Año litúrgico patrístico: Domingo infraoctava de Navidad - La Sagrada Familia
I
glesia del Hogar: Preparando en Familia
Catequesis preparatoria para los niños
Domingo y Catecismo
MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B.
Comentarios para cada día de Adviento y Navidad
El Domingo siguiente a la solemnidad de Navidad celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia, que aparece bien explícita en el canto de entrada de la Misa: «Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño recostado en el pesebre».
En la colecta (del Misal anterior) pedimos a Dios, nuestro Padre, que ha propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de su pueblo, nos conceda que, imitando sus virtudes domésticas y unidos por los lazos del amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo.
La festividad de la Sagrada Familia, marco entrañable del acontecimiento de la Encarnación y de la convivencia del Emmanuel, constituye la lección más impresionante de todo el Evangelio de la Infancia y vida oculta del Señor. El valor religioso y salvífico de la familia constituida según Dios es, en el Evangelio, la primera lección que el Verbo Encarnado ha querido enseñarnos a vivir, con el maravilloso ejemplo de su existencia casi anónima en el humilde hogar de Nazaret.
–Eclesiástico 3,3-7.14-17: El que teme al Señor honra a sus padres. En la base misma de la familia, según Dios, está el amor, el respeto y la obediencia a los padres. Cristo Jesús reafirma este criterio de Dios con su propio ejemplo de treinta años, transcurridos en el anonimato hogareño de Nazaret.
–Con el Salmo 127 decimos: «Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos, comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien… Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén [la Santa Iglesia, la propia familia], todos los días de tu vida».
–Col 3,12-21: La vida de familia vivida en el Señor. Dios ha querido instituir su Iglesia según el diseño de una comunidad familiar de los hijos de Dios, y la familia cristiana según el modelo sagrado de una Iglesia doméstica.
–A) Mateo 2,3-15.19-23: Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto. Una paternidad perfectamente responsable en José y María hizo de sus vidas una inmolación permanente en favor de aquel Hijo divino, que el mimo Dios había confiado a su responsabilidad de padres. Éste fue el condicionamiento glorioso y definitivo de toda su vida familiar.
–B) Lucas 2,22-40: El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría. En la más estricta fidelidad amorosa a la Luz del Señor, Jesús verifica su misión sacerdotal de glorificador del Padre y salvador de los hombres. Este misterio permanece guardado continuamente en el marco de una absoluta fidelidad a la Ley del Señor.
–C) Lucas 2,41-42: Lo encontraron en medio de los Doctores. Una misma vivencia religiosa lleva a Jesús a buscar la fidelidad al Padre en el templo y en la sumisión y obediencia filial a sus padres en el hogar. No hay, no puede haber, contradicción alguna entre aquella fidelidad a Dios y esta obediencia a sus padres. Durante treinta años nos enseña Jesús esta importantísima lección redentora.
Nada más adecuado para este día que la alocución de Pablo VI en Nazaret el 3 de enero de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas de esta fiesta:
«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
«Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.
«Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene su sentido.
«Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.
«¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
«Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
«Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.
Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su función en el plano social.
«Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.
«Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles el gran modelo, al hermano divino, al defensor de las causas justas, es decir: Cristo, nuestro Señor».