Domingo 28 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Introducción a las lecturas del domingo
La sabiduría es el
arte de hacer el dueño de la propia vida. En el fondo significa que
aprendamos a pensar cómo Dios. La palabra de Dios precisamente desea
enseñarnos la manera divina de pensar. No se trata de un conocimiento
abstracto o teórico. La sabiduría verdadera nos enseña también como actuar
sabiamente. Convirtamos esta lectura en una especie de te suplica. Pedimos a
Dios que nos dé la sabiduría y nos haga pensar y sentir como lo hace el
autor del libro sagrado.
Segunda
Lectura: Hebr 4, 12-13
El comienzo del
Evangelio de San Juan nos hace entender que la palabra de la que está
hablando este pasaje es una persona, el Hijo de Dios. Cuando leemos o
proclamamos algún pasaje de la Biblia en la Hijo de Dios quiere utilizar
estas palabras para realizar en nuestro corazón todo lo que menciona este
pasaje. La palabra de Dios nunca nos fuerza, nunca nos obliga, nunca se
impone a la fuerza. Podemos rechazarla. Esto no significa que nos opongamos
expresamente a la palabra de Dios. Podemos rechazarla también por medio de
la distracción, de la escucha rutinaria que nos da mucha importancia a lo
escuchado, o el simple hecho de no ponerla en práctica. Pidamos al Señor
para que la palabra siempre encuentre en nosotros un corazón bien dispuesto.
El personaje del
Evangelio, el joven rico, no ha prestado atención a lo que Jesús le está
diciendo. Cuando Jesús delicadamente le dice: “sólo Dios es bueno”, le
estaba indicando que se encontraba en la presencia de Dios. Es que le recita
los mandamientos de la segunda tabla de los mandamientos de Dios que son las
mandamientos que ordenan nuestra vida en relación con nosotros mismos y los
demás. Mientras que la primera tabla de la ley de Dios se refiere a los tres
primeros mandamientos, es decir, a nuestra relación con Dios. Y cuando Jesús
invita a seguirlo de manera radical, nos invita también a nosotros a poner a
Dios primero. Quiere decir que nosotros deberíamos dejar de lado todo
aquello que nos impide seguirlo a Jesús. ¿O estamos idolatrando a alguna
persona o algunas cosas y esto nos impide hacer la voluntad de Dios de todo
corazón?
Reflexionemos los padres
Cuentan una historia
peregrina de una señora a la que regalaron un diamante de dimensiones
exorbitantes. Su valor se calculaba en varios miles de millones. Lo colocó
en una caja fuerte. Y cada día abría la caja fuerte, sacaba el diamante, lo
frotaba con un terciopelo para mantener su brillo, y se quedaba mucho tiempo
imaginándose qué cosa podría ella comprar si vendiese el diamante. Nadie
podía distraerla. Con mucha energía defendía este tiempo de contemplación e
imaginación. Ni su esposo ni sus hijos y, más tarde, ni los hijos políticos
ni los nietos tenían el permiso de interrumpir esta ceremonia de cada día.
Éste bloqueo se prolongaba cada vez más. Un día se fue de viaje con su
esposo y durante su ausencia un ladrón entró en la casa, abrió la caja
fuerte y se llevó el diamante. Cuando la señora regresó de su viaje los
familiares no querían darle la noticia porque pensaban que le daría infarto
o algo similar. Después de muchos rodeos por fin le comunicaron lo que había
pasado. Y todo el mundo estaba en suspenso temiendo algo terrible que podría
pasar, de cómo reaccionaría. La señora estaba con los ojos cerrados y
durante un largo tiempo guardaba silencio. Al final abrió los ojos y les
dijo: “Me siento aliviada, me siento como liberada. Me doy cuenta que tengo
algo mucho más precioso y no le he prestado la suficiente atención. Los
tengo a ustedes”. A partir de ese momento la señora era accesible en todo
momento para sus familiares.
Es una historia
curiosa. Pero sirve para reflexionar si hay cosas, situaciones o hábitos que
impiden que los demás se acerquen a uno, que impiden relacionarse con Dios.
La liberación de la señora consistía en estar disponible, en estar libre
para relacionarse con Dios y con los demás. Posiblemente el joven rico
dejando sus riquezas y siguiendo a Jesús se habría convertido en un apóstol
más, conocido y venerado a través de los siglos.
Reflexionemos con los hijos
Vamos a ayudarnos
mutuamente para entender el evangelio. Lo vamos a hacer de la siguiente
manera. Por turno cada uno hace la pregunta del joven el Evangelio: “"Maestro
bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?"
Y el vecino le contestará con las palabras de Jesús:
" ¿Por qué me llamas
bueno? Sólo Dios es bueno, Tú conoces los mandamientos: No matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás
a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
Ojalá que podamos responder como el joven:
“Maestro, todo eso
lo he cumplido desde mi juventud".
Luego todos los demás vamos a tratar de imaginarnos qué es lo que diría
Jesús luego respecto a la cosa que le falta en este momento para poder
seguir a Jesús en la vida diaria. Y entre todos vemos cuál es las cosas que
mejor se adapta al que ha preguntado. . Por eso vamos hacer primero un
silencio y pedir al Espíritu Santo para que nos ayude a ayudar. También
nosotros los padres vamos hacer la misma pregunta y ustedes nos van a ayudar
también a nosotros. (¿Qué sorpresas vamos a encontrar?)
Relación con la Santa Misa
Aquí también
necesitamos preguntarnos qué es lo que nos dificulta en participar
profundamente en la celebración eucarística. Porque cuanto más profundamente
participamos en la celebración tanto más le seguimos a Jesús.
Vivencia familiar
La reflexión con los
hijos entrena a la familia a aplicar el Evangelio ayudándose mutuamente.
Nos habla la Iglesia
Dios ha destinado la
tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa,
bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que
sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de
los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe
perderse de vista este destino universal de los bienes (Vaticano II: sobre
la Iglesia en el mundo actual, 69)
Los bienes de la
dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los
frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de
haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con
su mandato, volveremos a encontrar los limpios de toda mancha, iluminados y
trans figurados cuando Cristo entrega al padre el reino eterno y universal
(ibidem 39 c).
Los Padres y
Doctores de la Iglesia enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a
los pobres, y, por cierto, no sólo con los bienes superfluos.
El hombre, al
utilizar los bienes, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente
posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de
que no le aprovechan a él solamente, sino también a los demás (ibidem 69 a).
Leamos la Biblia con la Iglesia
Semana 28 - Lunes |
Rom
1:1-7 |
Sl
98:1, 2-3, 3-4 |
Gal
4:22-24, 26-27, 31–5:1 |
Sl
113:1-2, 3-4, 5, 6-7 |
Lc
11:29-32 |
Semana 28 - Martes |
Rom
1:16-25 |
Sl
19:2-3, 4-5 |
Gal
5:1-6 |
Sl
119:41, 43, 44, 45, 47, 48 |
Lc
11:37-41 |
Semana 28 -Miércoles |
Rom
2:1-11 |
Sl
62:2-3, 6-7, 9 |
Gal
5:18-25 |
Sl
1:1, 1-2, 3, 4, 6 |
Lc
11:42-46 |
Semana 28 - Jueves |
Rom
3:21-29 |
Sl
130:1-2, 3-4, 5-6 |
Ef
1:3-10 |
Sl
98:1, 2-3, 3-4, 5-6 |
Lc
11:47-54 |
Semana 28 - Viernes |
Rom
4:1-8 |
Sl
32:1-2, 5, 11 |
Ef
1:11-14 |
Sl
33:1-2, 4-5, 12-13 |
Lc
12:1-7 |
Semana 28 - Sábado |
Rom
4:13, 16-18 |
Sl
105:6-7, 8-9, 42-43 |
Ef
1:15-23 |
Sl
8:2-3, 4-5, 6-7 |
Lc
12:8-12 |
Oraciones
Oración
contra apegos y obsesiones.
Dios mío, tu
eres el importante. Tu, el infinito, que todo lo sostienes con tu gran
poder. Si tu te apartaras de mi, yo me esfumaría como el vapor.
Creo en ti,
espero en ti, te amo. Solo tu mereces la adoración del corazón humano y solo
ante ti debo postrarme. Solo tu eres el Señor, glorioso, con una hermosura
que ni siquiera se puede imaginar.
Por eso Señor,
no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un dios, porque ningún
ser y nada de este mundo vale tanto.
Enséñame a
descubrir mi dignidad, porque soy infinitamente amado por ti, para que no me
arrastre detrás de cosas de este mundo ni me convierta en esclavo de
posesiones ni de afectos. No permitas que las obsesiones me quiten la
alegría.
Sana mis
sentimientos de insatisfacción para que alcance una verdadera libertad
interior. Enséñame a gozar de las cosas buenas sin necesidad de poseerlas o
de aferrarme a ellas.
Te reconozco a
ti como mi único dueño, el único Señor de mi vida. No permitas que pierda la
Serenidad cuando algo se acabe; no dejes que me llene de angustias por temor
a perder algo.
Solo
abandonándome a ti podre sanar mis angustias, sabiendo que nada es absoluto.
Solo Tú.
Señor mío, dame
un corazón humilde y libre, que no este atado a las vanidades,
reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea capaz de darlo
todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.
Derrama en mi tu
gracia para que pueda vivir desprendido de los frutos de mis esfuerzos, para
que en mi trabajo busque sobre todo tu gloria, sin obsesionarme esperando
determinados resultados.
Dame ese
desprendimiento Señor, libérame del orgullo, para que pueda trabajar
intensamente, pero con la santa paz y la inmensa felicidad de un corazón
desprendido.
Te entrego todos
mis deseos, todos mis sueños, todas mis necesidades. Colma mi interior
insatisfecho como tú quieras. Ya no quiero empecinarme en lograr la
felicidad a mi modo y prefiero confiar en tu amor, que me dará lo que
necesito de la manera más conveniente.
Te entrego
Señor, todo lo que tengo y todo lo que estoy viviendo. Te doy gracias por lo
que me estas regalando y lo disfruto con gozo. Te lo entrego todo para que
acabe cuando tenga que acabar.
Y te proclamo a
ti, Jesús, como único Señor y dueño de todas mis cosas, de todo lo que vivo,
de todo lo que soy y de todo mi futuro. Me darás la felicidad que necesito
porque confió en tu Amor. ¡Amén!
(Víctor Manuel
Fernández de su Libro Para liberarte de los Apegos y Obsesiones)
Meditación
Desprendimiento:
condición para seguir a Jesús
Francisco Fernández Carvajal
El utilizar los
bienes materiales como un medio para el desarrollo personal y el bien
social, aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas
las cosas nobles de este mundo.
I. La
Iglesia nos hace muchas llamadas para que nos soltemos de las cosas de esta
tierra, y llenar así de Dios nuestro corazón. En una lectura de la Misa nos
dice el profeta Jeremías: Bendito quien confía en el Señor, y pone en Él su
confianza: Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente
echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde, en
el año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto [1]. El Señor cuida
del alma que tiene puesto en Él su corazón.
Quien pone su
confianza en las cosas de la tierra, apartando su corazón del Señor, está
condenado a la esterilidad y a la ineficacia para aquello que realmente
importa: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará
en la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspito [2].
El Señor desea que
nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos correctamente: Poseed y
dominad la tierra [3]. Pero una persona que ame «desordenadamente» las cosas
de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles
el «apegamiento» a los bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a
las riquezas [4]. Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida
alcanzar a Cristo. Y si no llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida?
«Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y
para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas
de la tierra» [5].
El nos dio ejemplo:
pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más plena
libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre [6]. Para seguirle, nos
dejó a todos una condición indispensable: cualquiera de vosotros que no
renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo [7]. Esta condición
es también imprescindible para quienes le quieran seguir en medio del mundo.
Este no renunciar a los bienes llenó de tristeza al joven rico, que tenía
muchas posesiones [8] y estaba muy apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día
este hombre joven que tenía «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de
las manos!
Los bienes
materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto a
disposición del hombre desde su creación, para su desarrollo en la sociedad
con los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por
un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios -Creador y Padre- y a
los demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no hacemos actos de
desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el bien, si nos
separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males. Se
excluye del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su
vida; idolatría llama San Pablo a la avaricia [9]. Un ídolo ocupa entonces
el lugar que sólo Dios debe ocupar.
Se excluye de una
verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no
rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las
cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da -dice San Juan de
la Cruz- que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso,
porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto
que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de
quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará» [10].
El desprendimiento
aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas
nobles de este mundo.
II. El
Evangelio nos presenta a uno que hacía mal uso de sus bienes. Había un
hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba
espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su
puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del
rico [11].
Este hombre rico
tiene un marcado sentido de la vida, una manera de vivir: «Se banqueteaba».
Vive para sí, como
si Dios no existiera, como si no lo necesitara. Vive a sus anchas, en la
abundancia. No dice la parábola que esté contra Dios ni contra el pobre:
únicamente está ciego para ver a Dios y a uno que le necesita. Vive
constantemente para sí mismo. Quiere encontrar la felicidad en el egoísmo,
no en la generosidad. Y el egoísmo ciega, y degrada a la persona.
¿Su pecado? No tuvo
en cuenta a Lázaro, no lo vio. No utilizó los bienes según el querer de
Dios. «Porque la pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino la humildad, y
las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran descanso, sino su
egoísmo e infidelidad» [12], dice con gran profundidad San Gregorio Magno.
El egoísmo y el
aburguesamiento impiden ver las necesidades ajenas. Entonces, se trata a las
personas como cosas (es grave ver a las personas como cosas, que se toman o
se dejan según interese), como cosas sin valor. Todos tenemos mucho que dar:
afecto, comprensión, cordialidad y aliento, trabajo bien hecho y acabado,
limosna a gente necesitada o a obras buenas, la sonrisa cotidiana, un buen
consejo, ayudar a nuestros amigos para que se acerquen a los sacramentos…
Con el ejercicio que
hagamos de la riqueza -mucha o poca- que Dios ha depositado en nosotros nos
ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer. Siendo generosos,
tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí en la tierra y
más tarde en la otra vida. La caridad, en sus muchas formas, es siempre
realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en este
mundo que pasa.
Este desasimiento ha
de ser efectivo, con resultados bien determinados que no se consiguen sin
sacrificio, y también natural y discreto, como corresponde a los cristianos
que viven en medio del mundo y que han de usar los bienes como instrumentos
de trabajo o en tareas apostólicas. Se trata de un desprendimiento positivo,
porque resultan ridículamente pequeñas, e insuficientes, todas las cosas de
la tierra en comparación del bien inmenso e infinito que pretendemos
alcanzar; es también interno, que afecta a los deseos; actual, porque
requiere examinar con frecuencia en qué tenemos puesto el corazón y tomar
determinaciones concretas que aseguren la libertad interior; alegre, porque
tenemos los ojos puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una
mera privación, sino riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.
III. El
desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca
y viva este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Por eso es
necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza interior. Este tiempo
es muy oportuno para examinar nuestra actitud ante las cosas y ante nosotros
mismos: ¿tengo cosas innecesarias o superfluas?, ¿llevo una cuenta o control
de los gastos que hago para saber en qué invierto el dinero?, ¿evito todo lo
que para mí significa lujo o mero capricho, aunque no lo sea para otro?,
¿practico habitualmente la limosna a personas necesitadas o a obras
apostólicas, con generosidad, sin cicaterías?, ¿contribuyo al sostenimiento
de estas obras y al culto de la Iglesia con una aportación proporcionada a
mis ingresos y gastos?, ¿estoy apegado a las cosas o instrumentos que he de
utilizar en mi trabajo?, ¿me quejo cuando no dispongo de lo necesario?,
¿llevo una vida sobria, propia de una persona que quiere ser santa?, ¿hago
gastos inútiles por precipitación o por no prevenir?
El desprendimiento
necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los bienes
materiales, el desprendimiento de nosotros mismos: de la salud, de lo que
piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de los triunfos y
éxitos profesionales.
«Me refiero también
a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la
gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y
precisa: Señor, quiero esto o aquello sólo si a Ti te agrada, porque si no,
a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la
vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la
verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la
posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa» [13]. ¿Estamos
desprendidos así de los frutos de nuestra labor?
Los cristianos deben
poseer las cosas como si nada poseyesen [14]. Dice San Gregorio Magno que
«posee, pero como si nada poseyera, el que reúne todo lo necesario para su
uso, pero prevé cautamente que presto lo ha de dejar. Usa de este mundo como
si no usara, el que dispone de lo necesario para vivir, pero no dejando que
domine a su corazón, para que todo ello sirva, y nunca desvíe, la buena
marcha del alma, que tiende a cosas más altas» [15].
Desprendimiento de
la salud corporal. «Consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca
disposición cuando entendemos se sirve al Señor (… ). ¿Para qué es la vida y
la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas,
que jamás os irá mal en ir por aquí» [16].
Nuestros corazones
para Dios, porque para Él han sido hechos, y sólo en Él colmarán sus ansias
de felicidad y de infinito. «Jesús no se satisface "compartiendo": lo quiere
todo» [17]. Todos los demás amores limpios y nobles, que constituyen nuestra
vida aquí en la tierra, cada uno según la específica vocación recibida, se
ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo Señor Nuestro.
«Señor, tú que amas
la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros
corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu» [18].
Nuestra Madre Santa
María nos ayudará a limpiar y ordenar los afectos de nuestro corazón para
que sólo su Hijo reine en él. Ahora y por toda la eternidad. Corazón
dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un camino seguro.
[1] Jer 17, 7-8.
[2] Jer 17, 6.
[3] Cfr. Gén 1, 28.
[4] Mt 6, 24.
[5] J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Vía Crucis, X.
[6] Cfr. 2
Cor 8, 9.
[7] Lc 14,
33.
[8] Mc 10,
22.
[9] Col 3,
5.
[10] SAN JUAN DE LA
CRUZ, Llama de amor viva, 11, 4.
[11] Lc 16, 19-21.
[12] SAN GREGORIO
MAGNO, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 40, 2.
[13] J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Amigos de Dios, 114.
[14] 1 Cor 7, 30.
[15] SAN GREGORIO
MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 36.
[16] SANTA TERESA,
Fundaciones, 28, 18.
[17] J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Camino, n. 155
[18] Oración colecta
de la Misa del día.
Meditación
extraída de la serie "Hablar con Dios", Tomo II, Jueves de la 2ª. Semana de
Cuaresma por Francisco Fernández Carvajal.
Permíteme, oh mi Dios, acercarme a Ti y habitar
dentro de los recintos de Tu corte, porque el alejamiento de Ti casi me ha
consumido. Haz que repose bajo la sombra de las alas de Tu gracia, porque la
llama de mi separación de Ti ha fundido mi corazón dentro de mí. Acércame al
río que es en verdad la vida, porque mi alma se consume de sed en su
incesante búsqueda de Ti. Mis suspiros, oh mi Dios, proclaman la amargura de
mi angustia y las lágrimas que derramo atestiguan mi amor a Ti.
Te imploro, por la alabanza con que Te alabas a
Ti mismo y la gloria con que glorificas Tu propia Esencia, que nos permitas
ser contados entre aquellos que Te han reconocido y han confesado Tu
soberanía en Tus días. Ayúdanos entonces, oh mi Dios, a beber de los dedos
de la misericordia las aguas vivas de Tu amorosa bondad, para que podamos
olvidarnos completamente de todo excepto de Ti y estar ocupados sólo
contigo. Poderoso eres Tú para hacer lo que deseas. No hay Dios sino Tú, el
Poderoso, Quien ayuda en el peligro, Quien subsiste por Sí mismo.
¡Glorificado sea Tu Nombre, oh Tú que eres el Rey
de todos los Reyes!
Bahá'u'lláh (desprendimiento)
Ana Calvo, Imágenes rio Iregua, Sierra Cebollera,
Logroño Julio 2012