Domingo 1 de Cuaresma A - ' No sólo de pan vive el hombre' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical
Exégesis: W. Trilling - Tentación en el desierto (Mt 4,1-11)
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Espíritu Santo en la experiencia del desierto
Santos Padres: San Gregorio Magno - Las tentaciones y el ayuno en el desierto
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. Las tentaciones de Cristo (Mt 4,1-11)
Aplicación: S.S. Francisco, p.p. - Tentaciones de Jesús
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Las tentaciones de Cristo (Mt 4,1-11)
Directorio
Homilético: Primer domingo de Cuaresma
Recursos adicionales para la preparación
Algunas ideas creativas para la Cuaresma
Algunas ideas raras para Cuaresma que harán que seas más santo
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo II
Exégesis: W. Trilling - Tentación en el desierto (Mt 4,1-11)
1 Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto, para ser tentado
por el diablo. 2 y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin
tuvo hambre. 3 El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di
que estas piedras se conviertan en panes. 4 Pero él le contestó: Escrito
está: No de solo pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios.
En seguida se muestra cómo obra en él la gran fuerza del Espíritu, que lo
llena: Fue llevado por el Espíritu al desierto. Juan ya vivía allí, ahora
también Jesús es llevado al desierto. Lo que ahora sigue, también fue
querido por Dios. Lo que parece determinar de modo característico, como una
ley, los caminos de Dios es que la salvación viene del desierto. Es el lugar
de la pura adoración de Dios, en la peregrinación del pueblo por el
desierto, en el regreso de la cautividad, en Juan, en Jesús... Aquí el
desierto se ha convertido en la zona de la decisión: en favor o en contra de
Dios. Una decisión que no se toma para poner en claro la misión personal,
sino en favor de la salvación de todos los hombres y del mundo o contra
ella. La primera frase va orientada a nombrar el objetivo de esta estancia
en el desierto: para ser tentado por el diablo. Otro poder aparece en
escena: junto al hombre de Dios (Juan), al Mesías, al Espíritu Santo y a la
voz del Padre ahora se presenta el gran antagonista.
La Sagrada Escritura le llama el «diablo», es decir el antagonista que
desune y enemista al hombre y a Dios. La historia de Israel a través de todo
su transcurso muestra que hubo poderosas fuerzas, que constantemente se
oponían al establecimiento del reino de Dios, fuerzas que se exteriorizaban
en una brutal violencia o en un refinamiento enmascarado, y se servían de
los recursos externos del poder de los grandes Estados o de la debilidad de
ciertas personas. Las formas son muy variadas, pero el objetivo siempre
permanece el mismo: Dios no puede ser Señor, su voluntad no puede tener
validez, su plan no puede realizarse.
En los últimos siglos antes de Cristo en Israel se tiene una vista más
perspicaz, y se reconoce un poder personal tras todas estas diferentes
formas. Hay algo así como un antidiós, un ser maligno, que quiere servirse
de todos los recursos para combatir contra Dios. En el Nuevo Testamento y
especialmente aquí, en este pasaje, todo esto se ilumina con el fulgor del
relámpago. En el primer instante en que debe hacerse la obra de Dios, allí
también está el antagonista. En cuanto se levanta el telón de un escenario,
aparecen en él frente a frente Dios y Satán sin fingimiento y con dureza. Se
nota cuánto pesa la palabra «tentar». No es una de nuestras cotidianas
tentaciones, de las que se habla en el confesonario, sino que es una
tentación grande y única: desde Dios a Satán. Es la tentación a la caída, a
la muerte, a la nada...
Jesús ha ayunado en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, como
hicieron antes de él Moisés en el Sinaí (Exo_34:28) y Elías (1Re_19:8).
Cuando Jesús se encontraba en un estado de hambre acuciadora y de
enervamiento corporal, se le dirige el tentador invitándole a convertir
estas piedras en panes. Para el Hijo de Dios evidentemente es cosa fácil y,
al mismo tiempo, es conveniente. ¿Es una tentación cándida de corto alcance?
Jesús la rechaza con una frase de la Escritura, que está tomada del
Deuteronomio. En un discurso Moisés recuerda al pueblo lo que, a pesar de la
penuria y del hambre, Dios ha logrado en el desierto de una manera
prodigiosa: «Te afligió con hambre, y te dio el maná, manjar que no conocías
tú ni tus padres, para mostrarte que el hombre no vive de solo pan, sino de
cualquier cosa que Dios dispusiere» (Deu_8:3).
Esta fue una experiencia importante para los padres cn el desierto: Dios les
ha conservado la vida de manera prodigiosa, incluso cuando la necesidad
apremiaba, su vitalizante palabra ha preparado una nueva nutrición: el maná
y las codornices. Pero los padres tenían que dar crédito a Moisés, y confiar
en que Dios los conservaría. Ellos han hecho las dos cosas creyendo en la
palabra de Dios y alimentándose del manjar para el cuerpo. ¿No tiene también
que suceder así en el Mesías, a saber que él no pueda confiar en su propio
poder, sino solamente en Dios? Si Dios le ha conducido al desierto, ¿no le
conservará la vida? También en esto Jesús cumple «toda justicia», para
servir de modelo intachable a todos los que le seguirán: Dios cuida de los
suyos, si éstos le miran primero a él. Es verdad que su palabra omnipotente
podría convertir estas piedras en panes. Pero todavía con mucha mayor
solicitud Dios recompensa la confianza: los ángeles se acercan para servirle
(Deu_4:11). Así también la confianza ha salido airosa en nuestra vida de
distintas maneras, y este éxito se confirmará incesantemente.
5 Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone sobre el alero del
templo 6 y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo; pues escrito está:
Mandará en tu favor a sus ángeles, y te tomarán en sus manos, no sea que
tropiece tu pie con una piedra. 7 Jesús le respondió: También está escrito:
No tentarás al Señor, tu Dios.
La segunda tentación le conduce a la ciudad santa, es decir, Jerusalén, que
sólo san Mateo nombra respetuosamente con este título. Los dos están en el
alero del tejado del templo. El diablo le invita a tirarse abajo confiando
en las palabras del salmo, según las cuales Dios mandará a sus ángeles para
que nada dañe a su devoto (Sal_90:11 s). ¡Cuánto más valdrá esta promesa
para el Hijo de Dios! En la primera tentación ha salido airosa con
brillantez la confianza de Jesús en Dios. Con todo es fácil poner a prueba
una vez más esta confianza que se acaba de manifestar. Demuestra con una
acción valerosa lo que acaba de declarar. Si esta confianza es tan
incondicional y vigorosa, entonces mi proposición no puede ser considerada
como temeraria.
Jesús también contesta al seductor versado en la Escritura, con un texto
bíblico que rasga la tela esmeradamente urdida por el diablo: No tentarás al
Señor, tu Dios (Deu_6:16). Si yo hiciera lo que tú esperas, así habla Jesús,
mi conducta no sería una prueba de mi confianza, sino lo contrario:
peirasmos, la gran tentación de la discordia y la apostasía. Dios nunca se
deja forzar. Sigue siendo el Señor que gobierna sin restricción. No tolera
que le manden ayudar ni que los hombres lo tomen a su servicio. Su
intervención siempre es una gracia libremente otorgada. El Mesías también
está esperando ante Dios de una manera tan incondicional, que Dios se lo
entrega todo. Ciertamente su confianza es ilimitada, pero también es
ilimitada en el sentido de que él «nada puede hacer por sí mismo, como no lo
vea hacer al Padre» (Jua_5:19). Dios tiene que ser Señor por completo y en
todo...
8 De nuevo lo lleva el diablo a un monte elevadísimo, le muestra todos los
reinos de la tierra y su esplendor, 9 y le dice: Todo esto te daré, si
postrándote me adoras. 10 Entonces le responde Jesús: Retírate, Satán;
porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto. 11
Entonces lo deja el diablo, y unos ángeles se acercaron para servirle.
El diablo se atreve a una tercera tentativa. Conduce a Jesús a un monte
elevadísimo y le muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor. Le
ofrece la posesión de todos ellos al precio del homenaje de la adoración.
Aquí por primera vez el espíritu maligno habla con franqueza. Ahora aparece
clarísimo lo que antes permanecía velado: se trata del poder o de la
impotencia, del reino o de la esclavitud, de ser o de no ser. No hemos de
cavilar averiguando cómo el diablo puede haber producido la ilusión y cómo
podemos imaginarnos esta escena con sus pormenores.
Lo que interesa es el sentido de los sucesos. Satán se siente señor del
mundo, «príncipe de este mundo», como dice san Juan en su evangelio
(Jua_12:31). Incluso cree que está en condiciones de transferir este
dominio. Pero también ha de manifestar que es subido el precio de esta
transferencia. Solamente puede ser señor del mundo el que se doblega ante
Satán y le reconoce como señor. ¡Qué contradicción tan grotesca! Eso sería
un dominio aparente, que en realidad es una esclavitud, y Satán, a pesar de
todo, seguiría siendo el señor del mundo. En esta última agravación Jesús
también contesta con una frase de la Escritura, pero antes da una orden:
Retírate, Satán.
Aquí ya se muestra que él tiene un poder superior y que
puede mandar al que se cree en posesión del mundo. Basta una orden sencilla
y clara para vencer a Satán. Jesús aparentemente esto lo hace en nombre
propio, con la plenitud del propio poder, y sin hacer pausa dice: Al Señor
tu Dios adorarás y a él solo darás culto. Jesús tiene el poder, pero no es
su propio poder. Hace marchar de allí al tentador, pero no en su nombre.
También aquí sólo se trata de Dios. él es el único que puede exigir homenaje
y servicio. Y unos ángeles se acercaron para servirle. ¡Qué cambio tan
notable de la escena!
Jesús acaba de rechazar cualquier afán de dominio y acaba de patentizar su
confianza en Dios, se acaba de someter por completo a la providencia del
Padre, entonces recibe el servicio complaciente de seres celestiales. Aquí
sucede de una forma semejante a lo que antes ocurrió en el relato del
bautismo. Jesús primeramente se enajena diciendo cumplir dócilmente toda
justicia, entonces Dios muestra su predilección por él como su «Hijo amado».
Aquí Jesús reconoce sin reservas el señorío de Dios, entonces Dios le envía
los mensajeros celestes para que le sirvan.
Una frase hace penetrar todavía más profundamente en la inteligencia de este
fragmento singular. Satán promete todos los reinos de la tierra y su
esplendor. En la predicación de Jesús encontraremos constantemente la
expresión reino de Dios o, como se dice siempre en san Mateo, reino de los
cielos. Siempre se alude a la introducción y establecimiento del señorío de
Dios, de su reino. Es la finalidad más profunda de Jesús y de su misión. En
labios del antagonista esto ya se indica de antemano: por lo visto sabe que
no solamente se trata de Jesús como persona, de su misión mesiánica y de su
filiación divina (Jua_4:3.6), sino de algo todavía mayor: del reino de Dios.
Jesús procura convencer con la misma idea del reino, y procura ponerla a su
servicio. Se ha rechazado el gran ataque, la tentaci6n de la apostasía.
Desde esta hora en adelante el verdadero reino toma el curso de su victoria,
sin que sea posible detenerlo. Ahora ya no puede cambiar nada Satán, que
tuvo que abandonar vencido el campo. Jesús lanzará demonios, vencerá el mal
y con su propia muerte sellará la derrota de Satán. En todas partes, cuando
-unidos con Jesús- confiamos sólo y radicalmente en Dios, sucede lo mismo:
se despedaza el poder de Satán y se establece el verdadero reino.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Espíritu Santo en la
experiencia del desierto
1. Al “comienzo” de la misión mesiánica de Jesús vemos otro hecho
interesante y sugestivo, narrado por los evangelistas, que lo hacen depender
de la acción del Espíritu Santo: se trata de la experiencia del desierto.
Leemos en el evangelio según san Marcos: “A continuación (del bautismo), el
Espíritu le empuja al desierto” (Mc 1, 12). Además, Mateo (4, 1) y Lucas (4,
1) afirman que Jesús “fue conducido por el Espíritu al desierto”. Estos
textos ofrecen puntos de reflexión que nos llevan a una ulterior
investigación sobre el misterio de la íntima unión de Jesús-Mesías con el
Espíritu Santo, ya desde el inicio de la obra de la redención.
En primer lugar, una observación de carácter lingüístico: los verbos usados
por los evangelistas (“fue conducido” por Mateo y Lucas; “le empuja”, por
Marcos) expresan una iniciativa especialmente enérgica por parte del
Espíritu Santo, iniciativa que se inserta en la lógica de la vida espiritual
y en la misma psicología de Jesús: acaba de recibir de Juan un “bautismo de
penitencia”, y por ello siente la necesidad de un período de reflexión y de
austeridad (aunque personalmente no tenía necesidad de penitencia, dado que
estaba “lleno de gracia” y era “santo” desde el momento de su concepción:
(cf. Jn 1, 14; Lc 1, 35): como preparación para su ministerio mesiánico.
Su misión le exige también vivir en medio de los hombres-pecadores, a
quienes ha sido enviado a evangelizar y salvar (cf. santo Tomás, Summa
Theol., III, q. 40, a. 1), en lucha contra el poder del demonio. De aquí la
conveniencia de esta pausa en el desierto “para ser tentado por el diablo”.
Por lo tanto, Jesús sigue el impulso interior y se dirige adonde le sugiere
el Espíritu Santo.
2. El desierto, además de ser lugar de encuentro con Dios, es también lugar
de tentación y de lucha espiritual. Durante la peregrinación a través del
desierto, que se prolongó durante cuarenta años, el pueblo de Israel había
sufrido muchas tentaciones y había cedido (cf. Ex 32, 1-6; Nm 14, 1-4; 21,
4-5; 25, 1-3; Sal 78, 17; 1 Co 10, 7-10). Jesús va al desierto, casi
remitiéndose a la experiencia histórica de su pueblo. Pero, a diferencia del
comportamiento de Israel, en el momento de inaugurar su actividad mesiánica,
es sobre todo dócil a la acción del Espíritu Santo, que le pide desde el
interior aquella definitiva preparación para el cumplimiento de su misión.
Es un período de soledad y de prueba espiritual, que supera con la ayuda de
la palabra de Dios y con la oración.
En el espíritu de la tradición bíblica, y en la línea con la psicología
israelita, aquel número de “cuarenta días” podía relacionarse fácilmente con
otros acontecimientos históricos, llenos de significado para la historia de
la salvación: los cuarenta días del diluvio (cf. Gn 7, 4. 17); los cuarenta
días de permanencia de Moisés en el monte (cf. Ex 24, 18); los cuarenta días
de camino de Elías, alimentado con el pan prodigioso que le había dado nueva
fuerza (cf. 1 R 19, 8). Según los evangelistas, Jesús, bajo la moción del
Espíritu Santo, se acomoda, en lo que se refiere a la permanencia en el
desierto, a este número tradicional y casi sagrado (cf. Mt 4, 1; Lc 4, 1).
Lo mismo hará también en el período de las apariciones a los Apóstoles tras
la resurrección y la ascensión al cielo (cf. Hch 1, 3).
3. Jesús, por tanto, es conducido al desierto con el fin de afrontar las
tentaciones de Satanás y para que pueda tener, a la vez, un contacto más
libre e íntimo con el Padre. Aquí conviene tener presente que los
evangelistas suelen presentarnos el desierto como el lugar donde reside
Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre el “espíritu inmundo” que
“cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de
reposo...” (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del
endemoniado de Gerasa que “era empujado por el demonio al desierto” (Lc 8,
29).
En el caso de las tentaciones de Jesús, el ir al desierto es obra del
Espíritu Santo, y ante todo significa el inicio de una demostración ?se
podría decir, incluso, de una nueva toma de conciencia? de la lucha que
deberá mantener hasta el final de su vida contra Satanás, artífice del
pecado. Venciendo sus tentaciones, manifiesta su propio poder salvífico
sobre el pecado y la llegada del reino de Dios, como dirá un día: “Si por el
Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el
reino de Dios” (Mt 12, 28).
También en este poder de Cristo sobre el mal y sobre Satanás, también en
esta “llegada del reino de Dios” por obra de Cristo, se da la revelación del
Espíritu Santo.
4. Si observamos bien, en las tentaciones sufridas y vencidas por Jesús
durante la “experiencia del desierto” se nota la oposición de Satanás contra
la llegada del reino de Dios al mundo humano, directa o indirectamente
expresada en los textos de los evangelistas. Las respuestas que da Jesús al
tentador desenmascaran las intenciones esenciales del “padre de la mentira”
(Jn 8, 44), que trata de servirse, de modo perverso, de las palabras de la
Escritura para alcanzar sus objetivos.
Pero Jesús lo refuta apoyándose en la
misma palabra de Dios, aplicada correctamente. La narración de los
evangelistas incluye, tal vez, alguna reminiscencia y establece un
paralelismo tanto con las análogas tentaciones del pueblo de Israel en los
cuarenta años de peregrinación por el desierto (la búsqueda de alimento: cf.
Dt 8, 3; Ex 16; la pretensión de la protección divina para satisfacerse a sí
mismos: cf. Dt 6, 16; Ex 17, 1-7; la idolatría: cf. Dt 6, 13; Ex 32, 1-6),
como con diversos momentos de la vida de Moisés. Pero se podría decir que el
episodio entra específicamente en la historia de Jesús por su lógica
biográfica y teológica. Aún estando libre de pecado, Jesús pudo conocer las
seducciones externas del mal (cf. Mt 16, 23): y era conveniente que fuese
tentado para llegar a ser el Nuevo Adán, nuestro guía, nuestro redentor
clemente (cf. Mt 26, 36-46; Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 2. 7-9).
En el fondo de todas las tentaciones estaba la perspectiva de un mesianismo
político y glorioso, como se había difundido y había penetrado en el alma
del pueblo de Israel. El diablo trata de inducir a Jesús a acoger esta falsa
perspectiva, porque es el enemigo del plan de Dios, de su ley, de su
economía de salvación, y por tanto de Cristo, como aparece claro por el
evangelio y los demás escritos del Nuevo Testamento (cf. Mt 13, 39; Jn 8,
44; 13, 2; Hch 10, 38; Ef 6, 11; 1 Jn 3, 8, etc.). Si también Cristo cayese,
el imperio de Satanás, que se gloría de ser el amo del mundo (Lc 4, 5-6),
obtendría la victoria definitiva en la historia. Aquel momento de la lucha
en el desierto es, por consiguiente, decisivo.
5. Jesús es consciente de ser enviado por el Padre para hacer presente el
reino de Dios entre los hombres. Con ese fin acepta la tentación, tomando su
lugar entre los pecadores, como había hecho ya en el Jordán, para servirles
a todos de ejemplo (cf. San Agustín, De Trinitate, 4, 13). Pero, por otra
parte, en virtud de la “unción” del Espíritu Santo, llega a las mismas
raíces del pecado y derrota al “padre de la mentira” (Jn 8, 44). Por eso, va
voluntariamente al encuentro de la tentación desde el comienzo de su
ministerio, siguiendo el impulso del Espíritu Santo (cf. San Agustín, De
Trinitate, 13, 13).
Un día, dando cumplimiento a su obra, podrá proclamar: “Ahora es el juicio
de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn 12,
31). Y la víspera de su pasión repetirá una vez más: “Llega el príncipe de
este mundo. En mí no tiene ningún poder” (Jn 14, 30); es más, “el príncipe
de este mundo está (ya) juzgado” (Jn 16, 11); “¡Ánimo!, yo he vencido al
mundo” (Jn 16, 33). La lucha contra el “padre de la mentira”, que es el
“principe de este mundo”, iniciada en el desierto, alcanzará su culmen en el
Gólgota: la victoria se alcanzará por medio de la cruz del Redentor.
6. Estamos, por tanto, llamados a reconocer el valor integral del desierto
como lugar de una particular experiencia de Dios, como sucedió con Moisés
(cf. Ex 24, 18), con Elías (1 R 19, 8), y sobre todo con Jesús que,
“conducido” por el Espíritu Santo, acepta realizar la misma experiencia: el
contacto con Dios Padre (cf. Os 2, 16) en lucha contra las potencias
opuestas a Dios. Su experiencia es ejemplar, y nos puede servir también como
lección sobre la necesidad de la penitencia, no para Jesús que estaba libre
de pecado, sino para todos nosotros. Jesús mismo un día alertará a sus
discípulos sobre la necesidad de la oración y del ayuno para echar a los
“espíritus inmundos” (cf. Mc 9, 29) y, en la tensión de la solitaria oración
de Getsemaní, recomendará a los Apóstoles presentes: “Velad y orad, para que
no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es
débil” (Mc 14, 38). Seamos conscientes de que, amoldándonos a Cristo
victorioso en la experiencia del desierto, también nosotros tendremos un
divino confortador: el Espíritu Santo Paráclito, pues el mismo Cristo ha
prometido que “recibirá de lo suyo” y nos lo dará (cf. Jn 16, 14): Él, que
condujo al Mesías al desierto no sólo “para ser tentado” sino también para
que diera la primera demostración de su poderosa victoria sobre el diablo y
sobre su reino, tomará de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre
Satanás, su primer artífice, para hacer partícipe de ella a todo el que sea
tentado.
(S. Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la experiencia del desierto,
Audiencia General del día miércoles 21 de julio de 1990)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - Las tentaciones y el ayuno en el
desierto
1. Suelen algunos dudar sobre qué espíritu fue el que llevó a Jesús al
desierto, a causa de que luego se añade: Le transportó el diablo a la ciudad
santa, y después: Le subió el diablo a un monte muy encumbrado; pero en
realidad, y sin cuestión alguna, comúnmente se conviene en creer que fue
llevado al desierto por el Espíritu Santo; de manera que su Espíritu le
llevaría allí donde le hallaría el espíritu maligno para tentarle.
Mas he aquí que la mente se resiste a creer y los oídos humanos se asombran
cuando oyen decir que Dios Hombre fue transportado por el diablo, ora a un
monte muy encumbrado, ora a la ciudad santa. Cosas, no obstante, que
conocemos no ser increíbles si reflexionamos sobre ello y sobre otros
sucesos.
Es cierto que el diablo es cabeza de todos los inicuos y que todos los
inicuos son miembros de tal cabeza. Pues qué, ¿no fue miembro del diablo
Pilatos? ¿No fueron miembros del diablo los judíos que persiguieron a Cristo
y los soldados que lo crucificaron? ¿Qué extraño es, por tanto, que
permitiera ser transportado al monte por aquel a cuyos miembros permitió
también que le crucificaran?
No es, pues, indigno de nuestro Redentor, que había venido a que le dieran
muerte, el querer ser tentado; antes bien, justo era que, como había venido
a vencer nuestra muerte con la suya, así venciera con sus tentaciones las
nuestras.
Debemos, pues, saber que la tentación se produce de tres maneras: por
sugestión, por delectación y por consentimiento. Nosotros, cuando somos
tentados, comúnmente nos deslizamos en la delectación y también hasta el
consentimiento, porque, engendrados en el pecado, llevamos además con
nosotros el campo donde soportar los combates. Pero Dios, que, hecho carne
en el seno de la Virgen, había venido al mundo sin pecado, nada contrario
soportaba en sí mismo. Pudo, por tanto, ser tentado por sugestión, pero la
delectación del pecado ni rozó siquiera su alma; y así, toda aquella
tentación diabólica fue exterior, no de dentro.
2. Ahora bien, mirando atentos al orden en que procede en El la tentación,
debemos ponderar lo grande que es el salir nosotros ilesos de la tentación.
El antiguo enemigo se dirigió altivo contra el primer hombre, nuestro padre,
con tres tentaciones; pues le tentó con la gula, con la vanagloria y con la
avaricia;, y tentándole le venció, porque él se sometió con el
consentimiento. En efecto, le tentó con la gula cuando le mostró el fruto
del árbol prohibido y le aconsejó comerle. Le tentó con la vanagloria cuando
dijo: Seréis como dioses. Y le tentó con la avaricia cuando dijo: Sabedores
del bien y del mal; pues hay avaricia no sólo de dinero, sino también de
grandeza; porque propiamente se llama avaricia cuando se apetece una
excesiva grandeza; pues, si no perteneciera a la avaricia la usurpación del
honor, no diría San Pablo refiriéndose al Hijo unigénito de Dios (Flp 2, 6):
No tuvo por usurpación el ser igual a Dios. Y con esto fue con lo que el
diablo sedujo a nuestro padre a la soberbia, con estimularle a la avaricia
de grandezas.
3. Pero por los mismos modos por los que derrocó al primer hombre, por esos
mismos modos quedó el tentador vencido por el segundo hombre. En efecto, le
tienta por la gula, diciendo: Di que esas piedras se conviertan en pan; le
tentó por la vanagloria cuando dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí
abajo; y le tentó por la avaricia de la grandeza cuando, mostrándole todos
los reinos del mundo, le dijo: Todas estas cosas te daré si, postrándote
delante de mí, me adorares. Mas, por los mismos modos por los que se
gloriaba de haber vencido al primer hombre, es él vencido por el segundo
hombre, para que, por la misma puerta por la que se introdujo para
dominarnos, por esa misma puerta saliera de nosotros aprisionado.
Pero en esta tentación del Señor hay, hermanos carísimos, una cosa que
nosotros debemos considerar, y es que el Señor, tentado por el diablo,
responde alegando los preceptos de la divina palabra, y El, que con esa
misma Palabra, que era El, el Verbo divino, podía sumergir al tentador en
los abismos, no ostenta la fuerza de su poder, sino que sólo profirió los
preceptos de la Divina Escritura para ofrecernos por delante el ejemplo de
su paciencia, a fin de que, cuantas veces sufrimos algo de parte de los
hombres malos, más bien que a la venganza, nos estimulemos a practicar la
doctrina.
Ponderad, os ruego, cuán grande es la paciencia de Dios y cuán grande es
nuestra impaciencia. Nosotros, cuando somos provocados con injurias o con
algún daño, excitados por el furor, o nos vengamos cuanto podemos, o
amenazamos lo que no podemos. Ved cómo el Señor soportó la contrariedad del
diablo y nada le respondió sino palabras de mansedumbre: soporta lo que
podía castigar, para que redundase en mayor alabanza suya el que vencía a su
enemigo, sufriéndole por entonces y no aniquilándole.
4. Es de notar lo que sigue: que, habiéndose retirado el diablo, los ángeles
le servían (a Jesús). ¿Qué otra cosa se declara aquí sino las dos
naturalezas de una sola persona, puesto que simultáneamente es hombre, a
quien el diablo tienta, y el mismo es Dios, a quien los ángeles sirven?
Reconozcamos, pues, en El nuestra naturaleza, puesto que, si el diablo no
hubiera visto en El al hombre, no le tentara; y adoremos en El su divinidad,
porque, si ante todo no fuera Dios, tampoco los ángeles en modo alguno le
servirían.
5. Ahora bien, como la lección coincide en estos días en que hemos oído
referir el ayuno de nuestro Redentor por espacio de cuarenta días, ya que
también nosotros incoamos el tiempo de Cuaresma, debemos examinar por qué
esta abstinencia se guarda durante cuarenta días. Y hallamos que Moisés,
para recibir la Ley la segunda vez, ayunó cuarenta días; Elías ayunó en el
desierto cuarenta días; el mismo Creador de los hombres, cuando vino a los
hombres, durante cuarenta días no tomó en absoluto alimento alguno.
Procuremos también nosotros, en cuanto nos sea posible, mortificar nuestra
carne por la abstinencia durante el tiempo cuaresmal de cada año.
¿Por qué también se observa el número cuarenta sino porque la virtud del
Decálogo se completa por los cuatro libros del santo Evangelio? Pues como el
número diez, multiplicado por cuatro, suma cuarenta, así, cuando observamos
los cuatro evangelios, entonces cumplimos perfectamente los preceptos del
Decálogo.
También esto puede entenderse en otro sentido: este cuerpo mortal está
compuesto de cuatro elementos, y por las concupiscencias de este mismo
cuerpo nos oponemos a los preceptos del Señor, y los preceptos del Señor
están consignados en el Decálogo; luego, ya que por las concupiscencias de
la carne hemos despreciando los preceptos del Decálogo, justo es que
mortifiquemos esa misma carne cuatro veces diez veces.
Aunque también esto del tiempo cuaresmal puede entenderse de otro modo.
Desde el día de hoy hasta la solemnidad pascual pasan seis semanas, que son
cuarenta y dos días, de los cuales, como se substraen a la abstinencia los
seis días del Señor, no quedan para la abstinencia más que treinta y seis
días; ahora bien, como, de los trescientos sesenta y cinco días que tiene el
año, nosotros nos castigamos durante treinta y seis días, resulta como que
damos al Señor las décimas de nuestro año; de manera que nosotros, que
vivimos para nosotros mismos el año recibido, en las décimas de él nos
mortificamos con la abstinencia en obsequio de nuestro Creador. Por tanto,
hermanos carísimos, así como en la Ley se manda ofrecer los diezmos de las
cosas, esforzaos de igual modo en ofrecerle también los diezmos de los
días.
Cada cual, conforme sus fuerzas lo consientan, atormente su carne y
mortifique los apetitos de ella y dé muerte a las concupiscencias torpes
para hacerse, como dice San Pablo, hostia viva. Porque la hostia se ofrece y
está viva cuando el hombre ha renunciado a las cosas de esta vida y, no
obstante, se siente importunado por los deseos carnales. La carne nos llevó
a la culpa; tornémosla, pues, afligida, al perdón. El autor de nuestra
muerte, comiendo el fruto del árbol prohibido, traspasó los preceptos de la
vida; por consiguiente, los que por la comida perdimos los gozos del
paraíso, levantémonos a ellos, en cuanto nos es posible, por la abstinencia.
6. Mas nadie crea que puede bastarle la sola abstinencia, puesto que el
Señor dice por el profeta (Is 58, 6): ¿Acaso el ayuno que yo estimo no
consiste más bien en esto? ; y agrega (v.7): Que partas tu pan con el
hambriento; y que a los pobres y a los que no tienen hogar los acojas en tu
casa, y vistas al que veas desnudo, y no desprecies a tu propia carne. Luego
el ayuno que Dios aprueba es el que le ofrece una mano limosnera, el que se
hace por amor del prójimo, el que está condimentado con la piedad. Da, pues,
al prójimo aquello de que tú te privas, de modo que, de donde tu carne se
mortifica, se alivie la carne del prójimo necesitado; que por eso dice el
Señor por el profeta (Za 7, 5): Cuando ayunabais y plañíais..., ¿acaso
ayunasteis por respeto mío? Y cuando comíais y bebíais, ¿acaso no lo hacíais
mirando por vosotros mismos?
Come, pues, y bebe para sí quien toma para sí,
sin atender a los indigentes, los alimentos corporales, que son dones
comunes del Creador; y cada cual ayuna para sí cuando lo de que por algún
tiempo se priva no lo da a los pobres, sino que lo reserva para ofrecerlo
después a su cuerpo. De ahí lo que se dice por Joel: Santificad el ayuno;
porque santificar el ayuno es ofrecer a Dios una digna abstinencia de la
carne junto con otras obras buenas. Cese la ira; apláquense las disensiones,
pues en vano se atormenta la carne si el alma no se reprime en sus malos
deseos, puesto que el Señor dice por el profeta (Is. 58,3-5): Es porque en
el día de vuestro ayuno hacéis todo cuanto se os antoja, y ayunáis para
seguir los pleitos y contiendas y herir con puñadas a otro sin piedad, y
apremiáis a todos vuestros deudores.
Cierto que quien reclama de su deudor lo que le dio, nada injusto hace; pero
digno es que quien se mortifica con la penitencia se prive también de lo que
justamente le corresponde. Así, así es como a nosotros, afligidos y
penitentes, perdona Dios lo que injustamente hemos hecho, si, por amor a
Él, perdonamos lo que justamente nos corresponde.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía XVI, 1-6, BAC
Madrid 1958, p. 596-600)
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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. Las tentaciones de Cristo (Mt 4,1-11)
Introducción
La institución de la Cuaresma cristiana tiene tres fuentes principales: en
primer lugar, el deseo de ayunar para poder buscar y encontrar a Dios; en
segundo lugar, el catecumenado cristiano en cuanto camino al Bautismo; en
tercer lugar, la penitencia pública que debían hacer los cristianos adultos
que habían pecado después del Bautismo.
Las dos últimas razones desaparecieron con el tiempo. La institución del
catecumenado desapareció a causa de la costumbre de bautizar a los niños
recién nacidos. Y la penitencia pública desapareció a causa de la nueva
praxis de la Iglesia al impartir la penitencia dentro del sacramento de la
Reconciliación.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II, en su intención de volver siempre a
las fuentes del cristianismo, quiso que se restauraran esas dos últimas
fuentes que dieron origen a la Cuaresma: el sentido bautismal y el sentido
de penitencia pública. Esto lo hizo en el nº 109 de la Constitución
Sacrosanctum Concilium sobre la Divina Liturgia.
Respecto al aspecto social del pecado y la necesidad de reparación pública
dice: “Se inculque a los fieles, junto con las consecuencias sociales del
pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que lo detesta por ser ofensa
de Dios; no se olvide tampoco la participación de la Iglesia en la acción
penitencial y se intensifique la oración por los pecadores”.
Respecto a la Cuaresma como preparación al Bautismo dice: “El tiempo de
Cuaresma prepara a los fieles para que celebren el misterio pascual mediante
el recuerdo o la preparación del Bautismo”. Y por eso pide que “se empleen,
más abundantemente, los elementos bautismales propios de la liturgia
cuaresmal; y, según las circunstancias, se restauren ciertos elementos de
anterior tradición”. Si bien el Bautismo se administra a niños pequeños, sin
embargo, siempre la Cuaresma debe tener para todo cristiano con uso de razón
un sentido de recuerdo del propio Bautismo.
Por esta razón es que restituyó para el Ciclo A de lecturas los evangelios
de la Samaritana (Jn 4), del ciego de nacimiento (Jn 9) y de la resurrección
de Lázaro (Jn 11) para los tres últimos domingos de cuaresma, que, en la
ordenación actual, pueden leerse en los tres ciclos. Estos tres evangelios,
según los Santos Padres, tienen un profundo sentido bautismal e integraban
la liturgia del último paso del catecumenado, el así llamado “Tiempo de
Purificación e Iluminación”, reservado para las tres últimas semanas de
cuaresma. Este tiempo es llamado también ‘segundo grado de la iniciación
cristiana’. El ‘primer grado’ era el catecumenado en sí mismo.
Por lo tanto, la Cuaresma tal como se presenta hoy está estructurada en dos
conjuntos*1: primero, los dos primeros domingos de Cuaresma, orientados a
expresar la necesidad de la penitencia para encontrarse con Dios; segundo,
los tres últimos domingos de Cuaresma, orientados a preparar al catecúmeno
para el Bautismo o para que el ya bautizado recuerde su Bautismo.
El evangelio de hoy, las tentaciones de Cristo en el desierto, está
ordenado, entonces, a que comprendamos la necesidad de purificación de
nuestras concupiscencias y la necesidad de la lucha contra el maligno, para
salir al encuentro de Cristo glorificado en la Pascua, al cual debemos
unirnos. Esto lo hacemos siguiendo la doctrina (Mt 6,16-18; Mt 6,1-6) y las
huellas del mismo Maestro, como así también el ejemplo de toda la tradición
del AT.
1. La razón principal del ayuno y las tentaciones de Cristo
La ida de Jesús al desierto de Judea para ayunar, para hacer oración y ser
tentado por el diablo durante cuarenta días tiene un origen teológico, es
decir, tiene su origen en la misma voluntad del Padre. Lo dice claramente el
evangelio de hoy: “Jesús fue conducido por el Espíritu (hypò toû Pneúmatos)
hacia el desierto” (Mt 4,1a). Jesús va al desierto no por voluntad propia
sino por voluntad de Dios*2. Pero además San Mateo expresa la finalidad por
la cual es conducido al desierto: “Para ser tentado por el diablo” (Mt
4,1b).
En esta segunda parte del versículo de Mt 4,1 se encuentra la finalidad
teológica por la cual el Espíritu empuja a Jesucristo al desierto: “para ser
tentado por el diablo”. Esta pequeña frase encierra en sí la razón principal
por la cual Dios quiso que Jesús fuera al desierto, ayunara, orara y fuera
tentado por el diablo. Esa razón principal es que Jesús quiere recapitular
en sí toda la historia del ser humano y redimirla desde su misma raíz. Jesús
quiere recalcar que Él representa un nuevo inicio de la humanidad y por eso
quiere empezar como empezaron Adán y Eva: combatiendo con el diablo. Pero
con la gran diferencia que el Nuevo Adán vence al diablo, mientras que el
viejo Adán había sucumbido a la tentación de querer ser como Dios. Dice el
Catecismo de la Iglesia Católica refiriéndose a las tentaciones de Jesús en
el desierto: “Jesús rechaza estos ataques de satanás que recapitulan las
tentaciones de Adán en el Paraíso (…). Los evangelistas indican el sentido
salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que
permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación” (CEC, 538.
539).
El evangelio de San Marcos trae una clara referencia textual que nos remite
al paraíso: “Estaba entre las fieras salvajes y los ángeles le servían” (Mc
1,13). Respecto a esto dice Benedicto XVI: “En su breve relato de las
tentaciones, Marcos (cf. 1,13) pone de relieve un paralelismo con Adán, con
la aceptación sufrida del drama humano como tal: Jesús ‘vivía entre fieras
salvajes, y los ángeles le servían’. El desierto –imagen opuesta al Edén- se
convierte en lugar de la reconciliación y de la salvación; las fieras
salvajes, que representan la imagen más concreta de la amenaza que comporta
para los hombres la rebelión de la creación y el poder de la muerte, se
convierten en amigas como en el Paraíso. Se restablece la paz que Isaías
anuncia para los tiempos del Mesías: ‘Habitará el lobo con el cordero, la
pantera se tumbará con el cabrito…’ (Is 11,6)”*3.
Esta es la razón por la cual la Iglesia ha querido poner en la segunda
lectura de hoy el trozo de Rm 5,12-19. En ese trozo de San Pablo se hace el
paralelismo perfecto y detallado entre el viejo Adán y el Nuevo Adán. El
viejo Adán es la primera cabeza que pecó y fue causa de corrupción para todo
el género humano. El Nuevo Adán es Jesucristo, la verdadera Cabeza del
género humano que vence al diablo y es causa de restauración de todo el
género humano.
Precisamente en esto consiste el culmen de la teología de San Pablo:
Jesucristo, por ser verdadero Dios y verdadero hombre, por unir en su
Persona Divina a la naturaleza humana, de alguna manera absorbe a todos los
hombres, resume a toda la humanidad. En Cristo (expresión favorita de San
Pablo) estamos todos, tanto cuando Él realiza la redención en la cruz como
cuando resucita de entre los muertos. Esta es la razón última y más profunda
de la posibilidad de nuestra justificación. El Concilio Vaticano II lo ha
expresado de una manera maravillosa: “El Hijo de Dios con su encarnación se
ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes, nº 22).
El derecho que satanás había adquirido por su triunfo sobre la cabeza del
género humano (el primer Adán), lo perderá ahora por su derrota ante Aquel
que es la Cabeza por excelencia de todo el género humano, el Nuevo Adán,
Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
Es esta la razón principal del ayuno y de las tentaciones de Cristo. Así
como en la cruz todos hemos muerto con Cristo, así como en la resurrección
todos hemos resucitado con Cristo, así también en las tentaciones todos
hemos vencido con Cristo. Comienza una nueva humanidad.
Junto a esta razón principal Jesucristo agrega otra razón muy importante: su
rol de Mesías y de redentor no tiene nada que ver con el que le asignaban
los corruptos fariseos y todos aquellos que tenían y tienen un concepto
humano y mundano del Mesías. El Mesías Salvador salvará al mundo a través de
los sufrimientos, no a través de un éxito espectacular en los órdenes
humanos. El Salvador sufrirá mansamente los embates del diablo y los vencerá
con la Palabra de Dios. Enfrentando y venciendo las tentaciones del maligno
Jesús se presenta como el Siervo Sufriente de Isaías, y no como el
super-hombre que vence a todos a través de la fuerza, como lo presenta, por
ejemplo, Nietzche, poniéndose decididamente en la línea de los fariseos. Por
eso dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La tentación de Jesús
manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a
la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le
quieren atribuir”. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor
nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado" (Heb 4,15) (CEC, 540). El texto de Mt 16,21-23 que cita el Catecismo
se refiere a la reprensión que le hace Pedro cuando Jesús anuncia sus
sufrimientos y su muerte, y la consiguiente contra-reprensión de Jesús:
“¡Apártate de mí, satanás!”.
Por consiguiente, Jesucristo se está poniendo como modelo para todo
cristiano que quiere salir al encuentro de Dios. Y por eso es el modelo que
la Iglesia presenta para esta cuaresma, en camino hacia la Pascua, hacia la
resurrección de Cristo.
El pueblo de Israel estuvo cuarenta años en el desierto buscando la tierra
prometida. Allí sufrió la prueba de la tentación, sucumbiendo muchas veces a
ella. Pero también sintió la protección de Dios en la nube durante el día, y
en la columna de fuego durante la noche. Y finalmente entró en la tierra
prometida. “Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario
de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el
desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios
totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del
diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había
apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador
es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor
filial al Padre” (CEC, 539).
Moisés ayunó cuarenta días y cuarenta noches para entrar en contacto con
Dios en el Monte Sinaí y recibir las tablas de la Ley (Éx 24,18). Elías
caminó cuarenta días y cuarenta noches con un solo alimento al inicio para
poder ver a Yahveh en la brisa suave (1Re 19,8). Jesucristo va a recoger
esta tradición bíblica y Él mismo ayunará cuarenta días y cuarenta noches en
el desierto antes de revelar al mundo que Él es el Mesías Rey, ungido con
Espíritu Santo.
Ante el acontecimiento pascual de la resurrección de Cristo, ante el
encuentro con Cristo glorificado, la Iglesia obedece e imita a su Maestro y
se prepara convenientemente a ese suceso. Este es el sentido de la Cuaresma.
2. Las tentaciones en sí mismas
Lo dicho en el punto anterior se refleja incluso en el modo en que el
Maligno tienta a Cristo en el desierto. Lo hace siguiendo el modo en que
había tentado al viejo Adán. Santo Tomás de Aquino establece un paralelo
perfecto entre las tentaciones hechas a Adán y Eva y las hechas a Cristo*4.
Hay tres presupuestos importantes que hay que saber para entender las
tentaciones que el diablo hace a Cristo. En primer lugar, el diablo no sabía
con certeza que Cristo era Dios*5.
En segundo lugar, Cristo se deja tentar como hombre y vence las tentaciones
como hombre, no con la autoridad potestativa que tiene en cuanto Dios*6.
En tercer lugar, el diablo tienta a Cristo como a varón espiritual, y no
como a hombre ordinario. Lo hace por la envidia que el diablo siente ante la
perfección que él debiera haber alcanzado. Por eso, ninguna de las
tentaciones está orientada a faltas graves o gruesas o groseras, sino a
cosas finísimas y que apuntan a los defectos espirituales de los hombres
espirituales*7. De esto concluimos que las tres tentaciones son tentaciones
que miran a objetos espirituales. Este punto es muy importante. Por eso dice
Castelllani: “El diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había
visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había
visto arder como una gran fogata en oración continua–; y lo tentó como a un
hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del
Evangelio traducido por Straubinger dice: ‘la primera fue una tentación de
sensualidad...’ Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia. El
diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan
rigurosas como Cristo”*8.
En Cristo, la primera tentación parte del hambre de Cristo, pero la
tentación propiamente dicha es la de hacer un milagro innecesario para
adquirir el alimento*9. Es la tentación de hacer por vanidad, sin causa, un
milagro*10. Concluyendo, podemos decir con Castellani: “La primera tentación
es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas materiales –como si
dijéramos cambiar milagros por pan– la cual puede llegar a un extremo que se
llama simonía, o venta de lo sagrado”*11. Es por eso que, esta primera
tentación, consiste fundamentalmente en algo espiritual que es usar de los
poderes espirituales y religiosos para procurarse un bien material en el
propio interés.
La segunda tentación parte de aquello que también es natural a todo hombre,
que es el honor y la buena fama debidos. Pero el diablo busca sacarlo de su
quicio, desordenarlos. Por eso trata de seducir a Cristo de que se arroje de
lo más alto del Templo, delante de una multitud, exigiendo a Dios que haga
un milagro espectacular para salvarlo, logrando así un éxito que le dará
mucha fama. Es el gravísimo pecado de tentar a Dios para adquirir el propio
prestigio*12. Por eso podemos decir que “la segunda tentación es por medio
de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y ‘la gloria que
dan los hombres’”*13.
La tercera tentación parte de algo que está ínsito en la naturaleza del
hombre: transformar y dominar el mundo. Dios dijo al hombre cuando lo creó:
“Dominad la tierra” (Gén 1,28). Pero el pecado que el diablo induce es el
máximo pecado: el rechazo de Dios y la adoración de satanás. Dice Santo
Tomás: “Apetecer las riquezas y los honores es pecado cuando se los desea
desordenadamente. Esto es evidente sobre todo cuando el hombre comete algo
deshonesto para conseguirlos. Y por esto el diablo no se contentó con
invitarle a la codicia de las riquezas y los honores, sino que trató de
inducir a Cristo a que, por el logro de esos bienes, le adorase, lo que es
mayor crimen y va contra Dios”*14. “La tercera tentación es desembozadamente
satánica; postrarse ante el diablo a fin de dominar al mundo”*15.
3. Las tentaciones de Cristo y el cristiano bautizado
El simple cristiano bautizado no es el Mesías o el Ungido con mayúsculas.
Sin embargo, el bautizado también ha sido ungido y participa realmente de la
triple unción de Cristo. También el simple cristiano bautizado es sacerdote,
profeta y rey. Tanto en el Bautismo como en la Confirmación fuimos ungidos
con el óleo santo.
Por lo tanto, su misión en el mundo se parece a la de Cristo y, por lo
tanto, debe llevarse a cabo al modo de Cristo. La misión del cristiano en el
mundo está íntimamente relacionada con la lucha en contra del demonio, tanto
con las armas defensivas para resistir los ataques como con las armas
ofensivas que derrocan al demonio, es decir, lo abaten de la roca alta en la
que él cree estar*16. La misión del ungido con minúsculas debe estar
estrechamente unida a los sufrimientos y a la cruz como lo estuvo la del
Ungido con mayúsculas. Y precisamente éste es el sentido de la Cuaresma que
hoy iniciamos.
En el Padre Nuestro rezamos: “Líbranos del mal”. La palabra griega ponerós
puede traducirse como un sustantivo abstracto y significar ‘el mal’ en
general. Pero este uso en el NT no es frecuente. La gran mayoría de las
veces ponerós es un adjetivo que se refiere a una persona que es malvada,
maligna, perversa. Y todos los mejores traductores, tanto los antiguos (San
Jerónimo, por ejemplo) como los modernos (Tuggy y Swanson, por ejemplo)
entienden que ponerós en Mt 6,13, es decir, en el Padre Nuestro, se refiere
al diablo. Por eso, la mejor traducción sería: “Líbranos del Malo” o
“Líbranos del Maligno”.
El Catecismo de la Iglesia Católica no deja dudas respecto a este
particular. Dice textualmente respecto a la última petición del Padre
Nuestro: “La última petición a nuestro Padre está también contenida en la
oración de Jesús: ‘No te pido que los retires del mundo, sino que los
guardes del Maligno’ (Jn 17,15) (…) En esta petición, el mal no es una
abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que
se opone a Dios. El ‘diablo’ [‘dia-bolos’] es aquél que ‘se atraviesa’ en el
designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo” (CEC, 2850.
2851).
La Cuaresma es el tiempo en el que el cristiano lucha contra su principal
enemigo, el diablo, que busca seducirlo para que desobedezca a Dios.
Pero el diablo no es el único enemigo del cristiano contra el cual debe
luchar en la Cuaresma a través del ayuno y de la oración. El mismo cristiano
guarda en sí, como reliquias del pecado original, una fuerza que lo inclina
hacia el mal. Es lo que San Juan llama las concupiscencias: “Todo lo que hay
en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y
la soberbia de la vida- no viene del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,16). El
ayuno, la oración y la limosna durante la Cuaresma son un medio para
purificarse del mal y poder buscar y encontrar a Jesucristo glorificado en
la Pascua. Precisamente, cada una de esas tres obras de penitencia apuntan a
una de las concupiscencias. El ayuno combate la concupiscencia de la carne;
la limosna combate la concupiscencia de los ojos, que es la concupiscencia
del poseer; y la oración, que es la sumisión a Dios, combate la soberbia.
Conclusión
Las tentaciones de Cristo en el desierto de Judea guardan una finalidad
teológica muy precisa: recapitular todo en Él en cuanto Verbo Encarnado,
Cabeza de la nueva creación. Pero, al mismo tiempo, son modelo para el
cristiano de cómo afrontar la búsqueda de Dios: a través de la negación de
sí mismo. Esta negación de sí mismo se expresa en esas tres obras de
penitencia exterior: el ayuno, la limosna y la oración. Son obras de
penitencia exterior que en sí mismas no tendrían ningún sentido si no logran
su objetivo. Ese objetivo es la penitencia interior, es decir, el
arrepentimiento y la confesión de los pecados. De ese modo el cristiano
llega adecuadamente preparado para resucitar con Cristo la noche pascual.
Notas
*1- Cf. Regan, P., Dall’ Avvento alla Pentecoste, Edizioni Dehoniane
Bologna, Bologna, 2013, p. 110.
*2- San Lucas resalta todavía más la función del Espíritu: “Jesús, lleno del
Espíritu Santo (pléres Pneúmatos Hagíou), se volvió del Jordán, y fue
conducido por el Espíritu (en tô Pneúmati) hacia el desierto” (Lc 4,1). Es
el Espíritu el que empuja y es la docilidad de Cristo la que se deja empujar
y secunda la acción del Espíritu. No es por voluntad propia.
*3- Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazareth (I), Editorial
Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 51.
*4- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a.4 c.
*5- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 1, ad 1. Cf.
también Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos
Aires, 1977, p. 164.
*6- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 1, ad 2.
*7- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 2 c; III, q. 41,
a. 4 c.
*8- Castellani, L., El Evangelio…, p. 166.
*9- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 1.
*10- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*11- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168.
*12- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*13- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168.
*14- S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*15- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168. Cf. CEC, 2119.
*16- Cf. San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, nº 13.
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Aplicación: S.S. Francisco, p.p. - Tentaciones de Jesús
El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de
las tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él
después del bautismo en el Jordán, lo llevó a afrontar abiertamente a
Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su misión
pública.
El tentador busca apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea, de la senda
del sacrificio, del amor que se ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle
seguir un camino fácil, de éxito y de poder. El duelo entre Jesús y Satanás
tiene lugar a golpes de citas de la Sagrada Escritura. El diablo, en efecto,
para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas
esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad
de convertir las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la
idea de tirarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacer que
los ángeles le salven; y, por último, el atajo del poder y del dominio, a
cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de
tentaciones: también nosotros los conocemos bien.
Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y ratifica la firme
voluntad de seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno
con el pecado y con la lógica del mundo. Mirad bien cómo responde Jesús. Él
no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús
sabe bien que con Satanás no se puede dialogar, porque es muy astuto. Por
ello, Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en
la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra.
Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de nuestras tentaciones,
nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de Dios.
Y esto nos salvará. En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra
de Dios, nos recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto
nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que
abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el
hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su
amor. Recuerda, además, que «está escrito también: “No tentarás al Señor, tu
Dios”» (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la
oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante.
Jesús recuerda, por último, que «está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás
y a Él sólo darás culto”» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos,
de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.
Estas palabras de Jesús encontrarán luego confirmación concreta en sus
acciones. Su fidelidad absoluta al designio de amor del Padre lo conducirá,
después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el «príncipe
de este mundo» (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí
Jesús reconducirá su victoria definitiva, la victoria del amor.
Queridos hermanos, el tiempo de Cuaresma es ocasión propicia para todos
nosotros de realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente
con esta página del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo:
renunciemos a Satanás y a todas su obras y seducciones —porque él es un
seductor—, para caminar por las sendas de Dios y llegar a la Pascua en la
alegría del Espíritu (cf. Oración colecta del IV Domingo de Cuaresma, Año
A).
(Basílica Vaticana, domingo 9 de marzo de 2014)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Las tentaciones de Cristo (Mt
4,1-11)
El libro del Deuteronomio presenta los cuarenta años que estuvo el pueblo de
Israel en el desierto como una gran tentación*1. Jesús también es llevado
por el Espíritu al desierto y después de cuarenta días de ayuno es tentado
por el diablo.
A la luz de la interpretación tradicional judía las tentaciones de Israel en
el desierto son tentaciones contra el amor de Dios que preceptuaba la Ley:
“Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza”*2.
+ No amar a Dios “con todo el corazón”, esto es, no someter a Dios tus
deseos interiores, revelarse contra el alimento divino el maná.
+ No amar a Dios “con toda tu alma”, esto es, con tu vida, con tu cuerpo
físico, hasta el extremo del martirio si es preciso.
+ No amar a Dios “con todas tus fuerzas”, esto es, con tus riquezas, lo que
se posee, los bienes exteriores.
Al final, Jesús se muestra como uno que ama a Dios perfectamente*3.
Cristo vence las tres tentaciones con el arma de las Escrituras. Las
respuestas a las tentaciones son del Deuteronomio 6-8
+ A la primera tentación Jesús responde: “No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” y es tomada de
Deuteronomio 8, 3 *4: “Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el
maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de
pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca
de Yahveh”.
+ A la segunda tentación Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios” y es
tomada de Deuteronomio 6, 16: “No tentaréis a Yahveh vuestro Dios, como le
habéis tentado en Massá”.
+ A la tercera tentación Jesús responde: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo
a él darás culto” y es tomada de Deuteronomio 6, 13: “A Yahveh tu Dios
temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás”.
Las tentaciones del diablo son bajo especie de bien, tomada alguna también
de las Sagradas Escrituras, porque hay que saber que el demonio es muy
astuto y tienta como ángel de luz*5.
Le propone a Jesús cosas aparentemente buenas. El diablo aparece con gran
poder cuando tienta a Cristo, así lo muestra el Evangelio, pero es un poder
vano porque se puede vencer de palabra, con la palabra de Dios. Las
tentaciones del diablo son la mayoría de las veces con falsas razones*6.
+ La primera: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en
panes”
+ La segunda: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A
sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece
tu pie en piedra alguna” y es tomada del Salmo 90, 11-12: “Que él dará orden
sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos
en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie”.
+ La tercera: Después de mostrarle todos los reinos del mundo y su gloria le
dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”.
Las respuestas de Cristo son tajantes. No dan pie al diálogo.
Notamos en el procedimiento de Satanás lo siguiente: quiere arrebatar alguna
parte de nuestro ser para que no amemos a Dios completamente.
O el corazón, es decir la vida interior, cuando nuestros pensamientos son
contra el amor a Dios. Acaso el Amor no nos dará todo lo que necesitamos
¿Por qué pensamos mal?
O el alma, es decir las obras, testimonio externo de nuestro amor a Dios.
“Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”*7. No tentar a Dios, pero
si Dios pide el sacrificio de nuestro cuerpo, estar dispuesto a darlo.
O las fuerzas, las cosas externas que muchas veces las amamos más que a
Dios. “No podéis servir a Dios y al Dinero”*8. No podemos tener dos señores.
El diablo tienta por la codicia de riquezas a la mayoría de los hombres.
Cristo se presenta como ejemplo de amor a Dios. Lo ama con todo su ser. Todo
lo suyo pertenece a Dios.
Este debe ser el propósito de la Cuaresma, tratar de entregar a Dios lo que
nos falta entregar.
Notas
*1- Dt 8, 2.4; Nm 14, 34
*2- Dt 6, 5
*3- Jsalén. a Mt 4.
*4- También ver Sb 16, 26
*5- Cf. San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales nº 332.
En adelante E.E.
*6- E.E. nº 315. Cf. E.E. nº 325-327.
*7- 1 Co 6, 20
*8- Mt 6, 24
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Directorio Homilético: Primer domingo de Cuaresma
CEC 394, 538-540, 2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2949: “No nos dejes caer en la tentación”
CEC 385-390, 396-400: la Caída
CEC 359, 402-411, 615: Adán, el Pecado Original; Cristo el nuevo Adán
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús
llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó
apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios
se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido
al hombre a desobedecer a Dios.
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu"
al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive
entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de
este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su
actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las
tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el
diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento
misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero
sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel:
al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta
años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de
Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor
del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se
había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el
Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de
su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el
Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los
hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo
venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los
años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de
Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a
actuar (cf Lc 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al
Señor tu Dios" (Dt 6,16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el
respeto y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye
siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co
10.9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).
VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados
son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre
que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego
es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes
sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie"
(St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos
deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de
discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento
desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno,
seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su
fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación
es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de
Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a
conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias
por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque
donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir
a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos
conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la
oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el
principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26,
36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su
agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión
con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es
"guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre"
(Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta
vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición
adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como
ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).
LA CAIDA
385 Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo,
nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza
-que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre
todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? "Quaerebam unde
malum et non erat exitus" ("Buscaba el origen del mal y no encontraba
solución") dice S. Agustín (conf. 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa
sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio de
la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio de la
piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado
a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm
5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando
la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn
16,11; 1 Jn 3,8).
I DONDE ABUNDO EL PECADO, SOBREABUNDO
LA GRACIA
La realidad del pecado
386 El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar
ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar
comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el
vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal
del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y
oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre
la historia.
387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los
orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el
conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el
pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de
crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia
necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento
del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso
de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y
amarse mutuamente.
El pecado original - una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad
del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de
alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída
narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta
historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección
de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de
la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito,
enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo
referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la
Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos
necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo.
La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no
se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el
Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero
afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de
la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe
de que toda la historia humana está marcada por el pecado original
libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc. de Trento: DS
1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio 1966).
III EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396 Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura
espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de
libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre
de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que
comieres de él, morirás" (Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y
del mal" evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en
cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El
hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las
normas morales que regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza
hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al
mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm
5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por
ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las
exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El
hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser
plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo
quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y no
según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad
original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han
concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf.
Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia
original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del
alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la
mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán
marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación
se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf.
Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre
de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente
anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el
hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su
entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pec ado inunda el
mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la
corrupción universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la
historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como
una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión de la Ley de
Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el
pecado se manifiesta, entre los cristianos, de múltiples maneras (cf. 1 Co
1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar
la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia.
Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal
e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es
bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió
además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda
su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con
todas las cosas creadas (GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo
afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y
por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la
muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como
el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así
también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una
justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa
miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no
son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de
que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es
"muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la
Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los
niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes?
Todo el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el
cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta
"unidad del género humano", todos los hombres están implicados en el pecado
de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo,
la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender
plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la
santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la
naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado
personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán
en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será
transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera
análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado
original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta
personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero
la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus
propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al
imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es
llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de
Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten
en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue
precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la
reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en
oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía,
por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la
gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia
de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores
protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente
pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes;
identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal
("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció
especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original
en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el Concilio
de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de
Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación
del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres,
el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca
libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que
poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS
1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida,
inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación,
de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales
de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que
puede ser designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn
1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa
que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las
estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP
16).
409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del
maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e una dura batalla contra
los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo,
durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el
hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes
trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en
sí mismo (GS 37,2).
IV “NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE”
410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios
lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el
mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha
sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías
redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la
victoria final de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán"
(cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz"
(Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm
5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en
la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como
"nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se
benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió
ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber,
Adán y Cristo...El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán,
un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de
quien recibió el alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán es aquel
que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que
recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien
había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en
realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último
Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como
él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último". (S. Pedro
Crisólogo, serm. 117).
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en
expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y
cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).