Cuaresma Domingo 1 Ciclo B: Comentarios de Sabios y Santos -preparemos el Domingo con ellos
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F.
Comentario Teológico: Manuel de Tuya La tentación de Jesucristo en el desierto Mt 4,1-11 (Mc 1,12-13; Lc 4,1-13)
Comentario Teológico: Santo Tomás de Aquino
Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani
Santos Padres: San Ambrosio
Santos Padres: San Juan Crisóstomo
Aplicación: Juan Pablo II a los jóvenes - Sobre la tentación y las tentaciones
Aplicación: Benedicto XVI
Aplicación: P. Juan de Maldonado
Aplicación: San Juan de Ávila
Aplicación: Mons. Fulton Sheen
Aplicación: P. R. Cantalamessa OFMCap - Cura para desintoxicar
Ejemplos
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
COMENTARIOS A LAS LECTURAS DEL DOMINGO
Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F.
Sobre la Primera Lectura (Génesis 9, 8-15)
Las 'Alianzas' del A. T. preparan la 'Alianza' del N. T.: la Encarnación
- La Liturgia nos trae el recuerdo del 'Pacto' o 'Alianza' que Dios hizo con Noé después del Diluvio: “Dijo Dios a Noé: Establezco mi 'Pacto' con vosotros y vuestra descendencia. No enviaré más diluvio para exterminaros” (Gén 9, 5). Y de esta 'Alianza' deja una señal sensible: El arco iris. Los hombres siempre que vean en el cielo el arco iris deben reavivar el recuerdo de unos brazos invisibles, los brazos de Dios, que los rodean y envuelven con amor entrañable (v. 12).
- En las páginas de la Biblia leeremos otras 'Alianzas' (Abraham-Jacob-Sinaí). Dios va estrechando sus relaciones con nosotros y va preparando la Nueva y Eterna Alianza. En virtud de tales 'Alianzas' o acercamientos de Dios, la Historia Bíblica es Historia de Salvación. En la 'Alianza' con Noé y en las demás que la seguirán es siempre Dios quien toma la iniciativa. De parte de Él la 'Alianza' es amor, elección, predilección, protección, promesa, dádiva, liberación, rescate = Salvación. De parte del hombre es: respuesta, fe, fidelidad, obediencia, amor.
- Isaías 'reinterpreta' la Alianza de Noé; y ve en ella tal riqueza de amor y de fidelidad, que se atreve a llamarla: 'Alianza-Desposorio'; la más firme, la más bella, la más cálida de todas las Alianzas: “Tu Creador es tu Esposo... Y cual el juramento que hice a Noé, así juro que mi amor nunca se apartará de ti, que mi 'Alianza' de paz jamás vacilará” (Is 54, 5. 10). Esta 'Alianza' de amor, prefigurada simbólicamente en la de Noé y en la de Moisés, iluminada por los Profetas, la realiza Jesucristo: “Esta es la Nueva Alianza en mi sangre” (Lc 22, 19). En esta 'Alianza', que es el amor del Padre, vivimos: “El Padre, Él mismo, os ama” (Jn 16, 27).
Sobre la Segunda Lectura (Epístola 1 Pedro 3, 18-22)
San Pedro nos ofrece en este pasaje la catequesis de la Obra Salvífica de Cristo; y nos da enseñanzas preciosas para nuestra fe:
- Cristo se ofrece en sacrificio. Inocente muere por los pecadores. Su muerte es 'reconciliación' = 'Alianza' de Dios con la Humanidad. Muere para resucitar, para vivir de un modo nuevo: “Vivificado según el Espíritu” (v. 18). El 'Espíritu' es divinidad, en virtud de la cual Cristo Resucitado entra todo Él en la Gloria del Padre, y se convierte en fuente de vida divina, modelo y causa de la Resurrección de todos los hombres (v.22).
- La eficacia salvífica de la muerte de Cristo tiene una universalidad y plenitud incuestionable. Alcanza también a cuantos antes de Cristo creyeron y esperaron en Él (Heb 11, 40). El mismo Cristo desciende al sheol, a anunciarles el mensaje de salvación (v. 19). Incluso participan de la salvación de Cristo los que el castigo medicinal del Diluvio purificó (v. 20).
- El recuerdo de las 'aguas del Diluvio' y del 'Arca de Noé', Arca de Salvación, lo interpreta San Pedro como tipo y figura del Bautismo (v. 21): 'Baño' que de verdad lava, purifica y salva, pues le da eficacia Cristo Crucificado, Resucitado y Entronizado a la diestra de Dios: “El Bautismo no es para ablución del cuerpo, sino para purificación de la conciencia, en virtud de la Resurrección de Cristo” (v. 21).
Sobre el Evangelio (Marcos 1, 12-15)
San Marcos narra el ayuno y tentaciones de Jesús con grande concisión y sobriedad. Debemos completarle con lo que nos dicen los otros Sinópticos (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13).
- El Espíritu Santo mora plenamente en Cristo según se vio en la escena del Bautismo (Mc 1, 10). Vencerá a Satanás. Y en virtud de esta victoria de Cristo venceremos nosotros. En los cuarenta días de ayuno en el desierto vemos como un trasfondo de los cuarenta años que Moisés e Israel anduvieron entre pruebas y tentaciones, camino de la Tierra Prometida. Ahora el nuevo Moisés va a realizar el nuevo Éxodo: a entrar y a entrarnos en la verdadera Tierra de Promisión, el Reino de los cielos.
- En la escena de las 'Tentaciones' resume la catequesis primitiva de la Iglesia, los intentos que hizo Satanás para desviar a Cristo del auténtico Mesianismo. Intentos que reitera con porfía creciente hasta el calvario (Mt 27, 40). Jesús, 'Siervo'-Hijo obediente, debe salvarnos, según voluntad del Padre, con su sacrificio. Su Mesianismo es de obediencia, de pobreza, de dolor, de expiación, de muerte.
- Satanás, que tentó en el Desierto al Pueblo Mesiánico y le venció, y cien veces más le ha vencido, orientándolo hacia mesianismos terrenos, políticos y aun idolátricos, intenta desviar a Cristo hacia un Mesianismo de comodidad, de exhibicionismo, de dominio político. Cristo, que no tiene otro alimento ('Pan' = Mt 4, 4) que la voluntad del Padre, la obediencia y la gloria del Padre, rechaza a Satanás. Y nos enseña con su doctrina y ejemplo el camino del 'Reino'. Pero a Satanás, que sigue tentando al Pueblo del Mesías, con un mesianismo terreno y no espiritual, le vencemos: ”Te pedimos, Señor, alimentados con el Pan celeste con el que se nutre la fe, se sostiene la esperanza, se robustece la caridad, que sintamos hambre del que es Pan vivo y verdadero y logremos vivir de toda palabra que procede de tu boca” (Poscom.).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
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La «tentación» de Cristo después de su bautismo tiene una conexión completamente lógica con el significado de aquél. Jesús recibe el bautismo en nombre de los pecadores, al comienzo mismo de su vida pública mesiánica y como consagración e investidura oficial de ella. Igualmente, su «tentación» en el desierto va a hacer ver, no tanto su absoluta impecabilidad como el sentido auténtico y exacto de su mesianismo: no nacionalista ni político, sino espiritual y doliente isayano. Es una narración que, por estar insertada en este marco evangélico, tiene un valor apologético y orientador.
Los tres sinópticos hablan de las «tentaciones» de Cristo en el desierto. Pero sólo Mt-Lc hablan con cierta extensión de ellas; Mc solamente alude al hecho de ser tentado. Mt-Lc tienen una narración completamente paralela de las mismas, mas con una diferencia de orden en las dos últimas. Mt pone «panes, templo, monte»; Lc pone «panes, monte, templo».
El orden lógico de las mismas es el de Mt, que parece ser también el orden primitivo. La orden de Cristo: «Apártate, Satanás», con que pone fin a la permisión de las tentaciones después de un «crescendo» en la sucesión de las mismas, parece estar respondiendo a un proceso psicológico y literario más natural que el de Lc. Pues, si el demonio es rechazado en la tentación más grave, segunda de Lc, no es natural ni lógico esperar el asalto con una tentación de menos fuerza, como es la tercera de Lc.
La vinculación con que Mt une este pasaje al bautismo de Cristo, es por la ordinaria fórmula, vaga y literaria, de «entonces». En Mt, esto suele indicar un simple cambio de escena. Tampoco la fórmula de Lc tiene un matiz cronológico: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado allí...» (Lc). Mc es el que pretende establecer una relación más cronológica entre el bautismo de Cristo y sus «tentaciones» en el desierto: pues fue «al punto» (kay eythys). El contexto de los sinópticos sobre la acción del Espíritu en Cristo en el bautismo lleva a establecer una contigüidad muy próxima entre las dos escenas.
Terminada, pues, la escena del bautismo, Cristo va «al desierto» llevado por el Espíritu Santo (Lc). Sometido en todo a la acción del Espíritu Santo para su obra mesiánica, el Espíritu «lo empuja», «lo impulsa» (ekbállei) (Mc), «lo llevaba» (égeto) (Lc), en forma imperfecta, acusando con ello una acción constante, duradera. Mt, en cambio, si señala sólo el movimiento total, ya concluido, «fue llevado», lo expresa en una forma verbal compuesta, que probable-mente tiene un valor de matiz «Fue llevado hacia la parte alta» (anéjthe). Y, en efecto, el «desierto», la parte propia-mente desértica de esta región de Judá, no está en las márgenes fértiles del Jordán, donde el Bautista estaba administrando el bautismo y en donde lo recibió Jesucristo, sino en la parte más alta del mismo.
El lugar adonde es conducido es «al desierto» (Mt). Esta forma «el desierto», precedida del artículo en los tres evangelistas, determina el lugar. Si no, debería poner «a un (lugar) desierto». Esto lo vincula e identifica literariamente con el «desierto de Judea» (Mt 3,1b; cf. Mc 1,4; Lc 3,2), antes descrito. Y la indicación de Mt (anéjthe) hace suponer que el Espíritu lo lleva a la parte más abrupta y desértica de él, que precisamente es la parte superior del mismo.
Una tradición lo localiza en el Djebel-Qarantal, a cuatro kilómetros al noroeste de la actual Jericó y enfrente mismo de la Jericó del tiempo de Cristo. En el siglo IV, S. Caritón, en 340, fundó allí una laura. Desde 1874 está en poder de los ortodoxos.
Mc, en la brevísima descripción que hace de esta escena, añade un dato de gran colorido. Jesucristo va al desierto «y moraba entre las fieras». Algunos autores querían deducir de este dato que era para indicar que Cristo estaba allí en un estado de privilegio, como lo estaba Adán en el paraíso. Pero es claro que no es esto lo que intenta decir el evangelista. Y la prueba es que Cristo allí mismo tiene «hambre». La finalidad que le asigna el evangelista a este ir al «desierto» es para ser allí «tentado por el diablo».
El desierto aparece en la literatura judía y oriental como lugar donde moran los malos espíritus (Mt 12,43; Lc 11,24; cf. Is 13,21; 24,14; Tob 8,3; Bar 4,35). Debiendo ser tentado por el diablo, el Espíritu lo conduce al lugar donde, en la creencia judía, era la morada por excelencia de los demonios. Pero el desierto también tenía otro sentido mesiánico, que se considerará luego. Los desiertos como lugar de penitencia, aislamiento y refugio, fueron utilizados en la antigüedad bíblica. Ya en la persecución de Antíoco I, las gentes macabeas habían ido «a esconderse al desierto» (1 Mac 2,31), sin duda en los lugares abruptos de los mismos, y las comunidades de los esenios y Qumrán son una buena prueba del valor religioso del desierto.
El «diablo» (diábolos) significa, conforme a su etimología, «arrojador», en sentido de acusador, calumniador o tentador. Mc, en lugar de «diablo», pone «Satanás». Satán, y en arameo satana', significa lo mismo que la traducción griega de Mt. Es nombre calificativo del oficio.
En un principio, satana' fue nombre común de acusador. Pero después de la cautividad se hace nombre propio (1 Cor 21,1). En el Talmud ordinariamente aparece también como nombre propio. En cambio, los targumín aramaicos lo mantienen como nombre común.
En la literatura judía rabínica, el oficio del diablo o Satanás es triple: a) solicitar al hombre al pecado (cf. Zac 3,1; Job 2,6.7ss); b) acusarlo luego ante el tribunal de Dios; c) aplicar también la muerte en castigo al pecado; de ahí llamarle «el ángel de la muerte».
La cifra que los sinópticos establecen para esta «tentación» de Cristo en el desierto es la de cuarenta «días» (Mc-Lc) y cuarenta «noches» (Mt). La cifra 40 es de gran ambiente bíblico. El diluvio dura «cuarenta días y cuarenta noches» (Gén 7,12), Moisés está con Dios en el Sinaí «cuarenta días y cuarenta noches» (Ex 24,18), Israel estará en el desierto cuarenta años en castigo, «tantos como fueron los días de la exploración de la tierra, cuarenta..., año por día» (Núm 14,33.34). Y cuarenta años es la cifra que en la Biblia se usa como término de una generación.
Además, es interesante notar que esta cifra de 40 tiene frecuentemente un carácter penal.
Vosté cree que el explicitar Mt que el ayuno de Cristo duró «cuarenta días y cuarenta noches» es a causa de los ayunos de los judíos, los cuales en los días de ayuno comían por las noches. Es la costumbre de los musulmanes en el mes del Ramadán: ayunan durante el día, pero lo compensan con varias comidas en la noche. ¿Alude a excluir algo de esto la frase de Mt? La dependencia literaria de los pasajes antes citados del A.T. explica directamente la formulación del continuo ayuno de Cristo.
La construcción gramatical, tanto de Mc, «siendo tentado cuarenta días», como la idéntica de Lc, no permiten concluir si el intento de los evangelistas es indicar que fue un período de tentaciones que se sucedieron durante los cuarenta días o si se «anticipan» en este participio las tres tentaciones siguientes. En cambio, Mt lo formula de una manera que más bien sugiere lo contrario. Jesús fue «al desierto para ser tentado por el diablo. Ayunó cuarenta días... y después sintió hambre». No parece haya de urgirse demasiado esta construcción; puede ser un modo literario y redondo de hablar, para decir que en el período de cuarenta días Cristo experimentó tentaciones.
Los evangelistas Mateo-Lucas recogen tres tentaciones con las que se caracteriza bien el intento propuesto, ya que con ellas se pretende demostrar una finalidad, que expondremos después del estudio exegético de las mismas.
Primera tentación.—La primera tentación está perfectamente situada; tanto Mt como Lc, antes de proceder al relato de la misma, destacan como introducción y justificación a ella que, en esos cuarenta días, Cristo «no comió nada» (Lc) o que «ayunó cuarenta días... y después sintió hambre» (Mt). Este es el momento elegido por el tentador.
Lc inicia, sin más, el diálogo; Mt, con su procedimiento literario, lo introduce en escena lógicamente: «Acercándosele,» lo que no supone una presencia corporal, sino un simple contacto imaginativo o ideal, como en otros casos (Jn 14,30), y menos en Mt, en quien es frecuente este uso literario introductorio.
La «tentación» es hecha en forma condicional: Si eres Hijo de Dios». Pero tanto Mt como Lc ponen la fórmula «Hijo de Dios» sin artículo. ¿Por qué esto? Literariamente podía haber conexión entre este título de «Hijo de Dios» y la proclamaci��n de Cristo en el bautismo como «el Hijo de Dios» (Mt, Mc, Lc), donde el artículo determina perfectamente que Cristo es el Hijo verdadero y unigénito de Dios, lo que implica en ese contexto ser el Mesías y su filiación divina. Pero aquí, al omitirse ahora el artículo determinante de este «Hijo de Dios», podría suponerse con ello que el diablo actúa solamente para explorar, ante la conducta excepcional de este personaje, y ante aquel expectante ambiente mesiánico, si no será este personaje el mismo y esperado Mesías. De ahí sería la fórmula literaria que lo expresa: «Si eres Hijo de Dios», es decir, si verdaderamente eres por tu conducta extraordinaria un privilegiado hijo de Dios... De su respuesta y de su propuesta, él podría sacar en consecuencia si se hallaba en presencia del Mesías.
Sin embargo, dada la vinculación literaria en la perspectiva de Mt y Lc de esta locución entre el bautismo de Cristo y la «tentación» del diablo, ha de suponerse que esta expresión, aun sin artículo, se refiere directamente a determinar al Mesías. De igual manera que en otros pasajes se trata ciertamente del Mesías y se lo califica con esta expresión, pero sin artículo (Mt 8,29; 27,40.43; Mc 1,1), lo mismo que en otras equivalentes; v.gr., «Hijo de David», sin artículo, como sinónimo de Mesías (Mt 9,25).
La propuesta que le hace es, ante el hambre que experimenta por aquel gran ayuno, que transforme «estas piedras» (Mt)—abundantes en el desierto, o con fórmula más realista de Le, que transforme «esta piedra», señalando una—en pan. El hambre de Cristo era muy fuerte, y el remedio propuesto aún se la avivaba más. La sugerencia diabólica es presentada con capa de piedad: que no sufra un privilegiado hijo de Dios. Los Salmos cantaban la predilecta protección de Dios en los justos, hasta poner a su servicio los ángeles (Sal 91). Mas él era el Mesías. Precisamente se esperaba de él que, al modo de Moisés, primer legislador, «redentor», hiciese descender otra vez lluvia de «maná», de la que se comería en aquellos años.
Cristo responde con un argumento de la Escritura: «Está escrito» (Mt-Lc). Era la palabra de Dios, y ella cierra toda discusión posible. La palabra de Dios es inapelable. Los rabinos tenían diversos procedimientos exegéticos que les permitían establecer nuevas deducciones y sondeos del texto sagrado. Uno de ellos era la «analogía» o «asimilación» entre diversos casos, permitiendo concluir uno de otro. «El hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt). El pasaje está tomado del Deuteronomio. Se lee en él: «Dios te afligió, te hizo pasar hambre y te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé» (Deut 8,3). El Deuteronomio insiste en la gratitud a los beneficios que Dios dispensó a Israel en su historia, y cita el caso del desierto, donde la sustentó prodigiosamente, no con la comida ordinaria, sino con el manjar prodigioso del maná. La omnipotencia de la palabra de Dios se manifiesta en el Deuteronomio con el caso concreto del maná, pero queda abierto, en la misma frase, un amplio margen a otras muchas posibilidades.
¿Cuál es el sentido de esta respuesta de Cristo? Naturalmente, no se refiere a un sentido material de otro alimento, sino al sentido espiritual de confiar en la omnipotencia de Dios, en función de otra vida superior, a la que hay preferentemente que atender. Si la vida corporal se sustentaba así con el «maná» por el mandato de Dios, había otra vida espiritual, que también había que vivirla, y ésta se la vivía obedeciendo sus órdenes y mandatos. Así, cuando los apóstoles dicen a Cristo junto al pozo de Siquem que «coma», El les responde: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió» Jn 4,34). Por eso les decía: «Yo tengo una comida que vosotros no sabéis» (Jn 4,32).
Como Dios-Mesías, podía hacer un milagro. Es lo mismo que como a Mesías le reconoce el diablo. Pero el milagro está sujeto a una economía divina, cuya norma primera es no realizarlo inútilmente. Y, aparte de esto, Jesucristo fue conducido por el Espíritu Santo al desierto, y, realizado aquel ayuno impulsado por el Espíritu, a él se había de abandonar. Obedecía al Espíritu, y el Espíritu había de disponer lo conveniente, pues se estaba en un plan mesiánico excepcional. La tentación diabólica fue rechazada con el abandono a la providencia de Dios.
Segunda tentación.—La segunda tentación es de tipo espiritual. El diablo interviene para que Cristo esté en la «Ciudad Santa». La formulación que presenta esta intervención diabólica de Lc y Mt podría prestarse, en una primera lectura, a una interpretación materialista. Según ellos, el diablo «condujo» (égagen) (Lc) o «toma» (paralambánei) (Mt) a Cristo para llevarlo a Jerusalén como forzado o como compañero de camino.
Pero el verbo «tomar» (paralambáno), como el arameo debar, aquí tomar alguno consigo, implica solamente que la persona con la que se va tiene la iniciativa de movimiento, pero de ninguna manera exige que la tome físicamente; por ejemplo, de la mano. Así Mt usa este verbo para decir que Cristo «tomó» consigo a los tres apóstoles para la transfiguración (Mt 17,1; 20,17). El verbo «llevar» (ago), que usa Lc, puede también indicar sólo incitar a algo o tener el sentido de «llevan», pero en una representación imaginativa.
Esta acción diabólica es para que Cristo se encuentre así en la «Ciudad Santa» (Mt), y que Lc, escribiendo para lectores étnico-cristianos, explicita que es Jerusalén. El llamar Mt a Jerusalén la «Ciudad Santa» es fórmula usual en los escritores judíos bíblicos y extrabíblicos.
El diablo interviene para que Cristo esté sobre el «pináculo» del templo. La forma que usa: y «lo puso sobre el pináculo», no exige una interpretación objetiva. El verbo que usa Mt, «lo puso» (éstesen), aparece literariamente usado con un sentido muy amplio. También aquí, como antes, el verbo puede tener el simple sentido de tomar la iniciativa (Mt 18,2; Act 1,23; 6,13).
El «pináculo» del templo (en griego pterígion) es un diminutivo y significa ala, reborde, almena, y, en sentido derivado, la extremidad de cualquier cosa; v.gr., de la oreja, rama de un árbol.
No se trata del «pináculo» del santuario propiamente dicho (naós), pues no se lograría tan bien la finalidad espectacular que se proponía, y que luego se expondrá, sino de todo el recinto sagrado que incluía las dependencias del templo (ierón). «Es probablemente la techumbre de uno de los pórticos dentados (almenados) que bordean la explanada de la casa de Dios». El templo tenía dos pórticos magníficos: uno a lo largo del este, el «pórtico de Salomón», y otro a lo largo del sur, el «pórtico real». Josefo, describiendo el «pórtico real», dice que, si alguien desde lo alto de dicho pórtico miraba al valle, se exponía al vértigo. El «pórtico real» se alzaba sobre el torrente Cedrón unos
Una vez «situado» en el pináculo del templo, el diablo le propone—«si eres Hijo de Dios»—que se tire abajo, pues Dios tiene encomendada a los ángeles la protección de los justos: ellos le «tomarán en sus manos para que no tropiece en una piedra». La cita está tomada de los Salmos (Sal 91,11 ss). En su sentido literal expone el salmo el solícito cuidado de Dios por los justos, que «a fortiori» había de tenerlo por su Mesías.
Aunque parecería que esta cita podría hacer pensar en que se tirase al torrente Cedrón desde aquella altura—180 metros—, la proposición es tan descabellada que por sí misma se excluye, aparte que todas estas tentaciones tienen una marcada orientación mesiánica. Por eso, la proposición es otra.
La propuesta del diablo es que se tire desde el «pináculo», no al abismo del torrente Cedrón, sino a la gran explanada del templo. Esto era un escenario y cuadro único para la manifestación del Mesías. El templo había de ser el lugar ideal para la consagración del Mesías. Cuando Jesucristo multiplicó los panes en la región de Cafarnaúm, las turbas, próxima la Pascua, quieren «arrebatarle para hacerle rey» (Jn 6,15); sueñan, sin duda, con llevarle a Jerusalén. Pero, además, entre las concepciones rabínicas sobre la manifestación del Mesías, se contaba en una de ellas que el Mesías se revelaría estando de pie, sobre el techo del templo, para anunciar a Israel que su redención había llegado. En aquel ambiente de exacerbada expectación mesiánica, y en aquel cuadro único, con gran número de personas dentro, máxime a las horas de los sacrificios, un hombre que bajase desde el «pináculo» a la explanada, lenta y majestuosamente, por los aires, era un prodigio tal, que acusaba ser él el Mesías. Esto es, seguramente, el intento de esta propuesta diabólica.
Pero Cristo rechaza esta proposición con la Escritura. Cita un pasaje del Deuteronomio, en el que se alude a otro pasaje del Éxodo, cuando, faltos de agua en el desierto, exigían de Moisés agua milagrosa. El milagro se hizo. Pero Moisés decía: «¿Por qué tentáis a Yahvé ?» (Ex 17,2; Deut 6,16). Le faltó al pueblo plena confianza en la providencia de Dios, que los conducía milagrosamente por el desierto. Cristo rechaza esta propuesta del diablo diciéndole que no se puede nunca tentar a Dios. Dios ayuda con su providencia y, dentro de ésta, hasta con el milagro, cuando los medios posibles se han puesto para lograr algo necesario, si éstos no bastan para el plan de Dios. Pero el milagro no está al servicio de la comodidad, y menos aún de la temeridad. Arrojarse desde una altura esperando, caprichosamente, que Dios haga el milagro de evitar el destrozo o la muerte, esto no es confiar en la providencia de Dios, sino salirse de ella, por lo que es «tentarle».
La proposición de ostentación que Satanás le proponía para cerciorarse de si era el Mesías, y si no desembarazarse de un personaje tan peligroso, quedó desbaratada.
Tercera tentación.—En la tercera tentación, orden de Mt, el diablo interviene para que Cristo esté en el siguiente escenario: un monte muy elevado, y desde allí hace que contemple «todos los reinos del mundo», pero no sólo de una manera esquemática o alusiva, como hoy pueden verse desde un avión, sino que los viese todos, «y la gloria de ellos», es decir, su brillo, sus ventajas, su atracción. Lo que Lc formula, destacando la proyección universalista, diciendo que se le mostró «todos los reinos del orbe de la tierra», es decir, del ecumenismo que Roma dominaba.
Naturalmente, esto habría de ser por un medio fantasmagórico o preternatural. Los autores habían pensado qué monte podría haber sido éste, localizándose la escena especialmente en el Tabor (
Y ante esta visión fantasmagórica y deslumbradora, le dice que «todo el poder y gloria de estos reinos» le «ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero» (Lc). En Mt queda implícitamente expresado este dominio que al diablo se atribuye. El demonio no tiene dominio en el mundo. En el mundo sólo tiene un poder permisivo tentador y de ser instrumento de Dios para infligir castigo. No tiene potestad verdadera sobre nada ni sobre nadie. Pero no en vano se presenta como es: «como padre de la mentira» (Jn 8,44). Sólo en el sentido que él influye en sembrar el mal en el mundo y en ser el mentor de los hombres que siguen, con el pecado, su funesta dirección, Cristo mismo le llamó «príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14,30), y San Pablo le llega a llamar, en este mismo sentido, «dios de este mundo» (2 Cor 4,4).
Y presentándose el «dios de este mundo» como dueño de él, le pide a Cristo que, para entregarle el dominio sobre todo el mundo, «postrándose» en tierra, al modo oriental, le «adore» (proskynéses). El oriental tenía diversos modos de expresar corporalmente el respeto y acatamiento a una persona: de rodillas y con las manos ex-tendidas hacia adelante y también tocando la tierra con la cabeza o tirándose con el cuerpo extendido y el rostro vuelto a tierra. El diablo le pedía que, con este gesto—acaso el segundo indicado: de rodillas tocando con la cabeza en tierra—, no que le reconozca como Dios, pues él mismo se presenta como un ser que ha recibido el poder de otro (Lc v.6), sino que le reconozca como dominador del mundo y que reciba de Él el poderío para gobernarlo. El demonio buscaba con ello desbaratar la auténtica obra mesiánica, al constituir así un Mesías, como alguien dijo, por «gracia del diablo».
Pero Cristo destruye la propuesta de Satanás con palabras de la Escritura, acusando su dominio sobre Satanás, al imponerle la orden de apartarse, y desenmascarándole la falta de sus poderes. Las palabras citadas están tomadas del Deuteronomio (6,13), pero acopladas a su propósito. Se dice en el Deuteronomio: «Teme a Yahvé, tu Dios, y sírvele a él». En la cita evangélica, al sustituir el «teme» por «adorarás», se resalta que sólo a Dios se puede adorar. El pensamiento de Cristo es el siguiente: Todo poder viene de Dios. El diablo no puede darle lo que no tiene. Sólo a Dios se puede acatar—«adorar» y «temer»—como fuente y dador de todo poder, y concretamente de este poder sobre el mundo.
Al llegar aquí, ante esta orden de Cristo (Mt), el diablo se retiró. Lc lo expresa así: «agotada toda tentación», es decir, todo el cuadro de tentaciones a que fue sometido, o sólo de las del cuadro evangélico presentado, el diablo «se retiró».
Pero el mismo Lc resalta que «se retiró temporalmente». No se sabe que Satanás haya tentado directamente a Cristo en su vida. Pero indirectamente sí. Lo hizo por los que vinieron a ser sus instrumentos y ministros: fariseos, saduceos, queriendo intimidarle con amenazas y asechanzas en el desarrollo de su mesianismo; por las turbas, queriendo aclamarle rey político (Jn 6,15); por Judas, en el que había «entrado Satanás» (Jn 13,2.27); por todos los que intervinieron en la pasión como ministros de su muerte. Todos colabora-ron a aquel momento, del que dijo el mismo Cristo: «Viene el príncipe de este mundo» (Jn 12,31) contra mí.
Y al desaparecer el diablo, los «ángeles» vinieron y le «servían» (Mt). El verbo empleado (diakonéo) puede significar lo mismo servir a la mesa (Mt 8,15; 25,44; 27,55; Mc 1,13-31; Lc 4,39, etc.), que prestar otros servicios (Mt 25,44). Aquí está en situación que se refiere preferentemente, si no exclusivamente, a traer alimento.
La propuesta del diablo de hacer el milagro de convertir las piedras en pan, tuvo por respuesta de Cristo el abandono a la providencia divina. Y así el Padre le responde con el milagro que él no quiso realizar.
FINALIDAD Y SENTIDO DE LAS «TENTACIONES» DE CRISTO
Una vez hecha la exégesis de los diversos elementos que aparecen en estos relatos evangélicos, lo que interesa primordialmente es saber cuál fue la finalidad de estas tentaciones, es decir, el sentido preciso de estas tentaciones. ¿Qué intentan los evangelistas mostrar o demostrar al hacer este relato de las «tentaciones» de Cristo?
En la antigüedad se han propuesto diversas finalidades a estas tentaciones de Cristo, sea como finalidad primaria o secundaria. Así, v.gr.:
1. Se pensó que esta victoria de Cristo en sus «tentaciones» era una victoria «ejemplar» y «eficiente» de Cristo sobre las tentaciones y pecados genéricos de los hombres. Cristo fue tentado y venció la triple tentación de gula, vanagloria y soberbia. Sería una victoria ejemplar fundamental contra el mundo, porque, como dice San Juan, «todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida» (1Jn 2,16). Con ello Cristo podría hacer especialmente dos cosas: a) habiendo sido tentado en todo, compadecerse de nosotros, puesto que conoció todas nuestras flaquezas, excepto el pecado (Heb 2,18; 4,15); b) animarnos a la victoria con el vigor de la suya, conforme a lo que dijo él mismo: «Confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
2. Para otros, con este relato se mostraría la absoluta impecabilidad de Cristo, al vencer esta triple y genérica tentación. Se tendería con ello a mostrar a Cristo como el ejemplar perfecto a los fieles, conforme a lo que él mismo dijo: «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?» (Jn 8,46).
3. La interpretación hoy casi universal es que estas tentaciones de Cristo tienen un valor mesiánico: es tentado en cuanto Mesías. En efecto, el elemento fundamental que permite valorar el intento de estas tentaciones de Cristo son las palabras del diablo con las que le tienta: «Si eres Hijo de Dios». Estas palabras, como antes se ha visto, se refieren al Mesías. Por tanto, esta forma dubitativa y condicional con que se las formula se refieren al Mesías, acusando una duda: o para producirle en él la duda de que sea el Mesías, o para, si es el Mesías, ejercer en él algún influjo boicoteador.
La primera hipótesis no parece probable. A una persona que se la reconoce por tal, y que se la reconoce por tal a causa de su vida extraordinaria y prodigiosa, no se puede intentar convencerla de que no es lo que aparece. El segundo sentido es el lógico: si es el Mesías, que actúe como tal. Pero, en este caso, ¿por qué intentar mostrar al Mesías como tal? Ya actuaría Él.
Jesús, el Mesías, aparece en un medio ambiente judío en el que el mesianismo era concebido de una manera muy distinta de la que él se conduce. Los judíos contemporáneos de Cristo esperaban un Mesías político y nacional. Debería aparecer con pompa, ser rodea-do de victorias, y, subyugando a las gentes, dar el supremo dominio a Israel. Y también que Dios realizaría por él numerosos prodigios (Mt 12,22.23; Jn 4,29). En este plan se presentaron una serie de impostores seudomesías, como se ve por los evangelios (Mc so, 35ss; Lc 24,21; Jn 6,15), Josefo y los apócrifos. Pero Jesús se presenta, en aquel ambiente de expectación mesiánica, tan aumentado por la presencia y acción del Bautista Jn 1,19.20.24), con una vida especial. De ahí la «tentación» para apartarle, si fuera preciso, de ese mesianismo que desbarataría el imperio satánico del mundo: «ahora el príncipe de este mundo es arrojado fuera» (Jn 12,31). Por eso, la triple tentación sintetizada en Mt-Lc es una triple tentación antimesiánica: contra el mesianismo del sufrimiento, se le propone el mesianismo fácil de remediar el hambre apelando al milagro; contra el mesianismo oculto y humillado, se le propone, en la segunda tentación (Mt), el mesianismo exhibicionista y la aclamación; y contra el mesianismo de dominio universal espiritual, se le pro-pone el mesianismo temporal y político sobre el mundo. Todo lo cual no era otra cosa que boicotear, desorientar y hacer fracasar, si fuera posible, el plan mesiánico del Padre, y con ello al mismo Mesías. Esto es el intento didacto-evangélico de esta escena. Es, en otra forma, expresar que Cristo es el Mesías doliente que Isaías describe en su poema sobre el «Siervo de Yavé».
A idéntico concepto de tentación mesiánica lleva el mismo hecho de producirse las tentaciones en el «desierto». Ya que Jesús «fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt). En la perspectiva, el «desierto» es el escenario y lugar de estas tentaciones. Y si esto mismo excluye el plantear el problema «objetivo» de las mismas, ya que, si son en el «desierto», queda excluida la objetividad de las tentaciones en el templo y en un «monte muy alto», la situación de las mismas en el «desierto» aclara, por un nuevo capítulo, el valor y finalidad de las tentaciones en el aspecto mesiánico.
El «desierto» no sólo es símbolo bíblico de desolación (Jer 50,23; 46,19; 49,13; Ez 29,9; Jl 3,19; Sal 2,4), de felicidad y premio divino (Is 32,14-16; 35,1-10, etc.), o de morada del mal espíritu (Lc 11,24, par., etc.), sino que, además, es también símbolo y escenario de la edad mesiánica. «Ya en tiempos de los profetas existía la tradición según la cual el tiempo de la restauración de Israel, los tiempos mesiánicos, se verán precedidos de un período más o menos largo en el que se repitan las experiencias del pueblo de Dios en su peregrinación por el desierto antes de entrar en la tierra prometida... Pero, sobre todo, esta corriente de ideas penetraba íntimamente la conciencia del judaísmo contemporáneo de Jesús. Estaban convencidos de que el Mesías había de venir del desierto y que inauguraría la era mesiánica repitiendo la fenomenología del desierto».
Una confirmación de este ambiente se ve en un doble hecho: a) Los relatos que Flavio Josefo hace de diversos impostores seudomesías, que llevaban a las gentes al «desierto», prometiéndoles allí signos prodigiosos, y desde allí conquistar prodigiosa y mesiánica-mente Jerusalén, y de lo que se hace eco el mismo Nuevo Testamento (Act 21,38). «Todos estos testimonios de los que se hace eco el N. T., arguyen en el judaísmo contemporáneo de Jesús una corriente ideológica, según la cual los tiempos mesiánicos, mejor dicho, escatológicos, estaban próximos y habrían de inaugurarse los ideales tiempos del desierto. b) Los recientes descubrimientos de Qumrân hablan también de esta expectación mesiánica que ha de realizarse en el «desierto». Así se lee en la Regla de la comunidad: «Cuando estas cosas sucedan en la comunidad en Israel..., que se alejen de la ciudad de los hombres de iniquidad para ir al desierto, a fin de preparar allí el camino de El (Dios), según está escrito: En el desierto preparad el camino de Yahvé». «Cuando se considera la comunidad de Qumrân a la luz de lo que llevamos dicho sobre el desierto, uno parece caer en la cuenta de la razón última por la cual estos monjes dejaron el mundo para asentar su monasterio a orillas del mar Muerto, en pleno desierto de Judá.
Es bien probable que los hombres de Qumrân... también se fueron al desierto con el fin de repetir las experiencias de los cuarenta años, los mismos que peregrinó el pueblo antes de entrar en la tierra prometida».
En este marco ideal del desierto es donde se comprende bien todo el sentido profundo del mesianismo que en esta escena se contiene. No sólo el ambiente de estas primicias neotestamentarias pedirían proyectarse sobre estas tentaciones de Cristo en el desierto sino que la misma narración de esta estancia de Cristo en él está aludiendo a este propósito y contenido mesiánico.
En efecto, ya la cifra de cuarenta días es evocadora de los cuarenta años de Israel en el desierto. Y esto parece confirmarse aún más al ver las respuestas de Cristo a las diversas propuestas de Satanás.
En las tres, Cristo cita pasajes del Deuteronomio que son alusivas las tres a la estancia de Israel en el desierto.
En la primera responde con las palabras que se refieren al «maná» (Deut 8,3).
En la segunda responde con unas palabras que aluden a la des-confianza de Israel en el desierto. «No tentéis a Yahvé, vuestro Dios, como le tentasteis en Massah» (Deut 6,16; cf. Ex 17,1-7).
En la tercera respuesta utiliza las palabras del Deuteronomio con las que se condena y previene la idolatría, y con las que se alude preferentemente al acto idolátrico de Israel en el desierto con el «becerro de oro» (Deut 6,13; Ex C.32).
Esto hace ver, en aquel ambiente, que Cristo, en sus «tentaciones», no sólo busca el desierto como lugar de penitencia y retiro, ni sólo sale de él para comenzar su vida de público mesianismo, sino que, con esta cifra simbólica de cuarenta días, y con sus respuestas alusivas a los días de Israel en el desierto parece que «Jesucristo quiere repetir las experiencias de los cuarenta años de desierto y oponer a las tres principales caídas del pueblo las tres rotundas victorias». Y, con esta actitud, proclamar también su obra de Mesías. Es esto un elemento más, de gran importancia, para interpretar estas tentaciones en su verdadero sentido de tentaciones mesiánicas.
Sobre la historicidad de las tentaciones de Cristo se adoptan, en síntesis, cuatro posiciones.
a Se niega la historicidad de las mismas. Sólo tienen un valor parabólico-didáctico.
b Historicidad de las mismas tal como están narradas.
c Son una «dramatización» de las luchas—«tentaciones»—de Cristo con el diablo en su obra mesiánica.
d Se admite la historicidad de su núcleo, aunque más o menos ornamentado en su redacción literaria. La razón principal sería que, de no ser históricas, la primera generación cristiana no habría sometido, ficticiamente, a Cristo a semejante humillación, cuando se estaba destacando cada vez más su divinidad, aunque fuese para presentarlo así en su victoria sobre el diablo.
(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964)
Comentario Teológico: Santo Tomás de Aquino
Acerca de las tentaciones de Cristo: (S. Th., III, q. 41; a. 1-4)
Acerca de las tentaciones de Cristo nos proponemos tratar estos cuatro puntos:
Primero: si fue conveniente que Cristo fuera tentado.
Segundo: del lugar de la tentación.
Tercero: del tiempo de la misma.
Cuarto: de su modo y orden.
ARTÍCULO 1
Si fue conveniente que Cristo fuese tentado
Parece que Cristo no debía ser tentado.
Por otra parte, dice San Mateo: “Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1).
Exposición:
Cristo quiso ser tentado:
Primero, para darnos auxilio contra las tentaciones. Por lo que dice San Gregorio: “No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, puesto que vino para ser muerto, para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, como venció nuestra muerte con la muerte suya”.
Segundo, para advertencia nuestra, para que nadie, por santo que sea, se tenga por seguro y exento de tentaciones. Y así quiso ser tentado después del bautismo, porque, como dice San Hilario, “es contra los santificados contra los que más se ensaña el diablo, porque es para él más apetecible la victoria obtenida sobre los santos”. Por esto mismo se lee, en el Eclesiástico: “Hijo mío, si te das al servicio de Dios, tente firme en la justicia y el temor y prepara tu alma para la tentación” (Eclo 2,1).
Tercero, para ejemplo, para enseñarnos de qué manera hemos de vencer las tentaciones del diablo. Y así dice San Agustín que “Cristo se ofreció al diablo para ser tentado, a fin de ser nuestro mediador en superar las tentaciones, no sólo con la ayuda, sino también con el ejemplo”.
Cuarto, para movernos a confiar de su misericordia. Por esto se dice en la Epístola a los Hebreos: “No es tal el Pontífice que tenemos que no sepa compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue tentado en todas las cosas, para asemejarse a nosotros, fuera del pecado” (Hb 4,15).
Objeciones:
1. Tentar es igual que “probar, someter a prueba”; lo que no se hace sino con cosas ignoradas; pero la virtud de Cristo era conocida de los mismos demonios, pues leemos en San Lucas que “no permitía hablar a los demonios, porque sabían que Él era el Mesías” (Lc 4,41); luego parece que no era razonable que Cristo fuese tentado.
2. Vino Cristo para destruir las obras del diablo, según leemos en San Juan: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo” (1Jn3, 8). Pero no es razonable que quien soporta las obras de uno sea el mismo que las ha de destruir; luego parece inconveniente que Cristo permitiese ser tentado del diablo.
3. La tentación tiene tres principios: “la carne, el mundo y el diablo”, pero Cristo no fue tentado de la carne ni del mundo, tampoco debió serlo del diablo.
Respuesta a las objeciones:
1. Dice San Agustín que “Cristo se dio a conocer a los demonios en la medida que quiso, y no por cuanto es la vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su poder”, de los cuales podían conjeturar que Cristo fuese el Hijo de Dios. Pero, junto con esto, veían en Él ciertas señales de flaqueza humana, que no podían dar por cierto ser Él el Hijo de Dios. Este es el motivo de querer el diablo tentarlo. Y ello indica lo que se lee en San Mateo: que, “luego que tuvo hambre, se le acercó el tentador” (Mt 4, 2-3), porque, según dice San Hilario, “no se hubiera atrevido el diablo a tentar a Cristo si por el hambre no hubiera reconocido su condición humana”. Esto mismo nos declara el mismo modo de proponer la tentación, diciendo: “Si eres hijo de Dios”. San Ambrosio, exponiendo estas palabras, dice: “¿Qué significa este comienzo sino que conocía que el Hijo de Dios debía venir, pero, a causa de las flaquezas del cuerpo, no se aseguraba que hubiera venido?”
2. Vino Cristo a destruir las obras del diablo, no haciendo uso de su poder, sino padeciendo del diablo y de sus miembros, y obteniendo la victoria por justicia, no por la fuerza, como explica San Agustín: “El diablo no ha de ser vencido con la fuerza, sino con la justicia”. Por eso en las tentaciones de Cristo se ha de considerar lo que Él hizo de su voluntad y lo que padeció del diablo. El ofrecerse para la tentación fue de su voluntad. De donde se dice en San Mateo: “Fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4, 1). Esto dice San Gregorio que se ha de entender del Espíritu Santo, el cual “lo condujo allá donde el espíritu maligno lo había de hallar para tentarlo”. Pero al diablo le permitió que lo tomara y lo llevara al pináculo del templo y luego a un monte muy alto. Ni hemos de maravillarnos que quisiera ser llevado por el diablo a un monte El que permitió que los miembros del diablo le pusieran en la cruz. No se ha de entender esto de ser llevado a un monte, que lo fuera por la fuerza, sino que, como dice Orígenes, Jesús “seguía al diablo al lugar de la tentación, caminando libremente como un atleta”.
3. Dice el Apóstol que “Cristo quiso ser tentado en todas las cosas, excepto el pecado” (Hb 4, 15). La tentación que procede del enemigo puede acaecer sin pecado, porque se verifica por sola sugestión exterior, mientras que la tentación de la carne no puede ser sin pecado, porque se realiza mediante la delectación y la concupiscencia. Dice San Agustín: “Siempre hay algún pecado cuando la carne codicia contra el espíritu”. Por esto Cristo quiso ser tentado por el enemigo, no por la carne.
ARTÍCULO 2
Si Cristo debía ser tentado en el desierto
Parece que Cristo no debió ser tentado en el desierto.
Por otra parte, se lee en San Marcos que “estuvo Jesús en el desierto por espacio de cuarenta días y cuarenta noches y era tentado por Satanás” (Mc 1, 13).
Exposición:
Como hemos manifestado (S.Th. 3,41,1ad2), de propia voluntad se ofreció Cristo a ser tentado por el diablo, así como de su propia voluntad se ofreció a los miembros del diablo para ser muerto. De otra forma el diablo no se hubiese llegado a tentarlo. El diablo ataca con preferencia a los solitarios, porque, según se dice en el Eclesiastés, “si uno prevalece contra otro, dos le resisten” (Ecl 4, 12). De aquí es que Cristo salió al desierto como a una palestra para ser allí tentado por el diablo. Por lo cual dice San Ambrosio que Cristo “fue conducido al desierto con el propósito de provocar al diablo. Pues, si éste no combatía, Aquél no obtendría la victoria”. El mismo Santo añade otras razones, diciendo que Cristo hace esto “con misterio, para librar del destierro a Adán –el cual había sido arrojado del paraíso al desierto (cf. Gn 3, 23) –; con el ejemplo, para manifestarnos que el diablo tiene envidia de los que tienden a lo mejor”.
Objeciones:
(...)
2. Dice San Crisóstomo: “El diablo suele insistir más en la tentación cuando nos ve solos. Por esto al principio tentó a la mujer cuando se hallaba separada del marido”. De esta suerte parece que ir al desierto para ser tentado era exponerse a la tentación. Pues, como la tentación sea para ejemplo nuestro, parece que también los demás deban buscar las tentaciones, lo que resulta peligroso, siendo así que más bien debemos evitar las tentaciones.
3. En San Mateo se pone como segunda tentación aquella en que “el diablo tomó a Cristo y, llevándolo a la Ciudad Santa, le puso sobre el pináculo del templo” (Mt 4, 5), que ciertamente no estaba en el desierto. Luego no fue tentado sólo en el desierto.
Respuesta a las objeciones:
(….)
2. La ocasión de la tentación es de dos maneras: la una, de parte del hombre; por ejemplo, cuando alguno busca el pecado, no evitando las ocasiones. Tal proceder se debe evitar, según se dijo a Lot: “No te detengas en toda la región en torno de Sodoma” (Gn 19, 17).
La otra ocasión de tentación procede del diablo, que siempre “tiene envidia de los que aspiran a lo mejor”, como dice San Ambrosio. Esta ocasión no hay por qué evitarla, por lo cual dice San Crisóstomo que “no sólo Cristo fue conducido al desierto por el Espíritu Santo, sino también los hijos todos de Dios, que tienen el Espíritu Santo. No se contentan con estar ociosos, y el Espíritu Santo les urge para emprender alguna obra grande. Esto es para el diablo estarse en el desierto, porque no hay allí la injusticia, en que el diablo se deleita. Toda obra buena es desierto para la carne y el mundo, porque no es según la voluntad de la carne y del mundo”. Dar al diablo ocasiones de tentaciones semejantes no es peligroso, porque es mayor el auxilio del Espíritu Santo, autor de toda obra perfecta, que la acometida del diablo insidioso.
3. Hay quienes piensan que todas las tentaciones tuvieron lugar en el desierto. Y dicen unos que Cristo no fue realmente conducido a la Ciudad Santa sino en visión imaginaria; creen otros que la misma Ciudad Santa se llama “desierto”, porque estaba abandonada de Dios. Pero no es necesario recurrir a esta solución, porque San Marcos dice que en el desierto era tentado por el diablo (cf. Mc 1, 13), pero no dice que sólo en el desierto tuviera lugar la tentación.
ARTÍCULO 3
Si la tentación de Cristo debió ser después del ayuno
Parece que la tentación de Cristo no debió tener lugar después del ayuno.
Por otra parte, escribe San Mateo que, “habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al cabo tuvo hambre”, y luego “se acercó el tentador” (Mt 4, 2-3).
Exposición:
Con razón Cristo quiso ser tentado después del ayuno.
Primero, para el ejemplo. Según queda dicho, a todos incumbe el cuidado de defenderse contra las tentaciones. En haber ayunado antes de la tentación nos vino a enseñar cómo nos conviene armarnos contra la tentación con el ayuno. Y el Apóstol enumera entre “las armas de la justicia” (2Co 6, 5-7) el ayuno.
Segundo, para mostrar que aun a los que ayunan acomete el diablo para tentarlos, igual que a los otros que se ocupan en obras buenas. Y como el Señor es tentado después del bautismo, también lo es después del ayuno. Por lo cual dice San Crisóstomo: “Para que aprendas por aquí cuán grande bien sea el ayuno y cuán fuerte escudo es contra el diablo, y que después del bautismo no te has de dar a la intemperancia, sino al ayuno; Cristo ayunó, no como necesitado de él, sino para instrucción nuestra”.
Tercero, porque al ayuno siguió el hambre, que dio al diablo audacia para acometerlo, (…). Y dice San Hilario: “Luego que el Señor tuvo hambre, no fue que le sorprendiera alguna necesidad, sino porque entregó la naturaleza a sus leyes, que no iba a ser vencido el diablo por Dios, sino por la carne”. Por donde dice San Crisóstomo: “No sobrepasó en su ayuno a Moisés y a Ellas, porque no se rehusara creer que había tomado la carne humana”.
Objeciones:
1. Según atrás se dijo, no convenía que Cristo viviese una vida austera (S.Th. 3, 40, 2); mas parece que fue prueba de la mayor austeridad el no comer nada durante cuarenta días y cuarenta noches, ya que así se ha de entender eso de “ayunar cuarenta días y cuarenta noches” (Mt 4, 2), es decir, que “no comió bocado en todos esos días”, según dice San Gregorio. Luego no parece bien que tal ayuno precediese a la tentación.
2. Se dice que “estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches y que era tentado por Satanás” (Mc 1, 13). Pero ayunó cuarenta días y cuarenta noches; luego parece que no después del ayuno, sino durante el ayuno, ocurrió la tentación del diablo.
3. Sólo una vez se lee que Cristo haya ayunado; pero no sólo una vez fue tentado por el diablo, pues San Lucas dice que, “acabada la tentación, el diablo se alejó de Él por algún tiempo” (Lc 4, 13). Pues, como la segunda tentación no fue precedida del ayuno, tampoco la primera.
Respuesta a las objeciones:
1. No era razonable que Cristo llevase una vida tan austera, que desdijese de la de aquellos a quienes predicaba. Sin embargo, nadie debe tomar sobre sí el oficio de predicar si no estuviese purificado y en la virtud perfecto, como se dice de Cristo que “comenzó Jesús a obrar y a enseñar” (Act 1, 1). Él, luego de bautizado, emprendió una vida de austeridad, a fin de enseñar a los otros que sólo después de domada la carne era permitido darse al oficio de la predicación, según lo que dice el Apóstol: “Castigo mi cuerpo y le reduzco a servidumbre, no sea que, predicando a los otros, yo incurra en reprobación” (1Co 9, 27).
2. Esas palabras de San Marcos (Mc 1, 13) pueden entenderse que el Salvador “estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches”, en los cuales ayunó. Lo que luego se dice que “era tentado por Satanás”, se ha de interpretar que no en aquellos cuarenta días y cuarenta noches, sino después de ellos, pues San Mateo dice que, “habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre” (Mt 4, 2), de donde tomó ocasión el tentador para acercarse a Él. Lo que luego añade San Marcos: que “los ángeles le servían”, se ha de entender como algo consiguiente, pues San Mateo dice que “entonces le dejó el diablo” (Mt 4, 11), es decir, después de la tentación, “y los ángeles se acercaron y le servían”. Lo que inserta San Marcos: “y estaba con las fieras” (Mc 1, 13), se trae, dice San Crisóstomo, para indicar “qué tal era el desierto”, pues era intransitado de los hombres y poblado de fieras. Sin embargo, si nos atenemos a la exposición de San Beda, el Señor fue tentado durante los cuarenta días y las cuarenta noches. Pero, esto se ha entender, no de aquellas tentaciones visibles narradas por San Mateo y San Lucas, que ocurrieron después del ayuno, sino de algunas otras que en aquel tiempo del ayuno padeció Cristo de parte del diablo.
3. Dice San Ambrosio que el diablo se apartó de Cristo “por un tiempo, porque luego vino, no para tentar, sino para pelear” en tiempo de la pasión. Todavía en aquella ocasión parece que tentó a Cristo de tristeza y odio de los prójimos, como en el desierto le había tentado de gula y desaprecio de Dios por la idolatría.
ARTÍCULO 4
Si fue conveniente el orden y modo de la tentación
Parece que no fue conveniente el modo y orden de la tentación.
Por otra parte, está la autoridad de la Sagrada Escritura (Mt 4, 1; Lc 4, 3).
Exposición:
Dice San Gregorio que la tentación del enemigo procede por vía de sugestión. Ahora bien, una sugestión no se propone a todos de la misma manera, sino a cada uno según sus particulares aficiones. Por esto el diablo no tienta desde luego al hombre espiritual de pecados graves, sino que empieza por los leves y va poco a poco llevándole a los graves. Por donde el mismo San Gregorio en los “Morales”, comentando las palabras: “Y huele de lejos la batalla, las arengas de los jefes y el tumulto del ejército” (Job 39, 25), dice: “Muy bien se habla de las arengas de los jefes y del tumulto del ejército, porque los primeros vicios se filtran en la mente engañada bajo ciertas apariencias de razón; pero los innumerables que luego se siguen y arrastran al alma a todo género de locuras, confunden con un bestial clamoreo”.
De igual modo procedió el diablo con la tentación de los primeros padres, solicitando primero su mente con la comida de la fruta prohibida, con esta palabra: “¿Por qué os mandó Dios que no comieseis de todos los árboles del paraíso?” Segundo, los tentó de vanagloria, cuando les dijo: “Se abrirán vuestros ojos”. Tercero, los condujo hasta el último grado de la soberbia, al decirles: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3, 1).
Este mismo orden guardó en la tentación de Cristo. Porque primero le tentó con lo que apetecen aun los varones espirituales, a saber, la sustentación de su vida corporal mediante el alimento. Luego pasó a aquella tentación en que a veces caen los varones espirituales, es decir, hacer algo por ostentación, incurriendo así en vanagloria. Por fin, llevó la tentación a lo que no es de varones espirituales, sino de los carnales, o sea, al deseo de las riquezas y de la gloria del mundo, llevado “hasta el desprecio de Dios”. Y así en las dos primeras tentaciones le dijo: “Si eres hijo de Dios”, pero no en la tercera. Ésta no conviene a varones espirituales, que son por adopción hijos de Dios.
A todas estas tentaciones resistió Cristo con testimonios de la ley, no con el poder de su virtud, “porque con esto honraba más al hombre y confundía más al adversario, el cual apareció vencido, no por Dios, sino por el hombre”, según dice San León Papa.
Objeciones:
1. La tentación del diablo tiende a inducir al pecado. Pero, si Cristo hubiera remediado su hambre convirtiendo las piedras en pan, no hubiera pecado, como no pecó multiplicando los panes para remediar el hambre de la multitud (Mt 14, 15), que no fue menos milagro. Luego parece que no hubo ahí ninguna tentación.
2. No es discreta la conducta del tentador que intenta persuadir lo contrario de lo que se propone. Ahora bien, el diablo, al poner a Cristo en el pináculo del templo, intentaba tentarle de soberbia o vanagloria. Luego neciamente le persuade que se eche de allí abajo, lo contrario de lo que la soberbia y vanagloria pretenden, que es subir.
3. La tentación directa ha de tender a un pecado; pero en la tentación del monte le tentó en dos, a saber, codicia e idolatría; luego parece que no fue conveniente el modo de esta tentación.
4. Las tentaciones tienden a inducir al pecado; los pecados capitales son siete, como en la Segunda Parte (S.Th. 1-2, 84, 4) se dijo; pero aquí no tienta el diablo más que de tres, gula, vanagloria y codicia; luego parece que no fue completa.
5. Después de la victoria de todos los vicios queda todavía la tentación de soberbia o vanagloria, pues “la soberbia se introduce hasta en las buenas obras para arruinarlas”, según dice San Agustín en la “Regla”. Luego no está bien lo que hace San Mateo (Mt 4 ,8.5), que pone la última tentación, de codicia, en el monte, y la segunda, de vanagloria, en el templo, mientras que San Lucas pone el orden inverso.
6. Dice San Jerónimo que “el propósito de Cristo fue vencer al diablo con la humanidad, no con el poder; luego no debió repelerle reprendiéndole con imperio: “Vete de aquí, Satanás” (Mt 4, 10; cf. Mc 8, 33)”.
7. Parece que la narración del Evangelio encierra algún error, pues parece imposible colocar a Cristo sobre el pináculo del templo sin ser visto de otros. Ni existe monte tan alto desde el cual se puede ver el mundo entero y pudieran serle mostrados a Cristo todos los reinos. Luego no parece que está bien narrada la tentación de Cristo.
Respuesta a las objeciones:
1. No es pecado de gula usar de las cosas necesarias para el sustento de la vida, pero sí lo puede ser el cometer algún desorden por el deseo de ese sustento. Y es cierto desorden el que uno pretenda procurarse por vía milagrosa el sustento que puede adquirir por los medios humanos. Si el Señor proveyó del maná a los hijos de Israel en el desierto, era que allí no podían proveerse de otro modo (cf. Ex 16). Y lo mismo hizo Cristo alimentando milagrosamente a las turbas en el desierto, donde de otra manera no podían obtener comida. Pero Cristo podía satisfacer su hambre por otra vía que por un milagro, como lo hacía Juan Bautista (Mt 3, 4), o yendo a los lugares vecinos.
Por esto pensaba el diablo que Cristo pecaría, siendo puro hombre, si intentase satisfacer su hambre con el milagro.
2. No es raro que con la humillación exterior busque uno la gloria en los bienes espirituales. Y así dice San Agustín: “Conviene advertir que no sólo en el esplendor y en la pompa de las cosas exteriores, sino también en los harapos se puede dar la jactancia”. Y para significar esto, el diablo quiso persuadir a Cristo que se arrojase del pináculo al suelo, para alcanzar la gloria espiritual,
3. Es pecado apetecer las riquezas y los honores del mundo cuando esto se hace desordenadamente. Esto se demuestra a las claras cuando el hombre se rebaja a cometer una vileza para obtener esos bienes. Por esto, no se contentó el diablo con persuadirle la codicia de las riquezas y los honores; le quiso inducir también a que, por el logro de esos bienes, lo adorase, lo que es el mayor crimen, y contra Dios. Ni dijo solamente: “Si me adoras”; añadió: “Si postrándote” (Mt 4, 9), porque, como dice San Ambrosio, “tiene la ambición este particular peligro, que para lograr el dominio de otros se somete a servidumbre; se doblega en obsequios para alcanzar el honor, y, queriendo sublimarse, se abate”.
También en las tentaciones precedentes intentó el diablo inducirlo por el apetito de un pecado en otro, v. gr., por el deseo del alimento en la vanidad de realizar un milagro injustificado; por la codicia de la vanagloria, a tentar a Dios precipitándose.
4. Dice San Ambrosio: “No diría la Sagrada Escritura que, acabada toda la tentación, se retiró el diablo de Él, si en las tres tentaciones no se hallase la materia de todos los pecados. Porque las causas de las tentaciones son las mismas de la codicia, a saber, el deleite de la carne, la esperanza de la gloria y la ambición del poder”.
5. Es sentencia de San Agustín que “no es cosa cierta cuál fue primero, si la demostración de los reinos de la tierra y luego la conducción al pináculo del templo, o viceversa. Poco importa ésta; siendo claro que ambas cosas sucedieron”. Parece que los evangelistas, han seguido un orden distinto, porque a veces de la vanagloria se viene a caer en la codicia, y otras al revés.
6. Cristo llevó en paciencia la injuria de la tentación cuando el diablo le dijo: “Si eres hijo de Dios, échate abajo” (Mt 4, 6), y ni se turbó por ello ni increpó al diablo. Pero cuando le oyó usurpar el honor de Dios, diciendo: “Todo esto te doy si postrándote me adoras” (Mt 4, 9), entonces, indignado, le arrojó de sí, diciendo: “Vete de mí, Satanás”. Esto para que nosotros aprendiéramos de su ejemplo a soportar con generosidad nuestras injurias; pero no tolerar, ni de oídas, las injurias a Dios.
7. Según San Crisóstomo, “condujo el diablo a Cristo (sobre el pináculo del templo) a fin de que fuese visto de todos; pero Él, sin saberlo el diablo, hizo que no fuera visto de nadie”.
Y añade: “Lo que se dice de ‘haberle mostrado todos los reinos, del mundo y la gloria de ellos’ (Mt 4, 8), no es preciso entenderlo que viese los mismos reinos, las ciudades, los pueblos, el oro, la plata, sino que le mostraba con el dedo las regiones en que los reinos o ciudades estaban situados y de palabra le declarase los honores de cada reino y su estado”. O, según Orígenes, “le mostró cómo él reinaba en el mundo por los diversos vicios”.
(SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, IIIª Parte, Cuestión 41, Artículos 1 al 4)
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Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani
Ayuno y tentaciones de Cristo
Hoy hay sacerdotes que niegan las Tentaciones. Tengo el resumen de un artículo publicado con toda clase de aprobaciones en la "Revista Eclesiástica" de Lima, que me mandó mi amigo el P. jesuita Florentino Alcañiz: niega la realidad de las Tentaciones de Cristo y afirma que son una "dramatización" para expresar la eterna lucha del bien y del mal. Niega también que haya endemoniados y afirma que todos los "endemoniados" del Evangelio fueron enfermos y nada más. ¿Y cómo Cristo los dio por endemoniados, e incluso habló con los demonios? Ah, ésa es otra "dramatización", para significar la existencia del mal en el mundo. Después, como si esto fuese poco, se mete con la Santísima Madre de Jesucristo (cosa que Jesucristo no suele tolerar) y dice que la aparición del Ángel Gabriel es un cuento ridículo; y que eso es otra dramatización del "monólogo interior" de María Santísima; o sea, que la Virgen se preguntó ella misma y se respondió ella misma: — ¿Quieres ser Madre de Dios? —Sí quiero, cómo no.
Entonces, según Su Sapientísima Reverencia, los milagros de Cristo podrían ser todos "dramatizaciones" —Perfectamente, cómo no —Entonces, Reverendo, ¿en qué se funda su fe? —Se funda en la razón —Hace mucho tiempo que no tienes ni pizca de fe —ni pizca de razón— diría tu Padre San Ignacio de Loyola.
Me hace acordar lo que le sucedió a un paisano mío de Reconquista, que se le paró al lado un turista en auto y dijo:
- “Oiga amigo ¿éste es el camino que va a Reconquista?”
- “Sí, señor”.
El otro puso en marcha el auto y el paisano le gritó:
- “Ep, párese!”
- “¿Qué hay?”
- “Este es el camino de Reconquista; pero si quiere llegar a Reconquista, pegue media vuelta y agarre pal otro lao, dirección contraria”.
Así este Profesor de Escritura, anda por la Sagrada Escritura, pero en dirección contraria: cree que anda entrando y anda saliendo.
Las Tentaciones de Cristo son reales y verdaderas. No diré que sean fáciles: son la mar de raras.
Algunos intérpretes (Durand, y también en cierto modo San Jerónimo y San Juan Crisóstomo) dicen que es natural, Cristo siendo Dios no podía ser tentado como nosotros los hombres. Pero Cristo no fue tentado como Dios, es imposible; y su natura de hombre es esencialmente la misma que la mía.
Mejor dijo el gran místico alemán del siglo XIII Maestro Eckhart: que las tentaciones de Cristo fueron las mismas que las nuestras. ¿Cómo se entiende eso?
La materia de nuestras tentaciones es diferente; en realidad es diferente en cada hombre; pero el fondo (o sea lo que llaman los tomistas "la forma", que no significa figura sino la estructura esencial de cada cosa, el "alma" como si dijéramos) ésa es la misma. El esquema general es el mismo.
En la parábola de las "Dos Banderas" que inserta San Ignacio en sus "Ejercicios Espirituales", presenta a Cristo y a Satán como dos caudillos que están reclutando gente para sus campañas bélicas: San Ignacio ve la vida cristiana como una milicia, pues él había sido milico. El Mal Caudillo se sienta en un trono de fuego y humo, en figura horrible y espantosa; y haciendo llamamiento de innumerables demonios los manda a tentar por tres escalones; primero de codicia de riquezas; después de vano honor del mundo; por último a recrecida soberbia; de donde después los precipiten en todos los vicios y pecados. "Dale al diablo un cabello y te tomará todo el pelo" —dice el español. San Juan Crisóstomo pone también estos tres escalones.
Los que hacen los ejercicios dicen —yo mismo lo he dicho alguna vez: "Eso es inexacto. Las tentaciones comunes son:
1° querer tener mucha plata;
2° exceso de lujo, boato, diversiones y comodidades;
3° pecados carnales".
Eso es así, pero es un caso particular del esquema de San Ignacio y del esquema de las Tentaciones de Cristo: primero tienta el demonio con la codicia de una cosa creada (y todas las cosas creadas menos la salud pueden conseguirse con la plata), una cosa creada que no es mala en sí, pero que apegársele demasiado es malo —a veces muy malo; después tienta con una cosa ya mala, aunque no sea o no parezca un crimen; después tienta con cosas perversas. No está obligado el diablo a tentar en este orden lógico; y por eso tampoco los Evangelistas las ponen en el mismo orden: Lucas lo cambia.
Codicia de riquezas: demasiado nos previno Cristo contra ella; el mundo de hoy ha olvidado esa prevención; y por eso anda trastornado; estamos en el Reino del Dinero. Un multimillonario argentino tiene poco que ver con un multimillonario yanqui; pero aquí no hay muchos. Un millonario yanqui, que había muchos hasta llegar al poder Teodoro Roosevelt y los llamaban "los Megaterios Sagrados" no son millonarios, son billonarios (en Estados Unidos y Francia un billón son mil millones). ¿Saben Uds. cuánto viene a ser un billón? Ni lo imaginamos. Por ejemplo, si al nacer Cristo un hombre tuviera un billón de dólares y gastase mil dólares al día (cosa que ningún hombre puede), ahora, pasados casi dos mil años a 365.000 dólares al año, le quedaría dinero todavía que gastar unos 700 años —un poco más. Hagan la cuenta, es una multiplicación y una división que puede hacer un escuelerito de 6° grado.
Es una aberración que un hombre tenga un billón; no lo ha ganado, es un robo; y esa aberración gobierna hoy al mundo. Santo Tomás dice que si se permite a todos que lucren todo lo que puedan, sin límites, eso no es lícito, es aberrante. Ahora no hay muchos billonarios en E.E.U.U., porque el Estado, por medio de exorbitantes impuestos, barre con las grandes fortunas; pero el Estado a su vez se ha convertido en billonario, trillonario y cuatrillonario, y eso es para peor. No solamente la deuda pública, solamente los intereses de la deuda pública de E.E.U.U. pasan del billón. ¿Y quién va a pagar esa deuda? Nadie, no se puede pagar. ¿Y los intereses? Los paga todo el mundo, empezando por las naciones sonsas.
Un amigo me dijo que el Diablo ha puesto a los E.E.U.U. las tres tentaciones; la tentación de la riqueza, y han caído; la tentación de la fama y el poder, y han caído: robo de territorios a Méjico y España, entrada innecesaria en las dos Grandes Guerras, poder: lo han conseguido. Ahora le ha puesto la última: el gobierno del mundo entero; lo mismo que a China, Rusia y De Gaulle (Europa); a los cuatro Grandes. Veremos lo que pasa.
Esto sólo ya es un loquero; el mundo no puede andar bien; y encima están los otros dos escalones del diablo —que dependen del primero.
Salto los otros dos escalones, porque no hay tiempo. En el segundo escalón están la vanagloria, el auto-engrupimiento y la ambición. Cada día se publican en el mundo (y la gente los lee) millares de libros lascivos, obscenos, sacrílegos, crueles o absurdos. ¿De qué viene eso? De la angurria de gloria, y también de dinero, de los escritores. Y la ambición ha causado más muertes en el mundo que todas las pestes juntas; porque de ella proceden las guerras.
En el tercer escalón está la crecida soberbia, que fue el pecado del Diablo y también de Adán. Al llegar aquí Cristo rechazó a Satanás sin cortesía: "¡Fuera de aquí!".
Así que vean cómo el diablo tentó a Cristo según el esquema; por supuesto que lo tentó en la suposición de que Cristo podía ser el Mesías, cosa que el Maldito no sabía seguro. Primero lo tienta con una cosa buena, el pan; pero que la consiguiera por mal camino, un milagro innecesario; segundo, con el afán de hacerse famoso, pero por medio de una temeridad, la cual es en sí mismo pecado grave contra la Prudencia; tercero, con una máxima maldad —a la cual tentación sucumbirá el Anticristo: tomar al diablo como Dios.
Como dije antes, este Evangelio está erizado de dificultades: he explicado la principal. Por ejemplo: ¿agarró el Diablo a Cristo que estaba en el desierto y lo llevó volando al pináculo del Templo? "¡Qué julepe tendría el Maldito!" —dice Santa Teresa. Probablemente se apareció en figura de peregrino y le pidió lo acompañara al Templo: el texto griego dice "paralambánein" que no significa "agarrar" ni "transportar" sino "conducir consigo". ¿Y luego lo llevó volando a un monte alto desde donde se vieran "todos los Reinos del Mundo —a la montaña de Djebel Karantal, a 30 km. de Jerusalén, como dice la leyenda? También aquí dice "paralambánein". Probablemente produjo una gran visión imaginaria en torno a Cristo, donde se viese además de Jerusalén muchas suntuosas ciudades, ríos, valles y mares — todo el mundo en abreviatura.
El Diablo da bien de comer y da mal de cenar, dice el español. Al final del Padre Nuestro pedimos a Dios nos libre del Mal —o nos libre del Diablo— como traducen los ingleses ("the Evil One") y los alemanes; y los brasileros. No podemos saber qué palabra aramea dijo Cristo, pues no nos ha quedado el Evangelio arameo de San Mateo —si es que existió. En griego y en latín, la última palabra del Padre Nuestro puede traducirse "de todo mal" o "del Malo"; porque ese ablativo que hay allí: "a malo" y "Apó poneeroú" puede venir de un nominativo masculino o bien neutro.
Es lo mismo de todos modos: que nos libre del pecado o del Diablo que es el que induce y se aprovecha del pecado.
(P. Leonardo Castellani, Domingueras Prédicas, Ed. Jauja, Mendoza, 1997, pp. 67-74)
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Santos Padres: San Ambrosio
Jesús en el desierto
Justamente, pues, nuestro Señor Jesús, con su ayuno y su soledad, nos dispone contra los atractivos de los placeres y soporta ser tentado por el diablo para que en El aprendamos nosotros a triunfar. Notemos que el evangelista, no sin razón, nos muestra tres instituciones principales del Señor: pues hay tres cosas provechosas para la salvación del hombre: el sacramento, el desierto y el ayuno: “Nadie es coronado si no lucha conforme a la Ley” (2 Tm 2, 5), y nadie es admitido al combate de la virtud si antes no ha sido lavado de todas las manchas de sus delitos y consagrado por el don de la gracia celeste.
(…)
Entonces Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Es conveniente recordar cómo el primer Adán fue expulsado del paraíso al desierto, para que adviertas cómo el segundo Adán viene del desierto al paraíso. Ves también cómo sus daños se reparan siguiendo sus encadenamientos, y cómo los beneficios divinos se renuevan tomando sus propias trazas. Una tierra virgen ha dado a Adán, Cristo ha nacido de la Virgen; aquél fue hecho a imagen de Dios, Este es la Imagen de Dios; aquél fue colocado sobre todos los animales irracionales, Este sobre todos los vivientes; por una mujer la locura, por una virgen la sabiduría; la muerte por un árbol, la vida por la cruz. Uno, despojado de lo espiritual, se ha cubierto con los despojos de un árbol; el Otro, despojado de lo temporal, no ha deseado un vestido corporal. Adán está en el desierto, en el desierto Cristo; pues Él sabía dónde podía encontrar al condenado para disipar su error y conducirlo al paraíso; mas como él no podía volver allá cubierto con los despojos de este mundo, como no podía ser habitante del cielo sin ser despojado de toda mancha, lo despojó del hombre viejo y lo revistió del nuevo (Col 3, 9 ss): porque, como los decretos divinos no pueden ser abrogados, era mejor que cambiase la persona que no la sentencia.
Mas, desde el momento que en el paraíso había perdido el camino emprendido sin guía, ¿cómo sin guía podía volver a él en el desierto? Aquí las tentaciones son numerosas, difíciles los esfuerzos hacia la virtud y fáciles las caídas hacia el error. La virtud es del mismo natural que los árboles; cuando todavía son bajos, en su crecimiento de la tierra hacia el cielo, cuando su edad se ensancha en un frondaje tierno, está expuesto al veneno de la un diente cruel y fácilmente puede ser cortado o secado; mas una vez asentado sobre profundas raíces y sus ramos empujados hacia arriba, es ya inútil que la mordedura de las bestias, los brazos de los campesinos o las diversas embestidas de los temporales ataquen al árbol robusto.
¿Qué guía ofrecerá, pues, contra tantos placeres del mundo, contra tantas astucias del diablo, sabiendo que nosotros hemos de luchar en primer lugar “contra la carne y la sangre, luego contra las potestades, contra los príncipes del mundo de estas tinieblas, contra los espíritus malignos que pueblan el aire”? (Ef 6, 11-12). ¿Ofrecer un ángel? Mas también él ha caído; las legiones de ángeles apenas han podido salvar a individuos (2R 6, 17). ¿Enviar un serafín? Mas él ha descendido a la tierra en medio de un pueblo que tenía los labios manchados (Is 6, 6 ss) y no hubo más que un profeta al cual purificó sus labios con el contacto de un carbón encendido. Era necesario buscar otro guía al cual todos siguiésemos. ¿Cuál será este guía tan grande para hacer bien a todos, sino Aquel que está por encima de todos? ¿Quién me establecerá sobre el mundo, sino Aquel que es más grande que el mundo? ¿Quién será este guía tan grande para poder conducir en una misma dirección al hombre y a la mujer, al judío y al griego, al bárbaro y escita, al esclavo y al hombre libre (Col 3, 11), sino Aquel que es todo en todos, Cristo?
Muchos son los lazos por donde caminamos: lazos del cuerpo, lazos de la Ley, lazos tendidos por el diablo en el pináculo de los templos o en las almenas de las murallas, lazos de la filosofía, lazos de los deseos —pues el ojo de la mujer de mala vida es lazo del pecador (cf. Pr 7, 21) —, lazo del dinero, lazo de la religión, lazo del cuidado de la castidad. Pues el alma humana es inclinada por exiguos momentos y con frecuencia la empuja aquí o allí la habilidad del seductor. Ve el diablo a algún hombre religioso que sirve a Dios con veneración, lleno de deseos por lo que es santo e incapaz de hacer mal: y él lo hace caer por su misma religión, induciéndole a no creer que el Hijo de Dios tomó nuestra propia carne, nuestro propio cuerpo, la fragilidad de nuestros propios miembros; siendo así que padeció en su cuerpo, mas la divinidad permaneció exenta de injuria; de este modo su religión lo pone en falta: pues “quien niega que Cristo ha venido en la carne, no es de Dios” (1Jn 4, 3). Ve a un hombre puro, de una castidad intacta: le persuade a condenar el matrimonio, lo cual hace que sea expulsado de la Iglesia, y así el cuidado de la castidad lo separa de este cuerpo casto. Otro ha oído decir que hay “un solo Dios del cual viene todo” (1Co 8, 6): le adora y le venera; le tienta el diablo y le cierra los oídos para que no entienda que hay "un solo Señor por el cual son todas las cosas" (ibíd.); de este modo, por una piedad excesiva, le impele a ser impío, separando el Padre del Hijo y, al mismo tiempo, confundiendo el Padre y el Hijo, creyendo que hay entre los dos unidad de persona y no de poder. Así, mientras ignora la medida de la fe, incurre en la desgracia del error
¿Cómo, pues, evitar estos lazos, a fin de poder decir también nosotros “Escapó nuestra alma como una avecilla al lazo del cazador; se rompió el lazo y fuimos liberados”? (Sal 123, 7). No dice: "Yo he roto el lazo" —David no se atreve a hablar así—, sino “nuestra ayuda está en el nombre del Señor” (ibíd., 8), a fin de mostrar que el lazo sería roto, a fin de profetizar la venida en esta vida de Aquel que rompería el lazo tendido por las insidias del diablo.
Mas el mejor medio de romper el lazo era presentar un cebo cualquiera al diablo, de forma que, apresurándose sobre su presa, quedase él cogido en sus propios lazos, y así yo pueda decir : “Prepararon lazos para mis pies, y ellos cayeron en ellos” (Sal 56, 7). ¿Qué cebo pudo ser éste, sino un cuerpo? Convino, pues, usar con el diablo este artificio, que el Señor tomase un cuerpo, y un cuerpo corruptible, un cuerpo enfermo, para ser crucificado gracias a esa debilidad. Pues, si hubiera tomado un cuerpo espiritual, no habría podido decir: “El espíritu está animoso, pero la carne es flaca” (Mt 26, 41). Escucha, pues, ambas voces, la de la carne flaca y la del espíritu animoso: “Padre, si es posible, que se aleje de mí este cáliz”: es la voz de la carne; “pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mt 26, 39): he aquí la entrega y el vigor del espíritu. ¿Por qué desprecias la condescendencia del Señor? Por condescendencia ha tomado mi cuerpo, por condescendencia ha tomado mis miserias, mis flaquezas; la naturaleza de Dios no podía ciertamente sentirlas, puesto que la misma naturaleza humana ha aprendido a despreciarlas, o a soportarlas y sufrirlas.
Por lo mismo, sigamos a Cristo, según lo que está escrito: “Marcharás en pos del Señor tu Dios y a Él te adherirás” (Dt 13, 4). ¿A quién me adheriré sino a Cristo?, pues, como dice San Pablo: “Quien se adhiere al Señor tiene un solo espíritu con El” (1Co 6, 17). Sigamos sus pasos y podremos volver del desierto al paraíso.
Ved por qué caminos hemos de volver. Cristo está ahora en el desierto, obra en el hombre, lo instruye, lo forma, lo ejercita, le unge con el óleo espiritual; al verlo más robusto, lo hizo pasar a través de las sementeras y lugares fértiles, cuando los judíos se quejaban de que sus discípulos desgranasen el sábado las espigas cogidas de los trigales (Mt 12, 1 ss) —pues ya había colocado a sus apóstoles en el campo cultivado y en el trabajo fructuoso—; después lo estableció en el jardín en el tiempo de la pasión; pues así está escrito: “Dicho esto, salió Jesús, junto con sus discípulos, a la otra parte del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró y con El sus discípulos” (Jn 18, 1). Pues el jardín es mejor que el campo fértil, como lo enseña el profeta en el Cantar de los Cantares: “Eres jardín cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada; es tu plantel un bosquecillo” (Ct 4, 12-13). Tal es la virginidad pura y sin tacha del alma que no se aparta de la fe por ningún temor de los suplicios, por ningún atractivo de los placeres del mundo ni por ningún amor de la vida. Finalmente, que el hombre ha sido llamado por la virtud del Señor nos lo muestra, entre los demás, este evangelista, que solo ha indicado lo que el Señor dijo al ladrón: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Jn 23, 43).
Jesús, pues, lleno del Espíritu Santo, es conducido al desierto intencionadamente, con el fin de provocar al diablo misteriosamente —pues si éste no hubiera combatido, el Señor no hubiera vencido por mí—, para librar a este Adán del destierro; como prueba y demostración de que el diablo tiene envidia de los que se esfuerzan en ser mejores, y por eso se ha de ser precavidos, no sea que la flaqueza del alma traicione la gracia del misterio.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), Libro Cuarto 4-14, BAC, Madrid, 1966, pp. 189-196)
Santos Padres: SAN JUAN CRISÓSTOMO
A) LA TENTACIÓN DE LOS BUENOS
Jesús fue impulsado al desierto por el Espíritu Santo, precisamente cuando acababa de descender sobre Él en forma visible en el bautismo, para que ninguno de los bautizados se turbe si después de recibido este sacramento se ve acometido de tentaciones mayores... Súfralas con ánimo generoso y como la cosa más natural del mundo. Has recibido las armas para luchar, no para estarte mano sobre mano...
Dios no impide las tentaciones, primero para que te convenzas de tu propia fuerza; segundo, para que seas humilde y no te engrías con los dones recibidos; tercero, para que el demonio, que puede andar dudando sobre si lo has abandonado o no, se persuada de ello; cuarto, para que te robustezcas hasta fortificarte como el hierro y entiendas el valor de los tesoros que se te han encomendado. De verte constituido en muy alto honor, el demonio no se hubiera molestado en acometerte. Por ello tentó a Adán y por la misma razón embistió contra Job...
Entonces, ¿por qué el Señor nos dice: Orad, para que no entréis en la tentación? ( Mt . 26,41). Pues porque el Señor no fue espontáneamente al desierto, sino guiado por la Providencia, con lo cual se nos da a entender que no debemos lanzarnos en medio de la tentación y que, una vez puestos en ella, perseveremos con generosidad constante.
B) LAS TRES TENTACIONES
a) Primera Tentación
Cristo se somete a la tentación como los luchadores, que para enseñar a sus discípulos bajan a la palestra. El demonio andaba perplejo ignorando si Jesús era Hijo de Dios o no. Por una parte había oído el testimonio divino en el bautismo, mas, por otra parte, le veía como hombre. Así se acerca empleando palabras ambiguas, del mismo modo que tentó a Eva. En uno y otro caso finge lo que no es verdad, para enterarse de lo que es. Se presenta muy taimado y, en vez de decir, como parece lógico: 'Si tienes hambre', se lo calla y deja traslucir que no rebaja a Cristo, cuyas grandezas conoce en parte; pero pretende halagar su vanidad diciendo: Si eres Hijo de Dios.
¿Cuál es la actitud de Cristo? Confesar lo que tiene de flaco: No sólo de pan vive el hombre, y afirmar ante todo la necesidad natural. Satanás no olvida sus trampas. Comenzó en el paraíso su tentación por medio de la gula y aquí repite la misma faena. Muchos necios aseguran que todos los males del mundo nacen del estómago, pero Cristo nos enseña aquí que ni siquiera esta necesidad debe obligar al mal.
También nos da la lección de que con el diablo no se puede transigir, ni aun cuando nos pida cosas indiferentes o buenas. ¿No mandó callar al demonio cuando le confesaba? ( Lc . 4,35). ¿No hizo lo mismo San Pablo? ( Act . 16,18).
Su última lección, reiterada después delante de los judíos, es lo de no recurrir a milagros innecesarios. 'No hagamos nunca nada vanamente y sin causa'.
b) Segunda tentación
Satanás vuelve a repetir: Si eres Hijo de Dios , continuando el mismo sistema empleado con Adán. Allí quiso indicar a nuestros primeros padres que andaban muy engañados en fiarse de Dios, pues si en lugar de obedecerle comían del árbol prohibido, se les abrirían los ojos. Ahora viene a decir al Señor: No hagas mucho caso de lo que has oído en el bautismo. Te ha engañado la voz, y si no es así, preséntame una prueba de lo que eres.
Cristo contesta mesuradamente, enseñándonos que 'conviene vencer al demonio, no con milagros, sino con paciencia y longanimidad, sin dejarnos llevar nunca por la ostentación y la vanagloria'.
También debemos observar cómo el demonio maneja los textos de la Escritura a su antojo. En el que utiliza no se habla del Mesías ni se le exhorta a que se tire por precipicio alguno.
Jesús en una y otra tentación contesta sin descubrir quién es, pues sus respuestas las pudo dar cualquier hombre.
c) Tercera tentación
Los luchadores, cuando han recibido golpes fuertes y sangran por todos sus miembros, se revuelven de una a otra parte, sin saber por dónde herir. El demonio anda ya desquiciado y dice sin tino lo primero que se le presenta.
El Señor se cansa y, al oír que Satanás blasfema contra el Padre, puesto que dice que el mundo es suyo y le pide que le adore, lo expulsa.
d) Resumen
San Lucas (4,13) afirma que las tentaciones fueron consumadas, porque, en efecto, aquellas tres de gula, vanagloria y ambición compendian todas las principales. El demonio, al presentarlas, va de menor a mayor, según suele observar siempre con los hombres y según hizo con el santo Job.
'¿Y cómo se han de vencer las tentaciones? Como nos enseñó el Maestro. Acudiendo a Dios, de modo que ni el hambre nos envilezca, pues creemos en Aquel que con su palabra puede sustentarnos, ni tentemos a Dios en los mismos bienes que nos ha concedido, ni apreciemos los humanos, contentándonos con la gloria del cielo y despreciando lo que no es preciso para remediar nuestra necesidad... Nada hay que nos pueda entregar a Satanás como la avaricia. Hoy ocurre también que algunos, hombres por naturaleza, pero instrumentos de Satanás, nos dicen: Todo esto te daré si cayendo de hinojos me adorares'.
Vencida la tentación, los ángeles sirvieron a Jesús. Como sirvieron al pobre Lázaro cuando murió ( Lc . 16,22), como te servirán a ti...
C) CERRAR LOS OÍDOS AL DEMONIO
¿Cuál es la lección definitiva? 'No dar al demonio absolutamente ningún crédito, cerrarle por completo los oídos y aborrecerle cuando nos halaga'.
'Nos tiene declarada guerra sin cuartel y pone más empeño en perdernos que nosotros en salvarnos... No hagamos nada de lo que a él le guste, y así cumpliremos lo que agrada a Dios'.
A Eva la engañó prometiéndole lo que no pensaba dar. Es su táctica. Tienta por medio de las riquezas, y, si sale derrotado, es muy capaz de sumirnos en la miseria, como hizo con Job, y por cierto con poco seso, porque quien supo salir airoso de la tentación del oro, ¿cómo podrá pecar en la pobreza?
A veces el demonio se sirve de nuestros propios familiares para que nos tiente, como ocurrió asimismo con aquel santo patriarca Job. Pero aunque un hermano, una esposa o un amigo nos inciten al mal, debemos rechazarlos.
También suele el demonio usar palabras de conmiseración y benevolencia. Mas no le hagamos caso, porque, si el Señor nos azota, es porque nos ama.
'Por consiguiente, si nos, vemos rodeados de felicidad, pero en pecado, dolámonos, porque siempre debemos dolernos de nuestras culpas, pero mucho más cuando no sufrimos mal alguno'. Porque el castigo purga y es la llamada de Dios.
Terrible cosa es vivir tranquilo y mal, porque a la postre llega el castigo, como le sobrevino a Faraón y a Nabucodonosor.
D) CERTEZA DEL INFIERNO Y CASTIGO
La peroración final del Crisóstomo comienza con estas palabras: 'Mas dirás: ¿quién ha venido del infierno a contarnos estas cosas?' Extiéndese seguidamente explicando la certeza de la fe, la necesidad de un premio o castigo ultra-terreno, y afirma que, si del infierno no ha venido nadie, por lo menos del cielo bajó Jesucristo para enseñarnos. La cuestión estriba en que observemos sus enseñanzas.
Aplicación: Juan Pablo II a los jóvenes - Sobre la tentación y las tentaciones
El mismo Señor Jesús, hijo de Dios, "probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado", quiso ser tentado por el maligno, para indicar que, como El, también los suyos serían sometidos a la tentación, así como para mostrar cómo conviene comportarse en la tentación. Para quien pide al Padre no ser tentado por encima de sus propias fuerzas y no sucumbir a la tentación, para quien no se expone a las ocasiones, el ser sometido a tentación no significa haber pecado, sino que es más bien ocasión para crecer en la fidelidad y en la coherencia mediante la humildad y la vigilancia. ( Reconciliatio et Paenitentia, III, 1, 26)
Gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, la victoria del Reino de Dios ha sido conquistada de una vez para siempre; sin embargo, la condición cristiana exige la lucha contra las tentaciones y las fuerzas del mal. Solamente al final de los tiempos, volverá el Señor en su gloria para el juicio final (cf. Mt 25, 31) instaurando los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), pero, mientras tanto, la lucha entre el bien y el mal continúa incluso en el corazón del hombre. (Centesimus Annus 3,25)
¿De dónde proviene, en última instancia, esta división interior del hombre? Éste inicia su historia de pecado cuando deja de reconocer al Señor como a su Creador, y quiere ser él mismo quien decide, con total independencia, sobre lo que es bueno y lo que es malo. 'Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal' (Gn 3, 5): ésta es la primera tentación, de la que se hacen eco todas las demás tentaciones a las que el hombre está inclinado a ceder por las heridas de la caída original.
Pero las tentaciones se pueden vencer y los pecados se pueden evitar porque, junto con los mandamientos, el Señor nos da la posibilidad de observarlos: 'Sus ojos están sobre los que le temen, él conoce todas las obras del hombre. A nadie ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar' (Si 15, 19-20). La observancia de la ley de Dios, en determinadas situaciones, puede ser difícil, muy difícil: sin embargo jamás es imposible. Ésta es una enseñanza constante de la tradición de la Iglesia, expresada así por el concilio de Trento: 'Nadie puede considerarse desligado de la observancia de los mandamientos, por muy justificado que esté; nadie puede apoyarse en aquel dicho temerario y condenado por los Padres: que los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir por el hombre justificado. "Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas" y te ayuda para que puedas. "Sus mandamientos no son pesados" (1 Jn 5, 3), "su yugo es suave y su carga ligera" (Mt 11, 30)'(162). (Veritatis Splendor 3, 102).
Vivís en vuestra propia carne las inquietudes del actual momento histórico, denso de esperanzas e incertidumbres, en el que a veces puede ser fácil equivocar el camino que lleva al encuentro con Cristo.
Muchas son, en efecto, las tentaciones de nuestros días, las seducciones que quisieran apagar la voz divina que resuena dentro del corazón de cada uno.
Al hombre de nuestro siglo, a todos vosotros, queridos jóvenes que estáis hambrientos y sedientos de verdad, la Iglesia se presenta como compañera de viaje. Ofrece el eterno mensaje evangélico y confía una tarea apostólica apasionante: ser los protagonistas de la Nueva Evangelización.
Fiel guardián e intérprete del patrimonio de fe que le ha sido transmitido por Cristo, quiere dialogar con las nuevas generaciones; quiere inclinarse sobre sus necesidades y esperanzas a fin de encontrar los sentimientos más oportunos, en el diálogo sincero y abierto, para llegar a las fuentes de la salvación divina.
La Iglesia confía a los jóvenes la tarea de gritar al mundo la alegría que brota de haber encontrado a Cristo. Queridos amigos, dejaos seducir por Cristo; acoged su invitación y seguidlo. Id y predicad la buena noticia que redime (cf. Mt 28, 19); hacedlo con la felicidad en el corazón y convertíos en comunicadores de esperanza en un mundo que no raramente está tentado por la desesperación, comunicadores de fe en una sociedad que a veces parece resignarse a la incredulidad; comunicadores de amor entre acontecimientos cotidianos frecuentemente marcados por la lógica del más desenfrenado egoísmo. (Carta a los jóvenes, 4).
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Aplicación: Benedicto XVI
Mensaje del S.S. Benedicto XVI para La Cuaresma 2012 «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es “katanoein”, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal
está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo
reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8 ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —“elenchein”—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de
ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1Co 12, 31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25 ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12, 21b; 1 Tm 6, 18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
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Aplicación: P. Juan de Maldonado
«Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y de tentaciones...
« Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.
«¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado no te habría aleccionado para la victoria, cuando tú fueras tentado»
(Comentario sobre los Salmos, salmo 60,2-3).
A) ¿Por qué Cristo es tentado?
'A la entrada del santo evangelio se ofrece una duda y pregunta: ¿Qué fue lo que movió a Cristo a querer ser tentado de una cosa tan baja y fea y sucia como es el demonio? Aun acá una honesta y casta mujer se avergüenza y recibe gran pena por cualquier palabra que un hombre sucio se le atreva a decir, y recibe pena aunque está cierta que por su parte hay toda limpieza, y antes consentirá en la muerte que en nada que fuese contra su honor y limpieza; y esa tal de creer es que si ella pudiese excusar que el tal hombre no le hablase ninguna palabra sucia, que de buena voluntad le excusaría. ¿Cómo, pues, nuestro Señor siendo verdadero Dios y la misma Verdad, permitió, pudiéndolo excusar, que el demonio, que es la misma mentira y suciedad, se atreviese a lo tentar y convidar con ofensa a la Majestad de Dios?'
B) Cristo lo permite para nuestro bien
Cuando Cristo, pudiéndolo evitar, consiente en la tentación, es porque quiere enseñarnos algo a nosotros. Dos razones le movieron a permitirla.
a) Para tener experiencia de la tentación y alentarnos con ello
'Es tan grande el amor que en su corazón nos tiene, que nunca jamás se olvida de nosotros, ni quita sus benditos ojos de nuestras necesidades, flaquezas y miserias para remediarlas, ni quita su favor y mano para ayudarnos y proveernos como verdadero pontífice, que verdaderamente se compadece de nuestras flaquezas, como San Pablo dice (Hebr. 4,15). Y por eso su misericordia consintió que el demonio, cabeza de mentira y maldad, osase llegar a Él y tentarle, para que, tentatus per omnia per similitudinem absque peccato (ibid.), sacase por experiencia y supiese de nuestras tentaciones sin pecado ninguno, porque después, viéndonos a nosotros tentados, nos consolásemos con haber visto tentado a nuestro dechado Jesucristo y creyésemos que seríamos por Él librados, como por pontífice que se duele de nuestras tentaciones y para que vos, hermano, siendo tetado, no desmayásedes ni pensásedes que érades de Dios olvidado; antes habéis de creer que, con la ayuda del Señor, venciendo la tentación, se os volverá en corona, y los trabajos y pena de ella en alegría' (ibid., p. 174-175)
b) Para que no vivamos descuidados sabiendo que hay tentadores
'La segunda razón es para que sepáis, hermano, que hay demonios tentadores y enemigos y tentaciones, y que tenemos cruel guerra siempre con los demonios, para no nos descuidemos...
Por cierto, cosa recia es el descuido grande que tenemos en esta pelea, cuán flojos andamos, cuán poco caso hacemos de ella; y cuán poco temor tenemos a sus crueles y mortales encuentros. Por cierto, mal parecería un soldado traer mercadurías en la guerra, y en tiempo de batalla entender en cosa de paz y en tiempo de mayor peligro pararse a tañer y cantar y cosas de placer' (ibid., p.175-176).
C) Nosotros vivimos en continua guerra
a) Guerra de capital importancia
Como que en ella nos va el alma; debemos estar muy ejercitados y poner todo el corazón en la batalla, teniendo interés por la salvación de nuestra alma que por ninguna cosa.
Sin embargo, vivimos descuidados.
'Grande señal y la más ciertas que tienes a Dios es si temes mucho de lo perder y te guardas de todas las cosas puedan apartar de Él, por grandes que sean' (ibíd.., p. 176).
b)Modos de hacernos guerra el demonio
1. Por todos los medios posibles
'Este nuestro tentador y perverso enemigo no hay género de maldad que no intente, ni hay combate que él pueda que no nos lo dé. Mil artes nuevas y invenciones ordena y fabrica; mil cosas finge, mil disimula; por aquí, por nos tienta; por todas partes acomete y jamás cesa de y día, en todo tiempo y lugar, de nos perseguir; dice San Jerónimo ( Espist . 14,4: PL 22,34v): Habet mille nocendi artes . Y, aun los siervos y muy siervos de Dios, a cabo de mucho tiempo ejercitados en su santo servicio, hallan nuevos con este guerrero, y les arma cosas en cuales no se saben dar a mano sin la ayuda particular nuestro Señor'. Por esto hemos de vivir siempre alerta preparados para la defensa.
2. Especialista en usar el arma de la mentira
'Dijo el tentador a: Jesucristo mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria: Todo esto es mío (Mt 4,9). Y mintió la cabeza de la mentira y no dijo verdad, porque ninguna cosa creada es suya, ni tiene nada en ellas, ni aun una hormiguita posee. ¡Qué de promesas hace, qué de apariencias nos pone para que lo creamos! Y en todo miente. Quien es nada no puede dar algo, y si da es lo que tiene, que es fuego y infierno. Convídate a deleites; dice que no se han de acabar, que te subirá a grandes honras, que te dará grandes riquezas, que te prosperará en esta vida. Y en todo falta, porque en nada tiene poder, ni puede dar sino de lo que él tiene, que es arder en los fuegos infernales' (ibíd.., p. l77).
3. Su refinamiento en hacerse bueno con los buenos
'Hace el demonio otra guerra muy más cruel y dañosa, y tanto más cruel y dañosa cuanto más disimuladamente la hace, contra espirituales personas, y tiempos, y lugares, y con armas, y cosas que parecen seguras, y es tanta su maldad y astucia, que no hay quien de sus lazos se pueda escapar.
¿Qué os diré de él? Hácese casto con el casto, manso con el manso, todo para pescar de allí alguna caída, cuanto más los sube en aquella virtud a la cual más inclinado los ve. Asegúralos por una parte y dales combate por otra; señala en una parte y hiere en otra, como buen esgrimidor. Por eso no debe nadie asegurarse en poco ni en mucho, en lo malo ni en lo que bueno parece, porque en esto hay mayores peligros, por la seguridad y apariencia de bien que nos promete' (ibid., p. 177-178).
c)Por los frutos lo conoceremos
Regla evangélica para discernir si me anima el espíritu de Dios o del demonio son los frutos.
'Mirad vos, hermano, cuando hubiéredes obrado, o hablado, o pensado algo bueno, cómo quedáis; que si queda vuestra ánima loquilla, si se tiene en algo, si desprecia a los otros, si se compara o se estima más que otros, esto tal claro es que es el demonio. Y cuando ha precedido algo bueno que he dicho, y hallas a tu ánima vacía de humildad y enloquecida y vana con su propia estimación y contento, reniega de ti y de tal bondad, que no procede de otra parte que del demonio'
D) Por qué permite Dios que seamos tentados
Cuando Dios permite que seamos atacados con tentaciones por un enemigo tan temible, es porque tiene sobradas razones. Son éstas:
a) Para que esperemos en Dios
'Tus enemigos, hermano, y sus astucias y maneras ya las hemos dicho; pero muy más fuerte es Dios para librarte de todo y más bien te puede hacer que mal todos los demonios. Tan solamente quiere Dios que te fíes de Él, que te arrimes a Él, que confíes en Él y desconfíes de ti mismo, y de esta manera ayudarte ha, y con su ayuda vencerás a todo el infierno que venga contra ti. De esta firme esperanza no te dejes caer, porque se enojará de ello, ni porque los demonios sean muchos y muchas las tentaciones y bravas y de muchas maneras. Está siempre arrimado a Él, porque si este arrimo y fuerza no tienes con el Señor, luego te caerás y temerás cualquier cosa. De puro flojos y temerosos no servimos al Señor. Si tuviésemos un corazón varonil, amigo de padecer trabajos por la honra de Dios, no nos espantarían las tentaciones' (ibíd.., p. 179-180).
b) Para que desconfiemos de nosotros
'Así conviene porque en nuestras flaquezas y tentaciones conozcamos la necesidad que del favor y ayuda del Señor tenemos, y le pidamos favor, viendo claramente que sin su favor y ayuda nada podernos hacer. Más seguridad tienen las tentaciones y trabajos que no los consuelos y regalos, porque en las graves tentaciones y trabajos conocerás que la mano poderosa del Señor es la que te tiene que no caigas...'
c) Para que sepamos compadecer a los tentados
'Creed que el que no es tentado no se puede doler ni compadecer del tentado, ni sabe orar ni rogar a Dios ni acaba enteramente de conocerle. De aquí viene que, cuando uno tentado va a ti, te espantas y le riñes y te muestras áspero, porque no sabes qué cosa es ser tentado, y el que lo es consuela y anima y esfuerza al que va (a) él, porque se duele de él y conoce la necesidad que de su consuelo tiene' (ibid., p. 180-181).
E) Armas contra la tentación
Hemos de preguntar a los capitanes puestos por Dios a su ejército; nos lo indica principalmente San Pedro (1 Petr 5, 8-9). Resistamos con:
a) La sobriedad
Con la destemplanza en la comida derribó a Eva el demonio, y por este mismo camino tienta a Jesucristo en el desierto.
b) La vigilancia
1. Todos deben estar vigilantes al ataque del enemigo
Ya que no sólo tienta a los descuidados, sino que también procura y quiere hacer caer con sus artes a los que son prósperos en el servicio de nuestro Señor y llevan su corriente alegre y deleitosa por los prados de la contemplación y gustos de Dios y de su Sagrada Escritura'.
2. Especial vigilancia de los capitanes del ejército
'Curas, prelados, mirad y velad, catad que el demonio sabe que el bien de otros pende de vosotros y de vuestro ejemplo. Trabaja mucho por derribaros y hace que contra vosotros se acueste la mayor fuerza de sus engaños, pues derribando a vosotros, juntamente derriba a otros muchos' (ibid., p.182).
e) Fe viva y confianza en la cruz de Cristo
'Bienaventurado el que tiene en su corazón fe viva, la cual lo trae seguro entre las tentaciones, y fuerte en los trabajos, seguro y manso en los torbellinos y mudanza de este siglo. Tened memoria firme y fiducia en la cruz de Jesucristo, de la cual huyen y van espantados los demonios y no osan parecer delante de ella'.
d) Dar la batalla en el campo en que nos ataca
'Y por el camino y modo que el demonio entra en las tentaciones para te derribar y vencer, lo derribas tú y vences si con sus propias armas le hieres; de manera que trayéndote tentaciones de soberbia te humillas, y con las de lujuria te hagas más casto, y con las de ira más manso' (ibid., p. 183).
e) La Palabra de Dios
'Notad y aprended de Cristo a responder al demonio con palabras santas de la Sagrada Escritura. En los libros santos habíades de leer ciertas horas desocupadas para entender en ello y para ejercitaros en las palabras del Señor, para hallaros apercibidos en las tentaciones. No se hace ansí y por eso andáis como andáis' (ibid., p.184).
Aplicación: Mons. Fulton Sheen
Las tentaciones de Jesús
Inmediatamente después del bautismo, nuestro Señor se retiró de entre la gente. El desierto sería su escuela tal como había sido la escuela de Moisés y de Elías. El retiro es preparación para la acción. Más tarde serviría a Pablo para el mismo propósito. Quedó atrás toda humana consolación cuando “moró con las bestias”. Y durante cuarenta días no comió nada.
Como quiera que el objeto de su venida era luchar contras las fuerzas del mal, su primer encuentro no había de ser una discusión con un maestro humano, sino un debate con el mismo príncipe del mal.
“Entonces Jesús fue conducido
Por el Espíritu al desierto,
Para ser tentado por el diablo”. (Mt. 4,1)
La tentación era una preparación negativa para su ministerio, así como el bautismo había sido una preparación positiva. En su bautismo había recibido el Espíritu y una confirmación de su misión; en sus tentaciones recibió la fortaleza que proviene directamente de la prueba. Existe una ley en todo el universo según la cual nadie puede ser coronado a menos que haya luchado. Ninguna aureola de mérito brilla en torno a la cabeza de aquellos que no combaten. Los icebergs que flotan en las frías corrientes del Norte no despiertan nuestra atención respetuosa precisamente porque son icebergs, pero si en la cálidas aguas de la corriente del golfo flotaran sin disolverse suscitarían nuestra admiración y asombro. Incluso cabría decir de ellos que eran icebergs con carácter si hubieran logrado subsistir en virtud de un acto deliberado.
La única manera con que uno puede demostrar que ama es realmente realizando un acto de elección; las simples palabras no bastan. De ahí que la prueba original propuesta al hombre ha sido propuesta de nuevo a todos los hombres; incluso los ángeles han pasado por una prueba. El hielo no merece consideración por ser frío, ni el fuego por ser caliente; sólo aquellos que tienen posibilidad de elegir pueden ser alabados por sus actos. Mediante la tentación y su resistencia frente a ella se revela la hondura de carácter de un hombre.
Dice la Escritura:
“Bienaventurado aquel que soporta la tentación;
Porque cuando haya sido probado,
Recibirá la corona de vida,
Que ha prometido el Señor a los que lo aman”.(Iac. 1, 12)
Cuando más fuertes se revelan las defensas del alma es cuando fuerte es también el mal que se ha resistido. La presencia de la tentación no implica necesariamente imperfección moral por parte de la persona tentada. En tal caso, nuestro Señor no habría podido ser tentado en modo alguno. Una inclinación interna al mal, como la que siente el hombre, no es condición necesaria para un asalto de la tentación. La tentación, de nuestro señor provenía únicamente de fuera, y no de dentro, como ocurre frecuentemente en nosotros. De lo que se trataba en la prueba sufrida por nuestro Señor no era de la perversión de los apetitos naturales, por los que son tentadas las demás personas; más bien era una sugestión para que dejara de lado su divina misión y su obra mesiánica. La tentación que viene de fuera no debilita necesariamente el carácter; en realidad, cuando ha sido vencida, procura una oportunidad para que la santidad aumente. Si había de ser el hombre modelo, tenía que enseñarnos el modo de alcanzar la santidad venciendo la tentación.
“Por lo mismo que Él ha padecido
Siendo tentado,
Es capaz de acudir en ayuda
De los que son tentados”.(Heb. 2, 18)
Esto viene ilustrado también la obra de Shakespeare, Meditaciones por medida, en el carácter de Isabel;
“Una cosa es ser tentado,
Y otra sucumbir en la tentación”.
El tentador era pecaminoso, pero el tentado era inocente. Toda la historia del mundo gira alrededor de dos personas; Adán y Cristo. A Adán se le dio una posición para que se mantuviera en ella, y cayó. Por lo tanto, su pérdida fue una pérdida de la humanidad, ya que era cabeza del linaje humano. Cuando un gobernante declara la guerra, también la declaran los ciudadanos, aunque no lo hagan de una manera explícita. Cuando Adán declaró la guerra a Dios, la humanidad la declaró también.
Ahora, con Cristo, todo volvía a estar en juego. Se repetía la tentación de Adán. Si Dios no hubiera tomado una naturaleza humana, no habría podido ser tentado. Aunque su naturaleza divina y su naturaleza humana estaban unidas en una sola persona, la divina no estaba disminuida por la humana, ni su humanidad se hallaba desproporcionada debido a su unión con su divinidad. Puesto que tenía una naturaleza humana, podía ser tentado. Si había de hacerse igual que nosotros en todas las cosas, había de someterse a la experiencia humana de resistir la tentación. Tal es la razón por la cual en la Epístola a los hebreos se nos recuerda cuán estrechamente unidos se hallaba a la humanidad por medio de sus tentaciones:
“Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz
De compadecerse de nuestras flaquezas,
Sino uno que ha sido tentado en todo,
Así como nosotros, fuera del pecado”.(Heb. 4, 15)
Forma parte de la disciplina de Dios hacer perfectos a los que ama por medio de las pruebas y los sufrimientos. Sólo llevando la cruz puede uno alcanzar la resurrección, y fue precisamente eta parte de la misión de nuestro Señor la que atacó el diablo. Las tentaciones estaban encaminadas a apartar a nuestro Señor de su tarea de salvación mediante el sacrificio. En vez de la cruz como medio para ganar las almas de los hombres, Satán sufrió tres atajos para alcanzar la popularidad: uno económico, otro basado en prodigios y uno tercero de carácter político. Muy pocas personas creen en el diablo en estos días, lo cual va muy bien para los propósitos de Satán. Siempre contribuye a hacer circular las noticias referentes a su propia muerte. La esencia de Dios es la existencia, y Él mismo se define como: “yo soy el que soy”. La esencia del diablo es la mentira, y se devine a sí mismo como: “Yo soy el que no soy”. Satán se preocupa muy poco de los que no creen en él, pues ésos están ya de su lado.
Las tentaciones del hombre son bastante fáciles de analizar, porque siempre caen dentro de una de las tres categorías siguientes: el de la carne (lujuria y gula), del entendimiento (orgullo y envidia) o de la concupiscencia de las cosas (avaricia). Aunque el hombre recibe durante su vida la acometida de estas tres clases de tentación, varían en intensidad según los años. Durante la juventud, el hombre se siente más a menudo tentado contra la pureza e inclinado a los pecados de la carne; hacia la edad madura la carne es menos insistente y empiezan a predominar las tentaciones de la mente, por ejemplo, el orgullo y el afán de poder, en el otoño de la vida es probable que se intensifiquen las tentaciones de avaricia. Al ver que se acerca el fin de la vida, el hombre se esfuerza en desvanecer las dudas acerca de la seguridad de su eterna salvación amontonando bienes terrenal y aumentado su seguridad económica. Es una experiencia psicológica corriente que aquellos que en la juventud habían dado rienda suelta a la lujuria suelen pecar por avaricia en su ancianidad.
Las personas buenas son tentadas de la misma manera que las personas malas, y el hijo de Dios, que se hizo hombre, ni siquiera fue tentado del mismo modo que un hombre bueno. Las tentaciones de un alcohólico a “volver a su vómito”, según expresión de la Biblia, no son las mismas que las tentaciones de orgullo que puede experimentar un santo, aunque, naturalmente, no son menos reales unas que otras.
Al fin de comprender las tentaciones de Cristo, debemos recordar que al ser bautizado por Juan, cuando aquel que no tenía pecado alguno se identificó con los pecadores, los cielos se abrieron y el Padre celestial declaró que Cristo era su hijo muy amado. Entonces nuestro Señor subió a la montaña y ayunó durante cuarenta días, después de lo cual dice el evangelio que “tuvo hambre”, forma típicamente bíblica de decir mucho menos de lo que es la realidad. Satán le tentó pretendiendo ayudarle a encontrar una respuesta a la pregunta: ¿De qué mejor manera podía cumplir su elevado destino entres los hombres? El problema consistía en ganar a los hombres. Pero ¿cómo? Satán tuvo una sugestión verdaderamente “satánica”: soslayar el problema moral de la culpa y su necesidad de expiación y concentrarse puramente en los factores mundanos. Las tres tentaciones trataban de apartar a nuestro Señor de la cruz y, por tanto, de la redención. Más adelante, Pedro tentaría nuestro Señor de la misma manera, y por esta razón sería llamado “Satán”.
La carne humana que Él había asumido no era para regalo propio, sino para la lucha. Satán vio en Jesús un ser humano extraordinario, que él suponía era el Mesías e Hijo de Dios. De ahí que precediera a cada una de sus tentaciones la partícula condicional “si”. Si hubiera estado seguro de que estaba hablando a Dios, ciertamente no habría intentado ponerle a prueba mediante la tentación. Pero si nuestro Señor hubiera sido simplemente un hombre al que Dios había escogido para la obra de la salvación, entonces el diablo hubiera puesto en juego todo su poder para conducirlo a maneras de actuar distintas de las que Dios mismo escogería.
La primera tentación.
Conociendo que nuestro Señor tenía hambre, Satán señaló unas piedras pequeñas y oscuras que parecían panes redondos y le dijo:
“Si eres Hijo de Dios,
Ordena que estas piedras se cambien en pan”.(Mt 4,3)
La primera tentación de nuestro Señor fue la de convertirse en una especie de reformador social y dar pan a las multitudes del desierto que no pudieran encontrar en él más que piedras. La visión del mejoramiento social sin una regeneración espiritual ha constituido una tentación a la que han sucumbido por completo muchos hombres importantes de la historia. Mas, tratándose de Él, esto no habría sido un sacrificio adecuado al Padre; el hombre tiene necesidades más profundas que la del trigo convertido en pan. Y existen gozos más grandes que el del estómago repleto.
El maligno espíritu le estaba diciendo; “¡Empieza con la primacía de lo económico! ¡Olvida todo lo referente al pecado!” Todavía sigue diciendo lo mismo con diferentes palabras; “Mi comisario entra en la escuela y ordena a los niños que recen a Dios pidiéndole pan. Y, al no ser atendidas las oraciones, entonces mi comisario alimenta a los niños. El dictado da pan; Dios no lo da, porque Dios no existe, no existe el alma; sólo hay cuerpo, el placer, el sexo, el animal y, cuando morimos, todo ha terminado.” Satán estaba tratando de hacer que nuestro Señor sintiera el horrible contraste entre la divina grandeza que Él pretendía y su abandono y privaciones actuales. Estaba tentándole para que rechazara las ignominias de la naturaleza humana, las pruebas y el hambre, y usara su divino poder, si es que realmente lo poseía, para salvar su naturaleza humana y, de esta manera, conquistar también a la plebe. Así, estaba diciendo a nuestro Señor que dejar de obrar como hombre y en nombre de los hombres, y empleara sus poderes sobrenaturales para dar a su naturaleza humana la tranquilidad, la comodidad y la exención de las pruebas. ¿Qué cosa podía haber más necia que el que Dios tuviera hambre, cuando en cierta ocasión había extendido una mesa milagrosa para Moisés y su pueblo en el desierto? Juan había dicho que Él podía levantar hijos a Abraham de las mismas piedras; ¿por qué entonces, no podía hacer de ellas pan sí mismo? La necesidad era real; real era también el poder, si es que era Dios; ¿por qué, entonces, estaba sometiendo su naturaleza humana a todos los males y sufrimientos que constituyen la herencia de la raza humana? ¿Por qué aceptaba Dios tal humillación precisamente para redimir a sus propias criaturas? “Si eres el Hijo de Dios, como pretendes, y estás aquí para deshacer la destrucción obrada por el pecado, sálvate entonces a ti mismo.” Era exactamente la misma clase de tentación que los hombres le echarían en cara en el momento de la crucifixión.
“Si eres Hijo de Dios,
Desciende de la cruz”.(Mt. 27,40)
La respuesta de nuestro Señor fue que, aun aceptando la naturaleza humana con todas sus flaquezas, pruebas y abnegaciones, nunca se hallaba sin la ayuda divina.
“Escrito está: No con solo pan vivirá el hombre,
Sino con toda palabra que sale de la boca de Dios”.(Mt. 4,4)
Las palabras citadas estaban tomadas del relato que en el Antiguo Testamento se hace de manera milagrosa como los judíos fueron alimentados en el desierto cuando cayó el maná del cielo. Se negó a satisfacer la ardiente curiosidad de Satán acerca de si era o no era Hijo de Dios, pero afirmó que Dios puede alimentar a los hombres con algo más grande que el pan. Nuestro Señor no recurría a poderes milagrosos para procurarse aliento para sí mismo, de la misma manera que no recurriría a poderes milagros, más adelante, para bajar de la cruz. Los hombres en todas las épocas padecerían hambre, y É l no habría de apartarse de sus hermanos hambrientos. Estaba dispuesto a someterse a todos los males del hombre hasta que por fin llegara el momento de su gloria.
Nuestro Señor no estaba negando que los hombres deben ser alimentados, o que no deba predicarse la justicia social, sino que aseguraba que estas cosas no son lo primero en todo. En realidad, estaba diciendo a Satán: “Me estás tentando para que establezca una religión que su suprima las necesidades; tú quieres que o sea una panadero en vez de un salvador; un reformador social en vez de un redentor. Me estás tentando para que me aleje de la cruz, sugiriéndome que yo sea un caudillo barato del pueblo, llenando sus vientres en vez de llenar sus almas. Quisieras que yo comenzara con la seguridad en vez de terminar con ella; quisieras que yo trajera la abundancia externa en vez de la santidad interior. Tú y tus materialistas seguidores decís: “El hombre vive sólo del pan”, mas yo digo: “no sólo de pan.” Es preciso que haya pan, pero recuerda que incluso el pan recibe de mí su poder de alimentar a la humanidad. El pan sin mí puede dañar al hombre; y no existe verdadera seguridad fuera de la palabra de Dios. So yo doy solamente pan, entonces el hombre no es nada más que un animal, y los perros podrían ser los primeros en acudir a mi banquete. Aquellos que creen en mí han de adherirse a esta fe, aun cuando pasaran hambre y privaciones, aun cuando fueran encarcelados y sufrieran zotes.
“¡Yo sé qué es el hambre humana! Yo mismo he pasado cuarenta días sin comer nada. Pero rehúso convertirme en un mero reformador social que se limita a abastecer el vientre. No puedes decir que me desentienda de la justicia social, porque en este momento estoy sintiendo el hambre del mundo. Yo mismo soy uno con todos los pobres y hambrientos miembros de la raza humana. Por ello es que he ayunado; para que nunca puedan decir que Dios no conoce lo que es el hambre. ¡Apártate, Satán! Yo no soy como un obrero social que nunca ha sentido hambre él mismo, sino uno que dice; “¡Yo rechazo cualquier plan que prometa hacer más ricos a los hombres sin hacerlos más santos! ¡Recuérdalo! Yo, que digo: “¡No sólo de pan!”, ¡No he probado el pan desde hace cuarenta días!”
La segunda tentación.
Habiendo fracasado Satanás en cuanto a apartar a nuestro Señor de su cruz y de la redención por medio de convertirle con un “comisario comunista” que no promete más que pan, volvía ahora a la carga, pero dirigiendo el ataque directamente contra su alma. Viendo que nuestro Señor se negaba a comulgar con la creencia de que el hombre es una animal o un simple estómago, Satanás tentaba ahora el orgullo y el egotismo. Satán desplegaba ante sus ojos la propia case de vanidad que poseía, al llevarle a un elevado e impresionante pináculo del templo y decirle:
“Échate de aquí abajo. Porque escrito está:
A sus ángeles mandará por ti,”
Luego continuó citando las Escrituras:
“Y con sus manos te llevarán,
Para que no tropieces con tu pie en alguna piedra”. (Mt 4, 6)
Nuestro Señor había de ser tentado más adelante e la misma manera cuando un numeroso grupo de personas le pedirían que hiciera un milagro, un milagro cualquiera, sólo para demostrar su poder y hacerles mas fácil creer en Él.
“Como las mismas multitudes se apiñaran en torno de Él,
Comenzó a decir:
Ésta es una generación mala;
Busca una señal”.(Lc. 11, 29)
Si hiciera tales señas, tendría ciertamente a la gente corriendo tras Él; pro ¿de qué le aprovecharía, si el pecado permanecía en su alma?
En respuesta a la tendencia moderna a pedir señales y milagros, nuestro Señor podría decir: “Estáis repitiendo la tentación de Satán cada vez que admiráis las maravillas de la ciencia y os olvidáis de que yo soy el autor del universo y su ciencia. Vosotros sois los correctores de pruebas, pero no los autores del libro de la naturaleza; podéis ver y examinar la obra de mis manos, pero no podéis crear ni un solo átomo por vosotros mismos. Quisierais tentarme par que demostrara mi omnipotencia por medio de pruebas que nada significan; incluso habéis sacado del bolsillo un reloj y habéis dicho; “¡Te desafío a que me fulmines dentro de cinco minutos!” ¿No sabéis que me dan lástima los locos? Me tentáis después de haber destruido voluntariamente vuestras ciudades con bombas, mientras gritabais: “¿Por qué no impide Dios esta guerra?” Me tentáis diciendo que no tengo poder, a menos que no os lo demuestre obedeciendo a vuestras indicaciones y palabras imperativas. Si recordáis, es exactamente la misma manera con que Satán me tentó en el desierto
“Nunca he tenido muchos seguidores en las elevadas cumbres de las verdades divinas, lo sé; por ejemplo, he contado muy poco con “los intelectuales”. Me niego a realizar actos portentosos para conquistarlos porque, en realidad, no se dejarían convencer. Únicamente cuando los hombres me ven la cruz es cuando atraigo realmente a los hombres hacia mí; mi llamamiento he de hacerlo por mediación del sacrificio, no por medio de prodigios. He de ganar a los seguidores no con tubos de ensayo, sino con mi sangre; no con poder material, sino con amor; no con celestiales fuegos de artificio, sino con el recto uso de la razón y la libre voluntad. A esta generación no se le dará ninguna otra señal más que la de Jonás, a saber, la señal de uno que se levanta desde abajo, no de uno que se arroje de lo alto de los pináculos.
“Quiero personas que cran en mí aun cuando yo no las proteja; no abriré las puertas de la prisión en que mis hermanos se hallan encerrados; no detendré la asesina hoz roja o los leones imperiales de Roma, no detendré el rojo martillo que golpea las puertas de mi tabernáculo; quiero que mis misioneros y mártires me amen en la prisión y en la muerte tal como yo los amé en mi propio sufrimiento. Nunca obré ningún milagro con objeto de salvarme. Obraré pocos milagros incluso para mis santos. ¡Apártate, Satán! No tentarás al Señor tu Dios.”
La tercera tentación
El asalto final tuvo efecto en lo alto de la montaña. Fue el tercer intento de apartarle de su cruz, esta vez por medio de una proposición de coexistencia entre el bien y el mal. Había venido a este mundo a establecer un reino sobre la tierra actuando como el Cordero que va al Sacrificio. ¿Por qué no podía escoger un medio mucho más rápido de establecer su reino concertando un tratado que le diera lo que deseaba, o sea el mundo, pero sin la cruz?
“Y, habiéndolo subido más alto,
El diablo le hizo ver en un instante
Todos los reinos del universo, y le dijo:
“Yo te daré toda la potestad,
Y la gloria de estos reinos,
Porque a mí me ha sido entregada,
Y se la doy a quien yo quiera.
Si, por tanto, tú te prosternares delante de mí,
Todo ellos será tuyo.””(Lc, 4, 5-7)
Las palabras de Satán parecían indudablemente muy jactanciosas. ¿Es que los reinos del mundo le habían sido realmente entregados? Nuestro Señor llamó a Satán “príncipe de este mundo”, pero no era Dios quien le había entregado los reinos de este mundo, sino la humanidad, por medio del pecado. Pero incluso en el caso de que Satán, por decirlo así, gobernara los reinos de la tierra por consentimiento popular, no estaba realmente en su poder entregarlos a quien él quisiera. Satán estaba mintiendo con objeto de apartar nuevamente a nuestro Señor de la cruz por medio de un atajo. Estaba ofreciendo a nuestro Señor el mundo con una condición: la de que adorara a Satán. La adoración, como es natural, implicaría servicio. El servicio sería éste: que en tanto el reino del mundo estuviera bajo el poder del pecado, el nuevo reino que nuestro Señor venía a establecer había de ser solamente una continuación del antiguo. En suma, Él podría tener el dominio de la tierra con tal de que prometiera no cambiarla. Podrán tener al género humano en tanto prometiera que no había de redimirlo. Fue una clase de tentación con la que más adelante habría de enfrentarse nuestro Señor cuando el pueblo trató e hacer de él un rey terreno.
“Y entendiendo Jesús que iban a venir
A arrebatarle para hacerle rey,
Partió otra vez a la montaña, Él solo”. (Jn, 6, 15)
Y ante Pilato dijo que establecería otro reino, pero que nos ería ninguno de los reinos que Satán podía ofrecerle. Cuando Pilato le preguntó: “¿Eres rey?”, contestóle:
“Mi reino no es de este mundo,
Si mi reino fuera de este mundo,
Los míos habrían combatido
Para que yo no fuese entregado a los judíos,
Mas mi reino es de aquí”.(Jn 18, 36)
El reino que Satán ofrecía era del mundo, y no del Espíritu. Sería todavía un reino del mal, y los corazones de sus súbditos no serían regenerados.
Satán le estaba diciendo en realidad: “Tú has venido, oh Cristo, para ganar este mundo, pero el mundo ya es mío; yo te lo daré si tú conciertas conmigo un compromiso y me adoras. Olvida tu cruz, tu reino de los cielos. Si quieres el mundo, lo tienes ahí a tus pies. Serás aclamado con más estruendosos hosannas que los que nunca entonó Jerusalén en loor de sus reyes; y te evitarás los dolores y sufrimientos de la cruz de la contradicción.”
Conociendo nuestro Señor que estos reinos sólo podían ganarse mediante su sufrimiento y muerte, dijo a Satán:
“¡Apártate, Satán!, porque está escrito:
Adorarás al Señor tu Dios,
Y a Él solamente servirás”.(Mt. 4, 10)
Podemos imaginarnos el efecto que a Satán debieron de causarle estas palabras tan claras y decididas. “Satán”. Lo que tú quieres es adoración; pero adorarte a ti, y servirte a ti es ser esclavo. Yo no quiero tu mundo, en tanto se halle bajo el peso del pecado. En todos los reinos que tú pretendes que son tuyos, los corazones de sus habitantes siguen anhelando algo que tú no puedes darles: la paz del alma y el amor desinteresado. No quiero tu mundo, el mundo de ti, que ni siquiera te perteneces a ti mismo.
“Yo también soy revolucionario, como cantó mi madre en el Magníficat. Estoy en rebeldía contra ti, príncipe de este mundo.
Por mi revolución no se hace por la espada lanzada hacia fuera para vencer por la violencia, sino que se lanza hacia adentro, contra el pecado y todas las cosas que suscitan la guerra entre ellos. Primero venceré el mal en el corazón de los hombres, y luego venceré el mundo. Venceré tu mundo porque entraré en el corazón de tus publicanos, de tus falsos jueces, de tus comisarios, y los rescataré de la culpa y del pecado, y los enviaré, limpios, otra vez a sus ocupaciones. Les diré que de nada aprovecha ganar todo el mundo si pierden su alma inmortal. Puedes guardarte tus reinos. ¡Mas vale perder tus reinos, el mundo entero, que perder una sola alma! Los reinos del mundo deben ser elevados hasta el reino de Dios: el reino de Dios no será rebajado al nivel de los reinos de este mundo. Todo cuanto ahora quiero de esta tierra es un sitio suficiente para levantar una cruz; allí dejaré que me extiendas delante de las encrucijadas de tu mundo. Te dejaré que me extiendas delante de las encrucijadas de tu mundo. Te dejaré clavarme en nombre de las ciudades de Jerusalén, Atenas y Roma, pero resucitaré de entre los muertos, y entonces descubrirás que tú, que parecías vencer, has sido aplastado, mientras yo camino victorioso en alas de la mañana. Satán, tú me estás pidiendo que me convierta en un Anticristo. Ante esta petición blasfema, la paciencia ha de ceder paso a la justa ira. ¡Atrás, Satán!”
Nuestro Señor descendió de aquella montaña tan pobre como había subido a ella. Cuando hubiera terminado su vida terrena y resucitado de entre los muertos, hablaría a los apóstoles en la cima de otra montaña:
“Y los once discípulos
Se fueron a Galilea,
A la montaña en que Jesús les había citado.
Y cuando le vieron,
Se prosternaron…
Acercándose a ellos Jesús, les dijo:
Toda potestad me ha sido dad
En el cielo y la tierra.
Id, pues, y haced discípulos
Entre todas las naciones,
Y bautizadlos en el nombre del Padre,
Y del hijo y del Espíritu santo,
Enseñándoles a que guarden
Las cosas que os he mandado.
Y he aquí que estoy siempre con vosotros,
Hasta la consumación del mundo”.(Mt 28, 16-20)
(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Herder, Madrid, 1996, pp. 60-70)
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Aplicación: El P. R. Cantalamessa propone una «cura de desintoxicación»... del alma
Con Jesús en el desierto
Concentrémonos en la frase inicial del Evangelio: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto». Contiene un llamamiento importante en el inicio de la Cuaresma. Jesús acababa de recibir, en el Jordán, la investidura mesiánica para llevar la buena nueva a los pobres, sanar los corazones afligidos, predicar el reino. Pero no se apresura a hacer ninguna de estas cosas. Al contrario, obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto donde permanece cuarenta días, ayunando, orando, meditando, luchando. Todo esto en profunda soledad y silencio.
Ha habido en la historia legiones de hombres y mujeres que han elegido imitar a este Jesús que se retira al desierto. En Oriente, empezando por san Antonio Abad, se retiraban a los desiertos de Egipto o de Palestina; en Occidente, donde no había desierto de arena, se retiraban a lugares solitarios, montes y valles remotos.
Pero la invitación a seguir a Jesús en el desierto se dirige a todos. Los monjes y los ermitaños eligieron un espacio de desierto; nosotros debemos elegir al menos un tiempo de desierto. Pasar un tiempo de desierto significa hacer un poco de vacío y de silencio en torno a nosotros, reencontrar el camino de nuestro corazón, sustraerse al alboroto y a los apremios exteriores para entrar en contacto con las fuentes más profundas de nuestro ser.
Bien vivida, la Cuaresma es una especie de cura de desintoxicación del alma. De hecho no existe sólo la contaminación de monóxido de carbono; existe también la contaminación acústica y luminosa. Todos estamos un poco ebrios de jaleo y de exterioridad. El hombre envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar, pero ignora, la mayoría de las veces, lo que existe en su propio corazón. Evadirse, distraerse, divertirse: son palabras que indican salir de sí mismo, sustraerse a la realidad. Hay espectáculos «de evasión» (la TV los propina en avalancha), literatura «de evasión». Son llamados, significativamente, fiction, ficción. Preferimos vivir en la ficción que en la realidad. Hoy se habla mucho de «alienígenas», pero alienígenas, o alienados, lo estamos ya por nuestra cuenta en nuestro propio planeta, sin necesidad de que vengan otros de fuera
Los jóvenes son los más expuestos a esta embriaguez de estruendo. «Que se aumente el trabajo de estos hombres –decía de los hebreos el faraón a sus ministros-- para que estén ocupados en él, de forma que no presten oído a las palabras de Moisés y no piensen en sustraerse de la esclavitud» (Ex 5, 9). Los «faraones» de hoy dicen, de modo tácito pero no menos perentorio: «Que se aumente el alboroto sobre estos jóvenes, que les aturda, para que no piensen, no decidan por su cuenta, sino que sigan la moda, compren lo que queremos nosotros, consuman los productos que decimos nosotros»
¿Qué hacer? Al no podernos ir a desierto hay que hacer un poco de desierto dentro de nosotros. San Francisco de Asís nos da, al respecto, una sugerencia práctica. «Tenemos --decía-- una ermita siempre con nosotros; allí donde vayamos y cada vez que lo queramos podemos encerrarnos en ella como ermitaños. ¡El eremitorio es nuestro cuerpo y el alma es la ermita que habita dentro!». En este eremitorio «portátil» podemos entrar, sin saltar a la vista de nadie, hasta mientras viajamos en un autobús concurridísimo. Todo consiste en saber «volver a entrar en uno mismo» cada tanto.
¡Que el Espíritu que «empujó a Jesús al desierto» nos lleve también a nosotros, nos asista en la lucha contra el mal y nos prepare a celebrar la Pascua renovados en el espíritu!
Dios perdona los pecados y nos libra del demonio
En una ciudad de Italia vivía una mujer de vida escandalosa. Su párroco, buscando salvar esta alma descarriada, la llamó un día y le habló en estos términos:
- “Oye, si continúas en esta vida perversa que llevas, no habrá Cielo para ti, sino el Infierno será contigo, para siempre. Pide perdón a Dios por los pecados cometidos y confiésate con un sacerdote”.
- “¡No quiero! ¡No me importa! –respondió la mujer- lo mismo me da el Cielo que el Infierno”.
- “¿No te importa?; no sabes lo que dices. Dios ha dado poder al sacerdote de perdonar los pecados, y tienes que aprovechar este tiempo de la misericordia de Dios. Te ruego que por lo menos pidas perdón de tus pecados por amor a Cristo que murió por tu amor en la cruz. ¡Cesa de perseguirle y hacerle la guerra con tus escándalos, no le robes más almas por las cuales ha derramado El toda su Sangre!”
Como ella se mostrase dura e inflexible, el celoso pastor, tomando un Crucifijo, le dijo:
- “Ven aquí, acércate a El y dile así: Señor, ni por temor del infierno, ni por la pérdida del Cielo, ni por amor vuestro quiero convertirme, sino que quiero seguir ofendiéndoos”.
- “No tengo dificultad en decirlo”-respondió la mujer-. “Señor, ni por temor del infierno, ni por la pérdida del Cielo, ni por amor vuestro…”
Aquí se calló y comenzó a temblar de pies a cabeza. Animándose comenzó de nuevo: “¡Señor!...” pero llegando a la palabra amor, esta vez no pudo pronunciar siquiera la horrible blasfemia; la infinita misericordia de Dios le tocó en aquel instante el corazón, entró dentro de sí misma, se arrepintió, prorrumpió en amargo llanto; y tomando en sus manos el Crucifijo, y apretándole contra su pecho, dijo:
- “¡Ah, Señor!; lo que no quise hacer por la pérdida del Paraíso ni por temor del Infierno, lo haré por vuestro amor. ¡Padre, con el poder que Dios le ha dado, pido me absuelva de mis numerosos pecados como le fue perdonado a la Magdalena!”
Hermanos: ¿No quiere alguno de vosotros, tomar en su mano un Crucifijo y pronunciar delante de él la plegaria del arrepentimiento de esta mujer convertida, para que el sacerdote con el poder que Dios le ha dado le absuelva? ¡No os demoréis entonces!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 146)
FORTALEZA EN LA TENTACIÓN
SAN ANTONIO ABAD
Al principio de su vida eremítica tuvo que luchar con las más patéticas estratagemas del infierno. Coronados de rosas o de cuernos, enormes como torres o diminutos e impalpables como duendes, bellos como dioses paganos o majestuosos e hirsutos como profetas hebreos, transformados en larvas o cubiertos de pústulas repugnantes, con apostura de efebos encantadores o con ademanes de ascetas encanecidos en la práctica de la virtud, los emisarios de Luzbel estaban siempre a su lado, tentadores y atormentadores. Tomaban la imagen de un niño desvalido que, recostado a la puerta de su cabaña, lloraba sin cesar hasta que el padre, lleno de compasión, se acercaba para socorrerlo; o bien metamorfoseándose en algún religioso, se cruzaba en su camino, pidiéndole sus bendiciones. Otras veces, viendo que estos ardides eran estériles, turbaban sus sueños sugiriéndole visiones de grandeza y de poderío. Pero, como el Santo demostraba el más absoluto desdén por los esplendores terrenales, Satanás ponía en juego todo el poderío de sus legiones malditas. Ni un paso podía dar el solitario sin ver surgir de la tierra piaras innumerables de puercos que gruñían espantosamente, manadas de chacales que estremecían con sus alaridos la soledad, millares de serpientes y de dragones que le rodeaban echando fuego por la boca. La choza se tambaleaba con la tempestad de rugidos, silbidos y estridores de aquellas fieras monstruosas...
Una vez, en medio de esta lucha, Antonio vio que sobre lo alto de la montaña se abría el cielo, dejando escapar una gran claridad, que ahuyentó a los espíritus de las tinieblas. '¿Dónde estabas, mi buen Jesús? -exclamó entonces el solitario- ¿Dónde estabas? ¿Por qué no acudiste antes a curar mis heridas?'. Y de entre la nube luminosa salió una voz que le decía: 'Contigo estaba, Antonio; asistía a tu generoso combate. No temas; estos monstruos no volverán a causarte el menor daño'.
Pero el demonio, que, es muy sabio, cambió desde entonces de táctica; olvidando la violencia y el furor, echó mano de la malicia y sutileza. Con una ligereza imperceptible trataba de insinuarse en todos los actos de su enemigo: tomaba voz angélica para alabar su penitencia y cantar su perfección; cambiaba sus alimentos por otros más exquisitos; trastornaba el orden de las letras en las Sagradas Escrituras; cerraba los párpados del anacoreta cuando velaba, y usaba de toda suerte de mañas para distraerle en sus rezos, (cf. Fray Justo Pérez de Urbel, Año Cristiano, t. I, p.95-96:San Antonio el Grande, 17 de enero).
Las Tentaciones de Santa Catalina
“El maligno espíritu obtuvo consentimiento de Dios para poner a prueba el pudor de la santa virgen, empleando para ello el mayor encono de que es capaz, con tal de que no le causara daño alguno. Le hizo, pues, toda suerte de impúdicas sugestiones, y, para incitarla más al mal, se le presentaba con otros compañeros en forma de hombres y mujeres, mostrándole escenas lúbricas y deshonestas y profiriendo multitudes de frases obscenas; aunque todas estas cosas eran exteriores, por medio de los sentidos, penetraban muy adentro del corazón de la virgen, el cual, como aseguraba después ella, se vio colmado de tales imágenes, quedándole solamente la voluntad superior libre de aquellas vilezas y carnales deleitaciones. Esto duró largo tiempo, hasta que un día Nuestro Señor se le apareció, a quien ella dijo: “¿Dónde estabas, dulce Señor, mientras mi corazón se veía en tantas tinieblas y suciedades?” A lo cual Él respondió: “Yo estaba dentro de tu corazón, hija mía”. “Y ¿cómo –replicó la virgen- podías vivir en medio de tanta inmundicia?” Y el Señor: “Dime, ¿esos pensamientos deshonestos te causaban placer o tristeza, amargura o deleite?” Y la Santa: “Extrema amargura y tristeza”. Él continuó: “Y ¿quién infundía esa amargura y tristeza en tu corazón sino yo, que estaba oculto en tu alma? Créeme, hija mía, que, si yo no hubiese estado presente, los pensamientos que asediaban tu voluntad, sin poder doblegarla, habríanla vencido seguramente y se hubieran señoreado de su interior, aceptados con gozo por tu libre albedrío, con lo cual habría dado la muerte a tu espíritu; mas, por lo mismo que yo estaba allí, ponía ese disgusto y esa resistencia en tu corazón; así él rechazaba cuanto estaba de su parte la tentación, y, no pudiendo llegar hasta donde era su deseo, sentía gran sosiego y odio contra la tentación y contra sí mismo, y estos padecimientos constituían un gran mérito y una gran ganancia para ti, sirviendo, además, de fomento
a tu virtud y fortaleza”.
(Verbum Vitae, t. III, B.A.C., Madrid, 1954, p. 127-128)
Contra la concupiscencia y la soberbia de la vida
Sobre San Bernardo
“Tuvo grandes tentaciones del enemigo, y algunas mujeres lascivas le armaron lazos y molestaron para que perdiese la preciosa joya de la castidad; mas, con el favor del Señor, todas las venció y conservó aquel don de la pureza celestial que, una vez perdida, no se puede cobrar. Una vez se descuidó un poco y puso sus ojos en una mujer hermosa sin advertir lo que hacía, y, cuando cayó en la cuenta, quedó tan corrido y avergonzado de sí mismo, que, por tomar venganza de sí y pagar con la pena de aquella culpa, se arrojó desnudo en un estanque de agua helada (porque era invierno) que estaba allí cerca, hasta la garganta; y estuvo allí tanto tiempo, que con el gran frío casi se extinguió el calor natural y le sacaron medio muerto. Pero con aquel acto tan fervoroso mereció que Dios con su gracia le mortificase la concupiscencia de la carne y apagase las llamas del fuego infernal que reina en nuestros miembros. Viendo, pues, el santo mozo los grandes peligros en que estaba, comenzó a pensar cómo se libraría de ellos y se acogería a alguna religión como a puerto seguro. Estando deliberando esto, tuvo grandes tentaciones y asaltos del enemigo y de sus ministros. Hacíale guerra la flor de su edad, proponiéndole los deleites sensuales y exhortándole a no dejar lo presente por lo porvenir. El demonio le representaba que, aunque cayese en algún pecado, podría en la vejez hacer penitencia de él y que Dios es clemente y misericordioso, como quien también sabe nuestra flaqueza y dio su sangre por nosotros en la cruz. No faltaban otros amigos y compañeros que, habiendo entrado por el camino ancho de la perdición, le exhortaban con sus palabras y con sus ejemplos a hacer lo que ellos hacían. El mundo le ofrecía grandes esperanzas de honra y hacienda, fundadas en su grande ingenio, letras y gentil disposición; y sus mismos hermanos y deudos (que en semejantes deliberaciones son los más crueles y peligrosos enemigos) eran los que más
atizaban aquel fuego, alegando su delicada complexión para llevar la austera y áspera vida de religión y que por otro camino más blando podía servir a Dios y aprovechar a las almas sin enterrar los talentos que le habían dado; con los cuales, siguiendo el curso de las buenas letras que había comenzado, podría alcanzar el premio debido a la excelente ciencia y virtud y honrar su casa e ilustrar su patria y aprovechar el mundo. Hallase turbado y afligido el virtuoso mozo con la confusión de tan varios pensamientos, y entendió la cautela con que las cosas de Dios de deben tratar y que no se ha de descubrir la vocación de Dios, cuando llama a la perfección, sino a muy pocas personas, espirituales y escogidas, como lo hizo aquel mercader evangélico que, habiendo hallado el tesoro en el campo, lo escondió y vendió cuanto tenía para comprar aquel campo y gozar del tesoro que en él había. Mas aunque San Bernardo, por tantas partes combatido, estuvo vacilante, pero al fin, favorecido del Señor, rompió las cadenas y salió vencedor, porque, estando en una iglesia llorando muchas lágrimas y derramando su angustiado corazón, con grandes suspiros, en el acatamiento del Señor y suplicándole que le encaminase en lo que habría de ser para su mayor servicio, fue alumbrado con la lumbre del cielo, y, fortalecido con su gracia, se determinó a militar bajo el estandarte de la cruz como valeroso soldado y a llamar y llevar consigo todos los que pudiese para aquella gloriosa conquista”.
(Verbum Vitae, t. IV, B.A.C., Madrid, 1954, p. 829-830)