Domingo 5 de Pascua C - Mandamiento nuevo - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Comentario Teológico: P. Antonio Royo Marín O.P. - Amor a Dios, amor al prójimo
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La caridad, madre de todos los bienes
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Tres simples y breves pensamientos
Aplicación: San Juan Pablo II - Nuestra vida a la luz de la resurrección
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El mandamiento nuevo -Jn 13, 34
Aplicación: Directorio Homilético - Quinto domingo de Pascua
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico: P. Antonio Royo Marín O.P. - Amor a Dios, amor
al prójimo
Conclusión: La perfección de la vida cristiana se identifica con la
perfección del doble acto de caridad; pero primariamente con relación a
Dios, y secundariamente con relación al prójimo.
151. Es elemental en teología que no hay más que una sola virtud, un solo
hábito infuso de caridad, con el cual amamos a Dios por sí mismo y al
prójimo y a nosotros mismos por Dios. Todos los actos procedentes de la
caridad, cualquiera que sea el término donde recaigan, se especifican por un
mismo objeto o motivo formal, a saber: la bondad infinita de Dios en sí
misma considerada. Ya sea que amemos directamente a Dios en sí mismo, ya que
amemos directamente al prójimo o a nosotros mismos, si se trata de verdadero
amor de caridad, siempre el motivo formal es el mismo: la infinita bondad de
Dios.
No se puede dar verdadera caridad hacia el prójimo o hacia nosotros mismos
si no procede del motivo sobrenatural del amor a Dios; y es preciso
distinguir bien este acto formal de caridad de cualquier inclinación hacia
el servicio del prójimo nacida de una compasión puramente humana o de
cualquier otra forma de amor producida por algún motivo puramente natural.
Siendo esto así, es evidente que el crecimiento del hábito infuso de la
caridad determinará una mayor capacidad con relación a su doble acto. No se
puede aumentar en el alma la capacidad de amar a Dios sin que se aumente
correlativamente, y en el mismo grado, la capacidad de amar al prójimo. Esta
verdad constituye el argumento central de la sublime epístola primera del
apóstol San Juan, donde se pone de manifiesto la íntima conexión e
inseparabilidad de ambos amores.
Sin embargo, en el ejercicio del amor hay un orden y jerarquía exigidos por
la naturaleza misma de las cosas. En virtud de ese orden, la perfección de
la caridad consiste primariamente en el amor de Dios, infinitamente amable
por sí mismo, y secundariamente en el amor del prójimo y de nosotros mismos
por Dios. Y aun entre nosotros mismos y el prójimo hay que establecer un
orden, que se toma de la mayor o menor relación con Dios de los bienes de
que se participa. Y así hay que amar antes el bien espiritual propio que el
bien espiritual del prójimo, pero hay que amar más el bien espiritual del
prójimo que nuestro propio bien corporal.
La razón de esta jerarquía o escala de valores es porque—como explica Santo
Tomás—a Dios se le ama como principio del bien sobre el que se funda el amor
de caridad; el hombre se ama a sí mismo con amor de caridad en cuanto que
participa directamente de ese mismo bien, y al prójimo se le ama con ese
mismo amor en cuanto socio y copartícipe de ese bien.
Luego es evidente que hay que amar en primer lugar a Dios, que es el
manantial y la fuente de ese bien; en segundo lugar, a nosotros mismos, que
participamos directamente de él; y, por último, al prójimo, que es nuestro
socio y compañero en la participación de ese bien. Pero como el cuerpo
participa de la bienaventuranza únicamente por cierta redundancia del alma,
síguese que, en cuanto a la participación de esa bienaventuranza, está más
próximo a nuestra alma el alma del prójimo que nuestro mismo cuerpo; de
donde hay que anteponer el bien espiritual del prójimo a nuestro propio bien
corporal.
Caridad afectiva, caridad efectiva
Conclusión: La perfección cristiana consiste en la perfección de la caridad
afectiva y efectiva; primariamente de la afectiva, y secundariamente de la
efectiva.
152. Es preciso, ante todo, distinguir cuidadosamente ambas maneras de
ejercitar la caridad. He aquí cómo lo explica San Francisco de Sales:
«Dos son los principales ejercicios de nuestro amor a Dios: uno afectivo y
otro efectivo o activo, como dice San Bernardo. Por el primero nos
aficionamos a Dios y a todo lo que a El place; por el segundo servimos a
Dios y hacemos lo que El ordena.
Aquél nos une a la bondad de Dios, éste nos hace cumplir su voluntad. El uno
nos llena de complacencia, de benevolencia, de aspiraciones, de deseos, de
suspiros, de ardores espirituales, de tal modo que nuestro espíritu se
infunde en Dios y se mezcla con El; el otro pone en nosotros el firme
propósito, el ánimo decidido y la inquebrantable obediencia para cumplir los
mandatos de su voluntad divina y para sufrir, aceptar, aprobar y abrazar
todo cuanto proviene de su beneplácito. El uno hace que nos complazcamos en
Dios; el otro, que le agrademos».
Ahora bien: presupuesto lo que hemos sentado más arriba de que la perfección
cristiana será tanto mayor a medida que la caridad produzca más intensamente
su propio acto elícito e impere el de las demás virtudes de una manera más
intensa, actual y universal, es evidente que la perfección depende
primariamente de la caridad afectiva, y sólo secundariamente de la efectiva.
Porque:
Sin la influencia de la caridad informando de algún modo e1 alma, los actos
internos o externos de cualquier virtud adquirida, por muy perfectos que
sean en su género, no tienen ningún valor sobrenatural, no sirven para nada
en orden a la vida eterna.
Los actos sobrenaturales procedentes de cualquier virtud infusa realizados
con un afecto de caridad débil y remiso tienen un valor meritorio igualmente
débil y remiso por muy duros y penosos que puedan ser en sí mismos. No
olvidemos que, como enseña Santo Tomás, la mayor o menor dificultad de un
acto no añade per se ningún valor al mérito esencial del mismo—que depende
exclusivamente del grado de caridad con que se hace—, aunque puede añadirle
per accidens por el mayor ímpetu de caridad que ordinariamente llevará
consigo.
En cambio, los actos de cualquier virtud infusa, por muy fáciles y sencillos
que sean en sí mismos, realizados con un afecto de caridad intensísima,
tienen un gran valor meritorio y son de altísima perfección. De este modo,
la más pequeña acción de Cristo, el simple cocinar y barrer la casita de
Nazaret realizado por María, tenía un valor incomparablemente superior al
martirio de cualquier santo.
Esto mismo se desprende del hecho de que la perfección cristiana consista
especialmente en el acto propio o elícito de la misma caridad (caridad
afectiva) y sólo integralmente en los actos de las demás virtudes imperados
por la caridad (caridad efectiva).
Todo esto de suyo o en el orden objetivo.
Sin embargo, subjetivamente, la perfección del amor divino se manifiesta
mejor en el ejercicio de la caridad efectiva, o sea, en la práctica por amor
de Dios de las virtudes cristianas, sobre todo si hay que superar para ello
grandes dificultades, tentaciones o trabajos. El amor afectivo, aunque más
excelente de suyo, se presta a grandes ilusiones y falsificaciones. Es muy
fácil decirle a Dios que le amamos con todas nuestras fuerzas, que
desearíamos ser mártires, etc., etc., sin perjuicio de faltar inmediatamente
al silencio—que cuesta bastante menos que el martirio--o de mantener, con
una terquedad ribeteada de amor propio, un punto de vista incompatible con
aquella plenitud del amor tan rotundamente formulada.
En cambio, la legitimidad de nuestro amor a Dios se hace mucho menos
sospechosa cuando nos impulsa a practicar callada y perseverantemente, a
pesar de todos los obstáculos y dificultades, el penoso y monótono deber de
cada día. El mismo Cristo nos enseña que por sus frutos se conoce el árbol
(Mt 7, 15-20) y que no entrarán en el cielo los que se limiten a decir:
“¡Señor, Señor!”, sino los que cumplan la voluntad de su Padre celestial (Mt
7,21). Y esto mismo se pone de manifiesto en la parábola de los dos hijos
(Mt 21, 28-32).
(ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, BAC Madrid 2008)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La caridad, madre de todos los
bienes
Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El. ¿Qué
significa: Dios lo glorificó en Sí mismo? Es decir por Sí mismo y no
mediante otro. Y muy presto lo glorificará, o sea, juntamente con la cruz.
Como si dijera: No después de mucho tiempo ni mucho después de la
resurrección, lo tornará brillante; sino que al punto y en la cruz misma
aparecerán cosas notables. En efecto, el sol se oscureció, las rocas se
rompieron, el velo del templo se rasgó y resucitaron muchos que ya habían
muerto.
El sepulcro de Jesús estaba sellado. Junto a él estaban los guardias. Y
estando así cerrado con la piedra, sin embargo el cuerpo resucitó; y
cuarenta días después se les dio el Espíritu Santo a los discípulos, y desde
luego todos lo predicaron. Esto significa: Lo glorificará en Sí mismo y al
punto lo glorificará. No por medio de ángeles ni por otra Potestad alguna,
sino por Sí mismo. ¿Cómo lo glorificó por Sí mismo? Haciendo todo a gloria
de su Hijo. Pero ¿es el caso que todo lo hizo el Hijo? ¿Adviertes cómo todas
las obras del Hijo son referidas al Padre?
Hijitos míos: poco tiempo estaré ya con vosotros. Me buscaréis y no me
encontraréis. Y como dije a los judíos: a donde Yo voy vosotros no podéis
venir; lo mismo os digo a vosotros. Tras de la cena, comienza ahora la
tristeza. Cuando Judas salió no era por la tarde, sino ya de noche.
Convenía, pues, ahora hacerles todas las recomendaciones, para que las
guardaran en la memoria, pues muy luego vendrían los que lo iban a prender.
O por mejor decir, el Espíritu Santo les sugeriría entonces todo. Y es
verosímil que muchas cosas las hayan olvidado, puesto que por primera vez
las oían, y hubieron de sufrir luego pruebas tan numerosas.
En efecto, ¿cómo habrían podido retener exactamente todo en la memoria
hombres que, como dice otro evangelista, cayeron en somnolencia a causa de
la tristeza; y de quienes el mismo Cristo dice: Más porque os he dicho estas
cosas la tristeza ha llenado vuestro corazón? Pero entonces, ¿por qué se les
decían? Porque de todos modos obtenían no pequeña ganancia espiritual, para
gloria de Cristo, puesto que más tarde entenderían todo claramente,
recordando que ya lo habían oído de Cristo.
¿Por qué comenzó por quitarles ánimos diciendo: Poco tiempo estaré ya con
vosotros? A los judíos bien estaba decirles eso por ingratos; pero a
nosotros ¿por qué nos mezclas con ellos? Respóndeles: De ninguna manera os
mezclo. Entonces ¿por qué dice: Como dije a los judíos? Se lo trae a la
memoria porque no lo decía a causa de los males presentes, sino que de mucho
antes lo tenía previsto y ellos mismos eran testigos, pues lo habían oído
cuando lo dijo a los judíos. De modo que no lo dice ahora para abatirlos,
sino para consolarlos y para que los inesperados trabajos no los conturben.
A donde Yo voy no podéis venir vosotros. Les declara con esto que su muerte
es un paso y tránsito a cosas mejores y a sitios que no admiten cuerpos
corruptibles. También lo dice para excitarles el amor a su persona y
hacerlos más ardorosos. Sabéis vosotros por experiencia que cuando vemos que
algunos que nos son amadísimos se apartan, entonces nos sentimos más
encendidos en su cariño; sobre todo si vemos que van a una región a donde
nosotros no podemos ir. De modo que dijo eso Cristo tanto para ponerles
temor a los judíos, como para inflamar en su amor a los discípulos. Como si
les dijera: el sitio a donde voy es tal por su naturaleza que no sólo no
pueden ir ellos, pero tampoco vosotros, aun siendo amicísimos míos. Por otra
parte, con esto les declara su dignidad.
Y ahora os lo digo a vosotros. ¿Por qué ahora? Es decir, en un sentido lo
dije a los judíos y en otro os lo digo ahora a vosotros; o sea, que no os
mezclo con ellos.
¿Cuándo lo buscaron los judíos y cuándo los discípulos? Los discípulos
cuando huyeron; los judíos cuando cayeron en tremendas desgracias nunca
oídas, capturada ya su ciudad y rodeándolos por todas partes la ira de Dios.
De modo que a los judíos lo decía entonces a causa de su incredulidad; pero
ahora os lo digo a vosotros para que no deis en una desdicha inesperada.
Un mandato nuevo os doy. Siendo verosímil que ellos, tras de oír esas cosas,
se perturbaran, como si fueran a quedar del todo abandonados, los consuela y
los fortifica para su seguridad con lo que es la raíz de todos los bienes, o
sea la caridad. Como si les dijera: ¿Os doléis de que yo me vaya? Pues si os
amáis los unos a los otros, seréis más fuertes aún.
Pero ¿por qué no se lo dijo con esas palabras? Porque lo hizo diciéndoles
otra cosa, que era con mucho más útil. En esto conocerán que sois mis
discípulos. Les significa que su grupo jamás se disolvería, una vez que les
había dado la contraseña para conocerse. Y lo dijo cuando ya el traidor se
había apartado de ellos. ¿Por qué llama nuevo este mandamiento? Pues ya
estaba en el Antiguo Testamento. Lo hizo nuevo por el modo como lo ordenó.
Puesto que lo propuso diciendo: Tal como Yo os he amado. Yo no he pagado
vuestra deuda por méritos anteriores que vosotros tuvierais, les dice; sino
que Yo fui el que comenzó. Pues bien, del mismo modo conviene que vosotros
hagáis beneficios a vuestros amigos, sin que ellos tengan deuda alguna con
vosotros. Haciendo a un lado los milagros que obrarían, les pone como
distintivo la caridad.
¿Por qué motivo? Porque ella es ante todo indicio y argumento de los santos,
ya que ella constituye la señal de toda santidad. Por ella, sobre todo,
alcanzamos la salvación. Como si les dijera: en ella consiste ser mi
discípulo. Por ella os alabarán todos, cuando vean que imitáis mi caridad.
Pero ¿acaso no son los milagros los que sobre todo distinguen al discípulo?
De ningún modo: Muchos me dirán: ¡Señor! ¿Acaso no en tu nombre echamos los
demonios? Y cuando los discípulos se alegraban de que hasta los demonios los
obedecían, les dijo: No os gocéis de que los demonios se os sujetan, sino de
que vuestros nombres están escritos en el cielo . Fue la caridad la que
atrajo al orbe, pues los milagros ya antes se daban. Aunque sin éstos
tampoco aquélla hubiera podido subsistir.
La caridad los hizo desde luego buenos y virtuosos y que tuvieran un solo
corazón y una sola alma. Si hubiera habido disensiones entre ellos mismos,
todo se habría arruinado. Y no dijo esto Jesús únicamente para ellos sino
para todos los que después habían de creer. Y aun ahora nada escandaliza
tanto a los infieles como la falta de caridad. Dirás que también nos,
arguyen porque ya no hay milagros. Pero no ponen en eso tanta fuerza. ¿En
qué manifestaron su caridad los apóstoles? ¿No ves a Pedro y Juan que nunca
se separan y cómo suben al templo? ¿No ves qué actitud observa Pablo para
con ellos? ¿Y todavía dudas? Dotados estuvieron de otras virtudes, pero
mucho más lo estuvieron de la que es madre de todos los bienes. Ella germina
en toda alma virtuosa enseguida; pero en donde hay perversidad, al punto se
marchita: Cuando abunde la maldad, se resfriará la caridad de muchos.
Ciertamente a los gentiles no los mueven tanto los milagros --como la vida
virtuosa. Y nada hace tan virtuosa la vida como la caridad. A los que hacen
milagros con frecuencia se les tiene como engañadores; en cambio, nunca
pueden reprender una vida virtuosa. Allá cuando la predicación aún no se
había extendido tanto, con todo derecho los gentiles admiraban los milagros;
pero ahora conviene que seamos admirables por nuestro modo de vivir. No hay
cosa que más atraiga a los gentiles que la virtud; y nada los retrae tanto
como la perversidad; y nada los escandaliza tanto, y con razón.
Cuando vean a un avaro, a un ladrón que ordena lo contrario de la avaricia;
y al que tiene por ley amar a sus enemigos, encarnizado como una fiera
contra sus semejantes, llamarán vaciedades a tales preceptos. Cuando vean a
uno lleno de terror por la muerte ¿cómo van a creer en la inmortalidad?
Cuando vean a los ambiciosos y a los cautivos de otras enfermedades
espirituales, más bien se aferrarán en sus propios pareceres y nos tendrán a
nosotros en nada.
Nosotros, ¡sí, nosotros! tenemos la culpa de que ellos permanezcan en sus
errores. Han repudiado ya sus dogmas; admiran ya los nuestros; pero los
repele nuestro modo de vivir. Ser virtuoso de palabra es cosa fácil, pues
muchos de ellos así lo practicaban; pero exigen además las obras buenas,
como una demostración. Dirás: ¡que piensen en los que nos precedieron! No
les darán fe, si observan a los que ahora vivimos. Nos dicen: muéstrame tu
fe en las obras. Tales buenas obras por ninguna parte aparecen. Cuando nos
ven destrozar a nuestros prójimos peor que si fuéramos bestias salvajes, nos
llaman ruina del universo. Esto es lo que detiene a los gentiles para no
pasarse a nosotros.
En consecuencia nosotros sufriremos el castigo no solamente porque obramos
mal, sino además porque por ahí el nombre de Dios es blasfemado. ¿Hasta
cuándo viviremos entregados al anhelo de dineros, de placeres y de otros
vicios? Por fin abstengámonos de ellos. Oye lo que dice el profeta acerca de
algunos insensatos: Comamos y bebamos; mañana moriremos . Por lo que mira a
los presentes, ni siquiera eso podemos asegurar: en tal forma muchos
absorben los bienes de todos.
Reprendiéndolos decía el profeta: ¿Acaso habitaréis vosotros solos la
tierra?
Por todo eso, temo que nos acontezca alguna desgracia y que atraigamos sobre
nosotros alguna gran venganza de parte de Dios. Para que esto no suceda,
ejercitemos toda clase de virtudes, de modo que así consigamos los bienes
futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y
con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.—Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía
LXXII (LXXI), Tradición México 1981, p. 241-5)
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - Tres simples y breves pensamientos
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera proponeros tres simples y breves pensamientos sobre los que
reflexionar.
1. En la segunda lectura hemos escuchado la hermosa visión de san Juan: un
cielo nuevo y una tierra nueva y después la Ciudad Santa que desciende de
Dios. Todo es nuevo, transformado en bien, en belleza, en verdad; no hay ya
lamento, luto… Ésta es la acción del Espíritu Santo: nos trae la novedad de
Dios; viene a nosotros y hace nuevas todas las cosas, nos cambia. ¡El
Espíritu nos cambia! Y la visión de san Juan nos recuerda que estamos todos
en camino hacia la Jerusalén del cielo, la novedad definitiva para nosotros,
y para toda la realidad, el día feliz en el que podremos ver el rostro del
Señor, ese rostro maravilloso, tan bello del Señor Jesús. Podremos estar con
Él para siempre, en su amor.
Veis, la novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son
todas provisionales, pasan y siempre se busca algo más. La novedad que Dios
ofrece a nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando
estaremos con Él, sino también ahora: Dios está haciendo todo nuevo, el
Espíritu Santo nos transforma verdaderamente y quiere transformar, contando
con nosotros, el mundo en que vivimos.
Abramos la puerta al Espíritu, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la
acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el
amor de Dios, que el Espíritu Santo nos concede. Qué hermoso si cada noche,
pudiésemos decir: hoy en la escuela, en casa, en el trabajo, guiado por
Dios, he realizado un gesto de amor hacia un compañero, mis padres, un
anciano. ¡Qué hermoso!
2. Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que
«hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino
de la Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre
fácil, encontramos dificultades, tribulación.
Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra,
nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es
un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo, y
también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las
tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como
para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en
la vida. No desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer
estas tribulaciones.
3. Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se
van a confirmar y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una
firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos
da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes:
caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser
valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá
dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si
permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no
perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto
también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios
fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona
nuestro pecado.
¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona.
Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y
sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los
grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido
elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia
las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales.
Novedad de Dios, tribulaciones en la vida, firmes en el Señor. Queridos
amigos, abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios
que nos concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca
en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer
firmes en Él: ésta es una alegría auténtica. Que así sea.
(Plaza San Pedro, V Domingo de Pascua, 28 de abril de 2013)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Nuestra vida a la luz de la
resurrección
Meditemos juntos sobre lo que nos dice la Iglesia en este domingo V de
Pascua. Nos habla de la resurrección de Cristo, y al mismo tiempo nos hace
ver nuestra vida a la luz de la resurrección. La resurrección de Cristo es
su glorificación en Dios. Jesús habla a sus Apóstoles de esta glorificación
la víspera de la pasión. La glorificación se cumplirá en la cruz y será
confirmada por la resurrección. Mediante la cruz, Dios será glorificado en
Cristo: “Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en Sí
mismo: pronto lo glorificará” (Jn 13,32). Esto se realiza mediante la
resurrección.
En el momento en que Cristo dice estas palabras a los Apóstoles -y es la
tarde del Jueves Santo- éstos todavía están con el Maestro. Pero son ya los
últimos momentos en que están todos juntos. Cristo se lo anuncia claramente:
“A donde yo voy, vosotros no podéis venir” (Jn 13,33). El camino de la cruz
y de la resurrección será la senda por la que Cristo irá completamente solo.
La resurrección tuvo lugar en Jerusalén, en la antigua ciudad israelita.
Mediante la resurrección de Cristo comenzó a realizarse lo que el autor del
Apocalipsis, Juan Apóstol, ve en su primera visión: “Vi la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como
una novia que se adorna para su esposo” (21,2). La antigua Jerusalén se ha
renovado. Juntamente con la resurrección de Cristo se ha hecho nueva, con
una total novedad de vida. Se ha convertido en el comienzo del nuevo cielo y
de la nueva tierra. En ella -en Jerusalén- se ha revelado el comienzo de los
últimos tiempos. Todo esto sucedió mediante la gloriosa resurrección de
Cristo.
A la luz de la resurrección nuestra vida cristiana se construye sobre el
fundamento de la esperanza que se abre en la historia de la humanidad con la
nueva Jerusalén del Apocalipsis de Juan: “Esta es la morada de Dios con los
hombres:/ acampará entre ellos./ Ellos serán su pueblo/ y Dios estará con
ellos”(21,3). La esperanza que la resurrección de Cristo lleva consigo es
esperanza de la morada de Dios con los hombres. La esperanza del eterno
Emmanuel. Los hombres serán abrazados por Dios. Dios será todo en todos
(cfr. Col 3,11).
La esperanza que se abre ante la humanidad con la resurrección de Cristo es
esperanza de la resurrección definitiva y perfecta, que se manifestará
mediante la victoria sobre la muerte: "Y enjugará toda lágrima de sus ojos,
y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo
viejo ha pasado.» Entonces dijo el que está sentado en el trono: “Mira que
hago un mundo nuevo”. Y añadió: “Escribe: Estas son palabras ciertas y
verdaderas”. A la luz de la resurrección de Cristo nuestra vida cristiana se
construye sobre el fundamento de la esperanza de la vida nueva, que se abre
ante el hombre por encima de los límites de la muerte y de la temporalidad.
Sin embargo, la luz de la resurrección del Señor no sólo llega a la
esperanza del mundo futuro. Penetra simultáneamente nuestra vida y nuestra
peregrinación terrena. La penetra ante todo con el mandamiento del amor.
En el Cenáculo del Jueves Santo Cristo recuerda a los Apóstoles este
mandamiento y lo pone ante ellos como un compromiso principal: “Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn
13:34-35). La separación de Cristo, mediante la cruz y la resurrección debe,
de una manera nueva, acercar recíprocamente a sus Apóstoles entre sí. El
testimonio del amor supremo, dado en la cruz, debe hacer brotar en ellos un
amor parecido. La resurrección proyecta sobre la vida cristiana la luz del
amor. Si se dejan guiar por esta luz, los cristianos dan un auténtico
testimonio de Cristo crucificado y resucitado.
Al dar este testimonio, entran en el camino de la misión cristiana, o sea,
del apostolado. De este camino nos habla la primera lectura del domingo
actual, tomada de los Hechos de los Apóstoles, haciendo referencia a los
trabajos apostólicos de Pablo y Bernabé en diversos lugares de Oriente
Medio. Entre estos trabajos nacía la Iglesia y surgían las primeras
comunidades cristianas.
Efectivamente, Dios actuaba por medio de sus Apóstoles y abría “a los
gentiles la puerta de la fe” (14,27). Cuando la luz de la resurrección del
Señor cae sobre nuestra vida, logra ciertamente que también ella se haga
“apostólica”. “Pues la vocación cristiana es, por su misma naturaleza,
vocación también al apostolado”, como enseña el Concilio Vaticano II en el
Decreto sobre el apostolado de los laicos (n.2).
El apostolado es fruto de este amor que nace en nosotros mediante la
intimidad con la cruz de Cristo resucitado. Ayuda también a la esperanza del
mundo futuro en el reino de Dios. Nosotros mantenemos esta esperanza incluso
en medio de los sufrimientos, porque “hay que pasar mucho para entrar en el
reino de Dios”, como leemos en la liturgia de hoy (Hch 14,22). “Que todas
tus criaturas te den gracias, Señor,/ que te bendigan tus fieles;/ que
proclamen la gloria de tu reinado,/ que hablen de tus hazañas” (Sal
144/145,10-11).
La potencia del reino de Dios en la tierra se ha manifestado en la
resurrección de Cristo crucificado. Nosotros, como confesores de Cristo,
queremos vivir y obrar en esa luz, que nos viene de la resurrección del
Señor.
Roguemos a María, Madre del Resucitado, Madre de la Misericordia, a fin de
que nos acompañe en todas las partes por los caminos de la fe, la esperanza
y la caridad.
(Roma, parroquia Santa María de la Misericordia)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El mandamiento nuevo -Jn 13, 34
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como Yo os he
amado.
¿Mandamiento nuevo? Pero si ya existía en el Antiguo Testamento en el libro
del Levítico.
Es nuevo porque Cristo le dio notas nu
evas: lo hizo universal y lo extendió hasta el extremo. Universal porque se
extiende a todos los hombres, hasta el extremo porque implica dar la vida si
es necesario, como lo hizo el Señor.
La novedad se manifiesta en el amor de Cristo hacia nosotros. Cristo nos amó
a todos y dio su vida por todos, aun siendo nosotros enemigos suyos por el
pecado.
El amor cristiano es una novedad absoluta. Sobrepasa al amor del pueblo
elegido y al amor que enseñaron Buda, Confucio y todas las otras religiones
orientales.
Este amor al prójimo es el que distingue al cristiano. “En esto conocerán
que sois discípulos míos”. En éste mandamiento se sintetizan todos los
mandamientos, toda la dogmática y la moral cristiana. San Pablo formula esta
enseñanza diciendo: “todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
¿Cómo cumplimos este mandamiento? Jesús nos ha dado ejemplo del cumplimiento
de este precepto durante toda su vida y por eso nos dice “como Yo os he
amado”. Si leemos los Evangelios encontramos en todos ellos que nuestro
Señor ejercitó este amor en toda su vida y en especial muriendo en la cruz.
San Pedro resume la vida de Jesús diciendo: “pasó haciendo el bien”. Jesús
paso haciendo el bien a todos sin excepción. Por eso cuando los judíos le
preguntaron quién era el prójimo, les enseñó quién era con la parábola del
buen samaritano. El prójimo es nuestro hermano necesitado, el que
encontramos en el camino de nuestra vida.
Miremos a Cristo y aprenderemos a amar a nuestro prójimo. A todos los
hombres debemos amar porque todos son nuestros prójimos y en ellos se
incluyen los que nos tratan mal, los que nos hacen mal, nuestros enemigos.
Todos los hombres… pero en especial los más próximos.
Entre todos los hombres, hay algunos a quienes me ligan vínculos más
particulares; son mis más próximos, prójimos, aquellos a quienes por
voluntad divina he de consagrar más especialmente mi vida. Mi primera
misión, conocerlos exactamente, saber quiénes son. Me debo a todos, sí; pero
hay quienes lo esperan todo, o mucho, de mí: el hijo para su madre, el
discípulo para su maestro, el amigo para el amigo, el obrero para su patrón,
el compañero para el compañero. ¿Cuál es el campo de trabajo que Dios me ha
confiado? Delimitarlo en forma bien precisa; no para excluir a los demás,
pero sí para saber la misión concreta que Dios me ha confiado, para
ayudarlos a pensar su vida humana.
Él envío que hace Jesús a sus discípulos después de su ascensión a los
cielos consiste en hacer de este mundo la civilización del amor y es la
misión de cada uno de los cristianos. Debemos comenzar a crear esta
civilización alrededor nuestro, en el ambiente en que Dios nos ha puesto.
¿Cuántos hombres a mi alrededor sufren y yo estoy indiferente? El
sufrimiento puede ser espiritual o material. Los dos son importantes. Hay
personas que carecen de lo necesario en el alma y en el cuerpo. Otros sólo
en el alma. Otros únicamente en el cuerpo. Hay mucho sufrimiento alrededor
mío y lo desconozco. Lo desconozco porque vivo muy ensimismado. El egoísmo
se opone al amor y es la causa de mi despreocupación por el prójimo. El
mundo necesita mucho amor y debo preguntarme cada día cuánto amor pongo en
el mundo.
Y Jesús quiere amor pero amor concreto. Porque lo que hacemos por nuestro
prójimo lo hacemos a Jesús mismo. Es Jesús que se nos presenta en nuestro
prójimo mendigando especialmente amor. Y el amor vence al egoísmo porque el
amor es entrega, olvido de sí mismo para darse.
San Juan en su primera carta dice claramente que es un mentiroso el que dice
amar a Dios a quien no ve sino ama al prójimo a quién ve. Nuestra verdadera
religiosidad se manifiesta en el amor que tenemos al prójimo. Nuestro
distintivo de cristianos no es la medallita, la crucecita, el rosario, la
peregrinación, todas cosas buenas si son hechas por amor, sino que el
distintivo del cristiano es la caridad. El amor al prójimo.
Amarlos para que adquieran conciencia de su destino, para que se estimen en
su valor de hombres llamados por Dios al más alto conocimiento, para que
estimen a Dios en su valor divino, para que estimen cada cosa según su valor
frente al plan de Dios.
Amarlos apasionadamente en Cristo, para que el parecido divino progrese en
ellos, para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de
destruirse o de disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y
de la grandeza de toda creatura humana, para que respeten el derecho y la
verdad, para que todo su ser espiritual se expansione en Dios, para que
encuentren a Cristo como la coronación de su actividad y de su amor, para
que su sufrimiento complete el sufrimiento de Cristo (Cf. Col 1, 24)
Pensemos en nuestra propia familia. ¿Cuánto amor pongo en ella? ¿Cuánto
reclamo el amor de los demás y cuánto amor pongo? Es más feliz el que da que
el que recibe. Por eso busquemos poner amor a nuestro alrededor.
Olvidándonos de nosotros mismos amemos a los demás pero no tanto con las
palabras cuanto con las obras.
Hay mucha gente que necesita de nuestro amor y no hace falta que la
busquemos muy lejos nuestro. Cuántos pobres y necesitados de todo tipo que
podemos socorrer. El amor es nuestro distintivo de cristianos. Y si bien
debemos amar principalmente a los cristianos nuestro amor debe extenderse a
todos los hombres.
Notas
19, 18
Rm 13, 9
San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios,
Ediciones de la Universidad Católica de Chile Santiago 2005, 59
1 Jn 4, 20
San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios…, 63
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Aplicación: Directorio Homilético - Quinto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la oración de Cristo en la Última Cena
CEC 459, 1823, 2074, 2196, 2822, 2842: “como yo os he amado”
CEC 756, 865, 1042-1050, 2016, 2817: los cielos nuevos y la tierra nueva
(segunda lectura, lectura del Apocalipsis)
LA ORACION DE LA HORA DE JESUS
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración,
la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la
creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual
que la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre
actual, de la misma manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente
en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración
"sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable
de su sacrificio, de su "paso" hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El
(cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el
tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos
presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la
Gloria. Es la oración de la unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su
sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la
"hora de Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación.
Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al
Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17,
11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El
Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios
que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en
toda su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración
sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del
Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12.
26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el
cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn
17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"
indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio
mismo de la vida de oración.
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en
el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6,
4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la
ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).
Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8,
34).
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a
los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha
recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que
reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también:
"Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado"
(Jn 15,12).
"Sin mí no podéis hacer nada"
2074 Jesús dice: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece
en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada"
(Jn 15,5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida
fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo,
participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador
mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros
hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e
interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío: que os améis los
unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).
2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los
mandamientos, Jesús responde: "El primero es: `Escucha Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas'. El
segundo es: `Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No existe otro
mandamiento mayor que estos" (Mc 12,29-31).
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de
paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su
mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es
que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1
Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed
misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy
un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).
Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde
fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del
fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de
nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer
nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5).
Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como'
nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS
Y DE LA TIERRA NUEVA
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después
del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados
en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando
llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad,
también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que
alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo
(LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13;
cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de
"hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios
tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y
no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo
viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad
del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo
formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2),
"la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las
manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad
terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará
de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de
paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de
destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los
hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la
corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser
transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado,
ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su
glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad,
y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de
este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha
preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y
cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se
levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más
bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel
cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del
siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso
terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la
medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa
mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra
diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y
según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha,
iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno
y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co
15, 22), en la vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el
Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales.
Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la
promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech.
ill. 18, 29).