Domingo 18 Tiempo Ordinario B - Comentarios de Sabios y Santos I: Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios
Recursoso adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Raymond Brown
- El pedido de un signo (Jn 6, 25-34)
Exégesis: Manuel de Tuya - Discurso sobre la diferencia y necesidad de un alimento espiritual (Jn 24-35)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Jesús, verdadero Pan de Vida
Comentario Teológico -
San Agustín I - “Buscadme a mí por mí mismo” (Jn 6,24-35)
Comentario Teológico:
San Agustín II - LA EUCARISTÍA SE COME POR PARTES....
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Yo soy el pan de vida”
Santos Padres: SAN CIPRIANO - III. La eucaristía
Santos Padres: SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA - 3. La Eucaristía.
Aplicación: Juan Pablo II - "Dadles vosotros de comer" (Mt 14,16).
Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Palabra-Fe-Sacramento
Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Jesús busca corazones que le amen en el Santísimo Sacramento
Aplicación: Cardenal Gomá
- Explicación por versículos y aplicación
Aplicación: P. Dominguez
- SERMÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Aplicación: R. P. R. Cantalamessa OFMCap - La Eucaristía y la Trinidad - el Padre
Ejemplos Predicables
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Raymond Brown - El pedido de un signo (Jn 6, 25-34)
Antes del texto de Jn.6,24-35, se encuentra la caminata de Jesús sobre las aguas del Mar de Galilea (6,16-24), que tiene algunas indicaciones muy importantes que iluminan tanto el precedente milagro de la multiplicación de los panes como el siguiente Discurso del Pan de Vida. Hagamos un brevísimo comentario a este hecho.
Como en Marcos y en Mateo, los discípulos están en dificultades, superados por una tempestad, cuando Jesús se acerca a ellos sobre el agua. Pero el punto central del relato en Juan no es Jesús que aplaca las olas del mar, sino más bien la afirmación majestuosa: “No temáis. YO SOY”. Este “Yo soy” puede ser considerado como una forma del nombre divino revelado a Moisés sobre el Sinaí, antes de la Pascua. (Algunos estudiosos en el camino sobre la superficie de las aguas llegan a entrever el tema del pasaje del Mar Rojo).
La muchedumbre sigue a Jesús hasta Cafarnaúm y le pregunta: “¿Cómo has venido hasta aquí?”. Con un juego de palabras muy típico de San Juan, Jesús responde que él ha venido del cielo. (Es de notar cuánto se parece la conversación que sigue con la conversación con la samaritana en el capítulo 4. Y así se establece un paralelismo bastante cercano entre 6,27 con 4,13; 6,30-31 con 4,12; 6,33 con 4,14; 6,34 con 4,15).
Como siempre, las aspiraciones de la muchedumbre están sobre un plano material: los hombres ven el elemento milagroso del signo, pero no apresan su significado profundo. Jesús trata de elevarlos por sobre la perspectiva material, pero se encuentra con una persistente incapacidad para comprender. “Los judíos” introducen el argumento pascual del maná y del éxodo. (Según la literatura rabínica, el Mesías repetiría el milagro del maná). Pero estos galileos no se dan cuenta que el maná mesiánico es la Palabra de Dios: enseñanza divina y divina sabiduría (Deut.8,3; Prov.9,2-5). No se trata del pan del desierto, dado por Moisés, sino de Jesús, el pan dado y donado ahora por el Padre.
(BROWN, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve comentario, Ed. Queriniana, Brescia, 1994, pp. 60 - 61; Traducción del equipo de Homilética)
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Exégesis: Manuel de Tuya - Discurso sobre la diferencia y necesidad de un alimento espiritual (Jn 24-35)
El encuentro de Cristo con las turbas en la región de Cafarnaúm da lugar a este primer diálogo, tan del gusto de Jn.
La pregunta que le hacen con el título honorífico de “Rabí”: “¿cuándo has venido aquí?” lleva un contenido sobre el modo extraordinario como vino. Sabían que no se había embarcado ni venido a pie con ellos. ¿Cómo, pues, había venido? Era un volver a admitir el prodigio en su vida.
La respuesta de Cristo soslaya aparentemente la cuestión para ir directamente al fondo de su preocupación. No le buscan por el milagro como “signo” que habla de su grandeza y que postula, en consecuencia, obediencia a sus disposiciones, sino que sólo buscan el milagro como provecho: porque comieron el pan milagrosamente multiplicado. Que busquen, pues, el alimento no temporal, aun dado milagrosamente, sino el inmortal, el que permanece para la vida eterna, y éste es el que dispensa el Hijo del hombre — el Evangelio — , y cuya garantía es que el Padre, que es al que ellos “llaman Dios” (Jn 8:54), “selló” al Hijo.
Un legado lleva las credenciales del que lo envía. Y éstos son los milagros, los “signos.” Así les dice: pero “vosotros no habéis visto los signos” (v.26; Jn 3:2).
Hasta aquí las turbas, y sobre todo los directivos que intervienen, no tienen dificultad mayor en admitir lo que Cristo les dice, principalmente por la misma incomprensión del hondo pensamiento de Cristo. Por eso, no tienen inconveniente en admitir, como lo vieron en la multiplicación de los panes, que Cristo esté “sellado” por Dios para que enseñe ese verdadero y misterioso pan que les anuncia, y que es “alimento que permanece hasta la vida eterna.”
De ahí el preguntar qué “obras” han de practicar para “hacer obras de Dios,” es decir, para que Dios les retribuya con ese alimento maravilloso. Piensan, seguramente, que puedan ser determinadas formas de sacrificios, oraciones, ayunos, limosnas, que eran las grandes prácticas religiosas judías.
Pero la respuesta de Cristo es de otro tipo y terminante. En esta hora mesiánica es que “creáis en aquel que Él ha enviado.” Fe que, en Jn, es con obras (Jn 2:21; cf. Jn 13:34). La turba comprendió muy bien que en estas palabras de Cristo no sólo se exigía reconocerle por legado de Dios, sino la plena entrega al mismo, lo cual Jn toca frecuentemente y es tema de su evangelio.
Los oyentes, ante esta pretensión de Cristo, vienen, por una lógica insolente, a pedirle un nuevo milagro. En todo ello late ahora la tipología del éxodo. El “desierto,” la multiplicación de los panes en él, contra el que evocará la turba el maná; la “murmuración” de estos judíos contra Cristo, como Israel en el desierto, y, por último, la Pascua próxima, es un nuevo vínculo al Israel en el desierto. Ya el solo hecho de destacarse así a Cristo es un modo de superponer planos para indicar con ello, una vez más, la presentación de Cristo como nuevo Moisés: Mesías.
Los judíos exigían fácilmente el milagro como garantía. San Pablo se hace eco de esta actitud judía (1Co 1:22). Y Godet, en su comentario a Jn, escribe: “El sobre naturalismo mágico era la característica de la piedad judía.”
La multiplicación de los panes les evocaba fácilmente, máxime en aquel lugar “desierto” en el que habían querido proclamarle Rey-Mesías, el milagro del maná. Y esto es a lo que aluden y alegan. Los padres en el desierto comieron el maná (Ex 16:4ss). La cita, tal como está aquí, evocaba, sobre todo, el relato del maná, pero magnificado en el Salterio, en el que se le llama “pan del cielo” (Sal 105:40; Neh 9:15; Sal 16:20). La cita era insidiosa. Pues era decirle: Si Moisés dio el maná cuarenta años, y que era “pan del cielo,” y a una multitud inmensamente mayor, pues era todo el pueblo sacado de Egipto, y, a pesar de todo, no se presentó con las exigencias de entrega a él, como tú te presentas, ¿cómo nos vamos a entregar a ti? Por lo que le dicen que, si tiene tal presunción, lo pruebe con un milagro proporcionado.
Estaba en el ambiente que en los días mesiánicos se renovarían los prodigios del éxodo (Miq 7:15). El Apocalipsis apócrifo de Baruc dice: “En aquel tiempo descenderá nuevamente de arriba el tesoro del maná, y comerán de él aquellos años.” Y el rabino Berakhah decía, en síntesis, sobre 340: “El primer redentor (Moisés) hizo descender el maná. e igualmente el último redentor (el Mesías) hará descender el maná.”
Si el Mesías había de renovar los prodigios del éxodo, no pasaría con ello de ser otro Moisés. ¿Por quién se tenía Cristo? ¿Qué “señal” tenía que hacer para probar su pretensión?
Pero la respuesta de Cristo desbarata esta argumentación, al tiempo que el clímax del discurso se dirige a su culmen.
En primer lugar, no fue Moisés el que dio el maná, puesto que Moisés no era más que un instrumento de Dios, sino “mi Padre”; ni aquel pan venía, en realidad, del cielo, sino de sólo el cielo atmosférico; ni era el pan verdadero, porque sólo alimentaba la vida temporal; pero el verdadero pan es el que da la vida eterna; ni el maná tenía universalidad: sólo alimentaba a aquel grupo de israelitas en el desierto, mientras que el “pan verdadero es el que desciende del cielo y da la vida al mundo.”
¿A quién se refiere este pan que “baja” del cielo y da la vida al mundo? Si directamente alude a la naturaleza del verdadero pan del cielo, no está al margen de él su identificación con Cristo Si la naturaleza del verdadero pan de Dios es el que “baja” del cielo y da “la vida al mundo,” éste es Cristo, que se identificará luego, explícitamente, con este pan (v.35).
Los judíos, impresionados o sorprendidos por esta respuesta, tan categórica y precisa, pero interpretada por ellos en sentido de su provecho material, le piden que él les de siempre de ese pan, como la Samaritana (Jn 4:15). Probablemente vuelve a ellos el pensamiento de ser Cristo el Mesías, y esperan de Él nuevos prodigios. Pero ignoran en qué consistan, y no rebasan la esperanza de un provecho material. Pero ese “pan,” que aún no habían discernido lo que fuese, se les revela de pronto: “Yo soy el pan de vida” (v.35).
Respecto al versículo 6,35, es la evocación del banquete de la Sabiduría (Pro 9:5; Isa 55:1.2). La Sabiduría invita a los hombres a venir a ella, a incorporarse a su vida. Así Cristo se presenta aquí evocando la Sabiduría. Es Cristo la eterna Sabiduría (Jn 1:3.4.5), a la que hay que venir, incorporarse y vivir de El (Jn 15:5; Jn 7:37.38).
Por eso, “el que está creyendo” en El en un presente actual y habitual, como lo indica el participio de presente en que está expuesta la fe del creyente, éste está unido a Cristo, Sabiduría y Vida, por lo que, nutriéndose de Él, no tendrá ni más hambre ni sed, de lo que es verdadera hambre y sed del espíritu (Isa 5:49.10; Isa 55:1-3; Pro 9:5).
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Jesús, verdadero Pan de Vida
En la liturgia de la Palabra de este domingo continúa la lectura del capítulo 6° del Evangelio de Juan. Estamos en la sinagoga de Cafarnaún en donde Jesús tiene su conocido discurso luego de la multiplicación de los panes. La gente había buscado de hacerlo rey, pero Jesús se había retirado, antes sobre el monte y luego a Cafarnaún. No viéndolo, se había puesto a buscarlo, había salido sobre los barcos para alcanzarlo al otro lado de la orilla del lago y finalmente lo había encontrado. Pero Jesús sabía bien cual era el motivo de tanto entusiasmo en seguirlo y lo dice claramente: “les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (v.26). Jesús quiere ayudar a la gente a ir más allá de la satisfacción inmediata de las propias necesidades materiales, aún si son importantes. Quiere abrir a un horizonte de la existencia que no es simplemente aquel de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, de la carrera. Jesús habla de una comida que no perece, que es importante buscar y acoger. Él afirma: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre” (v. 27).
La multitud, una vez más, no comprende, cree que Jesús pida la observación de preceptos para poder obtener la continuación de aquel milagro, y pregunta: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v. 28). La respuesta de Jesús es clara: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado” (v. 29) El centro de la existencia, aquello que da sentido pleno y firme esperanza al camino, a menudo difícil, es la fe en Jesús, es el encuentro con Cristo. No se trata de seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarlo como una Persona viva, de dejarse implicar totalmente por él y por su Evangelio. Jesús invita a no detenerse en el horizonte humano y abrirse al horizonte de Dios, al horizonte de la fe. Él exige una única obra: recibir el plan de Dios, esto es “Creer en aquel que él ha enviado” (v.29). Moisés había dado a Israel el maná, el pan del cielo, con el cual Dios mismo había alimentado a su pueblo. Jesús no dona cualquier cosa, sino Sí mismo: es Él el “pan verdadero, bajado del cielo”, y es en el encuentro con Él que nosotros encontramos al Dios viviente.
“¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v. 28) pregunta la multitud, pronta para actuar, para que el milagro del pan continúe. Pero Jesús, verdadero pan de vida que sacia nuestra hambre de sentido, de verdad, no se puede “ganar” con el trabajo humano; viene a nosotros solamente como don del amor de Dios, como obra de Dios que debemos pedir y recibir”.
Queridos amigos, en los días cargados de ocupaciones y de problemas, pero también en aquellos de descanso y de distensión, el Señor nos invita a no olvidarnos que si bien es necesario preocuparse por el pan material y restaurar las fuerzas, aún más fundamental es el hacer crecer la relación con Él, reforzar nuestra fe en Aquel que es el “pan de vida”, que colma nuestro deseo de verdad y de amor. La Virgen María, en el día en el cual se realizó la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, nos sostenga en nuestro camino de fe. (Ángelus 5-8-12)
Comentario Teológico - San Agustín I - “Buscadme a mí por mí mismo” (Jn 6,24-35)
10. Jesús a continuación del misterio o sacramento milagroso hace uso de la palabra con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante; pero es con la condición de que lo entiendan, y si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera. Que hable, pues, y oigamos con atención. Les contestó Jesús y dijo: en verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque habéis comido de los panes que yo os proporcioné. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio, y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él, y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito. En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los días la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque os di de comer pan de lo mío. Trabajad por el pan que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Me buscáis por algo que no es lo que yo soy; buscadme a mí por mí mismo. Ya insinúa ser El este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue: Que el Hijo del hombre os lo dará. Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan, y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana: Si conocieras quién es el que te pide de beber, seguramente se lo pedirías tú a El, y te daría agua viva. Como le dijese la mujer: ¿Tú? ¡Pero si no tienes pozal y el pozo es profundo! Le responde Jesús: Si te dieses cuenta quién es el que te pide de beber, tú se lo pedirías
a El, y te daría agua que quien la bebiere no tendrá ya jamás sed; mientras que el que bebe de esta agua, volverá a tener sed1. Y la mujer se alegra y expresa el deseo de recibirla, como si así no hubiera de padecer ya más la sed del cuerpo, ella que se cansa con el trabajo de sacarla. Y así entre diálogos la lleva a la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo en absoluto.
11. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna; el que os dará el Hijo del hombre, porque Dios-Padre imprimió en El2 (en el Hijo del hombre) su sello. A este Hijo del hombre no le miréis como se mira a otros hijos de los hombres, de quienes se escribió: Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas3. Este Hijo del hombre, elegido por singular gracia del Espíritu e Hijo del hombre según la carne, a pesar de ser una excepción entre los hombres, es Hijo del hombre. Este Hijo del hombre es también Hijo de Dios; este hombre es Dios también. En otro lugar hace a los discípulos esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestan: Unos dicen que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías u otro de los antiguos profetas. Y sigue preguntando: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro da esta respuesta: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo4. Él se llama Hijo del hombre, y Pedro le llama Hijo del Dios vivo. Él hablaba con mucha exactitud de lo que por misericordia era a vista de todo el mundo; Pedro hablaba de lo que sigue siendo en los resplandores de su gloria. El Verbo de Dios recomienda su humildad; el hombre se da cuenta de los resplandores de la gloria de su Señor. Y en verdad, hermanos, yo pienso que esto es justo. Él se humilló por nosotros, glorifiquémosle nosotros a El. No por Él es Hijo del hombre, sino por nosotros. Luego era Hijo del hombre en este sentido, pues el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso, Dios-Padre le puso su sello. ¿Qué es sellar sino poner algo propio? Sellar es poner sobre una cosa una señal para que se distinga de las demás. Sellar es poner un signo en una cosa. A la cosa que pones tú una señal o signo, se la pones para que no se confunda con las demás y puedas tú reconocerla. El Padre, pues, lo selló. ¿Qué quiere decir que lo selló? Que le dio algo propio suyo para diferenciarle de los demás hombres. Por eso de Él se escribió: Te
ungió Dios, tu Dios, con el óleo de la alegría más que a tus copartícipes. Luego ¿qué es sellar? Hacer con El una excepción; esto es, hacer una excepción entre sus copartícipes5. Así que no me despreciéis, dice, porque soy Hijo del hombre; buscad en mí el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Porque de tal modo soy yo Hijo del hombre, que no soy uno de vosotros; de tal manera soy yo Hijo del hombre, que Dios-Padre me distingue con su sello. ¿Qué es distinguirme con su sello? Comunicarme algo suyo propio por lo que no pueda yo ser identificado con el género humano y pueda el género humano por mí ser redimido.
12. Le hicieron, pues, esta pregunta: ¿Qué es lo que tenemos que hacer para realizar obras de Dios?6 El acaba de decirles: Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que permanece hasta la vida eterna. Y ahora le preguntan: ¿Qué es lo que tenemos que hacer, qué es lo que tenemos que observar para cumplir este precepto? Jesús les da esta respuesta: Obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado. Esto es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. ¿Con qué fin preparas los dientes y el estómago? Tú cree y lo comiste ya. La fe es cosa distinta de las obras, según testimonio del Apóstol, que dice que el hombre se justifica con la fe sin las obras de la ley7. Hay obras que tienen apariencia de buenas sin la fe de Cristo; pero no lo son, porque no dicen referencia al fin que las hace buenas; el fin de la ley es Cristo, que es la justificación de todo el que cree8. El Salvador no quiso distinguir la fe de las obras, sino que dijo que la fe misma es ya una obra: es la fe misma, que obra por la caridad9. No dice: «Esto es obra vuestra», sino: Esto es obra de Dios; el que se gloríe tenga que gloriarse en el Señor10. Y porque los invitaba a la fe, piden todavía ellos milagros para creer. Mira cómo es verdad que los judíos piden milagros. ¿Qué milagros haces tú para verlos y creer en ti? ¿Qué obras haces?11 ¿Era poco el haber comido hasta hartarse con sólo cinco panes? Esto lo sabían, pero estimaban más que esta comida el maná del cielo. Mas el Señor Jesús se presentaba de tal forma, que era como anteponerse a Moisés.
Jamás tuvo Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, sino un alimento que permanece hasta la vida eterna. Este prometía mucho más que Moisés. Moisés prometía, sí, un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales, es verdad, pero que eran figura de los espirituales. El Antiguo Testamento era eso lo que prometía al hombre viejo. Ponían sus ojos, pues, en promesas de Moisés y también en las promesas de Cristo. Moisés les prometía llenar su vientre en la tierra, pero de Manjares que perecen; Cristo prometía un manjar que no perece, sino que permanece eternamente. Observaban que prometía más, pero tenían los ojos vendados para no ver que hacía obras mayores. Fijaban su atención en las obras que había hecho Moisés, pero aún tenían ansias de que realizase obras mayores quien prometía tan excelsos bienes. ¿Qué obras, dicen, haces, para que te creamos? Y para que te des cuenta que ponían en parangón los milagros de Moisés con este de Jesús (lo que indica que, a su parecer, eran menores los que hacía Jesús), le dicen: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Pero ¿qué es el maná? Seguramente no hacéis de él aprecio. Así está escrito: Les dio a comer el maná. Por Moisés recibieron nuestros padres el maná del cielo, y, sin embargo, Moisés no les dijo: Trabajad por el manjar que no perece. Tú prometes un manjar que no perece, sino que dura hasta la vida eterna; y no realizas tales obras como las que realizó Moisés. No dio él panes de cebada, sino maná del cielo.
13. Respuesta de Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés pan del cielo, sino mi Padre es quien os dio pan del cielo. El pan verdadero es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Aquél es, pues, el Verdadero pan que da la vida al mundo, y ése es el manjar del cual acabo de deciros: Trabajad por el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. El maná era signo de este pan. Signos de mi persona eran todas aquellas cosas. Vosotros os vais tras el amor de mis amigos y desestimáis al que era significado por ellos. No os dio Moisés pan del cielo. Dios es el que da pan. ¿Y qué pan es ése? ¿El maná tal vez? No; es el pan que el maná significó, esto es, el mismo Señor Jesús. Mi Padre es el que os da el verdadero pan. Porque pan de Dios es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Dícenle ellos: Señor, danos siempre este pan. Lo mismo que aquella mujer de Samaria, a quien fue dicho: El que bebiere de esta agua no volverá a tener sed jamás12, tomó las palabras en sentido material y, como quien quería verse libre de aquella necesidad, le dice en seguida: Señor, dame de esta agua, así éstos: Señor, danos de este pan para que nos repare las fuerzas y que no nos falte jamás.
14. Respuesta de Jesús: Yo soy el pan de vida; el que llega a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás13. El que llega a mí significa lo mismo que el que cree en mí; y esta locución: No tendrá hambre, tiene el mismo sentido que esta otra: No tendrá sed jamás. Ambas cosas significan la eterna hartura aquella donde no hay indigencia alguna. ¿No deseáis vosotros el pan del cielo? En vuestra presencia está y no lo queréis comer. Y os dije que me estáis viendo y no me creéis. Sin embargo, no por eso me he olvidado yo de mi pueblo. ¿Hará, por ventura, la infidelidad vuestra que desaparezca la fidelidad de Dios?14 Atiende, pues, lo que sigue: Todo lo que me da a mí el Padre, vendrá a mí, y al que a mí llegare no le echaré fuera15. ¿Qué interioridad es esa de la que jamás se sale fuera? Interioridad muy íntima, interioridad dulcísima. ¡Oh retirada interioridad, que no hastía, exenta del repugnante amargor de los malos pensamientos y libre de la turbación de las tentaciones y de los dolores! ¿No es por ventura esa misma intimidad retirada en la que entrará aquel que como a siervo benemérito dirá el Señor: Entra en el gozo de tu Señor?16
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 25, 10-14, o.c. (XIII), BAC, Madrid, 1968, pp. 558-565)
[1] Jn 4, 10, etc.
2 Jn 6, 27
3 Sal 35, 8
4 Mt 16, 13, etc.
5 Sal 44, 8
6 Jn 6, 28
7 Rm 3, 28
8 Rm 10, 4
9 Ga 5, 6
10 1 Co 1, 31
11 Jn 6, 30
12 Jn 4, 13, etc.
13 Jn 6, 35
14 Rm 3, 3
15 Jn 6, 37
16 Mt 25, 23
Comentario Teológico: San Agustín II - LA EUCARISTÍA SE COME POR PARTES....
- ¿Qué voz es esa del Señor que os convida?¿Quién os convida y a quiénes y qué os tiene preparado? Convida el Señor a sus siervos, y de manjar se les ha preparado a sí mismo. ¿Quién osará comer a su Señor? Y, sin embargo, dice: El que me come, vive en mí. Comer a Cristo es comer la vida. Ni es muerto para ser comido, antes vivifica El a los muertos. Cuando es comido, restaura, pero no mengua. No recelemos, pues, hermanos míos, comer este pan por miedo a concluirle y no hallar después qué comer. Sea comido Cristo; comido vivo, porque de la muerte ya resucitó. Ni cuando le comemos le dividimos en partes. Esto sucede con las especies sacramentales, ciertamente; los fieles saben cómo se come la carne de Cristo; cada cual recibe su parte; por eso la gracia misma -la Eucaristía- se llama partes. Se le come a partes y permanece todo entero; todo entero se halla en tu corazón. Todo El estaba en el Padre cuando vino a la Virgen; la llenó a ella y no se apartó de El. Venía a la carne para que los hombres le comieran, y permanecía todo entero en el cielo para ser alimento de los ángeles. Porque habéis de saber, hermanos-los que le sabéis, y los que no lo sabéis debéis saberlo- que, cuando Cristo se hizo hombre, comió el hombre el pan de los ángeles. ¿Por dónde, cómo, por qué medio, por qué merecimientos, por qué dignidad había el hombre de comer el pan de los ángeles, si no se hiciera hombre el Criador de los ángeles? Comámosle tranquilamente; no por comerle se termina, antes debemos comerle para que no terminemos nosotros. ¿Qué cosa es comer a Cristo? No es sólo recibir su cuerpo en el sacramento, porque también le reciben muchos indignos, de los que dice el Apóstol: El que come el Pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, se come y bebe su propio juicio.
TEMORES Y ESCRÚPULOS PARA COMULGAR. -Pues ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como El mismo dice: Quien mi carne come y bebe mi sangre, Permanece en mí y yo en él. Esto es comerle, esto es beberle; porque si alguien no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, sólo es para su tormento. Y quién sea el que permanece en él, dícelo en otro lugar: El que cumple mis mandamientos, ése permanece en mi y yo en él. Ved, pues, hermanos, que, si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, es de temer Que muráis de hambre. El mismo, en efecto, ha dicho: El que no come mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá en si la vida. Por donde, si os abstenéis de comer el cuerpo y la sangre del Señor, es de temer perezcáis; y si lo coméis indignamente o indignamente lo bebéis, se ha de temer que comáis y bebáis vuestra propia condenación. Aprieto grande, por cierto. Vivid bien, y los aprietos se aflojan. No queráis prometeros la vida viviendo mal; lo que no promete Dios, engáñase cuando se lo promete a si mismo el hombre. Testigo malo, te prometes lo que la Verdad te niega. La Verdad dice: "Si vivís mal, moriréis eternamente", y ¿dices tu: "Yo vivo mal, y viviré eternamente con Cristo"? ¿Cómo puede suceder que mienta la Verdad y digas tú la verdad? Todo hombre es mentiroso. Luego no podéis vivir bien si El no os ayuda, si El no os diere la gracia de vivir bien. Pedid esto en la oración, y comed. Orad, y os veréis libres de estos aprietos. Porque El os llenará, tanto en el bien obrar como en el bien vivir. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza de Dios y de regocijo, y, libres de las grandes angustias, le diréis: Fuísteme abriendo paso por doquiera que iba, y no flaquearon mis pies.
(San Agustín, Obras de San Agustín, B.A.C. Tomo X, Madrid 2da edición, 1965, pg. 594-596)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Yo soy el pan de vida”
Nada hay peor que la gula, nada 'más vergonzoso. Esta es la que cierra el entendimiento y lo hace rudo y vuelve carnal al alma. Esta ciega y no deja ver. Observa cómo fue eso lo que obró en los judíos. Porque ansiando ellos los placeres del vientre y no pensando en nada espiritual, sino únicamente lo de este siglo, Cristo los excitó con abundantes discursos, llenos unas veces de acritud, otras de suavidad y perdón. Pero ni aun así se levantaron a lo alto sino que permanecieron por tierra.
Atiende, te ruego. Les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Los punzó arguyéndoles; les mostró cuál es el pan que se ha de buscar al decirles: Haceos no del alimento que perece; y aun les añadió el premio diciendo: sino el pan para la vida eterna. Y enseguida sale al encuentro de la objeción de ellos con decirles que ha sido enviado por el Padre. ¿Qué hacen ellos? Como si nada hubieran oído, le dicen: ¿Qué debemos hacer para lograr la merced de Dios? No lo preguntaban para aprender y ponerlo por obra, como se ve por lo que sigue, sino queriendo inducirlo a que de nuevo les suministre pan para volver a saturarse. ¿Qué les responde Cristo?: Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que Él envió. Instan ellos: ¿Qué señal nos das para que la veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto.
¡No hay cosa más necia y más estulta que eso! Cuando el milagro estaba aún delante de sus ojos, como si nada se hubiera realizado le decían: ¿Qué señal nos das? Y ni siquiera le dan opción a escoger, sino que piensan que acabarán por obligarlo a hacer otro milagro, como el que se verificó en tiempo de sus ancestros. Por eso le dicen: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Creían que por este camino lo excitarían a realizar ese mismo milagro que los alimentaría corporalmente. Porque ¿por cuál otro motivo no citan sino ése, de entre los muchos verificados antiguamente; puesto que muchos tuvieron lugar en Egipto, en el mar, en el desierto? Pero sólo le proponen el del maná. ¿No es acaso esto porque aún estaban reciamente bajo la tiranía del vientre? Pero, oh judíos: ¿cómo es esto que aquel a quien vosotros llamasteis profeta y lo quisisteis hacer rey por el milagro que visteis, ahora, como si nada se hubiera realizado, os le mostráis tan ingratos y pérfidos, que aun le pedís una señal, lanzando voces dignas de parásitos y de canes famélicos? ¿De modo que ahora, cuando vuestra alma está hambreada, venís a recordar el maná?
Y advierte bien la ironía. No le dijeron: Moisés hizo este milagro; y tú ¿cuál haces? porque no querían volvérselo contrario. Sino que emplean una forma sumamente honorífica en espera del alimento. No le dijeron: Dios hizo aquel prodigio; y tú ¿cuál haces? porque no querían parecer como si lo igualaran a Dios. Tampoco nombran a Moisés, para no parecer, que lo hacen inferior a Cristo. Sino que invocaron el hecho simple y dijeron: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Podía Cristo haberles respondido: Mayor milagro he hecho yo que no Moisés. Yo no necesito de vara ni de súplicas, sino que todo lo he hecho por mi propio poder. Si traéis al medio el maná, yo os di pan. Pero no era entonces ocasión propicia para hablarles así, pues el único anhelo de Cristo era llevarlos al alimento espiritual.
Observa con cuán eximia prudencia les responde: No fue Moisés quien os dio pan bajado del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan que viene del cielo. ¿Por qué no dijo: ‘No fue Moisés, sino soy yo’, sino que sustituyó a Moisés con Dios y al maná consigo mismo? Fue porque aún era grande la rudeza de los oyentes, como se ve por lo que sigue. Puesto que con tales palabras no los cohibió. Y eso que al principio ya les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Y como esto era lo que buscaban, en lo que sigue también los corrige. Pero ellos no desistieron.
Cuando prometió a la mujer samaritana que le daría aquella agua, no hizo mención del Padre, sino que dijo: Si supieras quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le pedirías, y te daría agua viva. Y en seguida: El agua que yo daré; y tampoco hace referencia al Padre. Aquí, en cambio, sí la hace. Pues bien, fue para que entiendas cuán grande era la fe de la samaritana y cuán grande la rudeza de los judíos. En cuanto al maná, en realidad no venía del Cielo. Entonces ¿cómo se dice ser del cielo? Pues es al modo como las Escrituras hablan de: Las aves del cielo1; y también: Tronó desde el cielo Dios2.
Y dice del pan verdadero, no porque el milagro del maná fuera falso, sino porque era sólo figura y no la realidad. Y al recordar a Moisés se antepuso a éste, ya que ellos no lo anteponían; más aún, tenían por más grande a Moisés. Por lo cual, habiendo dicho: No fue Moisés quien os dio, no añadió: Yo soy el que os doy, sino dijo que el Padre lo daba. Ellos le respondieron: Danos de ese pan para comer, pues aún pensaban que sería una cosa sensible y material y esperaban repletar sus vientres. Y tal era el motivo de que tan pronto acudieran a él. ¿Qué dice Cristo? Poco a poco los va levantando a lo alto; y así les dice: El pan de Dios es el que desciende del cielo y da la vida al mundo. No a solos los judíos sino a todo el mundo.
Y no habla simplemente de alimento, sino de otra vida diversa. Y dice vida porque todos ellos estaban muertos. Pero ellos siguen apegados a lo terreno y le dicen: Danos ese pan. Los reprochaba de una mesa sensible; pero en cuanto supieron que se trataba de una mesa espiritual, ya no se le acercan. Les dice: Yo soy el pan de vida. El que a mí viene jamás tendrá hambre y el que cree en mí jamás padecerá sed. Pero yo os tengo dicho que aunque habéis visto mis señales, no creéis.
Ya el evangelista se había adelantado a decir: Habla de lo que sabe y da testimonio de lo que vio y nadie acepta su testimonio. Y Cristo a su vez: Hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto, pero no aceptáis nuestro testimonio. Va procurando amonestarlos de antemano y manifestarles que nada de eso lo conturba, ni busca la gloria humana, ni ignora lo secreto de los pensamientos de ellos, así presentes como futuros. Yo soy el pan de vida. Ya se acerca el tiempo de confiar los misterios. Mas primeramente habla de su divinidad y dice: Yo soy el pan de vida. Porque esto no lo dijo acerca de su cuerpo, ya que de éste habla al fin, cuando declara: El pan que yo daré es mi carne. Habla pues todavía de su divinidad. Su carne, por estar unida a Dios Verbo, es pan; así como este pan, por el Espíritu Santo que desciende, es pan del cielo.
Pero aquí no usa ya de testigos, como en el discurso anterior, pues allá tenía como testigos los panes del milagro y los oyentes aún simulaban creerle. Acá en cambio aún lo contradecían y le argumentaban. Por lo cual finalmente ahora expone plenamente su sentencia. Ellos siguen esperando el alimento corporal y no se perturban hasta el momento en que pierden la esperanza de obtenerlo. Mas ni aun así calló Cristo, sino que los increpa con vehemencia. Los que allá mientras comían lo llamaron profeta, ahora se escandalizan y lo llaman hijo de artesano. No lo trataban así cuando estaban comiendo, sino que decían: Este es el Profeta. Y aun lo querían hacer rey. Ahora hasta se indignan al oírlo decir que ha venido del Cielo. Mas no era ése el motivo verdadero de su indignación, sino el haber perdido la esperanza de volver a disfrutar de la mesa corporal. Si su indignación fuera verdadera, debían investigar cómo era pan de vida, cómo había bajado del Cielo. Pero no lo hacen, sino que solamente murmuran.
Y que no sea aquélla la causa verdadera de su indignación se ve porque cuando Jesús les dijo: Mi Padre os da el pan, no le dijeron: Pídele que nos dé, sino ¿qué?: Danos ese pan. Jesús no les había dicho: Yo os daré, sino: Mi Padre os da. Pero ellos, por la gula, pensaban que él podía dárselo. Pues bien, quienes esto creían ¿en qué forma debieron escandalizarse cuando lo oyeron decir que era el Padre quien se lo daría?
¿Cuál es pues el motivo verdadero? Que en cuanto oyeron que ya no comerían, ya no creyeron; y ponen como motivo el que Jesús les hable de cosas elevadas. Por eso les dice: Me habéis visto y no creéis, dándoles a entender así los milagros como el testimonio de las Escrituras. Pues dice: Ellas dan testimonio de Mí; y también: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía XLV (XLIV), Tradición, México 1981, pp. 5-9)
[1] Sal 8, 9
2 Sal 17, 14
Santos Padres: SAN CIPRIANO - III. La eucaristía
Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y al administrarlo al pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio... Ahora bien, cuando Dios inspira y manda alguna cosa, es necesario que el siervo fiel obedezca al Señor, manteniéndose libre de culpa delante de todos en no arrogarse nada por su cuenta, pues ha de temer no sea que ofenda al Señor si no hace lo que está mandado... Al ofrecer el cáliz ha de guardarse la tradición del Señor, ni hemos de hacer nosotros otra cosa más que la que el Señor hizo primeramente por nosotros, a saber, que en el cáliz que se ofrece en su conmemoración se ofrezca una mezcla de agua y vino... No puede creerse que está en el cáliz la sangre de Cristo, con la cual hemos sido redimidos y vivificados, si no hay en el cáliz el vino por el que se manifiesta la sangre de Cristo...
Vemos el misterio (sacramentum) del sacrificio del Señor prefigurado en el sacerdote Melquisedec, según el testimonio de la Escritura cuando dice: "Y Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino", siendo sacerdote del Dios altísimo, y bendijo a Abraham (cf. Gén 14, 18). Ahora bien, que Melquisedec fuera figura de Cristo lo declara el Espíritu Santo en los salmos, cuando el Padre dice al Hijo: "Yo te engendré antes de la estrella de la mañana: tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec" (Sal 109, 3-4). Este orden procede y desciende evidentemente de aquel sacrificio, por el hecho de que Melquisedec fue sacerdote del Dios altísimo, y de que ofreció pan y vino y bendijo a Abraham. En efecto, ¿qué sacerdote del Dios altísimo lo es más que nuestro Señor Jesucristo, quien ofreció a Dios Padre un sacrificio, el mismo sacrificio que había ofrecido Melquisedec, a saber, pan y vino, es decir, su cuerpo y su sangre?...
Puesto que Cristo nos llevaba en sí a todos nosotros, ya que hasta llevaba nuestros pecados, vemos que el agua representa al pueblo, mientras que el vino representa la sangre de Cristo. Así pues, cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se une con Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta a Aquel en quien cree. Esta unión y conjunción de agua y vino en el cáliz del Señor hace una mezcla que ya no puede deshacerse. Por esto la Iglesia, es decir la multitud que está constituida en Iglesia y persevera fiel y firmemente en su fe no podrá por nada ser separada de Cristo, ni nada podrá hacer que no permanezca adherida a él e indivisa en el amor. Por esto al consagrar el cáliz del Señor no se puede ofrecer ni agua sola ni vino solo: si uno ofrece solo vino, se hará presente la sangre de Cristo sin nosotros; si sólo hay agua, se hará presente el pueblo sin Cristo. En cambio, cuando se mezclan ambas cosas hasta formar un todo sin distinción y perfectamente uno, entonces se consuma el misterio (sacramentum) celestial y espiritual...
Dice el Señor: "El que quebrantare uno de estos mandamientos mínimos y enseñare a hacerlo a los hombres, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos" (Mt 5, 19): ahora bien, si no se pueden quebrantar ni los mínimos mandamientos del Señor, cuánto más esos que son tan grandes, tan importantes, que tocan tan de cerca al misterio de la pasión del Señor y de nuestra redención no podrán quebrantar ni cambiar lo que en ellos hay de institución divina por institución humana alguna. Si Cristo Jesús, Dios y Señor nuestro es él mismo el sumo sacerdote de Dios Padre, y se ofreció el primero a sí mismo en sacrificio al Padre, y mandó que esto se hiciera en memoria de él, tendrá realmente las veces de Cristo aquel sacerdote que imita lo que Cristo hizo, y ofrecerá un sacrificio verdadero y pleno en la Iglesia a Dios Padre cuando se ponga a hacer la oblación tal como vea que la hizo Cristo...
Santos Padres: SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA - 3. La Eucaristía.
Poned todo empeño en usar de una sola eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz que nos une con su sangre, y uno el altar, como uno es el obispo juntamente con el colegio de ancianos y los diáconos, consiervos míos. De esta suerte, obrando así obraréis según Dios (Carta a los de Filadelfia)
Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la eucaristía de Dios y glorificarle. Porque cuando frecuentemente os reunís en común, queda destruido el poder de Satanás, y por la concordia de vuestra fe queda aniquilado su poder destructor. Nada hay más precioso que la paz, por la cual se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres. Nada de todo esto se os oculta a vosotros si poseéis de manera perfecta la fe en Cristo y la caridad, que son principio y término de la vida. La fe es el principio, la caridad es el término. Las dos, trabadas en unidad, son Dios, y todas las virtudes morales se siguen de ellas. Nadie que proclama la fe peca, y nadie que posee la caridad odia. El árbol se manifiesta por sus frutos. Así, los que se profesan ser de Cristo, se pondrán de manifiesto por sus obras... (Carta a los Efesios, 13-14).
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Aplicación: Juan Pablo II - "Dadles vosotros de comer" (Mt 14,16).
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El Señor nos llama una vez más a seguirlo en el itinerario cuaresmal, camino propuesto anualmente a todos los fieles para que renueven su respuesta personal y comunitaria a la vocación bautismal y produzcan frutos de conversión. La Cuaresma es un camino de reflexión dinámica y creativa, que mueve a la penitencia para reforzar todo propósito de compromiso evangélico; un camino de amor, que abre el ánimo de los creyentes a los hermanos, proyectándolos hacia Dios. Jesús pide a sus discípulos vivir y difundir la caridad, el mandamiento nuevo, que representa el magistral resumen del Decálogo divino entregado a Moisés en el Monte Sinaí. En la vida de cada día se nos ofrece la posibilidad de encontrar hambrientos, sedientos, enfermos, marginados, emigrantes. Durante el tiempo cuaresmal estamos invitados a mirar con mayor atención a sus rostros sufrientes; rostros que testimonian el desafío de la pobreza de nuestro tiempo.
2. El Evangelio evidencia que el Redentor manifiesta singular compasión por cuantos están en dificultad; les habla del Reino de Dios y sana en el cuerpo y en el espíritu a cuantos tienen necesidad de curas. Luego dice a sus discípulos: "Dadles vosotros de comer". Pero ellos se dan cuenta que no tienen mas que cinco panes y dos peces. También nosotros hoy, como entonces los Apóstoles en Betsaida, disponemos de medios ciertamente insuficientes para atender con eficacia a los cerca de ochocientos millones de personas hambrientas o desnutridas, que en los umbrales del año dos mil luchan todavía por su supervivencia.
¿Qué hacer entonces? ¿Dejar las cosas como están, resignándonos a la impotencia? Este es el interrogante sobre el cual quiero llamar la atención, en el inicio de la Cuaresma, de todo fiel y de la entera comunidad eclesial. La muchedumbre de hambrientos, constituida por niños, mujeres, ancianos, emigrantes, prófugos y desocupados eleva hacia nosotros su grito de dolor. Nos imploran, esperando ser escuchados. ¿Cómo no hacer atentos nuestros oídos y vigilantes nuestros corazones, comenzando a poner a disposición aquellos cinco panes y aquellos dos peces que Dios ha depositado en nuestras manos? Todos podemos hacer algo por ellos, llevando a cada uno la propia aportación. Ciertamente esto exige renuncias, que suponen una interior y profunda conversión. Es necesario, sin duda, revisar los comportamiento consumistas, combatir el hedonismo, oponerse a la indiferencia y a la exculpación de las responsabilidades.
3. El hambre es un drama enorme que aflige a la humanidad: se hace aún más urgente tomar conciencia de ello y ofrecer un apoyo convencido y generoso a las diversas Organizaciones y Movimientos, surgidos para aliviar los sufrimientos de quien corre el riesgo de morir por falta de alimento, privilegiando a cuantos no son atendidos por programas gubernativos o internacionales. Es necesario sostener la lucha contra el hambre tanto en los Países menos avanzados como en las Naciones altamente industrializadas, donde va aumentando desgraciadamente la diferencia que separa a los ricos de los pobres.
La tierra está dotada de los recursos necesarios para dar de comer a toda la humanidad. Hay que saberlos usar con inteligencia, respetando el ambiente y los ritmos de la naturaleza, garantizando la equidad y la justicia en los intercambios comerciales y una distribución de las riquezas que tenga en cuenta el deber de la solidaridad. Alguno podría objetar que esta es una grande e irrealizable uto-pía. Sin embargo, la enseñanza y la acción social de la Iglesia demuestran lo contrario: allí donde los hombres se convierten al Evangelio, tal proyecto de participación y solidaridad se hace una extraordinaria realidad.
4. De hecho, mientras por un lado vemos destruir grandes cantidades de productos necesarios para la vida del hombre, por otro lado descubrimos con amargura largas filas de personas que esperan su turno ante mesas para los pobres o en torno a los convoyes de las Organizaciones humanitarias destinados a distribuir ayudas de todo tipo. También en las modernas metrópolis, en el momento de cierre de los mercados de los barrios, no es infrecuente vislumbrar a gente desconocida que se inclina para recoger del suelo los desechos de las mercancías allí abandonados.
Ante estas escenas, síntomas de profundas contradicciones, ¿cómo no experimentar en el ánimo un sentimiento de íntima rebelión? ¿Cómo no sentirse afectados por un espontáneo impulso de caridad cristiana? Sin embargo, la auténtica solidaridad no se improvisa; sólo mediante un paciente y responsable trabajo de formación llevado a cabo desde la infancia, aquélla se transforma en un ámbito mental de la persona y abraza a los diversos campos de actividad y responsabilidad. Se necesita un proceso general de sensibilización capaz de implicar a toda la sociedad. A este proceso, la Iglesia católica, en cordial colaboración con las otras Confesiones religiosas, pretende ofrecer su propia aportación cualificante. Se trata de un esfuerzo fundamental de promoción del hombre y de condivisión fraterna, que además tiene que ver comprometidos a los mismos pobres, en base a sus posibilidades.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, mientras os confío estas reflexiones cuaresmales, para que las desarrolléis individual y comunitariamente bajo la guía de vuestros pastores, os exhorto a realizar significativos y concretos gestos, capaces de multiplicar aquellos pocos panes y peces de los que disponemos. Así se contribuirá válidamente a afrontar las diversas clases de hambre y éste será un modo auténtico de vivir el providencial período de la Cuaresma, tiempo de conversión y reconciliación.
Que para estos comprometidos propósitos os sirva de apoyo y ayuda la Bendición Apostólica, que imparto con afecto a cada uno de vosotros, pidiendo al Señor la gracia de guiarnos generosamente, mediante la oración y la penitencia, hacia las celebraciones de la Pascua.
(Juan Pablo II, Castelgandolfo, 8 de septiembre, 1995 Mensaje para la Cuaresma de 1996 )
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Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - Palabra-Fe-Sacramento
Tal como lo señalamos el domingo pasado, queridos hermanos, comienza en este domingo la lectura del llamado “Sermón (o Discurso) del Pan de Vida). Nosotros lo iremos leyendo por pedazos durante cuatro domingos, incluyendo este, pero vale la pena que lo lean todo seguido en sus casas. Aquí haremos algunas consideraciones que se refieren a algunos aspectos del misterio eucarístico, o sea la Misa.
1. El milagro que faltaba
El domingo pasado el evangelio nos contaba de la manera milagrosa con que Jesús alimentó la multitud. El de hoy empieza de una manera rara, si se quiere, ya que dice que cuando la gente vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Y luego hemos escuchado de Jesús: vosotros me buscáis, etc. ¿Qué pasó?
Sucede que, entre el milagro escuchado el domingo pasado y la escena de hoy, hay otro episodio que ha sido salteado. Este episodio salteado nos narra que mientras Jesús había huído al monte, los apóstoles se habían embarcado hacia Cafarnaúm y que, siendo ya noche y habiéndose comenzado a encrespar el mar, Jesús fue caminando hacia ellos por el agua. Y con este milagro complementa su enseñanza sobre la Eucaristía.
El anterior milagro de la multiplicación de los panes y este de andar sobre las aguas son como el preludio, dice S. Tomás, de la doctrina sobre el pan de la vida que pronto va a exponer el evangelista. Con el primero, demuestra su inagotable poder para dar alimento corporal, de donde se deduce que lo tiene asimismo para darlo espiritual. Con el segundo, hace evidente el hecho de que puede substraerse a las leyes de la materia y transformar su cuerpo espiritual. Por estos dos milagros podrá Jesús exigir la fe en la doctrina de la Eucaristía.
2. Levantemos el corazón
Como hemos escuchado en el evangelio de hoy, Jesús comienza el diálogo de una manera abrupta con una respuesta si se quiere “descortés”: en verdad, en verdad os digo, vosotros me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido e los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre. Y concluye el fragmento de hoy diciendo: Yo soy el pan de vida, el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed.
Un aspecto de este sermón, que ya se empieza a percibir hoy y que se notará más claramente en los domingos próximos, es el estilo con que está desarrollado, o sea la manera con que están entrelazados diversos conceptos. Aquí hemos visto que Jesús habla de varios elementos: la fe, signos, el maná y Él mismo como pan de Vida. Este entrelazamiento podría crear cierta confusión. Para evitar esto tenemos que tener en cuenta que esta manera de expresarse de Jesús no hace otra cosa que reflejar la realidad. ¿A qué nos referimos? Nos referimos al hecho de que la Palabra de Dios transversaliza, cruza todo el proceso, es decir está al origen de nuestra fe, alimenta nuestra inteligencia iluminándola y nuestra voluntad fortificándola y está presente en la constitución misma del sacramento (así como en la creación, en el Génesis refiere el texto que Dios dijo… y fue… así también aquí, es el poder divino el que realiza el sacramento).
La relación es mucho más profunda de lo que puede parecer a primera vista. Recordemos que la Palabra de Dios o el Verbo de Dios es el mismo Jesucristo. Dice el catecismo: “En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas… A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien Él se dice en plenitud…” (101-102). Y concluye subrayando la íntima relación entre los dos momentos de la Misa: “Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (103), “Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas un solo acto de culto” (1346).
Este entrelazamiento está presente en nuestra misma liturgia. Normalmente nosotros ignoramos bastante el texto bíblico, pero si lo conociéramos veríamos que las palabras de la misa están tomadas, prácticamente en su totalidad, de la Biblia. Escuchemos de un conocido profesor universitario estadounidense que se convirtió del protestantismo al catolicismo, cuál fue su experiencia al escuchar la primera misa antes de su conversión: “Allí estaba yo, un hombre desconocido, un ministro Protestante con vestimenta común, deslizándome por el fondo de una capilla Católica en Milwaukee para presenciar mi primera Misa… A medida que la Misa progresaba, sin embargo, algo me shockeó. Mi Biblia ya no estaba junto a mí. Esta delante de mí –en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo. La experiencia fue sobrecogedora…”
3. El Espíritu Santo recuerda el misterio de Cristo
La relación íntima entre estos tres elementos, palabra - fe - sacramento, alcanza una relación del todo especial cuando se celebra la Liturgia porque en la Liturgia se realiza el Memorial del Misterio de Cristo. Memorial no es un simple recuerdo sino la celebración del Misterio. En esta celebración interviene de manera decisiva el Espíritu Santo, quien trabaja, por así decirlo en esos tres distintos niveles interrelacionados entre sí:
1) “La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida” (1100). Tenemos entonces la predicación, la proclamación de la palabra.
2) “El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan incorporar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración” (1101). “La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación… Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad” (1102). En relación con este aspecto, las Sagradas Escrituras manifiestan el poder de la palabra divina: purifica y limpia (cf. Jn 15,3), vivifica (1Pe 1,23), etc. Dice Santo Tomás que, al ilustrar el entendimiento, “dulcifica el afecto, inflama el amor, rectifica los actos e incita al oyente a proclamarla a los demás” (In Is c. 49). De esta manera, dispone a participar de manera más plena en el misterio.
3) “La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas;… las palabras proclaman las obras y explican su misterio… La Liturgia no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes…” (1103-1104). En la celebración de los sacramentos, es por la palabra que se hace, que se constituye el sacramento. Si yo simplemente derramo agua sobre la cabeza de una persona, sin decir nada, no existe el bautismo; pero si yo pronuncio las palabras correspondientes entonces se realiza el sacramento. Y de manera semejante con los demás sacramentos.
Como vemos, la relación es mucho más profunda porque se trata de la Palabra de Dios que, a diferencia de la nuestra, no es sólo un medio transmisor de conocimientos, sino también una palabra creadora y transmisora de gracia.
4. Conclusión
En síntesis, queridos hermanos, recojamos la exhortación brindada por Jesús en el evangelio de hoy. Aprendamos a ver y comprender los signos y a obrar, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna… el pan de Dios el que baja del cielo y da la vida al mundo.
Consideremos el ejemplo de María, cómo ella contemplaba los misterios de su Hijo, cómo guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2,19)
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
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Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Jesús busca corazones que le amen en el Santísimo Sacramento
Maestro, ¿cuándo has venido? Esa pregunta pareció al Señor una pregunta sin interés. Realmente lo es; muchas cosas extraordinarias habían presenciado y habían oído las muchedumbres el día anterior; parece que debían de tener ánimo lleno de aquellas cosas extraordinarias que habían visto y que habían oído, y, en vez de ocuparse de ellas, de insistir en ellas, se les va el corazón y el pensamiento en averiguar cuándo, y, aunque no lo digan, también por dónde y de qué manera ha pasado el Señor a la orilla occidental de lago. Contestó el Señor a esa pregunta atendiendo no a las palabras de aquellos hombres, sino a lo que ellos llevaban en el corazón. […] La vida interior, lo que está escondido en la almas, lo que hay en el corazón, es lo que importa; lo exterior es algo que no tiene importancia alguna cuando se compara con eso otro que se guarda en el secreto de la conciencia.
[…] El Señor les reprende, no como imaginaron algunos herejes, diciéndoles que no se ocupen para nada de las cosas temporales y que no trabajen para conseguir el alimento necesario, el pan de cada día, sino sencillamente les reprende haciéndoles notar el desorden de su propio corazón. La solicitud, el cuidado por las cosas temporales, era en ellos lo predominante, en vez de ser lo secundario y lo subordinado, y este desorden es lo que el Señor expresa cuando, de una manera que más bien parece un consejo que una reprensión, les dice; Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura para vida eterna.
A esa reprensión, con la que parece como que el Señor quiere desatar los corazones de su auditorio de aquellas ligaduras terrenas que los tenían cautivos, se añade una revelación. Les habla de una manera generalísima, vaga, imprecisa, de un alimento que dura para la vida eterna, es decir, un alimento que da vida eterna, que sustenta la vida eterna; y, aunque ellos quizá entonces, al oír estas palabras vida eterna, no entendieran lo que esas palabras contienen – quizá pensaron en una vida terrena más dilatada, quizá tuvieron un concepto demasiado temporal de la palabra vida-, todavía esas palabras se irán precisando en el decurso de esta oración, y por ahí, en esa vaguedad, en ese como enigma, quedará prendida la curiosidad de aquellas gentes, y con ello irá creciendo el interés de su corazón.
Trabajad, dice el Señor, no por el alimento o por la comida que perece, sino por el alimento que sirva para la vida eterna.
[…]Aquellos hombres, apenas oyeron la palabra del Señor que les hablaba de un alimento que sirve para la vida eterna, dijeron ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Es decir, ¿qué obras son ésas por las cuales conseguiremos el manjar que dura la vida eterna? A esa pregunta respondió el Señor con una palabra que principalmente significa el camino que lleva a ese alimento de eternidad, pero que al mismo tiempo comienza aclarar un poco las palabras vagas y generales que ha dicho en un principio. Les dice el Señor que las obras de Dios, es decir, las obras que han de hacer aquellos hombres para conseguir ese manjar de que Él les habla, han de ser, en primer término, creer. Entendamos bien esta palabra. No se trata aquí sencillamente de una aserción o de un asentimiento de la mente; si se entendiera así, todavía la palabra del evangelio podría interpretarse rectamente; el primer paso que se da para acercarse a la Eucaristía es ese asentimiento de la propia inteligencia que se hace por un acto de fe; pero la manera que tiene de hablar aquí el Señor da a entender que se habla o que Él quiere dar a entender otra cosa mucho mayor.
La fe, cierto, es un acto del entendimiento, pero también, cuando se mira en toda su amplitud, es como un confiarse a Dios y como un entregarse a Dios para vivir de su palabra. Vivir de la fe es como vaciar toda nuestra vida en la fe, como volcar toda nuestra vida interior y exterior en la fe; es como entregarse a Dios para no dejarse guiar sino por la luz de su divina enseñanza y para hacer todo cuanto esas enseñanzas exigen o recomiendan. El Señor les dice que, para conseguir ese alimento extraordinario que sirve para la vida eterna, ellos han de comenzar por entregarse a la fe, y, una vez que se hayan entregado a la fe, la fe, como un camino derecho, les llevará a la Eucaristía.
[…] A estas palabras respondieron aquellos hombres con una suerte de prudencia humana diciéndole al Señor: “¿Qué argumentos nos das para que nos entreguemos así a una vida de fe? ¿Qué obras haces tú para que de esa manera nos consagremos a lo que tú nos enseñas, y vaciemos ahí todo nuestro corazón, moldeemos nuestra vida, vivamos según tú quieres? Y como si temieran que el Señor les fuera a decir: Las obras que yo hago son las que visteis ayer, aquella multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, ellos quisieron quitar importancia a ese milagro y dijeron; Mayor que ese milagro lo había hecho Moisés, sin exigirles tanto; porque Moisés no sólo había multiplicado unos panes y unos peces, como hizo Jesús por una vez y para una ocasión, sino que durante muchos años, cuarenta años, había alimentado al pueblo milagrosamente en el desierto con una pan que bajaba del cielo, según la frase del salmo, o sea, el maná.
A estas palabras responde el Señor, diciéndoles que lo que ellos hacían al rebajar el milagro que habían visto anteriormente al compararlo con el milagro de Moisés, ahora no tenía sentido, porque mucho mayor que aquel milagro que había hecho permanente Dios por medio de Moisés era el milagro de que Él estaba hablando; mucho más excelso era ese alimento espiritual y eterno de que Él comenzaba a hablarles que el maná que dio Moisés en el desierto.
No respondió el Señor de una manera directa a la petición de aquellos hombres, que recordaban un milagro; había respondido antes, porque anteriormente había dicho, al comienzo del discurso, que el Hijo del hombre debía darles un pan del cielo, y para que creyeran en el Hijo del hombre añadió estas palabras: A éste, al Hijo del hombre, lo selló el Padre Dios. Al emplear esta palabra lo selló, daba a entender toda una muchedumbre de ideas; selló el Padre celestial a Jesucristo con el sello de sus milagros para que todos se rindieran a sus palabras, a sus enseñanzas, lo selló con el sello de la divinidad, pero no era Jesús un puro hombre, era Hombre Dios, y la divinidad podía llamarse el sello divino, que estaba impreso en la humanidad santísima de Jesús, lo selló Dios como se sella una vida íntima, la cual se señala para segregarla de todas las demás cosas terrenas y ofrecerla inmaculada al Padre celestial; en estas palabras, lo selló el Padre Dios, daba Jesús a entender los argumentos que pedían aquellos hombres y las razones que ellos deseaban para creerle.
El procedimiento de Jesús va despertando las almas […] Él ha ido poco a poco insinuando una idea nueva, ha ido poco a poco insinuándoles este misterio de la Eucaristía, que es el misterio de su amor; y lo ha llevado a un punto que no descubre todavía propiamente lo que es ese misterio, sino que lo contiene con la idea vaga de que es algo que baja del cielo, más grande que el maná; de que es algo que puede llamarse alimento de eternidad, y de que a ese algo se va por el camino de una fe completa, de una entrega a la palabra suya, que es palabra divina. Solamente con esto les enciende en deseos el corazón.
Hay para nosotros gravísimas enseñanzas.
Primero nos enseña el Señor cómo va buscando el amor de las almas al sacramento de la Eucaristía, esa suavidad divina, esa condescendencia celestial, ese cuidado y celo con que Jesús va insinuando el misterio de su amor, es como un buscar corazones que le amen en el Santísimo Sacramento.
Al mismo tiempo nos dice el Señor por dónde se llega a poseer ese pan del cielo y a gozar de la abundancia que en ese sacramento se esconde; es el camino de la fe; mas no de la fe que consiste simplemente en una acto intelectual. De ese asentimiento de nuestra propia inteligencia, debe surgir, como surge de la semilla la planta, una vida nueva, y esa vida nueva es la vida que se llama vida de la fe.
Pues, el camino para la Eucaristía es la vida de fe. No es una vida gobernada por los criterios humanos o por los criterios del mundo; no es una vida que va por las senadas de la comodidad, de la inmortificación, de las vanidades humanas, de lo que el mundo ofrece, sino es una vida que va por sendas de fe.
Nosotros que ya conocemos ese misterio de amor, nosotros a quienes Jesús se ha revelado por entero, no solamente en la revelación que hay en las Sagradas Escrituras, sino esas comunicaciones secretas que por la Eucaristía Él hace a las almas, purificando los corazones y preparándolos para que reciban la luz; nosotros que tanto debemos ya a la Eucaristía, ¿cómo es posible que no vivamos abrasándonos en deseos de recibir a Jesús con frecuencia y de vivir una vida que sea digna de ese sacramento de su amor?
(ALFONSO TORRES, SJ, Lecciones Sacras, XXII, BAC, Madrid, 1978, pp. 260-267)
Aplicación: Cardenal Gomá - Explicación por versículos y aplicación
Explicación. - En la solemnidad religiosa de la sinagoga de Cafarnaúm, ya que fuese el mismo sábado de Pascua o bien uno de los días inmediatos en que, a semejanza de Jerusalén, se multiplicaran los servicios religiosos, Jesús toma la palabra, como otras veces, para enseñar al pueblo. Ha reprendido a quienes le buscan sólo para hartarse del pan material; toma pie de aquí para estimularles a buscar un manjar del espíritu: Trabajad no por la comida que perece: mas por la que permanece para la vida eterna. Como condición previa al logro del manjar del espíritu, pone el esfuerzo con que debe adquirirse, como ocurre con la conquista del pan material. El manjar espiritual es todo aquello con que puede lograrse la vida eterna: la fe, las obras, la palabra de Dios, la Eucaristía, todo aquello, en fin, que nutre y conforta el espíritu en orden a la vida perdurable. Este es el manjar que no perece, porque sus efectos son eternos: el manjar corporal perece, porque una vez asimilado, debe renovarse, bajo pena de muerte del cuerpo. Este manjar lo dará el hijo del hombre, porque cuando hablaba no había aun dado todo lo necesario para que lográramos la vida eterna: La que os dará el Hijo del hombre.
Nadie más puede darlo porque nadie es Dios como Él, ni puede nadie lograrlo por sus propias fuerzas. Puede Jesús dar la vida eterna, porque el Padre, el Dios Único, le ha sellado con el carácter de Hijo suyo, y lo ha confirmado con la nota del milagro: Porque a este señaló el Padre, Dios, y a nadie más. Comprenden los oyentes de Jesús que se les exige un esfuerzo moral para lograr el manjar permanente, y le preguntan a Jesús qué otra obra, a más de las legales, deben practicar para ello: Y le dijeron: ¿Qué haremos para hacer las obras de Dios? Jesús les responde llevándoles al fondo de la cuestión que se propone tratar con ellos. No les pide obras semejantes a las prácticas legales, sino sólo la fe en su persona yen su misión, y el consiguiente cumplimiento de lo que les imponga: Respondió Jesús, y les dijo: Ésta es la obra de Dios, que creáis en Aquel que Él envió. Entienden los judíos que Jesús alude a sí mismo. Es verdad que él ha hecho milagros; pero no responden al concepto que tenían del Mesías.
Para que le crean, debe levantarse, como Moisés, y haciéndose rey, como querían ellos el día anterior, libertar al pueblo y llevarle al triunfo de sus enemigos y a la gloria: Entonces le dijeron: ¿Pues qué milagro haces, para que lo veamos y te creamos? Y ya que él les exige que "obren" ellos para lograr el manjar imperecedero, le redarguyen, no sin malicia: ¿Qué obras tú? Es cierto que ayer saciaste a cinco mil hombres con cinco panes de cebada; pero ya que te arrogas una dignidad mayor que la de Moisés, la de Mesías, haz un milagro mayor que el suyo, de saciar durante muchos años a seiscientos mil combatientes, no con pan de cebada, sino con manjar sabrosísimo, bajado de los aires, milagro mayor que el que tú ayer hiciste : Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito (Ps. 77, 24): Pan del cielo les dio de comer. El hecho de que le arguyan a Jesús por la Escritura, hace suponer que sus interlocutores serían del rango de escribas y fariseos. Jesús no secunda sus intenciones, haciendo el milagro clamoroso que le piden; sólo deshace su argumento. Lo que dio Moisés, a pesar de su magnificencia, no es lo que Dios intenta dar al mundo: Moisés no dio pan del cielo, sino una figura del pan del cielo, el maná, formado en la región atmosférica; éste, el verdadero, venido del cielo verdadero, lo da solo el Padre:
Y Jesús les dijo: Que no os dio Moisés pan del cielo, mas mi Padre os da pan verdadero del cielo. Y contrapone, no sin énfasis, el pan caduco de Moisés al pan de Dios, que viene del mismo trono de Dios, que es divino, y que da una vida divina a todos los hombres, no la vida fisiológica a solos los judíos del desierto: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo. Lecciones morales.
- A) v. 27.- Trabajando por la comida que perece... - Y sin embargo, son los hombres tan locos, y andan tan desatinados, que no trabajan sino por el manjar que perece; ni saben muchos que exista un manjar que no perece, tan obtuso tienen ya el sentido de Dios y de las cosas de Dios. Es una total inversión de los fines de la vida, que responde a la inversión del concepto que se tiene de la vida. Trabajemos enhorabuena por el manjar que perece, dice el Crisóstomo: quiere Dios que nutramos nuestro cuerpo, pero para trabajar con afán, mientras vivamos, en la adquisición del manjar que da la inmortalidad; la fe, las buenas obras, los sacramentos, la palabra de Dios, la oración, todo este vasto sistema de espiritualización de la vida que ha puesto Dios en nuestras manos para que eternamente vivamos.
B) v. 29. - Esta es la obra de Dios, que creáis en Aquel que Él envió. - No distingue Jesús la fe de la obra de Dios, dice San Agustín, sino que la misma fe es la obra de Dios; porque la obra es hija del amor, y el amor es el medio por el que obra la fe, dice el Apóstol (Gal. 5, 6). Por esto no dice Jesús "que creáis a Aquel...", sino "que creáis en Aquel...": lo cual significa el principio y el término de la fe. No todos los que creen a Jesús creen en Jesús, porque los demonios creían a él, pero no creían en él: y nosotros creemos a Pablo, pero no creemos en Pablo. Creer, pues, en él, es amarle creyendo, ir a él creyendo, hacernos uno de sus miembros: ésta es la fe que Dios exige de nosotros. Lo que equivale a decir que la fe sin las obras es muerta, que las obras sin la fe también son muertas, y que lo que nos lleva a Jesús y puede darnos la vida eterna es la solidaridad de la fe y de las obras: éstas, vivificadas por aquélla; y aquélla, floreciente y fructificando en obras.
C) v. 30.- ¿Qué obras tú? -Estas palabras podría decirnos a nosotros Jesús. Ya que hacemos profesión de vida cristiana, que es esencialmente vida eterna, y por ello, al decirnos cristianos, profesamos vida de inmortalidad, ¿qué es lo que hacemos que acredite nuestro nombre? ¿Qué obramos para la inmortalidad? Nada, o muy poco. Hombres de la tierra no vivimos más que de la tierra y para la tierra. Todo lo humano nos fascina, nos seduce, nos conquista, nos arrastra. ¿Y siguiendo las rutas de la tierra caduca queremos llegar a la espiritualidad inmortal? ¿Por qué, situándonos en el punto de vista cristiano, y mirando a los horizontes de la inmortalidad, no nos preguntamos con frecuencia: ¿Qué obras tú, que allá pueda conducirte?
D) v. 32. - Mi Padre os da el pan verdadero del cielo. - El pan verdadero del cielo es el mismo Jesús, quien se llama a sí mismo pan verdadero, dice Teofilacto, porque lo que principalmente viene significado por el maná es el Unigénito Hijo de Dios, hecho hombre. Porque "maná" equivale a "¿Qué es esto?"; los judíos, al verlo, estupefactos, decían uno al otro: "¿Qué es esto?" Y el Hijo de Dios humanado es principalmente el "maná" admirativo; de modo que ante él cualquiera se pregunta: "¿Qué es esto?" ¿Cómo el Hijo de Dios es Hijo del hombre? ¿Cómo se unen dos naturalezas a una persona?
83.- SEGUNDA PARTE: EL PAN ESPIRITUAL ES EL MISMO JESÚS: vv. 34 Explicación. - Jesús ha puesto como base de su discurso este pensamiento: Hay un pan espiritual, distinto del que multiplicó el día anterior y del maná de otro tiempo. Pero los judíos no han entendido la naturaleza de este pan. Como la Samaritana interpreta en sentido material el agua de que le habla Jesús, así ahora los judíos : Ellos, pues, le dijeron, ingenuamente, dispuestos a reconocer en este pan que da la vida a perpetuidad la señal de la divina misión de Jesús : Señor, danos siempre este pan. Se lo piden a él porque, interpretando el v. 32, creen que el Padre dará este pan por ministerio de Jesús. Entonces es cuando el Señor les descubre que EL MISMO ES EL PAN ESPIRITUAL (35-40).
- El pan que piden a Jesús lo tienen allí presente: es Jesús mismo: Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida: el pan verdadero que baja del cielo y que el Padre da para la vida del mundo. Consecuencia de este hecho es: El que a mí viene, no tendrá hambre: y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed; ir a Jesús es creer en Jesús y cumplir lo que manda Jesús; y quien cree en Jesús posee la fuente inagotable d toda suerte de bienes: su apetito descansará en é1. Pero los judíos no quieren ir a Jesús, porque no creen en él, Jesús se lo echa en cara : Mas yo he dicho (v.26) que me habéis visto y no creéis; he hecho tales milagros y los habéis presenciado, que acreditan mi divina misión; y no habéis hecho caso de ellos. (…) Lecciones morales. - A) v. 35.- Yo soy el pan de la vida... - Empieza aquí Jesús a revelar los altísimos misterios; y el primero de ellos es el de su divinidad. Jesús, Hombre-Dios, es el pan vivificador de la humanidad, que carecía de vida espiritual sobrenatural. En Jesús, el Verbo de Dios pudo hablar a los hombres por el órgano de su Humanidad, y de aquí la fe, principio de la vida sobrenatural, que viene por el oído", dice el Apóstol (Rom. 10, 17). En Jesús, y muriendo Dios en la Humanidad que había tornado, se vivificó el mundo por la oblación de una victima divina, cuya muerte nos arrebató a la muerte. En Jesús, y de Jesús, y por Jesús nos ha venido la gracia y los sacramentos, especialmente la Santísima Eucaristía, que la contienen y producen: y la gracia es vida sobrenatural. En verdad que Jesús es pan, no de nutrición, sino de vida, dice Teofilacto, porque todo lo que estaba muerto ha sido vivificado por Cristo; y no según esta vida corruptible, sino según la eterna.
(Acervo, Tomo I, 6ª ed., Barcelona1966; pp. 684-688; 690)
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Aplicación: P. Domínguez - SERMÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Católicos: Con estas palabras desahogaba el santo rey David la piedad y fervor de su alma generosa. Lleno de fe y agradecimiento por los prodigios que Dios había obrado favor de sus mayores, y deseando infundirle al pueblo sus mismos sentimientos, prorrumpe como extático en esta exclamación: "¿Quién podrá contar, quién será capaz de referir las maravillas del Señor? " Y ¿no tenia sobrada razón para exclamar de esta suerte? Fuera de la elección y vocación graciosa de Abraham, y de la protección especial de Isaac y de Jacob, ¿cuántos milagros no hizo Dios antes de colocar la descendencia de estos patriarcas en la tierra que les había prometido? Castigó en Egipto a sus opresores con plagas espantosas ; abrió el mar Rojo, y formó entre sus aguas una espaciosa calle para que pasasen de una orilla a otra sin mojarse; sumergió en seguida a Faraón y a su ejército, juntando las aguas que su poder tenia separadas; los guió por el desierto con una columna de fuego, que alumbraba de noche y hacía sombra de día; les sacó de una piedra una copiosa fuente para apagar y satisfacer su sed; los mantuvo por muchos años con el prodigioso maná que sabía a todo, según el placer y gusto de cada uno; detuvo la corriente del Jordán y le hizo volver atrás, para que los sacerdotes lo pasasen en seco con el arca del testamento; derribó las murallas de Jericó, sin más baterías que el sonido de unas trompetas; paró al sol en medio del cielo, para que Josué completase la victoria contra sus enemigos; en fin hizo tantos y tan grandes prodigios, que según se explica David, no hay lengua que los pueda expresar: Quis loquetur potentias Domini?
¿Y no podré yo valerme hoy de esta expresión breve y enfática, para principiar a hablar del augusto, altísimo y por antonomasia santísimo Sacramento de nuestra creencia?
¿Será más justa, será más fundada la admiración de David al contemplar los milagros que obró Dios en Egipto, en el desierto y en la tierra de promisión, que la de un cristiano por los que obró Jesucristo en el cenáculo en la última noche de su vida? Si mi asunto fuera comparar milagros con milagros, no sería difícil demostrar la superioridad de estos sobre aquellos; pero no siendo del día esta comparación, me bastara decir que los del Salvador no pueden contemplarse por un alma piadosa sin que se vea como arrebatada a admirar por un lado su omnipotencia, y bendecir y alabar por otro su misericordia. Estos dos divinos atributos resaltan tanto en la Eucaristía, que cada uno respectivamente parece que llegó a su último término, y se extendió a cuanto era posible. De consiguiente los prodigios de este augusto Sacramento, o los hemos de considerar como efectos del poder omnipotente de su autor, o como efectos de su infinito amor hacia los hombres: bajo el primer respecto exceden nuestra capacidad, humillan nuestro entendimiento y ejercitan nuestra fe: bajo el segundo excitan nuestra voluntad, enardecen nuestro corazón, y provocan nuestra correspondencia. Es decir, que Jesucristo sacramentado por una parte es el misterio de la fe; misterium fidei: y por otro es el milagro del amor ; miraculum amoris: y por ambas arrebata nuestra admiración y nos obliga a decir con el profeta : Quis loquetur potentias Domini?
Pero ¡gran Dios ! si David se reputaba incapaz de hablar sobre vuestras maravillas, ¿cómo me atrevo yo a tratar del mayor de todos vuestros milagros? ¿Del misterio más alto de vuestra religión sacrosanta? ¿De un sacramento que es el asombro de los mismos ángeles? Mas vos, Señor, que conocéis mi insuficiencia, alumbrareis mi entendimiento, purificareis mis labios y desatareis mi lengua, para que mis palabras si no alcanzan, si no corresponden, a lo menos no desdigan de tanta grandeza. Concededme esta súplica por vuestro amor, y por los méritos e intercesión de vuestra Madre, a quien todos decimos con el ángel. Ave, María.
PRIMERA PARTE.
Cuando Jesucristo les dio a sus discípulos su cuerpo y su sangre, al tomar el cáliz dijo: Este es el cáliz de mi sangre; la sangre del nuevo y eterno testamento; el misterio de la fe: misterium fide: y el angélico doctor santo Tomás, que tan alta y divinamente escribió de esta materia, llama a este profundísimo misterio el Sacramento de los sacramentos: Sacramentorum Sacramentum. Fundados pues en aquellas y en estas palabras, debemos inferir que en la Eucaristía no es uno solo, sino muchos los milagros que obra la Omnipotencia. En efecto, el mismo santo Tomás nos dice que son tantos y tan grandes, que parece haber renovado Dios con su institución la memoria de todos los obrados por su diestra desde el principio del mundo; y los teólogos de la santa madre Iglesia cuando se ponen a contarlos, distinguen más de veinte en cada especie. Oíd los que la fe nos enseña como mas notorios.
Primero: al proferir el sacerdote sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración, aunque el delante de Dios sea el pecador más abominable, el pan se convierte en cuerpo y el vino en sangre de Cristo; quedando este Señor todo entero en cuerpo, alma y divinidad bajo las especies o accidentes de la primera sustancia.
Segundo: el cuerpo santísimo del Salvador con toda la cuantidad que tenia la noche de la cena, y con la misma dimensión que tiene ahora en la diestra de su Padre, se mete y encierra en la estrechez de una pequeña forma, sin pérdida ni confusión de partes; y no solo en una forma, sino en la mas mínima de sus partículas, con tal que sea sensible; esto es, que se perciba por alguno de los sentidos.
Tercero : el mismo santísimo Cuerpo, siendo uno tan solo individuo, se halla multiplicado casi infinitamente, pues está en todas las formas y en todas las partículas consagradas que hay en los altares y sagrarios del cristianismo; de suerte que si comparamos este milagro con el anterior, podemos decir que Jesucristo en el Sacramento tiene una extensión pequeñísima y grandísima a un mismo tiempo: pequeñísima, porque está reducido a la capacidad de una partícula casi imperceptible; y grandísima, porque se encuentra en todas las iglesias católicas que hay sobre la tierra; que es decir, en todo el mundo.
Cuarto: en una mesa profana si el manjar se reparte a muchos, se va aminorando forzosamente, y cabe a menos, proporción que es mayor el número de los participantes; mas en esta divina mesa el manjar siempre esta entero, y tanto come uno solo como todos los convidados juntos. Este es el milagro que nos canta y repite in Iglesia cuando dice: Sic totum omnibus quod totum singulis; lo mismo se da a todos que se da a cada uno : entero a todos y entero a cada uno. Quinto : en este convite nuestros sentidos padecen un engaño general, porque vemos pan y no es pan, gustamos pan y no es pan, olemos pan y no es pan ; en fin oímos, palpamos, sentimos y experimentamos todos los efectos naturales de pan, y no es pan : pues en cada efecto, en cada sensación, en cada engaño o apariencia hay un verdadero milagro ; porque el color, olor, sabor y demás accidentes que notamos, no pueden existir naturalmente sin sujeto, o sin su propia y natural sustancia. Por otra parte, allí esta real y verdaderamente el cuerpo y sangre de Cristo, y nuestros ojos no lo ven, ni nuestro paladar lo gusta, ni nuestro tacto lo palpa, ni por sentido alguno se nos da a conocer; y ésta es otra multitud de milagros.
Finalmente, católicos, el mayor a mi ver, el más estupendo de todos los prodigios de este adorable Sacramento es su continuación y permanencia: una vez sola bajo el Verbo Eterno del seno de su Padre a las entrañas de la Virgen, al pronunciar la Señora estas humildes palabras : Ecce ancilla Domini : fiat mihi secundum verbum tuum ; mas ¿cuantas ha bajado del cielo al ara del altar al decir los sacerdotes : Hoc est corpus meum? ¡Quién es capaz de saberlo! Solo Dios lleva esta cuenta. Y si no decidme: ¿cuántos sacerdotes han existido sobre la tierra desde que Jesucristo instituyó este Sacramento? Sin duda, muchos millones: ¿y cuantas veces han ofrecido estos al Eterno Padre el cuerpo y sangre de su Hijo ? Unos con otros, muchos miles de veces: pues multiplicad estos miles por aquellos millones, y el número grandísimo que resulte volvedlo a multiplicar por los veintitantos milagros que cuentan los teólogos en cada Sacramento, y veréis lo que sube la cuenta. Y os saldrá mucho mayor si la formáis por otro Orden. Porque ¿cuántos cristianos ha habido en el mundo desde el principio de la Iglesia hasta el día de hoy? Bien me podéis responder sin miedo de errar, muchos miles de millones. Y cuantas veces han participado del altar, y han recibido el cuerpo de su Señor? Unos con otros muchísimas veces: pues sobre estos datos y las dos referidas multiplicaciones formad el calculo, y conoceréis a bulto, pero con toda certeza, la multitud innumerable de prodigios que Dios ha obrado en este Sacramento. Esto es contando hasta el presente ; mas si tendemos la vista a lo futuro, si contemplamos los que ha de obrar hasta el fin del mundo, es menester cerrar los ojos, y sumergirse en el piélago insondable de su inmensidad y omnipotencia: y a la fuerza es necesario contemplarlo, porque hasta el fin del mundo ha de haber Iglesia de Cristo, ha de haber sacerdotes que consagren, y ha de haber cristianos que comulguen: hasta el fin del mundo las palabras omnipotentes que el Salvador
pronunció, han de estar haciendo milagros.
Gran Dios, ¡qué cosa tan estupenda! ¡qué arcano tan inefable! No os decía yo, amados míos, que las maravillas de este Sacramento eran superiores a las de la antigua ley, y que teníamos los cristianos mas motivos que David respectivamente para llamarlas inenarrables o incontables? Con razón pues dijo Jesucristo que el misterio de su cuerpo y sangre era un misterio de fe: con razón se le da este título por antonomasia, y con preferencia a todos los misterios del cristianismo. Si, nuestra santa mesa es por antonomasia el misterio de nuestra fe; porque aunque es tan alto el de la Trinidad, aunque es tan recóndito el de la Encarnación, y aunque son tan profundos y adorables todos los de nuestra creencia, ninguno ejercita tanto nuestra fe como el del altar; ninguno humilla tanto la razón humana ; en ninguno obra Dios tantos prodigios. Este es verdaderamente el milagro de los milagros de Cristo, el misterio de sus misterios, el dogma que abraza todos los dogmas, y el santísimo entre todos los sacramentos ; esta es la fe en compendio del Evangelio, la fe que distingue al cristiano del gentil, al católico del hereje, y al hombre religioso del impío y libertino.
¿Pero será creíble esta multitud de maravillas? ¿Serán posibles cosas tan extrañas y estupendas? ¿Y por qué no ? ¿Porqué no las entendemos? ¿Y entendemos nosotros todo lo que puede Dios? ¿O nos atreveremos siendo tan miserables a poner límites a su omnipotencia? ¿No estamos viendo lo que hace todos los días naturalmente? ¿No convierte el pan y manjares que comemos, y el agua y vino que bebemos en carne y sangre de nuestros propios cuerpos? ¿Pues porque no ha de poder convertir el mismo pan y el mismo vino en cuerpo y sangre de Cristo ? ¿Será para Dios mas dificultoso lo uno que lo otro? Por otra parte, no pinta su diestra poderosa con sus propios colores y con toda distinción una torre, un monte y aun el mismo cielo en el fondo pequeñísimo de nuestros ojos? Pues porque no ha de poder reducir a la estrechez de una forma el cuerpo de nuestro Salvador? Si el tiempo no me obligara, y no temiera abusar de vuestra paciencia, os desataría por este orden todas las aparentes imposibilidades en que tropieza nuestro limitado entendimiento sobre este misterio. Baste decir por ahora, que hasta la multitud de milagros que nos parece y es realmente tan extraordinaria, se nos haría creíble si contemplamos el número sin comparación mucho mayor de arcanos y prodigios naturales que hace Dios todos los días.
Porque prodigio y arcano impenetrable es la formación de tantos árboles y plantas como el Señor saca de sus mismas semillas: prodigio y arcano impenetrable es la producción de tanto insecto y gusanillo, de tanta mariposa y palomita, y de tantos peces y pescados, que todos en su principio no fueron mas que un huevecillo informe y casi imperceptible: prodigio en fin y arcano impenetrable es la generación de tantos animales como pueblan la tierra, especialmente la del hombre, que después de seis mil años de discurrir y tres mil de disputar, no ofrece mas que oscuridades por un lado, y motivos de bendecir y alabar al Criador por otro. Pues si el poder de Dios obra esta mayor multitud de prodigios en el orden natural, ¿por qué razón no podrá obrar en el orden sobrenatural la otra multitud mas pequeña? ¿Es menos poderoso el Señor como actor de la gracia que como actor de la naturaleza? Verdaderamente que es la mayor necedad ponerle dificultades al Omnipotente. A un cristiano, hermanos míos, le basta saber que quien hizo el cielo con solo decir: fiat firmamentum; el que alumbró el universo con estas dos palabras: fiat lux; el que con sola su voz sacó de la nada todas las cosas, este mismo fué el que tomando el pan en sus manos dijo : hoc est corpus meum : este es mi cuerpo; tomad y comed ; siempre que hagáis esto hacedlo en mi memoria : Haec quotiescunque feceritis, in mei memoriam facietis. Jesucristo lo dijo, y basta : Ipse dixit, et facia sunt; ipse mandavit , et creata sunt.
¿Qué tienes que replicar, infeliz libertino? (…)
(P. Dominguez, Biblioteca Selecta de Predicadores, Colección escogida…, Tomo II: Misterios y Festividades de N. S. Jesucristo, Librería de Rosa, Bouret y Cía, París, 1853, pg. 216-222)
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Aplicación: R. P. R. Cantalamessa OFMCap - La Eucaristía y la Trinidad - el Padre
El pasaje evangélico nos ha introducido en lo más vívido del discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Aparentemente este discurso no hace más que repetir de diversas maneras (sea en positivo, sea en negativo), los mismos conceptos: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, mi carne es verdadera comida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Es propio del estilo de Juan desarrollar una idea como a través de espirales y repeticiones cíclicas. Sin embargo, si se lo piensa bien, cada espiral tiene un vértice propio y cada repetición presenta una novedad.
El vértice de la perícopa de hoy está dado por la persona del Padre: No es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo. Jesús es un pan sobre el cual el Padre ha puesto su sello. Es un principio para desarrollar un aspecto nuevo de la Eucaristía: la Eucaristía y la Trinidad.
Hay un célebre icono ruso -llamado, por su belleza y profundidad teológica, "el icono de los íconos" - que, inspirándose en el episodio del Génesis 18, 1-5 (Abraham que recibe a los tres peregrinos), representa a la Trinidad bajo la forma de tres figuras angélicas muy juveniles, ligeras y esbeltísimas. En su calma profunda, dibujan un movimiento circular, como una copa, mientras que, con los gestos con que se llaman una a la otra, expresan la unidad total que las liga: una se sumerge con la mirada en la otra y se identifica en la otra. Las tres figuras están dispuestas alrededor de una mesa, sobre la cual hay una copa que contiene la figura de un cordero. Una idea teológica estupenda: ¡la Trinidad está recogida en la Eucaristía y envuelve a la Eucaristía! Las tres personas divinas parece decir a quien las mira: ¡Sean una cosa sola como nosotros somos una cosa sola! (cfr. Jn. 17, 21).
Hoy nos detenemos en una de estas misteriosas presencias que rodean nuestro altar: el Padre (nos referiremos al Espíritu Santo el próximo domingo).
Mi Padre les da el verdadero pan del cielo: la Eucaristía es, por lo tanto, una dádiva del Padre, una dádiva que prolonga la de la Encarnación: Dios amó tanto al mundo como para darnos en la Encarnación (y continuar dándolo en la Eucaristía), a su Hijo unigénito (cfr. Jn. 3, 16). La vida que viene a nosotros en la Eucaristía es la vida que tiene como fuente y principio al Padre, y que a través de Jesucristo se ha derramado en el mundo: Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí (Jn. 6, 57). En el ofertorio, vueltos hacia Dios Padre, decimos: "De tu bondad hemos recibido este pan". Ahora sabemos hasta que punto eso es verdad; es verdad con respecto al pan que ofrecemos, pero también con respecto al pan que recibimos, es decir, la Eucaristía.
La Eucaristía, entonces, viene del Padre. Pero la cosa más importante es esta otra: la Eucaristía conduce al Padre. En la liturgia de la Misa, eso queda destacado por el hecho de que todo tiende hacia el Padre: el Canon es un diálogo en el cual la Iglesia, fortalecida y, por así decirlo, sostenida en pie por el Espíritu Santo, por medio de Jesús se dirige al Padre.
Pero preguntémonos en qué sentido la Eucaristía nos conduce al Padre. Para responder, es necesario saber qué es la Eucaristía. No es "una cosa" que se confecciona y se recibe. La Eucaristía -decíamos el domingo pasado- es antes que nada un evento, algo dinámico. En la Eucaristía no hay una cosa, sino que sucede una cosa: un evento que determina, una presencia real personal. ¿Y cuál es este evento? Jesús que se ofrece todo al Padre en oblación perfecta, dándose en forma concreta a los hombres: Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio agradable a Dios (Ef. 5, 2); definición perfecta e insuperable de la Eucaristía; ella es ofrenda de sí en sacrificio al Padre, pero en beneficio de los hermanos; ¡están todos los elementos!
En el gesto de Jesús, está contenida la obediencia perfecta del Nuevo Adán. Aquel "sí" libre que Dios buscaba desde los días de la creación, sin obtenerlo ni de Adán ni de ningún otro, ahora lo obtiene de Jesús. La voluntad divina encuentra finalmente el pleno cumplimiento en una libertad humana. Como una gota de rocío que cuelga de una flor refleja entera la cúpula del cielo, así la libertad de Jesús abraza todo el deseo del Padre; hay una sintonización perfecta, un canal que se establece entre cielo y tierra y vuelve a abrir el diálogo entre Dios y el hombre.
Se realiza así la plena complacencia del Padre: El Padre me ama porque yo doy mi vida (Jn. 10, 17). La complacencia de Dios que se había interrumpido en el sexto día de la creación, vuelve a aparecer en la tierra. Ella vagaba, por decirlo así, sin tener un lugar donde posarse, como la paloma salida del arca de Noé, porque la tierra estaba sumergida bajo las aguas de la rebelión ("las aguas de Meribá"). Ahora tiene un lugar donde posarse, y de hecho, sobre Jesús, en el Jordán, se posa la paloma y con ella el Espíritu Santo, que es la complacencia del Padre: Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección (Mc. 1, 11). Se realiza así la nueva creación; el Padre mira y se complace de nuevo; entre cielo y tierra vuelve a aparecer, como después del diluvio, el arcoíris de la Alianza.
Pero, atención: ¿por qué se complace en realidad el Padre ¿Tal vez por el sufrimiento, la sangre y la muerte del Hijo? ¡Sería, monstruoso pensarlo! Se complace por el amor que esa muerte demuestra y, por decirlo así, "libera". Yo quiero amor y no sacrificios, dice Dios (Os. 6, 6). El perfume no se libera si no se rompe el vaso de alabastro que lo contiene; pero lo que agrada no es el vaso roto, es el perfume que hay adentro. Dios -decía Moisés al pueblo elegido- te ha humillado y te ha puesto a prueba para saber qué tenías dentro del corazón (Deut. 8, 2): eso es válido para cualquier prueba proveniente de Dios, incluso para la prueba suprema del hombre-Dios; prueba siempre para sacar lo mejor del corazón del hombre.
Hablábamos de la complacencia del Padre; ella fue de tal magnitud que no logró mantenerla en secreto; ¡estalló en toda su fuerza y fue la Resurrección! El Padre resucitó al Hijo de su muerte; ¡ustedes lo mataron, Dios lo resucitó! (Hech. 2, 23 ssq.). La Resurrección es justamente esto: la solemne aceptación del Padre, el Amén potente pronunciado sobre el sacrificio del Hijo: Cristo se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte...Por eso, Dios lo exaltó (Fip. 2, 8 sq.).
Esto fue la Eucaristía-sacramento, es decir, el evento del cual nació la Eucaristía. Cuando se dice el "misterio pascual", se entiende sobre todo esto: la obediencia del Hijo llevada hasta la muerte y la complacencia del Padre llevada hasta la Resurrección.
La Eucaristía-sacramento es el rito que representa, o celebra (como dice san Agustín) aquel evento. En el pasado, se decía "renueva" el evento, pero este verbo ahora parece demasiado fuerte, susceptible de oscurecer el carácter único e irrepetible del sacrificio de la cruz. Muy expresivo resulta, por el contrario, el verbo "actualiza"; éste expresa la fuerza que el sacramento posee de volver actual, de hoy, la obediencia de Cristo y la complacencia de Dios. Los eventos, debido a la fuerza espiritual de la memoria eucarística, se vuelven nuestros contemporáneos, o nosotros nos volvemos contemporáneos de los eventos. "¡Nosotros estábamos allí!", decían los hebreos al recordar el Éxodo en la cena pascual; nosotros estábamos allí, bajo la cruz. El vacío de dos mil años hoy está como anulado. Hoy se eleva desde la tierra la gran obediencia de Jesús, y hoy desciende del cielo la gran complacencia del Padre.
En la Eucaristía nos es dado entrar en aquella zarza ardiente de obediencia y de complacencia; entrar en ella, pero no para salir de allí iguales a como entramos. Cuando se la celebra verdaderamente, nunca se sale "indemnes" de la Eucaristía ; ella quema, consume, asimila a Jesús, "contagia". Nosotros entramos en ese círculo ideal donde cae toda la complacencia del Padre y del cual se eleva toda alabanza: "¡Por Cristo, en la unidad del Espíritu Santo, a ti, Dios Padre omnipotente, todo honor y gloria!"
Justamente, la Eucaristía también es nombrada como Sacrificium laudis, sacrificio de alabanza. No hay otro camino: nadie va al Padre sino por medio de Jesús, es decir -ahora y en concreto- sino por medio de la Eucaristía. La Eucaristía es la hendidura en la roca. El mundo divino, la Trinidad, es para nosotros una roca impenetrable e inaccesible; pero se ha abierto un paso, una puerta, un costado, y por él hemos accedido a Dios: Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará su alimento (Jn. 10, 9). ¡Nuestra vida entra, a escondidas, con Cristo y en Dios! (cfr. Col. 3, 3). El Padre también debe decir sobre nosotros: "¡Tú eres mi hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección!" Y esto porque nos ve como a una unidad con el Hijo.
Sin embargo, no se trata de entrar simplemente en la complacencia del Padre, sino en la comunión con él. Aquí está, éste es el punto culminante de nuestro discurso: la comunión eucarística es comunión también con el Padre. San Hilario de Poitiers lo ilustra en una página de su tratado sobre la Trinidad (De Trinitate 8, 13-16; PL 10, 246-249).
Él expone antes que nada el principio dogmático: en la Eucaristía recibimos la naturaleza divina del Verbo encarnado; pero esta naturaleza es única e indivisible entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo la recibió del Padre en su eterna generación. A través del Verbo encarnado, por lo tanto, nosotros "alcanzamos" al Padre. "Nosotros -escribe Hilario-estamos unidos a Cristo, que es inseparable del Padre. Pero aunque permanezca en el Padre, queda unido a nosotros. De esa manera llegamos a la unidad con el Padre. En efecto, Cristo está en el Padre connaturalmente porque es generado por él. Pero, desde cierto punto de vista, también nosotros, a través de Cristo, estamos connaturalmente con el Padre. El vive en virtud del Padre. Y nosotros vivimos en virtud de su humanidad, así como él vive en virtud del Padre". La humanidad que Cristo tiene en común con nosotros nos permite entrar en contacto con la divinidad que él tiene en común con el Padre. En este sentido profundo, él es el mediador entre nosotros y Dios.
Este no es un modo sólo teórico de enriquecer nuestra vida eucarística. Comprender la Eucaristía bajo esta luz significa aumentar su eficacia sobre nuestra existencia; en efecto, somos impulsados a transformarnos en eucaristía para el Padre, es decir, a ofrecernos a él en obediencia como hizo Jesús. Obedecer al Padre significa tener en nosotros "los mismos sentimientos" que hubo en Cristo Jesús. Al salir de la celebración eucarística, debe surgir en nosotros espontáneamente decir las palabras que Jesús -según las Escrituras- pronunció al entrar en el mundo: Aquí estoy, yo vengo., para hacer, Dios, tu voluntad (Heb. 10, 7). Aquí estoy, yo vengo: al esfuerzo, al estudio, a los conflictos, al servicio de los hermanos. El cuerpo, es decir, la vida con todos sus recursos y, en primer lugar, la salud, se nos presenta como un medio para hacer la voluntad del Padre, para abrir ante él el vaso de nuestra vida y de allí hacer salir perfume de amor y de obediencia: Los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios (Rom. 12, 1). Esto nos atrae su complacencia, que es vida para nosotros. La complacencia del Padre tiene un nombre propio: ¡se llama el Espíritu Santo!
Debemos concebir un deseo ardiente: estar en esta Misa, con Jesús, el Cordero inmolado, dentro de aquella copa en el centro de la mesa sobre la cual, en el icono de Rublev, están fijados las miradas dulcísimas y los dedos portadores de la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 224-229)
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Ejemplos Predicables
El sultan y el
pajecillo
El CONSEJO DE SAN JUAN DE LA CRUZ
Como la yedra
EL MILAGRO DE LANCIANO
SAN PEDRO JULIÁN EYMARD
¡ESO ES ORAR CON FE VIVA!
FE, VIVA EN LA EUCARISTÍA
UNA BUENA COMUNIÓN ESPIRITUAL
DE CÓMO LOS CHICOS ENTIENDEN MEJOR LOS ABANDONOS DEL SAGRARIO QUE LOS GRANDES
¿Por qué ir a
Misa?
Consejo de San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz habla con una monja en el locutorio de su convento en Beas. Es una monjita lega, humilde y sencilla, que le hace un pregunta un tanto infantil:
- ¿por qué, padre, cuando paso por una balsa de agua que tiene la huerta, las ranas que están a la orilla saltan al agua y se hunden en el fondo de la balsa?
El santo sonríe ante su ingenuidad y aprovecha para darle una lección provechosa: Mira, hija, las ranas saltan al agua porque allí tienen su seguridad y su defensa; allí no temen a los enemigos. Haz tú lo mismo: cuando veas que se acerca una creatura, zambúllete en Dios. Allí estarás segura y tranquila y nadie podrá hacerte daño.
(Mauricio Rufino, Vademécum de Ejemplos Predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962 )
Como la yedra
¿Han visto, mis hermanos, muchos hombres que se arriman a los grandes, y los halagan, y los siguen y parecen estar todo dispuesto a su servicio? ¿Por qué lo hacen? ¿Por servir a los grandes? No, porque los grandes les sirvan a ellos.
¿Vieron alguna vez una torre en ruinas en medio de un campo desierto? La yedra se arrima a ella; la abraza con sus tentáculos; sube con ella hasta la altura. ¿Por qué lo hace? ¿Por amor a la torre? No, por amor a sí misma. No pretende dar a la torre hermosura y coronarla de verde. Es que sin la torre no puede crecer ni subir.
Así se arriman éstos a los grandes. Para crecer y subir. Por eso vemos tan crecidos y tan subidos a los que tal vez antes de llegar a este amparo apenas se arrastraban por la tierra. Debemos huir de la adulación y de los aduladores como de la peste.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 225)
EL MILAGRO DE LANCIANO
Lanciano, Italia - año 700
Descripción del Milagro
La parte de la Hostia en el centro del círculo de carne, aunque era verdaderamente la Carne de Jesucristo, siguió teniendo los accidentes de pan sin levadura después del milagro, tal como ocurre en cada Consagración. Se mantuvo por muchos años pero se desintegró porque la luneta que la contenía no había sido herméticamente cerrada.
La Carne y la Sangre actualmente visibles no solo son la Carne y la Sangre de Jesús como en toda Hostia consagrada, sino que mantiene hasta la actualidad los accidentes propios de carne y sangre humana.
La Carne, desde 1713, se conserva en un artístico Ostensorio de plata, de la escuela napolitana, finamente cincelado.
La Sangre está contenida en una rica y antigua ampolla de cristal de Roca.
La Hostia-Carne, aún se conserva muy bien. El tamaño de la hostia es como las hostias que el sacerdote eleva en las misas hoy día. Es ligeramente parda y adquiere un tinte róseo si se ilumina por el lado posterior. La sangre coagulada tiene un color terroso que tiende al amarillo Ocre.
El Milagro de Lanciano es un continuo milagro. La Hostia convertida en Carne y el Vino convertido en Sangre, sin el uso de ningún preservativo, están aun presentes en el relicario.
Historia del Milagro Eucarístico:
Un Monje de la Orden de San. Basilio, sabio en las cosas del mundo, pero no en las cosas de la fe, pasaba un tiempo de prueba contra la fe. Dudaba de la presencia real de Nuestro Señor Jesús en la Eucaristía. Oraba constantemente para librarse de esas dudas por miedo de perder su vocación. Sufría día tras día la duda. ¿Está Jesús realmente y, substancialmente presente en la Eucaristía?. Dudaba sobre el misterio de la transubstanciación.
Su sacerdocio se convirtió en una rutina y se destruía poco a poco. Especialmente la celebración de la Santa Misa se convirtió en una rutina más, un trabajo más.
La situación en el mundo no le ayudó a fortalecer su fe. Había muchas herejías surgiendo durante esta época. Sacerdotes y obispos eran víctimas de esas herejías, las cuales estaban infestando a la Iglesia por todas partes. Algunas de estas herejías negaban la presencia real de nuestro Señor en la Eucaristía.
El sacerdote no podía levantarse de esta oscuridad que envolvía su corazón. Cada vez estaba más convencido, por la lógica humana, de esas herejías.
El Milagro
Una mañana del año 700, mientras celebraba la Santa Misa, el sacerdote estaba siendo atacado fuertemente por la duda y después de haber pronunciado las solemnes palabras de la consagración, vio como la Santa Hostia se convirtió en un círculo de carne y el vino en sangre visible. Estaba ante un fenómeno sobrenatural visible, que lo hizo temblar y comenzó a llorar incontrolablemente de gozo y agradecimiento.
Estuvo parado por un largo rato, de espaldas a los fieles, como era la misa en ese tiempo. Después se volteo despacio hacia ellas, diciéndoles: ¡Oh afortunados testigos a quién el Santísimo Dios, para destruir mi falta de fe, ha querido revelárseles El mismo en este Bendito Sacramento y hacerse visible ante nuestros ojos. Vengan, hermanos y maravíllense ante nuestro Dios tan cerca de nosotros. Contemplen la Carne y la Sangre de Nuestro Amado Cristo!.
Las personas se apresuraron para ir al altar y, al presenciar el milagro, empezaron a clamar, pidiendo perdón y misericordia. Otras empezaron a darse golpes de pecho, confesando sus pecados, declarándose indignos de presenciar tal milagro.
Otros se arrodillaban en señal de respeto y gratitud por el regalo que el Señor les había concedido. Todos contaban la historia por toda la ciudad y por todos los pueblos circunvecinos.
La carne se mantuvo intacta, pero la sangre se dividió en el cáliz, en 5 partículas de diferentes tamaños y formas irregulares. Los monjes decidieron pesar las partículas y descubren fenómenos particulares sobre el peso de cada una de ellas.
Inmediatamente la Hostia y las cinco partículas fueron colocadas en un relicario de marfil.
Significado Espiritual de este milagro:
Como ha sido comprobado, la Hostia que fue milagrosamente convertida en Carne, es compuesta del tejido muscular del corazón humano (miocardio).
Este Milagro Eucarístico de Lanciano nos llama a la reparación, a ser almas de oración constante, en reparación por tantos pecados, por los nuestros y por los del mundo entero.
SAN PEDRO JULIÁN EYMARD, Sacerdote (1811-1868)
Desde que, de niño, acompañaba a su madre a la iglesia, se distinguió por su ardiente amor al Santísimo Sacramento. Sentía hacia él una atracción irresistible, un vivo deseo de contrarrestar las tristes secuelas que había dejado el jansenismo, siempre prontas a rebrotar.
De aquí nació el deseo de fundar una congregación dedicada exclusivamente al culto eucarístico. Dejó la Congregación de los Maristas y fundó la Congregación del Santísimo Sacramento. Sus miembros, llamados vulgarmente Sacramentinos, se dedican a adorar al Señor en la Eucaristía, día y noche, como carisma principal de su apostolado.
Fundó además la Congregación de Religiosas Siervas del Santísimo Sacramento. También organizó la archicofradía del Santísimo Sacramento, que se estableció en muchas parroquias. Promovió por todo el mundo, y con todos los medios a su alcance, el culto a la Eucaristía. Este era su mensaje: "Sólo en la vuelta a Cristo Sacramentado está la salvación".
http://www.magnificat.ca/cal/esp/08-03.htm (Sección I)
¡ESO ES ORAR CON FE VIVA!
La madre de una Elisita González, saladísima sevillanita de tres años, me cuenta: Elisita me quiere mucho; días pasados estuve en cama con un catarro y al ver que no me levantaba, se la encontró la muchacha de rodillas, en una sillita chica que tiene, delante del Sagrado Corazón (entronizado en la casa) con las manitas cruzadas y moviendo los labios. Cuando terminó se vuelve a la criada y le dice: ¿Se ha ponido mamá buena? Le contestó que si y muy convencida y satisfecha, como la cosa más natural exclama: "¡Porque se lo he pidido yo al Señor !"
FE, VIVA EN LA EUCARISTÍA
Una niña de cuatro años de un pueblo de Málaga le pregunta a su tía cuando viene de Misa: -Tiíta, ¿has comulgado? -Sí, -le contesta. -Pues entonces permíteme que te bese en la boca.
UNA BUENA COMUNIÓN ESPIRITUAL
Otra niña del mismo pueblo, de ocho años, que comulga con mucha frecuencia y que, por estar muy endeblita, un día no se atrevían a dejarla, deseaba tanto comulgar que su madre consintió en ponerle una inyección y dejarla ir a comulgar, pero en el camino hubo de volverse llorando amargamente porque no tenía fuerzas para llegar a la iglesia. ¡Con qué gusto recibiría Jesús aquel querer y poder de su menuda y débil comulgante!
DE CÓMO LOS CHICOS ENTIENDEN MEJOR LOS ABANDONOS DEL SAGRARIO QUE LOS GRANDES
Corto de una carta:
"Al pasar por la Catedral, me demostró mi sobrinillo (de unos siete años) deseos de entrar. Era al atardecer y nuestra Basílica sabe si que es severa y obscura. Estuvimos recorriéndola toda y él admirando y mirando todo incluso el coro. No había en el templo más que una o dos personas y al salir de una de las capillas me dice: "Si nos quedáramos aquí encerrados, ¡qué bien estábamos!, ¿verdad?". -Sí, -le dije-, porque teníamos bancos para estar sentados y pasar la noche, y entonces añade él: "No es por eso; es porque estábamos con Jesús que está solo y así le acompañábamos". Me dejó asombrada y edificada. Amo bendito, que piense así siempre este ángel".
(B. Manuel González, Sembrando granos de mostaza¸ Ed. "El granito de arena", Palencia, pg. 26-27; 32-34)
La niña africana que quería comulgar.
Se le acercó al misioneros una niña de pocos años y le pidió poder prepararse a la primera comunión. El sacerdote, tomando en cuenta que era muy pequeña todavía, le dijo: "Cuando hayas perdido tus dientes de leche"
El día siguiente vino y abrió la boca. Se había sacado todos los dientes.
Midrash - El primer redentor - el último redentor
Jn 6, 25 Midr Qoh 1, 9 (9b): R. Berakhya (c.340) ha dicho en nombre de R. Yizjaq (c.300): Así como el primer redentor (e. d. Moisés), así el último redentor (= el Mesías). Así como se dice del primer redentor (Ex 4, 20): Moisés tomó a su mujer y a sus hijos y los hizo montar en un asno, así también el último redentor (cf. Zac 9, 9): Humilde y cabalgando en un asno. Así como el primero redentor hizo descender el maná (Ex 16, 4): He aquí que haré llover maná del cielo, así también lo hará descender el último redentor el maná, cf. Salmo 72, 16: pan de trigo estará en el suelo (así el midr). Así como el primer redentor hizo surgir un pozo, así también el ultimo redentor hará subir agua, cf. Joel 4, 18:Saldrá una fuente de la casa de YHWH..( S-B. II p. 481)
¿Por qué ir
a Misa?
Un asiduo asistente a misa le escribió al editor de un periódico quejándose
que no tenía sentido ir a misa todos los domingos.
-"He ido durante 30 años", escribía, y durante ese tiempo habré escuchado
como 3,000 sermones. Pero juro por mi vida que no recuerdo ni uno sólo de
ellos. Por eso pienso que estoy perdiendo mi tiempo y los sacerdotes también
dando sermones.
Así empezó una controversia en la columna de "Cartas al Editor", para
deleite del mismo editor. La misma que continuó por varias semanas hasta que
alguien escribió lo siguiente:
-"Ya llevo casado 30 años. Durante todo ese tiempo mi esposa debe haber
preparado 32,000 comidas, y juro por mi vida que no me acuerdo de ni un sólo
menú de alguna de ellas. Pero sí sé esto: Todas me alimentaron y me dieron
la fuerza que necesitaba para hacer mi trabajo.
Si mi esposa no me las hubiera preparado, estaría físicamente muerto el día
de hoy.
¡De la misma manera, sino hubiese ido a la iglesia para alimentarme, estaría
espiritualmente muerto en la actualidad!".
¡Gracias a Dios por nuestro alimento material y el espiritual!
(cortesía: iveargentina.org et alii)