Domingo 33 Tiempo Ordinario C - 'Serán odiados por todos
a causa de mi nombre' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia
doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la
celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Primera
lectura: Mal 3, 19-20a
El profeta aclara la situación de toda persona
ante la venida de Dios. Cuando venga, los sin-Dios se llenarán de espanto y
de miedo y también a aquellos que no han vivido a la altura de su conciencia
porque no le han obedecido a Dios. En cambio, para los justos será el día de
la liberación. Con todo, Dios no actuará recién al fin del mundo sino actúa
en cada momento: a los que hacen su voluntad los colma de bendición y a los
que no la hacen no puede bendecirlos porque han cerrado la puerta de su vida
y Dios respeta la libertad de toda persona.
Segunda lectura: 2 Tes 3, 17-21
Dios vendrá en su momento. Pero eso no es una
razón para no tomar en serio la realidad nuestra. Nuestra realidad actual es
medio y momento de nuestra salvación y se presta así a que sea momento
decisivo de nuestra fe. De esta manera todo lo que vivimos se relaciona con
Dios. También nuestro trabajo.
Evangelio: Lc 21, 5-19
Habrá acontecimientos que nos harán sufrir.
Quizás experimentaremos también que nos atacan por nuestra fe en Jesucristo.
Si perseveramos nos salvaremos
Reflexionemos los padres
Nadie sabe cuándo vendrá el Señor,
cuando será el fin del mundo. De todos modos sabemos que "nuestro fin del
mundo" será cuando nos morimos, cuando pasamos al Padre. En el entretiempo
sucederán muchas cosas. Los que caminamos en fe sabemos que detrás de cada
acontecimiento se esconde el amor de Dios, también cuando nos persiguen por
nuestra fe. No necesitamos inventar argumentos inteligentes para
defendernos. Basta que procedamos como lo han hecho los apóstoles y los
cristianos a través de los siglos. Han anunciado al mundo el amor de Dios y
la salvación en Jesucristo. La esperanza cristiana, que es un don de Dios,
nos mantiene fuertes también en lo rutinario de cada día porque sabemos que
Dios está presente en todo momento y nos ama.
Reflexionemos con los hijos
Muchas veces los demás se burlan cuando
observan en nosotros actitudes cristianas. Por ejemplo, cuando cuentan
chistes obscenos y protestamos diciendo que no está bien, cuando incitan a
la violencia contra uno de los compañeros y lo defendemos, cuando decimos
con orgullo que tenemos varios hermanos en la familia, cuando rechazamos la
pornografía, cuando contamos cosas de la parroquia… Ustedes pueden aumentar
la lista ¿verdad? El Señor estará siempre con nosotros y nos ayudará. Y
aunque parezca que estamos solos en defender la fe o el comportamiento
moral, a lo mejor Dios utiliza nuestro testimonio para ayudar a uno u otro
de los compañeros para que cambie de conducta y tenga vida eterna. Lo que
necesitamos es perseverar en la fe en todos los acontecimientos de nuestra
vida.
Conexión eucarística
Cada vez que participamos en la
celebración eucarística el Señor Jesús renueva en medio de la asamblea su
muerte y su resurrección y hace que seamos cada vez más parte de su
salvación. Esto nos llene de esperanza ante los acontecimientos difíciles y
nos dé la fuerza de perseverar en el testimonio de la fe.
Vivencia Familiar
Durante la semana oraremos repetidamente
para que Dios aumente la fe para que podamos dar testimonio.
Nos habla la Iglesia
Mientras no lleguen los cielos nuevos y
la tierra nueva donde mora la justicia (cf. 2 Pe 3, 13), la Iglesia
peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este
tiempo, la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las
criaturas que gimen con dolores de parto al presente en espera de la
manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 19-22). (Vaticano II,
Constitución dogmática sobre la Iglesia 48)… La espera de una tierra nueva
no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar
esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede
de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo (Vaticano II
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual 39).
Leamos la Biblia con la Iglesia
(primera lectura año impar; segunda
lectura año par).
Lunes: 1 Mac 1, 10-15.41-43.54-57.62-64; Apc 1,
1-4; 2, 1-5a; Lc 18, 35-43
Martes: 2 Mac 6, 18-31; Apc 3, 1-6. 14-22; Lc 19,
1-10
Miércoles: 2 Mac 7, 1. 20-31; Apc 4, 1-11; Lc 19,
11-28
Jueves: 1 Mac 2, 15-29; Apc 5, 1-10; Lc 19, 41-44
Viernes: 1 Mac 4, 36-37.52-59; Apc 10, 8-11; Lc
19, 45-48
Sábado: 1 Mac 6, 1-13; Apc 11, 4-12; Lc 20, 27-40
Oraciones y
meditaciones
Oración para pedir la perseverancia final
Oh Dios mío, que has ocultado el momento y hora
de mi muerte, haz que viva santamente todos los días de mi vida, te ruego y
suplico me concedas la santa perseverancia y paciencia, gracia y valor para
que pueda emplear bien los medios que Tú me has dado.
Te lo pido por los méritos de Nuestro Señor
Jesucristo.
Amen.
¿Por qué el Señor no nos da hasta el fin la gracia de la
perseverancia?
Y ahora dirá alguno: Pues si el Señor puede y
quiere damos la santa perseverancia, ¿por qué no nos la da de una vez,
cuando se la pedimos? A esta pregunta responden los santos Padres alegando
muchas y sapientísimas razones.
Y es la primera, que Dios quiere por este camino
probar la confianza que tenemos en El.
La segunda nos la da San Agustín cuando escribe
que es porque quiere el Señor que suspiremos por ella con grandes deseos. Y
añade, no quiere darte el Señor la perseverancia, apenas se la pides, para
que aprendas que las cosas muy excelentes hay que desearlas con muy grandes
ansias: pues vemos acá que lo que por mucho tiempo codiciamos, lo saboreamos
más deliciosamente cuando lo poseemos, y las cosas que pedimos y al punto
recibimos fácilmente las estimamos poco y hasta tenemos por viles.
Otra razón podemos dar y es que Dios quiere de
este modo que nos acordemos más de El. Si, en efecto, estuviéramos ya
seguros de la perseverancia y de nuestra salvación eterna y no sintiéramos a
cada paso necesidad de la ayuda de Dios, fácilmente nos olvidaríamos de El.
Los pobres, porque padecen pobreza, por eso acuden a casa de los potentados,
que tienen riquezas. Por esto mismo dice el Crisóstomo que no quiere el
Señor darnos la gracia completa de la salvación hasta la hora de nuestra
muerte, para vernos muy a menudo a sus pies y tener El la satisfacción de
llenamos a todas horas de beneficios.
Y aún podemos dar otra cuarta y última razón, y
es que con la oración diaria y continua nos unimos con Dios con lazos más
estrechos de caridad. Lo afirma el mismo San Juan Crisóstomo con estas
palabras: No es la oración pequeño vínculo de amor divino, sino que así el
alma se acostumbra a tener sabrosos coloquios con Dios, y este acudir a El y
este confiar que nuestras oraciones nos van a obtener las gracias que
deseamos, es llama y cadena de santo amor, que nos abrasa y nos une más
íntimamente con Dios.
¿Qué hasta cuándo hemos de orar? Responde el
mismo Santo: Hemos de orar siempre, hasta que oigamos la sentencia de
nuestra salvación eterna, es decir, hasta la muerte. Este es el consejo que
el Santo nos da: No cejes hasta que no recibas tu galardón. Y añade: El que
dijere que no suspenderá su oración hasta que sea salvo, ése se salvará, Ya
escribía antes el Apóstol que muchos son los que toman parte en los
campeonatos pero que uno solamente gana el premio. ¿No sabéis, exclamaba,
que los que corren en el estadio, si bien todos corren, uno solo se lleva el
premio ? Corred, pues, de tal modo que lo ganéis.
Por aquí podemos ver que no basta orar: hay que
orar siempre hasta que recibamos la corona que Dios ha prometido a aquellos
que no cesan en la oración.
Si, por tanto, queremos ser salvos, si ganamos el
ejemplo del profeta David, el cual tenía siempre los ojos vueltos al Señor
para pedirle su ayuda y no caer en poder de los enemigos del alma. Mis ojos,
cantaba, miran siempre al Señor: porque El es quien arrancará mis pies del
lazo que me han tendido mis enemigos.
Escribe el apóstol San Pedro que nuestro
adversario, el demonio, anda dando vueltas, como león rugiente, a nuestro
alrededor, en busca de presa para devorar. De aquí hemos de concluir que,
así como el demonio a todas horas nos anda poniendo trabas para devorarnos,
así nosotros hemos de estar continuamente con las armas de la oración
dispuestas para defendernos de tan fiero enemigo. Entonces podremos decir
con el rey David: Perseguiré a mis enemigos.. y no volveré atrás hasta que
queden totalmente deshechos.
Mas ¿cómo reportaremos esta victoria tan decisiva
y tan difícil para nosotros? Nos responde San Agustín: Con oraciones, pero
con oraciones continuas. ¿Hasta cuándo? Ahí está San Buenaventura que nos
dice. La lucha no cesa nunca... nunca tampoco debemos dejar de pedir
misericordia. Los combates son de todos los días, de todos los días debe ser
la oración para pedir al Señor la gracia de no ser vencidos. Oigamos aquella
temerosa amenaza' de¡ Sabio: ¡Ay de aquel que perdiere el ánimo y la
resistencia! Y san Pablo nos avisa que seamos constantes en orar
confiadamente hasta la muerte con estas palabras: Nos salvaremos. a
condición de que hasta el fin mantengamos firme la animosa confianza en Dios
y la esperanza de la gloria.
Animados, pues, por la misericordia de Dios y
sostenidos por sus promesas repitamos con el Apóstol: ¿Quién, pues, nos
separará de la caridad de Cristo.?, ¿la tribulación?, ¿la angustia? ¿el
peligro?, ¿la persecución? ¿la espada? Quiso decirnos: ¿Quién podrá
apartarnos del amor de Dios?, ¿acaso la tribulación?, ¿por ventura el
peligro de perder los bienes de este mundo?, ¿las persecuciones de los
demonios y de los hombres?, ¿quizás los tormentos de los tiranos? En todas
esas cosas salimos' vencedores por amor de Aquel que nos amó. Así decía El.
Ni tribulación alguna, ni peligro alguno, ni persecución, ni tormento de
ninguna clase nos podrán separar de la caridad de Cristo, que todo lo hemos
de vencer luchando por amor de aquel Señor que dio la vida por nosotros.
En la vida del P. Hipólito Durazzo leemos que el
día que renunció a la dignidad de prelado romano para darse todo a Dios y
abrazar la vida religiosa en la Compañía de Jesús temblaba pensando en su
propia debilidad, y así se dirigió al Señor: No me dejéis, Señor, hoy sobre
todo que enteramente me consagro a Vos... ¡por piedad! no me desamparéis..
Oyó allá en su corazón la voz de Dios que respondía: Yo soy el que debo
decirte a ti que nunca me desampares. El siervo de Dios, confortado con
estas palabras, le contestó: Pues entonces, Dios mío, que Vos no me dejéis a
mí, que yo no os dejaré a Vos.
Digamos, pues, para concluir, que, si queremos
que Dios no nos abandone, hemos de pedirle a todas horas la gracia que no
nos desampare: que si así lo hacemos, ciertamente que nos socorrerá siempre
y no permitirá que nos separemos de El y perdamos su santo amor. Para lograr
esto no hemos de pedir solamente la gracia de la perseverancia y las gracias
necesarias para obtenerlas, sino que hemos de pedir de antemano también la
gracia de perseverar en la oración. Este es precisamente aquel privilegiado
don que Dios prometió a sus escogidos por labios del profeta Zacarías:
Derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el
espiritu de gracia y de oración. ¡Oh!, ésta sí que es gracia grande, el
espíritu de oración, es decir, la gracia de orar siempre... esto sí que es
puro don de Dios.
No dejemos nunca de pedir al Señor esta gracia y
este espíritu de continua oración, porque, si siempre rezamos, seguramente
que alcanzaremos de Dios el don de la perseverancia y todos los demás dones
que deseemos, porque infaliblemente se ha de cumplir la promesa que El hizo
de oir y salvar a todos los que oran. Con esta esperanza de orar siempre ya
podemos creernos salvos. Así lo aseguraba San Beda, cuando escribía: Esta
esperanza nos abrirá ciertamente las puertas de la santa ciudad del Paraíso.
(cortesía : serviciocatolico.com)