-33): Os empeño mi palabra que no, se acabará esta generación
hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo la tierra se mudarán, pero mis
palabras no faltarán.
Nada hay en el mundo más durable que el cielo y la tierra, y nada en él pasa
más rápidamente que la palabra, pues las palabras, nuestras no están
completas, no son palabras, y cuando se han completado ya no son, porque no
pueden completarse sino pasando: ora bien, dice: El cielo y la tierra se
mudarán, pero mis palabras no faltarán, que es como si claramente dijera:
Todo lo que entre otros es durable hasta que venga la eternidad, no dura
sino dándose; y todo lo que en mí se ve pasar se mantiene fijo y que
perduran sin cambio, porque la palabra mía, que pasa, expresa sentencias que
perduran sin cambiar.
5. He aquí, hermanos míos que ya estamos viendo lo que oíamos; el mundo se
ve acosado cada día de nuevos y redoblados males. Ya veis cuántos habéis
quedado de aquella multitud innumerable, y, con todo, aun insisten a diario
los flagelos; nos vemos envueltos en desgracias repentinas; nuevas e
imprevistas calamidades nos afligen; pues así como en la juventud está el
cuerpo vigoroso, el pecho se mantiene fuerte y sano y robustos los brazos,
mas en la senectud se abate la estatura, la cerviz flácida se doblega, el
pecho siéntese oprimido con frecuentes anhelos, decaen las fuerzas y la
respiración fatigosa entrecorta las palabras al hablar, porque, aunque no
haya enfermedad; por lo regular para los viejos la misma salud es una
enfermedad, así el mundo, en sus primeros años tuvo como el vigor de la
juventud, fue robusto para propagar la prole del género humano, recio en la
salud del cuerpo y pingüe en abundancia de cosas; mas ahora se ve oprimido
por su misma senectud y con mayor frecuencia se ve como empujado a una
muerte próxima por las crecientes molestias.
No queráis, hermanos míos, amar al que viendo no puede durar mucho tiempo.
Fijad en vuestra alma los preceptos apostólicos, por los que se nos
amonesta, diciendo (I Jn 2,15): No queráis amar al mundo ni las cosas
mundanas, porque, si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad del
Padre.
Hace tres días habéis visto, hermanos, cómo, por una repentina tempestad,
añosas alamedas han sido arrancadas de cuajo y destruidas casas e iglesias
demolidas hasta sus cimientos. ¡Cuántos sanos e incólumes por la tarde
pensaban que a la mañana podrían hacer algo! Y, sin embargo, en esa misma
noche fenecieron de muerte repentina, sorprendidos en el lazo de la
destrucción.
6. Pero debemos considerar, carísimos, que, para realizar todo esto, el Juez
invisible no hizo más que mover la fuerza de un viento tenuísimo, agitó una
sola nube y socavó la tierra y sacudió la tierra violentamente los cimientos
de tantos edificios que están para desplomarse. Pues ¿qué ha de hacer ese
mismo Juez cuando venga El mismo y se enardezca su ira para tomar venganza
de los pecadores, si cuando nos hiere por medio de una tenuísima nube, no le
podemos soportar? ¿Qué hombre podrá subsistir en presencia de su ira, si con
sólo mover el viento socavó la tierra, concitó las nubes y echó por los
suelos tantos edificios?
San Pablo, considerando el rigor del Juez venidero, dice ( Hebr. 10, 31)
Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo. El salmista expresa esta
severidad, diciendo ( Sal. 49,3): Vendrá Dios manifiestamente, vendrá
nuestro Dios y no callará, llevará delante de sí un fuego devorador,
alrededor de El una tempestad horrorosa. Al rigor, pues, de tan severo Juez
acompañarán la tempestad y el fuego, porque la tempestad descubre a los que
el fuego abraza.
Por tanto, hermanos carísimos, poned ante vuestros ojos aquel día, y todo lo
que ahora se os hace pesado, en su comparación, se os hará muy llevadero;
pues de aquel día se dice por el profeta ( Sof. 1, 14-16) Cerca está el día
grande del Señor, está cerca y va llegando con suma velocidad. Margas voces
serán las que se oigan en el día del Señor, los poderosos se verán entonces
en apreturas. Día de ira aquél, día de tribulación y de congoja, día de
calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día nublados y de
tempestades, día del sonido terrible de la trompeta.
De este día dice el Señor de nuevo por el profeta (Ag 2,7): Aún falta un
poco, y yo pondré en movimiento el cielo y la tierra. He aquí que, como
antes hemos dicho, pone en movimiento el aire, y la tierra no subsiste.
¿Quién, pues, podrá soportarle cuando ponga en movimiento el cielo? ¿Y qué
diríamos que son estos horrores que presenciamos sino unos pregoneros de la
ira que sobrevendrá? Pues por eso también es necesario tener presente que
estas tribulaciones son tan distintas de aquella última tribulación cuanto
dista del poder del Juez la persona del pregonero.
Tened, por tanto, puesta vuestra atención, hermanos carísimos, en aquel día;
enmendad la vida, cambiad las costumbres, venced las malas tentaciones
resistiéndolas, y castigad con lágrimas los pecados cometidos, porque algún
día veréis el advenimiento el eterno Juez tanto más seguros cuanto más
prevenís con el temor su severidad.
Hágalo así el Señor.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilía sobre los Evangelios, Libro I, Homilía I, Ed.
BAC, Madrid, 1968, pp. 537-541)
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Aplicación: San Juan de Ávila - ¡Grande es el día del Señor, y muy
terrible!
Magnas enim dies Domini, et terribilis valde, et quis substinebit eum? (Ioel
2,11)
Exordio: Considerando el profeta Joel este día que todos esperamos, y creo
que tememos o tenemos porqué temer, aquel riguroso día del juicio, que el
Señor tiene amenazado que ha de venir; sintiendo esto el profeta como se
debe sentir y como lo sienten aquellos a quien Dios lo da a entender, dijo:
¡Grande es el día del Señor y muy terrible! ¿Quién lo sufrirá? ¿Quién lo
podrá sufrir aquel peso grande de aquel día? Leo rugit, dijo el profeta
Amós, quis non timebit? El león brama, ¿quién no temerá? Amenaza Dios,
¿quién no temblará? Sedebam solus quoniam comminatione replevisti me, dijo
el profeta Jeremías: Sentábame solo y estaba temblando, porque, Señor, me
henchiste, de amenazas.
¿Quién será tan esforzado, tan justificado, que, metiendo la mano en su
pecho, no terná mucho que temer aquel día, y, lo que más terrible es, que
será tan estrecho que no podrá valer hermano a hermano, ni santo a pecador,
ni la abogada de los pecadores, la Virgen nuestra Señora, no podrá remediar
a nadie? Tan derecha estará la vara del juez, tan determinado estará Dios
de dar a cada uno según sus obras, que ni aprovechará su sangre, ni su
pasión, ni su bendita Madre. Decid: ¿es razón que nos ponga esto en cuidado
para que miremos lo que nos conviene antes que nuestra vida se acabe, antes
que venga este día, antes que se nos acabe la luz? Alcemos los ojos a vos
ahora, Señora, que es tiempo. Alcanzarnos la gracia.
Día de cuenta estrecha; ¡Grande es el día del Señor y muy es espantable!
¿Quién lo sufrirá? Sacaréis de aqueste sermón que roguéis mucho al Señor que
os libre de su ira, y desdichado del hombre que está puesto por terrero de
la justicia de Dios y que emplee Dios su espada en herirlo y su justicia en
castigarlo. ¡Cómo lo despedazará un león tan bravísimo! Horrendum est
incidere in manus Dei viventis. Desventurado de un hombre que ha de ser
entregado en manos de la justicia de Dios. ¡Líbranos, Señor, de la tu ira!
¡Grande es el día del Señor! ¿Quién lo sufrirá? ¿Qué tan grande es? Un día
es que terná en sí todos los días hasta el fin del mundo. Aquel día será
suma de todo el tiempo.
Como contáis: uno, dos, tres, y, en llegando al diez, ponéis uno que
contiene todos aquéllos, así en aquel día, como en suma, se ha de pedir
cuenta de todos los días de la vida de todos los hombres. En aquel día se
pedirá cuenta de todos los días. En aquel día se pedirá cuenta a Adán de
ochocientos años, y al otro de novecientos, y al otro de ochenta, y a cada
uno, de los que en este mundo vivió. ¡Grande día es aquél, o para bien o
para mal! La cuenta y el norte de todos los días será aquel día. A quien en
aquel día le fuere bien, bien le habrá ido en todos sus días, y a quien mal,
mal le habrá ido en todos sus días. Hace cuenta que no hay otro día sino
aquél. No os ataviéis más de para aquel día; en componeros para él gastá
todos esotros días. ¡Gran día es, por que es día de cuenta de todos los
días! ¡Oh qué cosa tan recia para la vida que vivimos!
Palabra recia: día de cuenta grande. ¡Pobre de mí!, que decía Job. Aunque yo
tenga buena cuenta y justa delante de Dios, no osaré parecer. Cuenta habemos
de dar a Dios de lo que hablamos, obramos, dejamos de obrar, de lo que
pensamos nosotros; hasta una palabra viciosa. ¿Quién osará creer esto, si
Dios por su misma boca no lo predicara? Dolor, ¡ay! Cierto grande, porque es
día de grande cuenta como aquel día ha de dar el cristiano a su Dios? Si a
un hombre dan un poco de hacienda, da cuenta de cómo la gastó, pero no le
toman cuento, grande, porque es día de grande cuenta. ¿Qué mayordomo de
señor está obligado dar tal cuenta como aquel cristiano a su Dios? Si aun
hombre dan un poca hacienda, da cuenta de cómo la gastó, pero no le toman
cuenta de cómo qué habló o qué pensó en gastarla. Una mujer basta servir
cada uno de cuantos aquí estamos. Cuenta de lo que pecaste tú y tus hijos,
criados, vasallos y perroquianos. Cuenta de lo que pudiérades remediar y no
lo remediastes. ¡Oh cuenta tan nueva!, cuando le pidan a uno: ¿Por qué
juraste? —Señor, no juré. —Juró tu hijo, y porque no lo castigaste y
derramaste lágrimas en mi acatamiento: « ¡Señor, hacéme bueno mi hijo, hacé
que sea vuestro siervo! », por el descuido que tuviste en castigarlo y
rogarme por él, porque tu hijo juró ry fue malo, serás castigado como si tú
juraras.
¡Oh cuán amargas serán aquel día las riquezas superfluas, las risas, el
perdimiento de tiempo! Día grande, porque es día de gran cuenta. ¿Quién se
hallará justo en aquel día? Omnes gressus meos dinumeraverunt, dice Pablo.
Puesto está Dios en talaya, contando todos mis pasos. —¿Qué pasos son éstos?
¿Son los pasos del cuerpo? —No; que no sería mucho ser un hombre tan cuerdo
que no diese paso sin propósito.
Pero estos pasos del ánima... Y éstos, ¿quién los tendrá atados? Los
movimientos, los pensamientos, los deseos; éstos son los pasos del ánima. El
gozo, el enojar y no enojarse, quién terná cuenta con tantas pasiones? San
Gregorio sobre este paso dice: De todo momento de momento te pedirá Dios
cuenta cómo lo gastaste. ¡Desventurado de aquel que no cuenta por momentos
ni por horas, ni aun por días, sino que todo el tiempo gasta perdido, y aun
plega al Señor que no sea en ofensas suyas. Todos mis pasos cuenta Dios.
Todos los cabellos de vuestra cabeza, dice Cristo, son contados. Si e me
sirviéredes, llevar[o]s he en cuerpo y en alma al cielo, a todos enteros os
galardonaré; y ansí, si fuéredes malos, a todos enteros os castigaré. Y como
no le quedará cosa sin galardón, no le quedará cosa sin castigo; de lo mal
que hicistes, de lo mal que pensastes, de lo que mal hablaste, de todo
daréis cuenta.
Cumpliré con eso, dice Dios: scrutabor Hierusalem in lucernis. ¿Quién es
Hierusalem? El ánima pacífica, el ánima que está en gracia, que hace buenas
obras. No me contentaré, dice Dios, de pedirle cuenta por qué no hiciste
limosna, por qué no oísteis misa, por qué no hicisteis obras de caridad,
sino que también la pediré cómo las hicisteis, con qué corazón, con qué
intención rezasteis, si por provecho propio o por honra vana. Yo
tomaré—Dios—una hacha—mi eterna sabiduría—y andaré por los rincones de tu
alma, porque 110 muchas obras que parecen agora de oro, serán en aquel día
estimadas por de lodo, y aunque agora no se vean, entonces se parecerá si te
movió la carne o la caridad a hacerlas. Yo examinaré tus buenas obras, dice
Dios a Hierusalén. Señor, ¿quién sufrirá este día de tan espantable cuenta?
Quid enim faciam cum venerit ad iudicium Deus, et cum quaesierit quid
respondebo?, decía el santo Job. ¿Qué es esto? ¿Sabréisme decir qué cosicosa
que mientras uno tiene peor cuenta menos cuidado tiene? ¿Quién hay entre
todos nosotros tan santo que dijese de sí mismo: non reprehendit me cor meum
in tota vita mea, no me ha reprehendido mi corazón en toda mi vida?
Que vais por Zafra y preguntad a cuantos topáredes: Decid, hermano, ¿habéis
hecho algo en vuestra vida o alguna obra que os haya reprehendido vuestro
corazón, que os haya dicho: Mal hacéis?, que os dirán: Padre, muchas veces
apenas hago cosa que no me reprehenda. ¡Qué alegre andaría Job, tan sigura
su conciencia, pues, de buenas obras! Él lo cuenta: yo fui pie al cojo y ojo
al ciego, padre de los huérfanos: esto era porque cubrían los vellocinos de
sus ovejas su desnudez. Y con todo esto, decía: Un cuidado traigo con mi
ánima, que no me deja descansar: ¿qué haré cuando Dios se levantare al
juicio, o qué le responderé? ¡Oh palabra que condena nuestro descuido y
nuestra falsa siguridad! Si los hombres que ansí viven están temblando, ¿qué
harán los que con mil leguas no llegan a la bondad de aquéllos?
San Jerónimo bienaventurado dice que, durmiendo y comiendo y andando,
siempre andaba temblando y le parecía que sonaba en sus orejas aquella voz
de aquella espantable trompeta: Levantaos, muertos, venid a juicio. Este
bienaventurado teme tanto, y un hombre que no es San Jerónimo, sino que ha
bebido pecados como agua, ni sabe si ha de haber juicio, ni teme aquel día
ni al juez. Pues, ¡triste de mí!, quien tiene esta señal os da cuenta que el
juicio será contra vos- otros, ¿y no tembláis antes que venga? Decí: ¿Tenéis
hin- cado este clavo en vuestro corazón, quitaos este cuidado el dormir de
noche y el comer de día? Conozco yo personas a quien Dios por su
misericordia quiere dar conocimiento de este día y sentimiento que les quita
el sueño y la comida, y aún más adelante. Brava cosa será, aquel día que
esperamos, pedir Dios cuenta tan estrecha. ¿Paréceos que debe poner esto en
cuidado a un hombre? Debía de haber en aquellos tiempos algunos santillos
locos, como agora también los hay, que decían: « ¡Oh si viniese ya el
juicio! », a los cuales reprehende Jeremías diciendo: Vae desiderantibus
diem Domini! San Jerónimo, sobre estas palabras, dice: «Por santo, por justo
que seas, tiembla de aquel día, que, aunque San Pablo dice: No hallo cosa en
mi conciencia que me reprehenda, luego dice: Nihil tamen mihi conscius uum;
pero, con todo esto, no tengo certidumbre de mí, si estoy siguro». Aunque tú
no halles en ti cosa que te reprehenda, es justo que tiembles y pienses que
quizá halla en ti aquella sabiduría infinita (que sabe más de ti que tú
mismo) alguna cosa con que justamente te condene, y no la sepas tú; y por
esto es muy justo que temas como los santos y los justos lo hacen.
(SAN JUAN DE ÁVILA, Sermones del Tiempo. I Dom. De Adv., Ed. BAC, Madrid,
1970, pp. 15-19)
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Aplicación: San Juan Pablo II - La realidad del hombre y el
Adviento
Hermanas y hermanos queridísimos:
El significado del Adviento
1. Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del
Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que «remontarse» a los
comienzos, y al mismo tiempo «descender» en profundidad. Lo hicimos ya por
vez primera el miércoles pasado, escogiendo como tema de nuestra meditación
las primeras palabras del libro del Génesis: «Al principio creó Dios»
(Beresit bara Elohim). Al final del tema desarrollado la semana pasada,
hemos puesto de relieve, entre otras cosas, que para entender el Adviento en
todo su significado hay que entrar también en el tema del «hombre». El
significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de
Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la revelación
primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro
Credo). Pero, al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de
la reflexión profunda sobre la realidad del hombre.
A esta segunda realidad que es el hombre nos asomaremos un poco más durante
la meditación de hoy.
Imagen y semejanza de Dios
2. Hace una semana nos detuvimos en las palabras del libro del Génesis con
las que se define al hombre como «imagen y semejanza de Dios». Es necesario
reflexionar con mayor intensidad sobre los textos que hablan de esto.
Pertenecen al primer capítulo del libro del Génesis, que presenta la
descripción de la creación del mundo en el transcurso de siete días. La
descripción de la creación del hombre, el sexto día, se diferencia un poco
de las descripciones precedentes. En estas descripciones somos testigos sólo
del acto de crear expresado con estas palabras: «Dijo Dios —hágase—»…; en
cambio, aquí, el autor inspirado quiere poner en evidencia primeramente la
intención y el designio del Creador (del Dios Elohim); así leemos: «Díjose
entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza»
(Gén 1, 26). Como si el Creador entrase en sí mismo; como si, al crear, no
sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra: «hágase», sino como
si de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser. Y se
comprende, pues no se trata sólo del existir, sino de la imagen. La imagen
debe «reflejar», debe como reproducir en cierto modo «la sustancia» de su
Modelo. El Creador dice además «a nuestra semejanza». Es obvio que no se
debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida
semejante a la de Dios.
Sólo después de estas palabras que dan fe, por así decirlo, del designio de
Dios Creador, la Biblia habla del acto mismo de la creación del hombre: «Y
creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó
macho y hembra» (Gén 1, 27).
Esta descripción se completa con la bendición. Por lo tanto, constan aquí el
designio, el acto mismo de la creación y la bendición:
«Y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la
tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del
cielo y sobre los ganados, y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la
tierra» (Gén 1, 28).
Las últimas palabras de la descripción: «Y vio Dios ser muy bueno cuanto
había hecho» (Gén 1, 31) parecen el eco de esta bendición.
El primer capítulo del Génesis
3. Hay certeza de que el texto del Génesis es de los más antiguos: según los
estudiosos de la Biblia, fue escrito hacia el siglo IX antes de Cristo.
Dicho texto contiene la verdad fundamental de nuestra fe, el primer artículo
del Credo apostólico. La parte del texto que presenta la creación del hombre
es estupenda dentro de su sencillez y su profundidad a un tiempo. Las
afirmaciones que contiene se corresponden con nuestra experiencia y nuestro
conocimiento del hombre. Está claro para todos, sin distinción de ideologías
sobre la concepción del mundo, que el hombre, si bien pertenece al mundo
visible, a la naturaleza, se diferencia de algún modo de esta misma
naturaleza. En efecto, el mundo visible existe «para él», y él «ejerce
dominio» sobre aquél; aunque esté «condicionado» de varias maneras por la
naturaleza, el hombre la «domina». La domina bien seguro de lo que es, de
sus capacidades y facultades de orden espiritual que lo diferencian del
mundo natural. Son estas facultades precisamente las que constituyen al
hombre. Sobre este punto el libro del Génesis es extraordinariamente
preciso. A1 definir al hombre como «imagen de Dios», pone en evidencia
aquello por lo que el hombre es hombre; aquello por lo que es un ser
distinto de todas las demás criaturas del mundo visible.
Son conocidos los muchos intentos que la ciencia ha hecho —y sigue haciendo—
en los diferentes campos, para demostrar los vínculos del hombre con el
mundo natural y su dependencia de él, a fin de inserirlo en la historia de
la evolución de las distintas especies. Respetando, ciertamente, tales
investigaciones, no podemos limitarnos a ellas. Si analizamos al hombre en
lo más profundo de su ser, vemos que se diferencia del mundo de la
naturaleza más de lo que a él se parece. En esta dirección caminan también
la antropología y la filosofía cuando tratan de analizar y comprender la
inteligencia, la libertad, la conciencia y la espiritualidad del hombre. El
libro del Génesis parece que sale al encuentro de todas estas experiencias
de la ciencia y, hablando del hombre en cuanto «imagen de Dios», da a
entender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra por el
camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se asemeja
más a Dios que a la naturaleza. En este sentido, el salmo 82, 6 dice: «Sois
dioses», palabras que luego repetirá Jesús (cf. Jn 10, 34).
Reflexionando sobre sí mismo
4. Esta afirmación es audaz. Hay que tener fe para aceptarla. Aunque es
cierto que la razón libre de prejuicios no se opone a tal verdad sobre el
hombre; al contrario, ve en ella un complemento de lo que resulta del
análisis de la realidad humana y, sobre todo, del espíritu humano.
Es muy significativo que el mismo libro del Génesis, en la amplia
descripción de la creación del hombre, ya obliga a éste —al primer creado,
Adán— a hacer un análisis parecido. Lo que os vamos a leer puede
«escandalizar» a alguno por el modo arcaico de expresión; pero al mismo
tiempo es imposible no sorprenderse ante la actualidad de aquella narración
cuando se tiene en cuenta el meollo del problema.
He aquí el texto: «Modeló Yavé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en
el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado. Plantó luego
Yavé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien
formara. Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles
hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol
de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un
río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos…
Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo
cultivase y guardase… Y se dijo Yavé Dios: `No es bueno que el hombre esté
solo, voy a hacerle una ayuda proporcionada a él". Y Yavé Dios trajo ante el
hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la
tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los
vivientes el que él les diera. Y dio el hombre nombre a todos los ganados y
a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo; pero entre todos
ellos no había para el hombre ayuda semejante a él» (Gén 2, 7 20).
¿De qué somos testigos? De esto: el primer «hombre» realiza el acto primero
y fundamental de conocimiento del mundo. Al mismo tiempo, este acto le
permite conocerse y distinguirse a sí mismo, «el hombre», de todas las otras
criaturas y sobre todo de quienes en cuanto «seres vivos» —dotados de vida
vegetativa y sensitiva— muestran proporcionalmente mayor semejanza con él,
«con el hombre», dotado también de vida vegetativa y sensitiva Se podría
decir que el primer hombre hace lo que de costumbre realiza el hombre de
todos los tiempos, es decir, reflexiona sobre su propio ser y se pregunta
quién es él.
Resultado de dicho proceso cognoscitivo es la comprobación de la diferencia
fundamental y esencial. Soy diferente. Soy más «diferente» que «semejante».
La descripción bíblica termina diciendo: «No había para el hombre ayuda
semejante a él» (Gén 2, 20).
El misterio del Adviento
5. ¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Lo hacemos para comprender mejor el
misterio del Adviento, para comprenderlo desde los cimientos, y poder
penetrar así con mayor profundidad en nuestro cristianismo.
El Adviento significa «la Venida»
Si Dios «viene» al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una
«dimensión de espera» por cuyo medio el hombre puede «acoger» a Dios, es
capaz de hacerlo.
Ya el libro del Génesis, y sobre todo este capítulo, lo explica cuando al
hablar del hombre afirma que Dios lo «creó… a su imagen» (Gén 1, 27).
(JUAN PABLO II, Catequesis del 6 de diciembre de 1978)
Apliciación: Raniero CantalamessaLa vida es espera
Se trata de un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos
caminando hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el
encuentro con aquél que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una
madre
El otoño es el tiempo ideal para meditar sobre los temas humanos. Tenemos
ante nosotros el espectáculo anual de las hojas que caen de los árboles.
Desde siempre se ha visto en él una imagen del destino humano. Una
generación viene, una generación se va...
¿Pero es de verdad éste nuestro destino final? ¿Más mísero que el de los
árboles? El árbol, después del deshoje, en primavera vuelve a florecer; el
hombre en cambio, una vez que ha caído en tierra, ya no ve al luz. Al menos,
no la luz de este mundo... Las lecturas del domingo nos ayudan a dar una
respuesta a la que es la más angustiosa y la más humana de las cuestiones.
Recuerdo haber visto de niño, en una película o en un tebeo de aventuras,
una escena que se me quedó fijada para siempre. Es por la noche y se ha
caído un puente del ferrocarril; un tren, ignorante, llega a toda velocidad;
el guardavías se pone entre éstas gritando: «¡Detente! ¡Detente!», agitando
una linterna para señalar el peligro; pero el maquinista está distraído y no
lo ve, y avanza arrastrando el tren al río... No querría cargar las tintas,
pero me parece una imagen de nuestra sociedad, que avanza frenéticamente al
ritmo de rock ‘n roll, desatendiendo todas las señales de alarma que
provienen no sólo de la Iglesia, sino de muchas personas que sienten la
responsabilidad del futuro...
Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El
Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de
Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un
año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un
instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan:
«¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?».
En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En
la primera lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: «Mirad que días
vienen –oráculo del Señor- en que confirmaré la buena palabra que dije a la
casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré
brotar para David un Germen justo...».
A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le
da un horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al
final de los tiempos. «Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces
verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria».
Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de
un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando
hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro
con aquél que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En
otro lugar el propio Apocalipsis describe este evento final de la historia
como una entrada al banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las
diez vírgenes que entran con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de
Dios que, en el umbral de la otra vida, nos espera para enjugar la última
lágrima que penda de nuestros ojos.
Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga
espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de él se espera su
retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de
Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida. Un gran
autor español, Calderón de la Barca, escribió un célebre drama titulado La
vida es sueño. Con igual verdad se debe decir: ¡la vida es espera! Es
interesante que éste sea justamente el tema de una de las obras teatrales
más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot, de Samuel Beckett...
Cuando una mujer está embarazada se dice que «espera» un niño; los despachos
de personas importantes tienen «sala de espera». Pensándolo bien, la vida
misma es una sala de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a
esperar una visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo!
Una persona que ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera,
pero es también cierto lo contrario: ¡la espera es vida!
¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera, por
ejemplo, de la espera de los dos personas que aguardan a Godot? Ahí se
espera a un misterioso personaje (que después, según algunos, sería
precisamente Dios, God, en inglés), pero sin certeza alguna de que llegue de
verdad. Debía acudir por la mañana, envía a decir que irá por la tarde; en
ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará con seguridad por la
noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente... Y los dos
pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa.
No es así para el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina
a su lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se
presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos
a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: «¡En
medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!». Jesús está presente
en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres,
en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el
creyente lo experimenta.
La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el
Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser la espera de los
discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse
sorprendidos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el
libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad
en vela, pues, orando en todo tiempo...».
Pero de estos deberes morales tendremos ocasión de hablar en otros momentos.
Termino con un recuerdo cinematográfico. Hay dos grandes historias de
iceberg llevadas a la gran pantalla. Una es la del Titanic, que conocemos
bien..., la otra la relata la película de Kevin Kostner Rapa Nui, de hace
algunos años. Una leyenda de la isla de Pascua, situada en el Océano
Pacífico, dice que el iceberg es en realidad una nave que cada ciertos años
o siglos pasa junto a la isla para permitir al rey o al héroe del lugar
encaramarse a ella e ir hacia el reino de la inmortalidad.
Existe un iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte.
Podemos fingir que no lo vemos o no pensar en ello como la gente
despreocupada que, en el Titanic, estaba de fiesta esa noche, o podemos
estar preparados para subirnos y dejarnos conducir hacia el reino de los
santos. El tiempo de Adviento debería servir también para esto...
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Ejemplos Predicables
Un consejo
El eremita, que se hallaba meditando en su cueva del Himalaya, abrió los
ojos y descubrió, sentado frente a él, a un inesperado visitante: el abad de
un célebre monasterio. ¿Qué deseas?, le preguntó el eremita.
El abad le contó una triste historia. En otro tiempo, su monasterio había
sido famoso en todo el mundo occidental, sus celdas estaban llenas de
jóvenes novicios y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus monjes.
Pero habían llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a
alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la
iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían
triste y rutinariamente sus obligaciones.
Lo que el abad quería saber era lo siguiente: "¿Habían cometido algún pecado
para que el monasterio se viera en esta situación?" "Sí" - respondió el
eremita -, "un pecado de ignorancia".
"¿Y qué pecado puede ser ése?"
"Uno de ustedes es el Mesías disfrazado, y el resto no lo sabe". Y dicho
esto, el eremita cerró los ojos y volvió a su meditación.
Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo se
desbocaba su corazón al pensar que el Mesías, el ¡mismísimo Mesías!, ya
había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente en su monasterio.
¿Cómo no había sido capaz de reconocerlo? ¿Y quién podría ser? ¿Acaso el
hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería
él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados
defectos...
Pero resulta que el eremita había hablado de un Mesías "disfrazado". ¿No
serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos los monjes
del monasterio tenían defectos... ¡Y uno de ellos tenía que ser el Mesías!
Cuando llegó, reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los
monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías, aquí? ¡Increíble!
Claro que si estaba disfrazado, entonces, tal vez... ¿Podría ser Fulano? ¿O
Mengano? ¿O...?
Una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable
que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto
y consideración. "Nunca se sabe", pensaba cada cual para sí cuando trataba
con otro monje, "tal vez es éste".
El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo
desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser
admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto
de los monjes, radiantes del espíritu del amor.
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