Domingo 3 de Adviento C: Comentarios de Sabios y Santos I para preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa dominical
A su servicio
Exégesis: Alois Stöger - "Él os bautizará en el Espíritu Santo y con fuego”
Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani -
Comienzo de la predicación del Bautista
Aplicación: San Juan de Ávila - Venida de Cristo
al alma: ¿cómo prepararse?
Aplicacion: R.P. Alfonso Torres, S.J. -
Predicación mesiánica del Bautista (San Lucas 3, 15-17)
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Él os bautizará en el Espíritu Santo y con
fuego”
10 Entonces la gente le preguntaba: Pues ¿qué tenemos que hacer? 11 él les
respondía: El que tenga dos túnicas dé una al que no la tiene; y el que
tenga alimentos, haga otro tanto.
La verdadera conversión mueve siempre a hacer esta pregunta: Pues ¿qué
tenemos que hacer? La predicación de san Pedro tocó los corazones de los
oyentes, que decían: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Hec 2:37). La
pregunta por las obras es la que pone el sello al valor de la conversión.
Las obras en que se manifiesta la reforma de vida y la verdad de la
conversión son las obras de sincero amor al prójimo, la partición con los
demás de lo que se tiene. «El que tiene dos túnicas dé una al que no la
tiene...» Juan no exige que se dé la única que se tiene. No exige a las
multitudes que realicen sublimes actos de heroísmo, sino misericordia y amor
al prójimo con obras (…).
12 Llegaron también unos publicanos para bautizarse y le preguntaron:
Maestro, ¿qué tenemos que hacer? 13 él les contestó: No exijáis más de lo
que tenéis señalado.
Los publicanos1 encarnan codicia y avidez de poseer, falta de honradez,
traición al propio pueblo, estando como estaban con frecuencia al servicio
de un régimen extranjero. Tampoco ellos están excluidos del camino de la
salvación, no están borrados. Toman en serio la invitación a la penitencia y
están dispuestos a cambiar de vida. Con esto se ha logrado lo principal.
Juan no les exige que renuncien a la profesión de publicanos. Deben
renunciar a enriquecerse fraudulentamente. El derecho les permite exigir un
determinado suplemento sobre el tipo de impuestos prescrito por el Estado.
Por eso les dice Juan: «No exijáis más de lo que tenéis señalado.» Jesús
procederá más tarde de manera análoga con el publicano Zaqueo. A pesar de
las murmuraciones de los judíos entró en casa de éste rico jefe de
publicanos. Zaqueo mismo quiere restituir lo que ha adquirido con fraude y
quiere repartir sus bienes con los pobres. Jesús le dice: «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa; pues también éste es hijo de Abraham» (Lc 19:1-10).
14 También unos soldados le preguntaron: Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?
Y les respondió: No hagáis extorsión a nadie ni lo denunciéis falsamente;
sino contentaos con vuestra paga.
Los soldados son probablemente mercenarios del ejército de Herodes Antipas.
A los judíos les estaba prohibido el servicio militar. Por eso estos
mercenarios serían gentiles. La eficacia de la predicación del Precursor va
más allá de los límites del judaísmo... La pregunta de los soldados
presupone extrañeza. Y nosotros ¿qué...? Pero toda estrechez se ha superado.
«Toda carne ha de ver la salvación de Dios.»
Los pecados propios de la profesión de los soldados son robo con violencia,
extorsión con falsas denuncias, abuso de la fuerza. La raíz de tal proceder
está en la codicia. Hay que dar de mano a los excesos. En lugar del ansia de
enriquecerse hay que contentarse con la paga.
A pesar de la inminencia del severo juicio, no se exige nada extraordinario.
No hay que cambiar la profesión: ni siquiera la profesión de soldado o de
publicano. También Pablo proclama a pesar de la proximidad del tiempo final:
«Por lo demás, que cada uno viva según la condición que el Señor le asignó,
cada cual como era cuando Dios le llamó. Esto es lo que prescribo en todas
las Iglesias» (1Co 7:17). Tampoco se exigen especiales prácticas ascéticas:
no se exige entrar en la secta de Qumrán, ni formar parte de la comunidad de
los fariseos, ni adoptar la rigurosa ascética del Bautista (Mar 1:6). Juan
sigue la predicación profética: «¿Con qué me presentaré yo ante Yahveh y me
postraré ante el Dios de lo alto? ¿Vendré a él con holocaustos, con becerros
primales? ¿Se agradará Yahveh de los miles de carneros y de las miríadas de
arroyos de aceite? ¿Daré mis primogénitos por mis prevaricaciones, y el
fruto de mis entrañas por los pecados de mi alma? ¡Oh hombre! Bien te ha
sido declarado lo que es bueno y lo que de ti pide Yahveh: hacer justicia,
amar el bien, humillarte en la presencia de tu Dios» (Miq 6:6-8).
Proclamación mesiánica (Miq 3:15-17).
15 Como el pueblo estaba en expectación, porque todos pensaban en su corazón
acerca de Juan si no sería el Mesías...
La predicación del Bautista hace crecer en el pueblo la expectación de la
próxima venida del Mesías. Se va extendiendo la idea de si Juan será el
Mesías. En ciertos ambientes se presentaba al Bautista como el salvador
enviado por Dios (Cf. Jua 1:6-8.15.19 ss). La historia de la infancia ha
puesto ya deliberadamente a Juan y a Jesús en la debida relación querida por
Dios. Juan es grande, pero Jesús es el mayor, Juan es profeta y preparador
del camino, pero Jesús es el Hijo de Dios y el que reina en el trono de
David para siempre.
16 Juan declaró ante todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más
fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de las
sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Jesús es el más fuerte. Juan se reconoce indigno de prestar a Jesús el más
humilde servicio de esclavos. Los esclavos debían soltar al amo las correas
de las sandalias; una persona libre tenía esto por indigno de su condición.
¿Quién es Juan al lado de Jesús? El gran Bautista reconoce la grandeza de
Jesús.
La fuerza de Jesús se manifiesta en su obra. Juan bautiza sólo con agua;
Jesús, en cambio, con Espíritu Santo y fuego. El Mesías da el Espíritu Santo
prometido para los últimos tiempos, y lo da con la mayor profusión a los que
están prontos a convertirse; en cambio, a los que no quieren convertirse les
aporta el fuego, el fuego del juicio. Jesús ejecuta la sentencia de
salvación o de condenación.
Juan bautiza solamente con agua. Su obra es preparación para los
acontecimientos escatológicos; ella misma no es acontecimiento escatológico.
17 Tiene el bieldo en la mano para limpiar su era y para recoger el trigo en
su granero; pero la paja la quemará en fuego que no se apaga.
Jesús es el juez del fin de los tiempos. El labrador de Palestina lanza con
una pala contra el viento el trigo que después de trillado está mezclado con
la paja en la era. El grano, que pesa más, cae al suelo, mientras que la
paja es llevada por el viento. Así limpia la era, separando el trigo de la
paja para recogerlo después en el granero. La paja se quema. El Mesías viene
a juzgar, separa a los buenos y a los malos, lleva los buenos al reino de
Dios y entrega los malos al fuego inextinguible de la condenación. Tiene ya
el bieldo en la mano. Este «ahora» del tiempo final hace que el anuncio de
Juan descuelle por encima de todos los anuncios de los profetas.
18 Con estas y otras exhortaciones anunciaba el Evangelio al pueblo.
El relato de la actividad de Juan contiene sólo una parte de ésta. Las
exhortaciones de Juan son buena nueva, Evangelio. Juan es mensajero de gozo,
que anuncia la suspirada salvación de los últimos tiempos. Por esto es su
mensaje de gozo. Lo que Jesús anuncia y trae no es perdición, sino
salvación. También la predicación de penitencia de Juan está al servicio de
la salvación, y por esto es Evangelio, buena nueva. La historia de Juan es
comienzo del Evangelio (Cf. Mar 1:1; Hec 10:36 s).
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder)
(1) Los publicanos o cobradores de tributos, pero
no eran funcionarios del Estado, sino simples particulares a quienes se
cedía en arrendamiento este servicio o empleados de éstos. Nota del
traductor.
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Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani - Comienzo de la
predicación del Bautista
El Evangelio de hoy es el comienzo de la narración sintética que hace San
Lucas sobre el Bautista desde el comienzo de sus prédicas hasta el bautismo
de Cristo. Marca cuidadosamente la fecha y el tema de su predicación.
Marca la fecha de acuerdo a la costumbre antigua, por las autoridades:
"Marco Servilio et Publio Clodio consulibus, cuando eran cónsules Marco
Servilio y Publio Clodio", como cuando decimos: "esto pasó en el tiempo de
Yrigoyen" o "esto pasó cuando cayó Frondizi". Cuando cayeron es más fácil de
recordar; a mí me pusieron preso cuando cayó Perón.
La religión católica es una religión histórica: su origen está situado en un
tiempo histórico y una región histórica —en el Imperio más grande que ha
existido y en su tiempo más glorioso, el siglo de Augusto— a diferencia de
todas las otras grandes religiones, cuyo origen se pierde en la niebla o
bien en regiones no históricas: la vida de Buda o de Mahoma es un amasijo de
leyendas. La vida de Cristo nos llega en cuatro crónicas de testigos
presenciales con toda la finura del estilo oral hebreo y escritas en la
lengua más fina y civilizada del mundo, el griego. Poco después cristianos
eran conocidos en Roma; los dos historiadores máximos, Tácito y Suetonio
nombran a los cristianos; y Tácito nombra a Cristo, "Cresto" lo llama; y los
Padres Apostólicos, empezando por las cartas de San Ignacio Mártir, y la
"Didajé" del siglo comienzan a citar los Evangelios, lo mismo que los
herejes; lo que prueba su autencía, porque eran contemporáneos. Si por un
imposible los cuatro Evangelios se perdieran, su texto se podría reconstruir
con las citas de los Santos Padres. En suma, el nacimiento del Cristianismo
y de su Fundador está bajo una especie de luz de reflector; y así San Lucas
enumera tranquilamente las autoridades civiles y religiosas de Palestina
cuando comienza a predicar Juan. No le duelen prendas.
La materia de las prédicas de Juan es simple y curiosa. Predicaba dos cosas:
la moral natural por un lado, y que el Mesías ya estaba presente: y él,
Johanam, era su Indicador. La moral natural era necesaria como preparación a
la moral del Mesías; los rabinos hebreos habían enredado inextricablemente
la moral, y con pretexto de dar una moral sobrenatural daban una moral
antinatural (como les pasa a algunos curas hoy día), una moral sobrecargada
de preceptos, a veces fútiles, que no se podía no digo practicar, pero ni
retener. El Bautista corta por lo sano, predicando la moral natural
elemental: a todos en general les predicaba el arrepentimiento y la limosna;
y a cada uno, los deberes del propio estado.
Primero se desataba en amenazas y en la predicción de una próxima gran
limpieza; y cuando al ir a bautizarse (a recibir el "bautismo de
penitencia") le preguntaban: "¿Qué tengo que hacer?", les respondía con los
deberes del propio estado, que suelen ser cifra de todos nuestros deberes;
porque si no eres buen relojero, o buen milico, o buen casado, ¿cómo serás
buen hombre? San Lucas pone dos ejemplos: a los empleados públicos, a los
publicanos (que en Inglaterra todavía los llaman publicanos) les decía: "No
coimeen". A los militares les decía: "No sean prepotentes y no anden
reclamando aumentos de sueldos". Al Rey Herodes no le dijo: "Gobierna bien",
porque ése, como otros títeres de nuestros tiempos, no gobernaba en
realidad; le dijo: "No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano". A los
fariseos no les decía nada, porque ésos no preguntaban nada; pero las
imprecaciones que pone en sus labios San Lucas ("raza de víboras, árboles
secos, falsos hijos de Abraham") iban primeramente enderezadas a los
fariseos, demagogos jefes de las turbas y maestros fallutos.
Nuestro deber de estado resume en concreto todos nuestros deberes y es la
base sobre la que se asienta la moral sobrenatural. Un gran cuentista
inglés, Rudyard Kipling, hizo un fino retrato de San Pablo en un cuento
"histórico" llamado "The Manner of Men" —La Condición Humana, porque San
Pablo dice a los Corintios: "Si en mi condición humana he luchado contra las
fieras"1…Kipling estudió los viajes de San Pablo, sobre todo el cuarto
viaje, su viaje a Italia. El capitán de la nave es un joven español (es
decir, un romano nacido en la Provincia Bética) y se refiere al Apóstol
diciendo: "Es un filósofo hebreo". La tripulación está admirada de las
prácticas y palabras religiosas de Pablo. El ambiente es el de la flota
imperial inglesa en 1898, incluso la jerga marinera que Kipling había
absorbido perfectamente, como absorbía cualquier ambiente donde estuviera un
tiempo; y lo proyectaba después con gran fidelidad. Al fin del viaje el
capitán pregunta al filósofo qué tiene que hacer para salvarse, para el caso
que hubiera otra vida. San Pablo le dice: "Cumple tus deberes de estado". No
lo veía aún preparado para recibir la tremenda Nueva, la Buena Nueva, que es
tremenda en realidad: "un judío crucificado es Dios"; el capitán como buen
español era antijudío. San Pablo le dice: "Sirve al César. No eres tela que
yo pueda cortar con ventaja al presente. Pero si sirves al César, vivirás
obedeciendo al menos una ley...". El español se enoja de ser considerado una
especie de ignorante. San Pablo continúa: "En el mar tendrás tiempo de
pensar. Puede ser que nos encontremos de nuevo y entonces podemos continuar
hablando. Lo que te concierne ahora es que, prestando servicio, te verás
libre del miedo que te ha corrido toda la vida. Esta es la voluntad de
Dios". El español no sabe cómo Pablo conoce eso: tenía un complejo de miedo
a las fieras porque de muchacho había tenido que luchar por su vida con dos
perros lobos en un arenal. Tenía horror a los leones del anfiteatro. San
Pablo antes de imponer una carga, miraba los hombros.
En sus Epístolas San Pablo dice su deber de estado a todos: a los Obispos
como Timoteo, a los Presbíteros como Tito, a los casados y casadas, a las
vírgenes y viudas, a los señores y esclavos, a los ricos y a los pobres.
A las mujeres les dice algo muy simple y peculiar: "La mujer se salvará por
la crianza de los hijos". ¿Y las que no tienen hijos? Por algo semejante a
la crianza de los hijos.
La moral natural no basta; ni siquiera la podemos practicar entera sin la
gracia: las dos van juntas. La herejía actual ha introducido un formón entre
las dos y ha hecho saltar la moral sobrenatural, atribuyendo todas sus
condiciones y poderes a moral natural, basada en la razón y el sentimiento
del hombre; o en su orgullo, como los estoicos. Hoy día la llaman moral
personalista; se ha llamado moral kantiana, moral autónoma, moral laica; y
"moral sin dogmas", como la llamaba nuestro Ingenieros. (¿Nuestro? ¡De
ellos!). Es una moral falsificada y falaz, porque exige del hombre lo que él
por sí solo no puede cumplir. Es como si me impusieran subir a la bóveda
desta iglesia y me dieran una escalera donde faltan los últimos peldaños. Yo
ni con todos los peldaños completos podría subir.
Eso es el naturalismo religioso que ya les expliqué.
Los que estamos en la fe, la oración y los sacramentos no tenemos más que
pensar en nuestro deber de estado, transfigurado como está por el ideal
Evangélico. "Sirve al César; pero solamente y en cuanto representa a Dios;
ama a tu mujer: porque para ti es una figura de Dios —un poco charlatana;
cuida de tus hijos: son de Dios".
(CASTELLANI, LEONARDO, Domingueras Prédicas, Ediciones Jauja, 1997, pp.
312-315)
(1) 1 Cor. 15,32 (tal es la traducción inglesa;
las versiones castellanas traducen: “Si por solos motivos humanos luché
contra las fieras”).
Aplicación: San Juan de Ávila - Venida de Cristo al alma: ¿cómo
prepararse?
Fuele preguntado a San Joan Baptista, quién era, y él respondió: Yo Bautista
no soy el Mesías, ni Elías, ni soy aquel profeta de quien dijo Dios a
Moisés: Yo resucitaré un profeta de medio de tus hermanos como tú, y quien
de éste me tocare, él me lo pagará. Ninguno de éstos—dice San Joán—yo no
soy. —Pues, si tú no eres ninguno de éstos, dicen ellos, ¿cómo has sido
osado de esto poner rito nuevo en el pueblo?, ¿cómo baptizas? —No os
espantéis, que mi baptismo no hace más de lavar la cabeza y el cuerpo con
sola agua; no es más de para que los que vienen a él profesen que son
pecadores y que han menester quien los lave de sus pecados. (No era aquel
bautismo como el nuestro de ahora, que da gracia.) Empero, en medio de
vosotros está uno al cual no conocéis vosotros y al que os convenía conocer;
éste lava con agua y fuego y mete la mano en las almas y de sucias las hace
limpias, y yo soy tan diferente de Él que aun no soy digno ni merezco
servirle de mochacho para descalzarle los zapatos; éste es de quien otras
veces os he profetizado y predicado que, aunque viene después de mí, es
hecho primero que yo. De manera que este que os digo que está entre vosotros
es tan mayor que yo, que no merezco yo descalzarle los zapatos ni servirle
de esclavo. Dice el evangelista que los que traían aquel mensaje eran de los
fariseos, para dar a entender que era mensaje muy grande y muy honrado,
porque eran ellos los más honrados.
—No soy, dice San Joán, el que pensáis. —Pues ¿quién sois? —Aquel de quien
profetizó Isaías: Vox clamantis in deserto; y mi oficio, mi honra y mi
dignidad y mi ser éste es; yo no soy el Mesías, sino voz del Señor que
quiere venir a vosotros: Io[s], aparejad la casa para el Señor.
Quiere Dios venir a morar en cada uno de los que estáis aquí. De aquí a ocho
días habrá nacido, y lo oiréis llorar en el portal de Belem.
Paraos a pensar cuán cuidadosa y alegre andaba la Virgen en estos ocho días,
qué cuidados traía en su corazón, no como los vuestros, que estaréis ahora
pensando qué comeréis la Pascua, qué vestidos sacaréis. No andaría ella
pensando en esto, sino andaría aparejando sus mantillas y sus pañalicos para
el niño que había de parir. Y pues dice el mismo Jesucristo que quien hace
la voluntad [de su Padre], ése es su madre y sus hermanos, por eso vuestro
oficio ha de ser estos ocho días en disponeros. Jesucristo ha de nacer en mi
alma, ¿qué aparejo haré, cómo lo aderezaré, para que cuando venga la halle
bien aparejada? ¿Cómo me dispondré y aderezaré para recibirlo? Y si en lo
que ha pasado del Adviento hemos sido flojos y descuidados en esto, estos
ocho días que restan hasta la Pascua seamos diligentes en no apacentarnos, y
porque esto no lo podemos hacer si de arriba no nos es dada gracia,
supliquemos a la sacratísima Virgen nos la alcance.
Venida de Cristo Vox clamantis in deserto, etc. Ahora estaba pensando que no
sé si este sermón ha de ir en balde, como otros. Sois tan enemigos de
huéspedes, que aunque os digan que aparejéis vuestra casa, que quiere Dios
venir a ella, no sé si lo habéis de querer hacer o si diréis: «Váyase en
hora buena, que no estoy para recibir ahora huéspedes». Habéis de creer hoy
a Dios, que no a mí. El negocio es tan grande, que, si fuese bien creído,
sería bien recibido. Cuando Dios dice una cosa grande, no tenemos corazón
para oírla, y así dice San Juan Crisóstomo que, cuando San Pablo quería
decir una cosa de estas grandes, primero ensanchaba los corazones de los
oyentes con palabras de admiración, porque cupiese en ellos lo que quería
decir. ¿Sabéis cuáles son cosas grandes? Bajarse Dios a hacerse hombre, y
después de humanado, nacer en un establo y estar llorando, puesto en un
pesebre, y derramar sangre de ocho días nacido, y después; cuando grande,
ser amarrado a un poste desnudo y recibir cinco mil y más azotes, y subir a
una cruz y morir en ella por nosotros y por nuestro remedio.
Aparejaba San Pablo los corazones de los hombres para ensancharlos. ¿Por
qué? Porque los conozco, que cuando les decimos los bienes que Dios les
quiere dar, no lo creen, y así dice él: Fidelis sermo et omni acceptione
dignus, quod Christus lesus venir in hunc mundum peccatores salvos facere,
quorum primus ego sum. Aunque os digo: gran cosa, mirad que verdad os digo,
y por eso os lo digo primero que me creáis. Oíd, pues, una palabra verdadera
y alegre, oíd unas nuevas sabrosas y ciertas: que vino Dios al mundo a
salvar a los pecadores; que ha venido Dios no a condenarnos, sino a
salvarnos.
—¿Cómo es posible? Mi conciencia me dice que he hecho mil pecados, y Dios es
a quien he menospreciado y tenido en poco. ¿Es posible que a quien he dado
de bofetadas y escupido en la cara venga a salvarme? —Pues ésa es la bondad
de Dios: que le has tanto ofendido, y viene Él a buscarte para perdonarte y
a rogarte que seáis amigos. Podéis creerme hoy, que no hay ninguno de
cuantos me oís en quien no le de Dios, para siempre bendito, venir esta
Pascua. Desea Dios venir a vuestra casa y morar con vosotros. Yo mensajero
soy, aunque indigno. No os quite, dice San Agustín, la vileza de la espuerta
el valor del trigo. Dios es el sembrador, o la simiente es su palabra; la
espuerta en que se lleva la simiente es este pecador miserable que aquí
veis; no por la vileza del espuerta el sembrador pierda su simiente, ni el
trigo su valor. Yo, como os he dicho, mensajero soy, indigno de ser oído;
mas el mensaje que os traigo es tan grande, que es digno de ser oído con
reverencia y atención y recibido con gran hacimiento de gracias.
—¿Qué mensaje es el que nos traéis? —Que Aquel que está en los cielos
adorado de los serafines, Aquel que se encerró en el vientre de la Virgen,
Aquel que ha de nacer de aquí a ocho días, quiere venir a cada uno de
cuantos estáis aquí. Dios por su misericordia os dé lumbre para que quede
hoy aposentado en vuestras entrañas. Aparejadle, hermanos, vuestras ánimas,
que quiere Dios venir a ellas.
Todos los advientos del Señor son admirables. El primer adviento, que es
venir Dios en carne, ¿quién lo contará? La venida del juicio, venir Dios a
juzgar vivos y muertos y a enviar a unos al cielo y a otros al infierno,
¿quién os lo podrá contar? ¿Quién os contará las mercedes que hace Dios al
hombre a cuya ánima viene?
¿Queréis pararos algún rato a pensar en esto? Qui diligit me, sermonem meum
servabit, pater meus diliget eum, et ad eum veniemus et mansionem apud eum
faciemus. Si alguno me ama, dice Jesucristo, guardará mis palabras, y mi
Padre le amará, y vendremos a él y moraremos con él. De manera que con el
ánima que a Jesucristo ama y guarda sus mandamientos, mora el Padre y el
Hijo y el Espíritu Santo. ¿No sabría yo quién son los que están en gracia,
no los conocería cuando los topase por las calles, para echarme a sus pies
y besar la tierra que ellos huellan? Vos estis templum Dei, dice San Pablo.
Hermanos, en vosotros mora Dios. Paraos a pensar qué diferencia va de morar
en un ánima Dios o muchedumbre de demonios; mirad qué va de huésped a
huésped. Todos andamos juntos, y por de fuera andamos todos de una manera,
y por dentro mirad cuánta diferencia hay, tan grande que mora Dios en unos y
el demonio en otros.
En fin, quiere Dios venir a vosotros, y si me pregunta qué es venir Dios en
un ánima, no creo que os lo sabría decir. Dice San Pablo que los dones de
Dios son inenarrables. Pues si esto no se puede contar, ¿cómo te sabré
decir qué cosa es Dios venir a morar en un ánima? Probadlo y veréis lo que
es. Basta deciros que el huésped que os quiere venir es Dios. Hermanos, Dios
quiere venir a vosotros.
Cristo trae consigo Señor, cosa recia decir a un ladrón: su reino el juez
viene. Huirá, como hizo Adam, que, en oyendo la voz del Señor, echó a huir.
Señor, ¿a qué venís? Él mismo lo dice por San Juan: on enim misit Deus
filium in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum. No
envió Dios, etc. Viene el Rey y trae consigo el reino, para que si alguno
hubiere tan avariento que le parezca poco venir Dios a él, y le muevan y se
aficione más [que a] Dios a otras cosas, trae Dios muchas riquezas, y viene
a hacernos grandes mercedes, y dice: Por eso no me dejéis de recibir, que yo
os traigo todo lo que podéis querer y desear, y mucho más.
—¿Qué traéis, Señor? —Regnum Dei intra vos est. ¿Habéis[lo] por caso alguna
vez visto o sentido? Pues sabed que el reino de Dios está dentro de
vosotros. No penséis que el reino de Dios es tener muchas viñas y muchos
olivares. En el ánima adonde viniere amor de Dios y del prójimo y adonde
hubiere muchas virtudes, ahí está encerrado el reino de Dios; en el ánima
que a Dios obedeciere, está metido su reino. El mismo San Pablo dice luego:
El reino de Dios, justicia y paz y gozo del Espíritu Santo.
Pues que viene el Rey y trae el reino consigo, y su reino es justicia y paz,
etc., ¿quién habrá que no lo reciba? Justicia en este lugar no quiere decir
hacer justicia, sino una virtud, una cosa por la cual un hombre de pecador
se hace justo, una virtud que hace una obra en el hombre tal, que de
pecador y malo lo hace justo y bueno. Y esto es lo que Isaías mucho antes
dijo:¡Qué voces que daba Esaías: Ea, cielos, echadnos ya acá ese rocío, y la
justicia nazca juntamente con él! ¿Qué quiere decir? Que la causa por que
uno se hace bueno es Jesucristo. San Pablo dice que nos es hecha redención,
satisfacción y justicia y sabiduría. No pienses tú, hermano, que por tus
buenas obritas, por lo que tú haces, eres justo, sino por las buenas obras y
pasión de Jesucristo; juntándose tus buenas obras con Él, Él las hace ser
meritorias. Pues nazca el cordero y la justicia y santificación con Él. Paz,
buena cosa es para los casados, si están reñidos. ¿Quién no está reñido?
¿Quién no tiene los pensamientos: «Querría ser servidor de Dios»?, y hay
dentro otros pensamientos y otra ley que repugna y contradice a Dios. ¡Los
que sienten diferencia en su espíritu! Esta paz trae el Señor, y gozo de
Espíritu Santo, [a] los que estáis desconsolados y afligidos diciendo: « ¡A
Dios he ofendido!» Porque la mayor de las penas y la mayor de las
desconsolaciones ésta es ¿Qué pensabais?, ¿que la mayor de las penas es: No
tengo que comer, no tengo que vestir, me levantaron un falso testimonio,
persiguen, etc.? Esa es pena carnal. La queja que habéis de dar no ha de ser
de aquel que os levantó el testimonio os hizo la injuria, sino de vos mismo.
Iros a vuestro rincón y delante de Dios quejaros de vos diciendo Señor,
debiéndote yo tanto, que soy obligado a pasar por ti otro tanto como tú
pasaste por mí, no sufro una palabrita, una nonada; me quejo, Señor, de mí y
de mi poquedad.
La verdadera pena es que uno mete la mano en su pecho y considera sus
defectos y maldades y dice: ¡Oh, que he ofendido a Dios! ¡Oh, que no voy
derecho por el camino de Dios! Esta es la verdadera pena y el mayor de los
desconsuelos y para lo que vino Dios a este mundo. ¿Qué dicen los judíos
necios? Viene el Mesías a darnos riquezas, viñas y olivares. ¿Qué me
aprovecharía el Mesías, ya que todo eso me diese, si no me sana el mal que
tengo en mi corazón? ¡Dios está mal conmigo! Si el Mesías ha de ser Mesías,
sáneme esta llaga que tengo en mi corazón; que si no me quita este mal, no
quiero bien ninguno. Para consolar éstos viene el Mesías, para esto viene,
para consolar los desconsolados, etc. Y así dice San Pablo que viene a
poner justicia y paz y gozo de Espíritu Santo.
Si os aparejáis para recibir este huésped, es tan poderoso que hará que se
regocije vuestro corazón. Si no queréis a Dios por Dios, veis aquí lo que
trae, un reino trae consigo. San Pablo: Omnia vestra sunt, sive Paulus, sive
Cephas, siv mundus, sive vita, sive mars, sive praesentia, sive futura.
¿Pensáis vos que es pobre? Tampoco creeréis esto: Todas las cosas son
vuestras: la vida y la muerte, o San Pablo, o Apolo, lo presente, lo por
venir; todo es vuestro. ¿Por qué llamáis pobre a un hombre que tiene todas
las cosas? —Decid, San Pablo, ¿cómo es todo eso nuestro? —Porque cuando
dio el Eterno Padre a Jesucristo, su Hijo, omnia cum illo nobis donavit.
Esta es la merced más alta; éste es el espejo en que te has de mirar, que
nos dio Dios a su Hijo; y dice San Pablo: Si nos dio Dios a su Hijo, ¿cómo
no nos dará con Él todas las cosas? Si Jesucristo es nuestro, no os
espantéis que lo presente y lo futuro será nuestro. En esta merced se
encierra todo. No os espantéis que los santos sean vuestros, que éste que
viene a vuestras entrañas, Señor es de cielos y tierra y de ángeles y de
todas las cosas. Paraos a pensar quién es el que quiere venir a vuestra
alma, y así veréis cómo todas las cosas serán vuestras, quiero decir, que
podréis usar de ellas para vuestra provecho; porque uno que tiene hacienda y
no se aprovecha de ella para su provecho, sino que antes le sirve para lo
llevar al infierno, éste, aunque por derecho civil es suya la hacienda,
pero no es señor de ella.
¿Sabéis quién es verdadero señor de la hacienda? Quien se aprovecha de ella
para servir a Dios y provecho suyo y de sus prójimos. Señor de la muerte y
de la vida, y de San Pedro y San Pablo, y de todo, es el que de todo se
aprovecha. Si estás en gracia con Dios, aprovéchate del amigo y del enemigo,
y del infierno para huir de él. De todo sacarás provecho. Y si os parece que
es poco tener a Dios y con Él todas las cosas, ¿qué os parecerá mucho? No
diga nadie: «No quiero ese huésped»; que con sólo venir paga bien la posada.
—Todo eso me parece, padre, poco para recibirlo. — ¡Oh bendito seas tú,
Señor, y bendita sea tu misericordia! ¿No veis qué demanda? ¡Que os esté yo
rogando: que quiere venir Dios a vosotros; aparejadle la posada; y estemos
pensando qué me dará! —Señor, ¿no hay otra cosa que me convide a
recibirlo, sino eso?
—La mayor está por decir. Si tantos milagros no hubiera habido, y si Dios
no os diera lumbre de fe como Dios por vos? ¿Cuál es más, entregarse Dios en
manos de sayones, para que le hagan tantas injusticias, o entregarse a los
corazones de cuantos estamos aquí? Pues si se ¡entregó Cristo a la voluntad
de los que mal le querían ¿no se entregará a los corazones de los que bien
le quieren? ¡Señor, tanto me amaste, que te entregaste en manos de tus
enemigos por mí! Plegue al Señor que lo creáis.
¡Qué alegre iría un hombre de este sermón si le dijesen: «El rey ha de venir
mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes»! Creo que no comería de gozo y
de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: «El rey ha de venir a mi
casa, ¿cómo le aparejaré posada?» Hermanos, os digo de parte del Señor que
Dios quiere venir a vosotros y que trae consigo un reino de paz, como habéis
oído. ¡Oh, bendita sea su misericordia y glorificado sea su santo nombre!
¿Quién os sabrá decir la salsa con que habernos de comer este manjar? ¡Cómo!
¿Que siendo él Dios y ofendido, y siendo nosotros hombres y ofensores, y
siendo la ganancia del hospedaje nuestra, nos está rogando, y nosotros que
lo desechemos?
¿Qué cosa es pensar que está Dios a la puerta de los corazones? ¿Pensáis que
está lejos? A la puerta está llamando.
—¡Oh Padre! Que no es posible que esté tan cerca como dices, porque yo hice
tal y tal pecado y lo eché muy lejos de mí, y está muy enojado conmigo.
—Yo estoy a la puerta y llamo, dice él. Si alguno me abriere, entraré.
—¿Pensáis que es Dios como vos, que si os hacen un enojito, os persiguen,
luego echáis al prójimo de vuestro amor? Y si os dicen: «Perdoná a fulano,
porque Cristo os perdonó», decís: «No me lo mentéis delante de mí, si bien
me queréis». ¿Cómo vos, que no queréis perdonar, pensáis que es así Dios?
¡Glorificado seas tú, Señor, que esto es lo que más captiva los corazones de
los hombres! Dice el pecador cuando peca: «Ios de mí, Señor, que no os
quiero». Y sálese Dios de casa y se pone a la puerta, y está llamando:
Ábreme, esposa mía, amiga mía; yo me estaré aquí hasta que de compasión
salgas a mí y me abras. No digo mentira en esto, que por compasión nos pide
que le abramos.
Señoras monjas, a vosotras principalmente dice esto. ¿Qué quiere decir
aquello que dice el Esposo en los Cantares: ábreme, hermana, que traigo mi
cabeza llena de rocío, y mis cabellos llenos de gotas de la noche; sino:
«Ábreme, ten compasión de mí»? ¿Qué cosa es pedir Dios posada por compasión?
Está Dios a la puerta de tu corazón, diciendo: «Ábreme, que no tengo de ir
de aquí hasta que me abras, babe compasión de mí». Esto es cosa para
espantar. Y cuando un corazón tocado de Dios siente esto, no hay cosa que
así lo captive de amores ni que así lo derrita. Y así decía San Agustín
sintiendo esto: «Yo huía de ti, Señor, y tú andabas corriendo en pos de mí».
Este amor tiene Dios con los pecadores, que aunque huyan de Él, va tras
ellos. Y así dice Él por Jeremías: Si dimiserit vir uxorem suam et recedens
ab eo duxerit virum alterum, numquid revertetur ad eam ultra, numquid
impolluta erit et immaculata mulier illa? Tu autem fornicata es cum
amatoribus multis; temen revertere ad me, dicit Dominus, et ego suscipiam
te. Una mujer casada, etc. Pues tú, ánima, dice Dios, has fornicado con
muchos amadores. Ecce loquutus es. Y hablaste palabras desvergonzadas y
heciste malas obras. Ya fuiste desvergonzada y quisiste ofenderme y saliste
con ello; enojados estamos, ¿pero ha de durar el enojo para siempre? El
mismo Hieremías (cap. ubi supra) dice: ¿Ha de durar para siempre el enojo?
Vayan los enojos pasados por pasados, no me lastimes más, daca seamos
amigos.
Las palabras que había de decir el ánima a Dios, dice Dios al ánima: ¿Has de
perseverar para siempre? Sal ya, ánima; llámame, si no sabes llorar. Si
miedo tienes por ti, ten confianza porque te lo mando yo. Si tus pecados te
tienen la boca cerrada, dice Dios, yo te diré cómo me llames: Voca me: Pases
meus es tu, et dux virginitatis meae. Llámame Padre mío y guía de mi
virginidad. «Ya que ahora soy malo, acordaos, Señor, que en algún tiempo fui
bueno; acordaos que cuando chiquito me bautizaron y fui vuestro y me
señalaron con vuestra señal». Dímelo así; tráemelo a la memoria, cómo algún
tiempo fuiste mío: llámame Padre mío, mío eres tú.
Mira, hermano, que si Dios manda que le llames, recibirte quiere; si Dios te
dice cómo le llames, ¿cómo es posible que no te oiga? Veis aquí la infalible
misericordia de Dios, que, aunque le hayamos ofendido, está a la puerta
llamando, y aunque no le queramos recibir, nos está rogando que le abramos.
¡Qué cosa tan abominable será estar vuestro marido a la media noche a la
puerta llamando: « ¡Abridme, señora, que vengo herido de una guerra, la cual
tomé yo por amor de vos, que vengo de trabajar para vos! » ¿Cuál será la
mujer tan mala que deje estar a su marido mucho a la puerta? ¿Quién es aquel
que está dentro de vuestro corazón, porque no queréis abrir a Dios? Con
aquel amor con que por vos se puso en la cruz os está ahora rogando que
quiere venir a vos. En vuestro corazón está llamándoos y rogándo[o]s que le
abráis.
¿Cuál será aquel ciego y desdichado que ose decir. «No quiero recibir a
Dios, no le quiero abrir»? ¿Quién está dentro en ti, que no quieres abrir a
Dios? Algún rufián debes tener en tu casa, pues no quieres abrir a tu propio
marido. ¡Si ese que llama y dice: «Esposa mía, que yo morí por ti y pasé por
tu descanso muchos trabajos», es el mismo Dios! Alguna cosa contraria está
dentro de ti, por cuyo amor no le quieres abrir. Ruégo[o]s que me digáis,
¿qué es aquello que tanto priva en vuestro corazón, que por ello no queréis
recibir en él a Dios esta Pascua en vuestra casa?
No pueden morar mas si por ventura—lo que plegue a juntos Dios y el Dios que
no sea—estuviese alguno en demonio este sermón, que predicándole de parte de
Dios, que apareje posada para Él, la aparejase para el demonio, ¡cuál es él
malo y peor que infiel, que por aparejar posada para Dios y celebrar su
santo nacimiento, adonde se comenzó el principio de nuestra redención, y
habiendo de recibir en su corazón a Dios, se apareja para recibir al
demonio! ¿Qué será si dice: «Esta Pascua tengo de jugar tantos ducados, y
tengo guardados los dineros para jugar tantos días»? ¡Ah, desdichado de ti,
porque juegas porque es Pascua de Navidad!
[…]—¿Quién está en vuestro corazón, que impide que no entre Dios en vuestra
ánima? —No, nadie, señor; que venga muy en buena hora. Vinieron aquéllos a
preguntar a San Joán, y cuando dijo que no era ninguno de aquellos que ellos
pensaban, le dicen: Pues dinos quién eres para que respondamos a quien no
envió. Dios me envió a deciros esto que os he dicho. ¿Qué me dices que le
diga? ¿Qué responderé? ¿Lo queréis o no? Respóndeme que sí. Diré: Sí, que
venga muy en hora buena.
Unos le llaman de corazón y otros de burla, no más de con la boca. Bien sé
que los clérigos y las señoras monjas dicen cada día muchas veces: Veni,
Domine, et noli tardare. Plega a Dios que no sea sólo con la boca. Cosa
abominable que llame uno con la boca a Dios y con el corazón esté diciendo
que no venga; que le digáis: Señor, de burla le decía, no vengáis; pues no
es Dios de burla, sino de verdad.
De verdad os digo: —¿Si queréis recibir a Dios esta Pascua? —Sí, quiero;
pero con condición que huésped que tengo días ha en mi casa no lo eche
fuera. —¿No habéis vergüenza, teniendo un pecado mortal en vuestra ánima, de
llamar a Dios? ¿Queréis meter a Dios con su enemigo? Quien a Dios quiere, a
Él solo ha de querer. Una navaja muy aguda ha de tener y cortar todo lo que
hubiere que sea contrario a Dios, ahora sea honra, o hacienda, o mujer, o
hijos, o cualquier otra cosa que fuere. Habéis de decir: piérdase todo y
quede yo con Dios. De manera que quien quisiere recibir a Dios en su ánima
ha de echar fuera de ella a todos sus enemigos, y quien así no lo hiciere,
quedarse ha sin Dios. No se pudo acabar que estuviese el arca de Dios y
Dagón, ídolo de los filisteos, juntos en un altar, ¿y acabarse ha con Dios,
que more donde hubiere pecado?, ¿que estén juntos El y el demonio? Habéis de
asentar a Dios a la cabecera de la mesa y despedir a todo lo que le puede
impedir la venida. Y así, si lo quisiereis, vendrá; y de otra manera, no lo
esperéis.
Hay otro que dice: —Padre, yo lo recibiré de buena gana y le daré posada por
esta Pascua; pero, después de pasada, tomarme he a mis costumbres. —Hermano,
¿ese pensamiento tienes? Pues no hayas miedo que venga, que quien lo
quisiere recibir, ha de tener un propósito muy verdadero y firmísimo de no
tomarle más a ofender.
¿Cómo prepararse? Una palabra para todos los que quisierais recibir a Dios
esta Pascua: deseo de Dios—A Dios quiero, padre, ¿qué haré?—Si tenéis la
casa sucia, barredla; y si hiciere polvo, sacad agua y regadla.
Algunos habrá aquí que habrá diez meses, por ventura más, que no habréis
barrido vuestra casa. ¿Qué mujer habrá tan sin limpieza que, teniendo un
marido muy limpio, esté diez meses sin barrer la casa? ¿Cuánto ha que os
confesasteis? Hermanos, ¿no os rogué la cuaresma pasada que os
acostumbraseis a confesaros algunas veces entre año? Saltan las Pascuas y
días de Nuestra Señora y otras fiestas principales del año, y creo que lo
debéis de tener olvidado. Plega a Nuestro Señor que no os lo pongan por
capítulo en el día del juicio, al tiempo de vuestra cuenta. Y si dijereis:
«No lo supe, por eso no lo hice», deciros han: «Ya os lo dijeron, ya os lo
vocearon, ya os lo sudaron, ya no aprovecha nada quebrarse la cabeza, ni lo
quisisteis hacer». Hermanos, cada día pecamos. Si flojos habéis sido hasta
aquí en barrer vuestra casa, tomad ahora vuestra escoba, que es vuestra
memoria. Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que
habéis dejado de hacer en su servicio, idos al confesor y echad fuera todos
vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa.
Después de barrida, ande el agua para regarla. —No puedo llorar, padre. —Y
cuando muere vuestro marido o hijo se os pierde alguna poca de hacienda, ¿no
lloráis? —Tanto, padre, que estoy para desesperar. —Pobres de nosotros, que,
si perdernos una poca de hacienda, no hay quien te pueda consolar, y que te
venga tanto mal como es perder a Dios —que eso hace quien peca—, y que
tienes el corazón tan de piedra, que son menester acá predicadores y
confesores y amonestadores para que me tornes una poca de pena! Y no basta
esto, sino que estimas en más el real que pierdes que cuando pierdes a Dios.
Que no haya quien te consuele, ni bastan frailes, ni clérigos, ni amigos, ni
parientes en la nonada, ¿y que en lo que tanto pierdes no te entristezcas?
¿Qué es esto, sino que tienes tanta tierra en los caños que van del corazón
a los ojos, que no deja pasar el agua, y porque amas poco a Dios, sientes
poco en perderle?
—¿Qué hace que tengo el corazón duro y no puedo llorar? —De los tiempos
aparejados que hay en todo el año, es éste para los duros de corazón. Tengan
el tiempo santo en que estamos, tengan esta semana por tan santo tiempo como
lo hay en todo el año. Es semana santa, y si esta semana gastáis bien
gastada y os aparejáis como sabéis, cierto se os quitará la dureza del
corazón.
—Padre, tengo el corazón duro, ¿qué haré? —Dice Dios: Yo traeré unos días en
que os quitaré el corazón de piedra y os daré otro de carne. ¿Cuándo se hace
esto? Cuando Verburn caro facturo est, cuando Dios se hizo hombre; cuando
se hizo carne, da corazones de carne; cuando Dios se hizo tan tierno, cuando
de aquí a ocho días veréis a Dios hecho niño, en un pesebre puesto, verlo
hecho carne, y porque la carne es blanda, por eso está Dios blando, y no es
mucho que os dé corazones blandos. Allegaos al pesebre y pedidle con fe:
Señor, pues que tú te ablandaste, ablándame a mí [el] corazón. Y de esta
manera sin ninguna duda os dará Dios agua para que reguéis vuestra casa
llena de polvo. ¿Qué es menester más para el huésped que viene muerto de
hambre y de frío y desnudo? Que busquéis qué coma y qué se vista, y que lo
calentéis.
Decirme ha alguno:
—Padre, ¿ya no está reinando en el cielo? Ya no ha hambre, no siente
desnudez.
—Hermanos, aunque esté en los cielos, en la tierra también está (no sólo en
el Santísimo Sacramento), porque, aunque la Cabeza está en el cielo, el
Cuerpo está en la tierra. Decid: Si os predicara yo ahora: esta Pascua
vendrá Jesucristo, pobrecito, desnudo, como nació en Belem, a vuestra casa,
¿no lo recibiríais? ¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu
puerta? Pues si vistes al pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al
desconsolado, a Jesucristo consuelas, que El mismo lo dice: lo que a uno de
estos hiciéredes, a mí lo hacéis. No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera
en Belem para recibir al Niño y a su Madre en sus entrañas? No te fatigues,
que si recibieres al pobre, a ellos recibes; y si de verdad creyereis esto,
andaríais más solícito a buscar quién hay pobre en esta calle, y os
saltearíades unos a otros para desnudos, hartad los hambrientos, y no os
contentéis con dar una blanca túnica o una cosa poca, sino dad limosnas en
cuantidad, pues que así os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues Dios es
tan largo en daros a vosotros; no deis blanquillas por Dios, pues que Dios
os da a su Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a
Cristo.
Hermanos, este que viene es amigo de misericordia, hállenos con
misericordia. —¿Falta alguna cosa, señor? —Sí, falta, y creo que es la más
principal, y es que sepáis que el nombre de Jesucristo es el Deseado de
todas las gentes. ¿Cómo entenderán esto las señoras monjas? ¿Cómo se llama
Cristo? Desideratus cunais gentibus. ¡Qué lástima es ver que sea 'Dios poco
amado y deseado, qué lástima es que tengáis un hijo enfermo y que le pongáis
un capón aparado y con su lima, que él mismo se está comido, y que diga: «No
puedo arrostrar ese manjar, quitadle allá y que se pierda»! Pues si es
lástima que se pierda este manjar, ¡qué lástima será, para quien lo
sintiere, ver que no sea amada y deseada aquella suma Bondad! Señor, ¿quién
no se come las manos tras de ti y te desea noche y día? ¿Quién no pierde el
sueño por ti? Mi ánima te desea de noche. Anima mea desiveravit te in nocte.
Spiritu meo in praecordiis meis de mane vigilabo ad te, dice Isaías. De
noche te deseó mi ánima y mis entrañas te desearon, y por la mañana me
levantaré a alabarte; no estaré dormido en las vanidades de esta vida, sino
por la mañana me levantaré a alabarte. ¡Oh, si supiesen los hombres cuán
sabrosa música y alborada es a Dios levantarse un hombre de noche a desearle
y por la mañana a alabarle! Los corazones se nos quebrarían. Una de las
mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios. Porque el
negro azor está harto de carne, aunque lo llame su dueño, no quiere venir.
¿Cómo sentís tan poco el deseo de Dios? Porque estáis hartos de carne
mortecinas y de víboras? Me olvidé de comer mi pan. Si estáis hartos de
pecados, ¿qué mucho que no tengáis hambre de Dios?
El nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes. Antes que
viniese, deseado de todos los patriarcas y profetas; todos suspirando:
¡Señor, catad que os deseamos, venid a remediarnos! Deseado de la
Sacratísima Virgen y deseado de todos. Beati omnes qui exspectant te, dice
Isaías. Hermanos, si vinieren pecados esta semana, no los recibáis,
decildes: «Andá que estoy esperando a un huésped». Si viniese alguno a que
juguéis, decid: «No quiero, que estoy esperando que ha de venir Dios». Gran
freno se ha puesto en su boca y en sus obras el que está esperando a Dios.
Lo que has de hacer, suspirar por Dios. ¡Señor, tú solo mi bien y mi
descanso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me
quieras quitar todo cuanto me quieres dar, dándome a ti no se me da que me
falte todo.
Quiere Dios que le quieras tanto, como una mujer que está bien casada, que,
aunque se pierda todo, se le da poco, como quede con su marido. ¿Tienes a
Dios y estás penado porque te levantan testimonios? Dejó Dios su casa y a su
madre, perdió su fama y vida y se puso en una cruz desnudo por ti, ¿y tú,
con tener a Dios por tuyo, no dices que no te falta nada? ¿Qué dirá Dios? Me
tienes a mí, ¿y no te contentas?
Dios viene a vosotros, el Deseado de todas las gentes. ¿Qué sabor tomáis en
El? ¿No te sabe bien? No, pues, por falta de no hacerse sabroso. Anselmo:
Dice el enfermo que no lo puede comer cocido, y porque te supiese mejor, fue
Dios asado con tormentos; en fuego de amor en la cruz asan a Dios para que
te sepa mejor a ti; porque tanto cuanto a El más le atormentan, más descanso
es para ti. Sabroso fuera
Dios sin esto, mas porque te sepa a ti mejor, lo padece, porque,
considerando tú que lo padece por ti y por tu amor, mientras más padeciere,
más sabroso te será. ¿Cómo no hallas sabor en Dios, muerto por ti? ¿Y no
hallas tú sabor en El? Algún mal humor debes tener en el estómago; púrgalo,
échalo fuera. Dice el enfermo: «Flaco estoy, córtenmelo, que no lo puedo
partir». ¿Qué son los azotes, los clavos y la lanzada, sino partirle aquella
carne santa, para que, mientras más atormentado, más sabroso te fuese?
Dios está enclavado por ti, ¿y tú no lo deseas? ¿No hallar sabor en un Dios
muerto por ti? Algún pecado hay en ti que lo estorba, búscale, échalo fuera,
y toda esta semana haz buenas obras; confesaos, haced limosnas, desead a
Dios, suspira por El de corazón. Señor mío, según mi flaqueza os he
aparejado mi pobre casilla y establo; no despreciéis vos, Señor, los lugares
bajos, no despreciasteis el pesebre y el lugar de los condenados. Y por eso
quiso El nacer en establo, para que, aunque yo haya sido malo y mi corazón
haya sido establo de pecados, confíe que no me menospreciará. Señor, aunque
yo haya sido malo, me he de aparejar, como he podido; con vergüenza de mi
cara lo digo: «Aparejado tengo mi establo; venid, Señor, que el establillo
está barrido y regado. Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí
falta, provea lo que yo no tengo». Y si así os aparejásedes, sin ninguna
falta verná.
Plega a su misericordia que de tal manera nos aparejemos, que El nazca en
nosotros, que nos dé aquí su gracia y después su gloria. Amén.
(SAN JUAN DE ÁVILA, Sermones Ciclo temporal, Domingo III de Adviento, Ed.
BAC, Madrid, 1970, pp. 52-67)
Aplicacion: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Predicación mesiánica del
Bautista (San Lucas 3, 15-17)
Y como el pueblo estuviese en expectación, y todos recapacitasen en sus
corazones acerca de Juan, si no sería él por ventura el Mesías, respondió
Juan, diciendo a todos: Yo, cierto, os bautizo con agua; empero viene el más
fuerte que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos; Él
os bautizará en Espíritu Santo y fuego; cuyo bieldo en su mano, y aventará
su parva, y allegará el grano en su troje; pero la paja la quemará con fuego
inextinguible.
San Juan Bautista poseía con plenitud y perfección aquel conocimiento de
Cristo nuestro Señor que San Ignacio describe con estas palabras:
Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para más
amarle y servirle. El ambiente que le rodeaba, en general, era incapaz de
tan alto conocimiento, pero él vivía mucho más arriba, en Dios, y en esa
altura se sentía inundado de divina luz.
Lo sabemos por dos señales inequívocas, de las cuales es la primera su
propia vocación y el modo como la siguió. Su vocación era preparar los
caminos al Mesías, dándole a conocer al pueblo judío en la medida que fuera
posible. Dios, que no hace pues obras a medias, le comunicó un profundo
conocimiento de Cristo, a quien debía anunciar. Y él respondió a su vocación
con heroica fidelidad y la santidad de vida que vimos en una las últimas
lecciones sacras.
La otra señal son ciertas expresiones que le brotaron incidentalmente de los
labios y que llegan a lo más hondo del misterio de Cristo: a su divinidad y
a su muerte redentora. Esas frases son destellos vivísimos de la divina luz
que le iluminaba el alma.
Con todo, San Juan hubo de represar el deseo que le devoraba de comunicar
tan hondo conocimiento a su pueblo, porque éste, en general, no estaba
dispuesto a recibirlo. Eran muchos los prejuicios y aberraciones que traían
desviado al pueblo judío. Si el Bautista hubiera podido expansionar su
corazón, sin entorpecer su propio ministerio, le hubiéramos oído, no temo
decirlo, profundidades como las de San Pablo.
La circunspección sobrenatural se lo impidió, y hubo de contentarse con
elegir entre las altísimas verdades que conocía las que podían ser más
provechosas para sus oyentes, supuesta la disposición espiritual en que
éstos se encontraban, y las que mejor podían prepararles para recibir otras
verdades más altas.
En los versículos que acabamos de leer encontramos las enseñanzas
mesiánicas que escogió para anunciarlas públicamente a su auditorio desde el
principio de sus predicaciones.
Vamos a comentarlas con algún detenimiento, pero empecemos por darnos
cuenta del ambiente en que se predicaron, declarando la frase de San Lucas
que dice así: Y como el pueblo estuviese en expectación y todos
recapacitasen en sus corazones acerca de Juan, si no sería por ventura el
Mesías...
Esta frase, que de intento dejamos incompleta, alude a las esperanzas
mesiánicas que tenía el pueblo, y no será inútil que digamos unas palabras
acerca de ellas.
Comencemos recordando que toda la historia del pueblo judío gira en torno
del Mesías. Desde los tiempos de Abraham hasta los del último profeta, va
esclareciéndose la promesa del Mesías sin cesar con revelaciones cada vez
más explícitas, y esa promesa es la gran esperanza individual y nacional de
los israelitas.
Sería una digresión superflua recordar ahora los textos bíblicos que
confirman lo que estamos diciendo, pues nadie de nosotros lo ignora.
Al llegar los tiempos evangélicos, esa esperanza era vivísima. Los autores
que han investigado este punto, han recogido, para probar lo que acabo de
deciros, numerosos testimonios de los libros apócrifos judíos que se
escribieron antes del nacimiento de Jesucristo, y han comprobado que hasta
en las obras donde menos podía esperarse, se habla de los futuros tiempos
mesiánicos, si bien deformando el mesianismo de dos maneras, pues mientras
unas veces se le da el sentido de una restauración política nacional,
seguida de todo género de prosperidades temporales, otras veces se
interpreta como un acontecimiento meramente escatológico. El Mesías, según
estos libros apócrifos, será un puro hombre, aunque extraordinario, y los
títulos que le dan los libros santos son interpretados en sentido muy
terreno. De la divinidad del Mesías y de su muerte redentora, no hay ni
mención, aunque tan claramente las anunciaran, sobre todo la última, los
antiguos profetas.
Forma vivo contraste con esta abundancia exuberante de los libros apócrifos
la escasez de noticias acerca del Mesías que los investigadores observan en
los libros rabínicos, y tratan de explicarla diciendo que los rabinos
estaban absorbidos por el estudio de las leyes, que no se preocupaban más
que de la salvación individual o que se habían contagiado de un espíritu
cosmopolita. No parece que la escasez de textos rabínicos relativos al
Mesías era tan grande como algunos investigadores dicen; pero, grande o
pequeña, es sorprendente. ¿No será que esos textos se coleccionaron después
de la predicación del Evangelio y los coleccionadores quisieron hacer la
campaña del silencio en torno al Mesías, para no dar ocasión a que se
pensara en el Mesías verdadero, Cristo Jesús?
De todas maneras, a pesar de este silencio rabínico, en la masa del pueblo
judío, las esperanzas mesiánicas eran tan vivas como en los libros
apócrifos, y en general estaban tan desviadas como en ellos. El fanatismo
que el pueblo desplegó alrededor de falsos mesías a medida que estos fueron
apareciendo, es pues irrefragable de ello. Cuando Gamaliel habló ante el
Sanhedrin para defender a los apóstoles, nombró a dos de esos falsos mesías,
llamados Teudas y Judas el Galileo, que después de congregar fanáticos
secuaces fracasaron trágicamente. Más aún, confrontando el texto de los
Hechos de los Apóstoles con otro de Josefo, se llega la conclusión de que
hubo dos falsos mesías, llamados con el mismo nombre de Teudas, separados
por un largo espacio de tiempo.
Pero no es menester salir de los Evangelios para ver la viva expectación de
que hablamos.
El episodio de los magos, con la consulta de Herodes a los príncipes de los
sacerdotes y los letrados del pueblo, nos dice explícitamente que nadie
miraba entonces con extrañeza, sino más bien como algo perfectamente
natural. La venida del Mesías claramente nos hace ver cómo era esperado el
Mesías, entre las personas devotas, el otro episodio del anciano Simeón y de
Ana la profetisa. En las mismas conversaciones acerca de Jesús, que oiremos
más adelante, la duda de que Él sea el Mesías se apoya en varias razones
aparentes, pero nunca se apela a que no han llegado los tiempos mesiánicos.
Todo esto que venimos diciendo, apuntándolo más bien que declarándolo, nos
dice cuán caldeado de esperanzas mesiánicas estaba el ambiente que rodeaba
al Bautista. En ese ambiente no es extraño que al aparecer el Precursor se
planteara la cuestión de si él era el Mesías esperado. Su vida austera y
santa, su encendida predicación, la conmoción que había provocado y en
especial su anuncio del Reino de Dios, hacían presentir los tiempos
mesiánicos. Las esperanzas, ya de antes vivas, debieron de transformarse en
febril ansiedad al resonar la palabra del Precursor. Afanosamente agitados,
lo natural es que todos se preguntaran, como acabamos de ver, si no sería
Juan por ventura el Mesías.
Llegará un momento en que las autoridades de la sinagoga interrogarán
oficialmente al Bautista sobre este punto, como nos cuenta San Juan, pero no
esperó aquél a este interrogatorio oficial para poner a sus oyentes en la
verdad. Recogiendo la cuestión que había en el ambiente, dijo a las
muchedumbres lo que hemos leído en el pasaje de San Lucas que comentamos.
Sus palabras son de una humildad sencilla y profunda, y, por lo mismo, una
prueba decisiva de su santidad. Suponed en él aunque no sea más que un dejo
de ambición, y esas palabras no hubieran salido de su boca o por lo menos no
hubieran sido tan limpias y netas. ¿No vemos en nuestra vida ordinaria cómo
proceden los ambiciosos y con qué arte dejan subsistir los equívocos que
favorecen a sus ambiciones? Se les verá en tales casos un gesto de fingida
modestia; guardarán un silencio enigmático; a lo sumo se les oirá una
palabra ambigua; pero la negación sencilla o la palabra neta de la verdad no
se les suele oír.
San Juan Bautista hizo mucho más que negar escuetamente. Empezó a descubrir
la grandeza del Mesías, desviando hacia él la admiración de los oyentes. Yo
cierto, bautizo en agua, empezó diciendo, empero viene el más fuerte que yo
de quien no soy digno de desatar la correa de su zapato; Él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego.
Sin mucho discurrir, se ve que hay en estas frases dos comparaciones,
enlazadas entre sí. La una entre la persona del Mesías y la del Bautista, y
la otra entre el bautismo de éste y el de aquél. La primera está expresada
con una figura que los oyentes debieron entender con toda la fuerza que
tenía, sin las explicaciones que necesitamos nosotros. Supervivencia de
costumbres antiguas, es el uso que conocen cuantos han visitado las
mezquitas de Oriente, de descalzarse antes de entrar en ellas. A la puerta
de las mismas suele haber un sirviente encargado de quitar calzado a los
visitantes. San Juan alude al humilde oficio de sirvientes, para hacer ver
la distancia que hay entre él y el Mesías. Él no es digno ni de hacer tan
humilde servicio del Mesías que está para venir y mostrarse a su pueblo. Tan
acertada esta figura, que se ha hecho popular en todas las lenguas. Todos
los evangelistas la traen, aunque expresándola con leves divergencias
verbales. San Mateo escribe: Y de él no soy digno de llevar los zapatos (Mt
3,11). El gráfico San Marcos dice como escribiendo: No soy digno de,
abajándome, desatar la correa de su zapato (Mc 1,7). Y San Lucas dice como
hemos oído y coincide con él San Juan, que escribe: De quien yo no soy digno
de desatarle la correa del calzado (Jn 1,27).
Hay un género de humildad muy perfecto que consiste en reconocer los dones
que se han recibido de Dios, sin peligro de vanidad. El alma,
reconociéndolos con gratitud, sigue despreciándose a sí misma. Sólo quienes
han muerto del todo a sí mismo, atizan estas alturas de virtud.
San Juan Bautista las alcanzó. Siendo más que profeta, conservó en su
corazón, conservó su dulzura amorosa un profundísimo sentimiento de su
propia pequeñez. Es el sentimiento que ahora le broca con gozo de los
labios. Más adelante nos dirá, con la bella imagen del amigo del esposo,
cómo se gozaba en la grandeza de Cristo. Y ya desde ahora nos lo dice
implícitamente al acentuar con firmeza su propia pequeñez, para que resalte
la gloria de Jesús. El amor le sacaba de sí para hacerle vivir en su divino
Redentor, y deseando que todos participaran de su mismo amor, que era su
dicha, les hacía mirar a Jesús y no a él. No quiere que las almas se
distraigan ni un momento en quien sólo es voz que clama anunciando al
Mesías. Quiere que todos, sin detenerse ni en el acento de la voz, se
enciendan en deseos del que está para llegar.
Y a fin de lograrlo, después de comparar las personas, compara las obras.
La obra culminante del Bautista, de donde le había venido el sobrenombre,
era el bautismo. Los que oían sus predicaciones con docilidad y se resolvían
a seguirlas, cambiando la vida de pecado por una vida virtuosa, ponían el
sello a sus santos propósitos, bautizándose. Los frutos de la predicación
se coronaban con el bautismo.
Pues esta obra tan significativa que expresaba simbólicamente la
purificación de las almas por la penitencia, y hasta la promovía y
alentaba, no podía compararse con el bautismo que había de instituir el
Mesías. El Mesías, más fuerte y poderoso que Juan, con virtud divina,
bautizaría en Espíritu Santo y fuego. No sería su bautismo como el de Juan,
un símbolo sin interna eficacia para santificar a las almas; sino todo lo
contrario. Por medio de él se comunicaría a los hombres el Espíritu Santo y
serían transformados en hijos de Dios.
Como quien extrema la fuerza de las expresiones para dar a conocer la
penetrante purificadora virtud del bautismo cristiano, San Juan dice que el
Mesías bautizará en Espíritu Santo y fuego. La palabra fuego da un vigor
singular a la frase, si se entiende rectamente.
Aunque se ha dado varios sentidos a esta palabra, y en particular aunque se
la ha mirado a veces como una alusión a las lenguas de fuego congregadas en
el Cenáculo, la mejor interpretación parece ser entenderla metafóricamente.
En el profeta Malaquías se lee: Porque El será como un fuego purificador y
como la hierba de los bataneros. Y sentarse ha como para derretir y limpiar
la plata, y purificará a los hijos de Leví, y los acrisolará como el oro y
la plata (3,2-3). En estas palabras, como se ve, la acción purificadora de
Dios se expresa con las dos metáforas de la hierba del batanero y del fuego
que purifica los metales; pero más ampliamente con esta última. Pues un modo
de hablar semejante emplea el Bautista, expresando la acción purificadora
del bautismo cristiano con la metáfora del fuego. El bautismo nos da el
Espíritu Santo y nos purifica como el fuego los metales. La purificación es
tan profunda, que podrían aplicarse a ella las palabras que en Isaías dice
el Señor a Israel: Et excoquam ad purum scoriam tuam, et auferam omne
stannum tuum (Is 1,25), Y acrisolándote quitaré tu escoria y separaré de ti
todo tu estaño. Un insaciable anhelo de pureza devorará al Mesías, y llevará
a cabo su labor purificadora por el bautismo que instituirá.
Esta palabra del Bautista era de una actualidad palpitante cuando fue
pronunciada. Iba contra dos corrientes espirituales igualmente erróneas que
había entonces en el ambiente. La una era la de aquellos que veían reducida
la misión purificadora del Mesías a destruir a los paganos y más en
particular a limpiar de ellos a la ciudad santa de Jerusalén. La otra, la de
aquellos que no veían otra purificación más que la legal y exterior, que
preconizaban los fariseos. Ambos modos de pensar los rectifica el Bautista
anunciando una purificación interior que obrará el Espíritu Santo en las
almas, si se someten con docilidad al Mesías que llega. El futuro reino del
Mesías será el reino de la santidad.
Por aquí se ve hasta qué punto la predicación del Bautista acerca del Mesías
conmovía los quicios en que habían apoyado los rabinos sus enseñanzas, y
volvía a la pura doctrina de los profetas. Asombroso es contemplar hasta
qué punto se había descarriado un pueblo enseñado con singular providencia
por Dios Nuestro Señor; pero todavía es más asombroso ver con qué
condescendencia tan misericordiosa Dios le llama de nuevo, enseñándole la
verdad por boca del Precursor. Ardua en sumo grado era la misión de éste,
como que consistía en desvanecer unos ensueños de grandeza política,
arraigados profundamente, y hacer que las almas sólo buscaran la santidad.
Era mucho lo que había de demoler para que la luz divina pudiera llegar a
los corazones. Pero el enviado de Dios no se arredró, y con fidelísima
fortaleza emprendió esa labor demoledora, para abrir a las almas las
radiantes perspectivas del Reino de Dios.
Había comenzado por humillarse para que resaltara más la gloria del Mesías,
y con profunda humildad transmitió el altísimo conocimiento de la obra
mesiánica que Dios le mandaba comunicar, sin mirar al semblante de ningún
hombre.
Mas no se detuvo aquí, pues, a la vez que anunció la labor santificadora del
Mesías, hizo fulgurar su acción justiciera. Aquellas almas a quienes
hablaba necesitaban convertirse —por eso les predicaba penitencia—, y para
almas así, lo primero era despertar en ellas el temor de Dios. Por eso les
habló del Mesías Juez.
Lo hizo con una breve y bella alegoría.
¿Quién de nosotros no ha visto en el tiempo de la trilla a nuestros
campesinos aventando la parva en la era? Bieldo en mano van lazando a lo
alto porciones de mies trillada para que la brisa se lleve la paja, mientras
el dorado grano desciende limpio y va formando montones que son la alegría
del campesino.
Pues esta bella imagen emplea San Juan aquí para hablarnos de la justicia
que hará el Mesías. El Mesías tiene el bieldo en la mano para aventar su
parva y separar el trigo de la paja. La paja liviana, juguete de la brisa,
son los malos; el buen trigo, denso y rico, son los buenos. Ahora todo anda
confundido, como parva acabada de trillar, pero día llegará en que la
justicia divina separe lo bueno de lo malo, como el trigo de la paja, sin
que sea posible la confusión. Lo que haya en el fondo de las almas, virtudes
o pecados, quedará patente, discriminado para siempre.
Hecha la discriminación, el Mesías recogerá el grano con solicitud amorosa,
como labrador cuidadoso, en su troje, que es el cielo, y arrojará la paja al
fuego, al fuego inextinguible.
Con estas últimas palabras se rebasa la significación corriente de la
figura empleada, y se descubre el terrible misterio de la eterna
condenación, que con tan amorosa insistencia recordará después Jesús en sus
predicaciones. Lo corriente es que la paja se destine en parte para el fuego
y en parte para forraje. En nuestra triguera Castilla sólo se destina una
parte de ella a ser quemada en las glorias, y en Palestina a cocer los
alimentos. Pero el Mesías arrojará al fuego toda la paja de su era y, lo que
es más, a un fuego inextinguible. El Bautista describe aquí el infierno con
los mismos términos con que lo describirá después Cristo nuestro Señor. Es
el fuego eterno con que la justicia divina castiga al pecador. No son
únicamente los gentiles quienes serán castigados por la justicia divina,
sino todos los pecadores, sean gentiles o judíos. Ante un auditorio de
judíos, Juan amenaza con el infierno a quien no haga penitencia de los
propios pecados.
Con este rasgo queda completada la imagen del Mesías que el Bautista
presenta a la muchedumbre. Llegará un momento en que juzgará oportuno hablar
de la divinidad de Cristo y de su muerte expiatoria; pero mientras ese
momento llega, enseña a todos lo que más les urgía conocer acerca del
Mesías, para prepararse a recibirlo dignamente.
El Mesías está por encima de toda grandeza humana. Nadie es digno siquiera
de hacer el humilde servicio que hacen los últimos de los criados cuando
descalzan a los visitantes a la entrada. Su misión está sobre toda misión
que hayan tenido los más grandes personajes de la historia, pues no
consiste ni en hacer conquistas terrenas ni en alcanzar grandezas humanas,
sino en santificar a los hombres. Su poder santificador supera infinitamente
a todo poder humano. Como supremo Juez hará definitivamente justicia, no
sólo de las transgresiones que caen bajo la justicia humana, sino también de
la maldad oculta en lo secreto del corazón. Su sentencia tendrá
consistencia eterna, lo mismo cuando acoja a los buenos en el cielo, que
cuando arroje a los pecadores obstinados al fuego inextinguible del
infierno.
En estas alturas se mueve la predicación mesiánica del Precursor. Son las
mismas alturas en que se moverá la predicación el divino Maestro.
Trascienden tan divinas palabras todo lo temporal y terreno, para elevar a
las almas al conocimiento de lo eterno y celestial.
A encender esa luz y ese fuego se consagró el Santo Precursor, y si no
queremos dejar que se pierdan sus palabras en el vacío, como lo hicieron,
según veremos, los fariseos y los escribas, esa luz y ese fuego hemos de
procurar encender en nuestras almas. A cada uno de nosotros nos anuncia el
Bautista la grandeza de Cristo, su infinita virtud purificadora y
santificadora, su justicia que castiga con el infierno y premia con el
cielo, para que a Cristo busquemos y amemos con espíritu de penitencia por
nuestros pecados, con hambre y sed de justicia y con humilde adoración.
Vayamos a Cristo con renovado espíritu de fe y de amor, bendiciéndole por su
infinita misericordia, por haberse dignado venir a nosotros y comunicarnos
su vida divina. Busque el mundo lo que quiera, en sus locos afanes,
conténtense con las añadiduras las almas desgraciadas que viven apegadas a
la vida presente; pero nosotros no descansaremos hasta conocer y amar a
Jesucristo, como le conoció y le amó, como nos enseña a conocerle y amarle
el Santo Precursor y como Él mismo desea, para nuestro bien, que le
conozcamos y le amemos.
(ALFONSO TORRES, SJ, Lecciones Sacras I, Lección IV, Ed. BAC, Madrid, 1977,
pp. 315-324)
Ejemplos
Lo bueno, para ser bueno…
Es un criterio de muchos decir: Yo no robo ni mato, y quedarse tan
tranquilos como si ya con esto lo hubieran hecho todo. Aun entre personas
cultas se cree que con tener mucha compasión con los pobres, dar a manos
llenas, no faltar al prójimo y contentarse con lo suyo, ya está agotada toda
la virtud.
¡Como si los mandamientos de la Ley de Dios no fueran diez, y bastaran dos
para salvarse!
No, mis hermanos, lo bueno para ser bueno lo ha de ser del todo; para lo
malo basta cualquier cosa que falle.
En lo artificial, si en una rueda un diente sobresale, por buenos que estén
los demás, la rueda se para.
En lo natural, si un poco de aire, que es la respiración, falta, por sano
que esté todo el cuerpo, el cuerpo muere.
En lo militar, por más fuertes muros que cierren al enemigo la ciudad, si
hay una puerta abierta, la ciudad está perdida.
En lo artístico, en una cítara una sola cuerda destemplada echa a perder
toda la armonía.
¿Cómo no iba a realizarse esto en lo espiritual?
Con un mandamiento que falte, aunque todos los demás se cumplan, ¡el alma
está perdida!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p.
166)