Domingo 21 del Tiempo Ordinario A - 'Sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario
Exégesis: W. Trilling - Profesión de fe de Pedro (Mt 16,13-20)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - La confesión de Pedro
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La confesión de Pedro
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - El Primado de Pedro (Mt 16,13-20)
Aplicación: Papa Francisco - ¿Quién pensamos que es Jesús?
Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La confesión de Pedro Mt 16, 13-20
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 551-553: las llaves del Reino
CEC 880-892: el fundamento de la unidad: el colegio episcopal y su cabeza,
el sucesor de Pedro
"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número
de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les
hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y
a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre permanecen asociados al
Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:
Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso
para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Lc 22, 29-30).
552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3,
16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15,
5). Jesús le confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre ,
Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces
Nuestro Señor le declaró: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18).
Cristo, "Piedra viva" (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada sobre
Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe
confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la
misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en
ella a sus hermanos (cf. Lc
22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos"
(Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la
casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11)
confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn
21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para
absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el
ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de
Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo
estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19).
"Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman
un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el
Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los
Apóstoles "(LG 22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de
él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16,
18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está
claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la
función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de
Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, "es el principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la
muchedumbre de los fieles "(LG 23). "El Pontífice Romano, en efecto, tiene
en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda
la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer
siempre con entera libertad" (LG 22; cf. CD
2. 9).
883 "El Colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le
considera junto con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como Cabeza del
mismo"". Como tal, este colegio es "también sujeto de la potestad suprema y
plena sobre toda la Iglesia" que "no se puede ejercer...a no ser con el
consentimiento del Romano Pontífice" (LG 22; cf. CIC, can. 336).
884 La potestad del Colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce
de modo solemne en el Concilio Ecuménico "(CIC can 337, 1). "No existe
concilio ecuménico si el sucesor de Pedro no lo ha aprobado o al menos
aceptado como tal "(LG 22).
885 "Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la
unidad del Pueblo de Dios;
en cuanto reunido bajo una única Cabeza, expresa la unidad del rebaño de
Dios " (LG 22).
886 "Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento
visible de unidad en sus Iglesias particulares" (LG 23). Como tales ejercen
"su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido
confiada" (LG 23), asistidos por los presbíteros y los diáconos. Pero, como
miembros del colegio episcopal, cada uno de ellos participa de la solicitud
por todas las Iglesias (cf. CD 3), que ejercen primeramente "dirigiendo bien
su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal", contribuyen
eficazmente "al Bien de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de
las Iglesias" (LG 23). Esta solicitud se extenderá particularmente a los
pobres (cf. Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los misioneros que
trabajan por toda la tierra.
887 Las Iglesias particulares vecinas y de cultura homogénea forman
provincias eclesiásticas o conjuntos más vastos llamados patriarcados o
regiones (cf. Canon de los Apóstoles 34). Los obispos de estos territorios
pueden reunirse en sínodos o concilios provinciales. "De igual manera, hoy
día, las Conferencias Episcopales pueden prestar una ayuda múltiple y
fecunda para que el afecto colegial se traduzca concretamente en la
práctica"" (LG 23).
La misión de enseñar
888 Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer
deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del
Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que llevan nuevos
discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados
de la autoridad de Cristo" (LG 25).
889 Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los
apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una
participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido
sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la
fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12; DV 10).
890 La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la
Alianza instaurada por Dios en Cristo con su Pueblo; debe protegerlo de las
desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de
profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está
dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad
que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con
el carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El ejercicio
de este carisma puede revestir varias modalidades:
891 "El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta
infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro
supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama
por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral... La
infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal
cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro", sobre todo en
un Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la Iglesia
propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como
revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como enseñanza de Cristo, "hay
que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe" (LG 25). Esta
infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina (cf. LG
25).
892 La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los
apóstoles, cuando enseñan en comunión con el sucesor de Pedro (y, de una
manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia), aunque,
sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una "manera
definitiva", proponen, en el ejercicio del magisterio ordinario, una
enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia
de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben
"adherirse...con espíritu de obediencia religiosa" (LG 25) que, aunque
distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él.
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Exégesis: W. Trilling - Profesión de fe de Pedro (Mt 16,13-20)
13 Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntaba a sus
discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? 14 Ellos
respondieron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que
Jeremías o uno de los profetas.
Ahora llega un momento importante en la vida de Jesús. Los evangelistas
pueden indicar el lugar en que ocurrió la siguiente escena, es decir,
Cesarea-de-Filipo. Filipo, un hijo de Herodes, hizo construir esta Cesarea
en el monte Hermón, al norte de Palestina. A esta ciudad se la llamó Cesarea
de Filipo para distinguirla de la más antigua Cesarea, que estaba junto al
mar. Jesús pregunta a los discípulos quién opina la gente que es él. El Hijo
del hombre también se emplea en arameo como circunlocución para expresar la
idea de "hombre", por tanto aquí sustituye el pronombre "yo".
Naturalmente la pregunta en labios de Jesús no es una encuesta efectuada por
interés. La pregunta pretende lograr que respondan los discípulos; según la
intención del evangelista pretende, sobre todo, destacar de las falsas
apreciaciones esta acertada comprensión de la persona de Jesús. La gente son
todavía de los que están "fuera" (Mar_4:11), los discípulos deberían haber
"comprendido" (Mat_16:12). Ya hemos oído de labios de Herodes que Jesús era
tenido por Juan el Bautista resucitado (cf. 14,2). Elías era muy venerado en
el pueblo, se esperaba su regreso como precursor del Mesías (cf. Mal_4:5 s),
ya que fue arrebatado de una manera prodigiosa para ir a Dios. El profeta
Jeremías también gozó de gran reputación; se formó una corona de leyendas
alrededor de su figura y de su vida. O uno de los profetas.
Esta enumeración muestra en qué categoría se incluía a Jesús. Casi es la
categoría más excelsa que se podía tener según la manera de pensar de
Israel. Sólo era posible una elevación, a saber la persona y la llegada del
mismo Mesías de Dios. Todas las personas nombradas son premesiánicas y
submesiánicas. Incluso Juan el Bautista, que pertenece al tiempo presente,
fue considerado como profeta (cf. 14,5; 21,26).
Los tres primeros evangelios no dejan reconocer que se haya tenido a Juan
por el Mesías. Los discípulos sólo deben decir la opinión de la gente, no lo
que piensan los enemigos declarados de Jesús. Ya hemos oído lo que éstos
pensaban: "éste no arroja los demonios sino por arte de Beelzebul, príncipe
de los demonios" (12,24s). En la pregunta ya no se trata de comprender una
señal, una frase o parábola. En esta pregunta sobre quién es él, recae la
decisión en favor o en contra del reino de Dios. Es una pregunta decisiva de
extrema gravedad.
15 Díceles él: Y vosotros, ¿quién decís que soy? 16 Tomando la palabra Simón
Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
No es una novedad que Pedro actúe como portavoz. Aquí se pregunta a todos
los discípulos, pero sólo uno responde. En esta contestación no debe
manifestarse el conocimiento personal y la confesión propia de Pedro (a
pesar de 16,17), sino la opinión de los discípulos en total. Pedro confiesa
que Jesús es el Mesías. Eso es lo propio y decisivo, y es lo único que se
dice en san Marcos (cf /Mc/08/29b).
El Mesías es el plenipotenciario de Dios, el último enviado después de todos
los profetas. Después de él no puede venir nadie más que le supere. Su
palabra es la última palabra de Dios, el Mesías según la fe de los rabinos
trae la válida interpretación de la torah. La presentación del Mesías
determina el tiempo de empezar el último tiempo. Es la gran y concluyente
señal que Dios pone en el mundo.
A la confesión se añade: el Hijo del Dios viviente. Eso también lo hemos
oído antes (14,33), no nos sorprende en el Evangelio de san Mateo. Lo que
allí resplandeció súbitamente durante la noche y lo que se dijo a propósito
de la sujeción de los elementos, ahora es de dominio público y viene a ser
como una confesión oficial de los discípulos. Por esta profundidad de las
relaciones con el Padre, Jesús ya había dicho: "Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera
revelárselo" (11,27). Ahora se da la respuesta desde fuera: Tú eres el Hijo
del Dios viviente.
17 Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque ni
la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los
cielos. 18 Pero yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi lglesia, y las puertas del reino de la muerte no podrán contra
ella.
Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora dirige la
palabra a él personalmente. Su confesión podía aplicarse a todos, la
siguiente distinción sólo puede aplicarse a él. Jesús empieza con una
bienaventuranza. Ya hemos oído decir: "Bienaventurados los pobres en el
espíritu" (5,3); "bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de
tropiezo" (11,6); "dichosos vuestros ojos, porque ven" (13,16). Ahora Jesús
llama bienaventurado a uno solo, al primero de los apóstoles, por las
palabras que acaba de pronunciar. El conocimiento de la verdadera dignidad
de Jesús y del misterio de su persona no procede de abajo, sino de lo alto.
"La carne y la sangre", es decir la capacidad terrena del hombre débil no ha
dado origen a este conocimiento1. El mismo Dios se lo ha inspirado desde lo
alto. A quien tiene, aún se le añade más (d. 13,12). Pedro había dado el
paso desde la audición a la fe, se había atrevido a ir sobre las aguas.
Aunque su fe fuera "pequeña", estaba en el camino que lleva a la plenitud de
la fe. A quien se encuentra en este camino, se le añade el pleno
conocimiento y la verdadera ciencia. Es realmente bienaventurado quien anda
por este sendero, porque conoce el misterio más íntimo del reino de Dios
(cf. 13,11).
La bienaventuranza también es una glorificación de Dios, que ha dado a
conocer sus misterios a la gente sencilla, y los ha ocultado a sabios y
entendidos (cf. 11,25). Así es como Dios quiso hacerlo, como se prueba en
esta ocasión. Jesús llama Pedro a Simón. Petros es la traducción griega de
la voz aramea Cefas y significa "piedra", "roca". En otros pasajes del Nuevo
Testamento también se encuentra este nombre arameo Cefas, que hace
referencia al cargo que desempeñó Pedro2. San Mateo prefiere usar el vocablo
Pedro, a menudo también se encuentra la doble forma Simón Pedro, un enlace
del nombre personal con la designación de su función, como el nombre
"Jesucristo".
D/ROCA "Tú eres Pedro" no significa en primer término que Pedro adquiera
este nombre, sino que él es o debe ser piedra; esta frase significa que la
función de Pedro, el encargo que se le confió es ser piedra.
Al Antiguo Testamento, especialmente al libro de los salmos3, le gusta
llamar roca al mismo Dios. Dios es la roca de Israel, su castillo roquero,
el apoyo seguro, el fundamento permanente, garantía de fidelidad y firmeza.
Nos podemos refugiar en la roca, cuando irrumpe súbitamente la tormenta y el
agua se precipita en el valle, o cuando el enemigo ha ocupado los valles y
sólo queda la posibilidad de huir al castillo roquero situado en la cumbre.
Roca es una expresión corriente, como "pastor y rebaño", "cosecha" y
"alianza". La seguridad y consistencia de un fundamento rocoso deben ser
representadas por este hombre Simón. La próxima frase dice para qué Símón
debe ser una roca. Jesús quiere edificar su Iglesia sobre esta roca o sobre
esta piedra. También está transmitida la metáfora de construir y edificar.
En efecto, Dios promete por medio
del profeta que restaurará la cabaña de David que está por tierra
(Amo_9:11); el salmista confiesa que los albañiles trabajarán en vano, si el
Señor no edifica la casa (Sal_126:1). Ante todo había elegido Dios una roca
y un edificio para residir allí y estar cerca del pueblo: el monte de Sión y
sobre éste el santo templo. Así como Dios se hizo construir en este monte
una santa casa, así también Jesús quiere edificar en el tiempo futuro sobre
la roca de Simón la casa de su Iglesia. No será una casa de piedras y vigas,
sino de hombres vivos4. La voz Ekklesia (Iglesia) dice que se trata de
hombres vivos. Ekklesia es traducción del vocablo hebreo kahal, que en
primer lugar significa "asamblea", luego en particular la comunidad reunida
para el culto divino y, en general, la comunidad de Dios. Jesús quiere
construir esta comunidad.
Las imágenes no coinciden, ya que con el verbo "edificar" hace juego otro
complemento, como "casa" o "torre" o "templo". Y viceversa: con el
sustantivo ekklesia (=asamblea) enlaza mejor un verbo como "juntar",
"reunir" u otros semejantes. La palabra ekklesia quiere decir que se trata
de una comunidad, se trata de seres humanos, quiere decir que se debe
edificar la comunidad de Dios en Israel, aunque de una forma completamente
nueva5.
Este nuevo modo de edificar se expresa con el posesivo mi. No será la
antigua comunidad de Yahveh, sino la nueva comunidad del Mesías. La
diferencia entre la nueva y la antigua ha de consistir en que la comunidad
nueva hace profesión de fe en Jesús el Mesías y mediante esta confesión está
unida. En él y en su persona, en su dignidad como Hijo de Dios recaerá la
decisión de quién pertenece y quién no pertenece a esta comunidad.
Jesús también es y sigue siendo el Mesías de Israel y no revoca la antigua
ley, sin embargo su obra mesiánica será la fundación de algo nuevo, que se
diferencia claramente de la antigua comunidad. No obstante no se coloca lo
nuevo al lado de lo antiguo dejando entre los dos una separación radical,
sino que en la nueva fundación se perfecciona la antigua alianza de Dios.
Porque en la Iglesia vive y gobierna el Dios de Israel y de todos los
pueblos, que es "Dios con nosotros" (cf. 1,23). Jesús es la verdadera
habitación de Dios en su pueblo, mucho más próxima y real que la que antes
había tenido Dios incluso en los momentos más propicios.
A esta fundación Jesús le promete una duración estable. Las puertas del
reino de la muerte6 están abiertas de par en par para los que son devorados
por la muerte, están cerradas con cerrojo y definitivamente para los que ya
están en el reino de la muerte y no pueden salir. Por tanto las puertas son
la imagen más vigorosa del poder invencible de la muerte, del que todos son
víctimas. Pero el poder de la muerte no tendrá ningún dominio sobre la
institución de Jesús. Así como la "muerte ya no tiene dominio sobre él"
(Rom_6:9), tampoco lo tiene sobre la comunidad.
La muerte es una consecuencia del pecado (Rom_5:12), pero Jesús vencerá el
pecado, dará su sangre como rescate del género humano para perdón de los
pecados (cf. 20,28; 26,28). El fundamento rocoso sobrevivirá a la muerte,
las energías vitales del resucitado ya no pueden ser superadas por la
muerte. Son unas palabras victoriosas de Jesús. No son las únicas palabras
de Jesús en el Evangelio, pero también están en él. En esta promesa la
Iglesia no tienen ningún motivo para hacer ostentación de una supremacía
triunfalista, pero en cambio tiene motivo para sentir una confianza
ilimitada en Dios, la roca fiel y acreditada de Israel, y en su Cristo
"primicias de los que están muertos" (1Co_15:20)...
19 Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la
tierra, atado será en los cielos; y todo lo que desates en la tierra,
desatado será en los cielos.
La segunda parte de la promesa que Jesús hizo a Pedro, habla de las "llaves
del reino de los cielos" y de "atar y desatar". Con ello acude a nuestra
consideración el tema principal del mensaje de Jesús, el reino de Dios. Aquí
parece que se lo compare con una ciudad, que se cierra por medio de
portones, o con una casa, en la que se tiene que entrar por las puertas. Se
necesita una llave para abrir o para cerrar. Un portero o mayordomo es quien
se encarga de la llave. Este mayordomo debe ser Pedro. Dios o el Mesías
¿pueden desprenderse de este cargo? Y si Dios o el Mesías así lo hacen, ¡qué
poder se confiere a un hombre! Empezamos a estremecernos ante estas
palabras. Ha de ser un profundo misterio el que hace hablar así a Jesús, un
nuevo orden de la salvación que toma al hombre todavía mucho más en serio.
Las expresiones atar y desatar provienen de la terminología rabínica7. Con
ellas se entendía que alguien tiene el poder de declarar verdadera o falsa
una doctrina. Un segundo significado alude al poder de excluir a alguien de
la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. La
excomunión podría ser fulminada como medida disciplinar por algún tiempo o
como exclusión total para siempre. Los dos significados guardan una relación
interna entre sí, porque este poder está derivado de la Sagrada Escritura,
que es proclamada con autoridad y se emplea con valor discriminatorio. Con
tales palabras se abría o se cerraba a la comunidad de Israel el acceso al
reino de Dios. Es de suponer que en las palabras de Jesús también tienen
validez los dos significados en su relación interna. Pedro debe tener el
poder de decidir qué ha de estar en vigor como verdadera doctrina y quién
puede participar en la salvación del reino de Dios siendo recibido en la
Iglesia de Cristo.
Hay, pues, que concebir la facultad de atar y desatar como amplia facultad
para comunicar la salvación en sus más distintas modalidades. Este veredicto
de Pedro tiene ahora validez en el cielo, es decir, ante Dios. Esta
sentencia es confirmada por Dios, más aún, está en vigor ante él desde el
momento en que se dicta, exactamente igual como si él mismo la hubiese
dictado. Se confía a Pedro una tarea realmente divina. Su veredicto tiene
esta fuerza y validez divinas. Entonces ¿qué son las llaves del reino de los
cielos? Tienen que ser una imagen de este santo poder judicial del apóstol,
que se ejerce aquí en este mundo, pero que está en vigor ante Dios "en los
cielos". Al juez del tiempo final está reservada la última y definitiva
decisión de quién entra en este reino de Dios. Este juez ha de separar los
cabritos de las ovejas (25,32). Pero durante el tiempo anterior al juicio
final hay decisiones previas en virtud de un poder judicial ejercido en la
Iglesia.
Permanece oculto en los decretos de Dios quién pertenece al número de los
predestinados para el reino consumado de Dios. Pero se deja en manos de
Pedro quién pertenece ahora o no pertenece a la comunidad de salvación que
se prepara para este reino de Dios y a él se dirige. Esta sentencia se
repite más tarde casi con las mismas palabras (18,18). Allí se confiere el
poder de atar y desatar a los apóstoles en conjunto. Hemos observado
reiteradas veces que Pedro no está ni habla como particular, sino como
miembro y portavoz de los doce.
Ciertamente es el primero, pero es el primero entre los otros. Es apóstol
elegido por Jesús como también todos los demás, pero por ser el "primero"
(10,2) recibe la promesa. Y así la carta a los Efesios no dice que la
Iglesia esté fundada sobre Pedro como fundamento, sino que los cristianos
están "edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas" (Efe_2:20).
El poder de atar y desatar es transferido a todos, así como también
personalmente a Pedro, como primero de los apóstoles. Si el cargo apostólico
sigue ejerciéndose en la Iglesia, también tiene que seguir ejerciéndose en
ella el cargo de Pedro. De lo contrario la Iglesia no hubiese permanecido
fiel al orden que Jesús dio a la Iglesia. Hasta la parusía del Señor no
caducará la Iglesia, que entre tanto ejercer el oficio de los apóstoles de
atar y desatar y el oficio de Pedro. Ninguno de los dos es institución
humana proveniente de aquí abajo, sino fundación divina procedente de lo
alto. Ambos oficios forman parte de los dones salvíficos de la nueva
alianza...
(TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona,
1969)
Notas
1 Es un modismo estereotipado, Cf. "la carne y la
sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1Co_15:50). Después que san
Pablo recibió la vocación de apóstol, no acudió en seguida a "la carne y la
sangre", es decir "a los apóstoles, mis predecesores" (Gal_1:16 s). Se
necesita la armadura de Dios, porque no es una lucha contra "carne y
sangre", es decir, contra hombres, sino contra potestades celestes
(Efe_6:12).
2 Especialmente importante es aquí el testimonio
del apóstol san Pablo, sobre todo en sus primeras cartas: Gal_1:18;
Gal_2:9.11.14; 1Co_1:12; 1Co_3:22, etc.
3 Por ejemplo Sal_18:3; Sal_31:4; Sal_71:3.
4 Cf. Amo_9:11; Sal_127:1; Sal_68:17, etc.
5 La imagen de la construcción se extiende por
todo el Nuevo Testamento; cf. un "sagrado templo" (Efe_2:21). una "casa
espiritual" (1Pe_2:5); en la última perfección "la ciudad santa, Jerusalén"
(Rev_21:10), el templo que Jesús quiere levantar de nuevo en tres días en
lugar del antiguo (Jua_2:19).
6 Las "puertas del reino de la muerte" también es
una expresión corriente en la Biblia: cf. Isa_38:10; Job_38:17; Sal 9a(9)
14.
7 Acerca de los dos verbos, cf. J.B. BAUER, Atar
y desatar, en Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1967, col.
120- 121, con bibliografía.
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Comentario Teológico: Benedicto XVI - La confesión de Pedro
En los tres Evangelios sinópticos, aparece como un hito importante en el
camino de Jesús el momento en que pregunta a los discípulos acerca de lo que
la gente dice y lo que ellos mismos piensan de Él (cf. Mc 8, 27-30; Mt 16,
13-20; Lc 9, 18-21). En los tres Evangelios Pedro contesta en nombre de los
Doce con una declaración que se aleja claramente de la opinión de la
"gente". En los tres Evangelios, Jesús anuncia inmediatamente después su
pasión y resurrección, y añade a este anuncio de su destino personal una
enseñanza sobre el camino de los discípulos, que es un seguirle a Él, al
Crucificado.
Pero en los tres Evangelios, este seguirle en el signo de la cruz se explica
también de un modo esencialmente antropológico, como el camino del "perderse
a sí mismo", que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta
imposible encontrarse a sí mismo (cf. Mc 8, 31-9.1; Mt 16, 21-28; Lc 9,
22-27). Y, finalmente, en los tres Evangelios sigue el relato de la
transfiguración de Jesús, que explica de nuevo la confesión de Pedro
profundizándola y poniéndola al mismo tiempo en relación con el misterio de
la muerte y resurrección de Jesús (cf. Mc 9, 2-13; Mt 17, 1-13; Lc 9,
28-36).
Sólo en Mateo aparece, inmediatamente después de la confesión de Pedro, la
concesión del poder de las llaves del reino -el poder de atar y desatar-
unida a la promesa de que Jesús edificará sobre él -Pedro- su Iglesia como
sobre una piedra. Relatos de contenido paralelo a este encargo y a esta
promesa se encuentran también en Lucas 22, 31s, en el contexto de la Última
Cena, y en Juan 21, 15 -19, después de la resurrección de Jesús.
Por lo demás, en Juan se encuentra también una confesión de Pedro que se
coloca igualmente en un hito importante del camino de Jesús, y que sólo
entonces le da al círculo de los Doce toda su importancia y su fisonomía
(cf. Jn 6, 68s). Al tratar la confesión de Pedro según los sinópticos
tendremos que considerar también este texto que, a pesar de todas las
diferencias, muestra elementos fundamentales comunes con la tradición
sinóptica.
Estas explicaciones un tanto esquemáticas deberían haber dejado claro que la
confesión de Pedro sólo se puede entender correctamente en el contexto en
que aparece, en relación con el anuncio de la pasión y las palabras sobre el
seguimiento: estos tres elementos -las palabras de Pedro y la doble
respuesta de Jesús- van indisolublemente unidos. Para comprender dicha
confesión es igualmente indispensable tener en cuenta la confirmación por
parte del Padre mismo, y a través de la Ley y los Profetas, después de la
escena de la transfiguración.
En Marcos, el relato de la transfiguración es precedido de una promesa
-aparente- de la Parusía, que por un lado enlaza con las palabras sobre el
seguimiento, pero por otro introduce la transfiguración de Jesús y de este
modo explica a su manera tanto el seguimiento corno la promesa de la
Parusía.
Las palabras sobre el seguimiento, que en Marcos y Lucas están dirigidas a
todos -al contrario que el anuncio de la pasión, que se hace sólo a los
testigos-, introducen el factor eclesiológico en el contexto general; abren
el horizonte del conjunto a todos, más allá del camino recién emprendido por
Jesús hacia Jerusalén (cf. Lc 9, 23), del mismo modo que su explicación del
seguimiento del Crucificado hace referencia a aspectos fundamentales de la
existencia humana en general.
Juan sitúa estas palabras en el contexto del Domingo de Ramos y las
relaciona con la pregunta de los griegos que buscan a Jesús; de este modo,
destaca claramente el carácter universal de dichas afirmaciones. Al mismo
tiempo están aquí relacionadas con el destino de Jesús en la cruz, que
pierde así todo carácter casual y aparece en su necesidad intrínseca (cf. Jn
12, 24s). Con sus palabras sobre el grano de trigo que muere, Juan relaciona
además el mensaje del perderse y encontrarse con el misterio eucarístico,
que en su Evangelio, al final de la historia de la multiplicación de los
panes y su explicación en el sermón eucarístico de Jesús, determina también
el contexto de la confesión de Pedro.
Centrémonos ahora en las distintas partes de este gran entramado de sucesos
y palabras. Mateo y Marcos mencionan corno escenario del acontecimiento la
zona de Cesarea de Felipe (hoy Banyás), el santuario de Pan erigido por
Herodes el Grande junto a las fuentes del Jordán. Herodes hijo convirtió
este lugar en capital de su reino, dándole el nombre en honor a César
Augusto y a sí mismo.
La tradición ha ambientado la escena en un lugar en el que un empinado risco
sobre las aguas del Jordán simboliza de forma sugestiva las palabras acerca
de la roca. Marcos y Lucas, cada uno a su modo, nos introducen, por así
decirlo, en la ambientación interior del suceso. Marcos dice que Jesús había
planteado su pregunta "por el camino"; está claro que el camino de que habla
conducía a Jerusalén: ir de camino hacia las "aldeas de Cesarea de Felipe"
(Mc 8, 27) quiere decir que se está al inicio de la subida a Jerusalén,
hacia el centro de la historia de la salvación, hacia el lugar en el que
debía cumplirse el destino de Jesús en la cruz y en la resurrección, pero en
el que también tuvo su origen la Iglesia después de estos acontecimientos.
La confesión de Pedro y por tanto las siguientes palabras de Jesús se sitúan
al comienzo de este camino.
Tras la gran época de la predicación en Galilea, éste es un momento
decisivo: tanto el encaminarse hacia la cruz como la invitación a la
decisión que ahora distingue netamente a los discípulos de la gente que sólo
escucha a Jesús pero no le sigue, hace claramente de los discípulos el
núcleo inicial de la nueva familia de Jesús: la futura Iglesia. Una
característica de esta comunidad es estar "en camino" con Jesús; de qué
camino se trata quedará claro precisamente en este contexto. Otra
característica de esta comunidad es que su decisión de acompañar al Señor se
basa en un conocimiento, en un "conocer" a Jesús que al mismo tiempo les
obsequia con un nuevo conocimiento de Dios, del Dios único en el que, como
israelitas, creen.
En Lucas -de acuerdo con el sentido de su visión de la figura de Jesús- la
confesión de Pedro va unida a un momento de oración. Lucas comienza el
relato de la historia con una paradoja intencionada: "Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos" (9, 18).
Los discípulos quedan incluidos en ese "estar solo", en su reservadísimo
estar con el Padre. Se les concede verlo como Aquel que habla con el Padre
cara a cara, de tú a tú, como hemos visto al comienzo de este libro. Pueden
verlo en lo íntimo de su ser, en su ser Hijo, en ese punto del que provienen
todas sus palabras, sus acciones, su autoridad. Ellos pueden ver lo que la
"gente" no ve, y esta visión les permite tener un conocimiento que va más
allá de la "opinión" de la "gente". De esta forma de ver a Jesús se deriva
su fe, su confesión; sobre esto se podrá edificar después la Iglesia.
Aquí es donde encuentra su colocación interior la doble pregunta de Jesús.
Esta doble pregunta sobre la opinión de la gente y la convicción de los
discípulos presupone que existe, por un lado, un conocimiento exterior de
Jesús que no es necesariamente equivocado aunque resulta ciertamente
insuficiente, y por otro lado, frente a él, un conocimiento más profundo
vinculado al discipulado, al acompañar en el camino, y que sólo puede crecer
en él.
Los tres sinópticos coinciden en afirmar que, según la gente, Jesús era Juan
el Bautista, o Elías o uno de los profetas que había resucitado; Lucas había
contado con anterioridad que Herodes había oído tales interpretaciones sobre
la persona y la actividad de Jesús, sintiendo por eso deseos de verlo. Mateo
añade como variante la idea manifestada por algunos de que Jesús era
Jeremías.
Todas estas opiniones tienen algo en común: sitúan a Jesús en la categoría
de los profetas, una categoría que estaba disponible como clave
interpretativa a partir de la tradición de Israel. En todos los nombres que
se mencionan para explicar la figura de Jesús se refleja de algún modo la
dimensión escatológica, la expectativa de un cambio que puede ir acompañada
tanto de esperanza como de temor. Mientras Elías personifica más bien la
esperanza en la restauración de Israel, Jeremías es una figura de pasión, el
que anuncia el fracaso de la forma de la Alianza hasta entonces vigente y
del santuario, y que era, por así decirlo, la garantía concreta de la
Alianza; no obstante, es también portador de la promesa de una Nueva Alianza
que surgirá después de la caída. Jeremías, en su padecimiento, en su
desaparición en la oscuridad de la contradicción, es portador vivo de ese
doble destino de caída y de renovación.
Todas estas opiniones no es que sean erróneas; en mayor o menor medida
constituyen aproximaciones al misterio de Jesús a partir de las cuales se
puede ciertamente encontrar el camino hacia el núcleo esencial. Sin embargo,
no llegan a la verdadera naturaleza de Jesús ni a su novedad. Se aproximan a
él desde el pasado, o desde lo que generalmente ocurre y es posible; no
desde sí mismo, no desde su ser único, que impide el que se le pueda
incluir en cualquier otra categoría.
En este sentido, también hoy existe evidentemente la opinión de la "gente",
que ha conocido a Cristo de algún modo, que quizás hasta lo ha estudiado
científicamente, pero que no lo ha encontrado personalmente en su
especificidad ni en su total alteridad. Karl Jaspers ha considerado a Jesús
como una de las cuatro personas determinantes, junto a Sócrates, Buda y
Confucio, reconociéndole así una importancia fundamental en la búsqueda del
modo recto de ser hombres; pero de esa manera resulta que Jesús es uno entre
tantos, dentro de una categoría común a partir de la cual se les puede
explicar, pero también delimitar.
Hoy es habitual considerar a Jesús como uno de los grandes fundadores de una
religión en el mundo, a los que se les ha concedido una profunda experiencia
de Dios. Por tanto, pueden hablar de Dios a otras personas a las que esa
"disposición religiosa" les ha sido negada, haciéndoles así partícipes, por
así decirlo, de su experiencia de Dios. Sin embargo, en esta concepción
queda claro que se trata de una experiencia humana de Dios, que refleja la
realidad infinita de Dios en lo finito y limitado de una mente humana, y que
por eso se trata sólo de una traducción parcial de lo divino, limitada
además por el contexto del tiempo y del espacio.
Así, la palabra "experiencia" hace referencia, por un lado, a un contacto
real con lo divino, pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto
que la recibe. Cada sujeto humano puede captar sólo un fragmento determinado
de la realidad perceptible, y que además necesita después ser interpretado.
Con esta opinión, uno puede sin duda amar a Jesús, convertirlo incluso en
guía de su vida. Pero la "experiencia de Dios" vivida por Jesús a la que nos
aficionamos de este modo se queda al final en algo relativo, que debe ser
completado con los fragmentos percibidos por otros grandes. Por tanto, a fin
de cuentas, el criterio sigue siendo el hombre mismo, cada individuo: cada
uno decide lo que acepta de las distintas "experiencias", lo que le ayuda o
lo que le resulta extraño. En esto no se da un compromiso definitivo.
A la opinión de la gente se contrapone el conocimiento de los discípulos,
manifestado en la confesión de fe.
¿Cómo se expresa? En cada uno de los tres sinópticos está formulado de
manera distinta, y de manera aún más diversa en Juan. Según Marcos, Pedro le
dice simplemente a Jesús: "Tú eres [el Cristo] el Mesías" (8, 29). Según
Lucas, Pedro lo llama "el Cristo [el Ungido] de Dios" (9, 20) y, según
Mateo, dice: "Tú eres Cristo [el Mesías], el Hijo de Dios vivo" (16, 16).
Finalmente, en Juan la confesión de Pedro reza así: "Tú eres el Santo de
Dios" (6, 69).
Puede surgir la tentación de elaborar una historia de la evolución de la
confesión de fe cristiana a partir de estas diferentes versiones. Sin duda,
la diversidad de los textos refleja también un proceso de desarrollo en el
que poco a poco se clarifica plenamente lo que, al principio, en los
primeros intentos, como a tientas, se indicaba de un modo todavía vago. En
el ámbito católico, Pierre Grelot ha ofrecido recientemente la
interpretación más radical de la contraposición de estos textos: no ve una
evolución, sino una contradicción.
La simple confesión mesiánica de Pedro que relata Marcos refleja sin duda
correctamente el momento histórico; pero se trata todavía de una confesión
puramente "judía", que interpreta a Jesús como un Mesías político según las
ideas de la época. Sólo la exposición de Marcos manifestaría una lógica
clara, pues sólo un mesianismo político explicaría la oposición de Pedro al
anuncio de la pasión, una intervención a la que Jesús -como hiciera cuando
Satanás le ofreció el poder- responde con un brusco rechazo: "¡Quítate de mi
vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" (Mc 8, 33).
Esta áspera reacción sólo sería coherente si con ella se hiciera referencia
también a la confesión anterior y se la rechazara como falsa; no tendría
lógica en cambio en la confesión madura, desde el punto de vista teológico,
que aparece en la versión de Mateo.
(…)
Pero es el momento de volver a la confesión que Pedro hace de Cristo y, con
ello, a nuestro tema principal. Hemos visto que Grelot considera la
confesión de Pedro narrada por Marcos como totalmente "judía" y, por ello,
rechazada por Jesús. Pero este rechazo no aparece en el texto, en el que
Jesús sólo prohíbe la divulgación pública de esta confesión, que la gente de
Israel podría efectivamente malinterpretar, conduciendo, por un lado, a una
serie de falsas esperanzas en Él y, por otro, a un proceso político contra
Él. Sólo después de esta prohibición sigue la explicación de lo que
significa realmente "Mesías": el verdadero Mesías es el "Hijo del hombre",
que es condenado a muerte y que sólo así entra en su gloria como el
Resucitado a los tres días de su muerte.
La investigación habla, en relación con el cristianismo de los orígenes, de
dos tipos de fórmulas de confesión: la "sustantiva" y la "verbal"; para
entenderlo mejor podríamos hablar de tipos de confesión de orientación
"ontológica" y otros orientados a la historia de la salvación. Las tres
formas de la confesión de Pedro que nos transmiten los sinópticos son
"sustantivas": Tú eres el Cristo; el Cristo de Dios; el Cristo, el Hijo del
Dios vivo. El Señor pone siempre al lado de estas afirmaciones sustantivas
la confesión "verbal": el anuncio anticipado del misterio pascual de cruz y
resurrección. Ambos tipos de confesión van unidos, y cada uno queda
incompleto y en el fondo incomprensible sin el otro. Sin la historia concreta
de la salvación, los títulos resultan ambiguos: no sólo la palabra "Mesías",
sino también la expresión "Hijo del Dios vivo".
También este título se puede entender como totalmente opuesto al misterio de
la cruz. Y viceversa, la mera afirmación de lo que ha ocurrido en la
historia de la salvación queda sin su profunda esencia, si no queda claro
que Aquel que allí ha sufrido es el Hijo del Dios vivo, es igual a Dios (cf.
Flp 2, 6), pero que se despojó a sí mismo y tomó la condición de siervo
rebajándose hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2, 7s). En este
sentido, sólo la estrecha relación de la confesión de Pedro y de las
enseñanzas de Jesús a los discípulos nos ofrece la totalidad y lo esencial
de la fe cristiana. Por eso, también los grandes símbolos de fe de la
Iglesia han unido siempre entre sí estos dos elementos.
Y sabemos que los cristianos -en posesión de la confesión justa- tienen que
ser instruidos continuamente, a lo largo de los siglos, y también hoy, por
el Señor, para que sean conscientes de que su camino a lo largo de todas las
generaciones no es el camino de la gloria y el poder terrenales, sino el
camino de la cruz. Sabemos y vernos que, también hoy, los cristianos
-nosotros mismos- llevan aparte al Señor para decirle:
"¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte" (Mt 16, 22). Y como
dudamos de que Dios lo quiera impedir, tratamos de evitarlo nosotros mismos
con todas nuestras artes. Y así, el Señor tiene que decirnos siempre de
nuevo también a nosotros: " ¡Quítate de mi vista, Satanás!" (Mc 8, 33). En
este sentido, toda la escena muestra una inquietante actualidad. Ya que, en
definitiva, seguimos pensando según "la carne y la sangre" y no según la
revelación que podemos recibir en la fe.
Hemos de volver una vez más a los títulos de Cristo que se encuentran en las
confesiones. Ante todo, es importante ver que la forma específica del título
hay que comprenderla cada vez dentro del conjunto de cada uno de los
Evangelios y de su particular forma de tradición. Siempre es importante la
relación con el proceso de Jesús, durante el cual vuelve a aparecer la
confesión de los discípulos como pregunta y acusación. En Marcos, la
pregunta del sumo sacerdote retoma el título de Cristo (Mesías) y lo amplía:
" ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?" (14, 61). Esta pregunta
presupone que tales interpretaciones de la figura de Jesús se habían hecho
de dominio público a través de los grupos de discípulos.
El poner en relación los títulos de Cristo (Mesías) e Hijo procedía de la
tradición bíblica (cf. Sal 2, 7; Sal 110). Desde este punto de vista, la
diferencia entre las versiones de Marcos y Mateo se relativiza y resulta
menos profunda que en la exegesis de Grelot y otros. En Lucas, Pedro
reconoce a Jesús -según hemos visto- como "el Ungido (Cristo, Mesías) de
Dios". Aquí nos volvemos a encontrar con lo que el anciano Simeón sabía
sobre el Niño Jesús, al que preanunció como el Ungido (Cristo) del Señor
(cf. Lc 2, 26). Como contraste, a los pies de la cruz, "las autoridades" se
burlan de Jesús diciéndole: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si
él es el Mesías de Dios, el Elegido" (Lc 23, 35). Así, el arco se extiende
desde la infancia de Jesús, pasando por la confesión de Cesarea de Felipe,
hasta la cruz: los tres textos juntos manifiestan la singular pertenencia
del "Ungido" a Dios.
Pero en el Evangelio de Lucas hay que mencionar otro acontecimiento
importante para la fe de los discípulos en Jesús: la historia de la pesca
milagrosa, que termina con la elección de Simón Pedro y de sus compañeros
para que sean discípulos. Los experimentados pescadores habían pasado toda
la noche sin conseguir nada, y entonces Jesús les dice que salgan de nuevo,
a plena luz del día, y echen las redes al agua. Para los conocimientos
prácticos de estos hombres resultaba una sugerencia poco sensata, pero Simón
responde:
"Maestro… por tu palabra, echaré las redes" (Lc 5, 5). Luego viene la pesca
abundantísima, que sobrecoge a Pedro profundamente. Cae a los pies del Señor
en actitud de adoración y dice: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador"
(5, 8).
Reconoce en lo ocurrido el poder de Dios, que actúa a través de la palabra
de Jesús, y este encuentro directo con el Dios vivo en Jesús le impresiona
profundamente. A la luz y bajo el poder de esta presencia, el hombre
reconoce su miserable condición. No consigue soportar la tremenda potencia
de Dios, es demasiado imponente para él. Desde el punto de vista de la
historia de las religiones, éste es también uno de los textos más
impresionantes para explicar lo que ocurre cuando el hombre se siente
repentinamente ante la presencia directa de Dios. En ese momento el hombre
sólo puede estremecerse por lo que él es y rogar ser liberado de la grandeza
de esta presencia. Esta percepción repentina de Dios en Jesús se expresa en
el título que Pedro utiliza ahora para Jesús: Kyrios, Señor. Es la
denominación de Dios utilizada en el Antiguo Testamento para remplazar el
nombre de Dios revelado en la zarza ardiente que no se podía pronunciar. Si
antes de hacerse a la mar Jesús era para Pedro el "epistáta" -que significa
maestro, profesor, rabino-, ahora lo recibe como el Kyrios.
Una situación similar la encontramos en el relato de Jesús que camina sobre
las aguas del lago encrespadas por la tempestad para llegar a la barca de
los discípulos. Pedro le pide que le permita también a él andar sobre las
aguas para ir a su encuentro. Como empezaba a hundirse, la mano tendida de
Jesús lo salva, subiendo después los dos a la barca. En ese instante el
viento se calma. Entonces ocurre lo mismo que había sucedido en la historia
de la pesca milagrosa: los discípulos de la barca se postran ante Jesús, un
gesto que expresa a la vez sobrecogimiento y adoración. Y reconocen:
"Realmente eres el Hijo de Dios" (cf. Mt 14, 22-33). La confesión de Pedro
narrada en Mateo 16, 16 encuentra claramente su fundamento en esta y en
otras experiencias análogas que se relatan en el Evangelio. En Jesús, los
discípulos sintieron muchas veces y de distintas formas la presencia misma
del Dios vivo.
Antes de intentar componer una imagen con todas estas piezas del mosaico,
debemos examinar brevemente aún la confesión de Pedro que aparece en Juan.
El sermón eucarístico de Jesús, que en Juan sigue a la multiplicación de los
panes, retoma públicamente, por así decirlo, el "no" de Jesús al tentador,
que le había invitado a convertir las piedras en panes, es decir, a ver su
misión reducida a proporcionar bienestar material. En lugar de esto, Jesús
hace referencia a la relación con el Dios vivo y al amor que procede de Él,
que es la verdadera fuerza creadora, dadora de sentido, y después también de
pan: así explica su misterio personal, se explica a sí mismo, a través de su
entrega como el pan vivo. Esto no gusta a los hombres; muchos se alejan de
Él. Jesús les pregunta a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?".
Pedro responde: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna: nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por
Dios" (Jn 6, 68s).
Hemos de reflexionar con más detalle sobre esta versión de la confesión de
Pedro en el contexto de la Última Cena. En dicha confesión se perfila el
misterio sacerdotal de Jesús: en el Salmo 106, 16 se llama a Aarón "el santo
de Dios". El título remite retrospectivamente al discurso eucarístico y, con
ello, se proyecta hacia el misterio de la cruz de Jesús; está por tanto
enraizado en el misterio pascual, en el centro de la misión de Jesús, y
alude a la total diferencia de su figura respecto a las formas usuales de
esperanza mesiánica. El Santo de Dios: estas palabras nos recuerdan también
el abatimiento de Pedro ante la cercanía del Santo después de la pesca
milagrosa, que le hace experimentar dramáticamente la miseria de su
condición de pecador. Así pues, nos encontramos absolutamente en el contexto
de la experiencia de Jesús que tuvieron los discípulos, y que hemos
intentado conocer a partir de algunos momentos destacados de su camino de
comunión con Jesús.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? En primer lugar hay que decir
que el intento de reconstruir históricamente las palabras originales de
Pedro, considerando todo lo demás como desarrollos posteriores, tal vez
incluso a la fe postpascual, induce a error. ¿De dónde podría haber surgido
realmente la fe postpascual si el Jesús prepascual no hubiera aportado
fundamento alguno para ello? Con tales reconstrucciones, la ciencia pretende
demasiado.
Precisamente el proceso de Jesús ante el Sanedrín pone al descubierto lo que
de verdad resultaba escandaloso en Él: no se trataba de un mesianismo
político; éste se daba en cambio en Barrabás y más tarde en Bar-Kokebá.
Ambos tuvieron sus seguidores, y ambos movimientos fueron reprimidos por los
romanos. Lo que causaba escándalo de Jesús era precisamente lo mismo que ya
vimos en la conversación del rabino Neusner con el Jesús del Sermón de
la Montaña: el hecho de que parecía ponerse al mismo nivel que el Dios vivo.
Éste era el aspecto que no podía aceptar la fe estrictamente monoteísta de
los judíos; eso era lo que incluso Jesús sólo podía preparar lenta y
gradualmente.
Eso era también lo que -dejando firmemente a salvo la continuidad
ininterrumpida con la fe en un único Dios- impregnaba todo su mensaje y
constituía su carácter novedoso, singular, único. El hecho de que el proceso
ante los romanos se convirtiera en un proceso contra un mesianismo político
respondía al pragmatismo de los saduceos. Pero también Pilato sintió que se
trataba en realidad de algo muy diferente, que a un verdadero "rey"
políticamente prometedor nunca lo habrían entregado para que lo condenara.
Con esto nos hemos anticipado. Volvamos a las confesiones de los discípulos.
¿Qué vemos, si juntamos todo este mosaico de textos? Pues bien, los
discípulos reconocen que Jesús no tiene cabida en ninguna de las categorías
habituales, que Él era mucho más que "uno de los profetas", alguien
diferente. Que era más que uno de los profetas lo reconocieron a partir del
Sermón de la Montaña y a la vista de sus acciones portentosas, de su
potestad para perdonar los pecados, de la autoridad de su mensaje y de su
modo de tratar las tradiciones de la Ley. Era ese "profeta" que, al igual
que Moisés, hablaba con Dios como con un amigo, cara a cara; era el Mesías,
pero no en el sentido de un simple encargado de Dios.
En Él se cumplían las grandes palabras mesiánicas de un modo sorprendente e
inesperado: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy" (Sal 2, 7). En los
momentos significativos, los discípulos percibían atónitos: "Este es Dios
mismo". Pero no conseguían articular todos los aspectos en una respuesta
perfecta.
Utilizaron -justamente- las palabras de promesa de la Antigua Alianza:
Cristo, Ungido, Hijo de Dios, Señor. Son las palabras clave en las que se
concentró su confesión que, sin embargo, estaba todavía en fase de búsqueda,
como a tientas. Sólo adquirió su forma completa en el momento en el que
Tomás tocó las heridas del Resucitado y exclamó conmovido: "¡Señor mío y
Dios mío!" (Jn 20, 28). Pero, en definitiva, siempre estaremos intentando
comprender estas palabras. Son tan sublimes que nunca conseguiremos
entenderlas del todo, siempre nos sobrepasarán.
Durante toda su historia, la Iglesia está siempre en peregrinación
intentando penetrar en estas palabras, que sólo se nos pueden hacer
comprensibles en el contacto con las heridas de Jesús y en el encuentro con
su resurrección, convirtiéndose después para nosotros en una misión.
(Benedicto XIV, Jesús de Nazaret, Primera Parte, Ediciones Planeta, Santiago
de Chile, 2007, pp. 337-356)
8 Jn 3, 13
9 Jn 6, 63
10 Mt 14, 33
11 Jn 1, 50
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La confesión de Pedro
1. - ¿Por qué razón nombra al fundador de la ciudad? Porque hay otra
Cesarea, la llamada de Estratón, y no fue en esta sino en aquélla, donde el
Señor preguntó a sus discípulos. Allí los llevó lejos de los judíos, a fin
de que, libres de toda angustia, pudieran decir con entera libertad cuanto
íntimamente sentían.
- ¿Y por qué no les preguntó inmediatamente lo que los sentían, sino que
quiso antes saber la opinión del vulgo? -Porque quería que, expresada ésta y
volviéndoles a preguntar a ellos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?, el
tono mismo de la pregunta los levantara a más alta opinión acerca de Él y no
cayeran en la bajeza de sentir de la muchedumbre. Por eso justamente tampoco
les interroga al comienzo de su predicación. Cuando ya había hecho muchos
milagros y les había dado tantas pruebas de su divinidad y de su concordia
con el Padre, entonces es cuando les plantea esta pregunta. Y no les dijo:
"¿Quién dicen los escribas y fariseos que soy yo?", a pesar de que éstos se
le acercaban muchas veces y conversaban con Él, sino ¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del hombre? Con lo que buscaba el Señor el sentir
incorruptible del pueblo.
Porque si bien ese sentir se quedaba más bajo de lo conveniente, por lo
menos estaba exento de malicia; más el de escribas y fariseos se inspiraba
en pura maldad.
Y para dar a entender el Señor cuán ardientemente deseaba que se confesara y
reconociera su encarnación, se llama a sí mismo Hijo del hombre, designando
así su divinidad, como lo hace en muchas otras partes. Por ejemplo, cuando
dice: Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que está en el
cielo8. Y otra vez: ¿Qué será cuando viereis al Hijo del hombre que sube a
donde estaba primero?9 Luego le respon- dieron: Unos que Juan Bautista,
otros Elías, otros Jeremías o alguno de los profetas. Y, expuesta así esta
errada opinión, prosiguió entonces el Señor: Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo? Lo que era invitarlos a que concibieran más altos pensamientos sobre
Él y mostrarles que la primera sentencia se quedaba muy por bajo de su
auténtica dignidad.
De ahí que requiera otra de ellos y les plantee nueva pregunta, a fin de que
no cayeran juntamente con el vulgo. Y es que la gente, como le habían visto
hacer al Señor milagros muy por encima del poder humano, por un lado le
tenían por hombre, pero, por otro, les parecía un hombre aparecido por
resurrección, como decía el mismo Herodes. Más con el fin de apartar a sus
discípulos de semejante idea, el Señor les vuelve a preguntar: Pero
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Vosotros, es decir, los que estáis
siempre conmigo, los que me veis hacer milagros, los que por virtud mía
habéis hecho también muchos.
Pedro, boca de los Apóstoles
¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? El siempre ardiente;
él, director del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados,
responde solo. Y es de notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del
vulgo, todos contestaron a su pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos
directamente, entonces es Pedro quien se adelanta y toma la mano y dice: Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde Cristo?:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre
te lo han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por
Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido
obra de una revelación.
De haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la
bienaventuranza. La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en
la barca, después de la tormenta de que fueron testigos, exclamaron:
verdaderamente es éste Hijo de Dios10 . Y, sin embargo, a pesar de su
aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados bienaventurados. Porque
no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa Pedro.
Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era
verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la
misma sustancia o naturaleza de Dios Padre.
La confesión de Pedro, revelación del Padre
2. También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres
el rey de Israel. Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es
reprendido por el Señor por haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo
cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera,
crees? Cosas mayores has de ver11. ¿Por qué, pues, Pedro es proclamado
bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de Dios. De ahí que en los
otros casos nada semejante dijo el Señor; más en éste nos hace ver también
quién fue el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo
Pedro tan ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y
adulación y de ganas que tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que
nadie pudiera pensar así, Jesús nos descubre quién fue el que habló antes al
alma de Pedro, y nos demos así cuenta que, si Pedro fue quien habló, el
Padre fue quien le dictó las palabras -palabras que ya no podemos mirar como
opinión humana, sino creerlas como dogma divino-. -Mas ¿por qué no lo afirma
el Señor mismo y dice: "Yo soy el Cristo", sino que lo va preparando por sus
preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo?
-Porque así era entonces para Él más conveniente y necesario y de esta
manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe de aquella misma confesión
por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo al Padre?
Porque tampoco al Padre le conoce nadie-dice Él mismo-, sino el Hijo y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar12. Luego no es posible conocer al Hijo
sino por el Padre, ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte
que aun por aquí se demuestra patentemente la igualdad y consustancialidad
del Hijo con el Padre.
La promesa de Jesús a Pedro
- ¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te
llamarás Cefas13. Como tú has proclamado a mi Padre-le dice-, así también yo
pronuncio el nombre de quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir:
Como tú eres hijo de Jonás, así lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás,
superfluo era llamarle hijo de Jonás. Más como Pedro le había llamado Hijo
de Dios, Él añade el nombre del padre de Pedro, para dar a entender que lo
mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era Él Hijo de Dios, es decir, de la
misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de tu confesión.
Por aquí hace ver ya que habían de ser muchos los que creerían, y así
levanta el pensamiento de Pedro y le constituye pastor de su Iglesia. Y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y si contra ella no
prevalecerán, mucho menos contra mí. No te turbes, pues, cuando luego oigas
que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor:
Y yo te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te
daré las llaves? Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las
llaves del reino de los cielos.
Y no dijo: "Yo rogaré a mi Padre"; a pesar de ser tan grande la autoridad
que demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso,
Él dijo: Yo te daré. Y qué le vas a dar, dime? -Yo te daré las llaves del
reino de los cielos; y cuanto tú desatares sobre la tierra, desatado quedará
en los cielos.
¿Cómo, pues, no ha de ser cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su
izquierda, cuando ahora dice: Yo te daré? ¿Veis cómo Él mismo, levanta a
Pedro a más alta idea de Él y se revela a sí mismo y demuestra ser Hijo de
Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas que atañen sólo
al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a su
Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la
firmeza de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo
que aquí promete el Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo
decía hablando con Jeremías: Que le haría como una columna de bronce o como
una muralla14.
Sólo que a Jeremías le hace tal para una sola nación, y a Pedro para la
tierra entera. Aquí preguntaría yo con gusto a quienes se empeñan en rebajar
la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores: los que dio el Padre o los que
dio el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de revelarle al
Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la
suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo
que hay en el cielo, pues le entregó sus llaves -Él, que extendió su Iglesia
por todo lo descubierto de la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo:
Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará15. El que
tales dones da, el que tales hazañas realizó, ¿cómo puede ser inferior? Y al
hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque todo
fue hecho por Él, y sin É1 nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer
callar la lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan.
Jesús prohíbe que se revele su mesianidad
3. Mirad, pues, por todas partes la autoridad del Señor: Yo te digo: Tú eres
Piedra. Yo edificaré mi Iglesia. Yo te daré las llaves de los cielos. Y
entonces-después de dicho esto- les intimó que a nadie dijera que Él era el
Cristo. -A ¿qué fin semejante intimación? -Es que ante todo quería el Señor
que desapareciera todo lo que podía escandalizarlos, que se consumara el
misterio de la cruz y de cuanto Él tenía que padecer, que no hubiera ya nada
que pudiera impedir ni nublar la fe de las gentes en Él, y entonces, sí,
clara e inconmovible, grabar en el alma de sus oyentes la conveniente idea
que de Él habían de tener. Porque todavía no había brillado con entera
claridad su poder. De ahí que Él quería ser predicado por los Apóstoles,
cuando la verdad de las cosas y la fuerza de los hechos vendrían a
corroborar lo que ellos dirían sobre su persona. Porque no era lo mismo
verle en Palestina tan pronto haciendo milagros como ultrajado y
perseguido-más que más, cuando a los milagros tenía que suceder la cruz-y
verle adorado y creído por toda la tierra, sin tener ya que sufrir nada de
cuanto antes había sufrido.
De ahí su orden ahora de que a nadie dijeran nada. Porque lo que una vez
arraigó y luego se arranca, difícilmente hubiera vuelto a echar nueva- mente
raíces plantado en el alma de las gentes; en cambio, lo que una vez fijo
sigue allí inconmovible, sin que de parte alguna se le haga daño, eso es lo
que brota fácilmente y crece a mayor altura. Y es así que si quienes habían
presenciado tantos milagros y a quienes se les habían revelado tan inefables
misterios se escandalizaron de solo oír hablar de la cruz, y no sólo ellos
en general, sino el mismo director de coro, que era Pedro, considerad qué
hubiera naturalmente pasado a la muchedumbre si por un lado se les decía que
Jesús era Hijo de Dios y por otro le veían crucificado y escupido, cuando
nada sabían aún de estos misterios inefables ni habían recibido la gracia
del Espíritu Santo.
Porque si a sus mismos discípulos hubo de decirles el Señor: Muchas cosas
tengo aún que deciros, pero no las podéis comprender ahora16, mucho menos lo
hubiera comprendido el pueblo si antes del tiempo conveniente se le hubiera
revelado el más alto de todos los misterios. De ahí la prohibición del Señor
de que nada dijeran sobre su filiación divina. Y porque os deis cuenta de
cuán conveniente era que sólo después-pasado ya cuanto podía
escandalizarlos-se les diera la, plena enseñanza de tan alta verdad, miradlo
por el mismo Pedro, príncipe de los apóstoles.
Porque ese mismo Pedro que después de tantos milagros se mostró tan débil
que negó a su maestro y tembló de una vil criadilla, una vez que la cruz fue
delante y tuvo pruebas claras de la resurrección y nada había ya que pudiera
escandalizarle ni turbarle; Pedro, digo, tan inconmoviblemente mantuvo la
enseñanza del Espíritu Santo, que con más vehemencia que un león saltó en
medio del pueblo judío, a despecho de los peligros infinitos de muerte que
le amenazaban. Porque muchas cosas-les dice-tengo aún que deciros; pero no
podéis comprenderlas ahora.
Y es así que los apóstoles no comprendieron muchas cosas que el Señor les
había dicho, y que no se les aclararon antes de la cruz. Cuando hubo
resucitado, cayeron en la cuenta de algunas de ellas. Con razón, pues, les
mandó que no las dijeran antes de la cruz a la muchedumbre, pues a ellos
mismos, que las habían de enseñar, no se atrevió a encomendárselas todas
antes de la cruz.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía
54, 1-3, BAC Madrid 1956, 137-145)
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - El Primado de Pedro (Mt
16,13-20)
Introducción
El acontecimiento narrado en el evangelio de hoy está situado en el tercer
año de la vida pública de Cristo. Según la cronología de los cuatro
evangelios faltan, aproximadamente, ocho meses para su pasión muerte y
resurrección. Jesús ya va culminando toda la transmisión de su doctrina y su
obra principal: la fundación de la Iglesia Católica. Santa Tomás define toda
la obra de Cristo de esta manera: "A esto vino Cristo a este mundo: para
fundar la Iglesia"17. Y hoy la provee de la indefectibilidad y la
infalibilidad dándole la Roca sobre la cual se asienta, es decir, Pedro, que
es el Papa. El evangelio de hoy nos habla del Primado de Pedro.
El lugar en que sucedió el acontecimiento que narra el evangelio de hoy es
la región de Cesaréa de Filipo, a 40 km. al Norte del Mar de Galilea. En la
época de Jesús había dos Cesaréa. Una era la Cesaréa Marítima, que quedaba
en la costa del mar Mediterráneo en la región central de Israel. Esta
Cesaréa, llamada también Traconis, había sido construida por Herodes el
Grande en honor de César Augusto. La Cesaréa de Filipo del evangelio de hoy
fue construida por Filipo (hijo de Herodes el Grande) en honor de César
Tiberio. Esta ciudad está ya fuera de los límites de la Galilea; está dentro
de la zona de la Traconítide que, junto con Abilene e Iturea, era gobernada
por Filipo.
Dado que lo central del evangelio de hoy es la constitución del Primado de
Pedro sobre toda la Iglesia y la revelación de la indefectibilidad e
infalibilidad de Pedro y de la Iglesia, vamos a centrarnos casi solamente en
la respuesta que Jesús hace a la confesión de Pedro, donde de hecho se
instituye el Primado de Pedro.
1. La confesión de Pedro
Pedro responde la pregunta de Jesús acerca de quién dicen ellos, los
Apóstoles, que es Él, de la siguiente manera: "Tu eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo" (Mt 16,16) .
Con esto dice dos cosas: que es el Mesías y que es el Hijo natural de Dios.
"El Mesías es el plenipotenciario de Dios, el último enviado después de
todos los profetas. Después de él no puede venir nadie más que le supere. Su
palabra es la última palabra de Dios, el Mesías según la fe de los rabinos
trae la válida interpretación de la torah. La presentación del Mesías
determina el tiempo de empezar el último tiempo. Es la gran y concluyente
señal que Dios pone en el mundo"18. Mesías significa 'ungido' y el ungido
por excelencia en Israel es el rey. El Mesías, que en griego se dice
'Cristo', era el rey esperado desde los tiempos de Israel que lo iba a
liberar definitivamente de toda opresión.
Y al responder que Jesús es el Hijo de Dios viviente, está afirmando la
divinidad de Cristo. En efecto, dice San Juan Crisóstomo: "Si Pedro no
hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo,
su confesión no hubiera sido obra de una revelación. (...) ¿Por qué, pues,
Pedro es proclamado bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de
Dios"19. Y dice Santo Tomás: "¿Por qué Pedro es aquí proclamado
bienaventurado y no los otros? Porque los otros lo habían confesado como
hijo adoptivo de Dios, en cambio aquí Pedro lo confesó Hijo natural de Dios.
Por esta razón aquí Pedro es declarado bienaventurado por sobre los demás,
por ser el primero en confesar la divinidad de Cristo"20.
2. La respuesta de Jesús
Son cuatro las cosas que Jesús le dice a Pedro. Veámoslas de la manera más
breve posible, de acuerdo al ámbito obligado de una homilía dominical.
2.1 "Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18a)
En el original griego se dice literalmente: "Tú eres Petros y sobre esta
petra edificaré mi Iglesia". Sin embargo, Jesucristo habló en arameo y usó
el sobrenombre de Petros en arameo, es decir, Kéfas, que en arameo es de
género masculino21. Entonces, Jesucristo en arameo dijo: "Tú eres Kéfas y
sobre este kéfas edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Por eso dice un autor:
"En arameo el juego de palabras era perfecto"22.
La imagen es muy simple y clara: es la de un castillo que pone sus cimientos
artificiales (cal, arena, etc.) sobre un cimiento natural, es decir, la
roca. Un castillo así no puede ser expugnado.
El nombre Petros, en griego, en todo el Nuevo Testamento aparece 154 veces.
A eso hay que agregarle las 9 veces que se lo llama Kéfas (sin contar las
veces que, a la misma persona, se la denomina con su nombre de pila, es
decir, Simón). Solamente es superado por el nombre de Jesús (905 veces) y
por el nombre de Cristo (529 veces)23. Esto quiere decir mucho: el
sobrenombre Kéfas en arameo o Pétros en griego fue importantísimo para la
Iglesia naciente porque significaba una función capital dentro de la
Iglesia, función que había sido conferida por el mismo Cristo. O sea que el
hecho que se mantuviera de una manera tan escrupulosa el sobrenombre de
Kéfas-Petros solamente puede explicarse por el hecho de que Jesús asignó a
Simón la función de ser roca o fundamento del edificio de la futura
comunidad mesiánica, y esa comunidad así lo reconocía y quería expresarlo
sin ambigüedades.
De aquí se sigue que Pedro (una persona) será el fundamento de toda una
edificación. La Iglesia se compara (metáfora) a una ciudad o un castillo.
Esa Iglesia es una sociedad sobrenatural a la cual hay que pertenecer
necesariamente para salvarse. Esa sociedad, formada por hombres, se asienta
sobre Pedro como sobre una Roca.
Esto implica tres cosas. Primero, la Iglesia de Cristo no puede ser más que
una (mi Iglesia, en singular). Segundo, la unidad de la Iglesia. Un castillo
recibe unidad si sus cimientos artificiales están asentados sobre cimientos
naturales, es decir, roca. Tercero, preeminencia. Si bien la Roca está
debajo, sin embargo, es la causa de la existencia de la Iglesia. Por lo
tanto, la Roca está por encima de todas las demás piedras que forman el
castillo o la ciudad. Esa Roca es la primera, la cabeza o la autoridad
absoluta.
2.2 "Las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16,18b)
La palabra que en castellano vertimos por 'infierno', en el original griego
es hades. Hades en griego es lo que la Biblia del AT llama sheol. El sheol
en el AT "significa en sí la mansión de los muertos, con la tendencia a
designar cada vez más exclusivamente a aquellos que han sido arrastrados por
los poderes del mal a la muerte del pecado y se encuentran encerrados
juntamente con el diablo en su reino (Is 14,9; Ez 32,17-18)"24. Las puertas
son el signo del poder, dado que un castillo o una ciudad era más fuerte
mientras más fuertes eran sus puertas.
Esto implica dos cosas. Primero, la muerte no prevalecerá sobre la Iglesia,
es decir, la Iglesia de Cristo permanecerá para siempre.
Segundo, y como consecuencia necesaria de lo primero, la Roca debe estar
siempre presente y no puede no estar. La Roca, una persona, debe estar en
los sucesores de la Roca. La Roca fue obispo de Roma, luego el obispo de
Roma será la Roca.
Tercero, importantísimo, lo más importante de todo. Ni el pecado ni el
diablo prevalecerán sobre la Iglesia o sobre la Roca. Esto significa que la
Iglesia será indefectible de manera infalible en su función de brindar la
salvación a aquellos que quieran salvarse, es decir, crean en Cristo y
quieran pertenecer a esa sociedad sobrenatural que es la Iglesia. Esto no
quiere decir que no va a haber pecado dentro de la Iglesia ni que el diablo
no vaya a sembrar hombres malvados dentro de la Iglesia (parábola del trigo
y la cizaña), sino que ni el pecado del mundo (exterior a la Iglesia) ni el
pecado que está dentro de la Iglesia ni los hombres malvados del mundo (de
fuera de la Iglesia) ni los hombres malvados sembrados por el diablo dentro
de la Iglesia podrán impedir que la Iglesia brinde siempre indefectiblemente
de manera infalible la salvación a aquellos que quieran salvarse.
En esta frase ('las puertas del infierno no prevalecerán'), está el
fundamento bíblico de la infalibilidad del Papa, pero en forma general. Con
la última frase, 'lo que ates…, lo que desates…, etc.', es decir, con el
poder de atar y desatar, se especificará en qué consiste la infalibilidad de
la Roca y, en consecuencia, de la Iglesia.
Por lo tanto, el fundamento bíblico del dogma de la infalibilidad se
encuentra en estas tres palabras del original griego: ou katisjýsousin
autês, 'no prevalecerán sobre ella'25.
2.3 "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos" (Mt 16,19a)
Para Santo Tomás la figura de las llaves expresa una realidad muy simple y
muy clara. Cristo fundó la Iglesia para introducir a los hombres en el Reino
de los Cielos. Para introducir a alguien en un reino o castillo se necesitan
las llaves para abrir las puertas. Por lo tanto, se puede decir que las
llaves tienen la misión de introducir. Por lo tanto, al darle a Pedro las
llaves del Reino de los Cielos le dio la misión de introducir a los hombres
en el Reino de los Cielos. Resumiendo: "Cristo dio a Pedro las llaves. Ahora
bien, las llaves introducen. Por lo tanto, Pedro tiene el ministerio de
introducir"26.
Introducir significa quitar los impedimentos para entrar. Ahora bien, los
impedimentos no provienen del Reino, que está siempre abierto, como dice el
Apocalipsis: "He aquí que vi una puerta abierta en el cielo" (Apoc 4,1). Los
impedimentos provienen de nosotros. Esos impedimentos son nuestros pecados.
Por lo tanto, el ministerio o servicio de introducir que tiene Pedro
consiste en quitar los pecados de los hombres para que puedan entrar en el
Reino de los Cielos, como dice el Apocalipsis: "En la ciudad celestial no
entrará nada impuro" (Apoc 21,27). Por lo tanto, el ministerio o servicio o
poder de las llaves consiste en una comunicación que Cristo hace a Pedro
para que, por su ministerio, los pecados sean perdonados, lo cual se realiza
por virtud de la sangre de Cristo27.
Por lo tanto, decir 'a ti te daré la llave del Reino de los Cielos' es lo
mismo que decir 'a ti daré el ministerio de perdonar los pecados en virtud
de la sangre que yo derramaré en la cruz'.
La relación entre la frase 'las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella' y la frase 'te daré las llaves del Reino de los Cielos' es la
siguiente. La primera frase asegura la indefectibilidad y la infalibilidad
de la Iglesia a causa de la Roca sobre la que está fundada, la persona de
Pedro. De esta manera deja libre y sin preocupaciones al dueño de casa para
que pueda cumplir su función con toda seguridad, indefectibilidad e
infalibilidad. Es decir, deja libre al dueño de casa para que abra la puerta
con las llaves que Cristo le dio, sin preocuparse de los enemigos (la
muerte, el pecado y el diablo). Abrir la puerta significa dar la salvación.
La última frase especifica en qué consistirá concretamente esa
indefectibilidad e infalibilidad prometida en general en las dos frases
anteriores. Por eso dice Santo Tomás: "Primero le confió las llaves; luego
le enseña su uso, cuando dice: 'Lo que ates en la tierra, quedará atado
también en el cielo, etc.'"28.
Hay, por lo tanto, una graduación en la revelación de la indefectibilidad e
infalibilidad de Pedro y de la Iglesia. Primero, se afirma esa
indefectibilidad e infalibilidad con toda certeza y seguridad en la frase
'las puertas del infierno no prevalecerán contra ella'. Después se dice que
esa indefectibilidad e infalibilidad consistirá en dar la salvación a los
que quieran salvarse en la frase 'te daré las llaves del Reino de los
Cielos'. Y finalmente se especifica cómo se realizará y en que consistirá
concretamente esa indefectibilidad e infalibilidad en la frase 'lo que ates
en la tierra será también atado en el cielo…'
2.4 "Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en
la tierra…" (Mt 16,19b) Las siguientes palabras se W. Trilling explican
exacta y brevemente lo que significa la frase de Cristo:
"Las expresiones atar y desatar provienen de la terminología rabínica. Con
ellas se entendía que alguien tiene el poder de declarar verdadera o falsa
una doctrina. Un segundo significado alude al poder de excluir a alguien de
la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. (…). Los
dos significados guardan una relación interna entre sí (…). Con tales
palabras se abría o se cerraba a la comunidad de Israel el acceso al reino
de Dios. Es de suponer que en las palabras de Jesús también tienen validez
los dos significados en su relación interna. Pedro debe tener el poder de
decidir qué ha de estar en vigor como verdadera doctrina y quién puede
participar en la salvación del reino de Dios siendo recibido en la Iglesia
de Cristo"29.
Por lo tanto, la indefectibilidad e infalibilidad de Pedro residen en dos
cosas. En primer lugar, en el hecho de que jamás puede equivocarse al
declarar verdadera o falsa una doctrina cuando actúa como Pedro (y no como
teólogo privado). En segundo lugar, en la capacidad para aplicar sanciones
penales que, incluso, pueden llegar hasta la exclusión de la pertenencia a
la Iglesia, es decir, la excomunión.
Ambas capacidades tienen una relación interna, dice Trilling. ¿Por qué?
Porque Pedro, ante la pertinacia en un error doctrinal, es decir, ante la
pertinacia en una herejía, puede y debe aplicar la sanción penal de la
excomunión. La primera, principal y fundamental causa (aunque no la única)
por la cual Cristo dio a Pedro la capacidad de aplicar la excomunión es la
obstinación en la herejía. Pero, en general, es "el poder y el derecho de
discernir, para que distinga a los dignos del Reino de los Cielos de los que
no lo son"30.
3. El Magisterio de la Iglesia
Todo lo dicho anteriormente coincide perfectamente con el dogma de la
infalibilidad del Papa declarado solemnemente el 18 de julio de 1870 en el
Concilio Vaticano I: "Así, pues, Nosotros, siguiendo la tradición recogida
fielmente desde el principio de la fe cristiana, para gloria de Dios
Salvador nuestro, para exaltación de la fe católica y salvación de los
pueblos cristianos, con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y
definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, - cuando
habla ex cathedra - esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor
de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una
doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia
universal -, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del
bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad (infallibilitate) de que
el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición
de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las
definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por
el consentimiento de la Iglesia. Y si alguno tuviere la osadía, lo que Dios
no permita, de contradecir a esta nuestra definición, sea anatema"31. El
'sea anatema' quiere decir que es pecado mortal negar esta doctrina.
Y el Concilio Vaticano II consideró necesario repetir esta doctrina: "El
Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir,
como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y
universal potestad, que puede siempre ejercer libremente" (Lumen Gentium, nº
22).
Y también dice el Concilio Vaticano II: "Esta infalibilidad que el divino
Redentor quiso que tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y
costumbres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito de la Revelación,
que debe ser custodiado santamente y expresado con fidelidad" (Lumen
Gentium, nº 25).
Conclusión
Debemos tener la absoluta certeza de que jamás existirá un legítimo sucesor
de Pedro en el episcopado de Roma que pueda defeccionar en la misión
fundamental de asegurar la salvación eterna para aquellos que se quieran
salvar. Es absolutamente imposible, con necesidad teológica, que algún Papa,
hablando como Papa, nos enseñe una doctrina errónea. Es absolutamente
imposible, con necesidad teológica, que algún Papa haga una reforma de la
Iglesia de tal tenor que sea un obstáculo insalvable para la salvación de
los que se quieren salvar. La Iglesia es indefectible a causa de su Roca, el
Papa, y siempre, absolutamente siempre, brindará con plenitud los medios de
salvación para aquel que los requiera.
Esta verdad debe ser un bálsamo permanente para nuestras mentes turbadas
ante tanta confusión doctrinal como la hay hoy. Lamentablemente dan un
triste espectáculo ciertos blog de gente católica (sacerdotes y laicos), que
tienen cierta formación teológica y recta doctrina y que critican
abiertamente al Papa Francisco, sembrando la desazón y la duda acerca del
dogma (no olvidemos, dogma) de la infalibilidad papal que implica la
indefectibilidad de la Iglesia. Y siembran también el temor y el
desconcierto acerca de lo que pueda ocurrir con la Iglesia.
La fe en el dogma de la infalibilidad del Papa no me obliga a creer que
todas las decisiones de gobierno del Papa sean impecables. El dogma versa
sobre las verdades referidas a la fe y las costumbres. Tampoco quiere decir
que todas las frases que diga un Papa sean felices y bien logradas. Tampoco
quiere decir que todo Papa debe caerme simpático. La fe en el dogma de la
infalibilidad del Papa tampoco me impide considerar que el estilo de un Papa
me guste más que el estilo de otro Papa. Eso es perfectamente legítimo.
Pero es necesario tener presente un principio esencialísimo en el modo de
considerar a nuestros superiores jerárquicos en la Iglesia, en primer lugar,
el Papa. Ese principio está enunciado por San Ignacio de Loyola en las
"Reglas para el verdadero sentido que debemos tener en la Iglesia"32, es
decir, las reglas con las que este gran santo hacer regir el tan mentado
sensus Ecclesiae. En la regla nº 10 dice: "Aun cuando las costumbres de
nuestros superiores no fuesen buenas, no hay que criticarlas ni predicando
en público ni hablando delante del pueblo sencillo, porque engendrarían más
murmuración y escándalo que provecho. De esta manera indignaríamos al pueblo
contra sus superiores. Pero hay que tener en cuenta que, así como hace daño
el hablar mal en ausencia de los superiores a la gente sencilla, así también
puede hacer provecho hablar de las malas costumbres de nuestros superiores a
las personas que pueden poner remedio"33.
Por lo tanto, mal hacen aquellos que les parece encontrar defectos en el
Papa Francisco al publicarlos desde un ambón tan altisonante como es la web
y que está al alcance de tanta gente sencilla. Les falta sensus Ecclesiae.
Si ellos consideran que el Papa Francisco comete errores y faltas deberían
tratar de hablar con aquellas personas que pueden poner remedio, como puede
ser algún Cardenal o grupo de cardenales. Pero si no se puede hacer eso,
entonces lo que se debe hacer es callar.
San Pablo no dudó en corregir a San Pedro porque Pedro cometió el pecado de
simulación, ya que desde que llegaron a Antioquía los cristianos partidarios
de la circuncisión, Pedro no se juntó más con los cristianos que procedían
de la gentilidad (Gál 2,11-14). Pero Pablo corrigió a Pedro en su propia
cara. Si eso, para nosotros, no es posible hacerlo, debemos callar. No nos
es lícito comentarlo con la gente sencilla "porque engendraríamos más
murmuración y escándalo que provecho".
Si a causa de una actitud que no me gusta de algún Papa se engendra en mí
alguna turbación, en ese caso debe primar y prevalecer siempre el dogma
sobre cualquier defecto o estilo que no es de mi agrado. En estos casos
debemos tener siempre muy presente lo que dice el Concilio Vaticano II:
"Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo
particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice
aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con
reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al
parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se
colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la
frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo"
(Lumen Gentium, nº 25).
Pidámosle a la Virgen María la gracia, tan necesaria en nuestro tiempo, de
descansar plácidamente sobre el dogma de la infalibilidad del Papa.
Notas
16 Jn 16, 12
17 "Ad hoc venit Christus in hunc mundum ut
Ecclesiam fundaret" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthaei
lectura, caput 16, lectio 2; traducción nuestra).
18 TRILLING, W., en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
19 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el
Evangelio de San Mateo, Homilía 54,1, BAC, Madrid, 1956, p. 139.140.
20 SANCTI TOMAE DE AQUINO, ibidem; traducción
nuestra.
21 Espero que no se me enojen los defensores de
la 'ideología de género'.
22 ANTON, A., La Iglesia de Cristo, BAC, Madrid,
1977, p. 407.
23 Cf. GUERRA GÓMEZ, M., El idioma del Nuevo
Testamento, Ediciones Aldecoa, Burgos, 1981, p. 115.
24 ANTON, A., La Iglesia de Cristo…, p. 409.
25 La Vulgata vierte: Non praevalebunt adversum
eam.
26 "Christus (…) Petrum (…) claves dedit. Clavis
enim introducit: unde Petrus habet ministerium introducendi" (SANCTI TOMAE
DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). Ministerium puede traducirse por
'ministerio' o también por 'servicio'.
27 Cf. SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem
28 "Primo claves committit; secundo usum docet:
et quodcumque ligaveris super terram, erit ligatum et in caelis et cetera"
(SANCTI
TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
29 TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en
El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
30 RÁBANO MAURO, citado en SANTO TOMÁS DE AQUINO,
Catena Aurea, comentario a Mt 16,18.
31 CONCILIO VATICANO I, Constitución Dogmática
Pastor Aeternus sobre la Iglesia de Cristo, cap. 4; DENZINGER- SCHONMETZER,
nº 3073 - 3075
32 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Libro de los Ejercicios
Espirituales, nº 352 - 370.
33 Esta es una traducción nuestra del castellano
antiguo de San Ignacio a un castellano que pretende ser más moderno y más
fácil de entender. San Ignacio dice textualmente: "10ª regla. Debemos ser
más promptos para abonar y alabar assí constitutiones, comendaciones como
costumbres de nuestros mayores; porque dado que algunas no sean o no fuesen
tales, hablar contra ellas, quier predicando en público, quier platicando
delante del pueblo menudo, engendrarían más murmuración y escándalo que
provecho; y assí se indignarían el pueblo contra sus mayores, quier
temporales, quier spirituales. De manera que así como hace daño el hablar
mal en absencia de los mayores a la gente menuda, así puede hacer provecho
hablar de las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas"
(SAN IGNACIO DE LOYOLA, ídem, nº 362)
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Aplicación: Papa Francisco - ¿Quién pensamos que es Jesús?
En el Evangelio dominical que refiere la pregunta de Cristo a los Apóstoles,
"¿y ustedes quién dicen que soy yo?", es necesario responder a Jesús con el
corazón, inspirados por la veneración por Él y por la roca de su Amor.
"¿Quién dicen que soy yo?" Una pregunta a la cual Pedro responde: "Tú eres
el Cristo de Dios, el Ungido del Señor", que también dos mil años después
nos implica, que nos pone en crisis, una prueba del nueve en nuestro camino
de fe. Una pregunta dirigida al corazón y a la que hay que responder con la
humildad del pecador, más allá de las frases hechas o de conveniencia, que
casi contiene otra, especular y también decisiva: "¿Quién pensamos que es
Jesús?":
Nosotros, también nosotros, que somos apóstoles y siervos del Señor debemos
responder, porque el Señor nos pregunta: "¿Qué cosa piensas tú de mí?". Pero
lo hace, ¡eh! ¡Lo hace tantas veces! "¿Qué cosa piensas tú de mí?" dice el
Señor. Y nosotros no podemos hacer como aquellos que no entienden bien.
"¡Pero tú eres el ungido! Sí, he leído". Con Jesús no podemos hablar como
con un personaje histórico, un personaje de la historia, ¿no? Jesús está
vivo ante nosotros. Esta pregunta la hace una persona viva. Y nosotros
debemos responder, pero con el corazón".
También hoy estamos llamados por Jesús a realizar esa elección radical hecha
por los Apóstoles, una elección total, en la lógica del "todo o nada", un
camino que hay que realizar y para el cual hay que estar iluminados por una
"gracia especial", vivir siempre sobre la sólida base de la veneración y del
amor por Jesús: Veneración y amor por su Santo Nombre. Certeza de que Él nos
ha establecido sobre una roca: la roca de su Amor. Y de este amor nosotros
te damos la respuesta, damos la respuesta. Y cuando Jesús hace estas
preguntas - '¿Quién soy yo para ti?' - hay que pensar en esto: yo estoy
establecido sobre la roca de su amor.
Él me guía. Debo responder firme sobre esa roca y bajo su guía.
"¿Quién soy yo para ustedes?", nos pregunta Jesús. A veces se siente
vergüenza de responder a esta pregunta porque sabemos qué es lo que no va en
nosotros, somos pecadores. Pero es precisamente éste el momento en el
debemos confiar en su amor y responder con ese sentido de la verdad, tal
como hizo Pedro en el Lago de Tiberíades. "Señor tú sabes todo". Es
precisamente en el momento en que nos sentimos pecadores, cuando el Señor
nos ama tanto y así como puso al pescador Pedro como jefe de su Iglesia, del
mismo modo también con nosotros hará algo bueno:
¡Él es más grande, Él es más grande! Y cuando nosotros decimos de la
veneración y del amor, seguros, seguros sobre la roca del amor y bajo su
guía: 'Tú eres el ungido', esto nos hará tanto bien y nos hará ir hacia
delante con seguridad y nos hará tomar la Cruz cada día, que a veces es
pesada. Vayamos adelante así, con alegría, y pidiendo esta gracia: ¡dona a
tu pueblo, Padre, ¡vivir siempre en la veneración y en el amor por tu Santo
Nombre! Y con la certeza de que ¡Tú jamás privas de tu guía a aquellos que
has establecido sobre la roca de tu Amor! ¡Así sea!
(Homilía del Papa Francisco el domingo 23 de junio de 2013).
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La confesión de Pedro Mt 16,
13-20
El Evangelio de este domingo relata la confesión de Pedro y la promesa de su
primado por parte de Jesús. ¿Dónde sucedió? En el confín norte de la
Palestina en una ciudad llamada Cesarea de Filipo. En ese lugar se
encontraba un templo construido por Herodes en honor del Cesar y un templo
al dios Pan, dios de la fertilidad. Allí entre la adoración del estado, la
estatolatría y la adoración de la naturaleza, el naturalismo, los dos
enemigos eternos de la religión34
Jesús va a comenzar su Iglesia y la única religión en la que se encuentra la
salvación, la Católica y así como ambos templos se levantaban sobre la roca,
Jesús fundará su Reino sobre una piedra, Pedro. Este Reino aplastará las
falsas idolatrías para adorar al único Dios verdadero y su guía visible
también será un hombre que merece veneración máxima, no adoración, pero que
representa y es vicario del hombre-Dios al cual sí adoramos y por el cual se
llega a la adoración del único Dios.
Ante el asombroso espectáculo de las falsas religiones fundadas sobre la
piedra, Jesús pregunta a sus discípulos lo que opina la gente sobre Él.
Jesús quiere conocer la opinión pública.
Hoy dicen: la mayoría nunca se equivoca y la voz del pueblo es sagrada, la
voz de la mayoría tiene fuerza de verdad absoluta, los plebiscitos son
determinantes, el sufragio universal es la certeza. En éste caso, con gente
mucho más instruida, se equivocó. ¿Más instruida? Si, más instruida sobre el
conocimiento del taumaturgo y predicador que había surgido en el pueblo y
que casi la mayoría lo conocía personalmente y hasta tenía la oportunidad,
si quería, de vivir con Él o seguirlo temporalmente.
Esto no ocurre en nuestra sociedad masificada donde la opinión pública la
determina especialmente el poder de la propaganda, los medios de
comunicación social y en definitiva la minoría poderosa que los maneja y que
tiene bien claro los planes que sigue y los métodos para animalizar a los
hombres, es decir para masificarlos. La masa que opina, lamentablemente, no
tiene ni el más remoto conocimiento, la mayoría de las veces, sobre el tema
o la persona del cual opina o elige. Sólo conoce de oídas y por lo que le
hacen conocer.
La gente daba respuestas sobre Cristo cercanas pero no precisas. Todas ellas
no trascendían al hombre por más que confesaban en él un hombre
extraordinario, pues, entre un hombre extraordinario y Jesús hay un abismo.
Jesús les pregunta a ellos sobre su persona. Pedro en nombre de todos
responde: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Pedro confiesa a Jesús
como el Mesías esperado por Israel "el Cristo", pero confiesa algo que marca
su respuesta como sobrenatural, su divinidad: "el Hijo de Dios vivo". La
respuesta de Pedro es certera y es inspirada por el Padre. No procede del
hombre porque de ser así Pedro no hubiese dado una respuesta mayor que las
de la opinión pública. Jesús lo felicita y le manifiesta la gracia que ha
recibido de Dios y la eterna elección divina de ser el primero entre los
apóstoles. "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha
revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos".
A esa predilección del Padre por Pedro, conocida también eternamente por
Jesús, siguen las gracias necesarias para tal misión porque "Dios da a cada
uno la gracia según la misión para que es elegido"35.
Jesús lo hace fundamento de la Iglesia, lo hace kephas, piedra. Tu eres
Pedro, tu eres piedra y sobre ti, piedra, edificaré mi Iglesia, mi única
Iglesia, la Iglesia Católica y te doy seguridad que contra ella no podrá
nadie, ni siquiera el diablo, ni todos los diablos juntos. Y, además, de
fundar su Iglesia sobre él, le da las llaves de la Iglesia, lo constituye
señor sobre todos los que forman parte de ella, le da la primacía de
jurisdicción. Pedro es la cabeza visible de la Iglesia, el que la rige, el
monarca absoluto de ella y es el mismo Cristo que se nos hace visible en
Pedro. Quien obedece a Pedro, obedece a Cristo. Él es Cristo entre nosotros.
Y también le da el poder de atar y desatar, es decir, la potestad doctrinal
para declarar lo que está de acuerdo a la enseñanza de Cristo o no, lo que
deben seguir los cristianos para seguir a Cristo y lo que deben evitar para
no apartarse de Cristo.
Pedro tiene la potestad de determinar lo que está de acuerdo a la enseñanza
de Cristo en lo concerniente a la fe y a la moral.
Estas prerrogativas concedidas por Cristo a Pedro no terminan en la persona
de Pedro sino que se extienden a sus sucesores. Pedro es hoy el obispo de
Roma, el Papa. Pues la Iglesia no termina con Pedro, al contrario, comienza
con Pedro y se extenderá hasta la segunda venida en su aspecto visible
aunque definitivamente es eterna. Esta Iglesia que tiene ya más de dos mil
años sigue siendo regida por Pedro en la persona del Papa porque el Papa
sigue siendo la piedra sobre la cual Cristo la fundó.
La piedra sobre la cual ha sido fundada la Iglesia Católica es la que más
embates ha sufrido a lo largo de la historia porque todos saben que
removiendo la piedra fundamental todo el edificio se destruye pero es inútil
dar coces contra el aguijón36 porque la piedra es Cristo, el único
fundamento37, contra el que los hombres nada pueden, aunque destruyan la
piedra visible como ha sucedido a lo largo de la historia con los Papas
mártires o confesores. Todos los herejes y cismáticos, de una manera u otra,
han querido remover la piedra pero como la piedra es inamovible ellos se han
movido y edificado fuera de ella y su casa ha quedado en ruinas38.
No hay que idolatrar a la piedra visible porque construiríamos en Cesarea un
templo más a la creatura junto a los de Pan y el Cesar. El Papa hace las
veces de Cristo cuando habla como vicario de Cristo en las cosas referentes
a fe y moral y en eso no se equivoca, es infalible, porque es el mismo
Cristo el que habla por él. Pero en todo lo demás es un hombre como
cualquiera, hombre pecador y falible. Es plausible que sea santo porque
representa al "Santo de Dios" y que sea docto porque representa al "Maestro"
pero no ha sido así siempre. La voluntad de Cristo ha sido que esa cabeza
visible de la Iglesia, esa piedra que se ve a lo lejos sea la referencia
segura para no extraviar el camino, para no separarnos de Jesús, "el Cristo,
el Hijo de Dios vivo". Sin esta piedra diremos de Jesús que es "Juan el
Bautista", "Elías", "Jeremías", "un profeta" como hacen los protestantes y
todos los que van por ese camino. Pedro es un hombre, es el primero entre
los apóstoles, es el vicario de Cristo, es el monarca de la Iglesia, es el
pastor de toda la Iglesia. Es la piedra visible sobre la que se levanta la
Iglesia de Cristo destronando con la fuerza de la verdad a la idolatría y a
la opinión pública.
34 Cf. CASTELLANI, Las Parábolas de Cristo…, 190
35 III, 27, 5 ad 1
36 Cf. Hch 26, 14
37 Cf. 1 Co 3, 11
38 Mt 7, 26-27
(cortesía iveargentina)