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MSC en el Perú

Los Misioneros del
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Domingo 13 del Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Ayudados por ellos preparemos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Celebración Eucarística

 

 

A su disposición
Exégesis: Rudolf Schnackenburg - Curación de la homorroísa y resurrección de la hija de Jairo

Exégesis: P. R. Cantalamessa OfmCap - El último enemigo: la muerte

Comentario Teológico: Dr. Isidro Gomá y Tomá - RESURRECCIÓN DE LA HIJA DE JAIRO Y CURACION DE LA HEMORROISA

Santos Padres: San Jerónimo - Curación de la hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo Mc. 5, 30-43

Santos Padres: San Agustín Curación de la hija de Jairo y de la hemorroisa (Mt 9,18-26).

Aplicación: San Juan Pablo Magno (1º) - Los milagros de Jesús como llamadas a la fe

Aplicación: San Juan Pablo II Magno (2º) - Las mujeres del Evangelio

Aplicación: San JUAN PABLO II Magno (3º) - La fe en Cristo

Aplicación: San Juan Pablo II (4º) - “Enseguida la niña se levantó”

Aplicación: P. Leonardo Castellani - Dos Milagros

Aplicación: Giuseppe Ricciotti - LA HIJA DE JAIRO. - LA MUJER CON FLUJO DE SANGRE.

Aplicación: Manuel Tuya - Resurrección de la hija de Jairo.

Aplicación: José M. Bover - Sana a la hemorroísa y resucita a la hija de Jairo

Aplicación: Juan Papini- TALITHA CUMI

Aplicación: Remigio Vilariño Ugarte - LA HIJA DE JAIRO

Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Curación de la hemorroísa

Ejemplos

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: Rudolf Schnackenburg - Curación de la homorroísa y resurrección de la hija de Jairo

21 "Cuando Jesús cruzó de nuevo en la barca hasta la orilla, se reunió una gran multitud a su alrededor; él permanecía junto al mar. 22 Entonces viene uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se echa a sus pies 23 y le suplica con mucha insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponer tus manos sobre ella, para que sane y viva." 24 Jesús se fue con él. Y gran cantidad de pueblo le acompañaba, apretujándolo por todas partes. 25 En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, 26 que había sufrido mucho por causa de muchos médicos, y que había gastado toda su fortuna sin conseguir ninguna mejoría, sino que más bien iba de mal en peor, 27 habiendo oído las cosas que se decían de Jesús, se acercó entre la turba por detrás y tocó su manto; 28 pues decía para sí: "Como logre tocar siquiera sus vestidos, quedaré curada." 29 Al instante aquella fuente de sangre se le secó, y notó en sí misma que estaba curada de su enfermedad. 30 Pero Jesús, notando en seguida la fuerza que de él había salido, se volvió en medio de la muchedumbre, y preguntaba: "¿Quién me ha tocado los vestidos?" 31 Sus discípulos le decían: "Ves que la multitud te apretuja, y preguntas ¿quién me ha tocado?" 32 Pero él miraba a su alrededor, para ver a la que había hecho esto. 33 Entonces la mujer, toda azorada y temblorosa, pues bien sabía lo que le había sucedido, vino a echarse a sus pies y le declaró toda la verdad. 34 Pero él le dijo: "Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz, y queda ya curada de tu enfermedad." "

Después de la escena en el retiro de la orilla oriental, se encuentra Jesús de nuevo en la bien poblada orilla occidental. Inmediatamente se agolpa una gran muchedumbre alrededor de él. La aglomeración popular es un trazo constante en la exposición de Marcos (3,7 ss; 4,1); pero aquí tiene importancia para el relato que sigue. En seguida Jairo "Dios ilumina" o "Dios resucita", aunque no se trata de un nombre simbólico sale al encuentro de Jesús y le suplica de rodillas que salve a su hija. Según el v. 42 la muchacha tenía doce años. La imposición de manos era un antiguo gesto para la curación de un enfermo, pues originariamente se pensaba que la fuerza vivificante tenía que descender sobre el enfermo. Por ello se llamaba gustosamente a los ancianos o piadosos junto al lecho del enfermo (cf. Stg 5:14). La muchacha está ya agonizando según Mateo y Lucas acababa de morir­ y es necesaria la mayor prisa. Para el propósito del evangelista tiene gran importancia la expresión del padre: "para que sane y viva". El verbo griego correspondiente a "sanar" puede entenderse, como entre nosotros, de la salud corporal y de la salvación eterna. Por la respuesta de Jesús a la hemorroisa: "Tu fe te ha salvado", los lectores cristianos pueden deducir con toda seguridad también este sentido más profundo. Originariamente la súplica de aquel padre no se refería a esto; la palabra siguiente "y viva" muestra que al hombre le preocupaba sobre todo la vida corporal de su hija. Para el hebreo la vida como tal significa felicidad y salud; el poder de la muerte roza al hombre ya en la enfermedad, le domina con el fallecimiento corporal y con la tumba le hunde en el reino de los muertos. En cuanto sana enfermedades, Jesús es ya un donante de vida, y si resucita a una muerta no hace más que llevar al límite extremo esa donación de vida. Aquí ya no estamos lejos de las ideas joánicas, según las cuales Jesús se manifiesta como "dador de vida" en un sentido sublime cuando llama a la vida a un enfermo de muerte (Jn.4,46­54), a un hombre que lleva enfermo mucho tiempo (Jn.5,1­9) o a uno que yace ya en la tumba (Jn., c. 11). En la "curación" o "resurrección" está indicado simbólicamente el don de la vida perdurable. Esta idea no ha madurado todavía en Marcos, pero ya está contenida en germen.

La aglomeración del pueblo, que quiere acompañar a Jesús hasta la casa del jefe de la sinagoga, constituye el preludio del episodio siguiente. Una mujer, que sufre ya doce años un flujo de sangre, probablemente en relación con la menstruación, aprovecha la ocasión para sacar partido de la fuerza sanadora de Jesús. Una mujer menstruante o que padece hemorragia no sólo es impura ella misma, sino que hace también levíticamente impuros a los otros por el simple contacto (cf. Lev 15:25 ss). Pero la narración no tiene en cuenta este aspecto. Cuando la mujer confiesa su acto temerosa y confusa, su temor no se debe tanto a haber tocado a Jesús de un modo prohibido sino secreto, del que en su opinión ha emanado una cierta virtud que la ha sanado. (...)

Esta atribulada hemorroisa constituye con su fe sencilla un modelo de cómo hay que acercarse a Jesús con una confianza de niños para alcanzar la salud y llegar a la fe plena que es prenda de la verdadera salvación. La palabra del Señor a la mujer ya curada corrige discretamente su concepción insuficiente: sólo su fe le ha proporcionado la salud, no como fe que opera los milagros de un modo mágico, sino como confianza creyente que Dios recompensa. Sobre la base de su fe, Jesús confirma a la mujer su "curación", que deja entrever la salvación de todo el hombre. Jesús le infunde consuelo y confianza "vete en paz" y le asegura su curación permanente; palabras que proclaman la bondad y voluntad salvadora de Dios. (...). Pero la historia no termina ahí sino que culmina en las palabras finales, dirigidas a la mujer: "Hija, tu fe te ha salvado..." Hay aquí una vez más, como en el apaciguamiento de la tempestad, una exhortación apremiante a la fe. La fe de aquella mujer del pueblo es, con toda la ingenuidad de la fuerza primitiva de la confianza, una réplica positiva al apocamiento de los discípulos en la tempestad del lago. Sería erróneo considerar la fe de la mujer como puramente sentimental, irracional y hasta absurda. "Había oído las cosas que se decían de Jesús" y seguramente que también había meditado sobre su persona.(...) . El claro conocimiento de la fe, que para la mujer permanecía cerrado en aquella hora, se le abrirá más tarde a la comunidad: Jesús dispone de los poderes divinos, que en él están presentes y operantes. A quienes le "tocan" con fe les concede la salud y la salvación.

35 "Todavía estaba él hablando, cuando llegan unos de casa del jefe de la sinagoga para avisar a éste: "Tu hija ha muerto. ¿Para qué seguir molestando al maestro?" 36 Pero Jesús, que había oído las palabras que aquéllos hablaron, dice al jefe de la sinagoga: "No temas; sólo ten fe." 37 Y no permitió que nadie lo acompañara, fuera de Pedro, de Santiago y de Juan, el hermano de Santiago. 38 Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y ve Jesús el alboroto de las gentes que lloraban y se lamentaban a voz en grito. 39 Entra y les dice: "¿A qué viene ese alboroto y esos llantos? La niña no ha muerto, sino que está durmiendo." 40 Y se burlaban de él. Pero él, echando a todos fuera, toma consigo al padre y a la madre de la niña y a los que habían ido con él, y entra a donde estaba la niña. 41 Y tomando la mano de la niña, le dice: "¡Talithá qum!", que significa: "¡Niña, yo te lo mando, levántate!" 42 Inmediatamente, la niña se puso en pie y echó a andar, pues tenía ya doce años. Y al punto quedaron maravillados con enorme estupor. 43 Pero él les recomendó encarecidamente que nadie lo viniera a saber; y dijo que dieran de comer a la niña".

La nueva escena viene introducida con la noticia de que, entre tanto, la hija del príncipe de la sinagoga había muerto. No era intención del padre llamar a Jesús para que despertase a una muerta y también los emisarios quieren disuadirle de semejante idea. Este detalle del relato, lo mismo que el griterío y los lamentos fúnebres en la casa mortuoria y la burla por la observación de Jesús de que la muchacha no está muerta sino dormida, no deben dejar ninguna duda de que la muerte había tenido lugar. Mas Jesús no retrocede ni ante la misma muerte. Escucha la noticia y anima al padre: No temas, sólo ten fe. De este modo se continúa también aquí el tema de la fe: la fe auténtica no capitula ni siquiera ante el poder de la muerte.

Para la inteligencia de la escena en la casa mortuoria es importante el que Jesús quiera evitar todo relumbrón manteniendo únicamente la fe en el milagro. Toma consigo, sin embargo, a algunos testigos cualificados: a los tres discípulos que después presenciarán también su transfiguración en el monte (9,2) y su agonía en Getsemaní (14,33s). Después de la resurrección (cf. 9,9) podrán referir el hecho y entonces la devolución a la vida de la muchacha aparecerá bajo una nueva luz. Para entonces Jesús habrá entrado ya en el mundo celestial de la gloria y habrá superado el poder de la muerte que él mismo había experimentado con todos sus terrores. Aunque no se expresan estas ideas, sin duda que debieron exponérselas a los lectores cristianos los tres discípulos que Jesús tomó consigo en aquella ocasión. El alejamiento de las plañideras y tocadores de flautas costumbres funerarias judías no sólo tiene por finalidad la realización del milagro en el silencio y la intimidad. Jesús sabe lo que va a ocurrir, y por ello no tiene sentido la lamentación fúnebre. En esa dirección apunta su enigmática palabra: "La niña no ha muerto, sino que está durmiendo". La opinión expresada a veces de que la muchacha estuviera de hecho sólo aparentemente muerta, no tiene sentido alguno. Lo único que Jesús quiere indicar es que esta muerte es sólo un fenómeno transitorio como el sueño. Para los lectores creyentes la palabra se convierte en una revelación: a la luz de la fe la muerte no es más que un sueño del que el poder de Dios puede despertar. La Iglesia primitiva conserva este viejo modo de hablar refiriéndose a "los que duermen" (Hech 7:60; Hech 13:36; 1Co 7:39; 1Co 11:30, etc.), y espera la resurrección futura de los muertos (Véase 1Ts 4.1316; 1Co 15:20 s.51s.). La resurrección de la hija de Jairo no significa que participe ya de antemano en la resurrección futura; sino que vuelve transitoriamente a la vida terrena. Este retorno a la vida es sólo como un signo, como lo es la resurrección de Lázaro en el Evangelio de Juan aunque vinculada más estrechamente a Cristo de que Jesús es "la resurrección y la vida" (Juan 11:25).

La resurrección de la muchacha acontece de un modo parecido a como vienen descritas las otras curaciones operadas por Jesús. Toma a la muchacha de la mano; pero queda excluida cualquier representación mágica, pues Jesús devuelve la vida a los muertos mediante su palabra soberana. La palabra se conserva todavía en arameo y es una palabra clara, no una fórmula de encantamiento: "¡Levántate!" El efecto se sigue inmediatamente diferenciándose así esta resurrección de las que realizaron Elías (1Re 17:17­24) y Eliseo (2Re 4:29­37). La muchacha puede andar de un lado para otro, indicio de que le han vuelto las fuerzas vitales. La orden de Jesús de que le den de comer puede significar ciertamente que la muchacha al igual que la mujer del flujo de sangre está curada por completo y así continuará. El asombro más grande invade a los presentes. (...) Jesús, no obstante, ordena severamente a los testigos del suceso que no lo cuenten a nadie. Esta orden de silencio se suma a las que hemos escuchado anteriormente (Mc.1,34.44; 3,12). En aquella situación no tenía sentido, pues todos estaban convencidos de la muerte de la muchacha y su retorno a la vida debió impresionarles al máximo. Pero el evangelista quiere indicar otra cosa: el deseo de Jesús de ocultar su misterio a los incrédulos. También los creyentes deben saber que entonces no era todavía la hora de comprender el misterio del Hijo de Dios. Será después de la resurrección personal de Jesús cuando este relato les revele y confirme el poder de Jesús, que vence a la muerte. Entonces se les trocará también a ellos en robustecimiento de su fe y en consuelo, puesto que el Señor puede decir a todos en presencia de la muerte: "No temas, sólo ten fe."
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial
Herder)

Notas
1 Es un modismo estereotipado, Cf. "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1Co 15:50). Después que san Pablo recibió la vocación de apóstol, no acudió en seguida a "la carne y la sangre", es decir "a los apóstoles, mis predecesores" (Gal 1:16 s). Se necesita la armadura de Dios, porque no es una lucha contra "carne y sangre", es decir, contra hombres, sino contra potestades celestes (Efe 6:12).
2 Especialmente importante es aquí el testimonio del apóstol san Pablo, sobre todo en sus primeras cartas: Gal 1:18; Gal 2:9.11.14; 1Co 1:12; 1Co 3:22, etc.
3 Por ejemplo Sal 18:3; Sal 31:4; Sal 71:3.
4 Cf. Amo 9:11; Sal 127:1; Sal 68:17, etc.
5 La imagen de la construcción se extiende por todo el Nuevo Testamento; cf. un "sagrado templo" (Efe 2:21). una "casa espiritual" (1Pe 2:5); en la última perfección "la ciudad santa, Jerusalén" (Rev 21:10), el templo que Jesús quiere levantar de nuevo en tres días en lugar del antiguo (Jua 2:19).
6 Las "puertas del reino de la muerte" también es una expresión corriente en la Biblia: cf. Isa 38:10; Job 38:17; Sal 9a(9) 14.


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 Exégesis: P. R. Cantalamessa OfmCap - El último enemigo: la muerte

Pasamos al pasaje evangélico: es una marcha triunfal hacia la vida! Seguramente el evangelista vio bajo esta luz aquel breve pero memorable viaje de Jesús desde la orilla del lago hasta la casa de Jairo. En el camino, una mujer lo toca y se cura de una penosa enfermedad incurable; al llegar a la casa, encuentra muerta a la muchacha; sin inmutarse, le toma la mano, y le dice "Niña, levántate", como poco antes le había dicho al mar "¡Calla, cálmate!". De nuevo, hay estupor, ¡no sólo el mar lo obedece, también la muerte! Si el hombre pudiera volver a vivir... suspiraba Job; he aquí un signo concreto de que puede volver a hacerlo.

Hoy somos llamados a renovar nuestra fe en Jesús, Señor de la vida y de la muerte; en Jesús que salva, porque ésta es la nota dominante de hoy: la salvación. Una salvación que no se limita, a la mente, al corazón o al alma, sino que abraza integralmente al hombre, a su carne no menos que a su espíritu. También la salud forma parte de la salvación.

Hemos tocado una tecla delicada en la que resulta fácil hacer trampa y tenemos el deber de ser honestos con respecto al hombre que escucha la palabra, sin ilusionarlo con fáciles promesas ilusorias. ¿Qué promete el Evangelio de hoy: curaciones milagrosas para todos, resurrección de la muerte? Desde siempre el hombre se encuentra en la búsqueda ansiosa de remedios para sus enfermedades especialmente ante las que -y cada generación tiene la suya- se siente impotente ¡Cuando el médico es decir la ciencia se declara vencido se recurre al curandero o al exorcista! Aceptamos cualquier esperanza ¿Acaso Jesús es uno de estos curanderos de la última hora al cual dirigirse cuando todo lo demás ha fracasado? Ciertamente que no. Las curaciones realizadas por Jesús no son manifestaciones taumatúrgicas limitadas a sí mismas; son signos, son como los sacramentos en acción. Su grandeza no reside en lo que se ve o se produce en lo externo, sino en lo que significan y prometen.

¿Y qué significan, en nuestro caso, la curación de la mujer enferma y la resurrección de la hija de Jairo? Significan que Dios, en Jesucristo, ha retomado en su mano la suerte del hombre, que ha vuelto a manifestarse como aquello que en realidad es, el Dios de los vivos y no de los muertos (Cf. Mt. 22, 32); el Dios que hace triunfar la vida y que preserva la existencia de sus criaturas. Todo esto lo hace no eliminando la enfermedad, el deterioro y la muerte, sino rescatándolas, abriendo en ellas un pasaje a la vida. Un día la muerte no existirá más, ni el luto, el lamento o la angustia: todas estas cosas habrán pasado (cfr. Apoc. 21, 4). El último enemigo -la muerte- será aniquilado (cfr. Cor. 15, 26). He aquí la promesa contenida en aquellos signos, que hace de los milagros de Jesús otros tantos sacramentos de la esperanza.

¿Quién dice que eso es de veras una esperanza y no una ilusión? El hecho de que por lo menos uno recorrió todo ese camino: ¡Jesús! Él pasó por la muerte y ahora -lo sabemos- está vivo. El Evangelio de hoy sirve de prólogo a la Pascua de Cristo. Revela su sentido con anticipación.

Todo esto tiene sentido sólo en la fe: Tu fe te 1a salvado, dice Jesús a la mujer. También hoy, lo que puede salvarnos es nuestra fe vivida "en la esperanza" (cfr. Rom. 8, 24).

Pero también así -es decir, en el riesgo de la fe y en el corazón de la esperanza- ¡qué grandiosa aparece la promesa de Dios! Toda ideología terrenal se detiene ante ese límite oscuro que es la muerte. Aun dentro del marxismo se abre camino esta duda: ¿qué Sentido tiene liberar al hombre de todo el resto (opresión económica, miseria, injusticia, alienación), si después se lo deja solo, sin esperanza, frente a la muerte? ¿Acaso no es como acompañar a alguien hasta el momento de la ejecución, tratando de distraerla a lo largo del camino?

Sólo la fe puede ir más allá y llevar al hombre de la mano hasta ese paso extremo, serenando sus pensamientos. Pablo exclama: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la muerte? Nosotros venceremos todas estas cosas (cfr. Rom. 8, 35 ssq.). San Francisco saluda a su muerte desde lejos, llamándola hermana: "Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana, la muerte corporal". Cada vez que la muerte toque a alguno de lo que nos rodean, seguiremos llorando por él y por nosotros mismos pero será un llanto distinto al de Job: Jesús nos ha liberado del miedo de la "segunda muerte" (Apoc. 20, 14), la muerte eterna.

Aquel día, en la casa de Jairo, Jesús les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. No deseaba despertar entusiasmos mesiánicos y comprometer el desarrollo de su ministerio. Ahora ya no es así, hoy nos recomienda al contrario que lo hagamos saber a todos, que gritemos a los cuatro vientos lo que nos dijeron al oído; que lo hagamos saber sobre todo a los hermanos que se encuentran agobiados por la enfermedad o que luchan contra la muerte. Quizás hoy mismo encontremos a alguno de ellos, en casa o visitándolo en el hospital. En este momento, Jesús nos confía un mensaje para él: ¡Valor, yo he vencido a la muerte!
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 201-204)

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Comentario Teológico: CASTELLANI, L. - Dos milagros de Cristo para despertar la fe (Mc 5, 21-43)

El evangelio de hoy narra dos milagros enchufados, el de la Hemorroísa y el de la Hija de Jairos, que son interesantes para reflexionar -entre otras cosas- sobre la física del milagro; porque están ornados de varias circunstancias sorprendentes. Mateo cuenta el hecho en un resumen seco y Lucas con varios pormenores nuevos; pero Marcos, el meturgemán de San Pedro, hace un relato movido y vívido de testigo presencial, donde creería uno oír la misma voz de Pedro, que fue de él no solamente espectador, sino en cierto modo actor. En efecto, Pedro pone las dos palabras mágicas de Cristo en arameo "Talitha koum (i)" ("Niña, despierta, te digo"); además, Pedro llama a Juan "hermano de Jácome"; seguramente fue él (Pedro) quien respondió a Jesús: "¿Cómo preguntas quién te ha tocado si la turba te está atropellando y pechando?"; y es él quien fue introducido con los dos hermanos Zebedeo y los dos padres al dormitorio de la finadita a presenciar el milagro: "cinco medio­hombres", dice San Agustín; porque el dolor y el temor los tenían allí en suspenso y como alelados.
Un milagro depende de la voluntad del taumaturgo y de la fe del que lo recibe; y aparentemente está sometido a ciertas leyes que desconocemos: son conocidas las circunstancias en que se producen los milagros de Lourdes. Naturalmente, Dios no tiene leyes; pero evidentemente también si quiere hacer un hecho propio suyo, que lo señale a Él, no necesita descompaginar la creación con una especie de alcaldada o acto de violencia, sino manejar las naturas de las cosas que Él ha hecho, y que Él únicamente conoce hasta el fino fondo. Dios está dentro de las cosas y de sus leyes y no fuera de ellas. Aquí está el error de los que niegan el milagro, como Le Dantec, alegando que Dios no puede destruir las leyes naturales: puesto que no necesita destruirlas. Aquí también está el error de los que, viendo una cierta uniformidad en el modo en que ocurren los milagros, sostienen que no son milagros, sino efectos de leyes naturales que todavía desconocemos; como Beresford y los modernistas en general.
J. D. Beresford, arquitecto y gran escritor inglés, ha encarnado la doctrina modernista de la "fe que cura" ("the healing faith") en su novela The Hampdenshire Wonder y en otros libros. Trata de desarmar el mecanismo del milagro, atribuyéndolo a la voluntad humana exaltada e inflamada por la fe y el amor; aunque la "Fe" de que habla no es la fe sobrenatural sino una especie de confianza ciega y frenética; y el "Amor" no es el amor de Dios sino el amor humano. Dice con razón que debe haber un lazo genético entre el espíritu y la materia, la cual del espíritu procede; y por tanto, todo lo que hace falta es que el espíritu, en un momento de exaltación pasional -y aquí es donde yerra- recupere por un momento ese lazo e influjo escondido; pero sabemos que ese influjo escondido no está en manos del hombre, sino sólo del Creador, y a lo más, del ángel. La teoría es muy bonita, y la novela está bien hecha; pero con todo lo que sabe, Beresford no ha podido jamás resucitar un muerto, ni siquiera curar un dolor de muelas. Eso sí, ha ganado fama y dinero con sus novelas agradablemente religiosas en los medios protestantes. Esta misma teoría la enseña una secta protestante, muy poderosa en Norteamérica, que se llama la Cristian Science.
Cristo exigía la fe a sus milagrados; y a veces el milagro dependía del grado o existencia de esa fe; pero no exigía fe a los muertos que resucitó. La fe, pues, es causa (concausa) del milagro; pero no es causa física de él - como yerra Beresford- sino causa moral: en el sentido de que Cristo se interesaba en sus milagros sólo en cuanto eran medios de llevar a los hombres a la conversión interior, y a creer en Él y en sus tremendas palabras. De ahí viene la curiosa circunstancia -en este milagro tan acusada- de la prohibición de contarlos, que impartía a sus favorecidos. "Echó a todos fuera, menos a los padres... y les mandó enérgicamente que no dijeran nada..."1. ¿Para qué, si como nota Mateo, en seguida lo supieron todos? Pues simplemente para no fomentar en el pueblo la angurria de milagros: que no pusiesen el milagro delante de la predicación; y no convirtiesen al Mesías en un Supercurandero, así como querían convertirlo los fariseos en un Superdictador o un Superpolítico nacionalista.
Lo primero que le interesa a Cristo es la predicación del Evangelio: hasta el milagro viene después de eso. Aquí en Buenos Aires me parece ver -y ojalá me equivoque- un fenómeno monstruoso: el único lazo religioso que une a los fieles con la jerarquía y da a la jerarquía su razón de ser, que es la predicación, no existe; o digamos, más moderadamente, como si no existiera.
"Id y enseñad a todas las gentes." En las parroquias no se enseña nada, ni en las "cátedras" de las Catedrales. ¿Qué es una gran parroquia de Buenos Aires? Ciertamente no es una parroquia medioeval, un núcleo de gente unida por la fe, que se conoce, conoce al Pastor y es conocida por él: "mis ovejas me conocen y yo las conozco", dice Cristo. Hablando breve y mal, una parroquia de Buenos Aires es un gran edificio donde concurren masas desconocidas a comprar "sacramentos" que para muchos, que no tienen fe sobrenatural sino simple superstición -justamente por falta de enseñanza-, no son sacramentos, sino ceremonias mágicas. Hay excepciones. Hablo en general.
El único lazo unitivo que quedaría para formar mal que bien una verdadera comunidad religiosa sería la predicación del Evangelio; y no se predica el Evangelio. Yo he recorrido las principales parroquias de Buenos Aires, he oído a los principales "oradores" y sé que no se predica el Evangelio, no se enseña la fe.
Si San Pedro y San Pablo volviesen al mundo, esto es lo que dirían. Pero dejen no más, ya volverán Enoch y Elías.
A todo esto, por meterme a criticón, no he contado el milagro de la rusita Jairós, tan repicado por los tres Evangelistas Sinópticos.
Jesús estaba "cerca del mar", es decir, en la playa de Cafarnaúm. Vino un archisinagogo, se echó a sus pies y lloró; y cuando un fariseo llora, ya no es fariseo. Y le "suplicaba grandemente" que fuese a su casa y pusiese sus manos sobre la cabeza de su hija única para que viva, "porque está en las últimas". Jesús se puso en camino sin decir palabra; mas si el eclesiástico hubiese tenido la fe del Centurión Romano y hubiese dicho: "Rabbí, no es necesario que te molestes haciendo este camino: tú puedes curarla desde aquí con una sólo palabra" se hubiese ahorrado un gran disgusto y susto.
Más fe tuvo la Hemorroisa. Jesús caminaba como llevado en andas por una turbamulta. De repente se detuvo y preguntó: "¿Quién me ha tocado?". Los Discípulos -Pedro sin duda- le dijeron que esa pregunta era chusca: muchísima gente lo tocaba. "No, porque yo he sentido salir virtud de mí", y miró alrededor. Entonces una mujer se adelantó, se postró delante, y "confesó", dice Pedro­Marcos: contó todo.
Sufría de hemorragias doce años hacía. Había gastado toda su fortuna en médicos, la habían hecho sufrir mucho y la habían dejado peor. San Lucas, que fue médico, omite este detalle, pero Marcos lo particulariza casi con ferocidad: "Había visto muchos médicos, la habían atormentado, y dejado peor que antes." También, los médicos de aquel tiempo no se andaban en chiquitas. Los libros judíos (el Talmud) de aquel tiempo, nos dejan conocer algunas recetas; para curar el flujo de sangre, por ejemplo: sentarse en una encrucijada teniendo en la mano un vaso de vino nuevo; el médico venía por detrás en puntillas y le daba un gran grito para asustar al flujo de sangre; si el vino no se derramaba, el flujo se debía sanar; el médico ya estaba pagado, de modo que si no se sanaba, la culpa era de la enferma. Otro remedio era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el flujo debía cesar por dos días; comiendo dos, por tres días; y comiendo uno durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio y éste decisivo: azotarse los muslos con ortigas a la media noche un día sí y otro no durante un mes de Kislew -que corresponde a nuestro noviembre­diciembre- y la enfermedad debía desaparecer; pero no desapareció. Otros remedios que seguían, hacían desaparecer las ganas de sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de empirismo y mucha superstición. En la Mishna (Talmud) existe esta sentencia: "El mejor de los médicos merece el infierno."
"Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y sé sana de tu plaga." La tradición retiene que la mujer favorecida se llamaba "Berniké" o Verónica, y fue la misma que en la Vía Dolorosa enjugó con un lienzo el rostro de su Salvador caído -y allí había también flujo de sangre- el cual quedó estampado en él. Ésta había pensado entre sí: "si llego solamente a tocar la orla de su vestido, seré salva". El pudor la cohibía de exponer su enfermedad delante de todos; y sentía altamente del Rabí de Nazaret.
Estaba aún hablando con ella, cuando llegó mensaje al dignatario sinagogal de que su hija había muerto. Jesús interrumpió: "No temas, cree solamente." Cuando llegó estaban preparando el entierro y estaban allí las Lloronas y los Ululantes, según esa costumbre oriental que se conserva todavía en lugares de Suditalia y yo he visto en el Andalucía: llorar, gemir y hacer largos y sollozantes monólogos elegiacos; costumbre que tiene una raíz psicológica y aun higiénica, pues el dolor interno se templa y se encauza por medio de su manifestación externa, así como todas las emociones por medio de su expresión cuerdamente graduada; como atestigua la famosa teoría de "la purificación por la tragedia", de Aristóteles. Esta ceremonia de los llantos teatrales, ridícula para nosotros los "civilizados", tiene por fin hacer salir la pena para fuera y que no se vaya para adentro y dañe Z. Cristo paró el tumulto gritando: "¿Por qué lloráis y alborotáis? No esta muerta la niña, duerme." Para Cristo la muerte es un sueño ("Lázaro duerme"), y eso ha de ser para el cristiano... Se burlaron de Él.
Hizo salir a todos y tomando de la mano a la niña, la "despertó".
Se despierta al que duerme, no se despierta al que está muerto. Pero ésa es la locura del amor, que no quiere creer que haya cadáveres. "No está muerta la niña: duerme." Había allí siete hombres, es decir: cinco medio hombres, uno que ya no era hombre, y uno que era más que hombre... -estas son florituras de San Agustín-. La niña comenzó a caminar y los presentes "quedaron estupendamente estupefactos". Mandó que le diesen de comer, y ordenó "vehementemente" que no lo contaran a nadie.
Tenía doce años. La leyenda ha querido también seguir los pasos de la niña resucitada. Se casó poco después y de sus hijos naturalmente uno fue obispo, otro fue sacerdote y otro centurión romano; todos mártires. Eso ya no lo sabemos cierto; pero es muy probable que de su estada en el más allá sólo conservó el recuerdo borroso de un sueño, lo mismo que Lázaro; porque de otro modo, no sería fácil seguir viviendo.
¿Por qué hizo salir a todos antes de obrar el portento? Primero, porque se habían reído de Él y no merecían verlo. Segundo y principal, por la razón antes dicha, de que Cristo no quería hacer espectáculos sino crear fe. Hoy día hay gente que piensa que hay que hacer espectáculos clamorosos y multitudinarios para crear la fe. Ojalá que les vaya bien con su sistema, pero me parece que eso más que fe es política. Bueno, ojalá que les vaya bien con su política. Pero hasta ahora no lo hemos visto. La fe es interior, la fe no ama los alborotos, la fe no hace aspavientos, la fe se nutre en el silencio: ella es callada y operosa, es sosegada, es modesta, es fecunda, es más amiga de las obras que de las palabras, es fuerte, es aguantadora, es discreta. Es pudorosa. Los hombres profundamente religiosos no ostentan su religiosidad, como los Don Juan Tenorio de la religión, porque todo amor profundo es ruboroso; lo cual no impide que reconozcan a Cristo ante los hombres cuando es necesario.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, pp. 376-382)

Notas
1 El texto griego dice: "pareéngeilen, diestéilato" ("les gritó, les bramó que no lo contaran").
2 El docto presbítero doctor Enrique M. Villaamil, de Gualeguay, Entre Ríos, me comunica -junto con otras observaciones justas- que en algunos rincones de Corrientes se conserva aún la costumbre de las lloronas en los velatorios.

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Comentario Teológico: DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS - RESURRECCIÓN DE LA HIJA DE JAIRO Y CURACION DE LA HEMORROISA :

Explicación. -Mc. y Lc. sitúan este hecho inmediatamente después de los sucesos de Gerasa, y éste parece ser el lugar que le corresponde según el orden cronológico. San Mateo anticipa mucho la narración de estos dos milagros, siguiendo su plan sistemático. La más completa e interesante de las tres narraciones es sin duda la de Mc.; y en ella se descubre, como otras veces, la influencia de Pedro, testigo ocular de los hechos, que narraría a Mc. minuciosamente prodigios tan estupendos. Por esto se ha puesto el texto de Mc. como base de la concordia.

PETICIÓN DE JAIRO (21-24). - De regreso de la región de Gerasa, donde había abordado Jesús después de calmar la tormenta, llegó de nuevo a la playa occidental del lago, tomando tierra seguramente en Cafarnaúm, según se colige de los relatos. Allí estaba todavía la multitud que había dejado el día anterior, o al menos se rehízo de nuevo al saber su llegada. No es improbable que hubiese llegado a Cafarnaúm la noticia de los milagros de la tempestad calmada y de la liberación del poseso de Gerasa: Y habiendo pasado otra vez Jesús en la barca a la otra orilla, reunióse en torno suyo una gran multitud, pues todos le esperaban, después de los ruidosos hechos, recibiéndole en el mismo borde del mar: Y estaba junto al mar.

La fama de su regreso ha corrido por la ciudad. Tan grande es esta fama, que no ya los plebeyos vienen a demandar gracias a Jesús, sino un personaje de tanto viso como un príncipe de la sinagoga. Y he aquí que vino uno de los príncipes reconociendo en él algo más que un simple hombre; que presidía el culto y la asamblea en los actos religiosos de la sinagoga: ejercía también las funciones judiciales. Era "uno de los príncipes" que así se llamaba los que formaban el consejo superior de la sinagoga, si no es que hubiese en la localidad varias sinagogas, cosa no improbable si se trataba de Cafarnaúm, la más importante de las ciudades de aquel litoral.

Al ver el ilustre judío a Jesús, cae de hinojos a sus pies, reconociendo en él algo más que un simple hombre: Y luego que lo vio se arrojó a sus pies, y le adoraba, rogándole que entrase en su casa. Jesús no rehúsa estos obsequios, y en ello aparece su voluntad de aparecer como Dios, en esta y otras ocasiones análogas. El príncipe judío ruega con mucha instancia a Jesús: Y le suplicaba mucho, exponiéndole los motivos de su gran dolor, diciendo: ¡ Señor! Mi hija está en los últimos; no tardará mucho en saber su muerte: Ven a imponer sobre ella tu mano -gesto usado con frecuencia por Jesús para curar a los enfermos (Mc. 6, 5; 7, 32; 8, 23, etc.) y que es signo de bendición (Gen. 48, 14 sigs.)- para que sane y viva. El Evangelista, de un trazo, pinta la angustiosa situación de aquella familia: Por que tenía una hija única, como de doce años, y ésta se estaba muriendo. Soledad y muerte van a sustituir en casa de Jairo la amable compañía de una bella vida. No tiene Jairo la fe del Centurión; pero cree, y Jesús va a premiar su fe: Y levantándose Jesús, se fue con él, también sus discípulos. La enorme multitud de la playa sigue a Jesús y Jairo, camino de la casa de éste: Y aconteció que, mientras iba, seguíanle una gran multitud; y le apretujaban, en la angostura de las calles.

CURACIÓN DE LA HEMORROÍSA (25-34). - Durante el trayecto de la tierra a casa de Jairo, va a dar Jesús una prueba de su poder soberano y de su omnisciencia. Los Evangelistas convergen en darnos una pintura trágica de una pobre enferma: Y he aquí que una mujer que padecía flujo de sangre, doce años atrás, y que había sufrido mucho en manos de muchos médicos; primera calamidad, enfermedad vieja y dolorosa; Y gastado todo cuanto tenía, ocasionándole la calamidad de la miseria; Y que por ninguno había podido ser curada, ni había adelantado nada, la aflicción del desahucio Antes empeoraba más, la calamidad de una vida desgraciada, fácil presa de muerte próxima.

El flujo de la pobre mujer era uterino; enfermedad grave y vergonzosa, que llevaba la extenuación de la paciente a veces la muerte, y que entre los judíos producía la impureza legal. Por ello la enferma, cuando oyó hablar de Jesús, cuyo poder sólo de fama conocía, pero que le había inspirado gran confianza, va por detrás a Jesús, pues a nadie, ni al mismo divino Médico quería revelar su vergüenza: Acercóse por detrás, entre la muchedumbre, y tocó la orla de su vestido, no obstante no saber si Jesús había curado a alguien por el simple contacto de sus vestidos; Pues decía dentro de sí: Tan sólo con tocar su vestido seré sana: tal era la fe en la santidad y poder taumatúrgico de Jesús.

Los médicos judíos, ignorantes, como todos los de aquellos tiempos en lo tocante a enfermedades internas, tenían una serie de recetas inverosímiles, mezcla de curandería y de magia, para atajar los flujos de sangre, totalmente ineficaces. La hemorroisa del Evangelio es más afortunada sólo tocando a Jesús que en largos años de terapéutica: Y en aquel mismo instante secóse el flujo de su sangre, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal, por la sensación que tuvo del vigor readquirido.

No quiso Jesús que el milagro permaneciese oculto, y esta su voluntad dio lugar a un nuevo episodio: Y al momento Jesús, conociendo en si mismo la virtud que de él había salido. Habla aquí Jesús según una locución vulgar y acomodándose a la inteligencia del pueblo; sale de él la virtud curativa en su efecto, permaneciendo entera en su esencia, como la doctrina que enseña. Conoce Jesús que ha salido fuerza de él, porque sabe que ha curado. La hemorroísa "sintió" la curación; Jesús "supo" que le había tocado por detrás la mujer, pues tal es en el original griego la equivalencia de "conociendo". Para llamar la atención sobre el hecho, Jesús decía: ¿Quién ha tocado mí vestidura? Niegan todos le hayan tocado con intención: Y negándolo todos, decíanle sus discípulos, que estaban en contacto inmediato con él, Pedro y los que con él estaban: Maestro, ves la multitud que te aprieta y sofoca, tocándote por todos lados, y dices ¿quién me ha tocado?

La interpelación de Jesús determinaría un alto en la comitiva; Jesús repite su pensamiento: Y dijo Jesús: Alguien me ha tocado, porque he conocido que ha salido virtud de mí. Quiere Jesús a todo trance descubrir el milagro y la con él favorecida: Y miraba alrededor por ver a la que esto había hecho. Miraba porque conociendo a la mujer en su omnisciencia, quería que ésta declarase pública mente lo ocurrido. Por el aspecto de Jesús comprendió la mujer que no debía quedar oculto lo que en ella se había hecho. Temió y tembló, por si había obrado mal en tocar clandestinamente a Jesús, y pensando que por ello podía venirle de nuevo el mal: Entonces la mujer, medrosa y temblando, sabiendo lo que en ella se había realizado, venciendo la muralla de gente y los humanos respetos, llegó, se postró ante él, buscando una segunda misericordia en quien tan grande se la había ya tenido, y díjole toda la verdad, con confesión humilde, timorata, general. Y no sólo a Jesús lo dice, sino que declaró delante de todo el pueblo la causa por que le había tocado, y cómo al momento había quedado sana.

Jesús, obtenida la confesión de la mujer y hecho público el milagro, lleno de dignidad y misericordia, le quita todo temor y la confirma en su salud: Y Jesús le dijo: Ten confianza, hija, tu fe te ha sanado; no el simple contacto de mi vestido, sino tu fe en mi poder y bondad. Vete en paz, sigue Jesús; vive vida feliz y próspera; y, ratificando su curación para siempre, añade: Y sé curada de la enfermedad. Es eficaz la palabra de Jesús; el milagro fue completo y duradero en sus efectos. Y quedó sana la mujer desde aquella hora.

RESURRECCIÓN DE LA HIJA DE JAIRO (35-43). - Sigamos a Jesús y a la compacta multitud que desde el mar le acompaña a casa del arquisinagogo. El milagro de la hemorroísa no ha causado más que un breve alto en la ruta. Entretanto, y en la ausencia del padre, la jovencita ha muerto; de la casa del arquisinagogo vienen a darle al padre la infausta nueva: Cuando aún estaba él hablando, llegaron de casa del príncipe de la Sinagoga, diciendo: Ha muerto tu hija, ¿para qué cansas al Maestro? Creen en el poder de sanar que tiene Jesús, no en el de resucitar los muertos. Antes que rompa la pena el corazón del padre, Jesús lo sostiene con la esperanza: Mas Jesús, cuando oyó lo que decían, dijo al príncipe de la Sinagoga , padre de la niña: No temas: solamente cree, y será salva; no le será al príncipe tan difícil creer, después del milagro que acaba de presenciar.

Crecería su confianza al ver que Jesús, a pesar del infausto anuncio, no desiste de ir a su casa, aunque no consiente más testigos que a tres discípulos: Y no dejó ir consigo a ninguno, sino a Pedro, por razón de su preeminencia; y a Santiago, que debía ser el primero en confirmar su fe con el martirio; y a Juan, hermano de Santiago, el que más altamente había de escribir de la divinidad de Jesús.

Y llegan a casa del príncipe de la Sinagoga no hay que dudar de la muerte de la niña: hija única de un hombre principal ha atraído la noticia multitud de gente a la casa, en la que, como de costumbre, sobre todo en Oriente -hemos sido testigos de una de estas exageradísimas manifestaciones- se había desarrollado una desgarradora escena de duelo: Y ve a los tañedores de flauta, y el tumulto, y a los que lloraban y plañían. A las plañideras y lloronas de oficio, que para estos casos se alquilaban, y que, por ser familia principal eran numerosas, se habían añadido los parientes y amigos. Los tañedores de flauta tocaban aires lúgubres; grandes eran la confusión y el ruido, que todos lloraban y se lamentaban por ella.

Y habiendo entrado, les dijo, ante la expectación de todos por la presencia del taumaturgo: ¿Por qué os conturbáis y lloráis? Retiraos; no es hora aún de estas manifestaciones ni de que acompañéis a un supuesto difunto: No lloréis; no está muerta la niña, sino que duerme. Muerto está aquel que ha acabado el curso de la vida en la tierra; la joven no ha hecho más que interrumpirlo, como en una especie de sueño. Las palabras de Jesús producen decepción en quienes las oyen: ellos están segurísimos de la muerte de la niña; no será tan gran profeta quien desconoce el hecho: Y se mofaban de él, sabiendo que estaba muerta. Su escasa fe no merece que estén en su presencia: Pero él, echándolos a todos fuera -y saldrían al imperio de Jesús, cuyo poder les impondría temor y reverencia-, toma consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que con él estaban, Pedro, Santiago y Juan, y entra donde la niña yacía.

La escena que en la cámara de la difunta se desarrolló es tan sublime como sencilla su descripción en los Evangelios. Están suspensos los ánimos de los testigos, por la solemnidad que da Jesús al acto. Y tomando la mano de la niña, en actitud de incorporarla, clamó, como se suele llamar a los que están dormidos, y le dijo, acompañando la voz al gesto: TALITHA CUMI, que quiere decir: Niña, a ti te digo: levántate. Dijo, y fue hecho; el que vino a triunfar de la muerte, arráncale esta presa como primicia de su victoria: Y volvió el espíritu a ella, uniéndose de nuevo el alma al cuerpo; y se levantó en seguida, sin rastro de su pasada dolencia. No sólo se levantó, sino que demostró la plenitud de la vida recobrada: Y echó a andar, pues tenía doce años, entrando en la normalidad de sus funciones.

Un muerto que resucita inspira el terror del misterio en él obrado; lo insólito del caso, pues sólo se lee de tres difuntos resucitados por el Señor, contribuye al miedo: Y sus padres quedaron atónitos de un grande espanto. Jesús les impone un grave mandato: no dirán a nadie el prodigio, contra lo que había ocurrido con la hemorroísa, que él mismo quiso se publicara: Y les mandó vehementemente que a nadie lo dijeran, que nadie lo supiese. Era natural que la multitud que había seguido a Jesús hasta la casa de Jairo estuviese aguardando el resultado de la intervención del taumaturgo. Para prevenir la explosión de entusiasmo que ello hubiese producido y para que no se creyese que debía prodigar las resurrección corno las curaciones, les ha impuesto silencio. Y dijo que dieran de comer a ella, para que vieran que nada había de ficción en el hecho. No podía éste ocultarse; la niña, que ha sido vista muerta, lo será viva: Y corrió esta fama por toda aquella tierra. A pesar de tamaño prodigio, y que la ley mandaba que fuera reconocida como profeta aquel cuya palabra se verificase (Jer. 28, 9; Deut. 18, 22), aquel pueblo protervo no reconocerá la mesianidad de Jesús con tales portentos confirmada.

Lecciones morales. -A) v. 23.- Ven a imponer sobre ella tu mano, para que sane y viva. - Estas palabras de Jairo revelan su fe profunda. Mayor fue sin duda la del centurión, que creyó en el poder de una sola palabra de Jesús, sin necesidad de su presencia; pero aun la desproporción entre la imposición de las manos y la curación de una moribunda es grande para que no veamos en Jairo un gran creyente. Esta fe en el contacto espiritual de Jesús es la que debemos tener nosotros, y decirle, en la seguridad de ser oídos, especialmente en los momentos de la comunión eucarística: "Pon, Señor, tu mano sobre mi alma, y vivirá; sobre mis potencias, y se vigorizarán; sobre toda mi vida, y se remozará espiritualmente; y se levantará, como la hija de Jairo, del lecho de sus culpas; y andará, como ella, con pie firme por el camino de tus mandamientos; y, como ella, tendrá hambre de las cosas divinas, prueba de su total curación y de la plenitud de su vida."

B) v. 28.- Tan sólo con tocar su vestido seré sana. - Esta profunda fe en la eficacia del contacto de Jesús es la que debemos tener al acercarnos a él. ¿Qué importa suframos el hediondo flujo de toda suerte de pecados? El que vino al mundo para purificarle a ellos no espera más que tocarnos para dejarnos sanos y para que se seque la fuente de nuestros crímenes. Y para tocarnos no espera sino que nos acerquemos a Él con voluntad de tocarle y sacar de Él la virtud curativa. "Tocadme, Señor, y seré sano, debemos decirle. Tocabais a los ciegos y veían; imponíais las manos a los enfermos, y se curaban; dabais la mano a la hija de Jairo, y le devolvíais la vida; más caras que sus cuerpos os son nuestras almas: tocadlas, infiltradles vuestra virtud, y sentirán el vigor de la vida divina que les falta por haberos dejado a Vos."

C) v. 34. Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado. - Estas dulcísimas palabras de Jesús, en su sentido moral encierran todo el misterio de nuestra vivificación y de nuestra salud espiritual. Llámala "hija", dice el Crisóstomo, porque la fe es la que nos da la filiación de Dios, por cuanto ella es el principio de nuestra justificación. Como al tocar la hemorroísa el vestido de Jesús salió virtud curativa del mismo, así cuando nosotros tocamos a Cristo por la fe, se nos dan asimismo sus virtudes: porque la fe es como el punto de contacto entre Dios y nuestra alma. Y si el simple contacto de la orla del vestido de Jesús produjo la radical curación del cuerpo de la enferma crónica, ¿qué efectos no causará nuestro contacto total, substancial, por decirlo así, con Jesús, con todo Jesús, en el sacramento de la Eucaristía ?

D) v. 39. - No está muerta la niña... - Para Jairo y los suyos, estaba muerta la niña. No lo estaba para Jesús, sino solamente dormida. Descansaba el cuerpo de la muchacha, mientras su alma estaba a las órdenes de Dios que la había criado, y que iba a mandarle informar de nuevo el cuerpo que por unos momentos dejó. De aquí, dice San Beda, viene la costumbre de que llamen los cristianos. a sus muertos "durmientes", o "dormidos": "Se ha dormido en la paz de los justos", decimos: es que todos hemos de resucitar, según nuestro dogma nos lo enseña. Desde este momento, la muerte no es más que un sueño: ¿qué importa sea breve, como el de los resucitados del Evangelio, o largo, como el de quienes hemos de esperar la resurrección final? Nuestro Redentor vive, y él nos vivificará en su día: tengamos guardada en nuestro pecho esta esperanza.

E) v. 40. -Y entra donde la niña yacía... - Resucita Jesús a esta muchacha en su casa; al joven de Naím, fuera de las puertas de la ciudad; a Lázaro, en el sepulcro. Para significar moralmente, dice San Gregorio, que está todavía en su casa quien muerto está por pecados ocultos; fuera de la ciudad es conducido quien revela su iniquidad por la pública perpetración del pecado; está oprimido por la losa del sepulcro quien está bajo la mole de la perversa costumbre. Todos los pecadores pueden resucitar a la gracia, dice San Beda, pero como en la gradación que hay en estos tres milagros respecto a la manifestación de la fuerza de Jesús, así crece la dificultad de la espiritual resurrección, según sean los pecadores ocultos, públicos o contumaces.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 619-626)



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SANTOS PADRES: SAN JERÓNIMO - Curación de la hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo  Mc. 5, 30-43

¿Quién me ha tocado? pregunta, mirando en derredor, para descubrir a la que lo había hecho. ¿No sabía el Señor quién lo había tocado? Entonces, ¿por qué preguntaba por ella? Lo hacía como quien lo sabe, pero quiere ponerlo de manifiesto. Y la mujer, llena de temor y temblorosa, conociendo lo que en ella había sucedido... etc. Si no hubiese preguntado y hubiese dicho: ¿Quién me ha tocado?, nadie hubiera sabido que se había realizado un signo. Habrían podido decir: no ha hecho ningún signo, sino que se jacta y habla para gloriarse. Por ello pregunta, para que aquella mujer confiese y Dios sea glorificado.

Y se postró ante él y le dijo toda la verdad Observad los pasos, ved el progreso. Mientras padecía flujo de sangre, no había podido venir ante él: fue sanada y vino ante él. Y se postró a sus pies. Todavía no osaba mirarle a la cara apenas ha sido curada, le basta con tener sus pies. "Y le dijo toda la verdad". Cristo es la verdad. Y como había sido curada por la verdad, confesó la verdad.

Y él le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado" La que así había creído digna es de ser llamada hija. La multitud, que lo apretuja, no puede ser llamada hija, mas esta mujer, que cae a sus pies y confiesa, merece recibir el nombre de hija. "Tu fe te ha salvado". Observad la humildad: es él mismo el que sana y lo refiere a la fe de ella. "Tu fe te ha salvado".

Tu fe te ha sanado: vete en paz. Antes de que creyeses en Salomón, esto es, en el pacífico, no tenias paz, ahora, sin embargo, vete en paz. "Yo he vencido al mundo". Puedes estar segura de que tienes la paz, porque ha sido sanado el pueblo de los gentiles.

Llegan de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: "Tu hija ha muerto: ¿por qué molestar más al maestro?". Resucitó la Iglesia y murió la sinagoga. Aunque la niña había muerto, le dice, no obstante, el Señor al jefe de la sinagoga: No temas, ten sólo fe, Digamos también nosotros hoy a la sinagoga, digamos a los judíos: ha muerto la hija del jefe de la sinagoga, mas creed y resucitará.

No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago'. Alguien podría preguntar, diciendo: ¿por qué son siempre elegidos estos tres, y los demás son dejados aparte? Pues también cuando se transfiguró en el monte, tomó consigo a estos tres. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro, Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. Pues también Jacob, según el Antiguo Testamento, puso tres varas en los abrevaderos". Y está escrito en otro lugar: "El esparto triple no se rompe", Por tanto, es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia, Santiago, el primero entre los apóstoles que fue coronado con el martirio, y Juan, que es el comienzo de la virginidad.

Y llegó a la casa del jefe de la sinagoga y vio un alboroto y unas lloronas plañideras Incluso hoy sigue habiendo alboroto en la sinagoga. Aunque afirmen que cantan los salmos de David, su canto, sin embargo, es llanto.

Y entrando les dice: ¿Por qué estáis turbados y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. Es decir, la niña, que ha muerto para vosotros, vive para mí: para vosotros está muerta, para mí duerme. Y el que duerme puede ser despertado.

Y se burlaban de él. Pues no creían que la hija del jefe de la sinagoga pudiera ser resucitada por Jesús.

Pero él, echando a todos fuera, tomó consigo al padre y a la madre de la niña. Dirijámonos a los santos varones, que realizan signos, a quienes el Señor les concedió ciertos poderes. He aquí que Cristo, cuando iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, echa fuera a todos, para que no pareciera que lo hacía por jactancia. Así, pues, habiendo echado a todos, él tomó consigo al padre y a la madre de la niña. E incluso a ellos les hubiera echado probablemente, si no hubiera sido por consideración a su amor de padres, para que vieran a su hija resucitada.

Y entra donde estaba la niña, y tomándola de la mano... etc. En primer lugar tomó su mano, sanó sus obras y de este modo la resucitó. Entonces se cumplió verdaderamente esto: "Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel será salvo". Dice, pues, Jesús: Talitha kumi, que significa: Niña, levántate para mí. Si hubiera dicho: "Talitha kum", significaría: "Niña, levántate", pero como dijo "Talitha kumi", esto significa, tanto en lengua siria como en lengua hebrea: "Niña, levántate para mí". "Kumi" significa: "Levántate para mí". Observad, pues, el misterio de la misma lengua hebrea y siria. Es como si dijese: niña, que debías ser madre, por tu infidelidad continúas siendo niña. Lo que podemos expresar de este otro modo: porque vas a renacer, serás llamada niña. "Niña, levántate para mí", o sea, no por tu propio merito, sino por mi gracia. Levántate, por tanto, para mí, porque serás curada por tus virtudes.

Y al instante se levantó la niña y echó a andar. Que nos toque también a nosotros Jesús y echaremos a andar. Aunque seamos paralíticos, aunque poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el lecho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al instante quedaremos curados. La suegra de Pedro estaba dominada por las fiebres: la tocó Jesús y se levantó, e inmediatamente se puso a servirle. Ved qué diferencia. Aquella es tocada, se levanta, y se pone a servir, a ésta le basta sólo andar.

Y quedaron fuera de si presos de gran estupor, y les mandó insistentemente que callaran y que no lo dijeran a nadie ¿Veis el motivo, por el que había echado a la turba para realizar los signos? Les mandó -y no solo les mandó, sino que además les mandó insistentemente- que nadie lo supiera. Mandó a los tres apóstoles, y mandó también a los padres que nadie lo supiera. Lo mandó el Señor a todos, mas la niña, que resucitó, no puede callar.

Y dijo que le dieran de comer: para que la resucitada no se tomara por un fantasma. Él mismo también, por este motivo, después de su resurrección comió del pescado y de la miel "Y dijo que le dieran de comer". Te pido, Señor, que también a nosotros, que estamos tendidos, nos tomes de la mano, nos levantes del lecho de nuestros pecados y nos hagas caminar. Y cuando caminemos, manda que nos den de comer; estando yacentes, no podemos hacerlo. Si no nos levantamos, no somos capaces de recibir el cuerpo de Cristo. A Él la gloria , juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
(San Jerónimo, Comentario al Evangelio de San Marcos , Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1988, Pág. 49-53)



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Santos Padres: SAN AGUSTÍN - Curación de la hija de Jairo y de la hemorroisa (MT 9,18-26).

1. Los hechos pasados, al ser narrados, son luz para la mente y encienden la esperanza en las cosas futuras. Iba Jesús a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, cuya muerte le había sido ya anunciada. Y, estando él de camino, como de través, se cruza una mujer aquejada de enfermedad, llena de fe, con flujos de sangre, que había de ser redimida de la sangre. Dijo en su corazón: Si tocare aunque sólo fuera la orla de su vestido, quedaré sana. Cuando lo dijo, tocó. A Cristo se le toca con la fe. Se acercó, tocó y se hizo lo que creyó. El Señor, sin embargo, preguntó diciendo: ¿Quién me ha tocado? Algo desea saber aquel a quien nada se le oculta; investiga quién es el autor de aquella acción, cosa que ya sabía desde antes de que se hiciera. Existe, pues, un misterio. Veamos y, en la medida del don de Dios, comprendámoslo.

2. La hija del jefe de la sinagoga significa al pueblo judío; esta mujer, en cambio, significa la Iglesia de los gentiles. Cristo, el Señor, nació de los judíos según la carne, a ellos se presentó en la carne; a los gentiles envió a otros, no fue él personalmente. Su vida corporal y visible se desarrolló en Judea. Por esto dice el Apóstol: Digo que Cristo fue ministro de la circuncisión al servicio de la veracidad de Dios para confirmar las promesas hechas a los padres (en efecto, a Abrahán se le dijo: En tu linaje serán benditos todos los pueblos); que los gentiles, en cambio, glorifican a Dios por su misericordia. Cristo, por tanto, fue enviado a los judíos. Iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. Se cruza la mujer, y queda curada. Primeramente es curada mediante la fe, y parece ser ignorada por el Salvador. ¿Por qué, si no, dijo: ¿Quién me ha tocado? La ignorancia de Dios nos afianza en la existencia de un misterio. Algo quiere indicarnos, cuando ignora algo quien nada puede ignorar. ¿Qué significa, pues? Significa la curación de la Iglesia de los gentiles que Cristo no visitó con su presencia corporal. Suya es aquella voz del salmo: El pueblo que no conocí me sirvió, con la obediencia del oído me obedeció. Oyóle el orbe de la tierra y creyó; le vio el pueblo judío y primeramente le crucificó, pero después también se llegó a él. Creerán también los judíos, pero al final de los tiempos.

3. Mientras esto llega, sálvese esta mujer, toque la orla del vestido. En el vestido entended al coro de los Apóstoles. De él formaba parte el apóstol Pablo, el último y el menor, a modo de orla. El fue enviado a los gentiles, él que dice: Yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de ser llamado Apóstol. Dice también: Yo soy el último de los Apóstoles. Esta orla, lo último y lo menor, es necesaria a aquella mujer no sana, pero que ha de ser sanada. Lo que hemos oído se ha realizado ya; lo que hemos oído se está realizando ahora. Todos los días toca esta mujer la orla, todos los días es curada. El flujo de la sangre no es otra cosa que el flujo carnal. Cuando se oye al Apóstol, cuando se escucha aquella orla, la última y la menor que dice: Mortificad vuestros miembros terrenos, se contiene el flujo de la sangre, se contienen la fornicación, la embriaguez, los placeres del mundo temporal, se contienen todas las obras de la carne. No te cause maravilla: ha sido tocada la orla. Cuando el Señor dijo: ¿Quién me ha tocado?, conociéndola, no la conoció: significaba y designaba a la Iglesia , que él no vio con el cuerpo, pero que redimió con su sangre.
(San Agustín, Obras Completas, X-2º , Sermones , BAC, Madrid, 1983, Pág. 227-229)


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Aplicación: Beato Juan Pablo Magno (1º) - Los milagros de Jesús como llamadas a la fe

1. Los "milagros y los signos" que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.
Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una "señal" de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los "milagros­signos" de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.

2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo. Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: "Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se te he dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45).
Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que "para Dios nada hay imposible" (Cfr. Lc 1, 37). Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer "milagro­signo", gracias al cual los discípulos de Jesús "creyeron en él" (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (cfr. Lumen Gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 56), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los "milagros­signos" en María y por María en orden a la llamada a la fe.

3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: "No temas, ten sólo fe". (Dice "no temas", porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36). Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: "Pero si algo puedes, ayúdanos...", Jesús le responde: "¡Si puedes! Todo es posible al que cree". Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: "¡Creo! Ayuda a mi incredulidad" (cfr. Mc 9, 2224).
Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? Si, Señor, creo..." (cfr. Jn 11, 2527).

4. El mismo vínculo entre el "milagro­signo" y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret "no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. El se admiraba de su incredulidad" (Mc 6, 5)6). Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?". Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (cfr. Mt 14, 2931).

5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a la fe. "Tu fe te ha curado", dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su manto, quedando sana (cfr. Mt 9, 2022; Lc 8, 48; Mc 5, 34). Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: "¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!" (cfr. Mc 10, 4652). Según Marcos: "Anda, tu fe te ha salvado" le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: "Ve, tu fe te ha hecho salvo" (Lc 18,42).
Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan a volver a ver, Jesús les pregunta: ""¿Creéis que puedo yo hacer esto?". "Sí, Señor"... "Hágase en vosotros, según vuestra fe"" (Mt 9, 2829).

6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir a ayuda de Jesús para su hija "atormentada cruelmente por un demonio". Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: "No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos." (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y Cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: "Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores". Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: "¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres" (cfr. Mt 15, 2128).
Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables "cananeos" de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!

7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando "ve la fe", realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cfr. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a El para que los socorra con su poder divino.
8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un "signo" del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer "signo" realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando "creyeron en El" (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaúm, con la que está unido el pre­anuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que "desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían", porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado "duro". Entonces Jesús preguntó a los Doce: '¿Queréis iros vosotros también?'. Respondió Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (cfr. Jn 6, 6669).

Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: "Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 3031).
(BEATO JUAN PABLO II, Audiencia general del 16 de diciembre de 1987)


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Aplicación: JUAN PABLO II (2º) - Las mujeres del Evangelio

Recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante nuestros ojos un gran número de mujeres, de diversa edad y condición. Nos encontramos con mujeres aquejadas de enfermedades o de sufrimientos físicos, como aquella mujer poseída por "un espíritu que la tenía enferma; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse" ( Lc 13, 11), o como la suegra de Simón que estaba "en cama con la fiebre" ( Mc 1, 30), o como la mujer "que padecía flujo de sangre" (cf. Mc 5, 25-34) y que no podía tocar a nadie porque pensaba que su contacto hacía al hombre "impuro". Todas ellas fueron curadas, y la última, la hemorroísa, que tocó el manto de Jesús "entre la gente" (Mc 5, 27), mereció la alabanza del Señor por su gran fe: "Tu fe te ha salvado" ( Mc 5, 34). Encontramos también a la hija de Jairo a la que Jesús hizo volver a la vida diciéndole con ternura: "Muchacha, a ti te lo digo, levántate" ( Mc 5, 41). En otra ocasión es la viuda de Naím a la que Jesús devuelve a la vida a su hijo único, acompañando su gesto con una expresión de afectuosa piedad: "Tuvo compasión de ella y le dijo: "No llores"" ( Lc 7, 13). Finalmente vemos a la mujer cananea, una figura que mereció por parte de Cristo unas palabras de especial aprecio por su fe, su humildad y por aquella grandeza de espíritu de la que es capaz sólo el corazón de una madre: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas" ( Mt 15, 28). La mujer cananea suplicaba la curación de su hija.

A veces las mujeres que encontraba Jesús, y que de él recibieron tantas gracias, lo acompañaban en sus peregrinaciones con los apóstoles por las ciudades y los pueblos anunciando el Evangelio del Reino de Dios; algunas de ellas "le asistían con sus bienes". Entre éstas, el Evangelio nombra a Juana, mujer del administrador de Herodes, Susana y "otras muchas" (cf. Lc 8, 1-3). En otras ocasiones las mujeres aparecen en las parábolas con las que Jesús de Nazaret explicaba a sus oyentes las verdades sobre el Reino de Dios; así lo vemos en la parábola de la dracma perdida (cf. Lc 15, 8-10), de la levadura (cf. Mt 13, 33), de las vírgenes prudentes y de las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). Particularmente elocuente es la narración del óbolo de la viuda. Mientras "los ricos (...) echaban sus donativos en el arca del tesoro (...) una viuda pobre echaba allí dos moneditas". Entonces Jesús dijo: "Esta viuda pobre ha echado más que todos (...) ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir" ( Lc 21, 1-4). Con estas palabras Jesús la presenta como modelo, al mismo tiempo que la defiende, pues en el sistema socio-jurídico de entonces las viudas eran unos seres totalmente indefensos (cf. también Lc 18, 1-7).

En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer. La mujer encorvada es llamada "hija de Abraham" (Lc 13, 16), mientras en toda la Biblia el título de "hijo de Abraham" se refiere sólo a los hombres. Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota, Jesús dirá a las mujeres: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí" Lc 23, 28). Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara "novedad" respecto a las costumbres dominantes entonces.

Todo esto resulta aún más explícito referido a aquellas mujeres que la opinión común señalaba despectivamente como pecadoras: pecadoras públicas y adúlteras. A la Samaritana el mismo Jesús dice: "Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo". Ella, sintiendo que él sabía los secretos de su vida, reconoció en Jesús al Mesías y corrió a anunciarlo a sus compaisanos. El diálogo que precede a este reconocimiento es uno de los más bellos del Evangelio (cf. Jn 4, 7-27).

He aquí otra figura de mujer: la de una pecadora pública que, a pesar de la opinión común que la condena, entra en casa del fariseo para ungir con aceite perfumado los pies de Jesús. Este, dirigiéndose al huésped que se escandalizaba de este hecho, dirá de la mujer: "Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor" (cf. Lc 7, 37-47).

Y, finalmente, fijémonos en una situación que es quizás la más elocuente: la de una mujer sorprendida en adulterio y que es conducida ante Jesús. A la pregunta provocativa: "Moisés nos mandó en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?". Jesús responde: "Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera piedra". La fuerza de la verdad contenida en tal respuesta fue tan grande que "se iban retirando uno tras otro comenzando por los más viejos". Solamente quedan Jesús y la mujer. "¿Dónde están? ¿Nadie te condena?" -"Nadie, Señor"- "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más" (cf. Jn 8, 3-11).

Estos episodios representan un cuadro de gran transparencia. Cristo es aquel que "sabe lo que hay en el hombre" (cf. Jn 2, 25), en el hombre y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre, el valor que tiene a los ojos de Dios. El mismo Cristo es la confirmación definitiva de este valor. Todo lo que dice y hace tiene cumplimiento definitivo en el misterio pascual de la redención. La actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5 ). Por esto, cada mujer es la "única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma", cada una hereda también desde el "principio" la dignidad de persona precisamente como mujer. Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo. Es necesario, por consiguiente, introducir en la dimensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la mujer. De esta manera todo tiene su plena explicación. (...)

Guardianas del mensaje evangélico
El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él "enseña" y que él "realiza", incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia "pecaminosidad". Por medio de esta verdad ellas se sienten "liberadas", reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un "amor eterno", por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de acción de Cristo su posición social se transforma; sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se acostumbraba a discutir con una mujer. Un ejemplo, en cierto modo muy significativo al respecto, es el de la Samaritana en el pozo de Siquem. Jesús -que sabe en efecto que es pecadora y de ello le habla- dialoga con ella sobre los más profundos misterios de Dios. Le habla del don infinito del amor de Dios, que es como "una fuente que brota para la vida eterna" ( Jn 4, 14); le habla de Dios que es Espíritu y de la verdadera adoración, que el Padre tiene derecho a recibir en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24); le revela, finalmente, que Él es el Mesías prometido a Israel (cf. Jn 4, 26).

Estamos ante un acontecimiento sin precedentes; aquella mujer -que además es una "mujer-pecadora"- se convierte en "discípula" de Cristo; es más, una vez instruída, anuncia a Cristo a los habitantes de Samaria, de modo que también ellos lo acogen con fe (cf. Jn 4, 39-42). Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuenta el modo usual con que trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel; pero, en el modo de actuar de Jesús de Nazaret un hecho semejante es normal. A este propósito, merecen un recuerdo especial las hermanas de Lázaro; "Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro" (cf. Jn 11, 5). María, "escuchaba la palabra" de Jesús; cuando fue a visitarlos a su casa él mismo definió el comportamiento de María como "la mejor parte" respecto a la preocupación de Marta por las tareas domésticas (cf. Lc 10, 38-42). En otra ocasión, la misma Marta - después de la muerte de Lázaro- se convierte en interlocutora de Cristo y habla acerca de las verdades más profundas de la revelación y de la fe.
- "Señor si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano".
- "Tu hermano resucitará".
- "Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día".
Le dijo Jesús: "Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?".
"Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo" (Jn 11, 21-27).
Después de esta profesión de fe Jesús resucitó a Lázaro. También el coloquio con Marta es uno de los más importantes del Evangelio.

Cristo habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas le comprenden; se trata de una auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe. Jesús manifiesta aprecio por dicha respuesta, tan "femenina", y -como en el caso de la mujer cananea (cf. Mt 15, 28) - también admiración. A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada de amor; él enseña, por tanto, tomando pie de esta respuesta femenina de la mente y del corazón. Así sucede en el caso de aquella mujer "pecadora" en casa del fariseo, cuyo modo de actuar es el punto de partida por parte de Jesús para explicar la verdad sobre la remisión de los pecados: "Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra" (Lc 7, 47). Con ocasión de otra unción Jesús defiende, delante de sus discípulos y, en particular, de Judas, a la mujer y su acción: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una "obra buena" ha hecho conmigo (...) al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya" ( Mt 26, 6-13).

En realidad los Evangelios no sólo describen lo que ha realizado aquella mujer en Betania, en casa de Simón el leproso, sino que, además, ponen en evidencia que, en el momento de la prueba definitiva y decisiva para toda la misión mesiánica de Jesús de Nazaret, a los pies de la Cruz estaban en primer lugar las mujeres. De los apóstoles sólo Juan permaneció fiel; las mujeres eran muchas. No sólo estaba la Madre de Cristo y "la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena" ( Jn 19, 25), sino que "había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle" ( Mt 27, 55). Como podemos ver, en ésta que fue la prueba más dura de la fe y de la fidelidad las mujeres se mostraron más fuertes que los apóstoles; en los momentos de peligro aquellas que "aman mucho" logran vencer el miedo. Antes de esto habían estado las mujeres en la vía dolorosa, " que se dolían y se lamentaban por él" ( Lc 23, 27). Y antes aun había intervenido también la mujer de Pilatos, que advirtió a su marido: "No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa" (Mt 27, 19).

Las primeras testigos de la Resurrección
(...) El hecho de ser hombre o mujer no comporta aquí ninguna limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre, según las conocidas palabras del Apóstol: "Porque todos sois uno en Cristo Jesús" ( Gál 3, 28). Esta unidad no anula la diversidad. El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que "profeticen vuestros hijos" al igual que "vuestras hijas". "Profetizar" significa expresar con la palabra y con la vida "las maravillas de Dios" (cf. Act 2, 11), conservando la verdad y la originalidad de cada persona, sea mujer u hombre. La "igualdad" evangélica, la "igualdad" de la mujer y del hombre en relación con "las maravillas de Dios", tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la dignidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las "maravillas de Dios", de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible. (...)
(Juan Pablo II, " Mulierem Dignitatis " (15/08/1988), vatican.va , nnº 13. 15. 16 )


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Aplicación: JUAN PABLO II (3º) - La fe en Cristo

1. Mirando al objetivo prioritario del jubileo, que es "el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos" (Tertio millennio adveniente, 42), después de trazar en las anteriores catequesis los rasgos fundamentales de la salvación traída por Cristo, nos detenemos hoy a reflexionar en la fe que él espera de nosotros.

A Dios, que se revela -como enseña la Dei Verbum -, se le debe " la obediencia de la fe " (cf. n. 5). Dios se reveló en la Antigua Alianza , pidiendo al pueblo por él elegido una adhesión fundamental de fe. En la plenitud de los tiempos esta fe ha de renovarse y desarrollarse, para responder a la revelación del Hijo de Dios encarnado. Jesús la exige expresamente, dirigiéndose a los discípulos en la última Cena: " Creéis en Dios: creed también en mí " (Jn 14, 1).

2. Jesús ya había pedido al grupo de los doce Apóstoles una profesión de fe en su persona. Cerca de Cesarea de Filipo, después de interrogar a los discípulos qué pensaba la gente sobre su identidad, les pregunta: " Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? " (Mt 16, 15). Simón Pedro responde: " Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo " (Mt 16, 16).

Inmediatamente Jesús confirma el valor de esta profesión de fe, subrayando que no procede simplemente de un pensamiento humano, sino de una inspiración celestial: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Estas palabras, de marcado color semítico, designan la revelación total absoluta y suprema: la que se refiere a la persona de Cristo, el Hijo de Dios.

La profesión de fe que hace Pedro seguirá siendo expresión definitiva de la identidad de Cristo. San Marcos utiliza esas palabras para introducir su Evangelio (cf. Mc 1, 1). San Juan las refiere al concluir el suyo, cuando afirma que lo escribió para que se crea " que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios ", y para que, creyendo, se pueda tener vida en su nombre (cf. Jn 20, 31).

3. ¿En qué consiste la fe? La constitución Dei Verbum explica que por ella " el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece "el homenaje total de su entendimiento y voluntad", asintiendo libremente a lo que Dios revela " (n. 5). Así pues, la fe no es sólo adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino también obsequio de la voluntad y entrega a Dios, que se revela. Es una actitud que compromete toda la existencia.

El Concilio recuerda también que, para la fe, es necesaria " la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios abre los ojos del espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad" " (ib.). Así se ve cómo la fe, por una parte, hace acoger la verdad contenida en la Revelación y propuesta por el magisterio de quienes, como pastores del pueblo de Dios, han recibido un " carisma cierto de la verdad " (ib., 8). Por otra parte, la fe lleva también a una verdadera y profunda coherencia, que debe expresarse en todos los aspectos de una vida según el modelo de la de Cristo.

4. Al ser fruto de la gracia, la fe influye en los acontecimientos. Se ve claramente en el caso ejemplar de la Virgen Santísima. En la Anunciación , su adhesión de fe al mensaje del ángel es decisiva incluso para la venida de Jesús al mundo. María es Madre de Cristo porque antes creyó en él.

En las bodas de Cana, María por su fe obtiene el milagro. Ante una respuesta de Jesús que parecía poco favorable, ella mantiene una actitud de confianza, convirtiéndose así en modelo de la fe audaz y constante que supera los obstáculos.

Audaz e insistente fue también la fe de la cananea. A esa mujer, que acudió a pedirle la curación de su hija, Jesús le había opuesto el plan del Padre, que limitaba su misión a las ovejas perdidas de la casa de Israel. La cananea respondió con toda la fuerza de su fe y obtuvo el milagro: " Mujer, grande es tu fe que te suceda como deseas " (Mt 15, 28).

5. En muchos otros casos el Evangelio testimonia la fuerza de la fe. Jesús manifiesta su admiración por la fe del centurión: " Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande ". (Mt 8, 10). Y a Bartimeo le dice: " Vete, tu fe te ha salvado " (Mc 10, 52). Lo mismo repite a la hemorroísa (cf. Mc 5, 34).

Las palabras que dirige al padre del epiléptico, que deseaba la curación de su hijo, no son menos impresionantes: " Todo es posible para quien cree " (Mc 9, 23).

La función de la fe es cooperar con esta omnipotencia. Jesús pide hasta tal punto esta cooperación, que, al volver a Nazaret, no realiza casi ningún milagro porque los habitantes de su aldea no creían en él (cf. Mc 6, 5-6). Con miras a la salvación, la fe tiene para Jesús una importancia decisiva.

San Pablo desarrollará la enseñanza de Cristo cuando en oposición con los que querían fundar la esperanza de salvación en la observancia de la ley judía, afirmará con fuerza que la fe en Cristo es la única fuente de salvación: " Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley " (Rm 3, 28). Sin embargo, no conviene olvidar que san Pablo pensaba en la fe auténtica y plena, " que actúa por la caridad " (Gál. 5, 6). La verdadera fe está animada por el amor a Dios, que es inseparable del amor a los hermanos.
(Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante la audiencia general de los miércoles - 18 de marzo de 1998)

 

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Aplicación: Beato Juan Pablo II “Enseguida la niña se levantó”

Seguidamente Cristo entra en la habitación donde está ella, la toma de la mano, y le dice: “Contigo hablo, niña, levántate” (Ibíd., 5, 41)... Queridos jóvenes, el mundo está necesitado de vuestra respuesta personal a las Palabras de vida del Maestro: “Contigo hablo, levántate”. Estamos viendo cómo Jesús sale al paso de la humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas. El milagro realizado en casa de Jairo nos muestra su poder sobre el mal. Es el Señor de la vida, el vencedor de la muerte. El mundo está necesitado de vuestra respuesta personal a las Palabras de vida del Maestro: “Contigo hablo, levántate”. Estamos viendo cómo Jesús sale al paso de la humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas. El milagro realizado en casa de Jairo nos muestra su poder sobre el mal. Es el Señor de la vida, el vencedor de la muerte.

Sin embargo, no podemos olvidar que, según nos enseña la fe, la causa primera del mal, de la enfermedad, de la misma muerte, es el pecado en sus diferentes formas. En el corazón de cada uno y de cada una anida esa enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios. ¡A medida que se pierde el sentido de Dios! Sí, amados jóvenes. Estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios. No se puede vencer el mal con el bien si no se tiene ese sentido de Dios, de su acción, de su presencia que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte. Está en juego la suerte de la humanidad... Amados jóvenes: Luchad con denuedo contra el pecado, contra las fuerzas del mal en todas sus formas, luchad contra el pecado. Combatid el buen combate de la fe por la dignidad del hombre, por la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios. Vencer el pecado mediante el perdón de Dios es una curación, es una resurrección.

No tengáis miedo a las exigencias del amor de Cristo. Temed, por el contrario, la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que quiera acallar la voz de Cristo que, dirigiéndose a cada una, a cada uno, repite: “Contigo hablo, levántate” ( Mc 5, 41).
Beato Juan Pablo II Discurso a los jóvenes de Chile 02/04/1987



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Aplicación: P. LEONARDO CASTELLANI - Dos Milagros

El evangelio de hoy (vigesimotercero después de Pentecostés, Mateo IX, 18) narra dos milagros enchufados, el de la Hemorroísa y el de la Hija de Jairos, que son interesantes para reflexionar -entre otras cosas- sobre la física del milagro ; porque están ornados de varias circunstancias sorprendentes. Mateo cuenta el hecho en un resumen seco y Lucas con varios pormenores nuevos; pero Marcos, el meturgemán de San Pedro, hace un relato movido y vívido de testigo presencial, donde creería uno oír la misma voz de Pedro, que fue de él no solamente espectador, sino en cierto modo actor. En efecto, Pedro pone las dos palabras mágicas de Cristo en arameo "Talitha koum (i)" ("Niña, despierta, te digo"), llama a Juan "hermano de Jácome"; seguramente fue quien respondió a Jesús: "preguntas quién te ha tocado si la turba te está atropellando y pechando?"; y fue introducido con los dos hermanos Zebedeo y los dos padres al dormitorio de la finadita a presenciar el milagro: "cinco medio-hombres", dice San Agustín; porque el dolor y el temor los tenían allí en suspenso y como alelados.

Un milagro depende de la voluntad del taumaturgo y de la fe del que lo recibe; y aparentemente está sometido a ciertas leyes que desconocemos: son conocidas las circunstancias en que se producen los milagros de Lourdes. Naturalmente, Dios no tiene leyes; pero evidentemente también si quiere hacer un hecho propio suyo, que lo señale a El, no necesita descompaginar la creación con una especie de alcaldada o acto de violencia, sino manejar las naturas de las cosas que El ha hecho, y que El únicamente conoce hasta el fino fondo. Dios está dentro de las cosas y de sus leyes y no fuera de ellas. Aquí está el error de los que niegan el milagro, como Le Dantec, alegando que Dios no puede destruir las leyes naturales: puesto que no necesita destruirlas. Aquí también está el error de los que, viendo una cierta uniformidad en el modo en que ocurren los milagros, sostienen que no son milagros, sino efectos de leyes naturales que lo desconocemos; como Beresford y los modernistas en general.

J. D. Beresford, arquitecto y gran escritor inglés, ha encarnado la doctrina modernista de la "fe-que-cura" ("the healing faith" ) en su novela The Hampdenshire Wonder y en otros libros. Trata de desarmar el mecanismo del milagro, atribuyéndolo a la voluntad humana exaltada e inflamada por la fe y el amor; aunque la "Fe" de que habla no es la fe sobrenatural sino una especie de confianza ciega y frenética; y el "Amor" no es el amor de Dios sino el amor humano. Dice con razón que debe haber un lazo genético entre el espíritu y la materia, la cual del espíritu, procede; y por tanto, todo lo que hace falta es que el espíritu, en un momento de exaltación pasional -y aquí es donde yerra- recupere por un momento ese lazo e influjo escondido; pero sabemos que ese influjo escondido no está en manos del hombre, sino sólo del Creador, y a lo más, del ángel. La teoría es muy bonita, y la novela está bien hecha; pero con todo lo que sabe, Beresford no ha podido jamás resucitar un muerto, ni siquiera curar un dolor de muelas. Eso sí, ha ganado fama y dinero con sus novelas agradablemente religiosas en los medios protestantes. Esta misma teoría la enseña una secta protestante, muy poderosa en Norteamérica, que se llama la Cristian Science.

Cristo exigía la fe a sus milagrados ; y a veces el milagro dependía del grado o existencia de esa fe; pero no exigía fe a los muertos que resucitó. La fe, pues, es causa (concausa) del milagro; pero no es causa física de él- como yerra Beresford- sino causa moral: en el sentido de que Cristo se interesaba en sus milagros sólo en cuanto eran medios de llevar a los hombres a la conversión interior, y a creer en El y en sus tremendas palabras. De ahí viene la curiosa circunstancia-en este milagro tan acusada- de la prohibición de contarlos, que impartía a sus favorecidos. "Echó a todos fuera, menos a los padres... y les mandó enérgicamente que no dijeran nada..." ¿Para qué, si como nota Mateo, en seguida no supieron todos? Pues simplemente para no fomentar en el pueblo la angurria de milagros: que no pusiesen el milagro delante de la predicación; y no convirtiesen al Mesías en un Supercurandero, así como querían convertirlo los fariseos en un Superdictador o un Súperpolítico nacionalista.

Lo primero que le interesa a Cristo es la predicación del Evangelio: hasta el milagro viene después de eso. Aquí en Buenos Aires me parece ver -y ojalá me equivoque- un fenómeno monstruoso: el único lazo religioso que une a los fieles con la jerarquía y da a la jerarquía su razón de ser, que es la predicación, no existe; o digamos, más moderadamente, como si no existiera.

"Id y enseñad a todas las gentes". En las parroquias no se enseña nada, ni en las "cátedras" de las Catedrales. ¿Qué es una gran parroquia de Buenos Aires? Ciertamente no es una parroquia medioeval, un núcleo de gente unida por la fe, que se conoce, conoce al Pastor y es conocida por él: "mis ovejas me conocen y yo las conozco", dice Cristo. Hablando breve y mal, una parroquia de Buenos Aires es un gran edificio donde concurren masas desconocidas a comprar "sacramentos" que para muchos, que no tienen fe sobrenatural sino simple superstición -justamente por falta de enseñanza-, no son sacramentos, sino ceremonias mágicas. Hay excepciones. Hablo en general.

El único lazo unitivo que quedaría para formar mal que bien una verdadera comunidad religiosa sería la predicación del Evangelio; y no se predica el Evangelio. Yo he recorrido las principales parroquias de Buenos Aires, he oído a los principales "oradores" y sé que no se predica el Evangelio, no se enseña la fe.

Si San Pedro y San Pablo volviesen al mundo, esto es lo que dirían. Pero dejen no más, ya volverán Enoch y Elías.

A todo esto, por meterme a criticón, no he contado el milagro de la rusita Jairós, tan repicado por los tres Evangelistas Sinópticos.

Jesús estaba "cerca del mar", es decir, en la playa de Cafarnaúm. Vino un archisinagogo, se echó a sus pies y lloró; y cuando un fariseo llora, ya no es fariseo. Y le "suplicaba grandemente" que fuese a su casa y pusiese sus manos sobre la cabeza de su hija única para que viva, "por que está en las últimas". Jesús se puso en camino sin decir palabra; mas si el eclesiástico hubiese tenido la fe del Centurión Romano y hubiese dicho: "Rabbí, no es necesario que te molestes haciendo este camino: tú puedes curarla desde aquí con una sola palabra" se hubiese ahorrado un gran disgusto y susto.

Más fe tuvo la Hemorroísa. Jesús caminaba como llevado en andas por una turbamulta. De repente se detuvo y preguntó: "¿Quién me ha tocado?". Los Discípulos -Pedro sin duda- le dijeron que esa pregunta era chusca: muchísima gente lo tocaba. "No, porque yo he sentido salir virtud de mí", y miró alrededor. Entonces una mujer se adelantó, se postró delante, y "confesó", dice Pedro-Marcos: contó todo.

Sufría de hemorragias doce años hacía. Había gastado toda su fortuna en médicos, la habían hecho sufrir mucho y la habían dejado peor. San Lucas, que fue médico, omite este detalle, pero Marcos lo particulariza casi con ferocidad: "Había visto muchos médicos, la habían atormentado, y dejado peor que antes". También, los médicos de aquel tiempo no se andaban en chiquitas. Los libros judíos (el Talmud ) de aquel tiempo, nos dejan conocer algunas recetas; para curar el flujo de sangre, por ejemplo: sentarse en una encrucijada teniendo en la mano un vaso de vino nuevo; el médico venía por detrás en puntillas y le daba un gran grito para asustar al flujo de sangre; si el vino no se derramaba, el flujo se debía sanar; el médico ya estaba pagado, de modo que si no se sanaba, la culpa era de la enferma. Otro remedio era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el flujo debía cesar por dos días; comiendo dos por tres días; y comiendo uno durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio y éste decisivo: azotarse los muslos con ortigas a la media noche un día sí y otro no durante un mes de Kislew -que corresponde a nuestro noviembre-diciembre- y la enfermedad debía desaparecer; pero no desapareció. Otros remedios que seguían, hacían desaparecer las ganas de sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de empirismo y mucha superstición. En la Mishna ( Talmud ) existe esta sentencia: "El mejor de los médicos merece el infierno".

"Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y sé sana de tu plaga". La tradición retiene que la mujer favorecida se llamaba "Ber-niké" o Verónica, y fue la misma que en la Vía Dolorosa enjugó con un lienzo el rostro de su Salvador caído-y allí había también flujo de sangre- el cual quedó estampado en él. Esta había pensado entre sí: "si llego solamente a tocar la orla de su vestido, seré salva". El pudor la cohibía de exponer su enfermedad delante de todos; y sentía altamente del Rabbí de Nazareth.

Estaba aún hablando con ella, cuando llegó mensaje al dignatario sinagoga de que su hija había muerto. Jesús interrumpió: "No temas, cree solamente". Cuando llegó estaban preparando el entierro y estaban allí las Lloronas y los Ululantes, según esa costumbre oriental que se conserva todavía en lugares de Suditalia y yo he visto en el Andalucía: llorar, gemir y hacer largos y sollozantes monólogos elegíacos; costumbre que tiene una raíz psicológica y aun higiénica, pues el dolor interno se templa y se encauza por medio de su manifestación externa, así como todas las emociones por medio de su expresión cuerdamente graduada; como atestigua la famosa teoría de "la purificación por la tragedia", de Aristóteles. Esta ceremonia de los llantos teatrales, ridícula para nosotros los "civilizados", tiene por fin hacer salir la pena para fuera y que no se vaya para adentro y dañe.

Cristo paró el tumulto gritando: "¿Por qué lloráis y alborotáis? No está muerta la niña, duerme." Para Cristo la muerte es un sueño ("Lázaro duerme"), y eso ha de ser para el cristiano... Se burlaron de Él.

Hizo salir a todos y tomando de la mano a la niña, la "despertó".

Se despierta al que duerme, no se despierta al que está muerto. Pero ésa es la locura del amor, que no quiere creer que haya cadáveres. "No está muerta la niña: duerme." Había allí siete hombres, es decir: cinco medio hombres, uno que ya no era hombre, y uno que era más que hombre... -éstas son florituras de San Agustín-. La niña comenzó a caminar y los presentes "quedaron estupendamente estupefactos". Mandó que le diesen de comer, y ordenó "vehementemente" que no lo contaran a nadie.

Tenía doce años. La leyenda ha querido también seguir los pasos de la niña resucitada. Se casó poco después y de sus hijos naturalmente uno fue obispo, otro fue sacerdote y otro centurión romano; todos mártires. Eso ya no lo sabemos cierto; pero es muy probable que de su estada en el más allá sólo conservó el recuerdo borroso de un sueño, lo mismo que Lázaro; porque de otro modo, no sería fácil seguir viviendo.

¿Por qué hizo salir a todos antes de obrar el portento? Primero, por que se habían reído de El y no merecían verlo. Segundo y principal, por la razón antes dicha, de que Cristo no quería hacer espectáculos sino crear fe. Hoy día hay gente que piensa que hay que hacer espectáculos clamorosos y multitudinosos para crear la fe. Ojalá que les vaya bien con su sistema, pero me parece que eso más que fe es política. Bueno, ojalá que les vaya bien con su política. Pero hasta ahora no lo hemos visto. La fe es interior, la fe no ama los alborotos, la fe no hace aspavientos, la fe se nutre en el silencio: ella es callada y operosa, es sosegada, es modesta, es fecunda, es más amiga de las obras que de las palabras, es fuerte, es aguantadora, es discreta. Es pudorosa. Los hombres profundamente religiosos no ostentan su religiosidad, como los Don Juan Tenorio de la religión, porque todo amor profundo es ruboroso; lo cual no impide que reconozcan a Cristo ante los hombres cuando es necesario.
(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo , Ed. Vórtice, Bs. As., 1957, Pág. 308-312)


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Aplicación: GIUSEPPE RICCIOTTI - LA HIJA DE JAIRO. - LA MUJER CON FLUJO DE SANGRE.

Cruzado de nuevo el lago, Jesús tornó a Cafarnaúm, donde le acogió la multitud, porque todos le esperaban (Lucas, 8, 40). Más ansiosamente quizá que ninguno le aguardaba un judío notable, archisinagogo, llamado Jairo, quien, sabiendo que Jesús llegaba, corre y cae a sus pies y le ruega encarecidamente, diciendo: "Mi hijita está agonizando, Ven, pues, impón las manos sobre ella para que se salve y viva" (Mc.5, 22-23). El relato de Lucas no es tan vívido, pero añade el detalle de que la muchacha moribunda era unigénita y de unos doce años.

Sin más, Jesús se pone en camino con el angustiadísimo padre, seguido, naturalmente, de mucha multitud que se apiña en torno al taumaturgo, quien le empuja, quien le aclama, quien le suplica, quien le besa el vestido, quien trata de abrirle paso. Mientras avanza de esta manera, Jesús de pronto se detiene, se vuelve y mirando a su alrededor pregunta ¿Quién me ha tocado? Ante la inesperada interrogación todos permanecieron perplejos, no sabiendo, en verdad, lo que Jesús quiere decir. Pedro y discípulos que le rodean expresan en palabras el motivo de la perplejidad: Maestro, las turbas te aprietan y oprimen (Lucas, 8, 45). Pero la explicación de Pedro no explica nada. El maestro replica que ha sentido salir una virtud de sí al ser especialmente tocado por alguien. Mas he aquí una pobre mujer llégase, temblorosa, a postrarse ante Jesús y refiere a la gente lo que ha sucedido.

La mujer sufría pérdidas de sangre desde hacía doce años y ha sufrido mucho por parte de muchos médicos, y después de haber consumido toda su hacienda no había conseguido alivio alguno, sino más bien había ido peor. Esta franca información, de Marcos es directamente soslayada por el médico Lucas, ya sabemos por qué.

En rigor, los remedios contra aquella molestia eran muchos y los rabinos, que a menudo actuaban también de médicos, nos han conservado una buena lista de oportunas. Por ejemplo un remedio muy eficaz era el de hacer sentar a la mujer enferma en bifurcación de un sendero haciéndole tener en la mano un vaso de vino. Alguien, llegando de improviso a sus espaldas, debía gritarle que cese el flujo de sangre. Otro remedio, y absolutamente decisivo, era el de tomar un grano de cebada encontrado en la cuadra de un mulo blanco. Tomándolo un día, el flujo cesaría por dos, tomándolo dos días cesaría por tres y tomándolo tres días se obtendría la curación completa y para siempre.

Otras recetas exigían el empleo de drogas raras y costosas, y en consecuencia grandes gastos por parte de la paciente.

La mujer que acudió a Jesús quizá las hubiera experimentado todas, ya que había consumido toda su hacienda, quedándose siempre con su mal. Perdida toda fe en la medicina, la enferma halló su medicina en la fe. Aquel Jesús de quien tanto se hablaba en aquellos lugares estaba, sin duda, en condiciones de curarla, y ella concibió tanta fe en él, que andaba diciéndose: Si toco aún sólo sus vestidos, seré salvada. No pretendía la confiada mujer tocar precisamente la persona del profeta, sino sólo su vestido, o incluso la orla o franja (hebr. Sisijjoth; griego kraspedon ; Vulgata, fimbria; Mateo, 9, 20) que todo israelita observante debía llevar en los cuatro ángulos de su manto conforme a las prescripciones de la Ley (Números, 15, 38 sigs.; Deuter., 22, 12).

Sostenida por tal fe, la mujer había tocado a escondidas la orla del vestido de Jesús y al instante se había sentido curada.

El médico, obtenida la curación, aprobó la medicina elegida por la enferma, ya que, volviéndose a ella, dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y quédate sana de tu mal.

El incidente de la mujer estaba solventado y Jesús podía continuar su camino hacia la casa de Jairo, cuando he aquí que precisamente de la morada vienen a anunciar al desgraciado padre: Tu hija ha muerto; no incomodes más al maestro. Jesús oye el anuncio y, como continuando el discurso sobre la fe dirigido a la mujer, añade al padre:

No temas. Cree solamente y serás salva. Llegan en breve a casa de la muerta y Jesús no permite entrar sino a sus discípulos predilectos, Pedro, Juan y Santiago, y a los padres de la jovencita. Ya se han reunido los flautistas y plañideras de ritual en las ceremonias fúnebres, pero Jesús declara no ser necesarios: ¿Por qué os alborotáis y lloráis? La muchachita no murió, sino duerme. Los concurrentes hallan la broma de pésimo gusto al lado de un cadáver y contestan con escarnios. Los padres están desconcertados, vacilando entre la realidad de los hechos y las firmes palabras del invocado taumaturgo. Jesús les hace entrar, con los tres discípulos, en la cámara de la muerta, una vez que han salido todos los extraños. Quedan dentro cinco seres humanos enternecidos, a más de uno que ya no es ser humano y de otro que es más que ser humano. De fuera llega el confuso rumor del gentío. El más que humano se acerca a quien ya no lo es, le, toma la mano ya fría y pronuncia dos solas palabras. El discípulo del testigo Pedro nos ha conservado en su originario sonido estas dos palabras que él oiría repetir muchas veces a su maestro: Talita qumi, es decir: Muchacha, ¡levántate! El efecto de estas dos palabras es descrito así por el evangelista médico: Y retornó el espíritu de ella, y se levantó al instante, Y (Jesús) ordenó que se le diese de comer: Y quedaron fuera de sí los padres de ella; pero él les prescribió no decir a nadie lo acaecido. Esta prescripción respondía a la norma seguida por Jesús y que ya señalamos, mas los ya serenados padres, con toda su buena voluntad, sólo podrían observarla en mínima parte, ya que hablaba elocuentemente de lo ocurrido la presencia en su casa de aquella hija que todos habían visto partir para ultratumba y que luego había vuelto. Tanto es así que el práctico Mateo concluye el razonamiento diciendo que se propagó la fama de esto en toda la región.
(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo , Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 386-389)

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Aplicación: Manuel de Tuya - Resurrección de la hija de Jairo.

Esta escena está ligada a la anterior por un tiempo corto, como supone la narración. Cristo reembarca "en el otro lado del mar" de Tiberíades. Debe de ser en Cafarnaúm. Mt-Mc dicen que allí se le reunió una gran muchedumbre, pero Lc acaso refleja mejor la proximidad cronológica de estas escenas, al decir con su fórmula usual rotunda: "pues todos le estaban esperando". En efecto, al desembarcar, y cuando aún Él estaba "junto al mar" (Mc), llegó a él "uno de los jefes de la sinagoga". La fórmula usada debe de indicar genéricamente que era uno de los miembros distinguidos de la sinagoga. Al menos no se dice explícitamente que fuese el jefe de ella (rosh hakeneseth), ni exige suponer que hubiese allí varias sinagogas y que éste fuese el jefe -"archisinagogo"-de una de ellas. El uso en esta época de palabras compuestas con esta partícula (arjí) sólo indica que se trata de un miembro principal o distinguido de la sinagoga (Act 13,15; 14,2).

Se llamaba Jairo, nombre bastante usual. Llegándose a Cristo, se "postró" ante Él, e insistentemente le rogaba que viniese a su casa e "impusiese sus manos" sobre su hija "única" (Lc), de doce años, que estaba muriéndose, para que la curase. Mt, conforme a su procedimiento "sustancial", de abreviación, pone en boca de Jairo el que su hija acaba de morir (árti eteleútesen). Probablemente Mt lo presenta abreviadamente así, porque, cuando Cristo va a casa de Jairo, la joven está muerta. Si Jairo ruega a Cristo que, para curar a su hija, "venga a su casa" y le "imponga sus manos", no indica, lo primero, más que Jairo tenía un conocimiento imperfecto del poder de Cristo, pues no pensaba en una curación a distancia, lo que contrasta más con la fe del centurión de Cafarnaúm (Mt 8,5ss; par.); pero, en cambio, al pedirle que imponga sobre ella sus manos, no era otra cosa que evocar el rito tradicional de curaciones milagrosas (2 Re 5,11), y que también usaba Cristo (Mc 6,5; 8,23.25), fórmula con la que le pedían frecuentemente las curaciones (Mc 7,32).

Aún estaba rogándole que curase a su hija, cuando vinieron de su casa a comunicarle la muerte de la niña, por lo que no molestase más al Maestro. Era la fe imperfecta, que pensaba requerirse la presencia física para la curación. Es lo que hizo exclamar a Marta, la hermana de Lázaro, después de la muerte de éste, dirigiéndose a Cristo: "Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano" (Jn 11,21). La prueba le resultaba especialmente dura a Jairo, cuando acababa de presenciar la curación de la hemorroísa. Pero Cristo, al oír esto, sólo le recomienda que tenga fe. Era ésta la que iba a crear el clima en que Él ejercía las curaciones, y que, por faltar tantas veces, no realizó milagros. Y vino a su casa. Pero no permitió que le siguiera nadie de la turba que le rodeaba, más que tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Estos tres aparecen como privilegiados testigos de la transfiguración y Getsemaní. Los otros podían contener algún tanto el ansia de la turba por saber de Cristo.

Al llegar a la casa mortuoria, se encontraron ya con todo el "rito" de plañideras a sueldo, ya evocadas por Jeremías (Jer 9,17-18), que a gritos, y mesándose el cabello, mostraban el dolor y cantaban las alabanzas de la difunta; y junto con ellas los flautistas (Lc), que acompañaban con notas estridentes y lúgubres aquella escena. Y, según el Talmud, aun el israelita más pobre estaba obligado a alquilar dos tañedores de flauta y una plañidera para celebrar las exequias de su mujer.

Por eso, a la presencia de esto, les dice que todo sobra, porque la niña "no ha muerto, duerme". El uso eufemístico del sueño por la muerte es usual al pueblo judío. Así anunció Cristo la muerte de Lázaro (Jn 11,11.14). En las tumbas judías de Roma se lee frecuentemente: "Que en paz (sea) tu sueño". Pero aquí el contraste entre muerte y sueño no permitía la interpretación eufemística. Y, sabiendo aquellos mercenarios fúnebres la realidad de la muerte de la niña, se rieron de Cristo. Pero ¡dormía! Porque El precisamente venía a despertarla. Igual que hizo con Lázaro (Jn 11, 11).

Sólo permitió penetrar en la habitación de la niña muerta a sus padres y a sus tres apóstoles. Y "a todos los demás los echó fuera" (Mc).

Y, acercándose al lecho, tomó a la niña de la mano, y le dijo unas palabras aramaicas que Mc-Pedro conservaron: "Talitha, qum", que significa: "Niña, levántate". Lo que Mc traduce para sus lectores étnico-cristianos. Mc intercala en la versión de la fórmula el "yo a tí te lo digo", para destacar la autoridad de Cristo.
Y al instante la niña se levantó y echó a andar. Y Mc-Lc harán ver la posibilidad de esto, pues tenía ya doce años. Y Cristo mandó que diesen de comer a la niña. Tenía esto dos finalidades: una apologética, demostrar aún más la verdad de la resurrección (Lc 24, 41-43), y otra, demostrar la duplicidad del milagro: no sólo la había resucitado, sino curado; la necesidad de comida le haría ver la perfecta salud que ya gozaba.

Hecho el milagro recomienda insistentemente que no se divulgue. A esto mismo obedeció el echar de la cámara a todos, excepto a los padres de la niña. Buscaba con este silencio el que no se excitasen extemporáneamente los ánimos mesiánicos. Precisamente en aquel ambiente de expectación mesiánica flotaban, confusamente, diversos signos sobre la aparición del Mesías. Y entre éstos, uno de los que flotaba diversamente interpretado era la resurrección de los muertos y su relación con los días mesiánicos. La resurrección de un muerto podía encender, mejor que otro hecho, la explosión mesiánica. Esta parece ser la diferencia de conducta de Cristo ante la curación de la hemorroísa, cuya confesión Él mismo provoca, y esta resurrección, a cuyo milagro Él impone secreto. Es verdad que no era fácil que se guardase el secreto en aquel caso. La muerta iba a aparecer viva. Pero siempre se vería que Él no buscaba la exhibición mesiánica, y que en aquel momento le permitía evitar aclamaciones y turbulencias.

El milagro de la resurrección de un muerto evocaba el poder divino en Él. Pero no al estilo de un profeta que invocaba el nombre de Dios (2 Re 5,11). Aquí aparece hecho con simplicidad y autoridad. Él, sin más, le manda resucitar. Mc tiene buen cuidado de matizar esto al hacer la traducción de la fórmula aramaica "Joven, levántate", intercalando, como recuerdo e interpretación, el "Yo a ti te digo, levántate". Pero el poder de la vida es poder reservado a Dios en el A.T. Es éste un modo de presentarse Cristo como Dios.

Curación de la hemorroísa.- Los tres evangelistas relatan esta curación intercalada entre la petición de la curación de la hija de Jairo y la ida de Cristo a su casa. El relato hace ver que fue precisamente en este intervalo cuando se realiza esta curación.

Es una mujer que padecía ya doce años "flujo de sangre". Debía de ser de cierta posición social, pues había consultado "muchos médicos" y "gastado toda su hacienda" en médicos. Sólo Mc-Lc narran estos detalles. Pero se ve el juicio distinto que dan Mc y Lc. Este, "médico", sólo dice que, después de "haber gastado en médicos toda su hacienda, no había podido ser curada por ninguno"; pero, en cambio, Mc refleja mejor, sin prejuicios de clase, lo que significaron aquellas consultas curanderiles para aquella pobre mujer, pues dice que "había sufrido grandemente de muchos médicos" y gastado toda su hacienda "sin provecho alguno, antes iba de mal en peor", no sólo por la inutilidad de aquellos remedios, sino, en parte, causados por los mismos.

Estas múltiples consultas habían sido hechas no solamente por la esperanza guardada en todo enfermo, sino por una cierta manía oriental. Plinio habla de una "turba medicorum" consultada. Todavía en el año 1929 escribía Lagrange: "Es aún hoy una molesta costumbre de Oriente el llamar para los enfermos el mayor número posible de médicos".
Los tratamientos a que la habían sometido tenían que haberla hecho "sufrir grandemente", como dice Mc, y, además, por ineficacia y posiblemente por antihigiénicos algunos de ellos, ella "iba de mal en peor" (Mc).

Los procedimientos usuales eran una mezcla de superstición. El Talmud recoge muchas de estas prescripciones ridículas usadas precisamente para curar este tipo de enfermedad. Así se lee: "Tomad el peso de un denario de goma de Alejandría, el peso de un denario de azafrán de jardín; machacadlos juntos y dadlos con vino a la mujer hemorroísa". Si esto no da remedio, se le ofrecen otros procedimientos semejantes. Y llegan hasta darle gritos diciendo que está curada. También se menciona este procedimiento: "Se cavarán siete hoyos, en los cuales se quemarán sarmientos de viñas no podadas, y la mujer (hemorroísa), teniendo en su mano un vaso de vino, se sentará sucesivamente al borde de cada hoyo, y se le dirá, haciéndola levantar: "¡Cura de tu flujo!" Y también se ponen en juego recetas en las que intervienen cenizas de huevo de avestruz o excrementos de animales. De esa primitiva medicina, que era curandería, se llega a decir en el Talmud: "El mejor médico está destinado al infierno". Compárese esto con los procedimientos de Cristo.

Habiendo oído esta mujer la fama taumatúrgica de Cristo, apeló, desesperada ya de médicos, al recurso a Él. Sólo pensó en tocar su vestido, porque creía que con ello curaría. Pero Mt-Lc dicen que lo que deseaba tocar era la "franja de su manto". Este término griego usado se refiere al hebreo tsitsith, que eran una especie de borlas o flecos compuestos cada uno de tres hilos de lana blanca y uno de lana azul, este último porque significaba el trono de Dios, y que se colocaban en los cuatro ángulos del manto (tallith) que usaban los judíos. Era una prescripción que estaba en la Ley, y que tenía por finalidad el que se acordasen de los mandamientos de Yahvé y los pusiesen por obra (Núm 15,37-40; Dt 22,12).
Si la hemorroísa pretende venir clandestinamente a Cristo "por detrás" (v.27) y como robarle o sorprenderle un milagro, era debido al tipo de impureza legal que significaba su enfermedad (Lev 15,25), ya que otros enfermos "tocaban" a Cristo para curar (Mc 3,10). Las prescripciones rabínicas sobre este tema, para aislar a la mujer a fin de que no "contagiase" su impureza legal, llegan a lo neurótico. Para ello, el Talmud dedica un tratado entero: el Nidda (impureza "reglar" de la mujer).

Cuando Cristo iba a casa del "archisinagogo" para curar a su hija, tiene lugar esta escena. Iba acompañado de una gran multitud, que le "apretujaba". En las callejuelas del viejo Oriente, el entusiasmo despertado por Cristo hacía que la multitud, empujándose por acercarse, le "apretujase". Entre esta turba se mezcló la hemorroísa, y tocó con fe el vestido del Señor. Y al punto se hizo su curación.
Cristo se vuelve preguntando quién le ha "tocado", porque "he sentido que de mí salió virtud". Y "miraba en torno suyo", como queriendo descubrir quién había sido. Si Cristo obra así, no es por ignorancia, sino por elevar y confirmar la fe de aquella mujer, haciéndole ver que no fue la curación por un contacto supersticioso, sino por efecto de la fe, y también para hacer que sus obras, que es su "obra" de glorificación del Padre, iluminen a todos. Ante esto, los "discípulos" (Mc), y más en concreto Pedro (Lc), se extrañan de esta pregunta, pues todos le "apretujaban" y nadie se había acercado a Él con gestos o modos especiales (Lc). Pero Cristo insistió en su afirmación. San Agustín lo expresó en una fórmula excelente: "Los otros le oprimen, ésta toca".
Ante esto, la mujer se postró ante Él (Mc) y le confesó, lo mismo que ante todo el pueblo (Lc), la causa por que había obrado así y la curación que instantáneamente había logrado.

Mc-Lc hacen un relato a este propósito que ha preocupado antes a algunos exégetas sobre la "ciencia" de Cristo. Al acercarse a Él con fe esta mujer y ser curada, Mc, aún más que Lc, lo narra así: "Luego Jesús, sintiendo en sí mismo la virtud que había salido de Él, se volvió y dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?"

¿Supone esto que Cristo no tenía esa "plenitud" de conocimiento que la teología enseña? No es esto lo que se va a concluir de este relato. El evangelista relata de un modo sencillo el hecho de que Cristo "sintió en sí mismo" la virtud que de Él salía, pero no de un modo mágico ni como una "sensación" inesperada, sino queriéndolo y autorizándolo Él. Aun dentro del rigor teológico, tiene su exacta explicación por su ciencia "experimental". Pero "parece que Marcos ha querido oponer al conocimiento experimental sensible de la mujer el conocimiento intelectual de Jesús". Las condiciones morales de la economía ordinaria del milagro están puestas aquí de relieve: la fe de la mujer y la voluntad de Cristo. Además, la fe se perfecciona por la confesión de la misma, y el poder milagroso de Cristo aparece confirmado por su decisión, y de una manera definitiva. El que Cristo no prohíba aquí la divulgación del milagro se explica por la misma naturaleza oculta de la enfermedad.
La leyenda se apoderó luego de esta mujer innominada. En el Evangelio de Nicodemo, apócrifo, y en el apócrifo Acta Pilati, se la llama Beroníke, y se la hace asistir al tribunal de Pilato para testificar a favor de Cristo. Y Eusebio de Cesarea recoge una tradición según la cual la hemorroísa era una pagana, originaria de Páneas, o Cesarea de Filipo. Y que ella había levantado en su ciudad, a la puerta de su casa, un monumento en bronce en recuerdo de su curación, representándola de rodillas, en actitud suplicante, ante Cristo. Eusebio mismo vio este monumento, el cual, según Sozomeno, fue destruido por Juliano el Apóstata. Todas estas leyendas no tienen ninguna base segura. Probablemente, por la descripción que hace Eusebio de esa imagen, se trata de una representación de Esculapio. Eusebio mismo no garantiza la verdad de ello, sino sólo se limita a referir que "dicen" eso.
(Manuel de Tuya, Biblia comentada, B.A.C., Madrid, 1964, pg. 665-669)


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Aplicación: José M. Bover - Sana a la hemorroísa y resucita a la hija de Jairo

Estos dos milagros, la resurrección de la hija de Jairo y la curación de la hemorroísa, siguen cronológicamente a la curación o liberación de los endemoniados gadarenos, hacia el fin del segundo año. Las narraciones de estos milagros ofrecen en los tres sinópticos la particularidad de que la una forma como un paréntesis de la otra. En San Mateo la concisión es mayor aún que de ordinario. La extensión de la narración principal es doble en los otros dos Sinópticos; la de la parentética es doble en San Lucas y más de triple en San Marcos.

"Mientras él les estaba diciendo estas cosas": esta introducción o transición ofrece alguna dificultad. En sentido natural "estas cosas" son la parábola del vino y de los odres, que acaba de referir: lo cual parece incompatible con San Marcos y San Lucas, que colocan estos dos milagros a la vuelta de la excursión al país de los gerasenos, muchos meses más tarde. Muchas y variadas soluciones se han dado a esta dificultad.

1) Invirtiendo los papeles, podría suponerse que estos hechos ocurrieron realmente en el tiempo indicado por San Mateo; para lo cual sería necesario atenuar notablemente el valor de las expresiones de los otros dos sinópticos. Pero semejante solución parece desesperada, dado que las expresiones de San Marcos y San Lucas son tan explícitas como la de San Mateo.

2) Yendo al extremo contrario, podría suponerse que la introducción de San Mateo es una pura fórmula de transición, desprovista de todo sentido cronológico. Pero esta solución radical choca demasiado violentamente con el sentido obvio de las palabras.

3) Podría suponerse que la expresión difícil "estas cosas" (en griego "tauta") o no es auténtica o es una adición del traductor griego de San Mateo. Pero entrambas hipótesis son puras conjeturas, desprovistas de fundamento documental.

4) Puede suponerse que las dos parábolas, que preceden inmediatamente, o, por lo menos, la última, las repitió el Maestro en diferentes ocasiones. Estas ocasiones pudieron ser la censura de los discípulos de Juan después del convite celebrado en casa de Mateo, y otra ocasión, no precisada, que ocurriera inmediatamente antes de los dos milagros que se van a narrar. Quien no se obstine en la hipótesis de los "duplicados", no podrá negar probabilidad a semejante repetición de las mismas parábolas en distintas ocasiones.

5) Con no menor probabilidad, tal vez, se puede suponer que la agrupación de las tres parábolas precedentes es un acoplamiento artificial o un caso de composición literaria. A base de esta suposición podrían hacerse dos hipótesis igualmente verosímiles: a) que a la referida censura respondió Jesús con sola la primera parábola, suficiente para su intento; las otras dos, pertenecientes a otro contexto histórico (inmediatamente antes de los dos milagros que se van a narrar), se acopiaron a la primera por su afinidad lógica; b) que a la censura respondió Jesús con las dos primeras parábolas; la tercera, del vino y de los odres, aunque se juntó a la del remiendo por su afinidad, la pronunció el Maestro inmediatamente antes de la resurrección de la hija de Jairo: lo cual bastaba para la verdad de la expresión dificultosa de San Mateo. En conclusión, como cualquiera de las dos últimas suposiciones tiene fundamento real y salva perfectamente la veracidad de los Evangelistas, es preferible a las tres anteriores, que o son puras conjeturas o no mantienen suficientemente el sentido natural de las palabras.

"Un jefe": era el archisinagogo, o uno de los jefes de la sinagoga (acaso de Cafarnaúm), llamado Jairo. -"Mi hija acaba de fallecer": según San Marcos (5, 23) y San Lucas (8, 42), en este primer momento Jairo rogaba a Jesús por su hija que "estaba al cabo" o "se moría"; solo después, al recibir la noticia de que la niña acababa de morir, pudo rogar por la hija ya muerta. San Mateo, más esquemático o sintético en esta narración abreviada, fundió en una sola la doble súplica del padre atribulado. -"Mas ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá"; Jairo tenía alguna fe en el poder de Jesús, pero bastante menguada; pues parece suponer que la eficacia de este poder estaba condicionada por la presencia corporal y por la imposición de las manos.

"Jesús le siguió": el bondadoso Maestro, compadecido de la aflicción de Jairo, disimuló las deficiencias de su fe; y accediendo a su demanda, se fue con él a su casa.

Suprimiendo los interesantes pormenores, realistas, pintorescos o dramáticos, acumulados por los otros dos sinópticos, San Mateo ha conservado solamente los rasgos esenciales, condensando la narración en solos tres versículos en vez de los diez de San Marcos.

"Una mujer que padecía flujo de sangre": de ahí el nombre de hemorroísa, con que se la suele designar. - "Acercándosele por detrás, tocó la franja": esta extraña pretensión de robar a hurtadillas un milagro, sin que el mismo Jesús se diese cuenta, supone dos cosas. Por una parte deseaba que nadie se enterase de la enfermedad que la aquejaba, que, además de ser naturalmente vergonzosa, contaminaba legalmente cuanto tocase. Por otra parte, su fe era algo supersticiosa, por cuanto se imaginaba el poder taumatúrgico de Jesús como una especie de virtud mágica, que producía fatalmente la salud. -"La franja de su manto": en cumplimiento del precepto consignado en el libro de los Números (15, 38) los israelitas solían llevar en las extremidades inferiores de los mantos unos flecos o borlas compuestas de hilos blancos, atados con un cordón morado. Jesús se atenía a esta costumbre.

"Como toque solamente su manto...": expresión ingenua de una fe tan viva como imperfecta.

"Tu fe te ha dado la salud": es altamente instructivo y consolador ver que Jesús atiende más a la sinceridad de la fe, para otorgar lo que se le pide, que no a las imperfecciones, para negarlo. Y la curación fue instantánea.

Concluida la narración intercalar, prosigue la narración principal interrumpida.

"Los flautistas": eran los músicos de oficio, que juntando sus fúnebres melodías a los gritos descompasados de las plañideras asalariadas y a los lamentos de los parientes y amigos, daban al luto de los judíos un carácter ruidoso y espectacular. Tal es el significado de la frase siguiente: "y la turba alborotada".

"No ha muerto la niña, sino duerme": merece notarse la discreta reserva con que el Señor obra este milagro estupendo, quitándole, en lo posible, toda su importancia. Y a la reserva del taumaturgo responde la sobriedad y casi sequedad de la narración. Esta total ausencia del prurito de exageración es para nosotros la más firme garantía de veracidad en las narraciones evangélicas. - "Y se burlaban de él": convencidos de la realidad de la muerte. Con estas burlas daban al milagro el relieve que la modesta discreción del Maestro le quitaba.

"Despejada la turba": no quería el Señor testigos impertinentes. - "Tomó a la niña de la mano, y ella se levantó": es verdaderamente divina la sencillez y facilidad con que Jesús obra el más estupendo de los milagros, la resurrección de un muerto. Sin conatos laboriosos, sin esfuerzo alguno, sin invocar el auxilio de Dios, con seguridad, con la mayor naturalidad, toma de la mano a la difunta y con una palabra de cariño, no la levanta él, sino que ya ella misma se levanta. San Marcos nos ha conservado las palabras mismas arameas que Jesús dirigió a la hija de Jairo: "Talithá qum(i)", niña, levántate. San Pedro, presente al milagro, las guardaba en su memoria.

Todas las reservas y cautelas de Jesús no impidieron que la fama del milagro se propagase rápidamente por toda aquella región.

Estos dos milagros entrelazados o entretejidos no caben en ninguno de los moldes con que pudieron fabricarse los milagros precedentes: rompen todos los moldes. Que no son milagros en serie, sino realidades divinas. Su dramatismo es también singular. En la curación de la hemorroísa el nudo lo forman los apuros de la pobre mujer, cogida en flagrante delito de hurtar un milagro; y en la resurrección de la niña, el rudo contraste entre la actitud de Jesús, segura y tranquila, y la turbulencia ruidosa de flautistas y plañideras. Y la transcendencia de los milagros se concentra toda en Jesús: en su poder sin límites, en su bondad condescendiente y afable. Ni falta el simbolismo. Jesús tomando de la mano a la niña es un símbolo viviente y expresivo del Redentor que toma de la mano a la humanidad muerta y la resucita a nueva vida. Con los hechos dice Jesús lo que más tarde dirá a la hermana de Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn. 11, 25).
(José M. Bover, El Evangelio de San Mateo, Ed. Balmes, Barcelona, 1946, pg. 207-211)

 

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Aplicación: Juan Papini - TALITHA CUMI

"Los muertos resucitan". Es una de las señales que deben bastar al Bautista prisionero. A la buena hermana, a Marta hacendosa, díjole: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí aunque hubiere muerto vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás". La resurrección es un renacimiento de la fe; la inmortalidad es la afirmación permanente de esta fe. Las palabras del evangelista Juan son una parábola abstracta, casi teológica, que remite a una experiencia rigurosamente individual.

Pero los Evangelios conocen tres resurrecciones, acontecimientos históricos, narrados con el estilo sobrio, pero explícito del testigo presencial. Jesús ha resucitado a tres muertos: a un jovencito, a una niña y a un amigo.

Estaba por entrar en Naím (XCVI) -la "hermosa" acurrucada sobre un cerro a pocas millas de Nazaret-y se encontró con un cortejo fúnebre. Llevaban a sepultar al joven hijo de una viuda. Esta había perdido, hacía poco, a su esposo; quedádole había este hijo, solo; ahora lo llevaban a enterrar también a él. Jesús vio a la madre que iba entre las mujeres, llorando con aquel llanto alelado y contenido de las madres, que consterna. Tenía en el mundo sólo dos hombres que la amaban; había muerto el primero, acababa de morir el segundo, el uno después del otro; ambos desaparecidos. Quedaba sola, una mujer sola, sin un hombre. Sin marido, sin hijo, sin una ayuda, sin un sostén, sin un alivio, ¡tener alguno con quien poderse desahogar, a quien poder contarle sus cuitas, con quien poder, al menos, llorar! Desaparecido el amor, recuerdo de la juventud, desaparecido el amor, esperanza de la edad que tiende al ocaso. Terminados esos dos pobres y sencillos amores. Un marido puede consolar por la pérdida del hijo: un hijo puede compensar la falta de un esposo. ¡Si al menos le hubiera quedado uno! Ahora su rostro no sería besado jamás.

Jesús tuvo compasión de esa madre. Ese llanto era como un reproche.
-"No llores", le dijo.
Se acercó al féretro y lo tocó. El mancebo yacía en él envuelto en la mortaja, pero con el rostro descubierto, compuesto en la lividez ansiosa de los muertos. Los que lo llevaban se detuvieron. Todos callaron. También la madre, que había recobrado, se tranquilizó. -Joven, a ti te lo digo: ¡levántate! Ya no es tiempo de estar acostado. Tú duermes tranquilo y tu madre se desespera. ¡Levántate! Y el hijo, obedeciendo, se incorporó en el féretro y empezó a hablar. Y Jesús lo devolvió a la madre. "Se lo devolvió" porque ya era suyo. El lo había arrebatado a la muerte para restituirlo a aquella que no podía vivir sin él. Para que una madre cesara de su llanto.

Otro día, al regresar de Gadara, un padre se arroja a sus pies. Su única hijita agonizaba. Llamábase el hombre Jairo y, a pesar de ser uno de los Jefes de la Sinagoga, creía en Jesús.

Echaron a andar juntos. Pero, a mitad del camino, les salió al encuentro un criado de Jairo. Tu hija ha muerto, ahora es inútil que traigas contigo al Maestro.

Pero Jesús no cree en la muerte: "No temas, dice al padre; basta que tengas fe", y será salva.
Llegan a la casa. Fuera estaban los músicos y otros que hacían ruido. Dentro mujeres y familiares.
-Idos de aquí. No lloréis. Pues la niña no está muerta sino que duerme.
Penetró en la alcoba con tres discípulos solos y con los padres de la niña; y tomando la manecita de la dormida, le dijo: -"Talitha Cumí! ¡Tú, niña, levántate!"

"E inmediatamente la niña se levantó y se puso a caminar por la alcoba, pues tenía doce años", añade Marcos. Mas estaba tan débil y delgada después de esos días de enfermedad. Jesús ordenó que inmediatamente le dieran de comer. No era un espíritu visible, un espectro, sino un cuerpo vivo, que había despertado un poco cansado para una nueva jornada, después de las pesadillas de la fiebre.

Lázaro y Jesús se amaban. Más de una vez Jesús había comido en su casa de Betania, con él y con sus hermanas.
Pues bien; un día Lázaro enfermó, y ellas se apresuraron a ponerlo en conocimiento de Jesús. Y Jesús respondió: Esta enfermedad no terminará con la muerte. Y permanece dos días más en el lugar donde recibe la nueva. Pero al tercer día dijo a sus discípulos: "Lázaro, nuestro amigo, duerme. Voy a despertarlo". Se aproximaba a Betania cuando Marta le salió al encuentro y, como recriminándole, le dijo:

-De haber estado tú aquí, ¡tu hermano no hubiera muerto!
A poco, llegó también María.
-De haber estado tú aquí, ¡mi hermano no hubiera muerto! Este reproche repetido conmueve a Jesús; no porque temiese haber llegado tarde, sino porque siempre lo entristecía la poca fe de sus más caros.
-¿Dónde le pusisteis?
Y le dijeron: Ven y lo verás. Y Jesús lloró; y llorando-era la primera vez que se le veía llorar- se encaminó al sepulcro.
-"Quitad la piedra".
Marta, el ama de casa, la mujer del buen sentido y de la práctica, intervino:
-"Señor, ya huele, que es de cuatro días".
Pero Jesús no la escucha.
-Quitad la piedra.
Quitaron la piedra y Jesús, hecha una breve oración con su cara vuelta al cielo se acercó a la cueva y con gran voz llamó a su amigo.
-"¡Lázaro, sal fuera!".
Y Lázaro salió de la cueva, tambaleándose, pues tenía las manos y los pies atados con vendas y cubierto el rostro con un sudario.
-"Desatadle y dejadle ir".

Y los cuatro, seguidos por los Doce y por un cortejo de judíos, con los ojos saltados por el estupor, volvieron a casa. Los ojos de Lázaro se fueron acostumbrando nuevamente a la luz; sus pies, aunque doloridos, caminaban y se tocaba las manos. Y la activa Marta preparó la cena lo mejor que pudo en esa confusión, después de cuatro días de luto; y el Resucitado comió con las hermanas y con los amigos. Marta casi no probaba bocado, tan absorta estaba en la contemplación del vencedor de la muerte que, habiéndose secado el rostro, partía su pan y bebía su vino como si ese día no se diferenciara de los otros días.

Estas son las resurrecciones que narran los Evangelistas. Y de sus narraciones podemos sacar algunas observaciones que nos excusarán de todo comentario doctoral, es decir, intempestivo.

Jesús, durante toda su vida, resucita, a lo que sabemos, solamente a tres muertos: y no los resucita para hacer alarde de su poder y herir la imaginación de las muchedumbres, sino por compasión, en presencia del dolor de los que amaban a. esos muertos: por consolar a una madre, a un padre, a dos hermanas. Dos de estas resurrecciones fueron públicas. Una, la de la hija de Jairo, fue hecha ante pocos, y a esos pocos Jesús les ordenó que no dijeran nada.

Otra cosa y la más importante. En todos los tres casos Jesús habla del muerto como si no estuviera muerto y sí solamente dormido. Del hijo de la viuda no tiene tiempo para hablar, porque su decisión es demasiado repentina; pero también a él le dice, como a un chico que se deja dominar por la pereza, durmiendo demasiado: joven, a ti te lo digo: ¡Levántate!'.

Cuando le dicen que la hija de Jairo está muerta, responde: Duerme. Cuando le confirman la muerte de Lázaro, insiste: No está muerto, sino que duerme.

No pretende resucitar, sino despertar. La muerte no es para él sino un sueño, más profundo que el sueño común y de todos los días. Tan profundo, que sólo un amor sobrehumano lo interrumpe. Amor más a los sobrevivientes que al dormido. Amor de uno que llora cuando ve el llanto de los que ama.
(Juan Papini, Historia de Cristo, Editorial Lux, Santiago de Chile, 1923, pg. 149-153)


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Aplicación: Remigio Vilariño Ugarte - LA HIJA DE JAIRO

Impaciente debía de estar el Archisinagogo con estas demoras, y deseando que Jesús acelerase su marcha, cuando he aquí que, estando todos rodeando al Maestro, viendo a la enferma y escuchando su relato, "se acercó uno al Príncipe de la sinagoga y le dijo: -Ya ha muerto tu hija; no molestes ya al Maestro".

"Oyó Jesús estas palabras y dijo al padre de la niña: -No tengas miedo. Tú cree y sanará".

Entonces el Salvador mandó detenerse a todos, aún a sus mismos discípulos. Tomó solamente a Pedro, Juan y Jacobo, y echó decididamente a andar a casa del Príncipe. Llegaron a ella y encontraron a toda la familia revuelta. La gente andaba alborotada, lloraban, gemían, se lamentaban. Los gaiteros tocaban sus fúnebres elegías, las plañideras se golpeaban desgreñadas. Todo israelita, por pobre que fuese, llevaba a las exequias de su mujer por lo menos dos gaitas y una plañidera: en la casa de Jairo habría de seguro más.

"Viendo Jesús aquel espectáculo, les dijo: -¿Por qué os turbáis y lloráis así?: Retiraos; porque la niña duerme, y no está muerta". Muerta estaba, en efecto, pero no muerta como los que no vuelven a la vida, sino muerta como los que van a volver a ella, despertando como de un sueño.

Por eso el Señor, deseoso de disimular el milagro, decía que dormía. También de Lázaro cuando murió dijo: Nuestro amigo Lázaro duerme.

"Pero reíansele todos, sabiendo que la niña estaba bien muerta. Entonces Jesús tomó al padre y a la madre y a los que traía consigo, y entró en la habitación en que yacía la niña. Y tomándole su mano, le dijo-Talitha, cumi, lo cual significa: Tú, niña, levántate.
"Y volvió a respirar y al punto se levantó y empezó a andar, pues era de doce años. Jesús mandó darla de comer.
"Sus padres quedaron profundamente estupefactos. Jesús les mandó con mucho ahínco que no dijesen a nadie lo que había pasado. Pero la noticia se extendió por toda aquella tierra".

Solía el Señor muchas veces en sus curaciones encargar que se le guardase secreto. ¿Cómo encargaba una cosa que parecía imposible? ¿Cómo, por ejemplo, Jairo, su esposa y su hija iban a ocultar un prodigio tan grande como la resurrección de su hija difunta? Era cosa que lo habían de ver todos. Mas lo que el Señor deseaba, sin duda, era que no diesen demasiada publicidad al hecho con esas demostraciones que estallan apenas se ha visto un milagro, y producen un gran alboroto. Deseaba Jesús, por una parte, que no se aglomerasen demasiados a pedirle gracias; por otra, que no se conmoviese el pueblo más de lo que por entonces al Señor le convenía; en fin, que no tomasen de ahí pretexto sus enemigos para perderle antes del tiempo que él tenía designado. Así pensamos que se puede explicar la conducta de Jesucristo en esta y en otras ocasiones parecidas.

Por lo demás es evidente que nunca se conseguía este secreto, sino por muy poco tiempo, que es lo que, como digo, pretendía. La noticia de tan prodigiosos portentos se divulgaba pronto por toda la región. Y de ordinario la conclusión evangélica de todas estas narraciones suele ser ésta, poco más o menos. Jesús les dice: "Cuidado con que lo digáis". Y el evangelista añade: "Y ellos lo fueron diciendo por todas partes", o "la noticia se extendió por toda la tierra".
(Remigio Vilariño Ugarte, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Ed. El mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1929, pg. 297-298)

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Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Curación de la hemorroísa

No es como si esta situación se hubiera formado en el momento en que Jesús desembarcó en la orilla occidental del lago, sino más bien es para sospechar o para creer que desde hacía algún tiempo venía removiendo el corazón de la pobre hemorroísa el sentimiento, que por fin manifestó y llevó a la práctica en la ocasión presente. Había oído hablar de Jesús, pero de seguro, había llegado a su noticia la fama de l múltiples milagros que Él había realizado en toda Palestina, pero más en particular en la ciudad predilecta de Cafarnaúm, que Él había escogido como su propia ciudad, como el centro de todas sus actividades apostólicas. Al oír hablar de aquellos milagros pensó en su enfermedad y nació en su corazón la confianza de que Jesús podía curarla. Pero esa confianza fue envuelta con una profundísima humildad; las humillaciones que había debido sufrir en los doce años que llevaba enferma habían producido un buen efecto; no era de esas almas a quienes la humillación exaspera, a quienes la humillación hace amargas y rebeldes; no era de esas almas que reciben la humillación como un veneno; sino de esas almas a quienes la humillación les da ocasión de conseguir la santa virtud de la humildad, de aquellas almas a quienes la humillación obliga a levantar los ojos al cielo y a fiarlo todo en Dios, de aquellas almas que reciben la humillación como una misericordia del Señor; y, en efecto, las humillaciones que había sufrido la hicieron humilde, y esa humildad nos la manifiestan los evangelistas de muchas maneras. Primero en el deseo de acercarse a Jesús ocultamente, sin que lo advirtieran las gentes que la rodean, sin que lo conozcan los que andan oprimiendo a Jesús. Segundo, en acercarse a Jesús sin que Él la viera; parece como que el pensamiento de presentarse francamente a Jesús la abatía demasiado; se consideraba demasiado humilde para un atrevimiento semejante. Tercero, en vez de suplicar al Señor, como acababa de suplicar Jairo por su hija, ella no piensa más que en tocar las vestiduras de Jesús secretamente, y ni siquiera tocar sus vestiduras de una manera franca y audaz, sino tocar lo que se llama las fimbrias de las vestiduras en el lenguaje hebreo, o sea, aquellos codones que colocaban en los cuatro ángulos del manto con que se cubrían, según la Ley de Dios, y que servían para recordar esa Ley; es decir, lo último, el extremo de sus vestiduras, como quien quiere tocar a Jesús, pero lejos, porque le aterra el pensamiento de acercarse demasiado a Él.

Todo esto que hay en la narración evangélica descubre un ánimo humilde; alma que se esconde, alma que teme llegar a Jesús; y no es que tema llegar a Jesús por no se fíe de su misericordia, son que teme llegar a Jesús aun fiando mucho en su misericordia; alma que no se atreve más que a tocar las fimbrias de las vestiduras de Jesús, ésta es un alma humilde. De modo que a esa mujer las humillaciones le habían dado el rico tesoro de la humildad. Con esa humildad en el alma no es extraño que aquella mujer confiara mucho, porque no hay nadie que tenga una fe viva y que sienta y que sienta los efectos de esa fe viva, en particular la confianza y la seguridad de que nunca le va a faltar la misericordia del Señor, como el alma humilde; y no es extraño, repito, que en aquella alma naciera una confianza sin límites y que ella llegara a tener la seguridad, la fe vivísima, la esperanza cierta de que lograba acercarse a Jesús y tocar las fimbrias de su vestidura, ella se vería sana de aquella molestia, de aquella larga y humillante enfermedad.

Y como lo sintió en su corazón, así lo puso por obra. Se entró por aquella muchedumbre que rodeaba al Señor - en ese momento de entusiasmo no debieron advertir que la mujer tendía a acercarse lo más posible a Jesús, y cuando estaba cerca de Él, detrás de Él, tendió su mano y tocó temblorosa - después nos dicen los evangelistas que temía y temblaba cuando Jesús comenzó a buscarla entre la muchedumbre, tocó la fimbrias del manto de Jesús, o sea aquellos largos cordones que llevaban los judíos en los ángulos del manto con que se cubrían; y en el momento de tocar las fimbrias de la vestidura de Jesús, dice el evangelista que sintió ella en sí misma que estaba curada.

Se habla aquí de una sensación. Notad bien que no es un conocimiento simplemente espiritual; es algo que ella observó en sí misma, algo que los evangelistas no definen, algo que quizá ella misma no hubiera podido definir; pero algo que en la seguridad de que en aquel momento había sido definitivamente curada.

No nos detengamos a pensar en la alegría que debió inundar aquel corazón. Doce años de padecer, doce años de verse humillada, y ahora, en un instante, cuando ella es pobre, cuando es desvalida, cuando carece de los medios humanos, cuando ha sido impotente la ciencia de los hombres para curarla, en un momento, se ve curada por la misericordia del Señor. No nos detengamos a pensar cómo crecería la fe de aquel corazón, porque estas gracias exteriores del Señor, como sabemos, siempre van acompañadas de gracias interiores. Así como el Señor cuando curaba a los ciegos, a los ciegos de los ojos del cuerpo, al propio tiempo les curaba la ceguera espiritual, así cuando daba la salud del cuerpo en cualquier enfermedad, hacía que el alma recobrase también su salud espiritual. A esto aluden mil veces los evangelistas cuando nos hablan de los milagros de Jesucristo. Pensad cómo renacería la fe, mejor dicho - porque la fe ya vivía en aquella alma ­, cómo se avivaría más la fe, como crecería su confianza, y sobre todo, cómo en aquel momento se encendería su amor a Jesucristo.

Hubiera querido, sin duda, aquella mujer desaparecer súbitamente de entre la muchedumbre, que ya la estorbaba, porque todo el mundo exterior no significaba nada para un alma que siente dentro de sí la misericordia de Jesús; hubiera querido ella guardar el tesoro de su alegría, el tesoro de su fe, el tesoro de su confianza, el tesoro de su gratitud, el tesoro de su amor en el secreto de su corazón. Y mientras ella iba a guardar en el secreto ese tesoro, es Jesús quien se vuelve y la obliga a contar delante de todos las misericordias divinas. Veamos cómo hizo esto.

Comenzó con una pregunta extraña. Volviéndose a los suyos, que sin duda tenía más cerca, les preguntó:

¿Quién me ha tocado? Maravíllanse ellos de que Jesús hiciera una pregunta semejante; aquella gran muchedumbre le estaba oprimiendo, y cuando la muchedumbre le oprimía, ¿qué sentido podía tener esa pregunta: ¿quién me ha tocado? Insistió el Señor: Alguien me ha tocado, porque yo he sentido que ha salido virtud de Mí.
[...] No dice Jesús que de Él salido una virtud material, como si sencillamente se tratara de algo que se escapase de su propio cuerpo para curar a la enferma. En esa frase quiere dar a entender el Señor eso que todos nosotros sabemos, o por su misericordia, o porque no los ha revelado nuestras fe. Jesús es el poder de Dios, Jesús es la virtud de Dios; es poder y esa virtud e Dios, que tenemos en Cristo, están como represados por nuestra indignidad. El amor hace que de ese poder se difundan innumerables beneficios, y si no se difunden es porque no disponemos bien nuestro corazón para recibirlos.

Difundirse el poder Dios no es perder Jesús algo de ese poder que en sí tiene; es sencillamente mostrar ese poder en los efectos exteriores, hacer que ese poder realice maravillas en las almas, dejar que ese poder se expansione en las criaturas. Y esto es lo que había acontecido allí. El poder de Cristo, que por su amor desea ejercitarse en bien de los hombres, se había ejercitado en ese bien en aquel momento, y Él, gozoso de los efectos de su poder, dice que ha sentido como que ese poder represado en su corazón ha salido fuera y acaba de realizar un prodigio.

Nadie responde a esas palabras. Jesús comienza a mirar en torno suyo, y la pobre mujer que acaba de ser curada, espantada de seguir guardando el secreto, temblorosa, como tiemblan siempre las almas humildes cuando ha sido objeto de una misericordia del Señor, se presentó claramente ante Él y sin rebozo contó todo lo que había acontecido: la enfermedad, los años que había durado esa enfermedad, el designio que había formado de tocar las fimbrias de la vestidura de Jesús, cómo en efecto había logrado llegar hasta Él y había tocado esas vestiduras, y cómo por fin había sido sanada.

Cuando ella humildemente glorificaba a Dios contando la misericordia recibida, Jesús se complacía en su humildad, en la gratitud y en su amor; y mirando con una de aquellas miradas amorosísimas que Él dirigía a las almas, le dijo; Vete en paz, la llamó con la palabra tiernísima de hija, y por último le aseguró que estaba definitivamente curada.

La palabra de Cristo no podía ser en esa ocasión palabra de reproche; la palabra de Cristo no podía ser en esa ocasión palabra áspera; la palabra de Cristo tenía que ser palabra amorosa. Porque si hay algo que obligue a Jesús a manifestar toda su ternura y a derrochar las delicadezas de su amor, es la humildad de corazón y según aquella doctrina hermosísima de sus autores espirituales y que tan graciosamente expone Santa Teresa, de que la humildad rinde el corazón de Jesús. Cuando Él ve humildad en las almas, Él no sabe ser áspero, Él no sabe apartarse de esas almas, Él queda como rendido y como cautivo en nuestro propio corazón. El lazo que cautiva a Jesús es el santo lazo de la humildad; y en esta ocasión la humildad le hizo prorrumpir en palabras tiernísimas, en palabras delicadas, en palabras amorosas, en palabras amorosas, en palabras que eran efusión de la caridad que Él llevaba en su corazón divino.

[...] El secreto de esta narración es todo el secreto de nuestra vida espiritual y es todo el anhelo de esa vida.
¡Tocar a Jesús! ¡Quien supiera tocarle así, de suerte que saliera la virtud que nos sanara y que Él tuviera que exclamar: Muchos son los que me están oprimiendo, los que hay en torno mío, peor hay una alma que ha sabido tocarme de una manera especial y yo no he sentido que, al tocarme esa alma, ha salido de mí virtud especial también para ella! ¡Quién pudiera oír esas palabras de Jesús! ¡Ah! Mucho habría que decir sobre la manera de tocar a Jesús. Se toca a Jesús con una confianza segura en su misericordia y en su amor, se toca a Jesús cuando se ponen los medios para llegar a Él de una manera eficaz, atropellando todos los obstáculos que quieran impedirnos el acercamiento a Jesús. Pero sobre todo se toca a Jesús cuando se a Él con un corazón sumiso a la voluntad divina, completamente entregada en las manos del Señor, sin que salga de nuestros labios una palabra de murmuración o de queja, ni siquiera un lamento; humilde para con los hombres, cuando en vez de anteponernos a nuestros hermanos, nos consideramos como el último de todos. Un corazón humilde para con los hombres, y para con Dios, ése es el corazón que sabe tocar a Jesús. Porque apenas ese corazón se acerca a nuestro Divino Redentor, sale virtud del Corazón de Cristo, que sana ese corazón, que le da nueva vida, que le enriquece con misericordia infinita y que le asegura que no solamente va a estar sano en los cuatro días que dura esta vida terrena, sino que va a gozar de la salud eterna en el cielo.

¡Ah! ¡Tocar a Jesús así! Aprender a tocar a Jesús es aprender a santificarse. Pero eso no se aprende hasta que lo enseña el Maestro divino; ésa es la ciencia que sólo Él comunica a las almas; ese saber tocar a Jesús es un don que Él da, porque nosotros no acertaríamos nunca con esa senda de la fe, de la confianza, de la gratitud, del amor y de la humildad, si Él no sembrase la semilla de todas esas virtudes en nuestro corazón.

Pidámosle en el fondo del alma que nos enseñe a tocar así la fimbria de su vestidura, para que, mientras nosotros aprendamos a tocar esa fimbria, Él tienda su mano para beneficiarnos, para asegurarnos, para señalarnos, para darnos la vida de santidad en este mundo y después la vida de gloria en el cielo.
(ALFONSO TORRES, SJ. Lecciones Sacras XXIV, BAC, Madrid, 1977, pp. 777789)

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EjemplOS

Sin respetos humanos
Un gran almirante se confesaba por lo regular cada quince días. Para ello se dirigía a la sacristía donde le esperaba su confesor. Entraba en la Iglesia de gran uniforme. Con el mismo uniforme se presentaba al día siguiente a comulgar.
Un día cierto personaje intentó decirle tímidamente que para cumplir sus prácticas religiosas no era necesario vestir su uniforme de almirante. Respondió aquel gran cristiano con gran sencillez:
- "Es la costumbre que tengo siempre cuando me presento a mis Superiores".
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 653)

San Eustaquio y el ciervo de la cruz resplandeciente (Dios concede el don de la fe a los que viven en su santo temor)
San Eustaquio era romano de nacimiento, y en premio de su valor fue nombrado jefe general del ejército por el emperador Trajano. Tanto él como su mujer eran paganos, pero muy benéficos para con los pobres, siendo esta liberalidad la que movió a Dios a concederles el don de la fe. Estaba un día Eustaquio montado a caballo y cazando en un bosque cuando advirtió la presencia de un ciervo muy grande. Acercóse a él y divisó con grande asombro suyo un objeto brillante entre los cuernos del animal: era una cruz resplandeciente. Detúvose entonces el ciervo y Eustaquio oyó las siguientes palabras: "Tus limosnas y demás obras buenas han subido hasta mí y las he recibido con agrado." Eustaquio bajó del caballo, arrodillóse en el suelo, y dijo: "Señor, ¿quién eres?" Y oyó que le respondían: "Yo soy Cristo. Ve al obispo de Roma y hazte bautizar". Eustaquio obedeció y recibió el bautismo junto con su consorte y sus dos hijos. Habiendo más tarde Eustaquio alcanzado grandes victorias bajo los emperadores romanos Trajano y su sucesor Adriano, ordenó este último la celebración de una gran fiesta triunfal, con ofrecimiento de sacrificios solemnes en los templos de los dioses. Como Eustaquio faltara a aquellos oficios, interrogóle el Emperador sobre ello, y el insigne general contestó declarando abiertamente su fe cristiana. En vista de ello, el Emperador hizo calentar al rojo un toro de bronce, dentro del cual mandó que fuese introducido Eustaquio con toda su familia. Ocurrieron estos hechos el año 120 de nuestra era. Semejante a ésta fue la conversión del centurión Cornelio en Cesarea, al cual aparecióse un ángel del cielo ordenándole que se dirigiese a San Pablo. También a Cornelio dijo el ángel: "Tus limosnas y oraciones han subido a la presencia del Señor." (Act. Apost., X, 4.) Se ve por esos ejemplos que los paganos reciben de Dios con frecuencia el don de la fe por efecto de sus buenas obras.

San Justino y el anciano en la orilla del Tíber (Dios comunica el don de la fe al que se esfuerza por conseguir la verdad)
San Justino, que murió el año 166 mártir de la fe, había sido en un principio filósofo pagano y había estudiado los más diversos sistemas filosóficos, sin poder hallar en ninguno de ellos el sosiego del corazón, Cierto día paseábase en Roma por las orillas del Tíber, meditando algunas cuestiones filosóficas, cuando le salió al encuentro un anciano que, después de haberlo saludado cortésmente, le preguntó qué le tenía tan pensativo. Respondióle Justino que meditaba Ciertas cuestiones filosóficas en busca de la verdad. Hízole notar entonces el anciano que todos los filósofos paganos se habían equivocado fundamentalmente y que la verdad pura se encontraba solamente en la Sagrada Escritura , cuyos libros, escritos por varones iluminados por Dios, daban solución acerca del origen y el destino de todas las cosas. No consiguió Justino, a pesar de todos sus esfuerzos, ver de nuevo al anciano, cuyas palabras hicieron en él una profunda impresión. Empezó en seguida a estudiar la Sagrada Escritura , y adquirió pronto la convicción de que la verdad se hallaba en el Cristianismo. Hízose bautizar y llegó a ser uno de los más poderosos apologistas de la Religión cristiana. Entre los años 150 y 160 publicó diversos escritos, titulados Apologías, que envió al mismo Emperador romano, en las cuales defiende la Religión católica contra las calumnias de los paganos. Las obras de Justino son muy valiosas aun para nosotros, pues nos informan acerca del culto cristiano de aquellos tiempos, en especial del sacrificio de la Misa. Justino desempeñó también en Roma una cátedra pública de instrucción cristiana, siendo por esto el blanco de las calumnias de un filósofo pagano llamado Crescencio. Justino fue entonces encarcelado y después azotado y decapitado por haber rehusado el sacrificio a los ídolos.
(Spirago, Catecismo en ejemplos, tomo I, Ed. Políglota, 1ª Ed., Barcelona, 1941, nnº 104.106)

San Gregorio Taumaturgo
'La Fe no está en la inteligencia sino en cuanto es imperada por la voluntad', dice Santo Tomás. 'Si tuvieras Fe hasta las montañas os obedecerían'. Deseaban construir una Iglesia, pero no había espacio entre el río y la montaña. Se puso en oración San Gregorio Taumaturgo, y la montaña se retiró tanto cuanto era menester.

San Pedro de Verona
San Pedro de Verona, santo Dominicio, pronosticaba: 'Sé que ya está depositado el dinero que se ha de dar al asesino de mi vida'. Y a los ocho días, en viaje de Milán a la ciudad de Como, le acuchillaban. Herido de muerte, mojó su dedo en la sangre, y escribió en la tierra, 'CREDO', y murió.

(más ejemplos)

(cortesia: iveargentina.org et alii)

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