Vigilia Pascual - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración
Recursos adicionales para la preparación
Comentario Teológico: Directorio Homilético - Lecturas del Antiguo
Testamento en la Vigilia Pascual
Santos Padres: San Agustín - La alegría pascual.
Aplicación: San Juan Pablo II - La noche dichosa
Aplicación: San
Juan Pablo II Vigilia Pascual
Aplicación: Benedicto XVI
- Dos grandes signos caracterizan la celebración
litúrgica de la Vigilia pascual.
Aplicación: San Juan Pablo II - "¿Buscáis a Jesús crucificado?" (Mt 28,5).
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentrios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico: Directorio Homilético - Lecturas del Antiguo
Testamento en la Vigilia Pascual
48. «En la Vigilia pascual de la noche Sagrada, se proponen siete lecturas
del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la Historia
de la Salvación, y dos lecturas del Nuevo, a saber, el anuncio de la
Resurrección según los tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica
sobre el bautismo cristiano como sacramento de la Resurrección de Cristo»
(OLM 99). La Vigilia Pascual, como viene indicado en el Misal Romano, «es la
más importante y la más noble entre todas las Solemnidades» (Vigilia
paschalis, 2). La larga duración de la Vigilia no permite un comentario
extenso a las siete Lecturas del Antiguo Testamento, pero se tiene que notar
que son centrales, siendo textos representativos que proclaman partes
esenciales de la teología del Antiguo Testamento, desde la creación al
sacrificio de Abrahán, hasta la lectura más importante, el Éxodo. Las cuatro
lecturas siguientes anuncian los temas cruciales de los profetas. Una
comprensión de estos textos, en relación con el Misterio Pascual, tan
explícita en la Vigilia pascual, puede inspirar al homileta cuando estas o
similares lecturas vienen propuestas en otros momentos del Año Litúrgico.
49. En el contexto de la Liturgia de esta noche, mediante estas lecturas, la
Iglesia nos lleva a su momento culminante con la narración del Evangelio de
la Resurrección del Señor. Estamos inmersos en el flujo de la Historia de la
Salvación por medio de los Sacramentos de Iniciación celebrados en esta
Vigilia, como recuerda el bellísimo pasaje de Pablo sobre el Bautismo. Son
clarísimos, en esta noche, los vínculos entre la creación y la vida nueva en
Cristo, entre el Éxodo histórico y el definitivo del Misterio Pascual de
Jesús, al que todos los fieles toman parte por medio del Bautismo, entre las
promesas de los profetas y su realización en los misterios litúrgicos
celebrados. Estos vínculos a los que se puede siempre hacer referencia en el
curso del Año Litúrgico.
50. Un riquísimo recurso para comprender el vínculo entre los temas del
Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Misterio Pascual de Cristo lo
ofrecen las oraciones que siguen a cada lectura. Estas expresan, con
simplicidad y claridad, el profundo significado cristológico y sacramental
de los textos del Antiguo Testamento ya que hablan de la creación, del
sacrificio, del Éxodo, del Bautismo, de la misericordia de Dios, de la
alianza eterna, de la purificación del pecado, de la redención y de la vida
en Cristo. Pueden servir de escuela de oración para el homileta, no solo en
la preparación de la Vigilia Pascual, sino, también, durante el curso del
año, cuando se encuentren textos similares a los que vienen proclamados en
esta noche. Otro recurso útil para interpretar los textos de la Escritura es
el Salmo responsorial que sigue a cada una de las siete Lecturas, poemas
cantados por los cristianos que han muerto con Cristo y que ahora comparten
con Él su vida resucitada. No deberían olvidarse los Salmos durante el resto
del año ya que muestran cómo la Iglesia interpreta toda la Escritura a la
luz de Cristo.
Evangelio de la Misa del día de Pascua
51. «Para la misa del día de Pascua, se propone la lectura del Evangelio de
san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se
prefiere, los textos de los Evangelios propuestos para la noche Sagrada, o,
cuando hay misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los
discípulos que iban de camino hacia Emaús. La primera lectura se toma de los
Hechos de los apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la
lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al
misterio de Pascua vivido en la Iglesia. Hasta el domingo tercero de Pascua,
las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las
lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua.
En los domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos
del discurso y de la oración del Señor después de la última cena» (OLM
99100). La rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento
escuchadas en el Triduo representa uno de los momentos más intensos de la
proclamación del Señor resucitado en la vida de la Iglesia, y pretende ser
instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año
litúrgico. En el curso de la Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose
en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas ocasiones para
poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como contenido
central de las Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el
que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la Iglesia sobre lo que
representa el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros
pecados «según las Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día
«según las Escrituras» (1Cor 15,4).
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Directorio Homilético, 2014, nº 48 - 51)
Santos
Padres: San Agustín - La alegría pascual.
1. No hay día que no lo haya hecho el Señor; no solamente ha hecho los días,
sino quecontinúa haciéndolos desde el momento en que hace salir su sol sobre
los buenos y sobre los malos, y llueve sobre los justos y los injustos. En
consecuencia,no ha de pensarse que se refiera a este día ordinario,común a
buenos y malos, aquel texto en que hemos escuchado:Este es el día que hizo.
Al decir: Este es el día que hizo elSeñor, nos proclama un día más notable y
hace que concentremos nuestra atención en él. ¿Qué día es este del que se
dice:Alegrémonos y gocémonos en él? ¿Qué día sino un día bueno?Qué día sino
el apetecible, amable, deseable y deleitoso delque decía el santo Jeremías:
Tú sabes que no apetecí el día delos hombres? ¿Cuál es, pues, este día que
hizo el Señor? vividbien y lo seréis vosotros. Cuando el Apóstol decía:
Caminemoshonestamente como de día, no se refería a este que inicia conla
salida del sol y termina con su ocaso. El mismo dice también:Pues los que se
embriagan, se embriagan de noche. Nadieve a los hombres borrachos a la hora
del almuerzo; perosea la hora que sea, se trata siempre de la noche, no del
díaque hizo el Señor. Pues así como son día los que viven piadosa,santa y
devotamente, con templanza, justicia y sobriedad, así,por el contrario, son
noche los que viven impía, lujuriosa, soberbiae irreligiosamente; para esta
noche, la noche será, sinduda, como un ladrón.
El día del Señor vendrá como ladrón enla noche, según está escrito. Pero,
después de mencionar este testimonio, el Apóstol, dirigiéndose a quienes
había dicho enotro lugar: Fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en
cambio,sois luz en el Señor -ved aquí el día que hizo el Señor-;después de
haber dicho dirigiéndose a ellos: Sabéis, hermanos,que el día del Señor
vendrá como ladrón en la noche, añadió:Pero vosotros no estáis en las
tinieblas para que aquel día ossorprenda como un ladrón. Todos vosotros sois
hijos de la luze hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas.
Así,pues, este nuestro cantar es un traer a la memoria la vida santa.Cuando
decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazónconcorde: Este es el
día que hizo el Señor, procuremos ir deacuerdo con nuestro sonido para que
nuestra lengua no profieraun testimonio contra nosotros. Tú que vas a
embriagarte hoydices: Este es el día que hizo el Señor; ¿no temes que te
responda:"Este día no lo hizo el Señor? ¿Se cree día buenoincluso aquel al
que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo?"
2. Ved qué alegría, hermanos míos; alegría por vuestra asistencia, alegría
de cantar salmos e himnos, alegría de recordar la pasión y resurrección de
Cristo, alegría de esperar lavida futura. Si el simple esperarla nos causa
tanta alegría, ¿quéserá el poseerla? Cuando estos días escuchamos el Aleluya
¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de
aquella ciudad celestial? Si estos días nos producen tan grande alegría,
¿qué sucederá aquel en que se nos diga:Venid, benditos de mi Padre; recibid
el reino; cuando todos los santos se encuentren reunidos, cuando se
encuentren allíquienes no se conocían de antes, se reconozcan quienes se
conocían;allí donde la compañía será tal que nunca se perderáun amigo ni se
temerá un enemigo? Henos, pues, proclamandoel Aleluya; es cosa buena y
alegre, llena de gozo, de placer y desuavidad. Con todo, si estuviéramos
diciéndolo siempre, noscansaríamos; pero como va asociado a cierta época del
año,¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va! ¿Habrá allí
acaso idéntico gozo e idéntico cansancio? No lo habrá.Quizá diga alguien:
"¿Cómo puede suceder que no engendrecansancio el repetir siempre lo mismo?"
Si consigo mostrartealgo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer
que allítodo será así. Se cansa uno de un alimento, de una bebida, deun
espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca secansó nadie de la
salud. Así, pues, como aquí, en esta carnemortal y frágil, en medio del
tedio originado por la pesantezdel cuerpo, nunca ha podido darse que alguien
se cansara dela salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansanciola
caridad, la inmortalidad o la eternidad.
(SAN AGUSTÍN,Sermones (4), Sermón 229 B, 1-2, BAC Madrid 1983, XXIV, pág.
305-08)
Aplicación: Beato Juan Pablo II VIGILIA PASCUAL - La noche dichosa
1. "Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió" (Gn 1, 3).
Una explosión de luz, que la palabra de Dios sacó de la nada, rompió la
primera noche, la noche de la creación. Como dice el apóstol Juan: "Dios es
Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5). Dios no ha creado la
oscuridad, sino la luz. Y el libro de la Sabiduría, revelando claramente que
la obra de Dios tiene siempre una finalidad positiva, se expresa de la
siguiente manera: "Él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del
mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades
sobre la tierra" (Sab 1, 14). En aquella primera noche de la creación hunde
sus raíces el misterio pascual que, tras el drama del pecado, representa la
restauración y la culminación de aquel comienzo primero.
La Palabra divina ha llamado a la existencia a todas las cosas y, en Jesús,
se ha hecho carne para salvarnos. Y, si el destino del primer Adán fue
volver a la tierra de la que había sido hecho (cf. Gn 3, 19), el último Adán
ha bajado del cielo para volver a él victorioso, primicia de la nueva
humanidad (cf. Jn 3, 13; 1 Co 15, 47).
2. Hay otra noche como acontecimiento fundamental de la historia de Israel:
la salida prodigiosa de Egipto, cuyo relato se lee cada año en la solemne
Vigilia pascual. "El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte
viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas
entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban
muralla a derecha e izquierda" (Ex 14, 21-22). El pueblo de Dios ha nacido
de este "bautismo" en el Mar Rojo, cuando experimentó la mano poderosa del
Señor que lo rescataba de la esclavitud para conducirlo a la anhelada tierra
de la libertad, de la justicia y de la paz. Esta es la segunda noche, la
noche del éxodo.
La profecía del libro del Éxodo se cumple hoy también en nosotros, que somos
israelitas según el espíritu, descendientes de Abraham por la fe (cf. Rm 4,
16). Como el nuevo Moisés, Cristo nos ha hecho pasar en su Pascua de la
esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Muertos con Jesús,
resucitamos con Él a una vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. Su
Bautismo se ha convertido en el nuestro.
3. "En esta noche de gracia", en la que Cristo ha resucitado de entre los
muertos, se realiza en vosotros un "éxodo" espiritual: dejáis atrás la vieja
existencia y entráis en la "tierra de los vivos". Esta es la tercera noche,
la noche de la resurrección.
4. "¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo
resucitó de entre los muertos". Así se ha cantado en el Pregón pascual, al
comienzo de esta Vigilia solemne, madre de todas las Vigilias. Después de la
noche trágica del Viernes Santo, cuando el "poder de las tinieblas" (cf. Lc
22, 53) parecía prevalecer sobre Aquel que es "la luz del mundo" (Jn 8, 12),
después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su
misión en la tierra, encontró reposo en el misterio del Padre y llevó su
mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche
que precede el "tercer día", en el que, según las Escrituras, el Señor
habría de resucitar, como Él mismo había preanunciado varias veces a sus
discípulos. "¡Qué noche tan dichosa en que une el cielo con la tierra, lo
humano y lo divino!" (Pregón pascual).
5. Esta es la noche por excelencia de la fe y de la esperanza. Mientras todo
está sumido en la oscuridad, Dios - la Luz - vela. Con Él velan todos los
que confían y esperan en Él. ¡oh María!, esta es por excelencia tu noche.
Mientras se apagan las últimas luces del sábado y el fruto de tu vientre
reposa en la tierra, tu corazón también vela. Tu fe y tu esperanza miran
hacia delante. Vislumbran ya detrás de la pesada losa la tumba vacía; más
allá del velo denso de las tinieblas, atisban el alba de la resurrección.
Madre, haz que también velemos en el silencio de la noche, creyendo y
esperando en la palabra del Señor. Así encontraremos, en la plenitud de la
luz y de la vida, a Cristo, primicia de los resucitados, que reina con el
Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¡Aleluya!
(Homilía del beato Juan Pablo II el Sábado, 30 de marzo de 2002)
Aplicación:
San Juan Pablo II Vigilia Pascual
1. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular"
(Sal 117,22).
Esta noche, la liturgia nos habla con la abundancia y la riqueza de la
palabra de Dios. Esta Vigilia es no sólo el centro del año litúrgico, sino
de alguna manera su matriz. En efecto, a partir de ella se desarrolla toda
la vida sacramental. Podría decirse que está preparada abundantemente la
mesa en torno a la cual la Iglesia reúne esta noche a sus hijos; reúne, de
manera particular, a quienes han de recibir el Bautismo.
Pienso directamente en vosotros, queridos Catecúmenos, que dentro de poco
renaceréis del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5). Con gran gozo os
saludo y saludo, al mismo tiempo, a los Países de donde venís: Albania, Cabo
Verde, China, Francia, Marruecos y Hungría.
Con el Bautismo os convertiréis en miembros del Cuerpo de Cristo, partícipes
plenamente de su misterio de comunión. Que vuestra vida permanezca inmersa
constantemente en este misterio pascual, de modo que seáis siempre
auténticos testigos del amor de Dios.
2. No sólo vosotros, queridos catecúmenos, sino también todos los bautizados
están llamados esta noche a hacer en la fe una experiencia profunda de lo
que poco antes hemos escuchado en la Epístola: "Los que por el bautismo nos
incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo
fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue
despertado de entre los muertos por la gloria del padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva" (Rm 6,3-4).
Ser cristianos significa participar personalmente en la muerte y
resurrección de Cristo. Esta participación es realizada de manera
sacramental por el Bautismo sobre el cual, como sólido fundamento, se
edifica la existencia cristiana de cada uno de nosotros. Y es por esto que
el Salmo responsorial nos ha exhortado a dar gracias: "Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia... La diestra del Señor...
es excelsa. No he de morir, viviré, para contar las hazañas del Señor" (Sal
117,1-2.16-17). En esta noche santa la Iglesia repite estas palabras de
acción de gracias mientras confesa la verdad sobre Cristo que "padeció y fue
sepultado, y resucitó al tercer día" (cf. Credo).
3. "Noche en que veló el Señor... por todas las generaciones" (Ex 12,42).
Estas palabras del Libro del Éxodo concluyen la narración de la salida de
los Israelitas de Egipto. Resuenan con una elocuencia singular durante la
Vigilia pascual, en cuyo contexto cobran la plenitud de su significado. En
este año dedicado a Dios Padre, ¿cómo no recordar que esta noche, la noche
de Pascua, es la gran "noche de vigilia" del Padre? Las dimensiones de esta
"vigilia" de Dios abarcan todo el Triduo pascual. Sin embargo, el Padre
"vela" de manera particular durante el Sábado Santo, mientras el hijo yace
muerto en el sepulcro. El misterio de la victoria de Cristo sobre el pecado
del mundo está encerrado precisamente en el velar del Padre. Él "vela" sobre
toda la misión terrena del Hijo. Su infinita compasión llega a su culmen en
la hora de la pasión y de la muerte: la hora en que el Hijo es abandonado,
para que los hijos sean encontrados; el Hijo muere, para que los hijos
puedan volver a la vida.
La vela del Padre explica la resurrección del Hijo: incluso en la hora de la
muerte, no desaparece la relación de amor en Dios, no desaparece el Espíritu
Santo que, derramado por Jesús moribundo en la cruz, llena de luz las
tinieblas del mal y resucita a Cristo, constituyéndolo Hijo de Dios con
poder y gloria (cf. Rm 1,4).
4. "La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular"
(Sal 117,22). A la luz de la Resurrección de Cristo, ¡cómo sobresale en
plenitud esta verdad que canta el Salmista! Condenado a una muerte
ignominiosa, el Hijo del hombre, crucificado y resucitado, se ha convertido
en la piedra angular para la vida de la Iglesia y de cada cristiano.
"Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" (Sal 117,23).
Esto sucedió en esta noche santa. Lo pudieron constatar las mujeres que "el
primer día de la semana... cuando aún estaba oscuro" (Jn 20,1), fueron al
sepulcro para ungir el cuerpo del Señor y encontraron la tumba vacía. oyeron
la voz del ángel: "No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No
está aquí: ha resucitado" (cf. Mt 28,1-5).
Así se cumplieron las palabras proféticas del Salmista: "La piedra que
desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular". Ésta es nuestra fe.
Ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de profesarla en el
umbral del tercer milenio, porque la Pascua de Cristo es la esperanza del
mundo, ayer, hoy y siempre. Amén.
(Vigilia Pascual, 3 de abril de 1999)
Aplicación: Benedicto XVI (Vigilia Pascua) - Dos grandes signos
caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual.
Queridos hermanos y hermanas:
Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia
pascual.
En primer lugar, el fuego que se hace luz. La luz del cirio pascual, que en
la procesión a través de la iglesia envuelta en la oscuridad de la noche se
propaga en una multitud de luces, nos habla de Cristo como verdadero lucero
matutino, que no conoce ocaso, nos habla del Resucitado en el que la luz ha
vencido a las tinieblas.
El segundo signo es el agua. Nos recuerda, por una parte, las aguas del Mar
Rojo, la profundidad y la muerte, el misterio de la Cruz. Pero se presenta
después como agua de manantial, como elemento que da vida en la aridez. Se
hace así imagen del Sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la
muerte y resurrección de Jesucristo.
Sin embargo, no sólo forman parte de la liturgia de la Vigilia Pascual los
grandes signos de la creación, como la luz y el agua. Característica
esencial de la Vigilia es también el que ésta nos conduce a un encuentro
profundo con la palabra de la Sagrada Escritura. Antes de la reforma
litúrgica había doce lecturas veterotestamentarias y dos neotestamentarias.
Las del Nuevo Testamento han permanecido. El número de las lecturas del
Antiguo Testamento se ha fijado en siete, pero, de según las circunstancias
locales, pueden reducirse a tres. La Iglesia quiere llevarnos, a través de
una gran visión panorámica por el camino de la historia de la salvación,
desde la creación, pasando por la elección y la liberación de Israel, hasta
el testimonio de los profetas, con el que toda esta historia se orienta cada
vez más claramente hacia Jesucristo. En la tradición litúrgica, todas estas
lecturas eran llamadas profecías. Aun cuando no son directamente anuncios de
acontecimientos futuros, tienen un carácter profético, nos muestran el
fundamento íntimo y la orientación de la historia. Permiten que la creación
y la historia transparenten lo esencial. Así, nos toman de la mano y nos
conducen hacía Cristo, nos muestran la verdadera Luz.
En la Vigilia Pascual, el camino a través de las sendas de la Sagrada
Escritura comienza con el relato de la creación. De esta manera, la liturgia
nos indica que también el relato de la creación es una profecía. No es una
información sobre el desarrollo exterior del devenir del cosmos y del
hombre. Los Padres de la Iglesia eran bien conscientes de ello. No entendían
dicho relato como una narración del desarrollo del origen de las cosas, sino
como una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro
ser. Podemos preguntarnos ahora: Pero, ¿es verdaderamente importante en la
Vigilia Pascual hablar también de la creación? ¿No se podría empezar por los
acontecimientos en los que Dios llama al hombre, forma un pueblo y crea su
historia con los hombres sobre la tierra? La respuesta debe ser: no. Omitir
la creación significaría malinterpretar la historia misma de Dios con los
hombres, disminuirla, no ver su verdadero orden de grandeza. La historia que
Dios ha fundado abarca incluso los orígenes, hasta la creación. Nuestra
profesión de fe comienza con estas palabras: "Creo en Dios, Padre
Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra".
Si omitimos este comienzo del Credo, toda la historia de la salvación queda
demasiado reducida y estrecha. La Iglesia no es una asociación cualquiera
que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo,
no limita su cometido sólo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al
encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios
se nos muestra como Creador, y por esto tenemos una responsabilidad con la
creación. Nuestra responsabilidad llega hasta la creación, porque ésta
proviene del Creador. Puesto que Dios ha creado todo, puede darnos vida y
guiar nuestra vida. La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un
ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales.
Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de
la eternidad. Puesto que la creación pertenece a Dios, podemos confiar
plenamente en Él. Y porque Él es Creador, puede darnos la vida eterna. La
alegría por la creación, la gratitud por la creación y la responsabilidad
respecto a ella van juntas. El mensaje central del relato de la creación se
puede precisar todavía más.
San Juan, en las primeras palabras de su Evangelio, ha sintetizado el
significado esencial de dicho relato con una sola frase: “En el principio
existía el Verbo". En efecto, el relato de la creación que hemos escuchado
antes se caracteriza por la expresión que aparece con frecuencia: “Dijo
Dios...". El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan
utilizando un vocablo central de la lengua griega. “Logos" significa
“razón", “sentido", “palabra". No es solamente razón, sino Razón creadora
que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea
sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un
producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas
las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio
de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos
encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la
discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la ausencia de
libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más
bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a
la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial.
Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con san Juan: en
el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno
ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en
un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una
especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la
creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto
casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida
estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza.
Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina.
Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad
se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a
la creación.
Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de
la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no
obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la
vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor
creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y
debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte
de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte
surgiera una vida nueva, definitiva, saludable.
El relato veterotestamentario de la creación, que hemos escuchado, indica
claramente este orden de la realidad. Pero nos permite dar un paso más. Ha
estructurado el proceso de la creación en el marco de una semana que se
dirige hacia el Sábado, encontrando en él su plenitud. Para Israel, el
Sábado era el día en que todos podían participar del reposo de Dios, en que
los hombres y animales, amos y esclavos, grandes y pequeños se unían a la
libertad de Dios. Así, el Sábado era expresión de la alianza entre Dios y el
hombre y la creación. De este modo, la comunión entre Dios y el hombre no
aparece como algo añadido, instaurado posteriormente en un mundo cuya
creación ya había terminado. La alianza, la comunión entre Dios y el hombre,
está ya prefigurada en lo más profundo de la creación. Sí, la alianza es la
razón intrínseca de la creación así como la creación es el presupuesto
exterior de la alianza.
Dios ha hecho el mundo para que exista un lugar donde pueda comunicar su
amor y desde el que la respuesta de amor regrese a Él. Ante Dios, el corazón
del hombre que le responde es más grande y más importante que todo el
inmenso cosmos material, el cual nos deja, ciertamente, vislumbrar algo de
la grandeza de Dios.
En Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos
dar aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de
seis días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la
creación de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia
naciente sucedió algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido
ahora por el primer día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del
encuentro con Dios mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el
Domingo, se encontró con los suyos como Resucitado, después de que hallaran
vacío el sepulcro. la estructura de la semana se ha invertido. Ya no se
dirige hacia el séptimo día, para participar en él del reposo de Dios.
Inicia con el primer día como día del encuentro con el Resucitado. Este
encuentro ocurre siempre nuevamente en la celebración de la Eucaristía,
donde el Señor se presenta de nuevo en medio de los suyos y se les entrega,
se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta a la mesa con ellos.
Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera que el Sábado, el
séptimo día como día del encuentro con Dios, está profundamente enraizado en
el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio resulta aún más claro
si tenemos presente hasta qué punto el proceso del trabajo hacia el día de
descanso se corresponde también con una lógica natural. Este proceso
revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo del
desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día
había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día
después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los
suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de
extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una
vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una
nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día,
según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora,
se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido
en el día de la nueva creación.
Nosotros celebramos el primer día. Con ello celebramos a Dios, el Creador, y
a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del cielo y de la tierra. Y
celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció, murió, fue sepultado
y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador y de su creación.
Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta de nuestra
vida. lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se manifiesta
definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad
más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos el
primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no
permanece para siempre. lo celebramos porque sabemos que ahora vale
definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: "Vio Dios
todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Gen 1, 31). Amén
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica Vaticana el Sábado Santo 23
de abril de 2011)
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Aplicación: Beato Juan Pablo II VIGILIA PASCUAL - "¿Buscáis a Jesús
crucificado?" (Mt 28,5).
Es la pregunta que oirán las mujeres cuando, "al alborear el primer día de
la semana" (ib 28,1), lleguen al sepulcro.
Antes del sábado fue condenado a muerte y expiró en la cruz clamando:
"Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (lc 23,46).
Colocaron, pues, a Jesús en un sepulcro, en el que nadie había sido
enterrado todavía, en un sepulcro prestado por un amigo, y se alejaron. Se
alejaron todos, con prisa, para cumplir la norma de la ley religiosa.
Efectivamente, debían comenzar la fiesta, la Pascua de los judíos, el
recuerdo del éxodo de la esclavitud de Egipto: la noche antes del sábado.
Luego, pasó el sábado pascual y comenzó la segunda noche.
Por qué habéis venido ahora? ¿Buscáis a Jesús el crucificado?
Sí. Buscamos a Jesús crucificado. Lo buscamos esta noche después del sábado,
que precedió a la llegada de las mujeres al sepulcro, cuando ellas con gran
estupor vieron y oyeron: "No está aquí..." (Mt 28,6).
Escuchamos las lecturas sagradas que comparan esta noche única con el día de
la Creación, y sobre todo con la noche del éxodo, durante la cual, la sangre
del cordero salvó a los hijos primogénitos de Israel de la muerte y los hizo
salir de la esclavitud de Egipto. Y, luego, en el momento en el que se
renovaba la amenaza, el Señor los condujo por medio del mar a pie enjuto.
Velamos, pues, en esta noche única junto a la tumba sellada de Jesús de
Nazaret, conscientes de que todo lo que ha sido anunciado por la Palabra de
Dios en el curso de las generaciones se cumplirá esta noche, y que la obra
de la redención del hombre llegará esta noche a su cenit.
Velamos, pues, y aun cuando la noche es profunda y el sepulcro está sellado,
confesamos que ya se ha encendido en ella la luz y avanza a través de las
tinieblas de la noche y de la oscuridad de la muerte. Es la luz de Cristo:
Lumen Christi.
Hemos venido para sumergirnos en su muerte.
Proclamamos la alabanza del agua bautismal, a la cual, por obra de la muerte
de Cristo, descendió la potencia del Espíritu Santo: la potencia de la vida
nueva que salta hasta la eternidad, hasta la vida eterna (Jn 4,14).
"Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él, para que...no seamos más
esclavos del pecado..." (Rm 6,6), porque nosotros nos consideramos "muertos
al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Ib. 6,11); efectivamente:
"Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir
es un vivir para Dios" (ib. 6,10); porque: "Fuimos, pues, con Él sepultados
por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva" (ib. 6,4); Porque "si nuestra
existencia está unida a Él por una muerte semejante a la suya, también lo
seremos por una resurrección semejante" (ib. 6,5); porque creemos que "si
hemos muerto con Cristo..., también viviremos con Él" (ib. 6,8); y porque
creemos que "sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él" (ib. 6,9).
Precisamente por eso estamos aquí. Por eso velamos junto a su tumba. Vela la
Iglesia. Y vela el mundo.
La hora de la victoria de Cristo sobre la muerte es la hora más grande de la
historia.
(Homilía del beato Juan Pablo ii en la Vigilia Pascual del sábado 18 de
abril de 1981)
"Si supiera que voy a resucitar el domingo.........." .
Recuerdo que, hace unos años, mi hermana María Cruz explicaba al más pequeño de sus hijos -Javier de seis años, lo bueno que había sido Jesús con los hombres, tanto que hasta había muerto por salvarnos.
"¿Y tú - le preguntaba - tú sería capaz de morir por Jesús? A lo que Javier respondió, después de pensarlo un poco: "Hombre, si sé que voy a resucitar el domingo, sí"
¿Sabía Jesús antes de morir que iba a resucitar? Todo hace pensar que Jesús no tenía claro que iba a resucitar al tercer día. No se explica el terror y la angustia que sufrió en el huerto de los olivos y, sobre todo, el inexplicable y misterioso grito en la cruz "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado". Si Jesús hubiera sabido ya la respuesta del Padre a su petición: "Libérame de este cáliz" su oración no tenía sentido.
Después de la muerte y resurrección de Jesús, la muerte, para nosotros, no es otra cosa que pasar de esta vida a la casa del Padre. Con la resurrección de Jesús, la muerte perdió todo su aguijón, todo su terrible aspecto. Jesús fue el primero que esperó en el Padre sin saber de antemano, cómo le respondería. En la carta a los Hebreos leemos que: "Cristo en los días de su vida mortal, ofreció su sacrificio con fuerte gritos y lágrimas. Dirigió ruegos u sufrimientos a Aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue escuchado por su religiosa sumisión" (Heb 5,7) Pidió al Padre que lo liberara de la muerte, y la respuesta inmediata fue......un total silencio. Sólo cuando resucitó de la muerte supo cómo el Padre lo había escuchado. Pero Jesús tuvo que llegar al máximo posible de fe y de abandono a la voluntad del Padre para merecer resucitar de la muerte.