Domingo 5 de Cuaresma C - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
1. Introducción a la Palabra del Domingo
1. 1 Primera lectura: Isaías 43, 16-21
El otro día conversé con ustedes sobre la
importancia de la intervención de Dios en la historia del pueblo de
Israel cuando lo sacó de Egipto. Aquí el profeta nos dice que no
pensemos en lo antiguo. ¿Acaso Dios se contradice a sí mismo ya que el
profeta habla en nombre de Dios? Había una vez un hombre que necesitaba
urgentemente que le cambiasen el marcapaso, es decir, el aparato que les
injertan a las personas para regular las pulsaciones del corazón. Al
entrar al hospital vio en el atrio una hermosa exposición de pinturas
sobre la cirugía de los tiempos pasados. Tanto se interesó del progreso
de la ciencia médica a través de los siglos representada por las
pinturas que se quedaba mirando y mirando. Apenas pudieron salvarle la
vida cuando se desmayó y se desplomó allí ante una pintura del siglo 14.
El hombre se había quedado hipnotizado por el pasado y un piso más
arriba lo estaban esperando para hacer cosas más maravillosas aún con
él. Por eso no debemos quedarnos inmóviles ante un milagro de Jesús.
Jesús sigue hoy en día haciendo milagros y los hace mayores aún. No
tengamos envidia de los apóstoles que caminaban y comieron con él. Él
nos habla hoy a nuestra manera y más profundamente. Es cierto, la
palabra de hoy no sería posible sin la palabra de hace 2000 años. Pero
no nos quedemos en el pasado. Es que Dios nos quiere hablar hoy.
1. 2 Segunda Lectura: Filipenses 3, 8-14
Adoro a las abuelas. Sólo cuando comienzan a hablar
"de los buenos tiempos pasados" me da ganas de gruñir como un perro al
que le jalan del rabo. ¡Me siento tan disminuido! En aquel entonces todo
era más bello, más tranquilo, "más mejor", como dicen los niños. Sin
embargo, los sociólogos dicen que están cumpliendo una función
importante. Ellas aseguran la relación continuada con la historia,
extienden el espacio histórico de nuestra propia experiencia. A lo
mejor, de aquí a 20 años, estaré también yo haciendo relación continuada
con la historia y aburriré a mis oyentes extendiendo su espacio
histórico.
San Pablo nos da el ejemplo de cómo mirar la
historia: El pasado no nos pertenece ya; el futuro no nos pertenece aún;
sólo nos pertenece el presente. Parece que se ha concentrado fuertemente
en una sola idea. Cuenten nada más cuántas veces menciona a Cristo y a
Dios en estos seis versículos. Dígame una cosa: pensando en Jesús
¿podemos hablar “de los buenos tiempos pasados"? ¡Ni hablar! Sería un
insulto a Jesús presente ahora. Y deberíamos correr como San Pablo. Este
hombre parece un jet en comparación con el avanzar de tortuga que
observo por ejemplo en mi vida. Creo que uno de sus secretos consiste en
no cargarse con el peso de las cosas pasadas. El mira adelante. Ojalá
que a los 60 años tenga esta misma actitud paulina y entonces nunca
sentiré que mi vida se ha acabado. Siempre hay un avanzar.
Recuerdo el escándalo de los ciudadanos cuando el
presidente de los Estados Unidos confesó cándidamente durante una
entrevista que había cometido adulterio muchas veces en pensamiento. El
hombre no era más que sincero. Que nos traigan a un hombre o a una mujer
que nunca ha pecado en pensamiento contra la santidad del matrimonio y
entonces le entregaremos todas las piedras del mundo para que no se las
tire. En resumidas cuentas, la mujer adúltera esa la somos nosotros.
Necesitamos el perdón de Jesús.
Pero lamentablemente somos también fariseos. Leemos
con gusto las jugosas aventuras de las estrellas de cine y de personajes
famosos y nos sentimos moralmente superiores aunque a veces dudo si no
está este sentimiento mezclado con envidia. Murmuramos de nuestras
amistades en ese sentido. Si eso no es tirar piedras, no sé qué otro
título le podemos dar. Necesitamos que el Señor nos perdone doblemente.
Y pongamos un poco de disciplina y orden en nuestra mente y en nuestra
boca.
2. REFLEXIONEMOS
2. 1 Los Padres
El Evangelio sugiere una
reflexión respecto al comportamiento nuestro para con los pecadores. Los
humanos tenemos una amplia gama de comportamiento: desde la indiferencia
que incluso resta importancia al pecado, hasta la condenación implacable
con las respectivas sanciones sociales. Existen unos principios básicos
que fluyen de la caridad. Deberíamos suponer siempre lo mejor hasta que
se pruebe lo contrario. Esto no significa dejar de lado las precauciones
necesarias. Ni el más fuerte moralmente sabe si no caerá ante la
tentación. Al igual que Jesús, el cristiano condena el pecado pero nunca
condenará al pecador y, en tercer lugar, nadie tiene derecho a juzgar al
otro porque nadie sabe ni conoce los condicionamientos del otro, su
educación, sus complejos, el medio ambiente en que se formó. Hay una
razón adicional: somos pecadores y tendríamos más bien que juzgarnos a
nosotros mismos. Y además, juzgar es
querer ocupar el lugar de Dios.
De manera indirecta el pasaje nos estimula a
reflexionar acerca de la fidelidad matrimonial, que no es fruto de una
lucha encarnizada contra la tentación, sino es el fruto del amor
conyugal cada vez más fuerte. El esfuerzo de guardar la fidelidad
matrimonial entraña también lo que llamamos evitar la ocasión próxima
(lugares, momentos, personas) que podría ser una ocasión de pecar.
Entraña también el evitar toda ligereza en el trato y el rechazo de toda
doble moral. Pero, ante todo la fidelidad se verá amenazada cuando
flaquea en la preocupación de profundizar el diálogo, cuando mengua el
cariño que se asfixia lentamente bajo el peso acumulado de la rutina.
Señales de peligro: ya no tienen el interés de contarse lo que ha pasado
durante el día; ya no se preocupa de preguntar con interés sincero por
los proyectos del otro; cuando las manifestaciones de cariño que antes
eran tan significativos, se han convertido en gesto costumbrista.
2. 2 Con los Hijos.
Con mucha facilidad nos
quejamos de los demás: "No quiere prestar, no quiere compartir, está
fastidiando". Nos
convertimos así en acusadores cuando han hecho algo que no está bien. Y
muchas veces comenzamos a lanzarles palabras que hieren tanto o más como
cuando lanzáramos piedras: "Es malo, es mala, es mentiroso, siempre es
así, etc.". Olvidamos fácilmente que nosotros somos iguales. También
cometemos errores y actuamos de una manera que disgusta a los demás.
Sería bueno repetirse siempre lo que dice un refrán ruso: "El queapunta su
dedo acusador contra otro, se acusa con los otros tres". Basta con mirar
la mano cuando apuntábamos con el pedido índice a otro. Tres dedos
apuntan hacia nosotros. Jesús reacciona de la siguiente manera: "El
que esté sin pecado, que lance la primera piedra... Yotampoco te
condeno.
Vete y no peques más".
3. Relación con la Santa Misa.
El cuerpo de Jesucristo entregado y su sangre
derramada son signos elocuentes de la manera como Dios entra en juicio
con el pecador. Más aún, Dios nos alimenta con el cuerpo de su Hijo.
El banquete eucarístico nos fortalece para realizar el encargo de
Cristo: "Vete y no vuelvas a pecar".
4. Vivencia familiar.
El roce de todos los
días hace que los defectos del otro adquieran un tamaño desproporcionado
a nuestros ojos. Un ejercicio divertido y muy saludable sería hacer una
lista de las cualidades de los demás. Cierto día una mama reunió a sus
hijos que mucho peleaban entre ellos. Les dio a cada uno de ellos una
hoja de papel y un lápiz y les prometió un caramelo por cada cualidad queapuntarían juntol
nombre de los demás. Sin embargo, tendrían solamente valor las
cualidades que podían comprobarse al contar algún acontecimiento, hecho
o acción de la persona en cuestión. Era sorprendente lo buena gente que
era el otro.
5. Nos habla la Iglesia.
"En Cristo, Dios nos reconcilió consigo y con
nosotros y nos libertó de la esclavitud del diablo y del pecado por lo
que cualquiera de nosotros puede decir con el apóstol: Él hijo de Dios
me amó y se entregó a sí mismo por mi (Gálatas 2, 20).
Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para
seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida
y la muerte se santifican y adquieren un nuevo sentido". (Vaticano 2,
Iglesia en el mundo, 22).
"Pero a la actitud personal del pecado, a la
ruptura con Dios que envilece al hombre, corresponde siempre en el plano
de las relaciones interpersonales, la actitud de egoísmo, de orgullo, de
ambición y envidia que generan injusticia, dominación, violencia a todos
los niveles; lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos,
así como corrupción, hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad
en las relaciones mutuas. Consiguientemente se establecen situaciones de
pecado que, al nivel mundial, esclavizan a tantos hombres y condicionan
adversamente la libertad de todos.
Tenemos que liberarnos de este pecado; del pecado
destructor de la actividad humana. Nos liberamos por la participación en
la vida nueva que nos trae Jesucristo y por la comunión con él, en el
misterio de su muerte y de su resurrección, a condición de que vivamos
este misterio en los tres planos ya expuestos (personal, social y
trascendental), sin hacer exclusivo ninguno de ellos. Así no lo
reduciremos ni al verticalismo de una desencarnada desunión espiritual
con Dios, ni a un simple personalismo existencial de lazos entre
individuos, ni mucho menos al horizontalismo socio-económico-político.
(Puebla 328, 9).
6. Leamos la Biblia con la Iglesia.
Lunes: Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Juan 8,
12-20
Martes: Números 21, 4-9; Juan 8, 21-30
Miércoles: Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Juan 8,
32-42
Jueves: Génesis 17, 3-9; Juan 8, 51-59
Viernes: Jeremías 20, 10-13; Juan 10, 31-42
Sábado: Ezequiel 37, 21-28; Juan 11, 45-56
Semana Santa
Lunes: Isaías 42, 1-7; Juan 12, 1-11
Martes: Isaías 49, 1-6; Juan 13, 21-33. 36-38
Miércoles: Isaías 50, 4-9; Mateo 26, 14-25
7. Oraciones
Letanías de la humildad (para rezar personalmente).
Jesús, manso y humilde de corazón. Quiero servir y
no ser servido. Por eso:
Del deseo de ser respetado más
que los demás. Líbrame, Señor (Se
repite después
de cada invocación).
Del deseo de acaparar el amor de los que me
rodean...
Del deseo de imponerme a
los demás...
Del deseo de ser preferido...
Del deseo de ser honrado...
Del deseo de ser alabado...
Del deseo de ser considerado...
De mi orgullo...
De mi vanidad...
De mi ambición...
De mi vanagloria...
Del deseo de alabarme a mí mismo...
Señor, tantas veces no respondo a tu llamado,
porque tengo miedo.
Por eso:
Del miedo de ser humillado...
Del miedo de ser despreciado...
Del miedo de ser rechazado...
Del miedo de ser calumniado...
Del miedo de ser olvidado...
Del miedo de ser ridiculizado...
Del miedo de ser malinterpretado...
Señor, quiero amarte verdaderamente y
servir auténticamente a los demás. Por eso te pido:
Aunque no reconozcan mis esfuerzos... Que no me
desanime, Señor (cada vez).
Aunque no agradezcan mi labor...
Aunque no vea el éxito...
Aunque atribuyan en el mérito a otro...
Aunque pase desapercibido...
Aunque encuentre oposición...
Señor, quiero que mi persona no se interponga entre
ti y los hermanos. Por eso te ruego:
Que siempre estime más a los demás que a mí mismo.
Dame valor, Señor (cada vez).
Que otros sean más respetados...
Que los demás sean más amados...
Que los demás sean preferidos...
Que los demás sean honrados...
Señor, dame la gracia de la
verdadera humildad.
(Cardenal Mery del Val)
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