Domingo 3 del Tiempo Ordinario A - 'Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca': Comentarios de Sabios y Santos I, con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: José María
Solé - Roma, C.M.F.
Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - Los primeros discípulos
de Jesús
Comentario teológico: Maertes-Frisque - Evangelio para todos
Santos
Padres: San Agustín - Grandes y pequeños escuchan
Aplicación: San Juan Pablo II - "El Señor es mi luz y mi salvación" (Sal
26/27,1).
Aplicación: Benedicto XVI - El Reino de Dios está cerca
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Valor teológico de la ida a Galilea
Aplicación: «Convertíos, porque está cerca el «Reino de los cielos».
Aplicación: Alessandro Pronzato - Seguimiento y Desprendimiento
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José
María Solé - Roma, C.M.F.
Isaías 8, 23; 9, 1-4:
El Profeta ve a su pueblo, los israelitas del Reino del Norte, sumidos en la
desolación suprema. Teglat-Falasar ha invadido el país, lo ha pasado todo a
espada y fuego y ha deportado a los infelices supervivientes como esclavos a
Nínive. En esta situación, y con la tragedia en puertas para el minúsculo
Reino de Judá, el Profeta enciende una radiante luz de esperanza: el Mesías.
- La opresión, angustia, desolación es suma: la tierra de Zabulón y Neftalí
(Reino del Norte) ha sido humillado: angustia, tinieblas, oscuridad
desoladora, noche, lobreguez suma (vv 8-9). Pueblo que camina en tinieblas,
reducido a extrema miseria (sombras del sheol), son expresiones que nos
indican la miseria, opresión y esclavitud a que la nación quedó reducida por
la guerra, hambre y deportación.
- La antítesis inesperada y gloriosa va a ser la Era Mesiánica que alborea
en el horizonte. La tierra humillada se cubrirá de gloria (y 9). A las
tinieblas sucede la luz (v 1); a la humillación y opresión, la liberación y
exaltación (y 2). Todo poder opresor queda destruido. Una paz exultante y
universal hace estallar el gozo en toda la humanidad (vv 3-4).
- Es evidente que el Profeta quiere que interpretemos todas estas
expresiones a escala Mesiánica y, por tanto, en sentido espiritual y
trascendente. Con ocasión de una miseria nacional, castigo doloroso de los
pecados e idolatrías de su pueblo, nos presenta la Era Mesiánica, victoria y
liberación del pecado. Esto se ve aún más claro en el v 5, en el que nos da
los rasgos del que será Mesías-Libertador. De Él nos dice: "Y es su nombre:
Consejero Maravilloso, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la Paz".
Será un hijo de David (v 6), pero los títulos y los nombres de este hijo de
David sobrepasan lo humano, por excelso y glorioso que sea. El N. T. nos
dará la luz plena para ver y captar lo que en estas magníficas iluminaciones
del A. T. prometían los grandes Profetas. El Evangelio pone a Isaías entre
los Profetas del A. T. que mejor han "visto" y preanunciado a Cristo: "Esto
dijo Isaías porque vio la gloria del Mesías y habló de Él" (in 12, 41).
I Corintios 1, 10-13. 17:
En esta Carta de Pablo a los Corintios se tocan temas pastorales de gran
interés. Temas que por lo que tienen de humano serán actuales en todas las
generaciones. La Iglesia de la tierra no es de perfectos, sino de pecadores
que se santifican. Fallos que la buena Pastoral ha de tener en cuenta en
todo momento para prevenirlos y, cuando esto no fuera posible, para
curarlos.
- El fallo de la Comunidad de Corinto es la discordia que escinde la
Comunidad en varios partidos. De momento son ya cuatro, cada uno con su
bandera, su grupito, su jefe. Unos se llaman "De Pablo"; otros, "De Pedro";
otros, "De Apolo"; otros, "De Cristo". No sabemos bien los matices
doctrinales, morales y litúrgicos que los distinguían. Los adictos a Pablo
podían ser los que blasonaban libertad mal entendida y motejaban de débiles
y escrupulosos a los que se consideraban obligados a la Ley Mosaica. Los "de
Pedro" podían ser "judaizantes" que, amparándose con el nombre de Pedro,
exigían fidelidad a la Ley Mosaica. De Apolo sabemos que era un retórico muy
elocuente y atildado; formó también su grupito, peligroso más que por el
culto de la vana retórica, por el prurito de gnosis e interpretaciones
audaces de la Escritura, que degeneraron muy pronto en herejías. Los "de
Cristo", más bien que fieles a Cristo, parecen ser fieles tocados de
fariseísmo.
- Pablo se alarma por estas banderías que atomizan la Comunidad; y más por
las causas que dan origen a estas escisiones entre hermanos. Nacen sobre
todo del orgullo (4, 6-21); otras veces de un falso concepto de la doctrina
y vida cristiana que se considera como una filosofía o un sistema de
verdades teóricas, al estilo de las escuelas filosóficas y retóricas (1,
18-3, 4); y otras veces de un falso concepto de los predicadores. Estos son
"Ministros" de Cristo y no jefes de partidos (3, 5-4, 5). ¿No padecemos hoy
los mismos males y por idénticas causas?
- Pablo en el v 17 nos expone cómo la virtud de la vida cristiana no mana de
ninguna fuente humana, sino de la Cruz de Cristo. Humanizar el cristianismo
es renegar de la Cruz y morir de inanición. Urge cristianizar todo lo humano
y vivificarlo de vida divina. La que mana de la Cruz: Del Sacrificio
Redentor. Este Sacrificio, ahora Eucaristía, es núcleo unificador, es
Espíritu vivificador, es Gracia divinizadora: "Haec Hostia nostrae
reconciliationis proficiat, quaesumus, Domine, ad totius mundi pacen atque
salutem. Ecclesiam tuam peregrinantem in terra, in fide et caritate firmare
digneris" (Prex. Euc. III).
Mateo 4, 12-13:
San Mateo, una vez más, nos presenta a Jesús llevando a plenitud
(cumpliendo), en su Persona y en su Obra, todas las profecías y promesas
Mesiánicas:
- La "Luz", el "Gozo", la "Liberación" prometidas en Isaías (8, 23) se hacen
realidad tan luego como Jesús inicia su carrera Mesiánica de Doctor y
Redentor. Y la inicia en Galilea. La Era Mesiánica prevista por el Profeta,
el Libertador-Mesías por él anunciado, llegó ya (13-17).
- Esto significa también el anuncio que sintetiza todo el temario de la
predicación de Jesús: "Convertíos. Llega ya el Reino de los cielos" (17). Es
"Reino de Dios" o "de los cielos". Y se entra y hereda por la conversión.
Por tanto, queda eliminado todo sentido político y a escala de bienes y
goces terrenos. Se instaura en los corazones. En todos los que se
"convierten" a Dios.
- Los vv 18-32 nos narran el llamamiento de las dos binas de Apóstoles. Son
los primeros y más adictos y fieles. Convivirán con Jesús y luego
proseguirán la Obra de Jesús: el Reino de Dios, que en Mateo tiene ya un
claro matiz eclesial. Notemos asimismo cómo todos estos misioneros del Reino
renuncian a todo: barca, padre y familia (17). Los "llamados" de hoy a ser
mensajeros del Reino, ¿serán menos generosos?
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979)
Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - Los primeros
discípulos de Jesús
Jesús ya había establecido los primeros contactos con algunos de sus futuros
discípulos (cf. Jn.1,35-51). Incluso había formado una incipiente comunidad
con la que se hace presente en las bodas de Caná. Con Él en esa boda se
encuentran sin duda Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé. Sin
embargo, el llamado definitivo no había sido todavía proferido por Jesús.
Esta llamada definitiva la hará precisamente al comienzo de esta segunda
etapa de su vida pública y estando ya en Galilea. El acontecimiento sucedió
en febrero o marzo del 780 U.c. y está narrado en Mc.1,16-20 y
Mt.4,12-17.[1]
Jesús va caminando por la orilla del Mar de Galilea y ve Simón y Andrés,
hermanos entre sí, y a Santiago y a Juan, hermanos entre sí. Y allí les
lanza la llamada para que lo sigan, es decir, para que sean sus discípulos
de una manera definitiva y perpetua. Se acabó ya el tiempo de la
preparación; llegó el tiempo de la acción. Desde
hacía casi un año que ellos habían conocido a Jesús y que habían decidido
ser sus discípulos. Pero todavía no estaban concentrados en un 100 % en la
actividad de discípulos. Ese primer año fue como un postulantado. Ahora
llegó el momento de entrar al Noviciado y al Seminario abandonando la
familia y el mundo.
Lo primero que llama la atención al leer los textos evangélicos es que se
mencionan los nombres de los que han sido llamados, dado que en el evangelio
raramente sucede esto. De esta manera se indica que la llamada no es
colectiva sino sólo personal.[2]
La frase con que Jesús los llama es 'venid detrás de mí' (en griego: deûte
opíso mou). Pero en realidad ese deûte puede también traducirse como un
imperativo: '¡vamos!'. Entonces Jesús les dijo más bien: "¡Vamos! ¡Detrás de
mí!". Es una voz de orden, de mando. Nos hace acordar a la Contemplación del
Rey Temporal de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. Allí a
Jesús se lo presenta como un general que pasa llamando al combate contra los
enemigos de la civilización cristiana.
Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta que Jesús y estos discípulos,
como dijimos, ya se conocían bastante bien y desde hacía un año. En efecto,
se habían encontrado junto al Jordán, Jesús ya había anunciado que Simón se
llamaría 'Piedra', habían estado juntos en las Bodas de Caná y ellos ya
habían visto la gloria de Jesús y habían creído en él. Habían hecho ya
alguna experiencia de convivencia juntos ("Señor, ¿dónde vives? Venid y
veréis", cf. Jn.1,38.39); habían viajado juntos desde Judea a Galilea;
habían estado juntos en las Bodas de Caná. Pero todavía no había empezado la
vida comunitaria propiamente dicha. Habían sido discípulos 'part time';
ahora lo serían 'full time'. Es en este momento cuando Jesús decide ya
empezar a formar la comunidad tal como Él quiere que quede formada y empezar
el apostolado de una manera formal. Por eso esa llamada lacónica: "¡Vamos!
¡Detrás de mí!", que quiere decir: "Ahora sí llegó el momento de predicar el
Reino de Dios con toda la fuerza y la potencia de nuestro ser. Durante un
año, de a poco, fueron aprendiendo las cosas fundamentales acerca de mí y
del Reino de Dios. Ahora llegó el momento de abandonar todo definitivamente
y consagrarse exclusivamente a la predicación del reino. ¡Vamos! ¡Detrás de
mí! Se acabó el tiempo del reconocimiento y tanteo del terreno. Ahora llegó
el tiempo de la conquista y ocupación del terreno".
A Santiago y a Juan se los presenta ligados todavía a sus padres, cosa que
no sucede con Pedro y Andrés. De esta manera se está diciendo que Santiago y
Juan eran jóvenes y los dos todavía dependían de su padre; es un modo
delicado de sugerir la juventud de Juan, el discípulo virgen y amado de
Jesús. En la llamada de Pedro y Andrés, en cambio, no se dice eso porque
Pedro ya se había independizado con anterioridad; como dice el mismo
evangelio de Marcos, Pedro estaba casado y se menciona a su suegra
(Mc.1,29-31).
Pero antes de llamarlos dice el evangelio que Jesús 'vio' a Pedro y Andrés y
'vio' a Santiago y a Juan (en griego: eîden). El eîden de Jesús aparece
cinco veces en San Marcos: dos veces en el trozo que estamos comentando
(Mc.1,16.19); una vez en la vocación de Leví (Mc.2,14); una vez en Mc.1,10 y
una vez en Mc.6,34. Se usa, entonces, tres veces para expresar que 'vio' a
hombres con vocación sacerdotal y que serán sus apóstoles. Y además en el
momento de su bautismo (1,10): "En cuanto salió del agua vio que los cielos
se rasgaban y que el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendía sobre
Él". Y finalmente se usa el verbo eîden para expresar que Jesús 'vio' a la
muchedumbre de hombres abatidos y por esa razón se pone a enseñarles y hará
el milagro de la multiplicación de los panes para ellos. Dice el texto: "Al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como
ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas" (Mc.6,34).
El ver de Jesús no es un ver superficial y exterior sino un ver profundo que
se dirige al alma del que es visto. Además el ver de Jesús no se limita a
ver sino que transforma a la persona que es vista, ya sean personas
particulares o sean grupo de personas. En efecto, a los primeros discípulos
(Mc.1,16-20) y a Leví (Mc.2,14), los transforma en pescadores de hombres. Y
a la muchedumbre les enseña y les da de comer (Mc.6,34ss). "En todos estos
sucesos el ver de Jesús se revela como el inicio de una viva y profunda
comunión en la cual Jesús hace participar a cada uno de los que son
llamados, aunque también a la gran muchedumbre que representa al pueblo, a
su comunión con Dios (1,10-11)". [3]
Pero esto es posible porque antes los ojos de Jesús han visto al Espíritu
Santo durante su bautismo. El hecho que los ojos de Jesús hayan visto
primero el cielo abierto y el Espíritu Santo bajando sobre Él significa que
los ojos de Jesús, antes de empezar a ver las almas elegidas de sus futuros
apóstoles y las maravillas que Dios obró en esas almas, antes de ver las
almas fatigadas de la multitud, esos ojos de Jesús atravesaron todos los
velos sensibles y penetraron en los cielos hasta el seno de la misma
Trinidad, hasta las profundidades de Dios. ¿Y quién conoce las profundidades
de Dios sino el Espíritu de Dios? "El Espíritu todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios. (...) Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el
Espíritu de Dios" (1Cor.2,10-11). Los ojos de Jesús primero se saciaron con
la visión de la Trinidad, se saciaron viendo al Espíritu Santo y de esa
manera quedaron llenos de una virtud especial para identificar todas las
maravillas que ese Espíritu obra en el alma de los elegidos.
Por eso, nosotros podríamos decirle al Señor: "Señor, mírame con esa mirada
llena de Espíritu Santo, con esa mirada saciada de Espíritu Santo, para que
descubras en mí todo lo bueno que ese Espíritu ha hecho en mí, y así se
renueve mi llamado. Vuélveme a mirar como me miraste el día que me llamaste,
vuelve a mirarme con tu mirada enamorada, llena de la Persona-Amor que es el
Espíritu Santo, y vuelve a llamarme de una manera taxativa, urgente e
insoslayable. Yo, 'al instante', lo dejaré todo por seguirte".
Y también podemos pedirle: "Señor, dame esa mirada llena de Espíritu Santo.
Haz que yo tenga esa mirada saciada del Espíritu Santo. Haz que mi mirada,
antes de mirar a los hombres, se sacie con la contemplación de la Trinidad
y, sobre todo, con la contemplación de la Persona-Amor. Que cuando mire al
alma de los hombres lo haga solamente con la perspectiva del Espíritu Santo,
que lo haga solamente a través del Espíritu Santo, con el prisma que es el
Espíritu Santo. Que sepa descubrir las maravillas que tú haces en las almas.
Que no mire a través de mi espíritu humano y mezquino, que se encuentra en
las partes bajas de mi ser. Que mire a través de tu Espíritu, que se
encuentra en las alturas; que sepa ver a los hombres después de haber
elevado mis ojos hacia lo alto, después de haber rasgado los cielos con una
mirada penetrante que llegue hasta el seno de tu ser, hasta las entrañas más
profundas de la Trinidad".
Y en un arranque de audacia podemos suplicarle: "Señor, haz que sea
descubridor de vocaciones, que me admire al ver almas que tú has llamado,
que tenga ojos para ver el sello de tus elegidos a una vida de especial
consagración, que pueda experimentar el gozo de descubrir la semilla de la
vocación y el sello de tu llamada en muchos hombres y mujeres. Que me goce
pensando en la entrega que ellos harán de ti, en el seguimiento inmediato a
tu llamada".
Y finalmente decirle: "Señor, haz que con una mirada llena de Espíritu Santo
sepa descubrir las dolencias del alma de los demás; que sepa adivinar los
sufrimientos interiores de todos los hombres y mujeres que yo encuentre en
mi camino, que sepa discernir cuáles son las necesidades sustanciales de sus
almas espirituales. Señor, que sepa sentir compasión y compadecerme de esas
almas; que sepa encontrar las palabras adecuadas para llenar sus necesidades
espirituales".
"Maravilloso es el ver de Jesús. Sus ojos ven en estos pescadores
desconocidos y en este publicano despreciado a sus futuros compañeros y
colaboradores, y ven en esta muchedumbre desorientada al pueblo de Dios y
sus necesidades. ¿De qué naturaleza son nuestros ojos? ¿Cómo están
programados? ¿Qué vemos en las personas que nos circundan? ¿Enemigos,
competidores, gente estúpida y aburrida? Los ojos de Jesús han visto primero
la apertura de los cielos y el descenso del Espíritu. Nuestra mirada debe
estar siempre dirigida a Dios y tenemos necesidad del Espíritu para ver con
justicia a los hombres, para ver y reconocer sus cualidades, para ver sus
necesidades y ayudarlos". [4]
Otra característica de esta llamada de Jesús es que ese "¡detrás de mí!"
(1,16.19) y ese "¡sígueme!" (2,14) cambia la vida de los llamados y
determina un nuevo estilo de vida para ellos. Así como el ser pescadores de
peces requiere comprometer toda la persona y todo el tiempo, lo mismo sucede
con el nuevo oficio de ser pescadores de hombres. "Se les requiere
comprometer la propia persona con todas las capacidades y con todo el
tiempo, y de entrar en la comunidad de vida con Jesús. Y se les requiere de
hacerlo según la relación que existe entre el maestro y los discípulos.
Jesús será su maestro que los instruirá, y ellos son sus discípulos que
tienen tanto que
aprender de sus enseñanzas y de su ejemplo" (p. 54). [5]
Pero esto no quiere decir que es sólo el discípulo el que debe ligarse a
Jesús. Jesús también se da por entero, se entrega al discípulo, se liga a
sus discípulos, como el maestro se liga con los suyos. El maestro se
compromete también en la comunidad de vida. La misma cercanía que Jesús pide
que los discípulos tengan con Él, la tiene Él con ellos en cuanto Maestro.
Él también se compromete a estar muy cerca del que lo sigue atrás de él. Y
por esta razón la vocación también es un don, porque es el llamado a una
vida íntima con Jesús. Este don debe ser
comprendido cada vez mejor por los discípulos para que tengan plena
conciencia de su valor.[6]
Sin embargo, hay algo importante que hay que tener en cuenta: el orden en
esta relación recíproca es Jesús adelante y el discípulo atrás; esta
relación no puede ser cambiada. El discípulo debe seguir al Maestro por
dónde Él vaya. No debe seguirlo solamente en las buenas. Algo así pasó con
los discípulos y con Pedro. Mientras Jesús mostraba su poder, hacía milagros
y predicaba con gran belleza, ellos no ponían objeciones al seguimiento.
Pero cuando Jesús anunció que su camino terminaba en la cruz, Pedro quiso
cambiar el orden. Se puso él delante y le dijo a Jesús: "¡Lejos de ti,
Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!" (Mt.16,22). Entonces Jesús
restableció el orden diciéndole: "¡Detrás de mí, satanás!" (hupáge opíso mou
satanâ) (Mc.8,33).
La respuesta de los hombres que han sido llamados es inmediata: "Al instante
(en griego: euthûs), dejando las redes le siguieron" (Mc.1,18). "Ellos, al
instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron" (Mt.4,22). A pesar
del serio e intenso trabajo los pescadores escuchan la voz de Jesús y
aceptan su llamada con la misma urgencia con que son llamados.
La respuesta consiste en dos cosas: en abandonar y en seguir. El abandonar
mira al pasado, abandonan el ambiente en el cual han vivido hasta ahora. El
seguir mira al futuro, a la relación de intimidad que tendrán con Jesús a
partir de ese momento.
"Jesús encuentra a estos hombres no en un ambiente abstracto, en una
situación vacía sino en circunstancias muy concretas. No encuentra personas
que no saben qué hacer de su vida sino personas que están plenamente
ocupadas. Unos están arrojando las redes en el mar, otros las reparan en la
barca; Leví está sentado en la mesa de los impuestos. Todos están ejerciendo
su oficio, del cual viven con sus familias. Todos pertenecen a un ambiente
bien determinado, rico en relaciones y compromisos. Todo esto resulta
todavía más concreto en una respuesta posterior de Jesús: "Yo os aseguro:
nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o
hacienda por mí y por el Evangelio..." (Mc.10,29).
Las relaciones mencionadas se refieren a la familia y a la propiedad (...).
Se revela aquí el carácter exigente e incisivo de la llamada de Jesús. Las
personas que ha interpelado deben salir del ambiente en el cual han vivido
hasta ahora y deben llegar a ser libres para el seguimiento de Jesús. Se
requiere un verdadero cambio del modo de vivir. Su mirada no debe dirigirse
al pasado sino al futuro que queda determinado por la relación con Jesús.
Las relaciones y los compromisos que han sido abandonados tienen un gran
valor humano. ¡Qué grande debe ser el valor del seguimiento de Jesús desde
el [7] momento que debe preferirse ese seguimiento a estas otras
relaciones!".
El abandonar su vida anterior y el seguir a Jesús significará también un
profundo cambio en sus propias vidas: se convertirán en pescadores de
hombres. Lo mismo que ellos hacían con sus redes materiales recogiendo peces
deben hacerlo ahora con instrumentos espirituales recogiendo hombres. Por lo
tanto es claro que su misión es recoger y reunir a los hombres. Pero es muy
importante saber que la causa de este cambio no son ellos mismos sino que la
causa del cambio es Jesús: "Yo haré que vosotros lleguéis a ser pescadores
de hombres", dice literalmente el evangelio.
[1] Lc.5,1-11 parece narrar el mismo
acontecimiento de una manera más detallada.
[2] Cf. STock, k., Vangelo secondo Marco,
Edizioni Messagero Padova, Padova, 2002, p. 50. Para este punto de la
vocación de los
primeros discípulos he utilizado con libertad
este libro. Las ideas principales de este apartado están tomadas de este
autor.
[3] STock, k., Vangelo secondo Marco..., p. 54.
[4] STock, k., Vangelo secondo Marco..., p. 59 -
60.
[5] STock, k., Vangelo secondo Marco..., p. 54.
[6] Dice el P. Stock: "La orden de Jesús es muy
exigente porque requiere el comprometer completamente sus personas, pero es,
al mismo tiempo, también muy generosa y constituye un singular don. Ellos
deben comprometerse pero Jesús también se compromete completamente. No se
trata de una relación unilateral, sino de una relación recíproca, de una
verdadera comunión de vida. Uno de sus compromisos principales será el de
comprender siempre más y mejor: ¿Quién es Jesús? Cuanto más progresan en
este conocimiento tanto mejor se dan cuenta del singular valor de esta
llamada y de esta comunión" (STock, k., Vangelo secondo Marco..., p. 54 -
55).
[7] STock, k., Vangelo secondo Marco..., p. 56.
Comentario teológico: Maertes-Frisque - evangelio para todos
Estos versículos inauguran, en la versión de Mateo, el primer ministerio de
Cristo en Galilea. Cristo encuentra en este momento de su vida la voluntad
de su Padre en una serie de circunstancias. Entre ellas el mensaje y el
ministerio del Bautista. Jesús acaba de hacerse bautizar por él (Mt 3,
13-17) porque advierte, sin duda, que está más próximo a la voluntad de Dios
haciéndose discípulo del Bautista. Pero sus opciones se precisan todavía
más: se hará rabí itinerante recogiendo la antorcha abandonada por Juan (v.
1; ya se advertirá la diferencia de este versículo con Mc 1, 14) pero
considerando debía dejar Judea y el valle del Jordán, predilectos por Juan,
para irse hacia las ovejas perdidas: las gentes del Norte y de Galilea.
* * *
Así, en el despertar de la conciencia de su misión, Cristo se encuentra en
el papel de rabí predicando, fiel al mensaje de conversión del Bautista (cf.
v. 17, comparado con Mt 3, 2), pero decidido a llevar ese mensaje, si no a
los paganos propiamente dichos, al menos a unos judíos de tal forma
implicados en las tinieblas del paganismo, que ya no tienen de judío más que
el nombre.
Mateo es particularmente sensible a esa intención universalista que aparece
ya en la primera opción de Jesús.
Siente la necesidad de justificarla a sus contemporáneos que creían que el
Reino sería tan sólo anunciado a los judíos que habían permanecido más
puros. He aquí la razón por la que el primer evangelista introduce los vv.
13-16 y la cita de Is 8, 23-9, 1. Por otro lado, modifica ligeramente esa
cita introduciendo en ella la palabra "sentados" en las tinieblas (v. 16),
como para reforzar más aún la impresión de que las regiones
sirio-palestinenses están realmente incrustadas en el paganismo.
Así, la fidelidad de Cristo al mensaje del Bautista se complementa con una
gran autonomía respecto a su maestro esenio.
No quiere reunir en torno a Sí sólo a los "puros" que se reunían en torno al
Bautista, ni a los discípulos perfectamente sumisos agrupados alrededor de
los doctores y de los sabios. Quiere que su mensaje alcance a todo el mundo
y en cualquier situación que cada cual se encuentre. Por eso no duda en
romper con Juan, no sobre el fondo del mensaje, sino sobre la manera de
predicarlo.
Deja Judea, no impone un rito bautismal y se hace ambulante para estar
seguro de encontrar a todos los hombres y todas las situaciones en que se
puedan encontrar. Evidentemente, Cristo toma conciencia del universalismo de
su mensaje y sabe adoptar los medios más adecuados para encontrarle el
máximo de posibilidades.
* * *
Dentro del marco de las circunstancias que se imponen a él y orientan su
elección, Cristo se decide, pues, en favor del plan universalista de Dios. Y
no se contenta con forjarse una formulación intelectual, sino que
inmediatamente que puede adopta las disposiciones requeridas para trasladar
esa idea a conducta, no dudando para ello en realizar las necesarias
rupturas respecto a las comunidades de "puros" y respecto a los
"practicantes" de Judea. Las exigencias misioneras actuales, ¿no deberían
impulsar a nuestras parroquias y a nuestras asambleas eucarísticas a
despojarse un tanto para abrirse a quienes no se sienten afectados por el
mensaje cristiano?
(MAERTENS-FRISQUE, NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I, MAROVA MADRID
1969.Pág. 288)
Santos Padres: San Agustín - Grandes y pequeños escuchan
Mt 4,12-23: Mucho dejó quien no sólo dejó lo que poseía, sino también lo que
deseaba poseer
Allí anidarán los pájaros. La casa de la gallina de río es guía para ellos
(Sal 103,17). ¿Dónde anidarán los pájaros? En los cedros del Líbano. Ya
hemos oído qué son los cedros del Líbano: los nobles del mundo, los
preclaros por su linaje, riquezas u honores. También esos cedros se sacian,
pero los que plantó el Señor. En ellos anidarán los pájaros. ¿Quiénes son
los pájaros? A decir verdad, son pájaros las aves y los animales que vuelan
por el cielo; pero se suelen llamar pájaros a los voladores pequeños. Hay,
pues, ciertos espirituales que anidan en los cedros del Líbano; es decir,
hay ciertos siervos de Dios que escuchan las palabras del evangelio: Deja
todas tus cosas, o vende todos tus bienes y dalos a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo; y ven y sígueme (Mt 19,21).
Esto lo oyeron no sólo los grandes; lo han escuchado también los pequeños; y
también los pequeños quisieron cumplirlo y hacerse espirituales: no se unen
en matrimonio, no se consumen con la preocupación de los hijos, no tienen
morada propia que les ligue, sino que eligen una forma de vida común. Pero
¿qué abandonaron estos pájaros? En efecto, los pájaros parecen los seres más
pequeños del mundo. ¿Qué abandonaron? ¿Qué dejaron que fuera grande? Un
hombre se convirtió, dejó la pobre casa paterna, apenas un lecho y un arca.
Pero se convirtió, se hizo pájaro, buscó los bienes espirituales. Bien, muy
bien; no le insultemos ni le digamos: «No has abandonado nada». Sabemos que
Pedro era pescador; cuando siguió al Señor, ¿qué pudo abandonar? Dígase lo
mismo de su hermano Andrés, de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan,
también ellos eran pescadores (Mt 4,18.21).
Y, con todo, ¿qué le dijeron? He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te
hemos seguido (Mt 19,27). El Señor no les replicó: «¿Has olvidado tu
pobreza? ¿Qué dejaste a cambio de recibir el mundo entero?». Mucho dejó,
hermanos míos, mucho dejó, quien no sólo dejó lo que poseía, sino también
todo lo que deseaba poseer. ¿Qué pobre, en efecto, no se exalta con sus
esperanzas mundanas? ¿Quién no desea a diario aumentar lo que posee? Tal
ambición ha sido cortada: crecía desmesuradamente y se la ha contenido
dentro de unos límites, ¿y no ha dejado nada? En verdad, Pedro dejó el mundo
entero y el mundo entero recibió. Como quien nada tiene y lo posee todo (2
Cor 5,10). Son muchos los que lo hacen; lo hacen quienes tienen poco, y
vienen y se convierten en pájaros útiles. Parecen pequeños porque no poseen
la altura de las dignidades seculares, pero hacen sus nidos en los cedros
del Líbano.
Mas he aquí que también los cedros del Líbano, los nobles y los ricos y los
encumbrados en este mundo oyen con temor: Dichoso quien mira por el
necesitado y el pobre (Sal 40,2); ponen la mirada en sus bienes, sus
posesiones, todas sus riquezas superfluas que les hacen parecer encumbrados
y las entregan a los siervos de Dios: donan campos, donan huertos, edifican
iglesias, monasterios, recogen pájaros, para que éstos aniden en los cedros
del Líbano. Así, pues, se sacian los cedros del Libano que plantó el Señor y
en ellos anidan los pájaros. Echad una mirada a la tierra entera y ved si no
es así. Al decir todo esto, no me guiaba sólo por lo oído sino también por
lo visto: la experiencia me lo ha hecho comprender. Preguntad a las extensas
fincas que poseéis y considerad en cuántos cedros del Líbano anidan aquellos
pájaros de que he hablado.
(San Agustín, Comentario al salmo 103 111,16)
Aplicación: Beato Juan Pablo II - "El Señor es mi luz y mi
salvación" (Sal 26/27,1).
Estas palabras del Salmo responsorial son, a la vez, confesión de fe y
expresión de júbilo: fe en el Señor y en lo que Él representa de luminoso
para nuestra vida; júbilo por el hecho de que Él es esta luz y esta
salvación, en la que podemos encontrar seguridad e impulso para nuestro
camino cotidiano.
Nos podemos preguntar ¿De qué modo es el Señor nuestra luz y nuestra
salvación? Cristo se convierte para nosotros en luz y salvación a partir de
nuestro bautismo, en el que se nos aplican los frutos infinitos de su
bendita muerte en la cruz: entonces viene a ser "para nosotros sabiduría,
justicia, santificación y redención" (1 Cor 1,30). Precisamente para los
bautizados, conscientes de su identidad de salvados, valen con plenitud las
palabras de la Carta a los Efesios: "Porque en otro tiempo fuisteis
tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues
el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5,8-9).
Pero la vida cristiana no es sólo un hecho individual y privado. Tiene
necesidad de desarrollarse a nivel comunitario e incluso público, puesto que
la salvación del Señor "está preparada ante la faz de todos los pueblos; luz
para iluminación de las gentes" (Lc 2,31-32).
El Evangelio de este domingo manifiesta cómo Cristo se ha convertido
históricamente, al comienzo de su vida pública, en luz y en salvación del
pueblo al que ha sido enviado. Citando al Profeta Isaías, el Evangelista
Mateo nos dice que este pueblo "habita en tinieblas..., en tierra y sombras
de muerte" (9,1) pero finalmente "vio una luz grande". Después que la gloria
del Señor había envuelto de luz, ya en Belén, a los pastores en la noche
(cfr. Lc. 2,9), con ocasión del nacimiento de Jesús, ésta es la primera vez
que el Evangelio habla de una luz que se manifiesta a todos. Efectivamente,
cuando Jesús, después de haber dejado Nazaret y haber sido bautizado en el
Jordán, va a Cafarnaúm para dar testimonio de su ministerio público, es como
si se verificase un segundo nacimiento público, que consistía en el abandono
de la vida privada y oculta, para entregarse al compromiso total de una vida
gastada por todos hasta el supremo sacrificio de sí. Y Jesús, en este
momento, se encuentra en un ambiente de tinieblas, que cayeron nuevamente
sobre Israel con motivo del encarcelamiento de Juan Bautista, el precursor.
Pero Mateo nos dice que Jesús iluminó enseguida eficazmente a algunos
hombres, "mientras caminaba junto al lago de Galilea", es decir, en las
riberas del lago de Genesaret. Se trata de la llamada a los primeros
discípulos, los hermanos Simón y Andrés, y luego a los otros dos hermanos,
Santiago y Juan, todos ellos trabajadores dedicados a la pesca. Ellos
"inmediatamente dejaron las barcas y a su padre y lo siguieron". Ciertamente
experimentaron la fascinación de la luz secreta que emanaba de Él, y sin
demora la siguieron para iluminar con su fulgor el camino de su vida. Pero
esa luz de Jesús resplandece para todos. En efecto, Él se hace conocer por
sus paisanos de Galilea, como anota el Evangelista, "enseñando en las
sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y
dolencias del pueblo". Como se ve, la suya es una luz que ilumina y también
caldea, porque no se limita a esclarecer la mente, sino que interviene
también para redimir situaciones de necesidad material. "Pasó haciendo el
bien y curando" (Hch 10,38).
Una de las mayores conquistas de esta luz fue la de Saulo de Tarso, el
Apóstol Pablo. Teniendo presente su propio caso personal, escribió así a los
Corintios: "Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha
hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de
la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Cor 4,6 a ). Diría que
esta luz brilla particularmente sobre el rostro de Cristo crucificado,
"Señor de la gloria" (1 Cor 2,8), por quien el Apóstol precisamente fue
enviado a predicar el Evangelio de la cruz (cfr. ib., 1,17; 2,2). Esto nos
dice lo que es una conversión: una iluminación especial, que nos hace ver de
modo nuevo Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos. Así, de maneras
diversas, Jesucristo se da a conocer a los distintos hombres y a las
sociedades en el curso de los tiempos y en diversos lugares. Los que le
siguen, lo hacen porque han encontrado en Él la luz y la salvación: "El
Señor es mi luz y mi salvación".
Y también vosotros ¿seguís a Cristo? ¿Lo habéis conocido verdaderamente?
¿Sabéis y estáis convencidos a fondo de que Él es la luz y la salvación de
nosotros y de todos? Este es un conocimiento que no se improvisa; es
necesario que os ejercitéis en Él cada día, en las situaciones concretas en
que está colocado cada uno de vosotros. Se puede, al menos, intentar y
llevar esta luz al propio ambiente de vida y de trabajo y dejar que ella
ilumine todas las cosas para mirarlo todo a través de esa luz. Esto vale de
modo particular para los enfermos y para los que sufren, puesto que, si es
verdad que el dolor hunde en la oscuridad, entonces más que nunca se
confirma la verdad de la gozosa confesión del Salmista: "Señor, Tú eres mi
lámpara; Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas" (Sal 18/17,29). Pero esto vale
para todos: efectivamente, Cristo es luz y salvación de las familias, de los
cónyuges, de la juventud, de los niños, y luego también de todos los que se
ejercitan en varias profesiones: para los médicos, los empleados, los
obreros; cada una de estas categorías, aunque sea en modos diversos,
ejercita un servicio para los otros y del conjunto resulta una sociedad bien
ordenada y armoniosa. Más para que todo esto se logre bien, sin roces o
conflictos, es preciso que cada uno sepa decir al Señor con humildad y con
deseo: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal.
119/118,105). Esto es posible si juntamente, y a fondo, cada uno recibe el
alimento de todos y todos concurren al crecimiento de cada uno.
Volvamos al salmo responsorial de la Misa.
La luz y la salvación están en contraste con el temor y el terror.
"El Señor es la defensa de mi vida; ¿quién me hará temblar? Él me protegerá
en su tienda el día del peligro".
Sin embargo, ¡cuánto temor pesa sobre los hombres de nuestro tiempo! Es una
inquietud múltiple, caracterizada precisamente por el miedo al porvenir, de
una posible auto destrucción de la humanidad, y luego también, más en
general, por un cierto tipo de civilización materialista, que pone el
primado de las cosas sobre las personas, y además por el miedo a ser
víctimas de violencias y opresiones que priven al hombre de su libertad
exterior e interior. Pues bien, sólo Cristo nos libera de todo esto y
permite que nos consolemos espiritualmente, que encontremos la esperanza,
que confiemos en nosotros mismos en la medida en que confiamos en Él:
"Contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal. 34/33,6).
Juntamente con esto, como nos sugiere la segunda estrofa, nace el deseo de
poder "habitar en la casa del Señor" (Sal. 26/27,4).
"Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos
los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo".
Qué quiere decir esto? Significa ante todo la condición interior del alma en
la gracia santificante, mediante la cual el Espíritu Santo habita en el
hombre; y significa además permanecer en la comunidad de la Iglesia y
participar en su vida. En efecto, precisamente aquí se ejercita en
abundancia esa "misericordia", de la que habla el Salmo; cada uno puede
repetir con el Salmista, seguro de ser escuchado: "Acuérdate de mí con
misericordia, por bondad, Señor" (Sal 25/24,7).
Finalmente estamos orientados hacia la esperanza última, que da toda la
existencia del cristiano su plena dimensión.
"Espero gozar en la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el
Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor".
El cristiano es hombre de gran esperanza, y precisamente en ella se refleja
esa luz y se realiza esa salvación, que es Cristo. Efectivamente, Él "hace
caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes" (Sal.
25/24,9).
(Homilía del beato Juan Pablo II en la parroquia romana de Santa Gala el
domingo 25 de enero de 1981)
Aplicación: Benedicto XVI - El Reino de Dios está cerca
En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante
todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo.
Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de
los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha
venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que
creció, un territorio de "periferia" con respecto al centro de la nación
judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había
anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí,
conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una
gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4,
12-16).
El término "evangelio", en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores
romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían
"buenas nuevas", es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era
considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso,
aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente
crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el
verdadero Evangelio es el de Jesucristo.
La "buena nueva" que Jesús proclama se resume en estas palabras: "El reino
de Dios -o reino de los cielos- está cerca" (Mt 4, 17; Mc 1, 15). ¿Qué
significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno,
delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina,
que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está
realizando.
Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho
cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros
y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho
hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama "dedo de Dios"
(cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los
hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El
señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre.
De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios
cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la
vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la
vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las
tinieblas de la ignorancia y de la mentira.
Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma
pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por
Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo
de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su
Creador y Padre.
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 27 de
enero de 200)
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Valor teológico de la ida a
Galilea
Es clarísimo que la expulsión de los mercaderes del templo y el encuentro
con los sacerdotes en los meses sucesivos durante los cuales permanece en
Jerusalén, hasta diciembre de 779, atrajeron hacia Jesús el odio de los
sacerdotes y de toda la clase dirigente de Israel. La corrupción religiosa
de la clase sacerdotal judía se manifestaba no solamente en la avidez de
dinero, como para hacer del templo un lugar de comercio, sino que además
tenía raíces más hondas y más espirituales. También la envidia del bien
religioso ajeno formaba parte de la corrupción de los sacerdotes, como
aparece de forma evidente en este párrafo de los Hechos de los Apóstoles:
"También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo
enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados.
Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la secta de
los saduceos, y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles y les
metieron en la cárcel pública" (Hech.5,16-18). Esta corrupción es propia de
aquellos que están en contacto con las cosas santas y pierden la rectitud de
intención en el trato con las realidades sagradas.
Por eso se llenaban de ira al pensar que la gente amaba a Jesús y lo seguía.
Esta es la razón por la cual Jesucristo decide dejar Jerusalén y desarrollar
su acción apostólica en Galilea. Lo dice explícitamente el evangelista San
Juan: "Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos
que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, abandonó Judea y
volvió a Galilea" (Jn.4,1.3).
En San Juan hay un interés especial en señalar este cambio geográfico de
Judea a Galilea a causa de la expulsión de los mercaderes del templo durante
la Pascua de ese año. En efecto, San Juan hace notar cómo el accionar de
Jesús durante la Pascua había sido cuidadosamente observado por los
peregrinos que habían ido a Jerusalén desde Galilea: "Cuando llegó, pues, a
Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto
todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos
habían ido a la fiesta" (Jn.4,45). Y un poco más adelante dice: "Esta nueva
señal (curación del hijo del funcionario real), la segunda, la realizó Jesús
cuando volvió de Judea a Galilea" (Jn.4,54).
A esta razón para dejar Judea y dirigirse a Galilea hay que agregarle el
hecho de que Herodes había hecho encarcelar a Juan Bautista, tal como lo
dicen San Mateo y San Marcos: "Cuando oyó Jesús que Juan había sido
entregado, se retiró a Galilea (Mt.4,12; cf. Mc.1,14).
Con la ida a Galilea comienza una nueva etapa en la vida pública de Jesús.
Esta etapa se extiende desde enero del 780 hasta septiembre de 781, en total
veintiún meses. Ésta es la etapa central, donde desarrollará toda su
doctrina, donde terminará de formar la comunidad de los discípulos y donde
consolidará la estructura de aquella comunidad salvífica, aquella comunidad
en la cual se da la salvación, es decir, la Iglesia.
Además de señalar que las causas de la ida de Jesús a Galilea fueron la
envidia de los fariseos y el asesinato de Juan Bautista, los evangelistas
dan al hecho un gran valor teológico; el hecho tiene una dimensión y portada
teológicas. Tanto San Lucas como San Mateo resaltan este aspecto.
San Lucas le da un gran valor teológico al hecho de que Jesús comience su
labor profética desde Galilea. En efecto, San Lucas atribuye al Espíritu
Santo el hecho de que Jesús comience su misión mesiánica en Galilea: "Jesús
volvió con el poder del Espíritu a Galilea" (Lc.4,14). Y en los Hechos de
los Apóstoles San Pedro dice con claridad que toda la predicación de
Jesucristo comenzó en Galilea: "Vosotros conocéis lo que ha pasado en Judea,
comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios
ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a Jesús de Nazaret, el cual
pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios
estaba con él" (Hech.10,37-38). Y el acto inaugural de su obra mesiánica
será la proclamación de su mesianidad en el corazón de Galilea, en la ciudad
de donde es oriundo, Nazaret (Lc.4,16ss).
"La actividad mesiánica debía comenzar en Galilea, según el designio de
Dios. En Galilea recibió Jesús la vida. En Galilea comienza el camino de su
preparación mesiánica, en Galilea comienza también su obra mesiánica. El
Espíritu Santo le ha dado la existencia, el Espíritu le dirige al Jordán y
por el desierto; también el Espíritu le guía cuando lleva a cabo su obra
mesiánica. Una obediencia humilde y la virtud del Espíritu Santo nos revelan
el misterio de la acción de Jesús".[8]
"En el Jordán es Jesús "ungido con Espíritu Santo y con poder"; por la
fuerza de este Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por
la virtud del Espíritu. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había
comenzado su vida. El ángel había sido enviado por Dios a una ciudad de
Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la despreciada
"Galilea de los gentiles" brota la salvación por la virtud del Espíritu. La
acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por
toda la región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su
virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía
de Dios. La acción que comienza en Galilea se extenderá hasta los confines
de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su
actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la virtud del
Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero".[9]
Para San Lucas, entonces, la correlación geográfica en la vida de Jesucristo
y de toda la Iglesia tiene un valor teológico muy importante. Para San
Lucas, el Evangelio, que se inicia con la predicación de Jesucristo, recorre
un camino 'misionero' y de expansión universal: parte de Galilea y va a
Jerusalén; de Jerusalén se extiende hacia Siria; [10] y de Siria va a Roma,
alcanzando así el corazón del mundo entero.[11] Es Cristo el que lleva el
Evangelio de Galilea a Jerusalén. Es Pedro el que lleva el Evangelio de
Jerusalén a Siria. Es Pablo el que lleva el Evangelio de Siria a Roma. [12]
También para San Mateo hay un designio divino en que Jesús comience su
predicación por Galilea. Ya había hecho notar que era voluntad divina que la
Sagrada Familia, con Jesús todavía muy pequeño, viviera en Galilea; en
Mt.2,22 el ángel les avisa que deben habitar en Galilea. Ahora, al comienzo
de su ministerio público, también resalta que se trata de una determinación
de Dios que comience la predicación formal de su palabra en Galilea. Y esto
lo hace haciendo ver que con la ida de Jesús a Galilea para predicar se está
cumpliendo una profecía del Antiguo Testamento (Is.8,23-9,1), según la cual
los territorios de la Galilea, que habían sufrido la invasión y deportación
por parte de los asirios (año 722 a/C), serían reivindicados con la llegada
del Mesías. Galilea es llamada 'Galilea de los gentiles' haciendo relación a
la realidad humana de Galilea, conformada por distintas razas y religiones.
Por este motivo era despreciada por los judíos de la Judea. Jesucristo hace
brillar la luz del evangelio en esas tierras paganas o casi paganas, pero de
donde provendrán sus primeros apóstoles; aún más, de donde proviene su Madre
y de donde proviene Él mismo. De esta manera, también San Mateo le da una
gran importancia a la ida de Jesús a Galilea.
Dice un exégeta: "Y empezó en Galilea. Galilea era la región del Norte de
Palestina, como de ochenta kilómetros de Norte a Sur y de cuarenta de Este a
Oeste. El nombre quiere decir círculo, y viene del hebreo galil. Se llamaba
así porque estaba rodeada de naciones no judías. Precisamente por eso se
hacían sentir allí nuevas influencias, y era la parte más emprendedora y
menos conservadora de Palestina. Tenía una gran densidad de población.
Josefo, que había sido gobernador de Galilea, dice que tenía 204 pueblos que
alcanzaban todos un mínimo de 15.000 habitantes cada uno. Parece increíble
que pudiera haber una población de unos 3.000.000 en Galilea.
"Era una tierra extraordinariamente fértil. Había un proverbio que decía:
'Es más fácil criar una legión de olivos en Galilea que un niño en Judea'.
El clima maravilloso y la estupenda provisión de agua convirtieron a Galilea
en el huerto de Palestina. La lista de árboles que crecían en ella demuestra
su sorprendente fertilidad: vid, olivo, higuera, roble, nogal, terebinto,
palmera, cedro, ciprés, morera, abeto, pino, sicomoro, laurel, mirto,
almendro, granado, cidro y adelfa.
"Josefo dice de los galileos que "les encantaban las innovaciones, eran
inclinados por naturaleza a los cambios y les chiflaban las sediciones.
Siempre estaban dispuestos a seguir a un líder que iniciara una
insurrección. Eran de genio vivo y dados a enzarzarse en peleas." "A los
galileos -se decía no les falta nunca coraje." "Tienen más interés en
mantener el honor que en conseguir ganancia material." Esa fue la tierra en
la que empezó Jesús. Era su propia tierra". [13]
[8] STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El
Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969, comentario a
Lc.4,14.
[9] STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El
Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969, comentario a
Lc.4,14.
[10] Asia Menor, más exactamente Antioquía, donde
por primera vez llamaron 'cristianos' a los discípulos de Cristo
(Hech.11,26).
[11] Cf. cERFAux, en Introducción a la Biblia
(Robert-Feuillet), T. II, p. 321-22. Dice también otro exégeta: "El camino
del niño Jesús en el seno de su madre va de Nazaret, la pequeña e
insignificante ciudad de Galilea, donde fue concebido, a Belén, la ciudad de
David, donde nació -en pobreza y gloria-, y de allí a Jerusalén, a la ciudad
de su "elevación" (Lc.9,51). Con esto se llega al punto culminante del
relato de la infancia. La actividad pública de Jesús seguirá el mismo
camino: de Galilea a Jerusalén, donde muere y es glorificado" (STÖGER, A.,
El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder,
Barcelona, 1969, comentario a Lc.2,21). Dice también muy sugestivamente
Benedicto XVI: "Es interesante recordar que la antigua liturgia romana, a
través de las estaciones cuaresmales, había elaborado una singular geografía
de la fe, partiendo de la idea de que, con la llegada de los apóstoles san
Pedro y san Pablo y con la destrucción del templo, Jerusalén se había
trasladado a Roma. La Roma cristiana se entendía como una reconstrucción de
la Jerusalén del tiempo de Jesús dentro de los muros de la Urbe. Esta nueva
geografía interior y espiritual, ínsita en la tradición de las iglesias
"estacionales" de la Cuaresma, no es un simple recuerdo del pasado, ni una
anticipación vacía del futuro; al contrario, quiere ayudar a los fieles a
recorrer un itinerario interior, el camino de la conversión y la
reconciliación, para llegar a la gloria de la Jerusalén celestial, donde
habita Dios" (BENEDicTo xVi, Homilía en el Miércoles de Ceniza, 21 de
febrero de 2007).
[12] Les dice Jesús en Hech.1,8, antes de
ascender a los cielos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria,
y hasta los confines de la tierra".
[13] BARcLAy, W., Comentario al Nuevo Testamento,
Tomo 4, Ed. Clie, Barcelona, 1995.
Aplicación: «Convertíos, porque está cerca el «Reino de los cielos».
El Bautista había usado ya las mismas palabras. En Juan, el acento recaía en
la palabra «convertíos» como corresponde a su función de precursor; ahora,
se recalca la segunda parte «el reino de Dios está cerca». Es una frase de
alegría, de felicidad rebosante: expresa la voluntad inquebrantable de Dios
de otorgar la salvación. «El Reino de Dios está cerca», viene y no puede ser
detenido, aunque no viene plenamente desarrollado, ni con toda su gloria.
«Está cerca» es decir, está delante de la puerta, ante las murallas del
mundo, ante el corazón de los hombres. No forzará al hombre ni a los
pueblos. Dios llega, pero no viene, si no es esperado ni aceptado por el
hombre. A la invitación de Dios, corresponde la respuesta del hombre.
«Convertíos». La conversión nace como respuesta a esa Buena Noticia que
debería ensancharnos el corazón: en Jesús ha aparecido, en toda su
profundidad, el amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno
de los hombres; el amor de Dios a todos nosotros, a cada uno de nosotros.
Este es el acontecimiento que tengo que aceptar, del que tengo que fiarme, y
por el que tengo que conducir toda mi vida.
Esto es convertirse. No significa necesariamente que seamos grandes
pecadores y debamos hacer penitencia. Significa que debemos tomar en serio a
Jesús en nuestra vida, que debemos acoger sinceramente su evangelio y lo
vayamos asimilando en las actitudes fundamentales de la vida.
Plantearse la conversión cristiana es preguntarse si uno ha elegido alguna
vez definitivamente a JC.
* * * * *
Pedro y sus compañeros son llamados aquí a ser cristianos, no a ser
apóstoles. Lo cual equivale a tener una función social: ser pescadores de
hombres. Quiere decir que ser cristiano incluye necesariamente una relación
hacia los demás. No somos cristianos para salvarnos. Para esto, basta
cumplir los mandamientos. Se es cristiano para que este mundo se vaya
transformando con nuestra colaboración en Reino de Dios.
Hay que desguazar el concepto de conversión de todas sus escorias
individualistas. La conversión no es un acto espiritual-intimista, sino el
acto por el que se pone en práctica la conformidad con el contenido de la fe
cristiana. No hay que referirla principalmente al individuo, sino a la
praxis de transformación del mundo y de construcción del Reino de Dios. El
mandamiento del amor se traduce en el mandamiento de la transformación del
mundo y de la provocación del Reino.
Una interpretación exclusivamente individualista del concepto de conversión
ha coincidido siempre con el quietismo social.
La finalidad de la conversión es hacer de un hombre un discípulo de Xto. Y
convertirse en discípulo no significa realizar un acto individualista, sino
pasar a formar parte de aquellos que sirven a Xto. Y el nexo que une a éstos
no es una fe individual, sino el servicio a que se sienten llamados.
Convertirse es, pues, participar en el dinamismo de la acción divina y
transformadora del mundo, provocadora del Reino.
* * * * *
«Venid conmigo». Llamada y respuesta personal.
Aquí está el secreto. Es posible que hasta ahora nosotros hayamos recibido
una llamada que podríamos calificar de «sociológica». Hemos nacido en una
nación, en una familia, en las que fatalmente teníamos que ser cristianos.
Lo hemos heredado como hemos heredado los apellidos paternos. Pero nos ha
faltado ese enfrentamiento personal con la llamada al cristianismo. Nos ha
faltado la respuesta concreta, consciente, madura, reflexiva.
Venid conmigo. Esta es la invitación que hay que atender. Procurar estar
cada día un rato con Jesús. Ver lo que Jesús hace. Escuchar lo que Jesús
dice y entablar con él una relación personal de amistad. Dejarse cautivar
por Jesús. Poco a poco nos iremos dando cuenta -en la medida en que nos
dejemos contagiar por él- de que con Jesús es posible una nueva forma de ser
y de vivir.
Aplicación: Alessandro Pronzato - Seguimiento y Desprendimiento
El evangelio nos presenta un Jesús itinerante, siempre en movimiento. Y a su
paso, Jesús pone también en movimiento a otras personas. No deja nada ni a
nadie en su sitio. "Pasar" es el verbo típico de la encarnación. Es Dios que
no está en su sitio, en el cielo. Sino que desciende al nivel del hombre
para encontrarlo en su terreno y en sus trabajos. Y frente a este paso de
Dios el hombre no puede estar parado, como un simple espectador. Tiene que
tomar una decisión, tiene que hacer una elección. Jesús no pasa nunca junto
al hombre de una manera neutral. Porque después de este paso la vida de ese
hombre ya no puede ser la misma de antes. La llamada de los discípulos no
sucede en un marco sagrado, como puede ser el del Templo, sino en un
escenario profano: el lago de Galilea. Y esto empalma con el esquema
habitual de las llamadas tal como se narran en el AT.
Moisés es llamado mientras pastorea el rebaño de su suegro Jetró. Gedeón
está majando trigo en el lagar de su casa. David está pastoreando las ovejas
de su padre. También Amós tiene el oficio de pastor.
-Jesús pasa y llama en el marco de las ocupaciones ordinarias. Leví está
sentado en el despacho de impuestos. Los discípulos de quienes habla el
evangelio de hoy están empeñados en colocar las redes.
Jesús encuentra al hombre en las cosas ordinarias de la vida. La vocación de
los primeros discípulos se puede resumir en dos verbos: "vio y dijo". Una
mirada y una palabra. Son las únicas armas de que dispone este maravilloso
Maestro que, a diferencia de los demás maestros de Israel, elige él a sus
discípulos. J/MIRADA: VIO. Para dirigirse a uno hay que verlo. Se trata de
una mirada que enfoca a un individuo, una mirada que elige, escoge, arranca
de la gente. "Esa es la persona que me interesa, que me conviene". No es una
mirada lejana, fría. Es una mirada calurosa, llena de afecto. Y LES DIJO.
Una voz que suena como ninguna, de timbre único, inconfundible. El discípulo
escucha esa voz única y se callan todas las demás.VOCA/CR:
La vocación cristiana es una mirada y una llamada de Jesús. ¿Qué es lo que
hace el discípulo? Simplemente, dar una respuesta:
-dejarse encontrar;
-dejarse hacer.
La iniciativa y la acción principal es siempre de Cristo.
La vida cristiana es respuesta a la acción de la gracia, no decisión
autónoma. Si me decido, es porque he sido solicitado en este sentido por
alguien que se ha decidido a favor mío. El hombre sólo puede ponerse en
camino, después que Dios ha comenzado a caminar por los caminos de los
hombres. No somos nosotros los que salimos a la búsqueda de Dios. Es Dios
quien se pone a buscar al hombre. La vocación cristiana no es una conquista.
Sino un ser conquistado. El discípulo no captura al Maestro. El es agarrado
por el Maestro. La respuesta a la iniciativa de Jesús se expresa también con
un verbo: "dejar". La decisión se manifiesta con un distanciamiento: de las
redes, del oficio, de las cosas, de los lazos familiares, de un presente.
Cristo debe ocupar el puesto de las cosas y de las personas. Se trata de
dejarle espacio. Vacío en torno y dentro de la persona. No existe respuesta
que no se traduzca en una separación, en una renuncia, en un alejamiento. Y
estas operaciones jamás son indoloras. Y ni siquiera se pueden considerar
acabadas de una vez para siempre. Hay distanciamientos (sobre todo de sí
mismos), cortes que hay que realizar cada día. Y, además, nunca hay que
separar el verbo "dejar" del verbo «seguir» . Dejar y seguir son dos actos
de un gesto unitario. Indican el desplazamiento de los ejes de la propia
vida. No se deja por dejar. Se deja para seguir. Se deja para no estar más
"encorvados sobre sí mismos" (como dice Lutero), sino para salir fuera junto
con él, para moverse detrás de él. Es necesario, por tanto, estar atentos
para no poner el acento sólo en el "dejar". Discípulo no es uno que ha
abandonado algo, ha renunciado a algo. Es uno que ha encontrado a alguien.
La pérdida es absorbida abundantemente por la ganancia. El descubrimiento
hace palidecer lo que se ha dejado a la espalda. El desprendimiento no es el
fin, sino la condición del «seguimiento». También para nosotros, discípulos
de hoy, que no participamos en la aventura terrena de Jesús, es válida la
dimensión de «seguimiento», que algunos traducen por «imitación». Se trata
de recorrer el mismo camino de Cristo, hacer las mismas opciones, repetir
sus gestos, asumir sus pensamientos y sus posturas, inspirarse en sus
criterios, tener sus preferencias.
Pero lo que caracteriza al discípulo es sobre todo la postura de fe. Aquí
nos referimos a la fe en su aspecto esencial. Los discípulos, en efecto, no
están «llamados» a suscribir, esencialmente, una lista de verdades que hay
que creer. Están llamados a "fiarse de una persona". Confiarse totalmente a
esa persona, establecer un vinculo, una relación personal y vital con
Cristo. «Os haré pescadores de hombres». El oficio de pescadores de peces lo
conocen. El otro, no. Y, sin embargo, responden a la llamada, si bien no
miden, concretamente, todas las consecuencias de este paso. Aceptan vivir
una aventura de la que no valoran con precisión las dimensiones y los
riesgos. Cristo no exhibe el elenco detallado de las propias exigencias, no
dice lo que quiere y adónde llevará esta postura. Pide una adhesión a
priori, incondicionada. La fe así, se presenta como antídoto del cálculo, de
la prudencia humana, de la irresolución para comprometerse. Ten presente que
fe no significa, principalmente, «creer que...». Sino adherirse al «Señor tu
Dios». Fiarte de él sin pedir muchas explicaciones.
(ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO A, EDIT. SIGUEME SALAMANCA
1986 Pág. 115ss).
Los santos no nacieron
Los santos canonizados no nacieron santos. Se
hicieron. O, más bien, dejaron que Dios obrara en ellos. Jesús, en el
Evangelio, llama a todos a la conversión. Pero, si pienso en mí, pienso en
los demás... Quizá noto algunos arreglitos y pequeños retoques, pero
difícilmente se da una verdadera conversión. Y, sin embargo, todo es posible
para Dios.
Sólo vale una edad
Eva Lavalliére, la
célebre actriz francesa que paso del teatro a
(Cortesía: iveargentina.org y NBCD)