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10ª Semana
Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Entrada: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida: ¿quién me hará temblar? Ellos, mis enemigos y adversarios, tropiezan y caen» (Sal 26,1-2).
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con su ayuda».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio, para que esta ofrenda te sea agradable y nos haga crecer en el amor».
Comunión: «Señor, mi Roca, mi Alcázar, mi Libertador, mi Fuerza salvadora, mi Baluarte» (Sal 17,3); o bien: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu Espíritu en este sacramento sane nuestras maldades y nos conduzca por el camino del bien».
Cristo vino a llamar a los pecadores. Él es infinitamente misericordioso y no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y se salve. La Misa de hoy nos lo muestra con el texto evangélico y el del profeta Oseas. Para esto necesitamos fe, como enseña San Pablo en la segunda lectura, la fe en la muerte y resurrección del Señor. La liturgia de este Domingo nos enseña a que suba hasta Dios el homenaje de su amor y su confianza. Dios es la fuente de todo bien, como se dice en la colecta, y nos ha dado a conocer su ser íntimo: «Dios es amor».
–Oseas 6,3-6: Quiero misericordia y no sacrificio. San Agustín explica la importancia del perdón:
«Centraos, hermanos míos, en el amor que la Escritura alaba de tal manera que admite que nada puede comparársele. Cuando Dios nos exhorta a que nos amemos mutuamente, ¿acaso te exhorta a que ames solamente a quienes te amen a ti? Este es un amor de compensación, que Dios no considera suficiente. Él quiso que se llegara a amar a los enemigos (Mt 5,44-45). Quien te enseñó a orar es quien ruega por ti, puesto que eras culpable. Salta de gozo, porque entonces será tu juez quien ahora es tu abogado. Dado que tendrás que orar y defender tu causa con pocas palabras, has de llegar a aquellas: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12) (Sermón 386,1).
–Con el Salmo 49 decimos: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios». Este Salmo es algo más que una simple, pero durísima requisitoria contra la hipocresía de ciertas prácticas religiosas que carecen de sentido, porque no tienen el aliento vital del espíritu. El sacrificio que Dios quiere es el de la alabanza, o lo que es lo mismo, que el hombre integre en sus sacrificios y ofrendas su misma persona, todo lo que él es.
–Romanos 4,18-25: Fue confortado en la fe por la gloria dada a Dios. Somos obra de Dios no sólo en cuanto justos. San Agustín dice:
«Conservemos esta justificación en la medida en que la poseamos, aumentémosla en la proporción que requiere su pequeñez para que sea plena... Todo proviene de Dios, sin que esta afirmación signifique que podamos echarnos a dormir o que nos ahorremos cualquier esfuerzo o hasta el mismo querer. Si tú no quieres, no residirá en ti la justicia de Dios. Pero aunque la voluntad no es sino tuya, la justicia no es más que de Dios. La justicia de Dios puede existir sin tu voluntad.. Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre... Quien te hizo sin ti, no te santificará sin ti... La participación en los dolores de Cristo será tu fuerza» (Sermón 169,13).
–Mateo 9,9-13: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. La conversión de San Mateo es una gran enseñanza siempre actual. Todos somos pecadores. Comenta San Efrén:
«Él escogió a Mateo el publicano (Mt 9,9-13) para estimular a sus colegas a venirse con él. Él ve a los pecadores y los llama, y les hace sentarse a su lado. ¡Espectáculo admirable; los ángeles están de pie temblando, mientras los publicanos, sentados, gozan; los ángeles temen, a causa de su grandeza, y los pecadores comen y beben con Él; los escribas rabian de envidia y los publicanos exultan y se admiran de su misericordia!
«Los cielos viven este espectáculo y se admiran, los infiernos lo vieron y deliraron. Satanás lo vio ardiendo de furor, la muerte lo vio y experimentó su debilidad; los escribas lo vieron y quedaron ofuscados por ello. Hubo gozo en los cielos y alegría en los ángeles, porque los rebeldes eran dominados, los indóciles sometidos, los pecadores enmendados, y porque los publicanos eran justificados. A pesar de las exhortaciones de sus amigos, Él no renunció a la ignominia de la cruz y, a pesar de las burlas de los enemigos, no renunció a la compañía de los publicanos. Él ha despreciado la burla y desdeña las alabanzas, así contribuía mejor a la utilidad de los hombres» (Comentario sobre el Diatesarón 5,17).
La victoria de Cristo sobre el demonio había sido ya profetizada en el comienzo del mundo, cuando vemos a Dios anunciar que, si bien la mujer ha sucumbido a la tentación, su descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. Por el pecado primero hay miserias y sufrimientos, pero se superan por la fe en Cristo resucitado, como dice San Pablo en la segunda lectura de este Domingo. Cristo, en el Evangelio, acosado por la calumnia, responde a ella proclamando su victoria sobre Satanás
–Génesis 3, 9-15: Establezco enemistades entre ti y la mujer entre tu estirpe y la suya. San Ireneo explica sobre Jesús, nacido de mujer, Hijo del Hombre:
«Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido Cabeza: declaró la guerra a nuestro enemigo, y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su cabeza, como está escrito en el Génesis: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya: él acechará a tu cabeza y tú acecharás a su calcañal” (Gen 3, 15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen y de naturaleza semejante a la de Adán, tenía que acechar a la cabeza de la serpiente. Esta es la descendencia de la que habla el Apóstol en la Carta a los Gálatas: “la ley de las obras fue puesta hasta que viniera la descendencia del que había recibido la promesa” (Gál 3,19). Y todavía lo declara más abiertamente en la misma Carta cuando dice: “cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho de mujer” (Gál 4,4).
«El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada, si no hubiese sido hombre nacido de mujer el que lo venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Y por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del Hombre, recapitulando así en sí mismo aquel hombre original del cual había sido modelada la mujer. De esta suerte, así como por un hombre vencido se propagó la muerte en nuestro linaje, así también por un hombre vencedor podamos levantarnos a la vida. Y así como la muerte obtuvo la victoria contra nosotros por culpa de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre» (Contra las herejías, V,21,1-2).
–Con el Salmo 129 proclamamos: «Desde lo hondo a ti grito». El cristiano ha de saber aplicarse este salmo a sí mismo, reconociéndose pecador y sepultado en el abismo de la muerte, que es el pecado. De este abismo sólo la misericordia de Dios podrá salvarlo, porque sólo de Dios procede el perdón y la redención completa. Esto le hará ser precavido y temeroso de Dios, consciente de que el perdón es un acto libre de la misericordia divina y exige la colaboración del hombre con el arrepentimiento.
–2 Corintios 4,13-5,1: Creemos y por eso hablamos. «Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno». San León Magno explica estas palabras:
«Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las obras que Dios ha creado buenas (Gén 1,18) puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo (Gén 2,1), ya que como dice el Apóstol, “las cosas visibles son temporales, las invisibles eternas” (2 Cor 4,18). Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, en el misterio mismo del nacimiento del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza. Escuchemos al Apóstol que nos dice: “estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces os manifestaréis gloriosos con Él” (Col 3,3-4)» (Sermón 27,6).
–Marcos 3,20-35: Blasfemia contra el Espíritu Santo. San Agustín comenta a qué se refiere Jesús:
«La blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonará ni en este siglo ni en el futuro es la impenitencia. Contra este Espíritu, en efecto, de quien recibe el bautismo la virtud de borrar todos los crímenes –perdón que refrenda el cielo–, contra este Espíritu habla, y de modo bien perverso el impío, ya con la lengua, ya con el corazón, quien, llamado a la penitencia por la bondad divina, él se va atesorando ira para el día de la ira y para la revelación del justo juicio de Dios (Rom 2,4-6). Esta impenitencia –nombre impreciso con el que podemos designar a la vez la blasfemia y la palabra contra el Espíritu Santo–, no tiene perdón jamás..., esta impenitencia no tiene perdón alguno ni en este siglo ni en el venidero, por ser la penitencia quien en este siglo nos obtiene el perdón que ha de valernos en el futuro» (Sermón 71,20).
La resurrección del hijo de la viuda de Naín, que relata el Evangelio de hoy es una prefiguración de la resurrección del mismo Cristo, pero ante todo es un gesto de piedad por parte del Señor a una madre. El profeta Elías había actuado de una manera semejante ante la angustia de la pobre viuda de Sarepta, un país pagano, que le había dado hospitalidad.
–1 Reyes 17,17-24: Tu hijo está vivo. Elías fue aun entre los paganos el hombre de Dios. Como profeta de Yahvé era también un instrumento del poder divino sobre la muerte y la vida entre los hombres. Dios nos ha dado la vida y nos ha dado la gracia divina. Nuestra vida humana es un don de Dios. Pero más aún lo es nuestra vida divina por la gracia. Estábamos muertos por el pecado y hemos resucitado por el perdón otorgado por Cristo. Por eso gozosos cantamos en el salmo responsorial: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado».
–El Salmo 29 es un himno de acción de gracias por la salvación recobrada; pero podemos recitarlos en sentido individual y colectivo por la liberación de todo peligro, angustia y dolor. La gran victoria es la que Cristo obtuvo de la muerte, del pecado, del abismo eterno. El dolor es un misterio, aun para el mismo creyente, pero en Cristo se ha hecho luz y amanecer radiante con su gloriosa resurrección. El dolor sufrido con Cristo se hace redentor, capaz de satisfacer por los pecados propios y por los de todo el pueblo. Con tal modelo podrá el cristiano resistir firme la prueba, con la fortaleza de la fe y la seguridad de la esperanza. Esto es una lección para el futuro. Las pruebas que Dios permite son medios para acercarnos más a Dios (Rom 2,28).
–Gálatas 1,11-19: Se dignó revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciara a los gentiles. San Juan Crisóstomo se fija en las palabras con las que San Pablo describe su vida:
«¿Observas cómo señala cada acontecimiento y no se avergüenza? No se limitó a perseguir a la Iglesia, sino que lo hizo con furia, no sólo fue tras ella, sino que también la devastó, es decir, intentó apagar a la Iglesia, destruirla, aniquilarla, hacerla desaparecer, porque eso es lo propio del que devasta... Para que no creas que se comportaba así por cólera, señala que actuaba por celo y, aunque no sabía qué hacía, perseguía, no por vanagloria, ni por odio, sino porque era ‘celoso’ de las tradiciones paternas. Sus palabras quieren decir lo que sigue: si lo que hice contra la Iglesia no lo hice por motivos humanos, sino por celo divino, equivocado, pero celo al fin, ¿cómo ahora corro en favor de la Iglesia y conozco la verdad podría actuar por vanagloria? Una pasión semejante no se apoderó de mí por error, sino que me guió el celo de Dios, por lo que ahora, que he conocido la verdad, sería más justo verme libre de esa sospecha. Al tiempo que pasé a la doctrina de la Iglesia, me liberé de todo prejuicio judaico, con un celo entonces mucho mayor, lo que, ya en posesión de un celo divino, es una prueba de haber cambiado realmente. Si no fuera así, dime: ¿qué otra cosa podría motivar un cambio semejante: ultraje a cambio de honores, peligros en lugar de tranquilidad, tribulación en lugar de seguridad? No se trata de nada que no sea amor por la verdad» (Comentario a la Carta a los Gálatas).
–Lucas 7,11-17: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! La misión salvadora de Cristo es integral, abarca por igual las almas y los cuerpos. Es la Resurrección y la Vida (Jn 11,25). San Ambrosio comenta este pasaje del Evangelio:
«Este pasaje es rico en un doble provecho. Creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único, viuda, sin embargo, a quien la multitud del duelo restituye el mérito de la maternidad. Por otra parte, esta viuda, rodeada por una multitud de pueblo, nos parece algo más que una mujer: ella ha obtenido por sus lágrimas la resurrección del adolescente, su hijo único; es que la Iglesia santa llama a la vida desde el cortejo fúnebre y desde las extremidades del sepulcro al pueblo más joven, en vista de sus lágrimas; está prohibido llorar a quien está reservada la resurrección... Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por ti la madre Iglesia, que interviene por cada uno de su hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento espiritual que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas...» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 89 y 92).
Años impares
–2 Corintios 1,1-7: «Dios alienta hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás». El Apóstol experimenta el consuelo de Dios en la prueba y alienta a los demás. La participación en los sufrimientos supone la participación asimismo en el consuelo, esto es, en la gloria. San Agustín dice:
«Nunca faltan persecuciones y el diablo o tiende acechanzas o maltrata, por eso siempre debemos estar preparados con el corazón fijo en el Señor y en cuanto nos sea posible, pedirle fortaleza en medio de estas fatigas, tribulaciones y tentaciones, porque nosotros somos poca cosa o nada. Lo que podemos decir de nosotros mismos, lo escuchasteis cuando se leyó al apóstol Pablo: “como abundan, dijo, los sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda nuestro consuelo” (2 Cor 1,5)... Si nos faltase el Consolador, desfalleceríamos ante el perseguidor» (Sermón 305,A,5).
El consuelo es también para nosotros. Por eso cantamos en el salmo responso-rial: «Gustad y ved qué bueno es el Señor».
–En el Salmo 33 alaba el salmista a Dios e invita a todos a la alabanza de Yahvé. La protección divina que el salmista ha experimentado le llena el corazón de agradecimiento y alegría; pero no como algo pasajero que se expresa en momentos intermitentes, especialmente dedicados al culto, sino en todo momento. El sí dado a Dios ha de comprometer toda la vida del creyente, sus acciones, sus pensamientos. Porque sus relaciones con Dios se fundan en la dependencia esencial y profunda del mismo existir. Todo creyente y no sólo el religioso y el místico, debería transpirar a Dios por todos los poros de su cuerpo. El salmista, posiblemente el rey David, no era anacoreta, sino un hombre de mundo, con sus limitaciones y fallos, pero fue un creyente sincero que, inspirado por Dios, trazó magistralmente las coordenadas en las que todo creyente se debe mover.
San Agustín ha experimentado la bondad del Señor; por eso dice:
«Ahí tienes su dulzura; paladéala y saboréala, como dice el salmo: Gustad y ved cuán suave es el Señor. El Señor, en efecto, se te ha hecho dulce, mas después de haberte liberado. ¡Qué amargura la tuya cuando presumías de ti mismo! Bebe ahora su dulzura, ella es prenda y anticipo de la dulzura del cielo» (Sermón 145,5).
Años pares
–1 Reyes 17,1-6: Elías sirve al Señor Dios de Israel. En el tiempo del rey Ajab, en el Reino del Norte, la reina Jezabel pretende sustituir la religión por los cultos paganos de su país de origen. El profeta Elías es elegido por Dios para conservar en toda su pureza la ley de Moisés. Profetiza al rey la sequía como castigo de la infidelidad del pueblo. Luego, por orden de Dios, marcha cerca del Jordán y allí Dios lo alimenta milagrosamente. Comenta San Agustín:
«Por medio de un cuervo alimentó el Señor al profeta Elías. A quien los hombres perseguían le servían las aves» (Sermón 239,3).
– Por eso la Iglesia ha puesto a esta lectura como Salmo responsorial el Salmo 120: «el auxilio me viene del Señor».
La providencia de Dios protege cada uno de nuestros pasos. Esa providencia se ha hecho visible y tangible en Jesús de Nazaret «pastor y guardián de nuestras almas» (1 Pe 2,25). Caminando de su mano no hay miedo de perderse ni resbalar en el camino. Esta providencia paternal de Dios y de Cristo no quita para que vivamos vigilantes y no descuidemos de poner todos los medios a nuestro alcance para defendernos del mal, como dice el apóstol San Pedro: «estad alerta y velad, porque vuestro adversario el diablo anda rondando como león rugiente, y busca a quien devorar; resistidle firmes en la fe, considerando que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos dispersos por el mundo» (1 Pe 5,8-9).
–Mateo 5,1-12: Bienaventuranzas. San Juan Crisóstomo explica este pasaje del Evangelio:
«La muchedumbre no tenía otro afán que contemplar milagros; pero los discípulos quieren también oír una enseñanza grande y sublime; lo que, sin duda, movió al Señor a dársela y empezar su magisterio por estos razonamientos. Porque no curaba el Señor sólo los cuerpos, sino que enderezaba también las almas. Del cuidado de los unos, pasaba al cuidado de las otras. Con lo que no sólo era más variada la utilidad, sino que mezclaba la enseñanza de la doctrina con la demostración de las obras. De este modo también cerraba las bocas desvergonzadas a los futuros herejes, pues con el cuidado que ponía por una y otra sustancia de que consta el hombre, nos hace ver que Él es el artífice del viviente entero. De ahí que su providencia se distribuía por una y otra naturaleza, alma y cuerpo, enderezando ahora a la una, ahora a la otra...
«Escuchemos con toda diligencia sus palabras. Porque fueron sí, pronunciadas para los que las oyeron sobre el monte; pero se consignaron por escrito para cuantos sin excepción habían de venir después. De ahí justamente que mirara el Señor, al hablar, a sus discípulos, pero no circunscribe a ellos sus palabras. Las bienaventuranzas se dirigen sin limitación alguna a todos los hombres» (Homilía 15 sobre San Mateo 1).
Años impares
–2 Corintios 1,18-22: Jesús no fue primero sí y luego no. En Él todo se ha convertido en un sí. San Pablo se defiende de las falsas acusaciones. Se fija en Cristo que ha sido el sí de Dios. Somos hijos adoptivos de Dios y llevamos por la unción un sello impreso en nuestras almas. Se nos ha dado el Espíritu como prenda de las realidades futuras.
Somos ungidos por el Espíritu. El bautismo y la confirmación imprimen carácter en el alma del cristiano, y el Espíritu lo configura como profeta, sacerdote y rey. Así comenta San Juan Crisóstomo:
«Estos tres tipos de personajes recibían en los tiempos antiguos la unción que los confirmaba en su dignidad. Nosotros, los cristianos, no tenemos el beneficio de una de esas tres unciones, sino de las tres a la vez y de una manera mucho más excelente. Así es, ¿no somos reyes siendo el imperio del cielo infaliblemente nuestra herencia? ¿No somos sacerdotes, si hacemos a Dios la consagración de nuestro cuerpo en lugar de víctimas irracionales y privadas de razón, como dice el Apóstol: “os exhorto a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rom 12,1)? Por último, ¿no somos profetas si, gracias a Dios, nos han sido revelados secretos que escapan al ojo y al oído del hombre?» (Homilía sobre II Cor,3).
–Por eso cantamos en el salmo responsorial: «Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo». Todo lo que el Salmo 118 canta es el amor de Dios bajo el aspecto de la ley. Esta viene de una raíz que significa «enseñar». La ley enseña el camino para ir a Dios. No es una carga pesada con múltiples y angustiosas normas, sino que es objeto de amor y causa de gozo. El amor a Dios se expresa, generalmente, en los salmos con el símbolo de la ley que es el camino que Dios ha puesto para ir a Él. Esta ley aparece bajo diversos sinónimos. En este caso se manifiesta con el nombre de precepto, que significa confiar algo a alguien. Los preceptos son todo lo que Dios ha confiado al hombre: la creación, su destino, su misión concreta... En general: todo lo manifestado en la Alianza.
Años pares
–1 Reyes 17,7-14: No le faltó el alimento. Sin embargo el profeta Elías se refugia en la casa de la viuda de Sarepta, tierra pagana, y allí es alimentado y corresponde con un espléndido milagro: «La orza de harina no se vació, la alcuza de aceite no se agotó». San Agustín dice:
«Dios alimentaba al santo Elías por medio de un ave; nunca falta a Dios la misericordia y la omnipotencia para alimentarlo siempre de esta manera. Sin embargo, lo envía a una viuda para que ella le dé de comer, y no porque no hubiera otra manera de alimentar al siervo de Dios, sino para que la viuda piadosa mereciera la bendición» (Sermón277,1).
–El Señor hace milagros en favor nuestro si nosotros actuamos según su ley santa. Hace brillar sobre nosotros la luz de su rostro, como cantamos en el salmo responsorial Salmo 4, que es una oración de confianza, de solidaridad en la fe. Esta solidaridad no se circunscribe a lo estrictamente religioso, sino que ha de estar abierta a toda la dimensión de la persona humana, creada y llamada por Dios. Nos en-seña el salmo a orar sencillamente y sin esfuerzos, tratando todos los asuntos a la luz de Dios. El argumento que da el salmista a los hombres apartados de Dios es el hecho irrefutable de su propia experiencia: «hizo milagros en mi favor», como en la viuda de Sarepta. Es como si nos dijera a nosotros: «probadlo y veréis lo maravilloso que es vivir según el plan de Dios».
–Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. Comenta San Agustín :
«Pero también los apóstoles, hermanos míos, son lámparas del día. No penséis que sólo Juan era lámpara y que los apóstoles no lo son. A ellos les dice el Señor: “Vosotros sois la luz del mundo”. Y para que no pensaran que eran luz como quien es llamado Luz, de quien se dijo: Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, a continuación les mostró cuál era la luz verdadera. Tras haber dicho: Vosotros sois la luz del mundo, añadió: “Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín”. Cuando dije que vosotros erais luz, quise deciros que erais lámparas. No exultéis llenos de soberbia, para que no se apague la llama. No os pongo bajo el celemín, sino que estaréis en el candelero para que deis luz. ¿Cuál es el candelero para la lámpara? Escuchad cual. Sed lámparas y tendréis vuestro candelero. La cruz de Cristo es el gran candelero. Quien quiera dar luz que no se avergüence del candelero de madera...
No habéis podido encenderos vosotros mismos para llegar a ser lámparas, tampoco habéis podido colocaros sobre el candelero; sea glorificado quien os lo ha concedido. Escucha, pues, al Apóstol Pablo, escucha a la lámpara que exulta de gozo en el candelero: “lejos de mí, dice, lejos de mí”, ¿qué?: “ gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6,14). Mi gloria está en el candelero; si me lo retiran me caigo... Vuestra alabanza es vuestra disposición. Esté crucificado el mundo para vosotros; crucificaos para el mundo. ¿Qué quiero decir? No busquéis la felicidad en el mundo; absteneos de ella. El mundo halaga; precaveos de él como de un corruptor; el mundo amenaza; no le temáis en cuanto opugnador. Si no te corrompen ni los bienes ni los males del mundo, el mundo está crucificado para ti y tú para el mundo. Pon tu gloria en estar en el candelero, conserva siempre, oh lámpara, tu humildad en el candelero para no perder tu resplandor. Cuida que no te apague la soberbia. Conserva lo que has hecho, para gloriarte en tu Hacedor» (Sermón 289, 6).
Años impares
–2 Corintios 3,4-11: Nos ha hecho servidores de una nueva Alianza, no basada en pura letra, sino en el Espíritu. Los misterios del Nuevo Testamento superan los del Antiguo. Estos estaban apegados a la letra, mas los del Nuevo lo son del Espíritu. Por eso brillan más que aquéllos. San Agustín dice:
«Esto es un don de la gracia; mediante la virtud septiforme actúa el Espíritu Santo en los amados de Dios, para que la ley tenga alguna fuerza en ellos. En efecto, si quitas el Espíritu, ¿para qué sirve la ley? Hace a uno trasgresor; por eso se dijo: “la letra mata” (2 Cor 3,6). Manda pero nada hace. No mataba antes de ordenársete, y si la Providencia te tenía como pecador, no te tenía como trasgresor. Se te ordena algo y no lo haces, se te prohíbe otra cosa y la haces: he aquí que la letra mata» (Sermón 250,3).
Si el código de la ley se inauguró con gloria –no podían ver el rostro iluminado de Moisés– si lo caduco tuvo su esplendor, lo que permanece será más esplendoroso.
–«Santo es el Señor nuestro Dios». Así cantamos con el Salmo 98, con el que proclamamos la santidad de Dios que trasciende a todo y que está por encima de las cosas creadas y contingentes, que no tiene nada que ver con los ídolos, que son creación humana. Celebramos al Dios excelso y santo por antonomasia, que tiene una santidad ontológica y esencial y se manifiesta en que ama la justicia y establece la rectitud.
La santidad de Dios se manifiesta al hombre en la cercanía. De ahí que tras la alusión a la Alianza, se haga mención de los tres grandes mediadores del Antiguo Testamento: Moisés, Aarón y Samuel. Realmente fueron hombres que vivieron en una gran intimidad con Dios; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que puede conocer al Dios trascendente y santo descendido a la condición humana y hecho uno de nosotros, para ser modelo de santidad palpable y camino visible para llegar a la santidad de Dios: Cristo, el Santo de Dios. La santidad invisible del Dios trascendente se ha hecho visible y cercana en Cristo Jesús. Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). Brilló esplendorosamente en la Transfiguración y en la Resurrección.
Años pares
–1 Reyes,18,20-39: Que sepa esta gente que Tú eres el Dios verdadero y que Tú les cambiarás el corazón. Elías refuta a los sacerdotes de Baal..
La enseñanza de todo este relato la encontramos en el salmo responsorial (Salmo 15), que manifiesta una total opción por Yahvé, dejando a un lado, abatidos y humillados, a todos los baales que se puedan presentar al hombre. Elías hizo su sacrificio y Dios lo aceptó y mostró la falsedad de los que adoran ídolos inertes.
–Sin un Dios vivo, eterno, trascendente, Dios de Amor y de Fidelidad que llama al hombre a la existencia y le promete una vida sin término, no tiene sentido la vida ni la historia de los hombres. Con Dios, en cambio, la vida adquiere un sentido, porque queda abierta a la trascendencia y a la esperanza, aun después de la muerte. Esta intuición mística con la que el Salmo 15 termina, ya está como en semilla, cuando el salmista reflexiona sobre la fría realidad de lo que es un mundo sin Dios: «Multiplican estatuas de dioses extraños...» Pero, todo son obra de sus manos que morirán con ellos y no podrán salvarlos de nada, porque nada son...
Los ídolos modernos son distintos; pero todos tienen de común que son creaciones humanas... Son incapaces de abrir un horizonte de esperanza en un más allá sin término, que responda a las íntimas e innatas aspiraciones de la humanidad. Si no hay un Dios Creador de todo, ¿quién podrá hablar de fraternidad, o de sacrificios por el pobre, el oprimido, el marginado? Sólo Dios puede inspirar esos sentimientos de fraternidad. Él es el Padre de todos. Todos somos sus hijos y hermanos unos con otros.
–Mateo 5,17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud. La ley llegó a su más pleno desarrollo en la interpretación y culminación que le dio Cristo. San Juan Crisóstomo explica que Él cumplió la Ley y la llevó a su perfección:
«¿Y cómo no destruyó Cristo la ley y cómo cumplió a par de los profetas? Los profetas ante todo, porque con sus obras confirmó cuanto aquéllos habían dicho de Él... En todo se cumplió alguna profecía. Todo lo cual hubiera quedado incumplido si Él no hubiera venido. En cuanto a la ley, no la cumplió de una sola manera, sino de dos, y hasta de tres maneras. Primero, por no haber traspasado ninguno de sus preceptos. Así, que los cumplió todos, oye cómo lo dice a Juan: “de este modo nos conviene cumplir toda justicia” (Mt 3,15). Y a los judíos les decía: “¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?” (Jn 8,40). Y otra vez a sus discípulos: “Viene el príncipe de este mundo y nada tiene que ver conmigo” (ib. 14,30). Y de antiguo había dicho el profeta: “Él no cometió pecado” (Is 53,9). He ahí el primer modo como cumplió el Señor la ley. El segundo fue haberla cumplido por nosotros. Porque ahí está la maravilla, que no sólo la cumplió Él, sino que nos concedió también a nosotros gracia para cumplirla. Es lo que Pablo declaró cuando dijo: “el fin de la ley es Cristo, para justicia de todo creyente” (Rom 10,4)... Mas si lo examinamos con diligencia, aun hallaremos un tercer modo como Cristo cumplió la ley. ¿Qué modo es éste? La misma ley suya que estaba ahora por proclamar. Porque lo que Él dice no es derogación, sino su perfección y complemento» (Homilía 16 sobre
San Mateo 2 y 3).
Años impares
–2 Corintios 3,15–4,1.3-6: Dios ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios. Al revelar Cristo el verdadero alcance del Antiguo Testamento retira el velo que lo encubría. Los que creen en Cristo se transforman de día en día a imagen de la gloria esplendorosa del resucitado. San Agustín dice:
«Se quita el velo, no Moisés; el velo, no la ley. Y ved cómo a la venida del Señor se quita el velo. Cuando fue colgado del madero, el velo se rasgó. ¡Oh misterio grande! ¡Oh símbolo inefable! Crucifican los trasgresores de la ley, y los secretos de la ley muéstranse de manifiesto. ¿No fue la cruz como una llave? Ella sujetó al Señor y soltó lo encerrado. Mas, aun rasgado el velo, tienen los judíos el velo echado sobre su rostro... Pudieron ellos tener la ley escrita en piedra. !Oh! Si la tuviesen grabada en el corazón, estarían con nosotros. Tengamos nosotros, hermanos, la ley en el corazón y probémoslo no con alabanzas verbales, sino con obras buenas... Véase vuestro fruto, góceme yo en vuestras obras. No puedes tú decir al enfermo: Levántate y anda; mas sí puedes decir: Hasta que te levantes de tu lecho toma y come. No puedes tú sanar al enfermo, mas bien puedes vestir al desnudo. Haz lo que puedas que Dios no ha de pedirte lo imposible» (Sermón 125,A,3).
–Con el Salmo 84 decimos: «La gloria del Señor habitará en nuestra tierra». La vemos con la cara descubierta y reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. San Agustín comenta:
«Cantad y edificad; cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación. Anunciad el día del día, su Cristo. Pues, ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedimos en el Salmo: “muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84, 8). Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: “Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron” (Lc 10,24).
«Y danos tu salvación. Esto dijeron aquellos justos: Danos tu salvación, es decir, que veamos a tu Cristo mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne; llegue la carne que purifica la carne; sufra la carne y redima el alma y la carne. Y danos tu salvación, Con este deseo vivía aquel Santo anciano y lleno de méritos divinos, Simeón, decía también: Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación. A este deseo y a estas preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor» (Sermón 163,4).
Y en otro lugar: «La verdad ha brotado de la tierra. ¿Qué beneficio nos ha aportado? “La verdad ha brotado de la tierra y la justicia ha mirado desde el cielo” (Sal 84,10). Estabas dormido y vino hacia ti, roncabas y te despertó; te hizo un camino a través de sí para no perderte a ti. Puesto que la verdad ha brotado de la tierra, por eso nuestro Señor Jesucristo nació de una Virgen: la justicia ha mirado desde el cielo para que los hombres tuvieran justicia, no propia, sino de Dios» (Sermón 189,2).
Años pares
–1 Reyes 18,41-46: Elías oró y el cielo dio su lluvia. La conversión del pueblo de Israel al verdadero Dios y la oración del profeta atrajeron la misericordia de Dios. La sequía cesó por la oración de Elías. Sobre el poder de la oración escribe Orígenes:
«Un cristiano, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo y todo el mundo templo de Dios. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trasciende el mundo todo. Y no se para ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste, guiado por el espíritu de Dios. Y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en Él mismo, por medio de su Hijo, el Logos de Dios» (Contra Celso 7,44).
–Con el Salmo 64 proclamamos: «Oh Dios, tú mereces un himno en Sión». Dios es providente con el hombre. Le da las lluvias a su tiempo y así, de toda la tierra, de los páramos y de las colinas, de los valles y de las praderas vestidos de mieses, se eleva como un resplandor de alegría que canta y aclama la bondad de Dios. Es la espiritualidad de la naturaleza tan cercana e inmediata al hombre, la que hay que descubrir. Porque todo lo que nos rodea es un don de Dios. Los santos, a través de la creación, se remontaban a la contemplación para alcanzar el amor, como hacía San Ignacio de Loyola. Pero, sobre todo, hemos de mirar el orden sobrenatural de Dios. San Jerónimo recordaba que las cosas materiales pueden tener un sentido espiritual que las completa. Así el agua, la fuente, la sed, los frutos... son símbolos de otra agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14), de otra sed que sólo puede saciar Cristo (Jn 7,37-39), de otros frutos que pueden llegar al ciento por uno (Mt 13, 8). Por esto y otros muchos bienes materiales y espirituales, que recibimos de Dios hemos de cantar con el salmista: «Oh Dios, Tú mereces un himno en Sión».
–Mateo 5,2026: Todo el que está peleado con su hermano será procesado. Cristo promulgó la nueva ley, que completa y perfecciona la antigua. De este modo el espíritu de hombre se perfecciona por la doctrina de Cristo. San Juan Crisóstomo lo expone así:
«Mas no se detiene el Señor en lo ya dicho, sino que añade muchas cosas más, por las que nos demuestra cuánta cuenta tiene de la caridad. Ya nos ha amenazado con el juicio, con el concejo y hasta con el infierno; y ahora añade otra cosa muy en consonancia con todo lo dicho: Si ofreces tu ofrenda sobre el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y marcha a reconciliarte primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu ofrenda. ¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! El Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros, ni deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor» (Homilía 16,9 sobre San Mateo).
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–2 Corintios 4,7-15: Quien resucitó a Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. El ministerio de San Pablo se realiza en medio de sufrimiento, pero esta unión con la muerte de Cristo manifiesta su vida, tanto en lo referente al mismo Apóstol cuanto en los demás fieles. Pero llevamos los dones de Dios en vasos de barro. Explica San Agustín:
«¡Admirable bondad la de Dios que nos otorga un don igual a Él mismo! Su don es el Espíritu Santo. Y el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son un Dios único: la Trinidad. Y ¿qué bien nos trajo el Espíritu Santo? Oyéselo al Apóstol: EL amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones. ¿De dónde, oh mendigo, te vino ese amor de Dios derramado en tu corazón? ¿Cómo ha podido este amor divino ser derramado en el corazón del hombre? Tenemos, dijo el Apóstol, el tesoro éste en vasos de barro. ¿A qué fin en vasos de barro? Para que resalte la fuerza de Dios (2 Cor 4,7). Habiendo por último dicho: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, y, al objeto de que no se atribuya nadie a sí mismo el amar a Dios, añadió: Por el Espíritu Santo que nos fue dado. Luego para que tú ames a Dios es necesario que more Dios en ti, que su amor te venga de Él, es decir, que recibas su moción, ponga en ti su fuego, te ilumine y levante a su amor» (Sermón 128,4).
–Por todo eso ofrecemos al Señor un sacrificio de alabanza y lo hacemos con el Salmo 115: «Tenía fe, aun cuando dije: qué desgraciado soy. Yo decía en mi apuro: los hombres son unos mentirosos. Mucho cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré mis votos, en presencia de todo el pueblo».
Años pares
–1 Reyes 9,9.11-16: Aguarda al Señor en el monte. Elías amenazado de muerte por Jezabel, huye hasta el monte santo –el Horeb–, en donde Dios se manifestó en otro tiempo a Moisés, como el único y verdadero Dios. Ahora se aparece a Elías en medio de un susurro, de una brisa ligera, símbolo de la intimidad de Dios para con su pueblo.
–San Agustín explica el Salmo 26:
«El ansia de Dios se ha de manifestado muchas veces en las Sagradas Escrituras sobre todo en los Salmos: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26). Esto es en definitiva lo único que importa al salmista, porque quien ha afirmado por la fe que Dios es su vida, su alegría, su defensa, su camino, sabe por la fe que Dios no le puede faltar. Al lado de Dios todo se desvanece, incluso la angustia mortal.
«“Tu rostro buscaré, Señor”. Nada puede decirse más excelente. Esto lo perciben lo verdaderos amantes. Quizá alguno quisiera ser feliz e inmortal, se ha escrito, en aquellos placeres de las concupiscencias terrenas que ama. Pero tú, ¿qué dirías si te hiciera inmortal en estos deleites y deseos de alegrías eternas? Tal amador respondería: No los quiero. Todo lo que existe fuera de Él no es deleite para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme. Déseme Él.
«Dígale, pues, nuestro corazón: He buscado tu rostro; no apartes de mí tu faz. Sea ésta su respuesta: “quien me ama guarda mis mandamientos; quien me ama será amado por mi Padre y también yo lo amaré y me mostraré a él” (Jn 14,21). Sin duda alguna le estaban viendo con los ojos aquellos a quienes decía esto y escuchaban con sus oídos el sonido de su voz, y en su corazón humano pensaban que era sólo un hombre; pero a quienes le amaban les prometió mostrárseles a Sí mismo, es decir, lo que jamás el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre. Hasta que esto suceda, hasta que nos muestre lo que nos basta, hasta que bebamos y nos saciemos de Él, fuente de vida; mientras, caminando en la fe, peregrinamos hacia Él, mientras sentimos hambre y sed de justicia y deseamos con indecible ardor la hermosura de la forma de Dios (Sermón 194,4).
–Mateo 5,27-32: Nuestro Señor se dirige a todos los hombres y condena además el acto interno, aunque no vaya acompañado de efectos externos. El lenguaje enérgico con que nuestro Señor advierte contra la ocasión de pecar no se ha de tomar literalmente: el ojo izquierdo, por ejemplo, supone tanto peligro como el derecho. Las expresiones: «ojo derecho» y «mano derecha» significan evidentemente todo lo que nosotros tenemos de más querido. Si estos constituyen un obstáculo en la senda moral deben ser apartado de nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Una vez que nos mostró el Señor el daño de que de ahí se sigue, pasa adelante y encarece la ley, mandándonos cortar y extirpar y arrojar lejos de nosotros lo que nos escandalice. ¡Y eso nos ordena el que mil veces nos ha hablado de su amor! Con lo que has de caer en la cuenta, por uno y otro lado, de su providencia y cómo en todo y por todo busca tu provecho» (Homilía 17,3 sobre San Mateo).
Años impares
–2 Corintios 5,14-21: Al que no había pecado Dios le hizo expiar nuestros pecados. «Nos apremia el amor de Cristo, que murió para salvarnos a todos y nos reconcilió con Dios». San Gregorio Nacianceno explica estas palabras de San Pablo:
«Jesús, que desde el principio acogió a los pecadores, deja el suyo, para ir de un lugar a otro (Mt 19,1). ¿Con qué fin? No sólo para ganar mayor número de hombres para el amor de Dios, frecuentando su trato, sino también, a mi parecer, para santificar un mayor número de lugares. Para el judío se hizo judío, para ganar a los judíos; para ganar a los que estaban bajo la ley, se sujetó a la ley, con los débiles se hizo débil, a fin de salvar a los débiles, se hizo todo a todos para ganarlos a todos (1 Cor 9,19-23).
«¿Por qué digo a todos, mientras Pablo dice a algunos, hablando de sí mismo? Porque yo pienso que el Salvador ha sufrido más. En efecto, no sólo se hizo judío, no sólo aceptó los nombres más absurdos e injuriosos, sino también, y es más absurdo, Él se hizo pecado (2 Cor 5,21). Ciertamente Él no lo es (Gál 2,17), pero recibió el nombre. ¿Cómo podría Él ser pecado el que nos libra del pecado (Rom 6,18-22)? ¿Y como será maldición el que nos rescató de la maldición de la ley (Gál 3,13)? Pero Él llega hasta eso para hacernos ver qué es la humildad y mostrarnos la medida de esa humildad que nos ha merecido la exaltación (Lc 14,11). Como hemos dicho llega a pecado y desciende al nivel de todos, echa el anzuelo a todos para sacar el pez del fondo del mar, el que nada entre las olas agitadas y salobres de la vida del hombre» (Sermón 37,1).
–Con el Salmo 102 proclamamos: «el Señor es compasivo y misericordioso». El amor de Dios eclipsa a su majestad de juez. El Dios infinitamente grande se inclina como un padre sobre aquellos que se convierten a Él. Cristo es la manifestación visible de la invisible bondad de Dios, como dice San Pablo en la Carta a Tito (3,4-7). Allí encontramos la mejor definición que podría encontrarse de Cristo. Comenta San Agustín:
«No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único, quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo Él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó» (Sermón 131,5).
Años pares
–1 Reyes 19,19-21: Elías llama a Eliseo con un gesto profético. Con razón la vocación de Eliseo y su entrega absolutamente ha sido siempre un modelo de la obediencia que hemos de dar a toda llamada del Señor.
Los relatos sobre la vocación son, en muchas ocasiones, las páginas más impresionantes de la Biblia, como ya se ha expuesto en otras ocasiones al tratar de la vocación. Lo mismo podemos decir de los Santos Padres.
La vocación es el llamamiento que Dios hace al hombre, directamente o por medio de otros, que ha escogido y que destina a una obra particular de salvación. Es un llamamiento personal dirigido a la conciencia más profunda del hombre y que modifica radicalmente su existencia, haciéndolo otro hombre.
La llamada de Dios debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones. Dios tiene siempre unos planes más elevados: para el llamado y para los que aparentemente saldrían perjudicados por su marcha. Cuando Dios llama, ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con ojos humanos, puedan surgir razones que dilaten la entrega. Dice Suárez:
«Si Dios nos ha elegido, entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar una misión en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la aceptación tal cual es, porque ni depende de nosotros, ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo» (La Virgen Nuestra Señora 81).
–La Iglesia en su liturgia lo expone con el Salmo 15: «Tú eres, Señor, el lote de mi heredad». No se trata de alguien que busca refugio en Dios, y pide fortaleza para permanecer siempre contra todas las dificultades en esta fidelidad primera. Esta es la opción de todo creyente verdadero que la hizo para siempre. Pero el peligro existe. Son muchos los ídolos que se presentan en su vida para alejarlo del camino emprendido: el dinero, el placer, el poder, los honores... por esto exclama: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»
–Mateo 5,33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto. La verdad y la sinceridad de la propia palabra tiene que ser suficiente para que nos consideren dignos de crédito. San Agustín expone su propia experiencia:
«Un juramento en falso no es un pecado sin importancia; al contrario, el jurar en falso es pecado tan grande que el Señor prohibió todo juramento, para evitar el juramento en falso» (Sermón 307,2).
En otro lugar dice: «También yo juraba a cada momento: también yo tuve esta costumbre horrible y mortal. Lo confieso a vuestra caridad. Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere; y la mala costumbre deja lugar a la buena» (Sermón 180,10).
Esto nos obliga a ser siempre sinceros. La sinceridad es una virtud cristiana por excelencia porque está relacionada íntimamente con la verdad y Jesucristo nos dijo que Él era la Verdad. La sinceridad del Señor fue reconocida por su propios enemigos (cf. Mt 22,15ss.). A veces nos da miedo la verdad, porque es exigente y comprometida.
Muy relacionada con la sinceridad está la sencillez, consecuencia de vivir la vida de infancia espiritual. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro. Se oponen a la sencillez la afectación y la oficiosidad, posturas superficiales, por las que el hombre se deja llevar movido por fórmulas o actitudes vacías, o por simple imitación de otras personas. Se oponen también la pedantería, la jactancia y la hipocresía. Casiano dice:
«Son más peligrosos y más difíciles de remediar los vicios que tienen apariencia de virtud y se cubren con la apariencia de cosas espirituales, que los que tienen claramente por fin el placer sensual. A estos, en efecto, como las enfermedades que se manifiestas con claridad, puede atacárseles de frente y se les cura al instante. Los otros vicios, en cambio, paliados con el velo de la virtud, permanecen incurables, agravando el estado de los pacientes y haciendo desesperar el remedio» (Colaciones,4).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi auxilio. No me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación».
Colecta (del Misal anterior, y antes de los Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «¡Oh Dios!, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con nuestras acciones y deseos».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Tú nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te presentamos, el alimento del cuerpo y el sacramento que renueva nuestro espíritu; concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio de estos dones».
Comunión: «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida» (Sal 26,4) ; o bien: «Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros, dice el Señor» (Jn 17,11).
Postcomunión (del Misal anterior): «Que esta comunión en tus misterios, Señor, expresión de nuestra unión contigo, realice la unidad de tu Iglesia».
Todos constituimos un pueblo, que es el depositario de la gracia y de la obra de Cristo. Y, por lo mismo, depositario de la salvación que los demás hombres necesitan.
–Éxodo 19,2-6: Seréis para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Los Apóstoles son enviados, como lo había sido Moisés, para anunciar a los hombres sin esperanza, que Dios quiere hacer de ellos, su pueblo, Israel, pueblo sacerdotal, figura del nuevo pueblo de Dios. ¡Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal! ¡Pueblo de Dios: bendice a tu Señor!
Son apelativos legítimos del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y que pasan a la Iglesia, verdadero Pueblo de Dios en el Nuevo Testamento.
Los santos Padres han tratado muchas veces del sacerdocio común de los fieles. En esta ocasión trasladamos aquí un texto de San Pedro Crisólogo:
«Hombre, procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad; que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso; toma en tus manos la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar y, así afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio. Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad» (Sermón108).
–Por eso cantamos en el Salmo 99: «nosotros somos tu pueblo y ovejas de tu rebaño». Este Salmo nos lleva como de la mano al sacrificio puro y santo de la Nueva Alianza en la sangre de Cristo. Este es el verdadero sacrificio de expiación y de acción de gracias, la Eucaristía. En él podemos pagar con creces nuestras ofensas al Padre, puesto que en él se ofrece el Cuerpo y la Sangre de Cristo derramada por nuestros pecados. Pero, además, el sacrificio admirable y todo santo de la Cruz se reactualiza sacramentalmente en la Eucaristía, o Santa Misa. Y es el que funda y constituye la Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo y Pueblo de Dios congregado. Nunca mejor dicho que en la Cruz, en la Eucaristía, «Él nos hizo y somos ovejas de su rebaño», un pueblo santo, regio y sacerdotal.
–Romanos 5,6-11: Si fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con cuanta más razón seremos salvados por su vida. San Efrén dice:
«Nuestro Señor fue dominado por la muerte, pero Él venció a la muerte, pasando por ella como si fuera su camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con la cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.
«La muerte le mató gracias al cuerpo; pero Él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así, acabó con la muerte. La muerte destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.
«La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle a Él si Él no hubiera tenido un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si Él no hubiera estado revestido de un cuerpo, pero cuando hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros» (Sermón 3 sobre Nuestro Señor).
–Mateo 9,36-10,8: Llamó a sus doce discípulos y los envió. En el plan divino, Israel debía ser el que primero recibiera los beneficios de la ofrenda mesiánica (cf. Rom 1,16). La misión está confinada al territorio galileo. La autenticidad de su mensaje está garantizada con milagros. Sus propósitos misioneros no han de ser oscurecidos y frustrados por la ambición del dinero, ya que el poder de obrar milagros nada les ha costado a los Apóstoles. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los apóstoles, del reino de los cielos y de cuanto a él atañe. Mas no sólo por este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos... Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen» (Homilía 32,4,sobre San Mateo).
En la historia de la salvación los acontecimientos salvíficos evidencian la Voluntad de Dios por encima de los proyectos y esperanzas humanos. Aquélla termina siempre superando los planes y la capacidad limitada de los hombres.
–Ezequiel 17,22-24: Ensalcé un árbol humilde. El desastre del pueblo de Dios, en los días de Nabucodonosor y de la cautividad babilónica, fue resultado de una política, que confió más en los poderes humanos que en la fidelidad a Dios. Tras la humillación saludable, la iniciativa divina salvaría a su pueblo.
La misión de los profetas, como centinelas de los intereses espirituales de su pueblo, es situar en su debida proporción el alcance de los castigos de Dios a su pueblo. En medio de todas las encrucijadas críticas de la historia de Israel se cierne siempre la esperanza mesiánica, como norte de vida nacional. Esta lectura hace relación con el Evangelio de hoy, sin el cual no se la entiende. Una vez más se trata en la liturgia de la humildad y de su eficacia en orden a la Iglesia. San León Magno elogia la humildad:
«Reconozca la fe católica su nobleza en la humildad del Señor y encuentre su alegría la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en los misterios de su salvación... Mas para curar las enfermedades, para dar vista a los ciegos, para resucitar a los muertos, ¿qué hay más conveniente que curar las heridas del orgullo con los remedios de la humildad? (Sermón25,5).
–Con el Salmo 91 proclamamos que «Es bueno dar gracias al Señor». Los caminos de la providencia de Dios son, a veces, difíciles de comprender; pero el hombre de fe sencilla y humilde como la de un niño, podrá reconocer fácilmente que Dios va escribiendo en ellos la historia de un Amor infinito y de una fidelidad sin límites: «El justo crecerá como la palmera. Se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestros Dios. En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la maldad» .
–2 Corintios 5,6-10: En destierro o en patria nos esforzamos en agradar a Dios. La salvación definitiva del hombre no se debe a los valores humanos, ni es fruto de éxitos espectaculares terrenos. Es obra de Dios que nos la garantiza en Cristo y que habrá de juzgarnos por nuestra fidelidad a Él. San Agustín dice que Cristo es el camino para nuestra peregrinación:
«Mientras dura la peregrinación en este cuerpo mortal, camináis en la fe. Cristo Jesús, en su condición de hombre que se dignó tomar por nosotros, se ha convertido en camino seguro para vosotros; Cristo Jesús a quien tendéis, reservó, en efecto, gran dulzura para quienes le temen; quienes esperan en Él tendrán acceso en plenitud a ella cuando hayamos recibido también en la realidad lo que ahora hemos recibido en esperanza. Pues “somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). Lo mismo prometió en el Evangelio: “Quien me ama, dijo, guarda mis mandamientos. Y quien me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me mostraré a él” (Jn 14,21). Ciertamente le estaban viendo aquellos con quienes hablaba, pero en la forma de siervo, en la que es menos que el Padre. La primera la mostraba a quienes temían; la segunda la reservaba para quienes esperaban en Él; en aquélla se manifestaba a los que iban de viaje, a ésta llamaba a los que iban a habitar con Él; aquélla la mostraba a los caminantes, ésta la prometía a los que llegasen a la meta» (Sermón 260,A,1).
–Marcos 4,26-34: Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas. El estado glorioso del Reino futuro sucederá al estado actual de humildad. Comenta San Jerónimo:
«Pienso que las ramas del árbol del Evangelio, que crece del grano de mostaza, son los dogmas diversos, en los que descansa cada una de las aves dichas. Tomemos nosotros también alas de paloma para que, volando a las más altas, podamos habitar en las ramas de este árbol y hacernos nidos de las enseñanzas, huyendo de las cosas de la tierra y corriendo hacia las del cielo» (Comentario al Evangelio de San Mateo).
El Reino tiene en apariencia un comienzo humilde. Pero Cristo predice un notable desarrollo del que la historia da testimonio. No la inmediatez ni la espectacularidad. Sin embargo, no hay nadie que lo pare. Pasan los perseguidores, los detractores, los cismáticos, los malos hijos, los calumniadores. La Iglesia sigue creciendo por doquier y profundizando en santidad. Es admirable la cantidad de procesos de beatificación y canonización que hay en la Congregación para las Causas de los Santos y sigue aumentando sin cesar.
En este Domingo se nos recuerda la necesidad que tenemos de conversión permanente: penitencia por el pecado y nueva vida, propias de hijos de Dios, regenerados por el sacrificio redentor del Señor Jesús.
También nosotros somos pecadores ante Dios. Es menester reconocer humildemente nuestros pecados, pero también responder al designio de Dios, que quiere que rehagamos nuestras nuestras vidas por una penitencia eficaz y constante y nos reintegremos al Amor que brota de su Corazón divino.
–2 Samuel 12,7-10.13: El Señor perdona tu pecado. No morirás. Pecó David y, corregido por el profeta, confesó su pecado y se arrepintió: «Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia». En un comentario atribuido a San Agustín se dice:
«(Dios) vio el corazón de David, cuando, recriminado y gravemente por el profeta, después de las terribles amenazas de Dios, exclamó, diciendo: Pequé, y al instante escuchó: El Señor ha borrado tu pecado... Tal es el valor de estas dos sílabas: Pequé consta de dos sílabas, pero mediante ellas subió al cielo la llama del sacrificio del corazón. Así, pues, quien haga penitencia en verdad y se vea libre de la atadura que le tenía sujeto y separado del Cuerpo de Cristo, si después de haber hecho penitencia vive santamente, como ya debía haber vivido antes, muera cuando muera después de la reconciliación, se encamina hacia Dios, se encamina al descanso, no se verá privado del Reino de Dios, y será separado de la compañía del diablo» (Sermón 393).
–Con el Salmo 31 clamamos: «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado». Este salmo nos ofrece la alegría de la penitencia. El cristiano al meditarlo ha de tener muy presente que si, mediante la penitencia sincera, ha recuperado la paz y la alegría, eso se debe al sacrificio de Cristo en la cruz. Todo este salmo es una exhortación a frecuentar el sacramento de la penitencia con gran arrepentimiento y con verdadero dolor de corazón, que conduce al hombre a la fuente del verdadero gozo, que sólo se encuentra en la fidelidad a Dios.
–Gálatas 2,16.19-21: No soy yo; es Cristo quien vive en mí. San Agustín comenta:
«Aprende a orar como enemigo de ti mismo; mueran las enemistades. Tu enemigo es un hombre. Hay dos nombres: hombre y enemigo. Viva el hombre y muera el enemigo. ¿No te acuerdas cómo Cristo, el Señor, con la sola voz desde el cielo, hirió, tiró por tierra y dio muerte a un enemigo, Saulo, acérrimo perseguidor de sus miembros? No hay duda de que le dio muerte, pues murió en su perseguidor y se levantó convertido en predicador. Murió; si no me crees a mí, pregúntaselo a él. Escúchale y lee, oye su voz en la Carta a los Gálatas: “vivo, pero ya no soy yo quien vive” (2,20). Vivo, dice, pero ya no soy yo. Luego él murió. ¿Y cómo hablaba? Vive en mí Cristo. En la medida de tus fuerzas, ruega, pues, que muera tu enemigo, pero considera en qué forma. Si muriese sin que su alma abandone el cuerpo, tan sólo perdiste a un enemigo y a la vez conseguiste un amigo. Por tanto, que vuestra oración no sea para pedir la muerte corporal de vuestros enemigos» (Sermón 105,A).
La ley divina denuncia nuestros pecados; pero no tiene capacidad para regenerarnos. Esto sólo ha sido posible por el sacrificio redentor de Cristo, que nos da la posibilidad de una vida nueva.
–Lucas 7,36-8,3 : Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor . Dejemos a un lado la identidad de la persona; son muchas las opiniones que han dado los Santos Padres. Jesús declara que sus pecados han sido perdonados y el amor que ella siente en agradecimiento es manifestado a Jesús. De todos modos es evidente que ella trata a Jesús como Dios, pues sólo Dios puede perdonar los pecados. San Ambrosio nos exhorta:
«Tú también, si quieres la gracia aumenta el amor; derrama sobre el cuerpo de Jesús la fe en la resurrección, el olor de la Iglesia, el perfume del amor para la comunidad; y mediante tal progreso tú darás al pobre. Este dinero te será más útil si, en lugar de dar de tu abundancia, prodigas en nombre de Cristo lo que te hubiera servido, si lo das a los pobres como una ofrenda a Cristo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VI ,29).
11Lunes
Años impares
–2 Corintios 6,1-10: Damos prueba de que somos servidores de Dios. Exhorta San Pablo a los fieles para que den acogida a la gracia de Dios en el tiempo favorable, vaticinado por los profetas. Luego manifiesta que él siempre ha procedido como ministro de Dios en medio de numerosas dificultades de su vida apostólica. San Agustín también explica este pasaje de San Pablo:
«¿Qué significa que unos lleven las cargas de los otros? Lleve el carnal la carga de otro hombre carnal y el espiritual las de otro espiritual. Llevad mutuamente unos los pecados de los otros, es decir, no os desentendáis recíprocamente de vuestros pecados. Argüid a aquellos con quienes tenéis confianza; amonestad a los demás, si tenéis confianza para argüirlos; y, si es necesario, para que nadie peque, orad, rogad. ¿O acaso os he humillado al decir rogad? Escuchad al Apóstol: “al mandároslo, dijo, rogamos también para que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Cor 6,1)» (Sermón 163,B,4).
En otro lugar dice: «No tener nada superfluo, nada que sea una carga, nada que ate, nada que sea un impedimento. En efecto, también ahora se cumple más auténticamente en los siervos de Dios aquello: “como quien nada tiene y todo lo posee” (2 Cor 6, 10). No tengan nada a lo que puedan llamar tuyo y todo será tuyo; si te adhieres a una parte, pierdes la totalidad, pues lo suficiente es lo mismo, venga de la riqueza o de la pobreza» (Sermón 350,A,4).
–Con el Salmo 97 decimos: «El Señor da a conocer su victoria... revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad». Dice San Roberto Belarmino:
«Las maravillas de la bondad y fidelidad divinas llegaron a una realización impensable para la mente humana, con la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios, Cristo, nuestro Salvador. Este Rey mesiánico vino a ganar la batalla de la salvación del mundo; pero expulsó al enemigo no con armas o fuerzas corporales, sino con el amor, la humildad, la paciencia y con el mérito de su vida santísima y con su sangre preciosa derramada por amor» (Sermón 3,2)
Años pares
–1 Reyes 21,1-14: Nabot muerto apedreado. La perfidia de los hombres hace estragos en la humanidad y consuma todas las maldades.
«Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno» (Gén 1,31). La oposición entre el bien y el mal plantea al creyente de nuestros días un serio problema, para el que la Biblia misma nos ofrece elementos de solución: ¿De dónde viene el mal en este mundo creado bueno?, ¿Cuándo y cómo se le vencerá? La bondad de las criaturas se mide en relación con el Dios Creador, único que da a las cosas su bondad.
Pero la bondad del hombre constituye un caso particular. Depende en parte de él mismo. Dios le concedió un gran don: la potestad de elegir. Si rechaza el mal y hace el bien, observando la ley de Dios y conformándose con su voluntad, será bueno y agradará a Dios; de lo contrario, será malo y lo desagradará. Su elección determinará su calificación moral y, consiguientemente, su destino. El primer hombre y la primera mujer escogieron el mal. Buscaron su bien en las criaturas, pero fuera de la voluntad de Dios. Fueron castigados. Esto se plantea en todo hombre, más aún con las consecuencias del pecado original. Pero vino Cristo y nos dio su gracia para vencer el mal. Escogiendo el cristiano vivir con Cristo, se desolidariza de la opción de Adán.
–El cristiano ora a Dios para que atienda sus gemidos ante el mal que le acosa, como pedimos en el Salmo 5. El cristiano ha de salir cada mañana para librar la lucha diaria en un mundo «instalado en el mal» (Jn 5,19). Nada mejor que acudir a Dios, a la intimidad de su presencia, para emprender con alegría la nueva jornada: «Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios mío. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia. Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos...»
Todo pecado es una falta de fe, porque ciega al hombre para que no vea la profunda realidad de las cosas, que son tal y como Dios las ve. Es una falta de amor, porque el hombre no se acepta en esa esencial correlación amorosa con Dios Creador y con los demás hombres. Es un orgullo que trata de romper los diques que limitan su libertad. Es una autodestrucción.
–Mateo 5,38-42: Yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. No hay que devolver mal por mal, sino bendecir. Existía la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Cristo que habla de nuevo al alma de cada cristiano, subordina la justicia estricta a la caridad generosa. Su punto de vista es aclarado con cuatro pequeños ejemplos. Mas hay que conceder un margen al vigor del lenguaje. Comenta san Agustín:
«Da algo a quien no tiene, puesto que también tú creces de algo. ¿Acaso tienes la vida eterna? Da, pues, de lo que tienes para adquirir lo que no tienes. Llama el mendigo a tu puerta: llama también tú a la puerta de tu Señor. Dios hace contigo, su mendigo, lo que haces tú con el tuyo. Da, por tanto, y se te dará; pero si no quieres dar. ¡Allá tú!... Veamos quien de nosotros sufre mayor daño: yo que me veo defraudado en un bocado, o tú, que te verás privado de la vida eterna; yo que soy castigado en el estómago, o tú, que lo eres en la mente; por último, yo que ardo de hambre, o tú, que has de ser entregado al fuego y llamas voraces. Ignoro si la soberbia del rico podrá dar respuesta a estas palabras del pobre. “Da, dice el Señor, a todo el que te pida” (Mt 5,42). Si a todos, cuánto más al necesitado y al mísero, cuya flaqueza y palidez están mendigando, cuya lengua calla, a la vez que piden limosna su suciedad y gemidos. Escúchame, oh rico, y sea de tu agrado mi consejo. Redime tus pecados con la limosna... Da de aquello que te hace ser admirado, llénate de cosas más admirables para llegar al reino de los cielos» (Sermón 350,B).
Años impares
–2 Corintios 8,1-9: Cristo se hizo pobre por vosotros. San Pablo recomienda la generosidad de los fieles para con los necesitados. De este modo imitarán a Cristo. San Agustín pone ese texto al comentar que los invitados a la cena no quisieron venir, y dice:
«No vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y que tenían la vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo, casos más desesperados cuanto más soberbios. Vengan, pues, los mendigos, ya que invita el que “siendo rico se hizo pobre por nosotros para que los mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Vengan los débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos. Vengan los cojos... Vengan los ciegos...» (Sermón 162,8).
Venimos nosotros y somos servidos.
–Por eso alabamos al Señor con el Salmo 145: «alaba, alma mía, al Señor. Lo alabaré mientras viva»... Con ese Salmo se ponen de manifiesto la grandeza y el poder real de Dios de tal manera, que, atraídos por la misericordia, el poder y la bondad de Dios, se despeguen de los atractivos ilusorios y engañosos de este mundo y pongan su esperanza sólo en Dios. Este mensaje del Salmo es de perpetua utilidad. Cristo es nuestro Modelo. Él llevó una vida entera pendiente de su Padre hasta el punto de decir que su comida era hacer la voluntad del Padre (Jn 8,29). San Agustín comenta:
«Contra tus venenosas insinuaciones canta el mártir: “alabaré al Señor mientras viva” (Sal 145,2). Entonces, una vez que haya muerto, ¿ya no lo alabarás? Al contrario, lo harás con mayor intensidad que mientras dura la vida. No se puede hablar de duración lo que no tiene fin» (Sermón 335,B,2).
Años pares
–1 Reyes 21,17-29: Has hecho pecar a Israel. El profeta Elías manifiesta al rey la gravedad de su crimen con la muerte de Nabot y le anuncia el castigo. El rey hace penitencia y obtiene que se retrase la ejecución de la sentencia.
Lógicamente la Iglesia indica como Salmo responsorial algunos versos del Salmo 50 con el estribillo: «Misericordia, Señor, hemos pecado» . El pecado es un mal intolerable. Es la muerte. Todo el Salmo está construido sobre la oposición: muerte–resurrección; pecado–perdón. El pecado es un mal esencial, porque se mide su gravedad en relación con el Bien esencial que es Dios. El pecado no se mira como la infracción de una regla, o de un código de conducta, sino como la infidelidad a un Amor: el Amor eterno e infinito de Dios, Es un mal trascendente.
–El Salmo 50 contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica... Comenta San Agustín:
«Fíjate en el rey David. También él había recibido ya los sacramentos de su tiempo... Ya estaba también ungido con la unción venerable en la que estaba figurado el sacerdocio real de la Iglesia. De forma repentina se hizo reo... No en vano, pues, arrepentido, clamó al Señor desde tan terrible y abrupto abismo del crimen, diciendo: Aparta tu rostro de mis pecados... ¿En mérito de qué, sino a lo que dice a continuación: Reconozco mi maldad y mi pecado está siempre en tu presencia. ¿Qué le ofreció al Señor para tenérselo propicio? Si hubieras querido un sacrificio... (Sal 50,11,5.18-19). Así, pues, no sólo le ofreció devotamente este sacrificio, sino que también mostró con esas palabras lo que convenía ofrecerle. No basta, en efecto, mejorar las costumbres y apartarse de las malas acciones, si no se satisface a Dios por todo cuanto se ha hecho mediante el dolor de la penitencia, el gemido de la humildad, el sacrificio de un corazón contrito y la colaboración de las limosnas» (Sermón 351,12).
–Mateo 5,43-48: Amad a vuestros enemigos. La doctrina de la nueva justicia alcanza su culmen en el amor a los enemigos. Hasta ese punto de perfección deben tender los discípulos de Cristo, si quieren imitar al Padre que está en los cielos. San Juan Crisóstomo nos exhorta:
«¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más de nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso.
–«¿Y qué hay, me dices, superior a eso? –Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros, no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: no le aborrecerás, sino: le amarás. Ni dijo: no le hagas daño, sino: hazle bien.
«Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud!
«Contémoslo de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra parte mal a nadie. El segundo, que si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica!. De ahí también el espléndido premio que se le promete... Se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres» (Homilía 18,3-4 sobre San Mateo).
11Miércoles
Años impares
–2 Corintios 9,6-11: Al que da de buena gana lo ama Dios. Se trata de la colecta por los pobres de Jerusalén. Quien da limosna con generosidad, atrae para sí las bendiciones de Dios. Comenta San Agustín:
«Esto te dice el Señor: Dame y recibe. En el momento debido te devolveré. ¿Qué devolveré? Me diste poco, recibirás mucho; me diste bienes terrenos, te devolveré celestiales; me diste temporales, los recibirás eternos; me diste de lo mío, recíbeme a Mí mismo... Mira a quien prestas. Él alimenta y pasa hambre por ti; da y está necesitado. Cuando da, quieres recibir; cuando está necesitado, no quieres dar. Cristo está necesitado cuando lo está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos la vida eterna, se ha dignado recibir de manera temporal en cualquier pobre» (Sermón 38,8).
Y en otro lugar dice:
«...Así, pues, cuando haces una obra de misericordia, si das pan, compadécete de quien está hambriento; si le das de beber, compadécete del que está sediento... Si amamos a Dios y al prójimo, no hacemos nada de esto sin dolor de corazón... Estas son nuestra buenas obras que confirman nuestro ser cristiano... Esto os digo que “quien siembra escasamente, escasamente recogerá” (2 Cor 9,6). Mas, cuando siembras, es decir, al hacer las obras de misericordia, siembras entre lágrimas, puesto que te compadeces de aquél a quien se las haces...» (Sermón 358 A,1-2).
–Con el Salmo 111 proclamamos: «dichoso quien teme al Señor». Pocos salmos como éste ponen tan de relieve que el justo es un aliado de Dios, que de todo corazón cumple con la justicia, como Dios es justo: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos... Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta y alzará la frente con dignidad»
Años pares
–2 Reyes 1,6-14: Lo separó un carro de fuego y Elías subió al cielo . El hombre de Dios desaparece misteriosamente de la vista de los que lo rodean, arrebatado por el «torbellino», «el carro de Israel y su auriga», dejando a Eliseo su espíritu profético para que continúe la obra de Dios. Al rapto misterioso corresponde un retorno escatológico (Mal3,23 ss. Eclo 48,10).
El Evangelio nos aclara que ese retorno escatológico se realiza en Juan Bautista Son muchos los pasajes evangélicos que lo relacionan con la persona y actuaciones diversas del profeta Elías (Mt 17,10-13), pero de forma misteriosa (Jn 1,21.25)... San Juan Bautista realiza la figura de Elías sobre todo en lo que se refiere a la penitencia (Mt 3,4; 2Re 1,8). San Clemente Romano dice, a propósito de los dones concedidos por Dios a sus elegidos:
«¡Qué bienhadados y maravillosos, carísimos, son los dones de Dios! Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en libertad, fe en confianza, continencia en santificación, y no sólo lo que ahora alcanza nuestra inteligencia. Pues, ¿qué será lo que está aparejado a los que esperan? Sólo el Artífice y Padre de los siglos, el Todo–Santo, sólo Él conoce su número y su belleza. Ahora, pues, por nuestra parte, luchemos por hallarnos en el número de los que esperan, a fin de ser también partícipes de los dones prometidos» (Carta a los Corintios35,1-4).
–Con el Salmo 30 proclamamos: «sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor». En este salmo encontramos cuatro ideas maestras: entrega sin límites, entrega activa, entrega a la justicia que salva, Dios no quiere la adoración de los ídolos.
El que es constante con los principios de la fe trabajará en el mundo con toda responsabilidad y dedicación, sin complejos de ninguna clase. Pero no por eso se verá libre de conjuras humanas. Sin embargo el justo ha puesto su vida en manos de Dios, a ejemplo de Cristo. En esa entrega total encontrará plena libertad de espíritu para obrar el bien y una fuente de gozo y alegría que nadie le podrá arrebatar.
–Mateo 6,1-6.16-18: Tu padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Todo ha de ser hecho por amor de Dios: limosna, ayuno, oración... San Juan Crisóstomo explica:
«Quiere ahora el Señor desterrar de nosotros la más tiránica de las pasiones: aquella rabia y furor por la vanagloria que suele precisamente atacar a los que obran bien. Nada dijo al principio sobre este punto, pues fuera superfluo, antes de instruirnos sobre nuestros deberes, darnos lecciones sobre cómo habíamos de cumplirlos. Una vez que nos introdujo en la filosofía, entonces, sí, era momento de limpiarla de esta peste que subrepticiamente se le infiltra. Porque esta enfermedad no nace así como así, sino después que hemos ya cumplido mucho de lo que se nos ha mandado. Tenía, pues, que plantar primero la virtud y destruir luego aquella pasión que suele corromper su fruto. Y advertid por dónde empieza el Señor: por el ayuno, la oración y la limosna, pues en estas buenas obras es donde señaladamente suele anidar la vanagloria» (Homilía 19,1, sobre San Mateo).
11Jueves
Años impares
–2 Corintios 11,1-11: Os anuncié de balde el Evangelio de Dios. San Pablo se defiende de falsas acusaciones. Estas siempre existirán por causa de la envidia. Miremos lo que dice San Basilio sobre ellas:
«Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrado por olor de las cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras, así también los envidiosos, no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en podrido o corrompido; y si notan alguna falta en alguno –como sucede en la mayor parte de la cosas humanas– la divulgan y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas: (Homilía sobre la envidia 3,2).
Mas como esto no es posible evitarlo incluso sin hacer mal, como en el caso de San Pablo, hemos de estar dispuestos a presentar la verdad de los hechos y luego estar tranquilos, como dice San Gregorio Magno:
«¿Qué importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, de la misma manera que no debemos excitar intencionadamente las lenguas de los que injurian para que no perezcan, debemos sufrir con ánimo tranquilo las movidas por su propia malicia, para que crezca nuestro mérito» (Homilía sobre los Evangelios, 3,4).
–Con el Salmo 110 decimos: «Justicia y verdad son las obras de tus manos, Señor». La fidelidad de Dios permanece para siempre y sus preceptos siguen siendo fuente de vida y manifestación de su bondad y de su justicia. En Cristo se manifestó de un modo insuperable la bondad, la fidelidad, la justicia de Dios y su inmenso amor a los hombres: «Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Esplendor y belleza son su obras, su generosidad dura por siempre; ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente. Justicia y verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza; son estables para siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud». Es lo que hizo San Pablo ante los Corintios.
Años pares
–Eclesiástico 48,1-14: Elogios de Elías y de Eliseo. Es una página lírica dentro del elogio de los antepasados. Se canta a Elías como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. Desde la elección de Abrahán el signo del fuego resplandece en la historia de la salvación (Gén 15,17). En Israel el fuego tiene sólo valor de signo, que hay que superar para hallar a Dios. En efecto, cuando Yavé se manifiesta en «forma de fuego», ocurre esto siempre en el transcurso de un diálogo personal. No es el único símbolo. El fuego divino desciende entre los hombres en la persona de los profetas, pero entonces se trata ordinariamente de vengar la santidad divina, purificando o castigando, como en Moisés, como en Elías que es llamado «una tea ardiente». San Cirilo de Alejandría dice:
«Este fuego es saludable y útil, por el cual nosotros, que estábamos fríos y muertos por el pecado y por la ignorancia del verdadero Dios, somos despiertos para la vida religiosa, y nos hacemos fervorosos en el espíritu, según dice San Pablo (Rom 12,11); y conseguimos además la participación del Espíritu, a manera de fuego dentro de nosotros. Fuimos bautizados en el fuego, en el Espíritu Santo. Es habitual en la Sagrada Escritura llamar con el nombre de fuego a la enseñanza divina y a la fuerza y actuación del Espíritu Santo» (Comentario al Evangelio de San Lucas 2,4).
–El Salmo 96 habla precisamente del fuego que abrasa a los enemigos, de relámpagos que deslumbran el orbe y la tierra se estremece. El reino de Yavé aparece como la venida de Dios, en toda su majestad, para juzgar al mundo, al final de los tiempos. Pero este juicio, a primera vista estremecedor, se convierte en un juicio liberador del justo. Por eso, el cristiano, lejos de temer, anhela la venida gloriosa del Señor que va a juzgar al mundo; porque ése es el acto culminante de la obra salvífica. Sin embargo, es un toque de alerta para que el cristiano expulse valientemente de su corazón tantos ídolos de aficiones y pasiones desordenadas, que esclavizan y envilecen al hombre. No podemos olvidar lo que dice el Salmo: «Delante de Él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos» .
–Mateo 6,7-15: La oración del Padrenuestro. Comenta San Juan Crisóstomo,
«Mirad cómo de pronto levanta el Señor a sus oyentes y desde el preámbulo mismo de la oración nos trae a la memoria toda suerte de beneficios divinos. Porque quien da a Dios el nombre de Padre por ese sólo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta como hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. De doble manera, pues, levanta el Señor los pensamientos de sus oyentes: por la dignidad del que es invocado y por la grandeza de los beneficios que de Él habían recibido» (Homilía19,4, sobre San Mateo).
Años impares
–2 Corintios 11,18.21-30: Tengo la preocupación de todas las comunidades . San Agustín habla de los trabajos de San Pablo en el apostolado:
«Una vez convertido de perseguidor en predicador, ¿qué tuvo que soportar? “Peligros en el mar, peligros en los ríos, peligros en la ciudad”... (2 Cor 11,26-29). He aquí el perseguidor. Sufre, aguanta; padeces más que hiciste padecer; pero no te sientas molesto, pues has cobrado los intereses. Pero, ¿qué esperaba cuando soportaba tales cosas? Cuando soportaba con valentía todos esos males, por duros y pésimos que fueran, pero siempre temporales, ardía en amor por las cosas eternas. Cualquier suplicio que tenga fin es llevadero cuando se promete un premio eterno.
«Y con todo, cuando soportaba eso, ¿no lo soportaba en él y con él quien nunca desfallece? Decididamente me atrevo a afirmarlo; no era Pablo mismo quien lo soportaba. Lo soportaba él, porque en su fe así lo quería y, a la vez, no lo soportaba él, porque en él habitaba la fuerza de Cristo. Cristo reinaba. Cristo otorgaba las fuerzas. Cristo no lo abandonaba. Cristo corría en la persona del corredor. Cristo lo conducía hasta la palma» (Sermón 299 C,3).
–Con el Salmo 33 proclamamos: «El Señor libra a los justos de todas sus angustias». La fe y la justicia no son un seguro que exime al justo de las espinas de este valle de lágrimas, en la vida ordinaria, en el apostolado, en todo momento. Quiere decir que Dios lo mira con complacencia; que en Dios tiene un valedor omnipotente y lleno de amor y que, por tanto, todo terminará en bien. Así lo explica San Agustín:
«¡Cuántas cosas soporto y nadie me oye! Si me oyera, tal vez, dices, apartaría de mí la tribulación; grito y soy atribulado. Permanece constantemente en sus caminos y cuando seas atribulado te oirá... Como las madres, cuando refriegan a sus hijos en el baño y estos lloran... ¿Crueles? Por el contrario, son misericordiosísimas, sin embargo, lloran los niños y no se les perdona. Así también nuestro Dios está lleno de amor; pero parece que no nos oye, con el fin de sanarnos y perdonarnos para siempre» (Sermón segundo sobre este Salmo).
Años pares
–2 Reyes 11,1-4.9-18.20: Ungió a Joás y todos aclamaron: ¡Viva el Rey! Renovación de la alianza entre Dios, el rey y el pueblo. Toda la historia de Israel, ya lo hemos dicho, es la historia de los pactos entre Dios y su pueblo. El pueblo rompe la alianza por su rebeldía e infidelidad y los reanuda la infinita misericordia de Dios. Esto también nos atañe a nosotros. Es cierto que el Pacto hecho con Cristo y sellado con su preciosísima Sangre no puede romperse jamás. Pero nosotros podemos apartarnos de él por nuestros muchos pecados.
Si denuncian los profetas unánimemente la infidelidad de Israel a Dios, si anuncian las catástrofes que amenazan al pueblo pecador, lo hacen en función del pacto del Sinaí, de sus exigencias y de las maldiciones que formaban parte de su temor. San Agustín habla del temor de Dios:
«Ama la bondad de Dios, teme su severidad; una y otra no te permitirán ser orgullosa. Amando, temerás ofender gravemente al amante y al amado. Pues, ¿qué ofensa puede haber más grave que desagradar por soberbia a quien por causa tuya desagradó a los soberbios?... El temor del que habla San Pablo en Rom 8,15 creo que es el que tenían en el Antiguo Testamento de perder los bienes temporales que Dios les había prometido, no todavía como hijos dirigidos por la gracia, sino como a siervos sometidos bajo la ley. Es también el temor del fuego eterno; pues si se sirve a Dios por evitarlo, no hay todavía perfecta caridad. Una cosa es el deseo del premio, otra el temor del castigo» (Sobre la santa virginidad 38).
–Con el Salmo 131 proclamamos: «el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella». Dios no se deja vencer en generosidad, a la ruptura de los pactos por la infidelidad de Israel sigue la reanudación por parte de Dios que es infinito en amor y en todas sus perfecciones. Dios bendijo a David con una descendencia eterna, que no es otra que Cristo, el Ungido del Señor, Rey mesiánico en quien habita la plenitud de la divinidad como en un templo. El cristiano fiel a la voluntad de Dios es también un templo vivo de Dios. Así se edifica en este mundo la Jerusalén celestial, la Iglesia, construida como un inmenso templo de piedras vivas que son los cristianos, edificados sobre la piedra angular que es Cristo, el descendiente de David (Ef 2,20).
–Mateo 6,19-23: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El discípulo auténtico de Cristo se desliga de las riquezas terrenas para amontonar tesoros en el cielo, es decir, ante Dios. Si la mirada del hombre está fija en Dios, toda su persona es transparente a la luz divina. San Juan Crisóstomo explica con claridad:
«Por eso, como antes he dicho, añade el Señor otra razón, diciendo: Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Como si nos dijera: aun cuando nada de lo dicho sucediese, no será menguado el daño que vas a sufrir, clavado quedarás en lo terreno, hecho de libre esclavo, desterrado del cielo e incapaz de tener pensamiento elevado. Todo será dinero, interés, préstamos, ganancias y viles negocios. ¿Puede haber cosa más miserable? Un hombre así está sometido a una esclavitud más dura que la de todos los esclavos, y nada hay más triste que haber abdicado de la nobleza y libertad del hombre. Por más que se te hable, mientras tengas clavado el pensamiento en el dinero, nada serás capaz de oír de lo que te conviene. Serás como un perro atado a un sepulcro. Tu cadena –la más fuerte de las cadenas– será la tiránica pasión por el dinero: Aullarás contra todos los que se te acerquen y no tendrás otro trabajo, y continuo trabajo, que el de guardar para vosotros lo que tienes. ¿Puede haber suerte más miserable?» (Homilía 20,3 sobre San Mateo).
11Sábado
Años impares
–2 Corintios 12,1-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades. Habla San Pablo de su revelaciones, pero también de sus debilidades, que supera por la gracia de Jesucristo. Comenta San Agustín:
«En cuanto me es posible voy tras las huellas de aquel atleta de Cristo, es decir, del Apóstol Pablo, que dice: “ni yo mismo, hermanos, pienso haberlo alcanzado”. Ni yo mismo (Flp 3,13). ¿Qué ese yo mismo? ¿Yo que trabajo más que todos ellos? Sé, apóstol, de qué manera pronuncias ‘yo’: es una expresión enfática, no manifestación de orgullo... He trabajado más que todos ellos. Y como si dijéramos nosotros: ¿Quién? nos responde: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Así, pues, el que estaba en posesión de tanta gracia de Dios que, a pesar de haber sido llamado más tarde, trabajó más que los que lo habían precedido, dice no obstante: Hermanos, ni yo mismo pienso haberlo alcanzado. Vuelve a aparecer el ‘yo’ donde indica no haberlo alcanzado. El no alcanzarlo es resultado de la debilidad humana. En cambio cuando habla de que fue elevado al tercer cielo.. no dijo ‘yo’. ¿Qué dijo entonces? “Conozco a un hombre que hace catorce años”... (2 Cor 12,2). Conozco a un hombre... y ese hombre era el mismo que hablaba, y, como atribuyó a otro lo que había tenido lugar en él, no faltó» (Sermón 261,3).
–Con el Salmo 3 decimos: «gustad y ved qué bueno es el Señor». Ya lo hemos expuesto. La experiencia mundana parece decir lo contrario y, sin embargo, esto es, encontrar en Dios todo su gozo. Quien tiene a Dios tiene lo esencial, aun cuando se viera falto de muchas cosas; quien no tiene a Dios, aunque tenga abundante riqueza, vive en la más absoluta indigencia. Dios es el Bien esencial e insuperable. Ante Él palidecen todos los demás bienes transitorios y perecederos. Por eso dijo el Señor: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33)
Años pares
–Crónicas 24,17-25: Muerte de Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá. Cristo lo evocó como precursor de los mártires cristianos (Mt 23,35). No obstante la infidelidad de los israelitas, Dios es fiel a sus promesas. Ha sellado una alianza con su elegido. Fundó un linaje perpetuo davídico y edificó su trono para todas las edades. Sólo en Cristo se cumplieron plenamente esas promesas. Los hijos de David abandonaron la ley del Señor, no siguieron sus mandamientos, profanaron sus preceptos... Dios los castigó, pero no retiró su favor ni desmintió su fidelidad.
El cristiano, como el piadoso salmista, tiene que vivir de la fe, seguir esperando contra toda esperanza, porque mientras viva en esta peregrinación terrenal, sabe que no tiene en este mundo una mansión permanente. Es como un extranjero que vive lejos del Señor (2 Cor 5,6). El Pueblo de Dios y cada uno de sus miembros es consciente de que en esta vida le quedan duras etapas que recorrer bajo la incomprensión, injuria y persecución. Pero nuestra esperanza es firme, pues está puesta en Cristo, que dijo: «si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros».
–En el Salmo 88 el salmista hace decir a Dios: «le mantendré eternamente mi favor. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades... Mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas; pero no les retiraré mi favor ni desmentiré mi fidelidad» .
–Mateo 6,24-34: No os agobiéis por el mañana. Hay que entregarse sin condiciones al servicio del único Amo y someterse por entero a Aquel que conoce cuanto necesitamos. Ante todo debe interesarnos la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. San Juan Crisóstomo así lo explica:
«No os preocupéis. Es decir, que, una vez mostrado el daño incalculable, extiende aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del sustento necesario... No porque el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que también aquí nos da las razones... Pues el que os ha dado lo más ¿no os dará lo menos... No es el alimento el que le hace crecer, sino la providencia de Dios... Si tanta cuenta tiene Dios de los pobres animalillos, ¿cómo no la va a tener con nosotros?» (Homilía21 2 y 3 sobre San Mateo).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su Pastor y llévalos siempre» (Sal 27,8-9).
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de su amor».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Gelasiano): «Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza, para que, purificados por tu poder, te agrademos con la ofrenda de nuestros amor».
Comunión: «Los ojos de todos te están aguardando, Señor, tú les das la comida a su tiempo» (Sal 144,15); o bien: «Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas, dice el Señor» (Jn 10,11.15).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Renovados con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, imploramos de tu bondad, Señor, que cuanto celebramos en cada eucaristía sea para nosotros prenda de salvación».
Se nos presenta en este domingo el drama existencial del cristiano auténtico, en su condición de testigo de Cristo con todas sus consecuencias. No es el discípulo de mejor condición que su Maestro. Él fue vaticinado como «signo de contradicción» (Lc 2,34). Por lo mismo el cristiano no puede quedar extrañado de que le surjan contradicciones y dificultades. Pero Cristo venció y el que le sigue también participa de su victoria.
–Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos. Jeremías, por su fidelidad a Dios y por su misión de testigo de sus designios ante el pueblo degenerado y frívolo, fue personalmente un signo de contradicción en medio de los suyos. Figura de Cristo y de los cristianos.
–Es bien expresivo el Salmo 68 sobre el tema de la contradicción: «Por Ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro». Ante todo vemos en este Salmo la figura de Cristo, el Hijo de Dios, devorado por el celo de la Casa y de la causa de su Padre; muerto por nuestros pecados, insultado, abandonado de todos saciada su sed con vinagre...
«Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre, porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Pero mi oración se dirige a Ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión vuélvete hacia mí. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a los pobres, no desprecia a los cautivos. Alábenlo el cielo y la tierra, las aguas y cuanto bulle en ellas».
Buena ocasión para agradecer al Señor los beneficios de su Pasión, para seguirle, para imitarle, para soportar las contradicciones de la vida presente.
¡Qué caminos tan distintos siguen Dios y el hombre! Dios hecho hombre tiene sed y el hombre le da vinagre. El hombre tiene sed y Dios hecho hombre le da su propia Sangre para la vida eterna! (Mt 26,27). San Ignacio de Loyola decía:
«¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?»
–Romanos 5,12-15: El don no se puede comparar con la caída. San Pablo subraya nuestra solidaridad en la condenación a fin de exaltar nuestra solidaridad en la gracia que se nos da por Jesucristo. La vida de toda la humanidad es, por lo mismo, un signo de contradicción. El pecado de origen común y la gracia redentora de Cristo luchan en el interior de cada hombre. No es posible ser indiferente. Comenta San Agustín:
«Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor, que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre ¿qué nos llegó a través del Hijo del Hombre?... Por aquél el pecado, por Cristo la justicia. Por tanto todos los pecadores pertenecen al hombre, todos los justos al Hijo del Hombre» (Sermón255,4).
Y en otro lugar:
«Gracias a la acción mediadora de Cristo, adquiere la reconciliación con Dios la masa entera del género humano, alejada de Él por el pecado de Adán (Rom 5,12). ¿Quién podrá verse libre de esto? ¿Quién se distinguiría pasando de esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? No nos distingue los méritos, sino la gracia... Gracias a una sola persona, nos salvamos los mayores, los menores, los ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos; todos nos salvamos gracias a uno solo: Cristo» (Sermón 293,8).
–Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Los auténticos discípulos de Cristo habrán de afrontar siempre la contradicción de cuantos no conocen a Cristo o positivamente lo rechazan. «No puede ser el discípulo de mejor condición que el Maestro». San Juan Crisóstomo comenta:
«Ya, pues, que ha animado el Señor y levantado a sus apóstoles, nuevamente les profetiza los peligros que habrían de pasar, y nuevamente también presta alas a sus almas y los levanta por encima de todas las cosas. Pues, ¿qué les dice? No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. ¡Mirad cómo los pone por encima de todo! Porque no les persuade a despreciar sólo toda solicitud y la maledicencia, y los peligros, y las insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte violenta...
«¿Teméis la muerte, y por eso vaciláis en predicar? Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que se empeñen y porfíen... De suerte que, si temes el suplicio, teme a lo que es mucho más grave que la muerte del cuerpo.
«Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No, permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos de que desprecien la muerte. Así pues, no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo peligro. Y notad cómo con una breve palabra fija el Señor en sus almas el dogma de la inmortalidad del alma y cómo, plantadas en ella esa saludable doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos» (Homilía34,2, sobre San Mateo).
Dios es el único Dueño de la creación. Con ocasión de apaciguar la tempestad, Jesús hace que sus discípulos se pongan en interrogante acerca de su origen divino. San Pablo revela hoy el secreto de su vida: el amor de Cristo le ha conquistado. Ese amor que ha hecho de él una criatura nueva, le confiere una visión renovada del mundo: «Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo».
–Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Como Creador, cuyas huellas se nos evidencian en todas las obras de la creación, «Dios no se encuentra lejos de cada uno de nosotros. En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos,17,27-28).
–Esta lectura sirve de introducción a la del Evangelio y lo mismo también el Salmo 106: «Los hijos de Israel entraron en nave por el mar comerciando por las aguas inmensa... Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto; subían al cielo y bajaban al abismo... Pero gritaron a Dios en su angustia y los arrancó de la tribulación». Sea una interpretación simbólica de cuatro grupos de personas liberadas de peligros diversos, o sea una interpretación realista de cuatro grupos de personas que suben a Jerusalén para ofrecer sacrificios de acción de gracias, en el fondo es lo mismo: se dan gracias a Dios por los peligros de que los ha liberado, ya sea para significar la liberación de la cautividad de Babilonia u otros peligros.
Esto nos lleva a la acción de gracias por antonomasia: la Eucaristía que celebramos y que es el centro de la vida cristiana. Por ella damos también gracias a Dios por los beneficios que constantemente recibimos de él.
–2 Corintios 5,14-17: Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo. La suprema cercanía personal y amorosa de Dios a nosotros se ha consumado en el Corazón de Cristo. Su presencia viviente de Verbo encarnado, con el sello de su divinidad tras su Resurrección, le hace convivir misteriosamente con sus elegidos en la Iglesia. San Agustín dice:
«En efecto, ya ve a Cristo detenido el que dice: Y “si habíamos conocido a Cristo, según la carne, ahora no lo conocemos así” (2 Cor 5,16). En la medida en que es posible en esta vida, veía la divinidad de Cristo. Existe la divinidad de Cristo, existe la humanidad. La divinidad se detiene, la humanidad pasa. ¿Qué significa que la divinidad se detiene? No cambia, no se destruye, no retrocede. Su venida a nosotros no significó separarse del Padre; ni su Ascensión el moverse localmente» (Sermón 188,14).
«Ha llegado lo nuevo». San Juan Crisóstomo señala el cambio radical que ha supuesto la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, y la diferencia consecuente entre judaísmo y cristianismo:
«En lugar de una Jerusalén terrestre, hay una Jerusalén descendida del cielo; en lugar de un templo material y sensible, un templo espiritual que no aparece a nuestras miradas; en lugar de unas tablas de piedra, depositarias de la ley divina, son nuestros propios cuerpos los que han venido a ser el santuario del Espíritu Santo; en lugar de la circuncisión, el Bautismo; en lugar del maná, el Cuerpo del Señor; en lugar del agua que brotó de la roca, la sangre que salió del costado de Jesucristo; la cruz del Salvador reemplaza la vara de Aarón y Moisés, y el Reino de los Cielos a la tierra prometida» (Homilía 11 sobre 2 Cor).
–Marcos 4,35-40: ¿Quién es éste a quien el viento y las olas obedecen?. Jesucristo es mucho más que una «revelación de Dios» en medio de los hombres o que un signo humano de la divinidad. Es la presencia personal del Verbo consustancial al Padre, viviente en condición e intimidad humanas entre los hombres. Comenta San Agustín:
«Oíste una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Soplando el viento y encrespándose el oleaje, se halla en peligro la nave, peligra tu corazón. Oída la afrenta deseas vengarte. Te vengaste y, cediendo a la injuria ajena, naufragaste. ¿Cuál es la causa? Porque duerme en ti Cristo. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta, pues, a Cristo; acuérdate de Él, está despierto en ti; piensa en Él. ¿Qué querías? Vengarte. ¿Se te ha pasado de la memoria que El, cuando fue crucificado dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”? (Lc 23,34). Quien dormía en tu corazón no quiso vengarse. Despiértale, acuérdate de Él. Recordarle es recordar su palabra. Recordarle es recordar su precepto. Si Cristo está despierto en ti, ¿qué dices en tu interior? ¿Quién soy yo para querer vengarme? ¿Quién soy yo para proferir amenazas contra un hombre?... Por tanto calmaré mi ira y volveré a la quietud de mi corazón. Dio órdenes Cristo y se produjo la bonanza» (Sermón 63,2).
En el Evangelio, después de la confesión de fe de San Pedro, Jesús anuncia su Pasión e invita a sus discípulos a tomar cada uno su cruz para seguirlo. Esto ha sugerido colocar como primera lectura la profecía de Zacarías sobre el Siervo doliente, que prefiguraba a Cristo.
San Pablo nos recuerda que, por hallarnos unidos a Cristo a causa del Bautismo, no formamos ya más que un sólo Cuerpo con Él. Nada debe separar a quienes se reconocen en la fe hijos de Dios. ¿Seremos capaces de reconocer esta revelación fundamental por encima de nuestras divisiones?
–Zacarías 12,10-11: Mirarán al que traspasaron. Ya antes del acontecimiento redentor del Calvario, Dios había anunciado por sus profetas la condición victima solidaria del Mesías Redentor: El Gran Traspasado por nuestros pecados. Dice San Agustín:
«Oíd y entended; ya un profeta había dicho esto: Alzarán los ojos a Aquél a quien traspasaron. Verán, pues, la forma misma que traspasaron con una lanza; se sentará como juez; condenará a los verdaderos culpables quien fue culpado injustamente. Él mismo será quien venga en aquella forma. También tienes esto en el Evangelio» (Sermón 127,10).
El primogénito traspasado por nuestros pecados, que con su sacrificio en la cruz, está recabando nuestras miradas de amor penitente y agradecido. En la cruz se nos evidenció todo el amor de Dios a los hombres en la inmolación redentora del Corazón que tanto ha amado a los hombres.
Pero el sacrificio del Calvario es preciso hacerlo, de alguna manera, nuestro. Por la penitencia sincera, evidenciamos tener conciencia de la profunda necesidad que todos tenemos de Cristo.
Por la fe amorosa, podemos retornar a la condición bautismal de hijos de Dios marcados para la santidad.
–Con el Salmo 62 decimos: «Mi alma está sedienta de Ti, Señor, Dios mío». Del que traspasaron brotó sangre y agua: sangre del sacrificio y agua de vida y gracia. Al caer sobre nosotros esa agua fecunda, sentimos primero nuestra aridez, se exacerba nuestra sed de Dios, pues sentimos una corriente de vida, mejor que lo que comúnmente llamamos vida: es la gracia de estar unidos a Dios y recibir su espíritu»
–Gálatas 3,26-29: Los que habéis sido bautizados os habéis revestido de Cristo. Por el bautismo el misterio de la cruz se hace una realidad misteriosamente eficaz en nosotros. Nos incorpora a Cristo, haciéndonos participar de su condición de Hijo del Padre. San Juan Crisóstomo comenta este pasaje de San Pablo:
«Si la ley es un pedagogo y, encerrados, ella nos custodiaba, no es contraria a la gracia, sino que colabora con ella. Por el contrario, se le opondría si, venida la gracia, ella persistiera en mantener su dominio. Corrompería nuestra salvación si impidiera acudir a la gracia. Sería como la lámpara que iluminando de noche, impidiera, llegado el día, la vista del sol, por lo que no sería agradable, sino desagradable. Así sucedería también con la ley, que sería un obstáculo en la consecución de lo que es mejor. Los que ahora la observan, son los que sobre todo la desacreditan, de la misma manera que el pedagogo ridiculiza al joven cuando, llegado el momento de apartarse de él se aferra junto a él...
«¿Por qué no dijo: cuantos habéis sido bautizados en Cristo, habéis nacido de Dios? –era, sin duda, la consecuencia lógica de ser hijos de Dios–. Porque recalca la misma idea de una forma más efectiva. Si Cristo es Hijo de Dios y tú te has revestido de Él, teniendo al Hijo en ti mismo y haciéndote semejante a Él, alcanzaste una total conexión con Él « (Comentario a la Carta a los Gálatas III,5).
–Lucas 9,18-24: Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Todo el amor redentor del Corazón de Cristo Jesús hacia nosotros se convirtió en una constante obsesión por el misterio de la Cruz. Su pasión fue el sello misterioso de su condición de verdadero Mesías y el aval del amor infinito que nos tiene. San Ambrosio explica:
«Pedro no ha seguido el juicio del pueblo, sino que ha expresado el suyo propio al decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El que es, es siempre, no ha comenzado a ser, ni dejará de ser. La bondad de Cristo es grande porque casi todos sus nombres los ha dado a sus discípulos... Cristo es piedra –pues bebían de la roca que los seguía, y “la roca era Cristo” (1 Cor 10,4)–, y Él tampoco ha rehusado la gracia de este nombre a su discípulo, de tal forma que él es también Pedro, para que tenga de la piedra la solidez constante, la firmeza de la fe.
«Esfuérzate también tú en ser piedra. Y así, no busques la piedra fuera de ti, sino dentro de ti. Tu piedra es tu acción; tu piedra es tu espíritu. Sobre esta piedra se edifique tu casa, para que ninguna borrasca de los malos espíritus pueda tirarla. Tu piedra es la fe; la fe es el fundamento de la Iglesia. Si eres piedra estarás en la Iglesia, porque la Iglesia está fundada sobre piedra. Si estás en la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán sobre ti: las puertas del infierno son las puertas de la muerte y las puertas de la muerte no pueden ser las puertas de la Iglesia... El Hijo del Hombre ha de padecer mucho... Tal vez el Señor ha añadido esto porque sabía que sus discípulos difícilmente habían de creer en su pasión y en su resurrección. Por eso ha preferido afirmar Él mismo su pasión y su resurrección, para que naciese la fe del hecho y no la discordia del anuncio. Luego Cristo no ha querido glorificarse, sino que ha querido aparecer sin gloria para padecer el sufrimiento; y tú, que has nacido sin gloria, ¿quieres glorificarte? Por el camino que ha recorrido Cristo es por donde tú has de caminar. Esto es reconocerle, esto es imitarle en la ignominia y en la buena fama (2 Cor 6,8), para que te gloríes en la cruz como Él mismo se ha gloriado» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VI, 97-98 y 100).
12Lunes
Años impares
–Génesis 12,1-9: Abrahán marchó como le había dicho el Señor. La fe de Abrahán es modélica. Comenta San Agustín:
«Tanto hizo por nosotros que, aún enseña más que sus promesas, y sus obras deben movernos a creer en lo que prometió. A duras penas creyéramos lo que hizo de no haberlo visto. ¿Dónde lo vemos? En los pueblos que tienen su ley, en las muchedumbres que le siguen. Se ha realizado así la promesa que hizo a Abrahán cuando dijo: “en tu descendencia será bendecidas todas las gentes” (Gén 12,3). De poner los ojos en sí mismo, ¿cuándo hubiera creído? Era un hombre y solo, y viejo, y estéril su mujer de tan avanzada edad que, aun sin el defecto de la esterilidad, la concepción fuera imposible. No existía base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza: mirando empero a quien le hacía la promesa, lo creía aun sin llevar camino. He ahí cumplido ante nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no vemos por lo que viendo estamos. Engendró a Isaac: no lo hemos visto. Isaac engendró a Jacob: lo que tampoco vimos; éste engendró a sus doce hijos; que no hemos visto tampoco; y sus doce hijos engendraron al pueblo de Israel que ahora estamos viendo...
«Del pueblo de Israel nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo y a los ojos está cómo en Cristo son benditas las naciones todas. ¿Hay algo más verdadero? ¿Hay algo más palmario? Vosotros que conmigo salisteis de la gentilidad, desead conmigo la vida futura. Si ya en el siglo cumplió Dios lo que había prometido hacer en la descendencia de Abrahán, ¿cómo no va a cumplir sus promesas eternas a los que hizo de la descendencia de Abrahán? El Apóstol dice: vosotros sois cristianos, luego “sois descendientes de Abrahán” (Gál 3,29). Son palabras del Apóstol» (Sermón 130,3).
–Con el Salmo 32 decimos «Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti».
Nosotros, los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, somos la nueva creación, la obra del Verbo y del Espíritu y somos la tierra llena de su amor misericordioso. Somos el Pueblo que Dios se escogió. A nosotros nos ha confiado el Señor realizar su palabra, como dice San Pablo en su Carta a los Colosenses 1,24-27.
Años pares
–2 Reyes 17,5-8: El Señor arrojó de su presencia a Israel y sólo quedó la tribu de Judá. Las calamidades acaecidas en el Reino del Norte y la deportación de sus habitantes se deben a la desobediencia y a la infidelidad para con la alianza. Lo hemos visto ya muchas veces.
–Ahora se confirma con el Salmo 59. Se trata de un desastre terrible o una señal de desbandada ante los arcos del enemigo. Pero tiene un trasfondo saludable que lleva envuelta la idea de corrección y conversión:
«Que tu mano salvadora nos responda, Señor. Oh Dios nos rechazaste y rompiste nuestras filas, estabas airado, pero restáuranos. Has sacudido y agrietado el país: repara sus grietas que se desmorona. Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo. Tú, oh Dios, nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas. Auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, Él pisotea a nuestros enemigos».
El cristiano tiene conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios de los últimos tiempos: la Iglesia. Es indudable que a través de la historia se han producido asaltos contra la Iglesia, que han roto sus filas y han cuarteado sus muros, pero tiene la promesa de Jesucristo: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Esa es nuestra fe, esa es nuestra esperanza, no obstante las dificultades que puedan surgir de dentro o de fuera.
–Mateo 7,1-5: Sácate primero la viga de tu ojo. Jesús enuncia el principio de que no hay que juzgar al prójimo. San Juan Crisóstomo explica este principio:
«¿Veis cómo Cristo no prohíbe juzgar, sino que manda primero echar la viga de nuestro ojo y luego tratar de corregir lo de los otros? A la verdad, todo el mundo sabe lo suyo mejor que lo ajeno, y ve mejor lo grande que lo pequeño, y se ama más a sí mismo que a su prójimo. De manera que, si corriges por solicitud, tenla antes de ti mismo, pues ahí está más patente y es mayor el pecado. Mas, si a ti mismo te descuidas, es evidente que no juzgas a tu hermano por su interés, sino porque lo aborreces y quieres deshonrarle. Si hay que juzgar, que juzgue quien no tiene él mismo pecado, no tú... Porque, si es un mal no ver los propios pecados, doble y triple lo es juzgar a los otros cuando uno mismo, sin sentirlas, lleva las vigas en sus propios ojos. A la verdad, más pesado que una viga es un pecado» (Homilía 23,2 sobre San Mateo).
12Martes
Años impares
–Génesis 13,2.5-18: No haya disputas entre nosotros dos, pues somos hermanos. Un vez que Abrahán se separó de Lot, Dios le prometió una numerosa descendencia junto con la posesión del país en que reposa». San Jerónimo exhorta también:
«Así, pues, te ruego y te aconsejo con afecto de padre: ya que has dejado Sodoma para caminar presuroso hacia los montes, no mires a tu espalda, no sueltes la mancera del arado, ni el borde del vestido del Salvador, ni sus cabellos húmedos con el rocío de la noche; nada entonces de lo que has logrado asir permitas se te escape, ni bajes tampoco del tejado de las virtudes a buscar los vestidos antiguos, no te vuelvas del campo a la ciudad, no ames como Lot los parajes llanos y amenos (Gén 13,10), que no son regados por el cielo, como la tierra santa, sino por el turbulento río Jordán después de haber perdido la dulzura de sus aguas mezclándose con el mar Muerto» (Carta 71,1 a Lucinio).
–En el Salmo 14 encontramos un código moral del que aspira a vivir en la intimidad con Dios en el santuario de Jerusalén: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni di-fama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará».
No se insiste en las purezas rituales, sino en las condiciones morales del corazón.
El Nuevo Testamento nos manifiesta que la Humanidad de Cristo es el templo de Dios. Es la tienda y el monte santo en la que Dios ha fijado su morada en medio de los hombres. Hemos de tener las virtudes necesarias para entrar en ese santuario, principalmente las obras de caridad, como lo indica el Salmo.
Años pares
–2 Reyes 19,9-11.14-21.31-36: Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David. El reino de Judá no se libra del peligro de la invasión, pero la oración del rey Ezequías es acogida: El profeta Isaías le anuncia la partida inminente del enemigo y la próxima liberación de Jerusalén. Es grande el poder de la oración, como ya lo hemos expresado en diversas ocasiones. He aquí un bello texto de San Gregorio Magno:
«La mente del que pide suele reaccionar de forma diferente a la mente de Aquel a quien se dirige la petición, por eso las almas de los santos ponen su morada en el seno secreto e interior de Dios, encontrando descanso en él. ¿Cómo es posible, entonces, que se diga que clamaban si sabemos que su voluntad no discrepa en nada de la de Dios? ¿Cómo es posible que eleven su petición, si sabemos con certeza que no ignoran ni la voluntad de Dios ni lo que sucederá en el futuro?
«Se dice que presentan peticiones, aun viviendo en Él, no porque deseen algo en desacuerdo con la voluntad que conocen, sino porque cuanto más ardientemente se unen a Él con la mente tanto más reciben de Él el deseo de seguir pidiendo lo que ya saben que se les va a conceder. De Él beben lo que les hace estar más sedientos de Él, y, de forma aún incomprensible para nosotros, se sacian pregustando eso mismo que al ser pedido aumenta el hambre. No estarían de acuerdo con la voluntad del Creador si no pidieran lo que Él quiere que vean, y se unirían menos a Él si demandaran de mala gana lo que Él quiere darles» (Morales sobre Job lib. II,11).
–Con el Salmo 47 proclamamos: «Dios ha fundado su ciudad para siempre. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su Monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey. Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia».
El salmista ha celebrado la grandeza de Dios en el momento del peligro. Se diría que deseaba reproducir la oración de Ezequías. La grandeza de Dios se ha manifestado en la Iglesia: Ella es su ciudad santa construida sobre el Monte santo que es Cristo. En ella elevamos a Dios nuestras súplicas y ella misma ora por todos los hombres principalmente en su liturgia sagrada.
–Mateo 7,6,12-14: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Es la regla de oro de la buena concordia social y cristiana. San Agustín dice:
«“Lo que no quieres que te hagan, no lo hagas tú a otro” (Tob 4,16; Mt 7,12). Antes de darse la ley, a nadie se permitió ignorar esto que decimos, para que así tuviesen modo de juzgar aquellos a quienes no se había dado la ley. Pero, para que los hombres no tratase de obtener algo que les faltaba, se escribió en tablas lo que no leían en los corazones. Tenían escrita la ley, pero no querían leer... Pero como los hombres, apeteciendo las cosas externas, se apartaron de sí mismos, se dio la ley escrita; no porque no estuviese escrita ya en los corazones, sino porque, habiendo huido tú de tu corazón, debías ser acogido por Aquel que está en todas partes y devuelto al interior de ti mismo» (Comentario al Salmo 57,1).
Con respecto a otros temas de esa lectura evangélica, el mismo San Agustín comenta el respeto que hemos de tener por lo sagrado. No dar lo santo a los perros ni las piedras preciosas a los puercos.
«Perros son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados con el lodo de los placeres sensuales. No seamos ni perros ni puercos para merecer que el Señor nos llame hijos» (Sermón60,A,4).
La defensa de lo sagrado nos urge siempre; no podemos participar en la liturgia santa con malas disposiciones del alma. Y se han de realizar las ceremonias sagradas tal como lo ha prescrito la competente jerarquía de la Iglesia. «Con temblor y fe» decía una antigua antífona litúrgica.
12Miércoles
Años impares
–Génesis 15,1-12.17-18: Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber, y el Señor hizo alianza con él. Por la imitación de la fe de Abrahán, los seguidores de Cristo son verdaderos hijos del Patriarca, herederos de la promesa y miembros de la alianza. Así lo explica San Agustín:
«Así, a nosotros, hermanos, se nos llamó hijos de Abrahán, sin haberlo conocido personalmente y sin tener de él la descendencia carnal. ¿Cómo, pues, somos sus hijos? No en la carne, sino en la fe... Si Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él. Los judíos, nacidos de él, según la carne, degeneraron; nosotros, nacidos de gente extranjera, conseguimos imitándolo lo que ellos perdieron por su degeneración. ¡Lejos de nosotros pensar que Abrahán es su padre aunque desciendan de su carne! Sus padres fueron aquellos que ellos mismos confesaron que eran» (San Agustín, Sermón 305,A,3).
–Con el Salmo 104 decimos: «el Señor se acuerda de su alianza eternamente». El cristiano debe tomar conciencia de que todos los prodigios operados por Dios en la Antigua Alianza para llevar adelante las promesas hechas por Dios a Abrahán, son prodigios que nos atañen a todos los beneficiarios de la Nueva Alianza: «Si sois hijos de Cristo, sois descendientes de Abrahán según la promesa» (Gál 3,29).
«Por eso el cristiano ha de recitar este salmo como un memorial y una glorificación de su propio origen, que llegó a su consumación y plenitud en Jesucristo. Por eso con este Salmo nos adentramos en las maravillas de la Encarnación y en todos los misterios de Cristo que son reactualizados en la celebración litúrgica, sobre todo en el Misterio Pascual.
Por medio de este salmo se nos da a conocer el aspecto divino de la historia de la salvación, la parte absolutamente insustituible y esencial realizada por Dios desde los comienzos hasta el fin del mundo.
Años pares
–2 Reyes 22,8-13.23,1-3: El rey leyó al pueblo el libro de la Alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la Alianza. Se trata de la reforma del rey Ezequías, que señala una vuelta a la fidelidad con respecto al verdadero Dios y de la cual hemos tratado ampliamente en otras ocasiones.
–Por eso con el Salmo 118 cantamos: «muéstranos, Señor, el camino de tus leyes». Este Salmo es el fruto de una continua contemplación interior de la ley de Dios. El piadoso salmista refleja en él su maravillosa e inefable experiencia exaltando la ley del Señor y declarando su amor y su adhesión a ella en todas las circunstancias de su vida, porque en ella ha encontrado el bien supremo, luz, alegría y confortación en las persecuciones y en los sufrimientos.
Todo cristiano ha de encontrar en este Salmo una colección de jaculatorias para expresar los sentimientos que le inspira su amor a la palabra de Dios y al mandato de la caridad, en las circunstancias más diversas de la vida. El Salmo 118 es como un rosario del mandamiento del amor enseñado por Jesucristo como complemento de la ley mosaica.
–Mateo 7,15-30: Por su frutos los conoceréis. Cristo alerta contra los falsos profetas. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. San Juan Crisóstomo explica estas palabras de Jesús:
«En todo tiempo tuvo interés el diablo en suplantar la verdad por la mentira. A mi parecer, al nombrar aquí a los falsos profetas, no alude el Señor a los herejes, sino a quienes, siendo de vida corrompida, se ponen la máscara de la virtud, y a quienes el vulgo da el nombre de impostores... No hay mansedumbre, no hay dulzura alguna en los falsos profetas. De ovejas sólo tienen la piel. Por eso es fácil distinguirlos. Y porque no tengas la más ligera duda, te pone los ejemplos de las cosas que han de suceder por necesidad de la naturaleza... El árbol malo produce siempre frutos malos y no puede jamás producirlos buenos... No dice que sea imposible que el malo cambie y que el bueno no pueda caer. El malo puede efectivamente convertirse a la virtud; pero, mientras permanezca en su maldad, no producirá frutos buenos... El Señor mandó que a cada uno se le juzgue por sus frutos» (Homilía23,6-7 sobre San Mateo).
12Jueves
Años impares
–Génesis 16,1-12.15-16: Agar dio un hijo a Abrahán y Abrahán lo llamó Ismael. San Pablo en su Carta a los Gálatas (4,21-31) ve en la esclava Agar un símbolo de la Sinagoga, el judaísmo esclavo de la ley y en Sara, la mujer libre, la imagen de la Iglesia. Comenta San Agustín:
«Es, pues, el testamento antiguo, correspondiente a Agar, que engendra para la servidumbre. En cambio la Jerusalén que está arriba es libre y ella es nuestra Madre. Así, pues, los hijos de la gracia son los hijos de la libre; los hijos de la letra son los hijos de la esclava. Busca los hijos de la esclava: La letra mata. Busca los hijos de la libre: El Espíritu, en cambio, da vida. La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús te libró de la ley del pecado y de la muerte, de la que no pudo librarte la ley de la letra» (Sermón 162,7).
–Con el Salmo 105 proclamamos: «dad gracias al Señor porque es bueno». La tesis que el Salmo 105 desarrolla está en consonancia con los temas del Antiguo Testamento, según los cuales, la misericordia de Dios está muy por encima de los pecados de los hombres. Pero de aquí no se puede deducir que no hay que dar importancia al pecado. Por el contrario, uno de los fines del Salmo es dar a conocer y sentir la enorme injusticia que supone el pecado que es una rebelión de la infidelidad del hombre contra la fidelidad de Dios. De ahí que el salmo pretenda ante todo excitar los sentimientos de arrepentimiento y conversión. No obstante, los versículos escogidos aquí son los primeros que expresan la invitación a alabar a Dios por su misericordia, en relación con la lectura precedente que es la continuación de la historia de la salvación:
«Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo. Visítanos con tu salvación: para que vea la dicha de tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu heredad».
Años pares
–2 Reyes 24,8-17: Deportación de Jeconías y establecimiento de un monarca vasallo. La Iglesia sufre por la descristianización de los pueblos, en los cuales se ha sembrado abundantemente la palabra de Dios, de los sacerdotes y religiosos secularizados. Ora también por la paz, la libertad y el bienestar de todos los pueblos. Son muchos los que están en guerra continua; se hallan esclavizados y mueren de hambre y de miseria.
–Todo esto está expresado en la oración del Salmo 78: «líbranos, Señor, por el honor de tu nombre. Los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo, han reducido a Jerusalén a ruinas». Tanto la liturgia como la tradición patrística ven en este Salmo una súplica de la Iglesia en tiempo de persecución y de prueba, pero también para expresar sentimientos de penitencia y propiciar la misericordia de Dios para con una humanidad pecadora y para con sus hijos arrepentidos y penitentes:
«...echaron los cadáveres de tus siervos en pasto a las aves del cielo, y la carne de sus fieles a las fieras de la tierra. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba. Fuimos el escarnio de nuestros vecinos, la irrisión y la burla de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre enojado? ¿Va a arder como fuego tu cólera? No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre».
–Mateo 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. La religión auténtica consiste en cumplir con la voluntad de Dios. Todo lo demás no pasa de ser ilusión y artificio, merecedor de condenación por parte de Dios. Dice San Agustín:
«Hermanos míos, que vinisteis con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos fallando a la hora de cumplir lo que escuchasteis. Pensad que es hermoso oírle, ¡cuánto más será el llevarlo a la práctica! Si no escucháis, si no ponéis interés en oírla, nada edificáis. Pero, si la oyes y no la pones en práctica, edificas una ruina.
«Cristo el Señor puso a este respecto una semejanza muy oportuna: Quien escucha mis palabras... ¿Por qué no se derrumbó? Estaba cimentada sobre roca. Por tanto, el escuchar la palabra y cumplirla equivale a edificar sobre roca. El sólo escuchar es ya edificar... Quien la escucha y no la pone en práctica edifica sobre arena y edifica sobre roca quien la escucha y pone en práctica; y quien no la escucha no edifica ni sobre la roca ni sobre la arena... ¿No es esto más seguro? Entonces quedarás sin techo donde cobijarte si nada escuchas... Considera, pues, qué parte vas a elegir... Si te hayas sin techo, necesariamente serás sepultado, arrastrado y sumergido.
«Por tanto, si es malo para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; sólo queda como bueno edificar sobre roca. Cosa mala es, pues, no escuchar; mala también escuchar y no obrar; lo único que queda es obrar también» (Sermón 179,8-9).
12Viernes
Años impares
–Génesis 17,1.9-10.15-22: Dios da a Abraham un hijo de su esposa Sara, la libre, Isaac, con quien establecerá su pacto perpetuo.Este pasaje es interpretado en el sentido de que es mejor la nueva alianza que la antigua. Pero ello siempre que se conserve en unión con la verdadera Iglesia, por el bautismo, la fe y las costumbres. Dice San Agustín:
«Hay quien solamente se ha revestido de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de Él por lo que se refiere a la fe y a las costumbres. También son muchos los herejes que tienen el mismo sacramento del bautismo, pero no su fruto salvador ni el vínculo de la paz... O bien están sellados por los desertores o bien son ellos mismos desertores, llevando el sello del buen rey en carne digna de condenación... Ved que puede darse que alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe y el amor de Cristo; que tenga el sacramento de la santidad y no sea contado en el lote de los santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno reciba el sacramento de Cristo, donde no existe la unidad de Cristo, pues también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento» (Sermón 260,A,2).
–Con el Salmo 127 proclamamos: «ésta es la bendición del hombre que teme al Señor». Los Santos Padres han aplicado las palabras de este Salmo a la Iglesia, Madre fecunda por el Bautismo. San León Magno afirma:
«La fiesta de hoy, del nacimiento de Jesucristo de la Virgen María, renueva para nosotros los comienzos sagrados. Y al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, tratamos de celebrar al mismo tiempo nuestros propios comienzos. La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano, y el aniversario de la Cabeza es también el aniversario del Cuerpo. Aunque cada uno sea llamado en su orden y todos los hijos de la Iglesia se diferencien en la sucesión de los tiempos, sin embargo, como el conjunto de los fieles nacidos de la fuente bautismal ha sido crucificado con Cristo en su pasión, ha resucitado en su resurrección, ha sido colocado a la derecha del Padre en su ascensión, así también con Él ha nacido en esta navidad» (Sermón 6 de Navidad).
Años pares
–2 Reyes 25,1-12: Marchó Judá al Desierto. Nueva conquista de Jerusalén por Nabucodonosor. El rey es castigado y deportado a Babilonia. Gran parte de la población corre la misma suerte. Es el fin del reino de Judá.
–Así lo canta el Salmo 136: «Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti... Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sión». Babilonia es la personificación de la multiforme potencia del mal. Este satánico poder que pervierte en el mundo está destinado a autodestruirse. Babilonia es el símbolo de la ciudad terrena, surgida y crecida en oposición a Dios y a todo lo que viene de Él. Es el resultado de todos los egoísmos y concupiscencias humanas.
En su poder y prosperidad, ella acumula sus pecados hasta el cielo, pero Dios recuerda sus iniquidades y la justicia divina la aniquilará. Cristo ha revelado al hombre su miseria y su desgracia, pero no lo ha abandonado en su desesperación. Con sus misterios pascuales nos ha devuelto el paraíso perdido y la posibilidad de cantar los cánticos de la Jerusalén celeste.
La Iglesia, formada por los que creen en la palabra de Cristo, sentada junto a los canales de Babilonia, que son este engañoso mundo que pasa, provocada y oprimida por sus perseguidores, llora en sus miembros que sufren. Pero en su corazón, el deseo de ver a Dios y la nostalgia del cielo son más fuertes que cualquier provocación e insinuación del enemigo.
«Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos» (Gál 5,24). Mientras estamos en este mundo somos como exiliados y deportados (cf. 2 Cor 5,6). Luchamos, pero en Cristo tenemos la esperanza del triunfo (2 Cor 5,8).
–Mateo 8,1-4: Si quieres puedes limpiarme. Comenta San Juan Crisóstomo el diálogo entre Jesús y el leproso:
«Grande es la prudencia, grande la fe de este leproso que se acerca al Señor. Porque no le interrumpió en su enseñanza, ni irrumpió por entre la concurrencia, sino que esperó el momento oportuno y se acercó al Señor cuando éste hubo bajado del monte. Y no le ruega como quiera, sino con gran fervor, postrado a sus pies, como cuenta otro evangelista, con verdadera fe y con la opinión que de Él debe tener...: Si quieres, puedes limpiarme... Todo se lo encomienda a Él; a Él hace Señor de su curación.
«Y Él atestigua que tiene toda autoridad... Lo que hace es aceptar y confirmar lo que el leproso le había dicho. Por ello precisamente no le responde: “queda limpio”, sino: “quiero, queda limpio”; con lo que el dogma ya no se fundaba en la mera suposición del leproso, sino en la sentencia misma del Señor. No obraron así los apóstoles... Mas el Señor, que muchas veces habló de sí humildemente y por bajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí para confirmar el dogma, en el momento en que todos le admiraban por su autoridad? Quiero, sé limpio. En verdad con haber Él hecho tantos y tan grandes milagros, en ninguna parte aparece repetida esta palabra. Aquí empero, para confirmar la idea que tanto el pueblo como el leproso tenían de su autoridad, añadió ese “quiero”. Y no es que lo dijera y luego no lo hiciese, la obra siguió inmediatamente a su palabra» (Homilía 25,1-2 sobre San Mateo).
12Sábado
Años impares
–Génesis 18,1-15: La visita de los tres a Abrahán junto a la encina de Mambré. Anuncio del nacimiento de Isaac, importante para la historia de la salvación. San Jerónimo explica que:
«Abrahán era rico en oro, plata, ganado, posesiones y vestidos, y tenía tanta familia que, al recibir una noticia inesperada, pudo armar un ejército de jóvenes escogidos y alcanzar junto a Dan y dar muerte a cuatro reyes, de quienes antes habían huido otros cinco. Y sin embargo, después que, habiendo cumplido muchas veces el deber de hospitalidad, mereció recibir a Dios cuando él pensaba acoger a hombres, no encomendó a criados y criadas que sirvieran a los huéspedes ni disminuyó, por encomendarlo a otros, el bien que practicaba; sino que él solo con su mujer Sara se entregó a aquel servicio de humanidad, como si hubiera dado con una presa. Él mismo les lavó los pies, él mismo trajo sobre sus hombros un lucido becerro del rebaño, permaneció en pie como un criado mientras los peregrinos comían, y sin comer él, les fue poniendo los manjares que Sara había cocido con sus manos» (Carta 66,11 a Panmaquio).
Muchos Santos Padres y la liturgia tanto oriental como occidental han visto en esto una figura de la Santísima Trinidad. San Hilario de Poitiers dice que «vio a tres y adoró a uno»:
«...Cuando Abrahán ve a un hombre y adora a Dios. La antigua liturgia romana tenía un responsorio en el que se decía: “tres vidit et unum adoravit”» (Tratado sobre los Misterios 2,13-14).
–Por eso se ha escogido como salmo responsorial el Magnificat. «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
Del himno de la Virgen María se ha escrito que no es ni una respuesta a Isabel, ni propiamente una plegaria a Dios. Es una elevación y un éxtasis. La gran hora de la Virgen María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la salud que Dios le había preparado, al final habla de la salud que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en la Virgen María se realiza en la Iglesia de Dios. En la Virgen María está representado el pueblo de Dios.
El siervo de Dios es aquí el Pueblo de Israel: «Pero tú, Israel, eres mi siervo, yo te elegí. Jacob, progenie de Abrahán, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra, y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechacé» (Is 41,8s.). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas. La Virgen María se reconoce una con el pueblo de Dios. Ella fue fiel. En Ella se cumplen las promesas. Es un gran misterio el rechazo de Israel a Cristo, el Mesías. «Vi-no a los suyos y los suyos no le recibieron».
Años pares
–Lamentaciones 2,2.10-14.18-19: Grita al Señor, levántate, Sión . Después de haber descrito el desastre de la ciudad santa, el autor del libro de las Lamentaciones llora su dolor ante las ruinas. Echa en cara a los profetas el que no le revelaran a Israel su pecado, para provocar su penitencia y perdón divino. Finalmente invita a los supervivientes a que oren con fervor. San Jerónimo explica:
«Jeremías se lamenta sobre un pueblo que no hace penitencia... Llora a quienes salen de la Iglesia por sus crímenes y pecados y no quieren volver a ella arrepintiéndose de sus pecados. Por eso, dirigiéndose a los hombres de Iglesia, a los que son llamados muros y torres de la Iglesia, la palabra profética dice: “Muros de Sión, derramad lágrimas” (Lam 2,18), como cumpliendo con el precepto del Apóstol de “alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran” (Rom 12,15).
«Así, con vuestras lágrimas incitaréis a llanto a los duros corazones de los que pecan para que no tengan que oír, obstinados en su malicia: “Yo te planté como viña fructífera, de simiente legítima. ¿Cómo has degenerado en amarga vid silvestre?...” No han querido volverse a Mí para hacer penitencia, sino que por la dureza de su corazón me han vuelto la espalda para injuriarme... Cuánta es la clemencia de Dios, cuánta nuestra dureza, que después de tantos pecados nos llama a la salvación. Y ni aun así queremos convertirnos al Bien» (Carta 122,1-2, a Rústico).
–Con el Salmo 73 decimos: «No olvides sin remedio la viña de tus pobres. El enemigo ha arrancado del todo el Santuario... prendieron fuego a tu Santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre».
Este Salmo apasionado, como las mismas Lamentaciones, refleja una época trágica, si las ha habido en la historia de Israel. El templo destruido, los profetas dispersos, Dios mismo parece haber abandonado a su pueblo. Pero el salmista no desespera, sino que se vuelve a Dios suplicante y Dios otorga el perdón. Todo se restaura. Esto se repite constantemente en la historia de Israel, como hemos visto en diversas ocasiones.
Tiene aplicación en nosotros, porque el cristiano en gracia es templo vivo de Dios. Por el pecado ese templo queda destruido, profanado, como nos decía San Jerónimo en su Carta anterior. Dios nos aguarda, como el Padre del hijo pródigo. Espera de nosotros el arrepentimiento y siempre está dispuesto a la misericordia y al perdón.
–Mateo 8,5-17: Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob. La fe del centurión romano logra la salud de su criado. Jesús ve en ellos el augurio de la conversión de los pueblos paganos. Luego curó a la suegra de San Pedro. Se cumplen las profecías: «Tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». Comenta San Agustín sobre este milagro que Jesús hace en favor del centurión:
«Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres. Cristo, que veía el interior, Cristo a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre, al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia de la sanción.
«El Señor, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la Iglesia futura en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo en la casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una Virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo las maravillas divinas. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos. Él se había dicho: El pueblo, al que no conocí, ése me sirvió. ¿Cómo si faltó el conocimiento? Tras haber oído me obedeció (Sal 17,45). El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó» (Sermón 62,4).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Verdad y caridad son los dos polos de la vida y del testimonio cristiano, y son también el objeto de nuestra oración en una liturgia dominical como la de hoy, llena de la alegría de los redimidos.
Entrada: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo» (Sal 46,2).
Colecta (del Sacramentario de Bérgamo): «Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz; concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad».
Ofrendas (del Veronense): «¡Oh Dios!, que obras con poder en tus sacramentos, concédenos que nuestro servicio sea digno de estos dones sagrados».
Comunión: «Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre» (Sal 102,1); o bien: «Padre, por ellos ruego; para que todos sean uno en nosotros y así crea el mundo que Tú me has enviado, dice el Señor» (Jn 17,20-21).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con el texto de Jn 15,16): «La víctima eucarística que hemos ofrecido y recibido en comunión nos vivifique, Señor, para que, unidos a ti en caridad perpetua, demos frutos que siempre permanezcan».
La primera y la tercera lecturas se corresponden. En la primera Dios bendice el hogar que había acogido al profeta Eliseo; en el Evangelio, Jesús, después de haber invitado a los apóstoles a dejarlo todo para que le sigan a Él solo, promete su bendición a los que los acojan con generosidad y cariño. En la segunda lectura San Pablo que ya nos enseñó que hemos sido salvados por la muerte y resurrección del Señor, nos muestra ahora cómo el bautismo nos introduce en este misterio.
–2 Reyes 4,8-11.14-16: Este hombre de Dios es un santo, se quedará aquí. Todo profeta auténtico es un signo de la presencia de Dios en la vida de los hombres. La plenitud del profetismo fue Cristo Jesús. El Hijo de Dios comprometido en la vida de los hombres y conviviendo con ellos.
–Por siempre jamás cantamos las misericordias del Señor. Así lo proclamamos en el Salmo 88. En Cristo nos lo ha dado todo. La alianza sellada por Dios con la casa de David no fue quebrantada nunca por parte de Dios, aun cuando por parte de los hombres hubo muchos fallos e infidelidades. Dios conducía la historia por caminos desconcertantes hasta que llegara el Descendiente de David esperado, el Ungido por antonomasia, Cristo Jesús, Salvador de los hombres. Desde entonces la Alianza sellada con su sangre será eterna, irrompible, no obstante las deficiencias de unos y los insultos y persecuciones de otros. «Reinará para siempre en la Casa de Jacob» (Lc 1,32).
–Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte para que andemos en una vida nueva.
La vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación de santidad cristiforme; ruptura total con el pecado y nueva existencia en Cristo. Comenta San Agustín:
«Mas centremos nuestra reflexión, amadísimos, en la resurrección de Cristo, pues del mismo modo que su pasión era símbolo de nuestra antigua vida, así su resurrección encierra el misterio de la vida nueva. Por eso dice el Apóstol: “Hemos sido sepultados con Cristo por medio del bautismo, para la muerte, a fin de que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rom 6,4). Has creído y te has bautizado: murió la vida antigua, recibió la muerte en la cruz, fue sepultado en el bautismo. Ha sido sepultada la vida antigua, en la que viviste mal; resucita la vida nueva. Vive bien; vive para vivir; vive de tal manera que cuando mueras, no mueras... Comenzad a realizar en el espíritu, viviendo santamente, lo que Cristo nos manifestó mediante la resurrección de su cuerpo» (Sermón229,E,3-4).
–Mateo 10,37-42: El que no toma su cruz, no es digno de Mí. El que os recibe a vosotros a Mí me recibe. San Juan Crisóstomo explica las palabras de Jesús:
«Mirad la dignidad del Maestro. Mirad cómo se muestra a Sí mismo hijo legítimo del Padre, pues manda que todo se abandone y todo se posponga a su amor... La propia vida que antepongáis a mi amor, estáis ya lejos de ser mis discípulos... Y si es cierto que Pablo ordena muchas cosas acerca de los padres y manda que se les obedezca en todo, no hay que maravillarse de ello, pues sólo manda que se les obedezca en aquello que no va contra la piedad para con Dios... Con este modo de hablar quería el Señor templar el valor de los hijos y amansar también a los padres que tal vez hubieran de oponerse al llamamiento de sus hijos...
«Nada hay más íntimo al hombre que su propia vida. Pues bien, si aun a tu propia vida no aborreces, sufrirás todo lo contrario del que ama, será como si no me amaras. Y no nos manda simplemente que la aborrezcamos, sino que lleguemos hasta entregarla a la guerra, a las batallas, a la espada y a la sangre. Porque el que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Porque no dijo simplemente que hay que estar preparado para la muerte, sino para la muerte violenta y no sólo para la muerte violenta, sino también para la ignominia...
«Ahora bien, ¿no es cosa de admirarse y pasmarse que, oyendo todo esto, no se les saliera a los apóstoles el alma de su cuerpo? Porque lo duro por todas partes se les venía a la mano; pero el premio estaba todo en esperanza. ¿Cómo es pues, que no se les salió? Porque era mucha la virtud del que hablaba y mucho también el amor de los que oían... Un simple vaso de agua fría que des, que nada ha de costarte, aun de tan sencilla obra tienes señalada recompensa. Porque por vosotros, que acogéis a mis enviados, yo estoy dispuesto a hacerlo todo» (Homilía 35,1-2 sobre San Mateo).
Como sucede ordinariamente se corresponden las lecturas primera y tercera. «Dios no hizo la muerte». Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo. En la tercera lectura Cristo resucita a la hija de Jairo. San Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a acudir en ayuda de sus hermanos de Jerusalén. Ayudar al pobre es imitar a Cristo.
El poderío de Cristo sobre la vida y la muerte es, en la Revelación divina, el signo más decisivo para evidenciar la antítesis misteriosa entre el Adán original con su influencia degradante (el pecado y la muerte cf. Rom 5,17; 1 Cor 15,26) y el nuevo Adán, Redentor del pecado y de la muerte.
–Sabiduría 1,13-15–2,23-25: La muerte no procede de Dios. Pero es el signo de la limitación humana y la marca que dejó en el hombre la aberración original de pretender ser como Dios (Gén 3,4).
La revelación divina afronta el «enigma» de la muerte en su dimensión de misterio insoslayable para la existencia temporal humana (GS 14). San Atanasio escribe:
«Porque Dios no sólo nos hizo de la nada, sino que con el don de su Palabra nos dio el poder vivir como Dios. Pero los hombres se apartaron de las cosas eternas, y por insinuación del diablo se volvieron hacia las cosas corruptibles; y así, por su culpa le vino la corrupción de la muerte, pues, como dijimos, por naturaleza eran corruptibles, y sólo por la participación del Verbo podían escapar a su condición natural, si permanecían en el bien. Porque, en efecto, la corrupción no podía acercarse a los hombres a causa de que tenían con ellos al Verbo, como dice la Sabiduría: Dios creó al hombre para la incorrupción y para ser imagen de su propia eternidad; pero “por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 2, 23-24). Entonces fue cuando los hombres empezaron a morir, y desde entonces la corrupción los dominó y tuvo un poder contra todo el linaje humano superior al que le correspondía por naturaleza, puesto que por la trasgresión del precepto tenía en favor suyo la amenaza de Dios al hombre...» (Sobre la Encarnación4,6).
–Con el Salmo 29 decimos: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado». Es un himno de acción de gracias por la salvación recobrada. La tradición patrística y la liturgia ven en este Salmo una profecía de la Resurrección de Cristo y de nuestra propia resurrección.
–2 Corintios 8,7-9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que los pobres tienen. Ante la indigencia humana el Corazón de Jesucristo es misterio de caridad y de comunión redentora. Quienes son de Cristo lo evidencian en su comunión de fe y caridad ante la indigencia de sus hermanos. Así lo explica San Juan Crisóstomo:
«Si no podéis entender que la pobreza enriquece, representaos a Jesucristo y en seguida se disiparán vuestras dudas. En efecto, si Jesucristo no se hubiera hecho pobre, los hombres no hubieran podido ser enriquecidos. Esas riquezas inefables, que por un milagro incomprensible para los hombres han encontrado su fuente en la pobreza son: el conocimiento de Dios y de la verdadera virtud, la liberación del pecado, la justicia, la santidad y otros mil beneficios que Jesucristo ya nos ha concedido y que nos concederá todavía. Todo esto ha venido a nosotros por el canal de la pobreza, es decir, porque Jesucristo se ha revestido de nuestra carne, se ha hecho hombre, ha sufrido todo lo que sabemos, aunque Él no fuera, como lo somos nosotros, deudor de la pena y de los sufrimientos» (Homilía 17, sobre 2 Cor.).
–Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate. «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25), pudo decir Jesús un día. Lo evidenció con el lenguaje de los hechos y lo selló con el misterio de su propia muerte redentora y su resurrección pascual. Comenta este milagro San Ambrosio:
«No está muerta la niña sino dormida. Los que no creen se ríen. Lloren pues, sus muertos los que se creen muertos; cuando se tiene fe en la resurrección, no se considera la muerte, sino el reposo. Y no está fuera de propósito lo que dice San Mateo (9,23) de que había en la casa del jefe flautistas y una multitud de plañideras; ya porque, siguiendo los usos antiguos, se hizo venir a los flautistas para inflamar y excitar los plañidos; ya porque la Sinagoga, a través de los cánticos de la ley y de la letra, no podía captar la alegría del Espíritu.
«Tomando, pues, la mano de la niña, Jesús la curó y mandó que le dieran de comer. Es una atestación de vida, para que no se crea que es un fantasma, sino una realidad. Dichoso aquél al que la Sabiduría coge de la mano. ¡Ojalá que ella dirija nuestras acciones, que la justicia tenga mi mano, que la tenga el Verbo de Dios, que Él me introduzca en su interior, que me aparte del espíritu del error, que me conduzca el espíritu que salva, que ordene que me den de comer! Pues el Pan celestial es el Verbo de Dios. Esta Sabiduría, que ha llenado los santos altares con los alimentos del Cuerpo y de la Sangre divinos ha dicho: “Venid, comed mis panes, bebed mi vino, que he preparado para vosotros” (Prov 9,5)» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VI, 62-63).
Carácter exigente de la vocación apostólica: Cuando Dios llama todo se ha de abandonar. Así lo hizo el profeta Eliseo. No nos ate la letra de la ley, como dice San Pablo. Así estaremos en la verdadera libertad para ponernos al servicio de los demás por amor. Ser cristiano significa haber sido elegido y predestinado por el Padre, para ser injertado en el misterio de Cristo y para permanecer fieles a su llamamiento, a su amor, y a su obra de santificación sobre nosotros. La iniciativa de esta vocación es siempre de Dios. Nuestra responsabilidad consiste en responder diariamente con toda generosidad a este don divino.
–1 Reyes,19,16.19-21: Eliseo se levantó y se marchó tras Elías. Su actitud es un ejemplo exacto de renuncia de los propios intereses para seguir el llamamiento divino.
En la Nueva Alianza los apóstoles y discípulos de Cristo heredarán el espíritu de los profetas. Jesucristo exigirá una exclusividad absoluta en su servicio. Así actuaron los apóstoles y millones de hombres y mujeres en los veinte siglos de cristianismo. San Jerónimo dice:
«Una administración excesivamente cautelosa de la hacienda familiar, y que vuelve cautelosamente a sus cálculos, no se abandona tan fácilmente. José con la túnica puesta, no habría podido escapar de la mano de la egipcia. Aquel joven que, envuelto en una sábana, seguía a Jesús, al ser apresado por los esbirros dejó el vestido terreno y se marchó desnudo. Elías, cuando fue arrebatado en un carro al cielo, dejó su manto en la tierra. Eliseo ofreció en sacrificio los bueyes y los yugos de su anterior oficio... Dejar el oro es de principiantes, no de perfectos. Eso lo hizo el tebano Crates, lo hizo Antístenes. Ofrecerse a sí mismo a Dios, eso es lo propio de los cristianos y de los apóstoles» (Carta 71,3, a Lucinio).
–Con el Salmo 15 decimos: «el Señor es mi lote y mi heredad». En este Salmo tenemos una magnífica expresión de la fe. Pero esa fe con la que nos jugamos toda nuestra existencia a la única carta de Dios, está toda ella trascendida de amor. Con él nos remontamos fácilmente hasta las alturas desde donde se divisa una vida prolongada más allá de la muerte en la presencia y compañía de Dios. Esto se hizo realidad cierta y firme con la resurrección de Jesucristo.
–Gálatas 4,31-5,1,13-18: Vuestra vocación es la libertad. Liberación personal del pecado para vivir totalmente con fidelidad al designio de Dios sobre nosotros. La libertad del justo es una libertad en el amor al prójimo por Dios. Esto, paradójicamente, nos lleva a una esclavitud al servicio del hermano. Es también una libertad en el Espíritu Santo, que dirige la vida de los justos y la orienta por un camino espiritual contrario a las apetencias de la carne, cuya vida es antagónica a la del Espíritu, totalmente dominada por lo divino y sobrenatural. Dice San Juan Crisóstomo:
«Cristo nos liberó del yugo de la esclavitud, nos hizo responsables de nuestras actuaciones, pero no para que empleáramos ese poder para el mal, sino como ocasión de alcanzar un premio mayor, elevándonos a un nivel más alto de vida. Puesto que en varias ocasiones llama a la ley yugo de esclavitud y a la gracia liberación de la maldición, a fin de que nadie creyese que prescribe abandonar la ley porque fuera lícito vivir de forma contraria a la ley, corrige esta suposición diciendo: ordeno esto, no para que surja una forma de vida inicua, sino para que la vida cristiana vaya más allá de la ley, pues las ataduras de la ley han sido destruidas.
«No digo todo esto para que seamos pusilánimes, sino para que alcancemos un nivel más alto.. Andad según el Espíritu y no deis satisfacción al deseo de la carne. He aquí que señala otro camino que hace accesible la virtud y que da cumplimiento a cuanto se ha dicho, camino que engendra amor y que viene reforzado por el amor. Pues nada, nada inclina tanto al amor como el ser espiritual, y nada induce al Espíritu a permanecer con nosotros como la fuerza del amor... El que posee el Espíritu, tal y como conviene, apaciguará gracias a él todos los malos deseos. El que se ve libre de estos, no necesita del auxilio de la ley, porque se encuentra en una situación más elevada con respecto a sus preceptos...» (Comentario a la Carta a los Gálatas V,3-6).
–Lucas 9,51-62: Te seguiré adonde vayas. Ante la iniciativa y el llamamiento divino siempre corremos el riesgo de tratar de condicionar nuestra respuesta según los propios intereses personales. De este modo, podemos hacernos indignos del don divino. Comenta San Agustín:
«Escuchad lo que me ha inspirado Dios sobre este capítulo del Evangelio. En él se lee cómo se comportó el Señor distintamente con tres hombres. A uno que se ofreció a seguirlo, lo rechazó; a otro que no se atrevía lo animó a ello; por fin a un tercero que lo difería lo censuró. ¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan excelente como es seguir al Señor adonde quiera que vaya que aquél que dijo: “Señor, te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9,57).
«Lleno de admiración preguntas: ¿Cómo es esto; cómo desagradó al Maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el Reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto? Como se trataba de un Maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo hubiera buscado su propio interés y no el de Jesucristo.
«Pues el mismo Señor dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7,21). Este era uno de ellos; no se conocía a sí mismo, como lo conocía el médico que lo examinaba. Porque si ya se veía mentiroso, si ya se conocía falaz y doble, no conocía a quien le hablaba. Pues Él es de quien dice el evangelista: “No necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre” (Jn 2,25). ¿Y qué le respondió? “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza ”(Lc 9,58). Pero, ¿dónde no tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en tu corazón; eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en tu corazón; eres soberbio. Siendo mentiroso y soberbio no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?...» (Sermón 100,1).
Libertados por Cristo y para Cristo, nuestra libertad está en defender esa libertad de los hijos de Dios, sin hipotecar nuestra vida a nada que pueda traicionar nuestra vocación a la santidad y nuestra fidelidad al Corazón de Cristo y al Evangelio
13Lunes
Años impares
–Génesis 18,16-33: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Abrahán, con gran fe y con humilde respeto, pero también con bastante familiaridad, intercede ante Dios en favor de Sodoma y Gomorra, ciudades depravadas por la perversidad de sus habitantes. En toda la narración se palpa la misericordia de Dios y la perversidad de los hombres. Es un diálogo inefable de la condescendencia de Dios e ingenuidad de Abrahán.
–Con el Salmo 102 proclamamos la misericordia del Señor. En este Salmo se manifiesta la misericordia y el amor divino con resplandor refulgente. La misma palabra «misericordioso» tiene para el hebreo una resonancia que no se puede traducir en nuestras lenguas. Deriva de la misma raíz que maternal.
Por muy enorme que sean los pecados de los hombres mayor es la misericordia divina. Si Abrahán hubiera descendido más en el número de los justos también Dios lo hubiera atendido con la misericordia divina, que aparece en la Sagrada Escritura sin límites. Así lo enseñan los Santos Padres, como San Jerónimo:
«No dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda la enormidad de vuestros muchos pecados» (Comentario sobre el profeta Joel 4).
San Cipriano también lo dice:
«Él nos ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que al enseñarnos a que sean perdonados nuestros pecado, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón» (Tratado sobre el Padrenuestro 18).
Y San Gregorio Magno:
«Consideremos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no sólo nos perdona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten después de ellas» (Homilía 9 sobre los Evangelios,3).
Años pares
–Amós 2,6-10.13-16: Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros. Dios denuncia las injusticias y las prácticas vergonzosas a que se entregan los israelitas. Tales pecados serán castigados con severidad, pues la infidelidad del pueblo, que tantos beneficios ha recibido de Dios, es inmensa.
A lo largo de la historia de la salvación la fidelidad de Dios se revela inmutable, frente a la constante infidelidad del hombre hasta que Cristo, testigo fiel de la verdad (Jn 18,37; Ap 3,4) comunica a los hombres la gracia de que está lleno (Jn 1,14-16) y los hace capaces de merecer la corona de la vida imitando su fidelidad hasta la muerte (Ap 2,10).
–El Salmo 49 es un eco de la lectura anterior: «atención los que olvidáis a Dios». De suyo este salmo es una invectiva contra el formulismo del culto judío y la hipocresía del pueblo. Fue tomado por Cristo con términos fuertes y decisivos, sobre todo contra las actitudes de los fariseos y jefes espirituales del pueblo (cf. Mt 15,1-20. 23):
«¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos? Cuando ves un ladrón, corres con él, te mezclas con los adúlteros; sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño. Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. Atención los que olvidáis a Dios, no sea que os destroce sin remedio; el que me ofrece acción de gracias ése me honra; al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios».
–Mateo 8,18-22: Sígueme. San Jerónimo comenta la exigencia de Jesús:
«Jesús propone duras exigencias a quienes quieren caminar en pos de Él; seguirle supone compartir su vida de profeta que carece de morada; supone asimismo renunciar aún los deberes de piedad filial, por servicio al Reino. La llamada del Señor debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones, ni aun por motivos familiares. La disponibilidad ha de ser sin condiciones. Él tiene unos planes más altos para el discípulos y para los que aparentemente saldrían perjudicados.
«Ha dispuesto las cosas para que resulten buenas para todos. Cuando Dios llama ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con ojos humanos, puedan existir motivos que dilaten la entrega. Tan pronto como el Hijo de Dios entró en la tierra, se instituyó para sí una nueva familia, para que quien era adorado por los ángeles en el cielo tuviera también ángeles sobre la tierra.
«Entonces la casta Judit cortó la cabeza de Holofernes; entonces Amán, que significa iniquidad, quedó abrasado en su propio fuego; entonces Santiago y Juan, dejando padre, redes y navecilla, siguieron al Salvador, abandonando a la vez los vínculos de la sangre, las ataduras del siglo y la solicitud de la familia. Entonces se oyó por vez primera: “el que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Porque no hay soldado que marche a combatir con su esposa. A un discípulo que deseaba ir a dar sepultura a su padre no se lo consiente el Señor. Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8,20). Eso para que no te contriste si tu morada es algo estrecha» (Carta 22,21, a Eustoquia).
San Juan Crisóstomo dice:
«Ni siquiera pidió al Señor que le permitiera ir a su casa y dar la noticia a los suyos, por lo demás tampoco lo hicieron los pescadores. Estos dejaron las redes, la barca y padre, y Mateo su oficio de alcabalero y su negocio, para seguir al Señor» (Homilía 30 sobre San Mateo).
13Martes
Años impares
–Génesis 19,15-29: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego. El castigo de Dios se desencadena sobre las ciudades malditas. En el Evangelio se dice que quien rechace creer en su mensaje será juzgado con mayor dureza aún el día del juicio. Comenta San Agustín:
«Nada hay tan opuesto a la esperanza como mirar atrás, poner la confianza en las cosas que se deslizan y pasan. Por tanto, ha de ponerse en lo que todavía no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento y jamás pasará. Sin embargo, cuando se precipitan sobre el mundo las tentaciones como una lluvia de azufre sobre Sodoma, ha mantenerse la experiencia de la mujer de Lot. Miró atrás y en aquel lugar quedó convertida en sal para sazonar a los prudentes con su ejemplo» (Sermón 105,7).
–Con el Salmo 25 decimos: «tengo ante mis ojos, Señor, tu bondad». La liberación de la familia de Lot hace pensar en lo que dice el salmo: «No arrebates mi alma con los pecadores... camino en la integridad». Quien contemporiza conscientemente con el mal, ya está resquebrajando su fe, al menos, en la pura lógica de los hechos; ya ha roto de algún modo esa opción absoluta por Dios, que exige la fe. De ahí que la fe tenga que mantenerse, reavivarse y fortalecerse continuamente por medio de la oración. Porque una fe con esas exigencias de integridad y perseverancia, ni puede adquirirse, ni puede conservarse viva y operante sin la ayuda de Dios.
El Señor nos purifica con su propia sangre y nos hace participar en su propia santidad e inocencia, nos asocia en su culto al Padre mediante la celebración eucarística. Una vez que hemos optado por Dios, por su Cristo, por su Iglesia, no podemos mirar atrás, hacia las cosas de este mundo que nos encadenan.
Años pares
–Amós 3,1-8; 4,11-12: Habla el Señor, ¿quién no profetiza? Si el profeta habla es porque tiene que transmitir un mensaje. Ya que los últimos castigos nos han traído consigo la conversión del pueblo, el Señor mismo vendrá en persona a juzgar a Israel con severidad. Por tanto, que se prepare a comparecer ante Dios.
Los que desprecian al profeta y sus amenazas deben pensar que los castigos y calamidades que anuncian vienen, en definitiva, de Dios, y, por tanto no burlarse de ellos, porque la venganza será inexorable. No podemos burlarnos de la predicación evangélica. Se nos pedirá cuenta de los rechazos de los dones del Señor. No podemos jugar con la justicia divina.
–El Señor, como se dice en el Salmo 5, no es un Dios que ame la maldad, ni son los malvados los que habitan con Él, sino el justo, como el piadoso salmista. Es inimaginable hasta qué extremos puede llegar la cercanía de Dios: no sólo ofrece su propia Casa o Templo, sino que está dispuesto a convertir el corazón del hombre en el templo más estimable y apreciado: «Cristo habita en nuestros corazones por la fe» (Ef 3,17).
Qué bien se dio cuenta San Agustín, aun antes de ser cristiano, de esa sublime realidad de la presencia de Dios en el interior de todo hombre:
«Pobre infeliz de mí..., era tal mi ignorancia, que te buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo..., siendo así que Tú estabas más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo» (Confesiones, 3,6).
La intimidad con Dios no se comprende sino para llevar una vida según Dios la justicia de Dios: mirar, valorar, usar de las cosas con el criterio de Dios, que es el último que da el sentido verdadero y justo de la realidad.
–Mateo 8,23-27: Increpó al viento y al lago y vino una gran calma. Al sosegar la tempestad muestra Jesús su poder sobre los elementos. San Juan Crisóstomo dice:
«Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor... Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde había de sobrevenirles... De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o, tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos...
«Sin embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo... ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora, ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca... Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban Dios» (Homilía 28,1, sobre San Mateo)
13Miércoles
Años impares
–Génesis 21,5.8-20. La herencia para el hijo de la libre. Luego del nacimiento de Isaac, son expulsados Agar e Ismael. Si bien la oración de Agar es atendida, sigue siendo Isaac el escogido como heredero de la promesa hecha a Abrahán. Orígenes comenta:
«Después estando el niño abandonado a punto de morir, se acercó el ángel del Señor a Agar y le abrió los ojos y vio un pozo de agua viva (Gén 21,19). ¿Cómo puede relacionarse esto con la historia? ¿Dónde encontramos que Agar tuviera los ojos cerrados, y que luego le fueran abiertos? Está más claro que la luz que aquí hay un sentido espiritual y místico. El que fue abandonado es el pueblo según la carne, el cual yace con hambre y sed, no con hambre de pan ni con sed de agua, sino con sed de la palabra de Dios hasta que se le abran los ojos a la sinagoga.
«Este es el misterio del que habla el apóstol, a saber, que la ceguera ha caído sobre una parte de Israel hasta que la masa de los gentiles haya entrado, y “entonces todo Israel será salvado” (Rom 11,24). Esta es la ceguera de gar, la que engendró según la carne; y esta ceguera permanecerá en ella “hasta que sea retirado el velo de la letra” (2 Cor 3,16) por el ángel de Dios y vea el agua viva.
«Pero nosotros mismos hemos de estar alerta, porque muchas veces también estamos echados junto al pozo de agua viva, es decir, junto a las Escrituras divinas y andamos perdidos en ellas. Tenemos los libros en las manos y los leemos, pero no alcanzamos su sentido espiritual. Por ello son necesarias las lágrimas y la oración ininterrumpida, a fin de que el Señor abra nuestros ojos...» (Homilías sobre el Génesis 7,5).
–Con el Salmo 33 decimos: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias; el ángel del Señor acampa en torno a su fieles, y los protege. Todos sus santos, temed al Señor, por-que nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada. Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?».
Años pares
–Amós 6,14-15.21-24: Dios manifiesta su desagrado ante el culto que se limita a unas prácticas externas y carece de sinceridad. El que es justo y exigente no puede contentarse sino con la equidad y la justicia de sus seguidores.
Lo exige la esencia del culto que es la veneración por un ser basada sobre el sentimiento de su excelencia y de la propia inferioridad y sumisión que se tiene frente a ello. Es, pues, radicalmente una cierta actitud interna hecha no sólo de admiración, de estima y de honor, sino también de humildad y de protestación de sumisión.
El culto es esencial y principalmente interno. Ante todo porque el culto es un homenaje que se rinde a Dios; ahora bien, el honor está formalmente en el espíritu que lo rinde, siendo formalmente una actitud del espíritu, ante todo de la voluntad. También porque Dios es espíritu y en espíritu hay que ponerse en contacto con Él. Finalmente, porque en el hombre la parte sustancial, determinante, y más noble es el espíritu. Pero, como el hombre no es solamente espíritu, también es necesario el culto externo, social y colectivo. Mas en ese culto externo no se ha de omitir el interno, pues es esencial al culto.
El culto supone un signo empeñativo: las disposiciones de ánimo en las que el culto interno consiste no se conciben sin el «compromiso» o la obligación, al menos implícita de vivir en el futuro como lo exige de nosotros la excelencia de Dios, que reconocemos en el culto y la sumisión que le profesamos.
–Con el Salmo 49 nos ponemos en la misma línea de lo dicho anteriormente: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios» Es una requisitoria contra el formalismo requisitoria no son los sacrificios rituales que el pueblo ofrece, sino el absurdo de erigir la religión y el culto en un sistema consistente por sí mismo y privado de la entrega sincera del corazón. El sacrificio que Dios quiere es el sacrificio de alabanza, o lo que es lo mismo, que el hombre integre en sus sacrificios su misma persona, en contraposición de los dones puramente materiales. Los profetas insistieron mucho en esto. No debe haber dos líneas paralelas: por un lado el culto y por otro la conducta, la propia vida de espaldas a lo que el culto exige. Esto tiene una gran aplicación para nosotros.
El Concilio Vaticano II dice así:
«Mas, para asegurar la plena eficacia de la liturgia, es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (Sacrosanctum Concilium11).
–Mateo 8,28-34: Los milagros de Jesús dan a conocer la presencia misteriosa del Reino que hace retroceder a las fronteras del imperio del mal. Al liberar a los hombres de la sujeción a los espíritus malignos, Jesús lleva a cabo ya desde ahora el juicio de Dios. Dice San Juan Crisóstomo:
«Apenas hubo desembarcado Jesús, al milagro pasado sucedió otro más temeroso. Y fue que unos endemoniados, como si fueran esclavos fugitivos y criminales que se topan con su amo comenzaron a gritar: “¿qué tenemos que ver contigo Jesús, Hijo de Dios? ¿has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?” Como las turbas le habían confesado hombre, vienen ahora los demonios a proclamarlo Dios; y los que no habían oído al mar embravecido y luego en calma, ahora oían a los demonios que gritaban lo mismo que había proclamado el mar con su calma.
«Luego, porque no se pensara que era cuestión de adulación, como quienes lo estaban muy bien experimentando, gritan y dicen: ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? Muy bien hacen confesando ante todo su enemistad con el Señor, pues así no caben sospechas en la súplica que le van a dirigir... ¿Y por qué razón mataron los demonios a los cerdos? No por otra razón sino porque el empeño de los demonios es siempre afligir a los hombres y en la ruina de éstos está siempre su alegría... Realmente también en el caso de estos endemoniados les salió la jugada al revés; pues, por una parte, quedó proclamado el poder de Cristo, y proclamada también, con más claridad aún, la maldad de ellos, de la que el Señor libró a los posesos; y, por otra, se demostró que, si el Dios de todas las cosas no se lo permite, no pueden ellos tocar ni a una piara de cerdos» (Homilía 28,2-3 sobre San Mateo).
13Jueves
Años impares
–Génesis 22,1-19: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. El sacrificio de Isaac fue una prefiguración del misterio de la Cruz (cf. Heb 11,17-19). Orígenes así lo explica:
«Que Isaac lleve él mismo la leña para el holocausto es figura de Cristo, que llevó Él mismo la cruz (Jn 19,17). Pero llevar la leña para el holocausto es oficio del sacerdote; por tanto, él es a la vez hostia y sacerdote. Cuando se añade: “Y partieron los dos juntos” se significa lo siguiente: Abrahán, que tenía que hacer el sacrificio, llevaba el fuego y el cuchillo, e Isaac no iba detrás de él, sino juntamente con él, para mostrar que con él desempeña un mismo sacerdocio... Abrahán levanta un altar, pone sobre el altar la leña, ata al hijo y se dispone a degollarlo.
En esta iglesia sois muchos los padres que escucháis esta narración: ¿acaso alguno de vosotros al oír narrar esta historia obtendrá tanta fortaleza y tanta valentía, que cuando tal vez pierda a su hijo por la muerte ordinaria que a todos ha de venir, aunque se trate de un hijo único, aunque se trate de un hijo preferido, se aplicará el ejemplo de Abrahán poniendo ante sus ojos su grandeza de alma? Y aun a ti no se te exigirá tan gran fortaleza de que tú mismo hayas de atar a tu hijo, tú mismo hayas de sujetarlo, tú mismo prepares el cuchillo, tú mismo degüelles a tu unigénito.
«Todos estos oficios no se te pedirán; pero por lo menos mantente firme en tu propósito y en tu voluntad, y agarrado a la fe ofrece con alegría tu hijo a Dios. Sé tú el sacerdote del alma de tu hijo: ahora bien, no es digno que el sacerdote, al ofrecer un sacrificio a Dios, vaya con llanto... Abrahán ofrece a Dios su hijo mortal, que no había de morir; Dios ofrece a la muerte por los hombres a su Hijo inmortal. Ante esto, ¿qué diremos? ¿qué le devolveremos al Señor a cambio de todo lo que nos ha dado? (Sal 105,3). Dios Padre, por amor nuestro, no perdonó a su propio Hijo. ¿Quién de vosotros podrá oír alguna vez la voz de Dios diciendo: Ahora he conocido que tú temes a Dios, porque no has perdonado a tu hijo, o a tu hija, o a tu esposa, o no has perdonado tu dinero, los honores del siglo y las ambiciones del mundo, sino que lo has despreciado todo y lo has tenido por estiércol para ganar a Cristo (Flp 3,8), lo has vendido todo dándolo a los pobres y has seguido la palabra de Dios?» (Homilías sobre el Génesis, VIII).
–Con el Salmo 114 proclamamos: «caminaré en presencia del Señor en el país de la vida». Pocos salmos como éste ponen de relieve que el justo es un siervo de Dios que cumple su voluntad, como la cumplió Abrahán.
«Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco. Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor; Señor, salva mi vida. El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerza me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida».
Años pares
–Amós 7,10-19: Ve y profetiza a mi pueblo. El pesimismo de la predicación de Amós le lleva al profeta a ser acusado de alta traición y le acarrea la posibilidad de ser expulsado de su territorio. Amós hace notar el carácter irresistible de su vocación y reitera sus desdichados presagios.
El profeta es el representante de Dios y, por tanto, oponerse a su predicación es oponerse a los designios divinos. Sus opositores serán los primeros en sentir la prueba de la autenticidad de la profecía de Amós. Así ha sucedido siempre. Pero los seguidores de Dios no pueden, no deben abandonar su camino, aunque le cueste la vida. Así actuaron los mártires del cristianismo en todos los tiempos y otros que, sin derramar su sangre, han tenido que sufrir por predicar y enseñar la doctrina del Evangelio.
–El Salmo 18 canta la excelencia de la ley del Señor: «los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos». Es un himno maravilloso en el que se celebra la Sabiduría de Dios que ordena y rige el universo y vivifica y dirige el espíritu y el corazón del hombre. La misma ley divina que se manifiesta en la creación, penetra con su luminosa claridad en la conciencia humana y a través de la razón y de la adhesión libre de la voluntad, armoniza el universo y la historia para una misma celebración de la gloria de Dios en la que el hombre viene a ser como intérprete consciente de todas las voces de la creación y el cantor del cosmos ante el Altísimo.
«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila».
–Mateo 9,1-8: La gente alaba a Dios que da a los hombres tal potestad. Con ocasión de la curación del paralítico Jesús manifiesta el misterio de su persona. Es el Hijo de Dios, llamado también por Daniel el Hijo del Hombre (Dan 7,13). Posee, por lo mismo, la potestad de perdonar los pecados y transmitirla. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Como todos, pues, daban grandes pruebas de fe el Señor la dio de su poder perdonando con absoluta autoridad los pecados y demostrando una vez más su igualdad con el Padre. Pero notadlo bien: antes la había demostrado por el modo como enseñaba, pues lo hacía como quien tiene autoridad... Aquí, empero, por modo más eminente obliga a sus propios enemigos a que confiesen su igualdad con el Padre, y por boca de ellos hace Él que esta verdad sea patente.
«Por lo que a Él le tocaba, bien claro mostraba lo poco que le importaba el honor de los hombres. Y era así que le rodeaba tan enorme muchedumbre que amurallaban toda la entrada y acceso a Él, y ello obligó a bajar al enfermo por el tejado, y, sin embargo, cuando lo tuvo ya delante, no se apresuró a curar su cuerpo. A la curación de éste fueron más bien sus enemigos los que le dieron ocasión. Él, ante todo, curó lo que no se ve, es decir, el alma, perdonándole los pecados. Lo cual, al enfermo le dio la salvación; pero a Él no le procuró muy grande gloria. Fueron, digo, sus enemigos quienes, molestándole llevados de su envidia y tratando de atacarle, lograron, aun contra su voluntad, que brillara más la gloria del milagro. Y es que, como el Señor era hábil, se valió de la envidia misma de sus émulos para manifestación del milagro» (Homilía 29,1 sobre San Mateo).
13Viernes
Años impares
–Génesis 23,1-4.19; 24,1-8.62-67: Antes de morir Abrahán quiso que su hijo tome esposa en el país de sus antepasados» era Rebeca. Era un eslabón más en las promesas de Dios. Orígenes expone el paralelismo entre el pozo de agua donde Isaac encontró a Rebeca y el agua viva de las Escrituras, a donde hemos de ir todos:
«Rebeca iba todos los días a los pozos, todos los días sacaba agua. Y porque todos los días iba a los pozos, por esto pudo ser hallada por el mozo de Abrahán y pudo arreglarse su matrimonio con Isaac. ¿Piensas que esto son fábulas y que el Espíritu Santo cuenta cuentos en las Escrituras? Hay aquí una enseñanza para las almas y una doctrina espiritual, que te instruye y te enseña a ir todos los días a los pozos de las Escrituras, a las aguas del Espíritu Santo, para que saques siempre y te lleves a casa una vasija llena. Como hacía la santa Rebeca, la cual no se habría podido casar con tan gran patriarca como Isaac –que era nacido de la promesa (Gál 4,23)- sino viniendo por agua y sacándola en tanta cantidad que pudiera saciar no sólo a los de su casa, sino al mozo de Abrahán; no sólo al mozo, sino que era tan abundante el agua que sacaba de los pozos que pudo abrevar a sus camellos, como dice hasta que dejaron de beber (Gén 24,19).
Todo lo que está escrito son misterios... Si no vienes cada día a los pozos, si no sacas agua cada día (de la Escritura), no sólo no podrás dar de beber a otros, sino que tú mismo sufrirás la sed de la palabra de Dios. Oye al Señor que dice en el Evangelio: “el que tenga sed, que venga a Mí y beba” (Jn 7,37). Pero, a lo que veo, tú no tienes hambre ni sed de justicia (Mt 5,6) ¿cómo podrás decir: “como el ciervo desea las fuentes de las aguas así mi alma desea al Señor”? (Sal 41,1)... Decidme vosotros, los que sólo venís a la iglesia los días de fiesta, ¿es que los demás días no son días de fiesta? ¿No son días del Señor?...» (Homilías sobre el Génesis X).
–Con el Salmo 105 damos gracias al Señor, porque ha sido tan bueno con nosotros, porque es eterna su misericordia. «¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo. Visítame con tu salvación, para que vea la dicha de tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu heredad».
Años pares
–Amós 8,4-6.9-12: Enviaré hambre, no de pan, sino de escuchar la palabra del Señor. Amós descubre la forma inicua de proceder de los fraudulentos y explotadores. Profetiza sobre «el Día del Señor». Por fin el pueblo arderá en deseos de la Palabra de Dios. Comenta San Gregorio Magno
«Es la Sagrada Escritura comida y bebida. Por eso, también el Señor amenaza por otro profeta: “Yo enviaré hambre sobre la tierra; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios” (Amos 8,11). Quien, habiendo sustraído su palabra, dice que nos angustiará con hambre y sed, demuestra que su palabra es para nosotros comida y bebida. Pero es de notar que unas veces es comida y otras bebida; pues en las cosas más oscuras, que no pueden entenderse si no son expuestas, la Sagrada Escritura es comida, porque lo que se expone para que sea entendido es como que se mastica para ser deglutido; pero en las cosas más claras es bebida, pues la bebida se deglute sin masticar. Así que bebemos los mandatos más claros porque, aun sin exponerlos, los podemos entender» (Homilía 10,3, sobre Ezequiel).
–«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). A este estribillo siguen unos versos delSalmo 118:
«Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. Mi alma se consume, deseando continuamente tus mandamientos. Escogí el camino verdadero, deseé tus mandamientos. Mira cómo ansío tus decretos: dame vida con tu justicia. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».
–Mateo 9,9-13: No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificios. San Juan Crisóstomo dice:
«Después que Jesús hubo llamado a Mateo, honróle además con el más alto honor, como fue sentarse luego con él a la mesa. De este modo quería el Señor aumentar en él la confianza y su buen ánimo para lo por venir. La curación, efectivamente, de su mal estado no había necesitado de mucho tiempo, sino que había sido obra de un momento. Mas no se sienta a la mesa sólo con Mateo, sino con otros muchos publicanos, no obstante echársele también en cara que no apartaba de sí a los pecadores. Los evangelistas por su parte, tampoco ocultan que sus enemigos buscaban de qué acusarle en sus acciones. Acuden pues, los publicanos a casa de Mateo, como compañero de oficio que era, pues él, orgulloso del hospedaje de Cristo, los había invitado a todos.
«A todo linaje de medicina solía apelar Cristo; y no sólo hablando, no sólo haciendo milagros y confundiendo a sus enemigos, sino hasta comiendo, procuraba la salud de los que mal se hallaban. Con lo que nos enseña que no hay tiempo, no hay obra que no pueda procurarnos alguna utilidad... Sus enemigos le acusaban de que trataba con aquellas gentes, mas Él les hace ver que lo indigno de Él y de su amor hubiera sido precisamente rehuir su trato. Curar a aquellos hombres no sólo estaba fuera de toda culpa, sino que era parte principal y necesaria de su misión y merecía infinitas alabanzas... “Misericordia quiero y no sacrificio” (Os 6,6). Al hablar así, echábales en cara su ignorancia de la Escritura» (Homilía 30,2, sobre San Mateo).
13Sábado
Años impares
–Génesis 27,1-5.15-29: Animado por su madre Rebeca Jacob arrebata a Esaú, su hermano primogénito, la bendición de su anciano padre. Los designios de Dios proceden por simple elección y no dependen de las obras, sino de Aquél que llama (Rom 9,11-13). Comenta San Gregorio Magno:
«En efecto, el círculo de sus preceptos una veces está arriba y otras abajo, porque a los más perfectos se les anuncia espiritualmente, a los débiles se les aplica conforme a la letra, y lo que los pequeñuelos entienden a la letra, los varones doctos lo subliman mediante la inteligencia espiritual. Porque, ¿quién de los pequeños no se deleita leyendo la sagrada historia de Esaú y Jacob, cuando el uno sale a cazar para ser bendecido, y el otro, mediante la suplantación hecha por la madre, recibe la bendición del padre? (Gén 27). Historia, en la que, ciñéndose a una inteligencia poco sutil, parece que Jacob no arrebató fraudulentamente la bendición del primogénito, sino que la recibió como debida a él, puesto que, con el consentimiento de su hermano, habíala comprado, dándole en pago el alimento. Pero, no obstante, si alguno, pensando más profundamente, quisiera examinar la conducta de cada uno de ellos, mediante los secretos de la alegoría, en seguida se eleva desde la historia al misterio» (Homilía 1 sobre Ezequiel).
–Con el Salmo 134 proclamamos: «alabad al Señor, porque es bueno». El oficio de alabar a Dios de todo corazón y con todas las fuerzas del espíritu, corresponde de modo especial al cristiano, que ha sido escogido por Dios con una especialísima elección, como dice San Pedro (1 Pe 2,9-10). Pero la fe cristiana nos dice mucho más aún: Dios omnipotente y misericordioso se ha hecho visible en Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre, semejante a nosotros menos en el pecado (Heb 4,15-16). La alabanza del piadoso israelita es por la elección de Jacob: «Alabad al Señor, porque es bueno; tañed para su nombre, que es amable. Porque Él se escogió a Jacob, a Israel en posesión su-ya».
Años pares
–Amós 9,11-15: Haré volver los cautivos de Israel y los plantaré en su campo. Una profecía sobre la restauración de la dinastía de David y sobre una era de felicidad. Es más bien una predicción sobre la vocación de todos los pueblos a reunirse en la Iglesia de Jesucristo.
El idilio de los tiempos mesiánicos de que nos habla el profeta se ha quedado corto, pues las realidades de la vida de la gracia, vivida con la intensidad que exige la vocación cristiana, superan a todo lo que podían soñar los profetas del Antiguo Testamento. San Jerónimo así lo explica:
«En aquel tiempo, la uva se pisará en los lagares llenos y se exprimirán los mostos enrojecidos con la sangre de Cristo y de los mártires, y este pisador de uva será semillero de la palabra de Dios, para que su sangre clame en el mundo más que clamó la sangre del justo Abel. Los que asciendan al monte por los méritos de sus virtudes, sudarán miel, más aún, destilarán la dulzura de la palabra de Dios, de la que está escrito: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33,9) y “Qué dulce al paladar tu promesa, más que la miel en la boca” (Sal 118,103). Los que están bajo las montañas, a los que llega el esposo en el Cantar de los Cantares saltando por las montañas, brincando por las colinas (Cant 2,8) –los llama colinas–, imitarán el paraíso de Dios, de manera que en ellos se encuentren los frutos de la doctrina. Entonces, si alguno está cautivo en la infidelidad, y aún no ha creído en el nombre del Señor, y es del resto del en otro tiempo pueblo de Israel, edificarán ciudades antes desiertas y habitarán en ellas» (Comentario sobre el profeta Amós 4).
–Con el Salmo 84 alabamos a Dios «que anuncia la paz a su pueblo». Dios había perdonado a su pueblo y le había abierto el camino a la patria. Así se describen en Isaías 40, como si fuera un segundo Éxodo; como un desfile triunfal por el desierto, en el que Dios marchaba a la cabeza de los liberados. Pero, además, el retorno se hacía coincidir con la restauración final de los tiempos y de la conversión de las gentes. Todo esto se explica mejor con la liberación y redención hecha por Cristo no obstante todas las dificultades y el mal en el mundo. En realidad todo se ve mejor en el triunfo total de Cristo en la Jerusalén celeste, llamada visión de paz (cf. 1 Cor 15-28).
–Mateo 14-17: El tiempo de la presencia del mensajero del Reino sobre este mundo, similar a una fiesta nupcial, es un tiempo de alegría, del que queda excluido el ayuno. Pero, allá, en el horizonte, se perfila la tragedia final. El Esposo será arrebatado. Entonces vendrá el ayuno. Renovación impuesta por Cristo. Dice San Juan Crisóstomo:
«Antes se había llamado el Señor a sí mismo médico y ahora se da el nombre de Esposo: nombres ambos con que se nos revelan inefables misterios. Y a fe que podía haberles respondido mucho más ásperamente. Podía, por ejemplo, haberles dicho: No sois vosotros quiénes para poner esas leyes. Porque, ¿de qué vale el ayuno, si el alma está chorreando maldad?... Lo primero que debierais hacer era arrojar de vosotros toda vanagloria y practicar luego las virtudes de la caridad, la mansedumbre y el amor al prójimo. Pero, realmente, nada de esto les dice, sino que con toda modestia les replica: “no pueden ayunar los hijos de la cámara nupcial mientras esté con ellos el esposo”.
«Lo que el Señor quiere decir con esto es: el tiempo presente es de alegría y regocijo. No vengáis, pues, con estas cosas tristes. Y, en verdad, cosa triste es el ayuno, no por su naturaleza, sino por la disposición aun demasiado flaca de quienes lo practican. Porque para quienes quieren de verdad vivir santamente, no hay cosa más dulce y apetecible... Mas no sólo por este medio cierra el Señor la boca a sus enemigos, sino también con lo que seguidamente dice: Días vendrán en que les será arrebatado el esposo... Con estas palabras les hace ver el Señor que, si sus discípulos no ayunaban, no era por glotonería, sino por una admirable disposición suya. Pero ya anticipa aquí Jesús un anuncio sobre su pasión...» (Homilía 30,3-4, sobre San Mateo).
Esta frase del Señor motivó en los primeros años del cristianismo el ayuno del viernes y sábado santos, con lo cual se preparaban para la celebración de la Pascua del Señor. Esos pocos días se fueron luego ampliando, hasta llegar en el siglo IV a la Cuaresma.
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo» (Sal 47,10-11).
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, y ahora retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que, libres de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna».
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada ahora con textos del Gelasiano): «La oblación que te ofrecemos, Señor, nos purifique, y cada día nos haga participar con mayor plenitud de la vida del reino glorioso».
Comunión. Es comprensible que la Iglesia ante estos dones del Señor cante alborozada: «Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él» (Sal 33,9); o bien: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, dice el Señor» (Mt 11,28).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con textos del Gelasiano): «Alimentados, Señor, con un sacramento tan admirable, concédenos sus frutos de salvación y haz que perseveremos siempre cantando tu alabanza».
El Señor se nos presenta en el Evangelio con su Corazón manso y humilde; a Él corresponde la profecía de Zacarías en la que ve al Señor «justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno», como así sucedió en su entrada triunfal en Jerusalén. San Pablo nos recuerda que por el bautismo hemos participado en el Misterio Pascual del Señor. Por lo mismo hemos de vivir, según el Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
La figura mesiánica del Redentor, manso y humilde de Corazón, con la que hoy la liturgia nos invita a identificarnos, encarna el designio de Dios de ofrecernos el modelo viviente para la regeneración del hombre degradado por la violencia del mal y del pecado.
Es difícil para un corazón humano siempre dispuesto a la venganza, al rencor, a la violencia, al egoísmo y al odio todo lo que significa el mensaje que nos da el Corazón de Jesucristo. A Él hemos de mirar y aprender de Él la mansedumbre, la humildad y el amor.
–Zacarías 9,9-10: Tu Rey viene pobre a ti. Frente las esperanzas mesiánicas de Israel, cifradas en el triunfo violento de la fuerza y del poderío político, el profeta Zacarías anunció el verdadero Mesías, lleno de bondadosa y humilde mansedumbre.
Pablo VI dijo en la clausura del Concilio Vaticano II:
«La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque así es– del hombre que se hace dios.
«Este endiosamiento del hombre moderno representa una de las crisis más graves de la humanidad actual. De ahí el ateísmo; de ahí el temporalismo absoluto; de ahí la fobia a las llamadas virtudes pasivas tan queridas en el Evangelio; de ahí la repulsa obsesiva contra la moral y la ascética evangélica. Hemos de seguir a nuestro Rey que viene a nosotros justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno».
–Como Salmo responsorial se ha escogido el Salmo 144 que aclama a Dios como Rey y bendice su nombre por siempre jamás, y es un himno a la grandeza y a la bondad de Dios. El objeto directo de la alabanza es Yavé, pero no de un modo didáctico, sino vivido y paladeado con la fruición del que contempla extasiado el ser y el obrar de Dios. Así van apareciendo los atributos divinos, vivos y operantes, excitando por sí mismos la admiración y la alabanza del orante: su majestad, su grandeza, su fidelidad protectora, su providencia generosa, sus cuidados paternales y su delicadeza.
–Romanos 8,9,11-13: Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo viviréis. Cuando se vive al impulso de las pasiones humanas y del espíritu del mundo, resulta imposible vivir una genuina imitación de Cristo y alcanzar la santidad cristiana. San Jerónimo explica:
«Y no sólo ellos (Timoteo y Silvano), sino todo aquél que en el conocimiento y en la conducta es semejante a Pablo, puede decir: “Nosotros, los que vivimos”. Su cuerpo puede estar muerto a causa del pecado, pero su espíritu vive a causa de la justicia (Rom 8,10), y sus miembros han sido mortificados sobre la tierra, de modo que la carne no tenga deseos contrarios al espíritu. Pues si la carne aún codicia, es que vive, y porque vive, codicia. Sus miembros aún no han sido mortificados sobre la tierra. Porque si estuvieran mortificados no desearían contra el espíritu, pues por la fuerza de la mortificación hubieran perdido esa especie de pasión. Del mismo modo que quienes han abandonado la vida presente y han pasado a cosas mejores viven más cabalmente por haber depuesto este cuerpo mortal y los incentivos de todos los vicios, así los que llevan en su cuerpo la mortificación de Jesús y no viven según la carne, sino según el espíritu, éstos viven en Aquél que es la Vida y en ellos vive Cristo» (Carta 119,9, A Minervio y Alejandro).
–Mateo 11,25-30: Soy manso y humilde de corazón. San Hilario de Poitiers explica:
«Llama a Sí a cuantos están probados por las dificultades de la ley y oprimido por los pecados del mundo (Mt 11,28-29)? Promete librarlos de las fatigas y de su peso sólo con que ellos tomen su yugo, esto es, acepten las prescripciones de sus mandatos. Acercándose a Él por el misterio de su Cruz, ya que Él es manso y humilde de Corazón, encontrarán descanso para sus almas. Él ofrece la suavidad de su yugo y su carga ligera (Mt. 11,30) para dar a los creyentes la ciencia del bien, que sólo Él conoce en el Padre. ¿Y qué hay más suave que su yugo y más ligero que su carga, que consiste en ser dignos de aprobación, abstenerse del mal, amar a todos los hombres, no odiar a ninguno, conseguir la eternidad, no dejarse dominar por el tiempo presente, ni querer devolver a nadie el daño que no se hubiera querido recibir? (Comentario al Evangelio de San Mateo 11,13).
Las lecturas primera y tercera, como es costumbre, se relacionan entre sí. La primera esta tomada del profeta Ezequiel y nos presenta la rebeldía de Israel contra Dios. La tercera manifiesta la rebeldía de los paisanos de Jesús contra Él, no obstante la elevada doctrina que ofrece y los milagros que hace. San Pablo nos enseña la humildad no obstante sus revelaciones singulares. Por eso se pone enteramente en manos de Cristo.
–Ezequiel 2,2-5: Son un pueblo rebelde y sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. San Gregorio Magno explica:
«El conocer a los buenos suele servir a los malos o para ayuda de su salvación o para testimonio de su condenación. Sepan, pues, que en medio de ellos hay un profeta, para que, oyendo su predicación, o sean impelidos a levantarse y convertirse o sean condenados en sus iniquidades de tal suerte que no tengan excusa... Consta cuán perversos sean aquellos a quienes se les manda predicar, puesto que se les aconseja que no teman; y porque todos los depravados y perversos hacen otras iniquidades con los que les predican cosas buenas y hasta los amenazan con otras por aquello bueno que hacen, se dice: no los temas; y por las amenazas que les dirigen se agrega: ni te amedrenten sus palabras. O bien, porque los réprobos y los inicuos infieren males a los buenos y siempre quitan autoridad a los actos de ellos, al profeta enviado se le amonesta que no tema ni su crueldad ni su furor y que no tema sus palabras» (Homilía 9 sobre Ezequiel 11-12).
–2 Corintios 12,7-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. San Pablo, apóstol de Jesucristo, experimenta sobre sí mismo que Dios elige lo débil de la humanidad como instrumento de su gracia para la salvación de los demás. Comenta San Agustín:
«Muéstranos, Apóstol Santo, otro lugar más claro en el que confieses tu debilidad, no donde busques la inmortalidad... Aquí tenéis, pues, al Apóstol que teme el precipicio de la soberbia, al mismo tiempo que proclama la grandeza de sus revelaciones. Para que sepas que el Apóstol que deseaba salvar a los otros necesitaba todavía curación personal; para que conozcas esto, si tienes en grande estima su honor, escucha qué remedio aplica el médico al tumor; escucha no a mí, sino a él. Escucha su confesión para reconocerle Maestro... Escucha también lo que soy, no te subas muy alto el corderillo allí donde el carnero se halla en el peligro: “se me ha dado el aguijón de la carne, el ángel de Satanás que me abofetea”. ¡Cuál no sería el tumor temido, si tan punzante fue el emplasto aplicado!...
«Somos hombres, reconozcamos a los apóstoles como hombres, aunque santos. Son vasos selectos, pero aún frágiles, que aún peregrinan en la carne, sin haber alcanzado el triunfo en la patria celestial. Él mismo rogó tres veces al Señor para que le quitase tal aguijón y no fue oído en cuanto a su voluntad, porque lo fue en cuanto a la salud. “¿Quién librará mi cuerpo de la muerte?” Recibirás como respuesta: “hallarás tu seguridad no en ti, sino en tu Señor”. Tu seguridad proviene de la garantía que tienes. Teniendo como prenda la Sangre de Cristo... ¿Quién me librará? “La gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”» (Sermón 154).
–Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra. El propio Jesucristo que nos redimió como Hijo de Dios encarnado, fue signo de contradicción a causa de su humilde condición humana. Jesús responde al escepticismo del pueblo de Nazaret con un proverbio que refleja la verdad bien sabida de que la envidia y la familiaridad predisponen mal frente a una persona conocida. San Ambrosio habla de este odio y envidia:
«La envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo tiempo, ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del Señor en su carne son la expresión de su divinidad, y “lo que es invisible en Él nos lo muestra por las cosas visibles” (Rom 1,20).
«No sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su patria, a fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en nosotros poco estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a sus compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al amor de su patria... Y, sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los beneficios divinos –allí vivió treinta años–. Observa qué males acarrea el odio; a causa de su odio, esa patria es considera indigna de que Él, conciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la dignidad de que el Hijo de Dios morase en ella» (Tratado sobre San Lucas lib. IV, 46-47).
Los profetas vaticinaron como signo de los tiempos mesiánicos la alegría del espíritu. Esto aparece en la primera lectura, tomada de Isaías. En el Evangelio los 72 discípulos vienen alegres después de la misión que les confió Cristo entre los samaritanos. Pero a esa alegría no se llega sino a través de la cruz, como nos lo dice San Pablo en la segunda lectura.
A la luz del Evangelio es difícil pensar que tenga vida auténticamente cristiana quien, aun siendo fiel a sus deberes religiosos y morales, nunca se ha tomado en serio su vocación y su responsabilidad en el apostolado, con la palabra, con el propio comportamiento y con la oración.
–Isaías 66,10-14: Yo haré derivar hacia ella como un río la paz. Frente a la religiosidad cerrada y racial del «Israel de la carne», Dios anunció ya en los oráculos mesiánicos la universalidad salvífica de la Nueva Jerusalén, esto es, la Iglesia, y el gozo y la alegría de los que la aman y evangelizan.
El Dios del creyente es el Dios de la paz, como aparece en muchos pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo. Sus intervenciones entre los hombres son siempre portadoras de la paz. Con ese término se quiere resumir la situación del pleno bienestar en todos los órdenes de la vida humana desde lo más elemental para su propia subsistencia hasta los dones más preciados del orden sobrenatural: la justicia, el gozo, la alegría, el consuelo, el perdón, la misericordia y la gloria futura. San Beda dice:
«La verdadera y única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a este hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de la paz» (Homilía 12, Vigilia de Pentecostés).
También San Cirilo de Alejandría dice:
«Se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación del templo de la Iglesia, ya sea que su trabajo consiste en el oficio de catequistas y pregoneros de los sagrados misterios, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales de todo el edificio» (Comentario al profeta Ageo).
–Con el Salmo 65 proclamamos: «aclamad al Señor, tierra entera». La Iglesia canta jubilosa al ver cumplidas en ella las promesas del Antiguo Testamento. Son muchas las actuaciones del Señor en su Iglesia durante veinte siglos de cristianismo. Así ha considerado este Salmo la tradición patrística: «Tocad en honor de su nombre, cantad himnos a u gloria; decid a Dios; ¡Qué temibles son tus obras! Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres... Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios que no rechazó mi súplica; ni me retiró su favor».
–Gálatas 6,14-18: Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La actuación del Apóstol ha sido valiente y en todo similar a la de Cristo, por eso se considera como un crucificado para el mundo y de modo especial para los judíos. De este modo se libra de las realidades mundanas, que tienen ante Dios un valor muy relativo. Sobre el valor de la cruz, comenta San Juan Crisóstomo:
«La realidad de la cruz parece algo vergonzoso, pero sólo en el mundo y entre los incrédulos, ya que en el cielo y entre los creyentes es una gloria y una gloria grandísima. Ser pobre, en efecto, parece algo vergonzoso, mas para nosotros es un motivo de gloria; ser despreciado es para muchos algo que provoca risa, nosotros, en cambio, nos gloriamos de ello. Para nosotros, efectivamente, la cruz es motivo de gloria...
«¿Qué es la gloria de la cruz? Que Cristo tomó para mí la forma de siervo y cuanto sufrió lo sufrió por mí, un esclavo, un enemigo, un ingrato, y así fue su amor, hasta el punto de entregarse por mí. ¿Podría existir algo semejante? Si los siervos se sienten orgullosos porque sus amos, que tienen su misma naturaleza, los alaban, ¿cómo no hemos de gloriarnos cuando el Señor, el verdadero Dios, no se avergüenza de la cruz por amor nuestro?... Llevo en mi cuerpo las señales de Jesucristo. No dijo “tengo”, sino “llevo”, como el que se enorgullece por los trofeos o las insignias reales, aunque éstas, de nuevo, parezcan un motivo de deshonor. Sin embargo, èl se enorgullece de sus heridas y como los soldados condecorados, él se regocija en llevarlas» (Comentario a la Carta a los Gálatas 4).
–Lucas 10,1-12.17-20: Vuestra paz descansará sobre ellos. El camino de Jesús hacia los hombres pasa por los hombres. No son los cristianos meta del mundo; ellos son los preparadores del camino, los que ponen, sin imponer, ante los hombres, la Buena Nueva. San Ireneo explica esta mediación de la Iglesia en la transmisión del Evangelio:
«La única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola recibido de los apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de Dios. A ellos dijo el Señor: “el que a vosotros oye a Mí me oye”... (Lc 10,16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe (1Tim 3,15)» (Contra las herejías 3,1,1-2).
Y San Agustín insiste:
«Nadie es docto si a la razón contradice; nadie es cristiano si rechaza las Escrituras; nadie es amigo de la paz, si lucha contra la Iglesia» (Tratado sobre la Santísima Trinidad 4,6,10).
14Lunes
Años impares
–Génesis 28,10-22: Vio una escalinata y a ángeles de Dios que subían y bajaban y a Dios que hablaba. Es el sueño de Jacob: una escalera que une el cielo y la tierra. Dios renueva sus promesas. Explica San Agustín:
«Cuando Jacob ungió la piedra que había puesto como cabecera para dormir, ocasión en la que tuvo un gran sueño, es decir, unas escaleras que llegaban de la tierra al cielo y a unos ángeles que bajaban y subían por ellas, apoyándose sobre las mismas el Señor, comprendió que debía simbolizar algo; con el gesto de la unción nos manifiesta que él no fue ajeno a la comprensión de aquella visión y revelación: la piedra simbolizaba a Cristo. No te extrañe de la unción, puesto que Cristo recibió este nombre de ella» (Sermón 89,5).
Y añade en otro texto:
«Él, en efecto, es la Piedra rechazada por los edificadores, que vino a ser cabeza de esquina... Se tropezó contra la Piedra en la tierra, y vendrá de arriba cuando llegue de las alturas para juzgar a vivir y muertos. ¡Ay de los judíos por haber tropezado en Cristo, cuando era un pobre canto rodado!... ¡Insensato! ¡Te ríes de ver la piedra en el suelo! Mas te ríes por estar ciego, y, por estar ciego, tropiezas, y porque tropiezas, te haces añicos, y hecho añicos caiga sobre ti para reducirte a polvo. ¿Ungió, pues, Jacob la piedra para convertirla en ídolo? No; para convertirla en símbolo» (Sermón 122, 2).
–Con el Salmo 90 decimos: «Dios mío, confío en ti». Se trata de un himno triunfal de la confianza en Dios. Es una especie de tratado sobre la Providencia manifestada amorosamente en aquellos que confían en Dios, como lo fue con Jacob, cuando salió de Bersaba y se dirigió a Harán. Dios es fiel a sus promesas y ampara a sus elegidos. De modo especial hay que ver este salmo cumplido en Cristo: “Él habita al amparo del Altísimo y se confió totalmente en las manos del Padre”. Los versos 11-12 se aplican a Cristo (cf. Mt 4,6).
Estos sentimientos de Cristo han pasado a los miembros de su Cuerpo místico, a la Iglesia que, no obstante las persecuciones, los obstáculos y las contradicciones triunfará. «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella». Lo mismo también a los cristianos a los que se refiere también este Salmo. Ellos confían plenamente en Dios a pesar de las pruebas y dificultades. Nos sugiere este Salmo el abandono confiado en las manos del Señor, el cual, por otra parte, no nos impide actuar de modo responsable y poner de nuestra parte todo lo que podamos.
Años pares
–Oseas 2,14-16.19-20: Me casaré contigo en matrimonio perpetuo. El próximo exilio es comparado por el profeta como un retorno al desierto. Israel volverá a encontrar el amor de su primera juventud en la fidelidad al amor de Dios.
«Todo lo que está escrito son misterios, porque Cristo quiere también desposarse contigo, ya que te habla por el profeta diciendo: Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en la fe y en la misericordia, y conocerás al Señor» (Os 2,19).
Yavé se presenta aquí como un Esposo que ha atraído a su infiel esposa, Israel, y la lleva al desierto, aislándola de las influencias paganas de la vida sedentaria de Canaán. La vida sencilla de Israel en las peregrinaciones por las estepas del Sinaí era nostálgicamente recordada por los profetas como la época ideal de la historia de Israel, pues en el «desierto» Israel, totalmente impotente, vivía de la providencia especialísima de su Dios. Toda la perícopa es un símbolo de la íntima unión con su pueblo, con la Iglesia, con las almas que han llegado a un grado elevado en la vida interior, como nos lo describen los autores místicos: «Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,21). A esto hemos de aspirar todos.
–Con el Salmo 144 proclamamos: «el Señor es clemente y misericordioso». El salmista tiene necesidad de bendecir y alabar al Señor por siempre jamás y el alma que ha llegado a una unión tan íntima con Dios también siente la misma necesidad. La alabanza que brota al contacto con Dios vivo, despierta al hombre entero y lo arrastra a una renovación de vida. El hombre, para alabar a Dios, se entrega con todo su ser. La alabanza, si es sincera, es incesante, es explosión de vida. Pero son los corazones rectos, los humildes, los que pueden comprender la grandeza de Dios y entonar sus alabanzas. Alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo, es reconocer su superioridad única, ya que es el que habita en lo más alto de los cielos, puesto que es el Santo. La alabanza brota de la conciencia exultante por esta santidad de Dios, que el alma ha percibido en la unión transformante con Él y a la vez esta exultación muy pura y muy religiosa une más profundamente con Dios.
–Mateo 9,18-26: Mi hija acaba de morir. Pero ven Tú y vivirá. Jesús es la Vida por excelencia y la da. San Juan Crisóstomo dice:
«Considerad, os ruego, no sólo la resurrección, sino el mandato que da el Señor de no decir nada a nadie. Y aprendamos siempre la lección que nos da de humildad y de modestia. Después de esto, pensemos también que el Señor echó fuera a toda aquella chusma del duelo y los declaró indignos de presenciar el milagro de la resurrección de la niña. Por vuestra parte, no os salgáis con los tañedores de flauta, sino quedaos dentro juntamente con Pedro, con Juan y con Santiago. Porque, si entonces arrojó afuera a aquéllos, mucho más los arrojará ahora. Entonces no era aún claro que la muerte fuera sólo un sueño; mas ahora esta verdad es más clara que el sol.. Mas, ¿me objetas que el Señor no ha resucitado ahora a tu hija? Pero la resucitará con absoluta certeza y con más gloria que ahora. La hija del presidente de la sinagoga, después de resucitar, volvió otra vez a morir; mas la tuya, cuando resucite, permanecerá inmortal para siempre. Nadie haga, pues, duelo, nadie se lamente y rebaje así la gloria de Cristo. Porque Cristo ha vencido a la muerte. ¿A qué, pues, lamentarse inútilmente? La muerte se ha convertido en un sueño» (Homilía 31,3, sobre San Mateo).
14Martes
Años impares
–Génesis 32,22-32: Te llamaré Israel, porque has luchado conmigo y me has podido. Un acontecimiento misterioso da lugar a la explicación del nombre de Israel impuesto a Jacob; éste hubo de luchar con el Desconocido para obtener de Él la bendición. La tradición cristiana ha creído ver en ello el símbolo del combate espiritual y del poder de la oración. Explica San Agustín:
«Jacob prevaleció sobre él. Y, con todo, el mismo que luchaba, Jacob, era conocedor del misterio. Un hombre prevaleció en la lucha sobre un ángel, y al decirle éste: “Déjame”, el que había prevalecido le respondió: “No te dejaré si no me bendices”. ¡Oh gran misterio! El vencido bendice, habiendo sufrido quien libera; entonces tuvo lugar la bendición plena... No te llamarás Jacob, sino Israel. La imposición de nombre tan sublime es grande bendición. Israel se traduce por el que ve a Dios, nombre para uno solo y premio para todos. Para todos, pues todos los fieles y los bendecidos tanto judíos como griegos. En efecto, el Apóstol llama griegos a todos los gentiles, porque entre los gentiles destaca la lengua griega (Rom 2,10. 8-9)... Bien para los judíos buenos y mal para los malos; bien para los gentiles buenos y mal para los malos» (Sermón 229,F,2).
–Con el Salmo 16 proclamamos: «con mi apelación, Señor, vengo a tu presencia». Una conciencia tranquila puede mirar con serenidad los momentos difíciles de una persecución injusta, si los mira desde las alturas de los juicios de Dios. Y puede mantener la presencia de ánimo para no amilanarse ante la injusticia de un juicio humano, que nada pesa en la balanza de su fe. Esta serenidad, que es propia de los grandes hombres, es la atmósfera que debería respirar todo creyente. Muchas veces no queda otro recurso humano, sino el sufrimiento magnánimo con la mirada puesta en Dios con gran fe. Siempre, en todo caso, lo que ha de contar para el cristiano es estar convencido de que Dios es preferible al mundo entero y que la suprema felicidad consiste en vivir en íntima unión con Él, con la esperanza viva del gran momento en el que se abrirán los ojos, después de la existencia terrena, para quedar saciado en la contemplación de su gloria.
Años pares
–Oseas 8,4-7.11-13: Siembran vientos y cosechan tempestades. El oráculo hace alusión a las revoluciones palaciegas que se fueron sucediendo en Samaria. Pero, por encima de todo, estigmatiza la perversión del culto, influenciado por las costumbres paganas. El verdadero Dios no puede aceptar los sacrificios de un pueblo que menosprecia la ley. Es un tema muy repetido en la Sagrada Escritura, principalmente en los profetas. Dos partes, dos temas: en primer lugar la infidelidad de Israel. Se ha hecho un ídolo y será llevado al cautiverio como sus adoradores y se reirán de él. Lo que cuenta en los profetas es la alianza. Conforme a ella, la historia de Israel se desenvuelve en una alternativa de bendiciones o castigos, según sea fidelidad o deslealtad a la misma por parte del pueblo elegido. En segundo lugar los actos del culto han de proceder del corazón y no ser meramente externos. Dios quiere ante todo la entrega sincera de sus corazones en el cumplimiento exacto y religioso de su Voluntad.
–Adecuadamente decimos con el Salmo 113: «sus ídolos son plata y oro, hechura de sus manos». La gran lección que da la historia sagrada es la de un Dios vivo y personal, frente a los ídolos paganos, faltos de vida, hechos por la mano del hombre. Él es Dios trascendente que está en los cielos. El Dios personal que todo lo ve y todo lo regula, aunque sea invisible, precisamente porque es trascendente.
La situación que describe el salmo se ha repetido muchas veces en la historia humana que se deja llevar por los ídolos del dinero, de la sensualidad, de la ambición, de los honores, del poder, etc. Ante todo esto, hemos de poner la mirada en el Dios verdadero y en su Cristo, que ha manifestado a todos los hombres su fidelidad y su gracia. Con su presencia caen todos los ídolos mundanos y nos muestra el verdadero culto en espíritu y en verdad. Cristo desenmascara los ídolos, revelando al mundo el rostro del único Dios verdadero al que han de dar culto. Él enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y, realizando la redención, otorgó a todos una bendición sobreabundante, comunicándoles su misma vida.
–Mateo 9,32-38: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Dos nuevas curaciones acrecientan aún más la fama de Cristo y manifiestan su compasión por una gran muchedumbre sin rumbo, como ovejas sin pastor. San Juan Crisóstomo comenta:
«Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a la vanagloria, pues para no atraerlos a Él a todos en pos de s��, envió a sus discípulos. Aunque no es ésa la única razón por la que los envía. Él quiere que se ejerciten en Palestina, como en una palestra, y así se preparen para sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez les va ofreciendo más ancho campo a sus combates en cuanto su virtud lo permita, con el fin de que luego se les hicieran más fáciles los que les esperaban... No os envío –parece decirles– a sembrar, sino a segar... Al hablarles así quería el Señor reprimir su orgullo a par de infundirles confianza, pues les hacía ver que el trabajo mayor estaba ya hecho.
«Pero mirad también aquí cómo el Señor empieza por su propio amor y no por recompensa de ninguna clase: porque se compadeció de las muchedumbres... Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues habiendo de ser los pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo no corregían a la muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento» (Homilía 32,2, sobre San Mateo).
Cristo nos da la solución de todo apostolado: «rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies». Esto es siempre necesario en la Iglesia y en el mundo entero. El poder de la oración es grande en toda labor apostólica. Recordemos a San Francisco Javier o a Santa Teresa del Niño Jesús.
14Miércoles
Años impares
–Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24: Estamos pagando el delito contra nuestro hermano. José vendido por sus hermanos y convertido en el personaje más importante de Egipto por una serie de acontecimientos providenciales. Los hijos de Jacob, sin reconocerle, se postran ante su propio hermano, quien los pone a prueba a fin de que reconozcan el mal que hicieron.
San Gregorio Magno, después de narrar todo el episodio de José, dice:
«¡Oh tormento de la misericordia! Castiga y ama. Ya vueltos, postrados en tierra y llorando, imploran el perdón; pues, acordándose de lo que acerca de él habían prometido al padre, veíanse oprimidos por una insoportable tristeza. Entonces, no pudiendo contenerse más la piedad oculta, prorrumpe, y de aquel rostro severo saca lágrimas de caridad; fue echada a un lado la aparente ira, y la misericordia, que existía y no aparecía, hízose patente. De tal manera aquel santo varón perdonó y castigó en sus hermanos el crimen, de tal manera mantuvo viva la misericordia con sus hermanos, que ni fue piadoso sin castigo ni riguroso sin piedad...
«He ahí cuál es el magisterio de la disciplina: saber perdonar discretamente las culpas y corregirlas con piedad. Pero los que no tienen espíritu de corrección, o bien perdonan los pecados de manera que no los corrigen, o bien, al corregirlos, hieren como si no los perdonaran» (Homilía 9 sobre Ezequiel).
–El Salmo 32 es como un himno a la providencia de Dios con su pueblo: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti... El Señor deshace los planes de las naciones; frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su Corazón de edad en edad».
Si el creyente de todos los tiempos tiene motivos para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14) para llevar a cabo los proyectos del Corazón de Dios y llenar así con su misericordia toda la tierra. Es la misma Palabra que un día dirá todos los cristianos: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Años pares
–Oseas 10,1-3.7-8.12: Es tiempo de consultar al Señor. La riqueza de Israel, en vez de contribuir a alabar a Yavé por los abundantes bienes materiales, no ha servido más que para multiplicar los lugares de culto idolátrico y vino el castigo de Dios. «Se acabó Samaria. Su rey es como espuma sobre la superficie de las aguas. Destruidos serán los altos de la impiedad». Sólo con la conversión alcanzarán misericordia y para esto han de acudir a Dios, buscar su rostro y ser fiel a la alianza.
–A esto conduce también el Salmo 104 del responsorio. Dios ha sido fiel a sus promesas, Israel lo sea a la ley. Todo el Salmo canta la alianza de Yavé con los Patriarcas. El cristiano debe tomar conciencia de todos los prodigios realizados por Dios en la Antigua Alianza para llevar adelante las promesas hechas por Dios a Abrahán. Son prodigios que nos afectan también a nosotros, los que seguimos a Cristo. Es lo que afirma San Pablo en su Carta a los Romanos 4,16.18-25.
–Mateo 10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Es admirable la actitud de Jesucristo por cumplir las promesas hechas a los Patriarcas en favor del pueblo de Israel. Pero no deja de cumplir tampoco su misión universal de la salvación de todos los hombres. Las circunstancias irán perfilando la realización del plan salvífico de Dios que ya apunta en la misma predicación profética. San Juan Crisóstomo dice:
«Veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos... No penséis –les viene a decir el Señor–, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos...
«Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente... Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen» (Homilía32,4,sobre San Mateo).
Años impares
–Génesis 44,18-21.23-29;45,1-5: Para vuestra salvación me envió Dios a Egipto. José se da a conocer a sus hermanos en una escena emocionante y manifiesta el carácter providencial de su historia, como se apuntó ayer. En los Hechos de los Apóstoles y puesto en los labios de San Esteban, se lee a propósito de José: «Dios estaba con él y lo libró de todas sus tribulaciones» (7,9-10). De este modo José prefiguró a Cristo en su pasión y resurrección.
–La historia de José nos la exaltan los versos 16-22 del Salmo 104, escogido como Salmo responsorial, que tiene como estribillo:Recordad las maravillas que hizo el Señor. Esos versos son un magnífico ejemplo de las intervenciones de Dios en su pueblo. Son un nuevo canto a la misericordia y a la providencia de Dios para con su pueblo. Nos sirve del lección en los momentos de peligro, de prueba, de contradicción en que podemos encontrarnos. Dios quiere lo mejor para nosotros, aunque en ocasiones no lo entendamos. Dios sabe más, como lo muestran los testimonios que presentamos:
«Cualquier cosa que te suceda, recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuestos» (Carta de Bernabé19).
También San Agustín:
«Si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra» (Carta 130 a Proba).
Y el mismo autor:
«El Señor conoce mejor que el hombre lo que conviene en cada momento, lo que ha de otorgar, añadir, quitar, aumentar, disminuir y cuándo o ha de hacer» (Carta 138).
Años pares
–Oseas 11,1-2.3-4.8-9: Se me revuelve el corazón. En un fragmento de profunda poesía, el profeta compara el pueblo de Israel con un niño pequeño al que Dios prodiga cuidados maternales. Se ha llamado a esta perícopa «Balada del amor desdeñado»: Dios se comporta con su pueblo como un padre amoroso. Israel no corresponde y Dios castiga, pero perdona movido de su misericordia. Todo es admirable. El último motivo por el que se inclinará al perdón es precisamente porque Él es Dios y no hombre. Su comportamiento es diferente del comportamiento del hombre que es vengativo y justiciero. Más allá de las infidelidades de su pueblo Él conserva un inmenso amor para con él.
Perdonar es verdaderamente una actitud divina porque sólo Dios es capaz de dominar el acontecimiento inmediato y relativizarlo en la perspectiva más amplia de la historia de la salvación y de la eternidad. Dios es amor. Todo esto exige de nuestra parte una correspondencia de amor y de arrepentimiento sincero.
San Jerónimo nos habla de esto:
«Cuánta es la clemencia de Dios, cuánta nuestra dureza, que después de tantos pecados nos llama a la salvación ...
«Cuán grande sea su misericordia, cuán grande y, por decirlo así, excesiva su clemencia, que nos lo enseñe el profeta Oseas, por cuya boca nos habla Dios: ¿Qué haré contigo Efraim? ¿Cómo te protegeré, Israel, qué haré contigo?... Mi corazón está en Mí trastornado, y me he conmovido de arrepentimiento. No daré curso al ardor de mi cólera...» (Carta 122,2 a Rústico ).
–Con el Salmo 79 proclamamos: «que brille tu rostro y nos salve, Señor». Es una súplica fervorosa para impetrar la intervención de Dios liberador. En todo tiempo tenemos necesidad de esta actuación de Dios. Él es el Pastor Bueno nosotros somos su rebaño (Mt 9,36; Jn 11,14-16) o también somos una viña amada. Él es el agricultor que nos cuida (Is 11,1; Jn 15,1-6).
El misterio de la Iglesia se reproduce en cada uno de sus miembros. A nuestra plegaria responde Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada. El que no permanece en Mí es echado afuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en Mí y mis palabras permanece en vosotros, pedid lo que queráis, y se os dará» (Jn 15,5-7).
–Mateo 10,7-15: Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis. Jesús da a los Doce sus consignas en orden a la misión de Galilea. Deberán reproducir la actividad de su Maestro: proclamar la proximidad del Reino de Dios y manifestar su presencia por medio de milagros.
Cristo no se contenta con entregar a sus enviados un mensaje que les encarga transmitir; desea que su estilo de vida sea la reproducción viva de la palabra proclamada.
Las modalidades de este estilo de vida no dependen totalmente de una decisión privada de los evangelizadores y catequistas. Cristo tiene sus exigencias y la Iglesia, por Él fundada, también. Por eso no debe extrañarnos que la competente jerarquía de la Iglesia indique los modos y los medios para toda clase de evangelización. Esto cambia con los tiempos y los espacios. No todo es bueno para todos.
Con respecto al último versículo sobre el castigo de los que no reciben o rechazan la Buena Nueva, comenta San Agustín:
«Hay dos lugares de moradas: una en el fuego eterno y otra en el reino también eterno. Mi opinión es que dentro del fuego eterno, los tormentos serán distintos; pero todos estarán allí para ser atormentados, aunque unos más y otros menos, pues en el día del juicio será más tolerable la suerte de Sodoma que la de alguna otra ciudad (Mt 10,15)» (Sermón 161,4).
Al rechazar a los apóstoles del Evangelio que llaman a las puertas de una ciudad o una casa en aquella hora de la misión de los mismos, cuando ya los milagros de Cristo los habían acreditado como legados de Dios (Jn 3,2), no se les podía rechazar impunemente. Esto era cerrar los ojos a la luz mesiánica. Y en este sentido, la culpa de éstos era superior a la aberración moral, pagana, de Sodoma y Gomorra. Santo Tomás de Aquino lo justifica así:
«Pecan más los que oyen y no practican que los que nunca oyeron» (Coment. in Mt).
De ahí la gran responsabilidad de los que rechazan la predicación evangélica y de los que no acomodan su conducta a ella.
14Viernes
Años impares
–Génesis 46,1-7.28-30: Puedo morir después de haberte visto en persona. Jacob invitado a ir a Egipto por su hijo José, accede a instalarse allí con toda su familia. Con expresiones, que recuerdan el canto de Simeón, expresa su alegría por haber vuelto a ver a su hijo José.
Lo principal de este relato es que la emigración del patriarca depositario de la promesa de la tierra no es contraria al compromiso de Dios, sino que constituye la etapa necesaria de sufrimiento y de prueba antes del cumplimiento de las promesas de abundancia.
No obstante las pruebas, los sufrimientos, las amarguras y contrariedades. «Dios es quien salva a los justos», como se dice en el Salmo responsorial.
–Salmo 36: «confía en el Señor y haz el bien... El Señor vela por los días de los buenos y su herencia durará siempre». Todo el Salmo es una exhortación sapiencial sobre la suerte del justo y del malvado.
Frente a la concepción más o menos difusa de muchos creyentes, que confunden la religión con una especie de «seguro de vida», el salmista pone su confianza en Dios. Su gran tesoro es poseer a Dios. Todo lo demás es accesorio. El Salmo está abierto a perspectivas mucho más amplias que las meramente sociológicas. Perspectivas profundas, pero reales, que serán puestas en toda su luz por la predicación de Cristo.
Un significado muy preciso tienen las expresiones del Salmo a la luz del misterio de Cristo. Él, el inocente, el justo por excelencia, ha aparecido en medio de nosotros pobre, humilde, perseguido por los impíos, varón de dolores, abandonado en la cruz (Sal 21,2; Mt 27,46). Sobre Él han caído los sufrimientos de todos nosotros. Mas en Él y en su vida, el sufrimiento de los justos se ha revelado como un misterio de salvación. Pero el camino recorrido por Cristo hacia el Calvario conduce a la derecha del Padre en la gloria celeste. La Cruz ha venido a ser el árbol de la vida. Con estas consideraciones podemos escuchar las sentencias del Salmo 36 como una exhortación de Cristo a la Iglesia. Parecen como una anticipación de las bienaventuranzas evangélicas. Recordemos la parábola del rico Epulón y Lázaro.
Años pares
–Oseas 14,2-10: No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. El profeta exhorta a un retorno sincero a Dios. El pueblo responde favorablemente y Dios lo premia.
Hay que reconocer que la conversión del pueblo no es apenas desinteresada. El que Israel vuela a Dios obedece en gran parte a la búsqueda apasionada de la dicha y la abundancia. Esta mentalidad es ciertamente peligrosa cuando sólo se mira el interés. Existe ciertamente un actitud legítima de la recompensa por la obra buena hecha, con la gracia de Dios, cuando sobre todo se busca a Dios y no el premio. Ya lo dijo el poeta:
«No me tienes que dar porque te quiera, porque, aunque espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera».
El cristiano se convierte a Dios y se agrega al pueblo de convertidos que es la Iglesia, para ser beneficiario de la realización del plan de Dios sobre la humanidad y para permitir también a todos los recursos humanos de desplegarse correctamente a partir de su foco y su fuente: la presencia de Dios que anima a todas las cosas.
–En el responsorio rezamos el Salmo 50, que bien podemos llamarlo Salmo de la conversión, del arrepentimiento y de la penitencia. Pocos salmos como éste han servido para expresar los sentimientos de la humanidad pecadora ante Dios. Generaciones de la humanidad han encontrado en él el camino que conduce a la Casa del Padre, la gracia de una purificación que no puede venir sino de la palabra de Dios y de la alegría de la amistad con Él:
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa... Oh Dios, crea en mí un corazón puro... Devuélveme la alegría de tu salvación... Mi boca proclamará tu alabanza, Señor».
–Mateo 10,16-23: No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de nuestro Padre. Jesús anuncia las persecuciones que aguardan a sus discípulos. No deben temer, pues contarán con la ayuda de la asistencia del Espíritu de su Padre. San Agustín trata muchas veces de este pasaje evangélico:
«Ved cómo nuestro Señor Jesucristo modela a sus mártires con su disciplina. “Os envío, dice, como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16). Ved lo que hace un solo lobo que venga en medio de muchas ovejas. Por muchos millares de ovejas que sean, enviado un lobo en medio de ellas, se espantan y, si no todas son degolladas, todas, al menos, se aterrorizan. ¿Qué razón había, qué intención, qué poder o divinidad para no enviar el lobo a las ovejas, sino las ovejas en medio de lobos? No dijo al confín con los lobos, sino en medio de los lobos.
«Había, pues, un rebaño de lobos: las ovejas eran pocas, para que fueran muchos lobos para dar muerte a pocas ovejas. Los lobos se convirtieron y se transformaron en ovejas... “Seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre” (Mt 10, 22). Se predijo para el futuro una iglesia extendida por todos los pueblos. Como leemos que fue prometida, así la vemos realizada. Todos los pueblos son cristianos y al mismo tiempo no cristianos. El trigo al igual que la cizaña, se halla extendido por todo el campo. Por tanto, cuando escuchéis de boca de nuestro Señor Jesucristo: seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre, escuchadlo como trigo que sois, pues está dicho para el trigo... ¡Oh pueblos todos cristianos, oh semillas católicas extendidas por todo el orbe, pensad en vosotros mismos y veréis que todos los pueblos os odian por el nombre de Cristo!» (Sermón 64,1).
14Sábado
Años impares
–Génesis 49,29-33; 50,15-24: Dios cuida de vosotros y os sacará de esta tierra. Muere Jacob en Egipto. José vuelve a asegurar el perdón a sus hermanos y les revela cómo Dios se ha servido de sus pruebas para salvar la vida de su pueblo. «Por la fe, José, moribundo, evocó el éxodo de los hijos de Israel» (Heb 11,22).
El futuro del pueblo de Dios no depende de la autoridad del «patriarca», sino de la buena voluntad entre los hermanos y sus tribus respectivas. José es el primero en esta necesidad de la concordia y fraternidad. Sus motivos para esto son profundos; el mal que hicieron con él se ha convertido en bien de todos. Está lejos de la venganza, pues reconoce en todos estos sucesos la providencia de Dios. Es ocasión para reflexionar sobre el perdón de las ofensas, como tantas veces aparece en la Sagrada Escritura, principalmente en el Nuevo Testamento.
No es necesario que ocurran grandes injurias para que nos ejercitemos en esta prueba de caridad. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramosrencorosos y vengativos. Escuchemos un testimonio de San Cipriano:
«Es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados, si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa» (Tratado sobre la oración 23-24).
Pero no tenemos necesidad de textos patrísticos. Son bien expresivos los textos evangélicos de Mt 18,21-35; Lc 6,36-37.
–El responsorio recoge algunos versos del Salmo 104, ya expuesto en días anteriores. En esta ocasión se indica el estribillo: «humildes, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón».
La humildad consiste esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres y en la sabia moderación de los deseos de gloria. Cristo nos dejó como lección especial para que la aprendiéramos de Él: la humildad (Mt 11, 29). Por eso escribió San Gregorio Magno:
«Dígase a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios y dígase a los soberbios, al par que ellos se engríen, descienden, a imitación del ángel apóstata» (Regla Pastoral3,18).
Y San Agustín:
«Cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (Sermón sobre la humildad).
Y también:
«Si me preguntáis qué es lo más esencial en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: primero la humildad, segundo la humildad y tercero la humildad» (Carta 118)
Años pares
–Isaías 6,1-8: Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. El profeta Isaías relata su vocación: vio al Señor en toda su majestad. Se repite en la liturgia eucarística diaria el triple Santo que Isaías oyó en el cielo. San Jerónimo comenta:
«Y entonces, con sus labios realmente purificados, dijo al Señor: “Heme aquí, envíame”. Antes había dicho: “¡Miserable de mí, que estoy perdido!”. Mientras vive Ozías, tú no entiendes, Isaías, que eres miserable, y no eres movido a compunción; pero una vez que ha muerto, entonces te das cuenta de que tienes labios impuros, entonces comprendes que eres indigno de la visión de Dios.
«Ojalá también yo sea movido a compunción y, después de la compunción, me haga digno de predicar a Dios; pues además de ser yo hombre y tener los labios impuros, habito en medio de un pueblo que tiene labios impuros. Isaías, que era justo, había pecado sólo de palabra. Pero yo, que miro con ojos de concupiscencia, a quien mi mano escandaliza y peco con el pie y con todas las partes de mi cuerpo, todo lo tengo impuro y, habiendo manchado mi túnica después de haber sido bautizado es espíritu, necesito la purificación del segundo bautismo, es decir, del de fuego» (Carta 18 A,11, a Dámaso).
–Con el Salmo 92 proclamamos: «El Señor reina, vestido de majestad... Tu trono está firme desde siempre y Tú eres eterno». Es el trono que vio Isaías. Pero nosotros lo vemos también con un sentido cristológico. Cristo es el Señor, con su Resurrección. Nosotros somos el reino de Dios y de Cristo. La Iglesia, con palabras de este Salmo aclama a Cristo y reconoce en Él al Rey magnífico y poderoso, al Príncipe de la Paz, cuyo reino no tiene fin y diariamente lo llamamos Rey y Señor.
–Mateo 10,24-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Cristo da ánimo a sus discípulos para el tiempo de la persecución, de las contrariedades y de las pruebas. Proclamemos sin temor nuestra fe en todos los lugares y ante todos los hombres, con nuestras palabras y con nuestras obras. San Juan Crisóstomo dice:
«Mirad cómo los pone por encima de todo. Porque no les persuade a despreciar sólo toda solicitud y la maledicencia y los peligros y las insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte violenta... Como lo hace siempre, también aquí lleva su razonamiento al extremo opuesto. Porque, ¿qué es lo que viene a decir? ¿Teméis la muerte y por eso vaciláis en predicar? Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que se empeñen y porfíen...
«De suerte que si temes el suplicio, teme el que es mucho más grave que la muerte del cuerpo. Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No; permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos que desprecien la muerte. Así, pues, no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo el dogma de la inmortalidad del alma y cómo, plantada en ella esa saludable doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos...
«No los temáis, pues. Aun cuando lleguen a dominaros, sólo dominarán lo que haya de inferior en vosotros, es decir, vuestro cuerpo. Y éste, aun cuando no lo mataran vuestros enemigos, la naturaleza vendrá sin remedio a arrebatároslo. De manera que ni aun en eso tienen vuestros enemigos verdadero poder, sino que se lo deben a la naturaleza. Y si eso temes, mucho más es razón que temas lo que es más que eso; que temas al que puede echar alma y cuerpo en el infierno» (Homilía 34, 2-3 sobre San Mateo).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «Yo, con mi apelación, vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante» (Sal 16,15). Con esta ardiente súplica se inicia la Misa.
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, y ahora retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen camino; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa»
Ofrendas (también del Misal anterior, y antes del Gregoriano): «Mira, Señor, los dones de tu Iglesia en oración, y concede a quienes van a recibirlos crecer continuamente en santidad».
Comunión: «Dichosos los que viven en tu casa» (Sal 83,4-5); o bien: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,57).
Postcomunión (también del Misal anterior, retocada con textos del Gregoriano y Gelasiano): «Alimentados con esta eucaristía, te pedimos, Señor, que cuantas veces celebramos este sacramento se acreciente en nosotros el fruto de la salvación».
La primera lectura nos prepara a recibir las enseñanzas del Evangelio: el Sembrador difunde su doctrina. San Pablo exalta la dimensión cósmica de la Redención.
Dios es el Sembrador que realiza en nosotros su obra. A nosotros nos queda la enorme responsabilidad de no hacer infructuosa la gracia santificante y los medios que Él nos da en su Palabra y en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
–Isaías 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra. La palabra de Dios, semilla de salvación, lleva en sí toda la eficacia de la iniciativa divina y de su amor santificador.
El profeta usa sus grandes cualidades literarias y una gran intuición teológica para infundir la firme adhesión a Yavé, Dios de los padres que, contrariamente a la desconfianza general de los exiliados, está salvíficamente presente entre ellos. El dirige la historia y los acontecimientos para que el universo y el hombre, que han sido creados por Él, de Él dependan y con Él se desarrollen.
La semejanza de la lluvia y de la nieve que fecundan y hacen germinar la tierra nos debe hacer comprender que la potencia creadora y transformadora de la palabra de Dios ha de dar fruto, si la acogemos con fe, pues Dios que nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros.
Es un texto muy profundo y eficaz para comprender la Sagrada Escritura como palabra de Dios al hombre. Nos pone en contacto directo con Él que nos invita a que recibamos su mensaje salvífico para otorgarnos su comunión de vida realizando en nosotros su salvación.
–Muy acertadamente se ha escogido como responsorio el Salmo 64 : «Tú cuidas de la tierra, la riegas... Tú preparas los trigales... La semilla cayó en buena tierra y dio su fruto». En realidad ese Salmo es un himno a Dios providente con su pueblo. Los versículos 10-14, que son los que se han tomado aquí, nos hacen revivir la primavera de Palestina, cuando el mismo desierto florece, los rebaños pastan sobre verdes colinas y el trigo germina sus espigas en la llanura. Los santos han usado esos dones de la creación para elevarse hasta Dios y cantar su magnificencia. Son bien conocidos los versos de San Juan de la Cruz, ya expuestos por nosotros en otra ocasión.
–Romanos 8,18-23: La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. En medio de la creación el cristiano auténtico es como una semilla viva de Dios, que restaura la obra del Creador y la libera de la degradación del pecado.
Para San Pablo y para todo el Nuevo Testamento el sufrimiento es esencial en la economía salvífica: Cristo murió en una cruz para la redención de la humanidad. El cristiano, como discípulo de Cristo, se encuentra en el mismo camino de la cruz: «El que quiera ser mi discípulo que se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mc 8,34;Mt 16.24;Lc 9,23).
Esto no debe ser motivo de tristeza. Muere con Cristo para resucitar con Él. Este destino no está fundado en la palabra del hombre, sino en la palabra de Dios que es viva y eficaz. Comenta san Agustín:
«Estáis viendo, amadísimos, qué se les pide en esta vida a los siervos de Dios en cambio a la vida futura que se revelará en nosotros. Frente a esa gloria, carece de significado cualquier tribulación temporal, sea la que sea. “Los sufrimientos de este tiempo, dice el Apóstol, no son equiparables con la futura gloria que se revelará en nosotros” (Rom 8,18). Si las cosas son así, nadie piense ahora carnalmente; no hay tiempo: el mundo se conmueve, el hombre viejo es echado fuera, la carne siente la operación, aniquílese el espíritu. El cuerpo de Pedro yace en Roma, dicen los hombres; en Roma yacen los cuerpos de Pablo, de Lorenzo y de otros santos mártires; sin embargo, Roma está asolada: es afligida, pisoteada e incendiada... ¿Dónde están las memorias de los Apóstoles? Allí están, allí están, pero no en ti. ¡Ojalá estuvieran en ti!... Ojalá estuviesen en ti las memorias de los Apóstoles; ojalá pensaras en ellos. Verías qué felicidad les fue prometida, si la terrena o la eterna» (Sermón 296,6).
–Mateo 13,1-23: Salió el Sembrador a sembrar. La palabra de Dios y toda su obra de santificación pueden quedar infructuosas por el modo de ser y de vivir de los hombres.
La parábola explica plásticamente la proclamación del Reino, que constituye su tema fundamental. Aunque aparentemente podamos ver un aspecto negativo, sin embargo, el tema esencial es un sereno optimismo sobre el fruto que tendrá el mensaje predicado por el Señor. Comenta San Agustín:
«Dice Pablo en sus escritos que fue enviado a predicar el Evangelio allí donde Cristo aún no había sido anunciado. Pero, como aquella otra siega ya tuvo lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor; Él estaba, en efecto, en los apóstoles, pues también Él cosechó; nada hicieron ellos sin Él; Él sin ellos es perfecto, y a ellos dice: “sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15,5). ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los gentiles? “Ved que salió el Sembrador a sembrar” (Mt 13,3). Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. Pero, ¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena.
«Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de judíos y de la paja? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena. –¡Oh Dios! Mi corazón está preparado– (Sal 56,8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero siempre es trigo» (Sermón 101,3).
La primera lectura trata de la vocación del profeta Amós, cómo el Señor elige su mensajero a quien quiere, cuándo y como quiere. La tercera lectura nos habla de las consignas dadas por Cristo a los discípulos enviados a evangelizar. En la segunda lectura San Pablo describe a los Efesios el plan divino sobre nosotros. Dios nos ha destinado desde toda la eternidad a convertirnos en hijos suyos por Jesucristo para alabanza de su gloria.
La vocación cristiana, don de iniciativa amorosa de Dios a quienes Él mismo ha elegido, es, por su propia naturaleza, vocación a la santidad testifical y vocación al apostolado responsable (cf. Lumen Gentium 17 y 40)
El auténtico cristiano es siempre un testigo viviente de Cristo. El falso cristiano vive ajeno a la salvación de los hombres, sus hermanos.
–Amós 7,12-15: Ve y profetiza a mi pueblo. En su fe profunda y operante, Amós se siente responsable ante Dios, que le reclama para profeta y testimonio contra la frivolidad religiosa del reino de Israel. Su vida evidencia plenamente su fidelidad a Yavé. San Jerónimo dice:
«Los médicos que se llaman cirujanos son tenidos por crueles y son realmente desdichados. Porque, ¿no es una desdicha dolerse de las heridas ajenas y tener que cortar con hierro compasivo las carnes muertas, y, al tener que curar, no sentir horror de lo que horroriza al que es curado, y encima ser tenido por enemigo? Está en la naturaleza de las cosas el que la verdad sea amarga y los vicios sean considerados agradables.
«Isaías, para poner un ejemplo de lo que había de ser la cautividad inminente, no tuvo empacho de andar desnudo (Isaías 20,2); Jeremías es sacado de en medio de Jerusalén y enviado al Éufrates, río de Mesopotamia, para esconder allí, entre gentes enemigas, donde está el asirio y los ejércitos de los caldeos, una faja que debía pudrirse (cf.Jer 13,1-7); a Ezequiel se le manda comer un pan hecho de todo género de semillas y rociado primero con excrementos humanos y luego bovinos (cf. Ez 4,9-15), y termina presenciando con los ojos secos de lágrimas la muerte de su mujer (ib. 24,15-17). Amós es expulsado de Samaría (Am 7,12) Y todo esto, te pregunto, ¿por qué? Porque eran cirujanos espirituales que cortaban los vicios de los pecadores y exhortaban a la penitencia... Así, no es de extrañar, si también nosotros, al censurar los vicios, ofendemos a muchos» (Carta40 1-2, a Marcela).
–Con el Salmo 84 decimos: «voy a escuchar lo que dice el Señor». Esta es la actitud de todo profeta en todos los tiempos. «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón». El misterio de la venida de Cristo tiene una historia en la vida de todo creyente. El que se convierte y recibe la gracia es como un exiliado que espera regresar a la patria verdadera. Por eso puede hacer suyas las palabras del Salmo: «La salvación ya está cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la felicidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos».
–Efesios 1,3-14: Nos eligió en Él antes de crear el mundo. La introducción a la Carta a los Efesios nos recuerda que nuestra fe cristiana es un don de iniciativa divina que compromete plenamente nuestra existencia ante el Padre y ante los hombres.
Todo el proceso salvífico de la lectura es atribuido por san Pablo a la benevolencia de la voluntad divina. Por tres veces se subraya que esto sucede «para alabanza y gloria de su gracia», «para que la gloria de su gracia... redunde en alabanza suya», «seremos alabanza de su gloria». Estas expresiones tienen en el himno la función de estribillo, el carácter doxológico de toda la composición. San Jerónimo comenta:
«Aunque uno sea santo y perfecto, y sea estimado digno de la felicidad a juicio de todos, sin embargo ahora ha conseguido las arras del Espíritu para la herencia futura. Si la prenda es tanta, ¿qué será la posesión? Como la prenda que se nos da no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros, así la herencia misma –esto es, el reino de Dios dentro de nosotros está (Lc 17,21)– es algo intrínseco a nosotros. ¿Qué mayor herencia puede haber que contemplar y ver sensiblemente la belleza de la Sabiduría del Verbo, de la Verdad y de la Luz, y lo inefable del mismo; y considerar la magnífica naturaleza de Dios y ver la sustancia de todas las cosas creadas a semejanza de Dios. Este Espíritu Santo de la promesa, que es la prenda de nuestra heredad, se nos da ahora, para que seamos redimidos y unidos a Dios para alabanza de su gloria. No porque Dios necesite alabanza de nadie, sino para que su alabanza aproveche a los que le alaban, y mientras conocen en cada una de sus obras su majestad y su grandeza, se levanten a alabarle en un milagro de estupor» (Comentario a la Carta a los Efesios1,14).
–Marcos 6,7-13: Y comenzó a enviarlos. Los primeros creyentes, los apóstoles y los discípulos, vieron íntegramente comprometidas y marcadas sus vidas para la obra redentora de Cristo. A San Marcos le interesa presentar al predicador evangélico como al que revela en el mundo el misterio de la salvación mediante el Mesías crucificado. A esto parece que va dirigida la absoluta pobreza de medios en el apóstol, catequista, evangelizador. La Iglesia es en sí, como lo fue Cristo, portadora de la salvación, pero no tiene ningún aspecto triunfalístico pagano y mundano. Cristo triunfó por su Misterio Pascual sobre el pecado y la muerte. La Iglesia sigue ese mismo camino, no puede prescindir de ello.
Esto no podemos olvidarlo, aun en nuestro aspecto de vida escondida, crucificada, en la pobreza y debilidad, en nuestras limitaciones. La doctrina que subyace en esta lectura es la de que la victoria se realiza en la humildad y en la carencia de medios humanos. No podemos prescindir de ellos, ciertamente; pero no hemos de poner nuestro afán en ellos. San Pablo nos dice que todo es para nosotros, para nuestra utilidad, para nuestro provecho, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. Ése es el orden que siempre han seguido los santos. Emplear los medios de este mundo para el servicio de Dios, sin estar apegados, sino desprendidos totalmente de ellos.
En la celebración litúrgica no agotamos toda la responsabilidad de nuestra fe y de nuestra identidad cristiana. Esto se ha de prolongar en la vida cotidiana, como testigos y apóstoles de Cristo.
La parábola del Buen Samaritano es una enseñanza para vivir el mandato del amor para con Dios y para con el prójimo. La ley del Señor, recuerda la primera lectura, no es algo exterior a nosotros mismos, sino que se encuentra dentro de nosotros y hemos de llevarla a la práctica. San Pablo, en la segunda lectura, delinea ante nosotros la imagen de Cristo en toda su grandeza. Es el principio de la nueva humanidad en su resurrección de entre los muertos.
Cristo y la caridad serán siempre la clave de toda autenticidad cristiana. El Corazón de Jesucristo, su iniciador y consumador, el Maestro y el Modelo a seguir (LG 40). En el cristianismo todo lo que no se centra en la caridad, puede ser equívoco. Ciertamente es infructuoso para nuestra salvación (1 Cor 13,10).
–Deuteronomio 30,10-14: El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo. Por la revelación divina, Dios mismo se ha puesto en actitud de diálogo amoroso al alcance de toda conciencia recta. Es en lo íntimo de su corazón donde cada hombre se abre a su Voluntad o la rechaza.
Al autor de este libro interesa sobre todo exhortar al pueblo de su tiempo a reflexionar sobre su vocación y elección y obre las consecuencias nefastas a que ha conducido el abandono de Yahvé, el Dios de los padres, mediante la infidelidad a la alianza sancionada después del éxodo y renovada repetidas veces por Dios a través de los profetas. Como tantas veces ya hemos expuesto con textos patrísticos, todo se concreta en la observancia del Pacto, pues por parte de Dios siempre estará firme su fidelidad.
–El Salmo 68 nos exhorta a buscar al Señor para que viva nuestro corazón. Es como una continuación de la lectura anterior: «Mi oración se dirige a Ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compasión vuélvete hacia mí. Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu salvación me levante. Alabaré el nombre del Señor con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. El Señor salvará a Sión...»
–Colosenses 1, 15-20: Todo fue creado por Él y para Él. El acercamiento amoroso de Dios a los hombres ha culminado en el misterio entrañable del Corazón de Cristo, centro y culmen de la revelación de la caridad del Padre. Orígenes dice:
«Ahora bien, el alma es movida por el amor y deseo celestes cuando, examinadas a fondo la belleza y la gloria del Verbo de Dios, se enamora de su aspecto y recibe de Él como una saeta y una herida de amor. Este Verbo es, efectivamente, la imagen y el esplendor del Dios invisible, “primogénito de toda creación, en quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, las visibles e invisibles” (Col 1,16). Por consiguiente, si alguien logra con la capacidad de su inteligencia vislumbrar y contemplar la gloria y hermosura de todo cuanto ha sido creado por Él, pasmado por la belleza misma de las cosas y traspasado por la magnificencia de su esplendor, como por una saeta bruñida, en expresión del profeta (Isaías 49,2), recibirá de Él una herida salutífera, y arderá en el fuego deleitoso de su amor» (Comentario al Cantar de los Cantares, prólogo).
–Lucas 10,25-37: ¿Quién es mi prójimo? Cristo, Dios y hombre, en unidad de Persona, ha hecho de la caridad a Dios y a los hombres la plenitud de la ley, como norma de salvación para todos nosotros. Siempre tenemos necesidad de insistir en el precepto del amor. La apologética esencial al cristianismo será siempre la de la caridad». Escuchemos a San Agustín:
«Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los ladrones, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos... Jesucristo, el Señor, quiso que viésemos a Él representado en el Samaritano... El Señor se nos hace cercano en el prójimo. Él, para hacerse cercano a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y mortal estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador, como lo eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo se hizo mortal. Asumiendo la pena sin la culpa, destruyó pena y culpa. Por tanto, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada. Aunque corporalmente ascendió por encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo está presente en todas partes (Sermón 171,2-3).
Prescindiendo o infravalorando la caridad evangélica (sobrenatural y positiva) el «moralismo» sólo sirve para justificar posturas naturalistas, privadas o sociales, pero nunca de autenticidad cristiana.
15Lunes
Años impares
–Éxodo 21,8-14.22: Vamos a vencer a Israel porque está siendo más fuerte y numeroso que nosotros. Los israelitas se ven reducidos a esclavos de los egipcios. Un pueblo es explotado por otro. Esto es suficiente para señalar el mal. Los pobres han tomado pronto conciencia de su inferioridad, han adoptado, bajo la dirección de uno de los suyos, medidas para salir de ella. Pero esto tiene un sentido religioso, porque en definitiva es Dios el que tiene la iniciativa de la liberación... Se verá más adelante. El hombre se rebela contra Dios en la misma liberación que Él determina hacer. Es increíble, pero así es de insensato el hombre pecador. Prefiere la misma esclavitud a la libertad que Dios le otorga. Así lo afirma San Jerónimo:
«En la etapa decimoséptima podemos darle el nombre de los ladrillos... En el Éxodo se lee de los ladrillos de Egipto y que el pueblo gemía cuando los fabricaba (Ex 1,14)... De todo ello aprendemos que, en el camino de la vida presente y en el continuo pasar de una cosa a otra, unas veces crecemos, otras retrocedemos, y después de haber ocupado una dignidad eclesiástica con frecuencia pasamos al trabajo de los ladrillos» (Carta 78,19, a Fabiola).
–Por eso cantamos en el Salmo 123: «Nuestro auxilio es el nombre del Señor», que es una afirmación llena de fe y de confianza en Dios. El cristiano puede tener la seguridad de que nunca está solo. Sobrellevando con entereza las pruebas de esta vida, que Dios permite para nuestra purificación y mayor mérito, podemos progresar rápidamente en la perfección cristiana. El Salmo da al cristiano una buena lección de fe y de humildad y le muestra la caducidad de la vida presente: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, que lo diga Israel, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos, tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habían llegado hasta el cuello las aguas espumantes. Bendito el Señor que no nos entregó en presa a sus dientes. Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra».
Años pares
–Isaías 1,15-17: Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dios da a conocer a su pueblo por medio del profeta Isaías cuál es el culto que le agrada: no los ritos puramente externos, sino la conversión del corazón. Es doctrina común en los profetas, como ya lo hemos expuesto en muchas ocasiones con textos patrísticos. San Justino trae ese texto de Isaías al tratar del Bautismo, en su primera Apología, 61. Todo culto verdadero ha de proceder de un corazón purificado y ha de inducir a un amor más intenso a Dios y al prójimo, que son todos los hombres.
–Esto mismo sigue en el Salmo 49, en el que se repite como estribillo: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios», no a los que participan en el culto y detestan las enseñanzas de Dios y no tienen presentes sus mandatos... «El que ofrece acción de gracias ése honra al Señor». No debe haber dos líneas paralelas en la vida del cristiano: por un lado su fe, su culto y por otro su conducta y comportamiento. El verdadero espíritu del culto cristiano es la fidelidad a la voluntad de Dios. Es bien explícito lo que se lee en la Carta a los Hebreos 9,11-15 y 13,15-16.
Esto es lo que enseñó Pío XII en su encíclica Mediator Dei y lo repitió el Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, ni 11: en los dos documentos se nos pide «recta intención de ánimo y cooperar con la gracia divina para no recibirla en vano».
–Mateo 10,34–11,1: No he venido a sembrar la paz, sino espadas. Cristo es una señal de contradicción para el mundo. O en favor de Cristo o en contra del mismo. Sus discípulos han de preferirlo a todo lo demás. «No anteponer nada al amor de Cristo», dice San Benito en su Regla.
Los enviados del Señor que le siguen con las rupturas necesarias y le acompañan llevando cada uno su propia cruz, reciben al final una promesa extraordinaria: todo lo que se haga a sus enviados es a Cristo a quien se hace. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje:
«La justicia exige de ti lo que de ti obtuvo la impureza. Escuchasteis el Evangelio: “No vine a traer la paz a la tierra, sino la espada” (Mt 10,34). Dijo que iba a separar a los hijos de los padres. Pon tu mirada, pues, en aquella espada. ¿Quieres acaso servir a Dios y tu padre te lo prohíbe? Cuando amabas la impureza, corrías tras ella, aunque tu padre te lo prohibiese. Ahora la justicia te prohíbe seguir amándola; también aquí encontraste la prohibición de tu padre. Saca a relucir tu libertad, como entonces tu pasión. Entonces estabas dispuesto a ser desheredado con tal de no separarte de aquella impureza; estálo ahora también con tal de no separarte de la hermosura de la justicia. Es cosa grande y justa. ¿Quién hay que se atreva a decir: Es más merecedora de amor la impureza que la justicia?... Fijaos en aquella impureza y ved cuánto más exige de vosotros la piedad y la caridad, la hermosura de la justicia y la dulzura de la santificación» (Sermón306,4).
Años impares
–Éxodo 2,1-15: Cuando creció fue a donde estaban sus hermanos. Manifestación de la protección providencial de Dios con respecto a Moisés y a su pueblo elegido. El futuro liberador del pueblo ha sido él mismo un «liberado»; el verdadero conductor del pueblo es el que ha vivido lo que propone a los demás. Dios tiene compasión de su pueblo elegido. Comenta Orígenes:
«No se ha de pensar acerca de Dios según criterios humanos, pues no tenemos una naturaleza tal que, por sus propias fuerzas, pueda elevarse al conocimiento de las cosas celestiales. De Dios mismo se ha de aprender lo que se ha de entender acerca de Dios, pues no se le conoce sino cuando Él mismo se ha dado a conocer. Aunque alguno tenga una instrucción completa en la ciencia secular y lleve una vida honesta, estas cosas serán de provecho para satisfacción interior. Pero no pueden alcanzar el conocimiento de Dios.
«Moisés había sido adoptado como hijo de la reina (Ex 1,10) e instruido en todas las ciencias de los egipcios... Y cuando había dejado Egipto y era pastor en la tierra de Madián, mientras miraba el fuego que ardía en la zarza sin que ésta se consumiera, oyó a Dios, le preguntó su nombre y conoció su naturaleza: pues todas estas cosas acerca de Dios no hubieran podido ser conocidas más que por su medio mismo. Por tanto, no se debe hablar de modo distinto de como Él mismo ha hablado de Sí, para que nosotros le entendiéramos» (Sobre el Éxodo, 3).
–Con el Salmo 68 proclamamos: Humildes, buscad al Señor y revivirá vuestro corazón. Estamos ante una súplica impresionante para que Dios socorra al que se encuentra abandonado, y salve del borde de la muerte al que es objeto de persecución mortal, como en la lectura anterior lo estuvo Moisés. El justo no deja de confiar en el Señor, aun en situaciones extremas, sino que espera confiadamente verse libre de sus perseguidores. En el Nuevo Testamento se aplica este Salmo a Cristo (Jn 2,17;15,23-25;19,28-30)... Por esos numerosos testimonios los Santos Padres fueron unánimes en considerar mesiánico este Salmo. Siete veces aparece citado por San Agustín en sus sermones. En uno de ellos dice:
«Antes de su pasión, cuando, con referencia a la misma, da ejemplo de humildad según la carne. Se enardecieron contra Él las olas del mar y a ellas cedió de grado por nosotros. Para que se cumpliera la profecía, dijo: “Llegué a la profundidad del mar, y la tempestad me sumergió” (Sal 68,3). No repudió los testigos falsos, ni el clamor tumultuoso de los que gritaban: “Sea crucificado”. No reprimió con su poder, sino que toleró con su paciencia los corazones rabiosos y las bocas de los furiosos. Le hicieron cuanto quisieron, pues se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Mas, cuando resucitó de entre los muertos tenía que orar a solas por los discípulos recogidos en la Iglesia, como en una barquilla, sostenidos por la fe en su cruz como en un madero, sacudidos por las tentaciones de este siglo como por el oleaje del mar. Y entonces comenzó a ser honrado su nombre también en este siglo, en el que fue despreciado, acusado y asesinado».
Este salmo nos muestra la angustia de Cristo en la pasión y su confianza en el Padre: «Me estoy hundiendo en un cieno profundo, y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente... Pero el Señor escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos».
Años pares
–Isaías 7,1-9: Si no creéis no subsistiréis. El Señor tranquiliza a Ajab, rey de Judá, cuyo reino se ve atacado por los pueblos circundantes. Se invita al rey a un acto de fe en la existencia divina. Dios está presente, incluso en medio de las catástrofes y de los conflictos sociales. Es necesario tener fe, no obstante las contradicciones, las pruebas, los fracasos. Con esa fe participamos en la misma vida de Dios y encontramos en Él apoyo y aliento.
Multitud de veces han tratado de este pasaje bíblico los Santos Padres. Traemos aquí un texto de San Ireneo:
«También, para no sufrir nada semejante, debemos conservar intacta la regla de fe, cumplir los mandamientos, creyendo en Dios, temiéndole porque es Señor y amándole porque es Padre. Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos es una adquisición de la fe, porque si no creéis –dice Isaías– no subsistiréis (7,9), y la verdad lleva a la fe, que tiene por objeto las cosas que realmente existen (Heb 11,1), de manera que creamos en los seres que existen y, creyendo en ellos tal como son, guardemos siempre nuestra convicción con respecto a ellos.
«Y como la fe está íntimamente ligada a nuestra salvación, hay que tener mucho cuidado, a fin de tener una verdadera inteligencia de estos seres. Ahora bien: la fe es la que nos la proporciona, tal como los presbíteros, discípulos de los apóstoles, nos la han transmitido por tradición» (Demostración de la predicación apostólica, 3).
–Es impresionante la seguridad que ofrece el Salmo 47, tomado como responsorio: «Dios ha fundado su ciudad para siempre. Grande es el Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran Rey. Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero, al verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos. Y allí los agarró el temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto que destroza las naves de Tarsis».
–Mateo 11,20-24: El día del juicio será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotros. Comienza un período crítico en el ministerio de Jesucristo, pues muchos lo abandonan. Las maldiciones dirigidas contra las ciudades que han rehusado seguir su llamada a la penitencia hacen resaltar la gravedad del aviso divino: un día el juicio divino caerá inexorablemente sobre aquellos que hayan rechazado a su enviado. San Juan Crisóstomo dice:
«Entonces, cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se había cumplido, púsose el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado milagros. Mas ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le queda sino maldecirlas.. Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo visto, aquellos habitantes de Cafarnaún no sólo eran peores que los que entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás existido.
«Por modo semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. Sólo que allí se trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes pecaron, lo que aumenta la gravedad... Así por todos lados, trata de atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les infunde. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de sus pies» (Homilía 37,4-5, sobre San Mateo).
15Miércoles
Años impares
–Éxodo 3,1-6.9-12: La zarza ardiendo sin consumirse. La primera manifestación de Moisés manifiesta la grandeza y el poder de Dios, así como una providencia y amor para con su pueblo. Muchas veces los Santos Padres tratan de ese hecho y lo aplican a la virginidad de María en la Encarnación. Oigamos a San Gregorio de Nisa:
«¡Oh acontecimiento admirable: una virgen madre, permaneciendo virgen! Mira el nuevo orden de la naturaleza. En el caso de todas las demás mujeres, mientras que una permanece virgen, ciertamente no puede ser madre al mismo tiempo; una vez que llega a serlo, ya no posee la virginidad.
«Conviene, en efecto, que aquel que hacía su entrada en la vida humana para la salvación de los hombres íntegro e incorrupto, trajera su origen de una integridad absoluta y dada a Él sin reservas; ahora los hombres habitualmente llaman incorrupta a una mujer que no había tenido unión carnal alguna.
«Pienso que el gran Moisés conoció ya este acontecimiento por el fuego en el que Dios se le apareció, cuando veía la zarza ardiendo y no se consumía (Ex 3 1ss.). Efectivamente, entonces en el fuego y en la zarza, se ponía de manifiesto aquello que en su momento oportuno se manifestó claramente en el misterio de la Virgen. Del mismo modo que la zarza, aunque quemada por el fuego, no se consumió, igualmente la Virgen, engendrando la Luz, no se corrompió» (Sermón sobre el nacimiento de Cristo).
–El Salmo 102, ya tantas veces expuesto, sigue con la idea de la misericordia de Dios: «El Señor es compasivo y misericordioso... Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades... El Señor defiende a todos los oprimidos». El salmista es un israelita y tiene un título especial para agradecer a Dios los beneficios que ha hecho con su pueblo, muchas veces oprimido, pero siempre liberado. Los Santos Padres cantan la amplísima misericordia de Dios. Bien lo resume San Bernardo:
«Se da prisa en buscar la centésima oveja que se había perdido... ¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios!» (Sermón del primer domingo de Adviento, 7)
Años pares
–Isaías 10,5-7.13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? Dios escoge sus instrumentos para su obra, como lo hizo con el rey de Siria para castigo de Israel, pero si el instrumento se sobrepone a Dios, Él le retira su asistencia. El primero y el peor de los pecados es la soberbia. Así lo reitera Orígenes:
«¿Cuál es el mayor de todos los pecados? Ciertamente aquel por el que cayó el diablo. ¿Cuál es ese pecado, en el que cayó tanta altura, del que elevado cae en el juicio del diablo? Dice el Apóstol: la inflación, la soberbia, la arrogancia es el pecado del diablo; y por tales delitos cayó a la tierra desde el cielo. De aquí que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. ¿Para que te ensoberbeces tierra y ceniza, de manera que el hombre, olvidado de lo que es y en qué vaso tan frágil está encerrado, y en qué estiércol está metido y qué suciedades arroja de su cuerpo, se subleve con arrogancia?
«¿Qué dice la Escritura? ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya en vida vomitas la entrañas (Eclo 10,9). La soberbia es el mayor de todos los pecados y el principal pecado del mismo diablo. Cuando la Escritura descubre los pecados del diablo, encontrarás que todos ellos brotan de la fuente de la soberbia. Dice: “con la fuerza de mi brazo he hecho eso... me he apoderado de la tierra toda” (Is 10,13-14).
«Mira sus palabras: hasta qué punto son soberbias y arrogantes, y lo desprecia todo. Tales son todos los que andan hinchados por la jactancia y la soberbia. Materia de la soberbia, las riquezas, las dignidades, la gloria secular. Causa frecuente de soberbia es para aquel que ignora tener la dignidad eclesiástica, el orden sacerdotal o el grado de los levitas. ¡Cuántos presbíteros se olvidan de la humildad! ¡Como si hubieran recibido el orden sagrado para dejar de ser humildes!» (Homilías sobre Ezequiel 9,17).
Dice San Agustín:
«Cuanto más humilde sea el hombre ante sí mismo, más grande será ante Dios; el soberbio, cuanto más glorioso aparece ante los hombres, más abyecto es delante de Dios» (Sermón sobre la humildad3).
–El castigo de Dios es siempre medicinal en este mundo, con él quiere Dios provocar la conversión. Esto es lo que se manifiesta en elSalmo 93: «El Señor no rechaza a su pueblo. Trituran, Señor, a tu pueblo, oprimen a tu heredad; asesinan a viudas y forasteros, degüellan a los huérfanos. Y comentan: Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera. Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis? El que plantó el oído ¿no va a oír? El que formó el ojo, ¿ no va a ver? El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar? El que instruye al hombre, ¿no va a saber? Porque el Señor no rechaza a su pueblo, no abandona su heredad; el justo obtendrá su derecho, y un porvenir, los rectos de corazón».
–Mateo 11,25-27: Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla. A la incredulidad de los pueblos cultos se contrapone la fe de los sencillos. Comenta San Agustín:
«Confesamos ya cuando alabamos a Dios, ya cuando nos acusamos a nosotros mismos. Piadosas son ambas confesiones, ya cuando te reprendes tú que no estás sin pecado, ya cuando alabas a Aquel que no puede tener pecado... A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso a los incipientes, no los imprudentes, sino los pequeños. ¿Quiénes son estos pequeños? Los humildes... ¡Oh camino del Señor! O no existía o estaba oculto, para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños.
«Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará el camino. ¿Quiénes son grandes? Los sabios y prudentes, diciendo que son sabios (Rom 1,22). Pero tienes el remedio por contraste. Si diciendo que eres sabio te haces necio, dí que eres necio y será sabio. Pero dílo, y dílo interiormente. Porque no es así como lo dices. Si lo dices, no lo digas ante los hombres y lo calles ante Dios... Con tu Luz, Señor, iluminarás mis tinieblas (Sal 17,29). Nada tengo, sino tinieblas, pero Tú eres la Luz que disipas las tinieblas al iluminarme. La luz que tengo no viene de mí, sino que es luz participada de ti» (Sermón 67,1 y 8).
Años impares
–Éxodo 3,13-20: Yo soy el que soy. Yo soy me envía a vosotros. Dios le da a conocer a Moisés su nombre: Yo soy. Es el único Dios verdadero. Existente por excelencia, el que actúa para salvar a su pueblo. Esto es sumamente admirable. Ningún hombre pudo inventar esa definición de Dios, nada menos que un siglo antes de Tales de Mileto. Oigamos a San Agustín:
«Romped los ídolos de vuestros corazones; prestad atención a lo que se dijo a Moisés cuando preguntó cuál era el nombre de Dios: “Yo soy el que soy”. Todo cuanto es, en comparación con Él, es como si no fuera. Lo que realmente es desconoce cualquier clase de mutación. Todo lo que cambia y es inestable y durante un cierto tiempo no cesa de sufrir mutaciones, fue y será; pero no lo incluyen dentro del que es. Dios, en cambio, carece de fue y será. Lo que fue, ya no es; lo que será, aún no es, y lo que llega para luego desaparecer, será para no ser. Pensad, si podéis esas palabras: Yo soy el que soy. No os enredéis en antojos míos, no os turbéis con pensamientos caprichosos y pasajeros. Paraos en el “es”, permaneced en el mismo “es”. ¿Adonde vais? Permaneced, para que también vosotros podáis ser. Pero, si tenemos una imaginación versátil ¿vamos a quedarnos fijos en lo que permanece? ¿Cuándo lograremos tal cosa? Por eso se compadeció Dios, y el que “es” dijo: dirás a los hijos de Israel: “el que es me envió a vosotros”. Después de indicar el nombre de su ser, añadió el de su misericordia» (Sermón 223 A,5).
–Como Salmo responsorial se han escogidos algunos versos delSalmo 104, ya muchas veces expuesto, pero en esta ocasión como estribillo se ha escogido el verso octavo: «El Señor se acuerda de su Alianza eternamente... envió a Moisés, su siervo, y a Aarón, su escogido». Es como un eco poético de la lectura anterior. El salmista se dirige a la posteridad de Abrahán y a los hijos de Jacob, porque Israel es una posteridad colectiva que conserva su identidad a través de la historia. Por eso la comunidad presente puede y debe proclamar ante el mundo lo que Dios hizo por ella, aunque sea en la lejanía de los Patriarcas. A partir del verso siete el himno se convierte en una profesión de fe, en la cual es presentado Dios como el Dios de la Alianza y el Señor del mundo entero que gobierna la tierra. Aquella historia es también nuestra historia, que ha perfeccionado la anterior con la Alianza Nueva sellada con la sangre de Jesucristo y avalada con el precepto del amor.
Años pares
–Isaías 26,7-9.12.16-19: Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo. Es una plegaria en la que el autor busca ardientemente a Dios y su justicia; y profetiza la futura resurrección en unos términos que auguran ya la revelación del Nuevo Testamento. Comenta San Agustín:
«De esa paz dice el profeta Isaías: “Señor, Dios nuestro, danos la paz, pues nos has dado todo” (Is 26,12). Prometiste a Cristo y lo diste; prometiste su cruz, la sangre que se derrama para el perdón de los pecados y la diste; prometiste su Ascensión y el Espíritu Santo enviado desde el cielo, y lo diste; prometiste la Iglesia, fundada por toda la redondez de la tierra, y la diste; prometiste herejes futuros para ejercitación y probación y la victoria de la Iglesia sobre los errores de ellos, y los diste; prometiste la supresión de los ídolos de los gentiles, y los diste. Señor, Dios nuestro, danos la paz, pues todo nos lo diste. Entretanto, mientras llegamos a aquella paz, en que no tendremos enemigo alguno, peleemos larga, fiel y valientemente, para merecer ser coronados por el Señor Dios... Cada uno es tentado por su concupiscencia. Por lo mismo, pelee, resista, no consienta, no se deje llevar... He ahí que la concupiscencia solicita, estimula, insiste, exige, para que hagas algo malo; no consientas... El pecado es dulce, pero la muerte es amarga» (Sermón 77,A,2-3).
–El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra, dice el Salmo 101. Este salmo nos enseña a ser solidarios con todo el pueblo de Dios. Jesucristo, como el salmista, vio las ruinas de Jerusalén castigada por no querer escuchar la voz de Dios y lloró sobre ella (Lc 19,41). El cristiano ha de pensar que sus pecados afean el rostro de la Iglesia y, en cuanto de ellos dependa, procuran su ruina. Esto nos de-be ayudar a recapacitar sobre nuestros actos que pueden ser útiles a la Iglesia o perjudiciales. La santidad personal ya es, de por sí, un magnífico apostolado, pues en la Iglesia todos debemos ser solidarios unos de otros. Con este salmo el Señor quiere reanimar nuestra esperanza y darnos consuelo y fortaleza de ánimo. Hemos de acoger con confianza esta palabra de consuelo sabiendo que, por la gracia de Cristo, seremos introducidos en la vida eterna.
–Mateo 11,28-30: Soy manso y humilde de corazón. Cristo se inclina hacia los menesterosos y los invita a buscar en Él descanso para sus almas. San Juan Crisóstomo,
«No os espantéis –parece decirnos el Señor– al oír hablar de yugo, pues es suave; no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. Pues, ¿cómo nos habló anteriormente de la puerta estrecha y del camino angosto? Eso es cuando somos tibios, cuando andamos espiritualmente decaídos; porque si cumplimos sus palabras, su carga es realmente ligera. ¿Y cómo se cumplen sus palabras? Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la humildad es, en efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor promulgó aquellas sus divinas leyes al comienzo de su misión, por la humildad empezó. Y lo mismo hace ahora aquí, al par que señala para ella el más alto premio. Porque no sólo –dice– serás útil a los otros, sino que tú mismo, antes que nadie, encontrarás descanso para vuestras almas. Ya antes de la vida venidera te da el Señor el galardón, ya que aquí te ofrece la corona del combate y de este modo, a par que poniéndosete Él mismo por dechado, te hace más fácil de aceptar su doctrina. Porque, ¿qué es lo que tú temes? parece decirte el Señor. ¿Quedar rebajado por la humildad? Mírame a Mí, considera los ejemplos que yo os he dado y entonces verás con evidencia la grandeza de esta virtud. ¿Veis cómo por todos los medios los conduce a la humildad?» (Homilía 38,2-3 sobre San Mateo).
Años impares
–Éxodo 11,10-12.14: La Pascua del Señor. El cordero pascual es símbolo de Cristo. El memorial de la Nueva Pascua es la Eucaristía. Comenta San Cirilo de Alejandría:
«Los israelitas en Egipto inmolaron un cordero siguiendo las órdenes e instrucciones de Moisés. Se les mandó también añadir panes ázimos y verduras amargas... Así pues, aquel verdadero cordero, que quita el pecado del mundo, se inmoló también por nosotros, que estamos llamados a la santidad mediante la fe. Acerquémonos en su compañía a aquellos banquetes espirituales, sublimes y realmente santos, prefigurados en cierto modo por los ázimos prescritos en la ley, y que espiritualmente han de ser recibidos.
«De hecho, en las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada como símbolo de iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan fermentado de los fariseos y saduceos... Igualmente, el doctísimo Pablo escribe a los santificados que se mantengan lo más alejados posible de la levadura de la impureza que mancha el alma... Para estar espiritualmente unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues, inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma alejada de todo lo que pudiera contaminarla» (Homilía pascual 19).
–Con el Salmo 115 decimos: «alzaré el cáliz de la salvación, invocando el nombre del Señor». Lo primero que se preguntaba el salmista, y también nosotros debemos hacerlo, es: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?». La respuesta la da él mismo: «Tomaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor». La Eucaristía es, en efecto, no sólo la mayor prenda de la misericordia divina, sino que es el medio mejor de dar gracias a Dios por todo cuanto de Él hemos recibido.
Años pares
–Isaías 38,1-6.21-22.7-8: He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Ezequías ora a Dios, y Él lo cura y prolonga su vida. De ahí está tomada la lectura y el salmo responsorial. Esto nos da oportunidad de reflexionar sobre la muerte. Oigamos a San Jerónimo:
«Lo mismo muere el justo que el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no lo hace. La misma muerte es para el bueno que para el que peca. El que jura que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas hombres y animales... Pase que se llore a un muerto, pero a aquel que se lo lleva la gehenna, al que devora el tártaro, y para castigo del cual arde el fuego eterno. Pero nosotros, cuya salida del mundo acompaña el ejército de los ángeles, a quienes sale Cristo al encuentro, deberíamos sentir pesar de permanecer demasiado tiempo en esta tienda de muerte. Porque mientras vivimos aquí, andamos peregrinos lejos del Señor...» (Carta 39, a Paula).
Dice San Ambrosio:
«No te perturbe el oír el nombre de la muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz, ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes?» (Tratado sobre el bien de la muerte, 4).
Y San Cipriano:
«El que está lejos de la patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra... La muerte no es un punto final, es un tránsito. Al acabar nuestro viaje en el tiempo viene el paso a la eternidad» (Tratado sobre la muerte, 18, 20).
–Mateo 12,1-8: El Hijo del hombre, Señor del sábado. San Juan Crisóstomo explica sobre los preceptos referidos al sábado:
«Habla de Sí mismo. Marcos, nos cuenta que también se refirió el Señor a la común naturaleza humana, y así dijo: “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado”. Entonces ¿por qué fue castigado de muerte aquel que recogía leña el día de sábado? (Num 15,33ss). Porque si desde el principio se hubiera tolerado el desprecio de la ley, mucho menos se hubiera observado posteriormente.
«Y a la verdad, muchos y grandes provechos vino a traer en los comienzos la guarda del sábado. El sábado, por ejemplo, hacía que los judíos fueran más blandos y humanos para con sus propios familiares, les enseñaba a conocer la providencia y la obra de Dios, como dice Ezequiel (20, 12,20), y los iba instruyendo para que, poco a poco, se apartaran de la maldad, y les obligaba, al fin, a prestar alguna atención a las cosas del espíritu.
«Si Dios, al promulgar la ley del sábado, les hubiera dicho: “el día del sábado haced el bien, pero no os entreguéis al mal”, no habrían contenido. De ahí que se lo prohibió todo por igual. No hagáis absolutamente nada. Y ni aun así le obedecieron. Sin embargo, el mismo que les da la ley del sábado, aun dentro de aquella generalidad, deja entender que solo quiere que se abstengan de toda obra mala. Porque no haréis nada –dice– fuera de lo que haga el alma (Ex 12,16) Y todo aquello se hacía en el templo y se hacía con duplicado fervor y multiplicada faena. De este modo, por la sombra misma, revelábales el Señor a sus contrarios la verdad» (Homilía 39,3, sobre San Mateo).
Años impares
–Éxodo 12,37-42: La noche en que el Señor sacó a Israel de Egipto. Esa noche se convirtió en una noche de vela, de acción de gracias por los beneficios recibidos. De ahí el sentido grande que para el cristiano tiene la gran Vigilia Pascual: Paso de Cristo de la muerte a la resurrección, paso seguido por todos los cristianos, pues todos lo somos en la muerte y resurrección del Señor.
El recuerdo de la salida de Egipto alienta toda la historia de Israel con una gran esperanza. Lo que Dios ha puesto en marcha, al reunir una masa tan grande de israelitas en el momento de la salida de Egipto, puede llevarlo a cabo hasta su meta definitiva, haciendo surgir un gran pueblo del pequeño renuevo del exilio.
Dios ha «velado» por su pueblo, en una noche famosa, la del éxodo, como una madre al lado de sus hijos enfermos. La fiesta de Pascua, en la que se prescribe así una manera de compartir el cuidado de Dios por el futuro de su pueblo. Esto se realiza, debe realizarse, con mayor razón y motivos sobrenaturales en los cristianos.
–El Salmo 135 es como un eco de la lectura anterior: «dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Es el Gran Hallel o Gran Alabanza y se cantaba en la Pascua, porque en él se conmemoraba la salida y liberación de la cautividad de Egipto.
En él se nos muestra el amor misericordioso de Dios, la clave de toda la creación, de toda la historia del pueblo de Dios en el que entramos también nosotros. La bondad de Dios es la razón de ser de todo lo que Él ha obrado. Todo parte de la inagotable bondad misericordiosa de Dios. En esa bondad toma aliento el universo y la historia sagrada. En esa bondad todo vive y se ilumina.
Casiano dice que alabamos al Señor cuando proclamamos sus maravillas. Entonces la alabanza sale del fervor de la contemplación y manifiesta la grandeza, el poder de Dios.
Años pares
–Miqueas 2,1-5: Codician los campos y se apoderan de las casas. El profeta ataca sin piedad a los ricos, preocupados únicamente en acrecentar sus posesiones en detrimento de los pobres. Tendrán su castigo. San Gregorio Magno dice:
«Creen algunos que los preceptos del Antiguo Testamento eran más severos que los del Nuevo; pero sin duda se engañan en su mal modo de pensar; pues en aquél no se castiga el ansia de tener sino la rapiña; en éste se castiga el robo con cuádruple restitución... Por tanto, de aquí debe colegirse ante todo con qué pena será castigado quien arrebata lo ajeno, cuando quien no da lo propio es castigado con la pena del infierno» (Homilía 20,3 sobre los Evangelios).
La injusticia social no es solamente una violación de los derechos de los pobres, sino ante todo es, para el profeta, una falta contra Dios y su Alianza. Dios castiga el pecado, en esta vida con sentido medicinal, para que el pecador se convierta y viva, pues Dios no quiere su muerte.
La ausencia de amor entre los hombres que son miembros del pueblo concierne directamente al honor de Dios. No se trata sólo de deberes sociales, sino de obligaciones religiosas que recaen sobre los miembros de un pueblo asociado a Dios por un puro favor de su benevolencia.
En todo esto se tiene mayor responsabilidad después de la venida de Cristo con su mandamiento nuevo de amar como Él amó.
–Con el Salmo 10 se dice eso mismo: «no te olvides de los humildes, Señor». En este Salmo se presentan dos cuadros muy diversos: el primero es un mundo revuelto por el desorden en el que domina el mal y se agitan los impíos que conjuran y tienden insidias contra los pobres y humildes; en el segundo, se ve a Dios que observa toda acción de los hombres y está siempre dispuesto a intervenir para hacer justicia.
El grito de los pobres que se eleva hasta los oídos de Dios resuena con frecuencia en los Salmos. Es cierto que en ellos no oímos sólo los lamentos de los indigentes, sino también la oración de los perseguidos, de los desgraciados, de los afligidos, todos estos que no dejan de formar parte de los pobres. Sus enemigos son los de Dios, los soberbios y los impíos. Y su aflicción es un título de amor de Dios. Constituyen las primicias del pueblo humilde y modesto, de la Iglesia de los pobres que reunirá el Mesías: «La soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado... Pero Tú, oh Dios, ves las penas y los trabajos... A Ti se encomienda el pobre, Tú socorres al huérfano».
–Mateo 12,14-21: Se dibuja en el horizonte la Pasión por obra de la conspiración de los fariseos. Pero Cristo sigue su misión evangelizadora curando a los enfermos, pero no quiere que se divulgue. San Mateo ve el oráculo de Isaías (42,1-4) en la discreción con que Jesús rodea sus curaciones y milagros. La intención primera era sin duda rechazar las manifestaciones populares en las que el entusiasmo ahogaría la fe. Se ve que desde el principio los cristianos contemplan a Cristo como el verdadero Siervo de Yahvé y así fue considerado en la predicación apostólica y de la primitiva comunidad cristiana. Para San Mateo es Jesús el Siervo que anuncia la justicia a las naciones y cuyo nombres es su esperanza (Mt 12,18-21; Is 42,1-4). En este mismo sentido se expresa San Juan Crisóstomo:
«Todo es humildad, compasión, misericordia. No quiere destruir, sino edificar y reparar; no apagar el rescoldo que ha quedado, sino hacer que prenda allí de nuevo el fuego de su amor. Vino, en una palabra, a renovar, robustecer y vivificar» (Homilía 40,2,sobre San Mateo).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
La liturgia de este Domingo tiene un mensaje especial sobre el sacrificio eucarístico.
Entrada: «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre que es bueno» (Sal 53,6.8).
Colecta (del Sacramentario de Bérgamo): «Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano).Se alude en ella de nuevo al sacrificio: «Oh Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la antigua alianza, recibe y santifica las ofrendas de tus fieles, como bendijiste la de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos».
Comunión: «Ha hecho maravillas memorables; el Señor es piadoso y clemente: él da alimento a sus fieles» (Sal 110,4-5); o bien: «Estoy a la puerta llamando, dice el Señor; si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos» (Apoc 3,20).
Postcomunión (del Veronense y del Gelasiano): «Muéstrate propicio a tu pueblo, Señor, y a quienes has iniciado en los misterios del Reino, concédeles abandonar el pecado y pasar a una vida nueva».
Dios castiga al perverso, pero es paciente y espera la conversión. Esto es lo que se deduce de la primera lectura y de la tercera con la parábola del trigo y la cizaña. El Espíritu intercede por nosotros y obra en nosotros, según nos enseña San Pablo en la segunda lectura.
En el mundo que nos rodea, en las personas con quienes convivimos, en nosotros mismos, aparece el mal como una realidad que nos condiciona. Es un verdadero misterio. Dios nos da los medios adecuados para conocer el mal y superarlo. Pero el hombre es libre y puede rechazar el don de Dios y preferir las tinieblas del error, de la mentira, del pecado.
–Sabiduría 12,13.16-19: En el pecado das lugar al arrepentimiento. Dios aparece como el Soberano absoluto del universo. Lo muestra el orden de todo el cosmos. Quien conoce el poder divino y no se le revela puede tener confianza y abandonarse a la misericordia infinita de Dios. Dos enseñanzas deducimos de la lectura. Una lección de bondad, de amor para con todos los hombres: encontramos aquí una superación de los confines de la religión y raza, como pretendían los escribas y fariseos contemporáneos de Jesucristo, que traía una misión de salvación universal para todos los hombres. Y una lección de esperanza: el hombre no puede pretender por sí mismo ser impecable, pero le conforta el pensamiento de que Dios perdona a los que se arrepienten de corazón.
–Con el Salmo 85 proclamamos: «Tú, Señor, eres bueno y clemente... Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor bendecirán tu nombre. El Señor es bondadoso y misericordioso, perdona nuestros pecados...»
–Romanos 8,26-27: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Por la obra redentora de Cristo el Padre nos da su propio Espíritu, capaz de superar en nosotros el mal y transformarnos en hijos suyos. San Agustín explica:
«Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así, pero docta por el Espíritu de Dios, que soporta nuestra debilidad. En efecto dice el Apóstol: “Si lo que no vemos lo esperamos, por la presencia lo aguardamos”; y a continuación dice: “De un modo semejante el Espíritu socorre nuestra debilidad... pues intercede según Dios por los santos” (Rom 8, 25-27).
«No hemos de entender estas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos, porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo que se dice: “Os tienta el Señor, vuestro Dios, para ver si le amáis” (Dt 13,3), es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo es que, cuando se desea, se pide lo que se ignora? Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos ni la pediríamos con gemidos» (Carta 130, a Proba).
–Mateo 13,24-43: Dejadlos crecer hasta la siega. Porque es eterno y paciente, Dios tolera el mal en los seres libres, hasta el día de su juicio en que dará a cada uno una eternidad según sus obras. Comenta San Juan Crisóstomo:
«A la verdad, traza suele ser del diablo mezclar siempre el error a la verdad, coloreándolo muy bien con apariencia de ella a fin de engañar fácilmente a los ingenuos. De ahí que el Señor no habla de otra semilla, sino que la llama cizaña, pues, ésta a primera vista, se asemeja al trigo. Seguidamente explica cómo procede el diablo en su asechanza: “mientras sus hombres dormían”. No es pequeño el peligro que aquí amenaza a los superiores, a quienes está encomendada la guarda del campo; y no sólo a los superiores, sino también a los súbditos. Y da a entender el Señor que el error viene después de la verdad, cosa que comprueban los hechos mismos. Después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles, los falsos apóstoles; después de Cristo, el anticristo. Y es que el diablo, si no ve algo que imitar ni a quienes tender sus lazos, ni lo intenta ni lo sabe...
«Así sucedió también en los comienzos de la Iglesia. Porque muchos prelados, introduciendo en las Iglesias hombres perversos, heresiarcas solapados, facilitaron enormemente estas insidias del diablo, pues una vez plantados estos hombres en medio de los fieles, poco trabajo le queda ya al diablo... Mientras los herejes estén junto al trigo hay que perdonarlos, pues cabe aún que se conviertan en trigo, mas una vez que hayan salido de este mundo sin provecho alguno de tal proximidad, entonces necesariamente les alcanzará el castigo inexorable» (Homilía 46, 1-2, sobre San Mateo).
Ovejas sin pastor fue el panorama que vio Jesús en Palestina y peor aún en el mundo restante. Cristo se compadece. El es verdadero Pastor que Dios había prometido a su pueblo. Todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en Cristo, que ha sellado con su sangre nuestro pacto con Dios, de donde brota la paz verdadera.
La Iglesia entera es siempre el resultado de una acción pastoral evangélica, que hace de cada comunidad creyente un solo rebaño, bajo el cayado del Único y Eterno Príncipe de Pastores (Jn 10; 1 Pe 2,25), elegidos por Él para continuar su obra de santificación.
–Jeremías 23,1-6: Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores. La más entrañable semblanza del Mesías Salvador fue delineada desde siglos atrás, a través de los profetas, como el Buen Pastor de toda la humanidad y como Maestro de pastores elegidos por Él para continuar su obra bajo sus cuidados especiales. San Jerónimo dice:
«Los apóstoles, con toda confianza y sin temor alguno, apacentarán el rebaño de la Iglesia y las reliquias del pueblo de Israel se salvarán de todas las tierras; y volverán a sus campos, a sus pastos, y crecerán y se multiplicarán. Sobre los malos pastores, escribas y fariseos, el Señor manifestará la malicia de su doctrina. Con todo, podemos entenderlo también, conforme a la tipología, de los príncipes de la Iglesia que no apacientan dignamente las ovejas del Señor. Dejadlas, y castigados ellos, se salve el pueblo. Entregadlas a otros que sean dignos, y así se salve el resto. Pierden las ovejas los que enseñan la herejía; laceran y dispersan los que hacen cismas» (Comentario sobre el profeta Jeremías 2,4).
–Oportunamente se canta el Salmo 22: «el Señor es mi Pastor, nada me puede faltar», ya muchas veces expuesto.
–Efesios 2,13-18: Él es nuestra paz y ha hecho de dos una sola cosa. En el Corazón de Jesucristo se nos revela Jesús como el Buen Pastor que realiza la paz y la unidad entre los hombres por su propio sacrificio. La salvación es paz, es reconciliación, es acercamiento a Dios; en otros términos, la salvación es liberación de todos los males que nos oprimen y que nos impiden ser lo que Dios quiere que seamos. Sólo si se une a Cristo, puede el hombre conseguir su salvación.
Con mucha frecuencia ha comentado San Agustín este pasaje paulino:
«A ambos, judíos y gentiles, les nació la piedra angular, para, como dice el Apóstol, hacer en Sí mismo un solo hombre nuevo, estableciendo la paz y transformar a los dos en un solo cuerpo para Dios por la cruz. ¿Qué otra cosa es un ángulo sino la unión de dos paredes que traen direcciones distintas y, por decirlo así, encuentran allí el beso de la paz? Los judíos y los gentiles fueron enemigos entre sí, por ser dos pueblos diversos y contrarios: allí encontramos el culto del único Dios verdadero y aquí el de muchos y falsos dioses. Aunque los primeros estaban cerca y los segundos lejos, a unos y a otros los ha conducido hacia Sí (Ef 2,11-22)... Quienes escucharon y se mostraron obedientes, viniendo de aquí y de allí, encontraron la paz y pusieron fin a la enemistad. Los pastores y los magos fueron las primicias de los unos y de los otros» (Sermón 204).
–Marcos 6,30-34: Andaban como ovejas sin pastor. La compasión pastoral es la expresión más profundamente bíblica de la caridad salvadora de Cristo ante las necesidades del género humano. Esto no es un gesto aislado o coyuntural en Jesucristo, sino la razón de toda su vida. Por eso hemos de acudir a Él como al Pastor Bueno de nuestras almas. San Gregorio de Nisa se dirige a Cristo:
«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas. Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia Ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a Ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.
«Enséñame, pues, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que Tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor que salta hasta la vida eterna» (Comentario al Cantar de los Cantares,2).
La primera lectura narra la hospitalidad de Abrahán a Dios, que se le muestra bajo las apariencias de un extranjero. El Evangelio nos muestra a Jesucristo, huésped de sus amigos Lázaro, Marta y María. En la segunda lectura San Pablo se siente identificado con Cristo, cuya pasión vive en su propia carne, y con la Iglesia, cuyo misterio anuncia.
Ni la trascendencia de la divinidad ni la profundidad misteriosa de su vida íntima trinitaria, ni su absoluta supremacía sobre todas las cosas han sido óbice contra la iniciativa de Dios de entablar intimidad amorosa con nosotros, los hombres. El mismo se ha puesto a nivel de diálogo. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), convivió con nosotros. Esta es la gran noticia que todos los hombres deben conocer y secundar.
–Génesis 18,1-10: Señor, no pases de largo ante tu siervo. Abrahán, Padre de los creyentes, es en la historia de la salvación el «amigo de Dios» (Is 41,8; Sant 2,23). Es el hombre que en la fe y en la caridad pudo llegar hasta el diálogo y la intimidad misteriosa con Dios. Su profunda religiosidad no lo aparta del prójimo, sino que lo hace particularmente generoso y delicado con los hombres. San Hilario de Poitiers dice en su Tratado sobre los Misterios que «Abrahán ve a un hombre y adora a Dios». Esta interpretación es común en los Santos Padres.
En verdad acogiendo al hermano pobre, marginado, socorriendo al menesteroso, se acoge y socorre al mismo Dios. Lo dijo Cristo en el Evangelio: «Tuve hambre y me diste comer...»
–Adecuadamente se ha escogido el Salmo 14 como Salmo responsorial: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?» Y las condiciones son las obras de caridad: «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará».
–Colosenses 1,24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido lo ha revelado ahora a su pueblo. Ese misterio es Cristo, revelado como cercanía personal y suprema de Dios ante los hombres. Todo cristiano, en cuanto miembro de Cristo por el bautismo, ha de ser testimonio y apóstol del Evangelio. En el momento de la prueba y del sufrimiento no debe venirse abajo, sino ofrecer las tribulaciones al Señor para irradiar el mensaje evangélico al mundo, completando, a imitación de San Pablo, lo que falta al padecimiento de Cristo. Todo fiel puede y debe cooperar a la dilatación del Reino de Cristo con su oración, con sus palabras, con su vida ejemplar, con su propio sufrimiento ofrecido a Dios por medio de Jesucristo.
Dios ha reconciliado consigo al mundo por medio de la sangre de Cristo, muerto en la cruz. Tal misterio de amor ha de ser participado por los cristianos en su quehacer cotidiano. El amor de Dios se manifiesta en el dolor y en el sufrimiento. El cristiano debe asociarse a la cruz de Cristo para hacer brillar el rostro amoroso de Dios en toda la humanidad.
–Lucas 10,38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor. La plena intimidad amorosa y dialogante con el Corazón de Cristo, como en familia y en trato de amistad es siempre «la mejor parte», que el Evangelio garantiza y defiende para los que le conocen y le aman. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
«Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en la unidad de corazón cuando vivía en la carne de este mundo. Marta lo recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva sirve al Señor; la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó...
«Marta preparando y aderezando el alimento para el Señor se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana, entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de ajetreos humanos, escuchaba su palabra... Una sola cosa es necesario: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad... Y con todo, estas tres Personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón» (Sermón 103).
16Lunes
Años impares
–Éxodo 14,5-18: Sabrán que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón. En el momento en que los israelitas ponen el mar y el desierto entre ellos y Egipto, creen llegada la hora de medir el peso de esta decisión y, en particular, la significación y esta emancipación de su servicio al Faraón, para ponerse al servicio de Dios. Orígenes,
«La quinta etapa es Mará, que se traduce por amargura. No podían llegar a los torbellinos del mar Rojo, para ver cómo perecía Faraón con su ejército, hasta que tuvieron palabras de nobleza en su boca, es decir, hasta que confesaron las maravillas del Señor, y confiaron en el Señor y en su siervo Moisés y oyeron de él: “El Señor combatirá por vosotros y vosotros guardaréis silencio” (Ex 4,14)» (Sobre el Éxodo 4).
–Respondemos a la lectura con el cántico de Moisés después del paso del mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (Ex 15). «Caballos y carros ha arrojado en el mar... Los carros del Faraón los lanzó al mar, ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes. Las olas los cubrieron, bajaron hasta el fondo como piedras». Por eso, se acogen a Dios solo. En El ponen su confianza: «Él es mi Dios; yo lo alabaré, el Dios de mis padres, yo lo ensalzaré... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible; tu diestra, Señor, tritura al enemigo». Es una lección para nosotros. Israel, no obstante ver las maravillas que Dios ha obrado en su favor, le fue rebelde muchas veces. Así puede encontrarse el cristiano muchas veces y, de hecho, se encuentra, como nos lo manifiesta la vida ordinaria, pese a que el Señor, como lo comentan los Santos Padres, ha hecho con nosotros mayores maravillas.
Años pares
–Miqueas 6,1-4.6-8: Te he explicado, hombre, lo que Dios desea de ti. Al revisar el proceso de su pueblo, recuerda Dios con amargura todos los beneficios que le ha prodigado. Entonces el fiel interroga al profeta que le indique cuál es el camino preferido de Dios. Clemente de Alejandría dice:
«Todo el que se convierte del pecado a la fe, se convierte de las costumbres de pecador, que son como una madre, a la vida; así me lo dirá el testimonio de uno de los doce profetas cuando dice: “Habré de dar a mi primogénito por causa de mi impiedad, el hijo de mi vientre por causa de los pecados de mi alma” (Miq 6,7)» (Stromata, III,16,100).
El profeta es bien claro: «Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté? Respóndeme. Te saqué de Egipto, de la esclavitud te redimí, y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Miriam». Esto nos evoca los llamados Improperios del Viernes Santo en la liturgia romana. Es una lección para nosotros, pues nos ha hecho mayores dones. ¿Cómo correspondemos? Sigue el profeta: «Te he explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu Dios».
–El Salmo 49 reza: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios». «Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio. Proclame el cielo su justicia: Dios en persona va a juzgar. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos? Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias, ése me honra, al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios».
–Mateo 12,38-42: La reina del Sur se levantará contra esta generación en el juicio. A los que piden una señal espectacular de que Él es el Mesías, Jesús les asegura de que no se les dará otra señal que la de Jonás, el profeta de la penitencia y símbolo de la resurrección. San Agustín comenta:
«El mismo Salvador mostró que el profeta Jonás, arrojado al mar y engullido en el vientre de un monstruo marino y vomitado vivo al tercer día, es figura del mismo Salvador. Era denunciado el pueblo judío por comparación con los ninivitas, pues cuando fue enviado a ellos para fustigarlos el profeta Jonás, hicieron penitencia, aplacaron la cólera de Dios y merecieron misericordia. Dijo: “y aquí hay uno más que Jonás” (Mt 12,41), refiriéndose a Sí mismo. Los ninivitas oyeron al siervo y consiguieron sus caminos; los judíos oyeron al Señor y no sólo no se corrigieron, sino que además lo asesinaron... » (Sermón A,1).
Años impares
–Éxodo 14,21-15,1: Los israelitas entraron en medio del mar Rojo a pie enjuto. Todo esto se ha interpretado en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística como figura de la liberación del pecado original por medio del bautismo. Predica San Agustín en una Vigilia Pascual celebrada en Hipona:
«Amadísimos, ningún fiel dudará de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía de nuestro Señor Jesucristo, de quien era figura Moisés; del diablo y de sus ángeles, quienes cual Faraón y egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos a fabricar ladrillos, es decir, al lodo de la carne... Para nosotros están muertos aquellos que ya no pueden someternos a su dominio, porque nuestros mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como sumergidos en el mar. Cantemos, por lo tanto, al Señor... arrojó caballo y caballero (Ex 15,1); destruyó en el bautismo a la soberbia y al soberbio. Este cántico lo entona quien ya es humilde y súbdito de Dios.
«El Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca su propia gloria y se engrandece a sí mismo. En cambio el impío, justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le compute como justicia, a fin de que el justo viva de la fe, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta a la de Dios, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la salvación, al Señor, su Dios, al que honra... Arrojó al mar el carro del Faraón y su ejército (Ex 15,3-4).
«Destruyó en el bautismo la altanería humana y la caterva de los innumerables pecados que militaban en nosotros a favor del diablo... El que hizo sagrado el bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados, sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos...» (Sermón 363,1-2).
–El Salmo responsorial es el canto de Moisés del que se trató ayer y en la lectura anterior.
Años pares
–Miqueas 7,14-15.18-20: Arrojará en lo hondo del mar todos nuestros delitos. Una plegaria, pidiendo la piedad del pueblo precede a un Salmo que glorifica al Señor. Dios no es indiferente al pecado, pero, no por ello deja de ser fiel a la alianza. Dios no deja de amar a su pueblo. El descubrimiento más importante de los israelitas en el exilio es que Dios les sigue siendo fiel y fundamentalmente benévolo. La fidelidad Dios se convierte de esta forma en misericordia, en perdón y en gracia. Escribe San Jerónimo:
«Habla Dios Padre a su Hijo, esto es, a nuestro Señor Jesucristo, para que, como Buen Pastor que da la vida por su ovejas (Jn 10,17), apaciente a su pueblo con su cayado y a las ovejas de su heredad. Y no pensemos que las ovejas y los pueblos son los mismos; en otro lugar vemos: “nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía” (Sal 94,7). El pueblo se refiere a aquéllos que son razonables, las ovejas a aquellos que, no usando aún su razón, se contentan con su simplicidad y se dice que son la heredad de Dios» (Comentario a este pasaje de Miqueas).
–La permanencia del amor de Dios hacia su pueblo a pesar de la infidelidad de éste es el motivo principal del Salmo 84 escogido como Salmo responsorial de la lectura anterior. Contra lo que se ha escrito, el hombre moderno es muy sensible a la misericordia y al perdón. La misericordia de Dios invita a la conversión, al cambio de mentalidad e impulsa a quien de ella se beneficia a practicar a su vez la misericordia. No tiene nada de alienante, sino que es una llamada a asumir responsabilidades precisas. Esto es muy necesario en nuestros días.
Este salmo es uno de los más bellos del Salterio: «Muéstranos, Señor, tu misericordia... Has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has suprimido tu cólera...» Todo esto se cumplió de modo especialísimo con la venida de Cristo. Por esto tiene tanto relieve este Salmo en el tiempo litúrgico de Adviento-Navidad. Allí se exalta con fervor la misericordia divina, pues jamás se ha manifestado tan grande y sublime.
–Mateo 12,46-50: Estos son mi madre y mis hermanos, dijo Jesús señalando a sus discípulos. La primacía espiritual está sobre la carne. San Agustín ha comentado muchas veces este evangelio:
«Mientras trataba algunas cosas del reino de los cielos con sus discípulos, la madre estaba fuera y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que, permaneciendo virgen, le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba fuera y se lo anunciaron. Si Él hubiera interrumpido las cosas que trataba y hubiera salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto humano, no divino.
«Para que tú no escucharas a tu madre, cuando te retrae del reino de los cielos, Él, por hablar del reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si Santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió?... extendiendo la mano a sus discípulos, estos son, dijo, mis hermanos. “Quien hace la voluntad de mi Padre que me envió es para Mí un hermano, hermana y madre” (Mt 12,48-50). Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que Él engendró. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son madre, hermano y hermana, queda comprendida su Madre María» (Sermón 65,A,6).
Años impares
–Éxodo 16,1-5.9-15: Yo haré llover pan del cielo. El maná en el desierto como alimento del pueblo israelita. Cristo lo contrapuso al Pan que Él había de dar: la Eucaristía (Jn 6,58). Comenta San Agustín:
«El Señor se presentaba de tal forma que parecía superior a Moisés; jamás tuvo Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, que permanece hasta la vida eterna. Jesús promete mucho más que Moisés. Este prometía un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales...; llenar su vientre aquí en la tierra, pero de manjares que perecen; Cristo, en cambio, prometía un manjar que, en efecto, no perece, sino que permanece eternamente» (Tratado25,12, sobre el Evangelio de San Juan).
–Decimos con el Salmo 77: «El Señor les dio pan del cielo... Tentaron a Dios en sus corazones... Pero Dios hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste. Y el hombre comió pan de ángeles...». La historia de Israel, resumida a grandes rasgos en este largo Salmo de 72 versículos, es, en último término, la historia de la alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las deficiencias humanas. Dios no se muda, pero el hombre puede endurecerse de tal modo en su obstinación que llegue un día a hacer infructuosos los infinitos dones de un Dios que es todo Amor.
La vida cristiana en el desierto de este mundo tiene mucho que ver con las infidelidades y conversiones del pueblo israelita. Sólo una fe viva puede mantener firme la alianza con Dios. Para llegar a vivir profundamente esta fe nada mejor que alimentarse con el verdadero maná llovido del cielo, el verdadero pan de los ángeles: la sagrada Eucaristía, que es la realización perfecta de la nueva Alianza, la Alianza entre Dios y su pueblo.
Cristo vino a llevar a cabo el cumplimiento de la liberación iniciada en Egipto y redimir de la esclavitud del pecado, no sólo a los israelitas, sino a todos los pueblos, haciéndolos pasar por medio de las aguas del bautismo a una vida nueva y sobrenatural (Jn 3,5.16-17). Él era la fuente de aguas vivas para apagar la sed de los hombres (Jn 4,10; 1 Cor 10,4). Él era la nube luminosa que debía guiar al pueblo a la salvación (Jn 8,12). Él era el Pan vivo bajado del cielo para alimentar a los hombres en la travesía por el desierto de este mundo (Jn 6,35). Él vino para aniquilar las potencias del mal, aplacar la cólera de Dios, tomando sobre Sí las plagas y el castigo debido a los hombres (Is 53,4-5).
Años pares
–Jeremías 1,1.4-10: Te nombré profeta de los gentiles. El profeta Jeremías relata cómo fue escogido por Dios para ser su portavoz ante todos los hombres. La palabra humana es totalmente incapaz de ser portadora de Dios. Jeremías lo hace constar. Esto es normal en la vocación de los profetas: Moisés tartamudea, Isaías tuvo necesidad de purificarse los labios (Is 6,1-6), y los mejores anunciadores de la salvación fueron víctima del «mutismo» o se les trababa la lengua (Mc 7,31-37). Estas dificultades vienen a subrayar la comunión entre Dios y su profeta y la iniciativa del primero en el ministerio del segundo.
«El Señor que dijo al profeta: Mira que hoy te pongo sobre naciones y reinos... (Jer 1,10), concede en todo tiempo a su Iglesia la gracia de que su cuerpo se mantenga íntegro por la paciencia y que no prevalezca el veneno de las doctrinas de los herejes. Cosa que vemos ahora cumplida» (Carta de Teófilo a Epifanio).
–En estos casos siempre es lo mejor confiar en el Señor como lo confirma el Salmo 70: «A Ti me acojo, Señor, no quede yo derrotado para siempre... Sé Tú la Roca de mi refugio... Líbrame de la mano perversa... Tú fuiste mi esperanza y mi confianza...» Comenta San Agustín:
«No temas ser abandonado en la flaqueza, en la vejez. ¿Pues qué? Tu Señor ¿no se debilitó en la cruz? ¿Por ventura, no movieron ante Él, como ante un hombre sin valimiento e indefenso, prisionero y abatido, sus cabezas los potentados, los toros fuertes?... ¿Qué te enseñó el que pendiente de la cruz no quiso bajar de ella? La paciencia entre los ultrajadores y que seas fuerte en tu Dios» (Comentario al Salmo 70).
Luego vino la victoria, la resurrección y el triunfo. Así también vendrá a nosotros.
–Mateo 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano. San Juan Crisóstomo dice:
«Habiendo, pues, dicho el Señor los modos de perdición, pone, finalmente la tierra buena, pues no quiere que desesperemos, y nos da esperanza de penitencia, haciéndonos ver que de camino y rocas y espinas puede el hombre pasar a ser tierra buena. Sin embargo, si la tierra era buena y el sembrador el mismo y las semillas las mismas, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí también la diferencia depende de la naturaleza de la tierra, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de un corro a otro. Ya veis que no tiene la culpa el sembrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe, y no por causa de la naturaleza, sino de la intención y disposición. Mas también aquí se ve la benignidad de Dios que no pide una medida única de virtud, sino que recibe a los primeros, no rechaza a los segundos y da también lugar a los terceros. Mas si así habla el Señor, es porque no piensen los que le siguen que basta con oír para salvarse» (Homilía44,4 sobre San Mateo).
16Jueves
Años impares
–Éxodo 19,1-2.9-11.16-20: El Señor bajará al monte Sinaí a la vista de todos. La teofanía del Sinaí fue impresionante: nube, tormenta, relámpagos. Todo para revelar Dios su mensaje a Moisés, mediador entre Dios y su pueblo. Trascendencia de Dios. Comenta San Agustín:
«Allí el pueblo se mantuvo en pie a distancia; existe el temor, aún no el amor. En efecto, a tanto llegó su temor que dijeron a Moisés:“háblanos tú, y no el Señor, no sea que muramos”. Descendió, pues, según está escrito, Dios al monte Sinaí en el fuego, pero atemorizando al pueblo, que se mantenía a pie a distancia, y escribiendo con su dedo en la piedra, no en el corazón. En cambio, cuando vino el Espíritu Santo, los fieles estaban congregados en unidad; no sólo no los aterrorizó en el monte, sino que entró en la casa. En efecto, de repente se produjo un estruendo procedente del cielo, como de un viento fuerte; a pesar del estruendo nadie se asustó. Escuchaste el estruendo ya, ve ahora el fuego y el ruido, pero allí había también humo, mientras que aquí se trataba de un fuego sereno» (Sermón 105,6).
–Como salmo responsorial se ha escogido algunos versos delcántico de los tres jóvenes del libro de Daniel, 3: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros Padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito en el templo de tu santa gloria... sobre el trono de tu reino..., sentado sobre querubines...»
Composición bellísima. Empieza a alabar al Dios de los Padres que con ellos ha hecho la alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel. A pesar de esas manifestaciones Él sigue siendo Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y penetrando con su mirada lo más profundo de los abismos. Desde el cielo asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso todas las criaturas lo alaban y nosotros con ellas y en nombre de ellas.
Años pares
–Jeremías 2,1-3.7-8.12-13: Hicieron aljibes agrietados y me abandonaron a Mí, Fuente de agua viva. Tiempo de decadencia en Israel. Su pecado está bien expresado y se muestra en toda su maldad. Los responsables del pueblo –sacerdotes, legistas, reyes y profetas– no han reconocido a Yavé en el don de la tierra prometida con la misma fuerza que han sentido su presencia en la ley, el culto y el poder (7-8). Nada tiene entonces de asombroso que sus sistemas legalistas o litúrgicos, aislados de la Fuente de agua viva, sean cisternas incapaces para retener el agua. Todo el esfuerzo religioso se construye sin el auxilio divino y sin su conocimiento de su presencia es vano e infructuoso. San Ireneo dice:
«Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad... Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento en los pechos de su Madre (La Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario ellos mismos se construyen “cisternas agrietadas” (Jer 2,13) hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la verdad, es natural que se revuelvan en toda suerte de errores y que se sientan zarandeados por ellos» (Contra las herejías III, 24,1).
–Por eso decimos con el Salmo 35: «en Ti, Señor, está la fuente viva y en tu Luz nos haces ver la luz». «Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmensas. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a las sombras de tus alas, se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias. Porque en Ti está la Fuente viva y en tu Luz nos hace ver la luz. Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón».
–Mateo 13 10-17: A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del Reino. La razón del empleo de las parábolas en la predicación de Cristo. Sólo los cercanos a Él, sus íntimos, pueden entender su pleno sentido. Clemente de Alejandría comenta:
«“Al que tiene se le dará” (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento; al que tiene conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto acontece cuando el hombre está adherido al Señor por la fe, por el conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar donde está Dios, el Dios preservador de nuestra fe y nuestro amor, de donde procede el conocimiento para aquellos que son capaces de este privilegio y que son elegidos por su anhelo de una mejor preparación y entrenamiento. Estos son los que están dispuestos a oír lo que les dice, a poner en orden sus vidas a progresar por una cuidadosa observancia de la ley de la justicia. Este conocimiento es lo que les conduce hasta el fin, el término final que no tiene fin, enseñándoles la vida que hemos de poseer, una vida según Dios, cuando quedemos liberados de todo castigo y corrección que ahora soportamos a consecuencia de nuestras maldades, como disciplina salvadora. Cuando, pues, hayan recibido esta liberación, los perfectos alcanzarán su recompensa y sus honores» (Stromata 7,10,55-56).
Años impares
–Éxodo 20,1-17: La ley se dio por medio de Moisés. Dios entregó a Moisés la ley en el monte Sinaí, en ella figuran los diez mandamientos. Cristo dijo que no vi-no a abolir la ley sino a perfeccionarla con la promulgación del programa que lleva al Reino de los cielos.
El interés del Decálogo no radica sólo en su contenido, sino ante todo en su forma. No dimana del derecho natural o del simple fenómeno étnico. Ante todo es la expresión de la voluntad de Dios. Esa es también la base de la moral cristiana. El comportamiento nace en un mandamiento de Dios que abarca los diez preceptos que se reducen al amor a Dios y al prójimo. Para el cristiano la moral natural es recibida por su yo más profundo, es decir, el que vive con Dios que se revela en Jesucristo. Todo hemos de verlo a lo que dice el Señor de Sí mismo: «Yo soy el Señor tu Dios, un Dios celoso» (Ex 20,5). Orígenes dice:
«Ved la bondad de Dios; para instruirnos y hacernos perfectos no teme asumir la debilidad de las pasiones humanas. Entendiendo de hablar de un Dios celoso, ¿quién no se admirará en seguida viendo en ello un defecto de la humana debilidad? Pero Dios lo hace todo y lo sufre todo por nosotros y, para instruirnos, Él pone en su lenguaje las pasiones que nos son conocidas y familiares. Ved, pues, lo que Él quiere decir con esta palabra: “Dios celoso” (Homilía 8,5 sobre el Éxodo).
–Como canto a la ley del Señor es adecuado el Salmo 18: «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila».
Años pares
–Jeremías 3,14-17: Os daré pastores conforme a mi Corazón; esperarán en Jerusalén todas las naciones. Restauración del reino de Judá e Israel. En la nueva era mesiánica no será necesaria la presencia del arca, como símbolo de la presencia de Yavé. Ahora toda la ciudad de Jerusalén podrá ser llamada trono de Yavé, porque Dios se hará sentir plenamente en ella. Es más esta nueva Jerusalén será el punto de convergencia de todos los pueblos. Tenemos reflejado aquí el universalismo mesiánico, como aparece también en Isaías y en Miqueas. El profeta presenta una nueva religión basada no en lo puramente externo, sino vinculada al corazón como punto de arranque. Es bien claro la alusión a los tiempos de Cristo con su culto litúrgico, centrado principalmente en la Eucaristía.
–Como salmo responsorial se han escogido algunos versos delcapítulo 31 de Jeremías, que es una invitación a celebrar el retorno glorioso de Israel, la primera de las naciones en cuanto que ha sido escogida por Dios como heredad particular para que participara de sus beneficios materiales y espirituales. Se invita a la naciones a oír la palabra de Yavé y a que la den a conocer en las islas remotas: «El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte. Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor. Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos; convertiré en gozo su tristeza, los alegraré y aliviaré sus penas».
–Mateo 13,18-23: El que escucha la palabra y la entiende ése dará fruto. Explicación de la parábola del sembrador. El reino de Dios comienza ya aquí abajo con las palabras sublimes, y al mismo tiempo sencillas, de Cristo. La acogida que se dé en el espíritu nos convertirán en ciudadanos del Reino.
Jesús se plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen a su mensaje: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de los parientes, dureza de corazón, afición a las cosas del mundo, a las riquezas, a los honores, al poder. Pretende dar un sentido a esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en el tiempo oportuno. Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del juicio que se acerca. Dificultades las tuvo Cristo y las ha tenido la Iglesia en toda su historia, pero también ubérrimos frutos de santidad. San Efrén comenta:
«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos que concentrara su reflexión» (Comentario al Diatésaron 1,18).
Años impares
–Éxodo 24,3-8: Alianza del Señor con el pueblo de Israel. Este se ha obligado a observar la ley de Dios, por eso se realiza una alianza con Él sellada con la sangre de un sacrificio. La Nueva Alianza estará sellada con la sangre del Hijo de Dios encarnado, para el perdón de los pecados y se hace presente en la Eucaristía. Ya hemos visto que la alianza de Israel con Dios se rompió muchas veces por la infidelidad del pueblo elegido. Pero Dios, infinitamente misericordioso, siempre la reanudó. Lo hemos expuesto con muchos textos patrísticos. como éste de Melitón de Sardes:
«La salvación del Señor y la realidad fueron prefiguradas en el pueblo judío, y las prescripciones del Evangelio fueron preanunciadas por la ley. De esta suerte, el pueblo era como el esbozo de un plan, y la ley, la letra de una parábola; pero el Evangelio es la explicación de la ley y su cumplimiento y la Iglesia el lugar donde aquello se realiza. Lo que era figura era valioso antes de que se diera la realidad, y la parábola era maravillosa antes de que se diera la explicación. Es decir, el pueblo judío tenía un valor antes de que se estableciera la Iglesia, y la ley era maravillosa antes de que resplandeciera la luz del Evangelio» (Números 4-10).
–El pacto es cantado por el Salmo 49, algunos de cuyos versículos forman el Salmo responsorial de hoy: «Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio». Nuestro Pacto ha sido sellado con el sacrificio de Cristo en la Cruz. Esto es reactualizado sacramentalmente en la Eucaristía. En ella hemos de participar con mente y corazón y ser consecuentes con lo que esa participación exige.
Años pares
–Jeremías 7,1-11: El templo no se puede convertir en una cueva de bandidos. El profeta interpela a los peregrinos junto al templo, denunciando la hipocresía de sus compatriotas y vaticinando la ruina del lugar santo. Los exhorta a practicar una religión comprometida, interior y sincera, no sólo un culto externo, aunque este también sea necesario. San Jerónimo así lo explica:
«Si han de pasar el cielo y la tierra, sin duda que pasará también todo lo terreno. Por consiguiente, los lugares de la cruz y de la resurrección aprovecharán sólo a quienes llevan su cruz y resucitan con Cristo cada día, a los que se hacen dignos de tan excelsa morada. Por el contrario, los que dicen: “el templo del Señor, el templo del Señor” (Jer 7,4), oigan al Apóstol... Vosotros sois templo de Dios y el Espíritu Santo mora en vosotros. La corte celeste está abierta lo mismo si se mira desde Jerusalén como si se mira desde Bretaña, pues el Reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21)» (Carta 58,3, a Paulino presbítero).
–El Salmo 83 expone los deberes del santuario del Señor: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!» El alma del piadoso israelita se consume y anhela los atrios del Señor, su corazón y su carne retozan por el Dios vivo... Anhela vivir en la Casa del Señor, alabándolo siempre y encontrar su gozo y su alegría y toda su fuerza en Dios y en su culto auténtico. Por eso prefiere el umbral de la Casa del Señor a vivir con los malvados, y vivir un día en los atrios del Señor a mil en su propia casa.
El cristiano tiene muchos motivos para superar el fervor del piadoso israelita. El antiguo templo de Jerusalén era sólo un símbolo y signo de la presencia dinámica de Dios; pero el templo cristiano es la morada del Dios vivo, ya que allí está Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía. Allí se reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario. Todo esto es mucho más que lo que significaba el templo judío de Jerusalén.
–Mateo 13,24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Manifiesta la paciencia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva. Dice Clemente de Alejandría:
«Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamente para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles.
«Porque igual que la filosofía bárbara, también en la griega ha sido sembrada la cizaña (Mt 13,25) por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos...» (Stromata 6,8,67).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «Dios vive en su santa morada; Dios, que prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo» (Sal 67,6-7.36). Dios nos recibe siempre en su Casa: la iglesia catedral, parroquial, monástica. Le adoramos en su santa morada, en la asamblea litúrgica.
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, ahora retocada con textos del Veronense): «¡Oh Dios!, protector de los que en ti esperan; sin ti nada es fuerte ni santo. Multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu mano providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos».
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada ahora con textos del Gelasiano y del sacramentario de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas que podemos presentar gracias a tu generosidad, para que estos santos misterios, donde tu Espíritu actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías eternas».
Comunión: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios» (Sal 102,2); o bien: «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,7-8).
Postcomunión (tomada del propio de los dominicos): «Hemos recibido, Señor, este sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don de su amor inefable nos aproveche para la salvación».
Parábola del tesoro escondido. Todo se sacrifica a fin de conseguirlo. Nada supera a la Sabiduría que procede de Dios. San Pablo nos inculca el plan de Dios sobre nosotros que no es otro que el amor que Dios nos tiene y quiere que reproduzcamos en nosotros la imagen de su Hijo bien amado para compartir su gloria.
Sólo así es posible entrar en el Reino de Dios y aquí en la tierra. Esto nos prepara, a su vez, para la santidad de vida y para la liberación y santificación consumada en la eternidad.
Dichosos los que por la oración y disponibilidad humilde saben descubrir en el tiempo las posibilidades de la eternidad bienaventurada que nos ofrece el misterio de Cristo, revelación de la plenitud de la Sabiduría divina.
–1 Reyes 3,5.7-12: Pediste discernimiento. Salomón es en la historia de la salvación un símbolo típico de la exaltación de la sabiduría como actitud religiosa, como don gratuito y como responsabilidad bienhechora entre los hombres.
El don del juicio a Salomón señala un momento importante en la historia del movimiento sapiencial de Israel. El carisma consiste en una especial prerrogativa del soberano para gobernar al pueblo con rectitud, en el contexto no de una justicia humana, sino en el de la elección de Israel y de la fidelidad a la Alianza, es decir, en un sentido religioso y mesiánico. Esto es un carisma concedido de lo alto para bien del pueblo, un don del Espíritu que ha aparecido en otros personajes como Moisés y, sobre todo, aparecerá en el Rey-Mesías.
Las inevitables deficiencias de varios reyes de Israel en el gobierno, en la administración de la justicia y en la fidelidad a la Alianza, conducirá a una espera cada vez más apremiante del futuro Rey ideal, el que sólo ejercerá plena y perfectamente la justicia, sueño de todos los hombres. Esto sucederá en el Nuevo Testamento, más aún será propio del Mesías «la justicia de Dios» (Jer 23,5): Cristo, más que Salomón (Mt 12,42).
–Unos versos del Salmo 118 nos ofrecen materia de reflexión y meditación, como Salmo responsorial: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Mi porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos del Señor que miles de monedas de oro y plata. Que tu voluntad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias será tu voluntad. Yo amo tus mandatos, más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y detesto el camino de la mentira. Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes».
–Romanos 8,28-30: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo. La sabiduría salvífica de Dios ha culminado su revelación en Cristo. Y nos ofrece el don de descubrir en Él la Sabiduría divina que nos ilumina y santifica. Su Corazón es el diseño perfecto que nos ha trazado el Padre.
Es conocida la distinción evangélica de «llamados» y «elegidos» (Mt 22,14). Los israelitas estaban todos llamados al Reino, pero no todos fueron elegidos, es decir, miembros efectivos del Reino de Dios. El Apóstol insiste aquí en el don inefable de la vocación divina, pero esto no excluye la responsabilidad de la colaboración activa y total al don de Dios. Comenta San Agustín:
«Me dirá alguno: Entonces no obramos nosotros, sino que otro obra en nosotros. Le respondo: Es más acertado decir que obras tú y que otro obra en ti; y sólo obras bien cuando actúa en ti el que es bueno. El Espíritu de Dios que obra en ti, te ayuda cuando obras tú. Su mismo apelativo de auxiliador te indica que también tú haces algo. Reconoce lo que pides, reconoce lo que proclamas cuando dices: “sé mi auxiliador, no me abandones” (Sal 26,9). Invocas ciertamente a Dios como auxiliador, pero nadie recibe ayuda si él nada hace. Quienes son movidos por el Espíritu de Dios, dice, esos son hijos de Dios; movidos no por la letra, sino por el Espíritu, no por la ley que ordena, amenaza y promete, sino por el Espíritu que exhorta, ilumina y ayuda. “Sabemos, dice el Apóstol, que todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28). Si tú no hicieres nada, él no sería tu colaborador» (Sermón156,11).
–Mateo 13,44-52: Vende todo lo que tiene y compra el campo. La genuina sabiduría evangélica consiste en la apertura humilde y decidida a la gracia divina y a los dones salvíficos que el Padre nos ofrece amorosamente en Cristo y que transforman nuestras vidas. El anuncio del Reino de Dios es el punto principal del mensaje de Cristo (Mc 1,15) realidad o una situación espiritual, en la cual el hombre reconoce, en espíritu de amor y de temor filial, la soberanía o el primado absoluto de Dios y cumple lo más perfectamente posible su Voluntad (Mt 6,10). San Jerónimo explica:
«Este tesoro en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3), es el Verbo de Dios que parece escondido en la carne de Cristo, o bien las sagradas Escrituras en las que está guardado el conocimiento del Salvador. Cuando alguien lo descubre en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este mundo para poder poseer a aquel a quien ha encontrado. Lo que sigue: el hombre que lo encuentra, lo vuelve a esconder, no significa que lo hace por maldad sino por temor y como no quiere perder ese bien, esconde en su corazón el tesoro que ha preferido a sus antiguas riquezas» (Comentario al Evangelio de San Mateo 44).
«Las perlas finas que busca el mercader son la ley y los profetas, el conocimiento del Antiguo Testamento. Pero hay una perla única, la más valiosa: el conocimiento del Salvador, el misterio de su pasión, el secreto de su resurrección. Cuando un mercader la encuentra, como el Apóstol Pablo, desprecia todos los misterios de la ley y de los profetas y las antiguas observancias en las que vivía irreprochablemente; las considera como inmundicias y basura, para ganar a Cristo (Flp 3,8). No es que el descubrimiento de la nueva perla sea condenación de las perlas antiguas, sino que en comparación con aquélla, todas las otras joyas son menos valiosas» (ib. 45,46).
Con este domingo la liturgia comienza a presentarnos un tema centralísimo en el cristianismo: la sagrada Eucaristía, según el capítulo sexto del Evangelio de San Juan.
El discurso eucarístico de Cafarnaún desarrollado y meditado en estos domingos, nos irá actualizando las inmensas riquezas del acontecimiento eucarístico, que, como ha expresado el Concilio Vaticano II en varios de sus documentos es «el centro y culmen, raíz y fuente» de toda la vida de la Iglesia, de su propia actividad y de la vida y autenticidad cristiana.
Necesitamos mucho insistir en todo lo que es la Eucaristía en la vida cristiana y actuar en consecuencia en su triple aspecto: Sacramento-Sacrificio; Sacramento-Presencia y Sacramento-Comunión, según expresión del Papa Juan Pablo II en su primera encíclicaRedemptor Hominis.
–2 Reyes 4,42-44: Comerán y sobrará. El Antiguo Testamento, aún con sus sombras, nos adelantó proféticamente las realidades del Nuevo y proclamó la salvación definitiva en Cristo, Mesías y Profeta, en la plenitud de los tiempos.
Los prodigios que Dios obraba por medio de sus siervos los profetas tenían por misión autentificar la palabra predicada por ellos, de modo que el pueblo tuviese garantía de su origen divino.
Dios sigue obrando en su Iglesia maravillas. Hemos de reconocerlo y utilizarlo para profundizar más y más en la fe y hacer que los demás crean en el mensaje divino. Pero esto será difícil si nuestra vida no se conforma con ese mensaje, no obstante los prodigios que Dios hace constantemente en medio de nosotros.
–El Salmo 144 nos ofrece unos textos de meditación relacionados con la lectura anterior: «Abres tú la mano, Señor y sacias de favores a todo viviente. Los ojos de todos están fijos en el Señor y Él les da la comida a su tiempo... Está cerca de los que lo invocan sinceramente». El Señor es fiel y providente, levanta a los que caen y suministra a las criaturas lo necesario para vivir.
–Efesios 4,1-6: Un solo cuerpo, una fe, un solo bautismo. En el Corazón de Cristo se consuma el designio de unidad entre todos los hombres. Un único Padre que nos ama en su único Hijo y que nos hace a todos participar en su único Espíritu.
En la Iglesia no debe existir ningún elemento discriminatorio ni en los que vienen del judaísmo, ni en los que vienen de la gentilidad. Lo que todos han de hacer es poner su esperanza en la salvación a la cual todos han sido llamados por Dios. Sobre la unidad, exhorta San Cipriano:
«El que abandona esta cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia, ¿puede creer que está todavía en la Iglesia? El que se rebela contra la Iglesia y se opone a ella, ¿puede pensar que está en ella? El mismo Apóstol Pablo enseña idéntica doctrina declarando el misterio de la unidad con estas palabras: “un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza en vuestra vocación” (Ef 4,4)... Esta unidad hemos de mantener y vindicar particularmente aquellos que estamos al frente de la Iglesia como obispos, mostrando con ello que el mismo episcopado es uno e indiviso.
«Nadie engañe a los hermanos con falsedades; nadie corrompa la verdad de nuestra fe con desleal prevaricación: el episcopado es uno y cada uno de los que lo ostentan tienen una parte de un todo sólido. La Iglesia es una, aunque al crecer por su fecundidad se extienda hasta formar una pluralidad. El sol tiene muchos rayos, pero su luz es una; muchas son las ramas de un árbol, pero uno es el tronco, bien fundado sobre sólidas raíces; muchos son los arroyos que fluyen de la fuente, pero aunque la abundancia del caudal parezca difundirse en pluralidad, se mantiene la unidad en el origen» (Sobre la unidad de la Iglesia,4-7).
–Juan 6,1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron. De este hecho histórico procedió el llamado sermón eucarístico de Cafarnaún. El «hecho eucarístico» es, en la Iglesia, la verdadera multiplicación del Pan de vida (Jn 6,35-48), que nos alimenta para la unidad con la propia vida de Cristo, el hijo de Dios vivo.
De este milagro, ampliamente comentado por los Santos Padres, se deducen muchas consecuencias: debemos servir a todos en su totalidad existencial, en lo que pertenece a su alma y a su cuerpo, a sus problemas temporales y eternos. Hemos de actuar evangélicamente con sentido preciso de las necesidades de este mundo, como toda la historia de la Iglesia nos lo muestra desde los tiempos apostólicos, en los que «todos tenían un solo corazón y una sola alma». Comenta San Agustín:
«Gran milagro es hartar con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, a fe; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en el Hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena los trojes? Pero como este portento se renueva todos los años a nadie le sorprende... Al hacer estas cosas hablaba el Señor a los entendimientos no tanto con palabras como por medio de sus obras» (Sermón 130).
El relato evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces tiene, en su contexto y en la intención pedagógica del Maestro, un fuerte trasfondo mesiánico-eucarístico. Jesús intenta poner en evidencia sus poderes teándricos y su Señorío mesiánico trascendente para promover la fe. Trata de disponer las inteligencias al anuncio eucarístico-pascual. Aun literariamente, el relato histórico del acontecimiento es consignado por los cuatro evangelistas con módulos y lenguaje litúrgicos, que reflejan la tradición eucarística ya existente en las primitivas comunidades (1 Cor 11,17s.). Iluminados por la Palabra de Dios y vivificados con su Eucaristía testifiquemos en nuestra vida cotidiana nuestra identidad evangélica entre todos los hombres, si no queremos frustrar todo lo que Dios ha obrado en nosotros por su liturgia eucarística plenamente vivida.
Se nos exponen vivamente en la primera y tercera lecturas la fuerza de la oración. Así lo muestra el diálogo de Abrahán con Dios y la parábola del amigo inoportuno. San Pablo nos recuerda que, por obra del bautismo, hemos muerto y resucitado con Él. Por su sacrificio en la cruz Cristo nos ha merecido el perdón de los pecados y nos ha hecho compartir su vida.
Para la existencia cristiana la oración no es un adorno convencional, sino una necesidad profunda y el primer signo de una vida real de fe, esperanza y caridad. La oración dialogante con el Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo, es siempre la vivencia más espontánea de la fe cristiana, un ejercicio de la virtud de la esperanza y el primer acto de la caridad.
–Génesis 18,2-32: No se enfade mi señor si sigo hablando. Como Padre de los creyentes, Abrahán aparece también en la historia de la salvación como criatura abierta al coloquio con Dios y en actitud mediadora.
Todo es impresionante en este diálogo, pero de modo especial la condescendencia y la misericordia de Dios. Se acomodó a lo que Abrahán le pide. Fue lástima que Abrahán no descendiera más. Se quedó en diez justos. No los había. Pero, ¿y si hubiera pedido dos o un justo? Posiblemente Dios hubiera accedido. Hay pasajes escriturísticos que lo sugieren. Antes el pecado de uno bastaba para el castigo de muchos. Ahora la justicia e inocencia de pocos es suficiente para atraer la misericordia divina. Más aún la de uno solo (Jer 5,1). San Agustín enseña:
«No seamos prontos para las disputas y perezosos y tardos para las oraciones. Oremos, mis muy amados hermanos, oremos para que Dios dé su gracia a nuestros enemigos y, sobre todo, a nuestros hermanos y a los que nos aman, para comprender y confesar que, después de la tremenda e inefable ruina por la que todos en uno caímos, nadie puede ser libre sino por la gracia de Dios, y que ésta no se da como debida a los méritos de los que la reciben, sino como verdadera gracia, gratuitamente, sin mérito alguno precedente» (Del don de la perseverancia 24,66).
–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos delSalmo 137: «Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste... El Señor se fija en el humilde... conserva la vida en los peligros... su derecha nos salva... completará sus favores, porque su misericordia es eterna y no abandona la obra de sus manos».
–Colosenses 2,12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándoles todos los pecados. Por el bautismo se nos ha dado la existencia cristiana, con el derecho filial a la oración, a la amistad y al diálogo de intimidad con el Padre. Se trata ahora, en la práctica reflejar que estas dos realidades, bautismo y fe son indisolubles: el bautismo sin fe nos une al misterio de Cristo; la fe sin bautismo es una realidad incompleta. Dice San Ambrosio:
«Es evidente que, en el que es bautizado, está crucificado el Hijo de Dios, porque nuestra carne no podía estar libre de pecado si no estuviera crucificada en Cristo Jesús (Rom 6,3 y 6,5-6), y a los Colosenses: sepultados con Él en el bautismo... (Col 2,14), porque Él solo puede perdonar nuestros pecados. Él es quien triunfa en nosotros de los principados y de las potestades (Col 2,15)» (Tratado de la Penitencia 2,2,9).
–Lucas 11,1-13: Pedid y se os dará. El Corazón de Cristo Jesús, el Hijo muy amado del Padre, nos reveló la Paternidad entrañable de Dios. Nos ha hecho participar de su propia filiación divina (Gál 4,4) y nos ha enseñado el secreto de la verdadera oración. San Ambrosio explica:
«Este es el pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada momento, no sólo de Día, sino también de noche; en efecto, ves que éste que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en la demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero, ¿qué significan estos tres panes? ¿acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor, tu Dios, conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en provecho tuyo, sino también en favor de los demás. Pues, ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros?» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas 87).
Años impares
–Éxodo 32,15-24.30-34: El pecado de idolatría del pueblo. El becerro de oro. Dos concepciones de religión: una falsa y otra verdadera. Una que adora a las criaturas, llamemos ídolos, honores, riquezas, prestigio, fama...; y otra que adora al verdadero Dios en Jesucristo, que nos dejó el culto al que hemos de dedicarnos con la reactualización sacramental de su sacrificio redentor en la celebración de la Eucaristía, en los demás sacramentos y sacramentales, todo dirigido por su Iglesia santa.
Al final de esa lectura Moisés intercede por su pueblo prevaricador. Comenta San Agustín:
«El pueblo de Dios, después de haber visto tantos prodigios y milagros..., no obstante todo esto, pidió un ídolo, lo exigió, lo hizo, lo adoró y le ofreció sacrificios. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y promete hacerlo desaparecer delante de sus ojos. Intercede Moisés... ; se adhiere a los pecadores y pide por ellos. ¿Y cómo pide? ¡Gran prueba de amor, hermanos! ¿Cómo pide? Ved aquella prueba de amor materno del que hemos hablado con frecuencia.
«Cuando Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de Moisés y se puso en su lugar ante la ira de Dios: “Señor, dijo, si le perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario bórrame del libro que has escrito” (Ex,32,31-32). ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales, con cuánta seguridad dijo esto, confiando en la justicia y misericordia de Dios!. Para que siendo justo no perdiera al justo, y siendo misericordioso perdonara a los pecadores» (Sermón 88).
–El Salmo 105 nos ofrece materia para meditar y reflexionar aún más sobre el contenido de la lectura anterior: «Dad gracias al Señor, porque es bueno... En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su Salvador... Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero intercedió Moisés...» El Salmo es un poema histórico que sintetiza la historia de Israel. Nosotros tenemos mucho que aprender de él. También nos hacemos con frecuencia ídolos de fundición: el poder, las riquezas, los honores, la fama..., y miles de manifestaciones del amor propio. Pero Dios, siempre misericordioso, nos aguarda, espera la hora de la conversión, del arrepentimiento, como el Padre esperaba al hijo pródigo de la reina de las parábolas. Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, nos enseña San Pablo.
Años pares
–Jeremías 13,1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya no sirve para nada. Con un gesto profético, Jeremías da a en-tender que Dios rechazará a Judá y a Jerusalén, puesto que su pueblo se ha apartado de Él.
La imagen del cinturón es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde automáticamente su razón de ser, como el cinturón de cuero expuesto a la humedad. Así nos sucede también a nosotros. Nuestra filiación divina nos hace mucho más cercanos a Dios que el antiguo Israel, nos hizo el Señor más entrañablemente suyos; el pecado nos convierte en cinturón inservible. Desposeído de la gracia, por la que participamos en la propia naturaleza divina, coherederos con Cristo de su gloria..., todo lo perdimos.
Pero hemos de reaccionar vigorosamente contra esa situación tan calamitosa y arrepentirnos de nuestros pecados. El Señor siempre nos aguarda con gran misericordia.
–Lo mismo sigue en el canto responsorial, tomado del Deuteronomio 32: «Despreciaste a la Roca que te engendró... olvidaste a Dios. Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos e hijas... Son una generación depravada... Se han hecho un dios ilusorio... Ídolos vacíos». ¡Cuántas veces podría dirigirnos el Señor esas mismas quejas. Siempre que pecamos nos ponemos en las mismas circunstancias que Israel. Dice San Agustín:
«Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una villa mala, una casa mala... Todo lo quieres bueno, pues sé tú también bueno que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado, para que entre todas las cosas buenas que quieres, sólo tú quieres ser malo» (Sermón 297).
–Mateo 13,31-35: El grano de mostaza se hace arbusto... Así el Reino de los cielos, pequeño al principio y luego esplendoroso. San Juan Crisóstomo comenta esta parábola:
«¿Quiénes, pues, y cuántos serán los que crean? A fin de quitarles este temor, incítalos a la fe por medio de esta parábola del grano de mostaza y les hace ver que, de todos modos, se propagaría la predicación del Evangelio. De ahí que les ponga delante la imagen de una legumbre muy propia para el objeto que el Señor se proponía... Quiso el Señor dar una prueba de su grandeza, pues así exactamente sucederá con la predicación del Reino de Dios. Y, a la verdad, los más débiles, los más pequeños entre los hombres, eran los discípulos del Señor; mas como había entre ellos una fuerza grande, desplegóse ésta y se difundió por todo el mundo» (Homilía 46,2 sobre San Mateo).
Años impares
–Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28: Moisés habla con el Señor cara a cara. En medio de las tiendas del pueblo se halla la Tienda del Encuentro, en que reside la gloria de Dios, y en donde Moisés reside intercede en favor de su pueblo. Esta presencia de Dios en medio de su pueblo se verificará en plenitud en la Encarnación, cuando la Palabra hecha carne establezca su tienda entre los hombres.
A raíz del incidente del becerro de oro, vino a producirse una ruptura entre Dios y su pueblo. Ruptura que Moisés simboliza en su mismo comportamiento. Esta ruptura entre el pueblo y Moisés sirve de ocasión para describir la vida mística del Patriarca. San Gregorio de Nisa lo explica así:
«Hemos descrito la vida de Moisés como un ejemplar de perfección, por el que pueden dibujarse los rasgos de esta belleza manifestada en un hombre. Que Moisés alcanzó la perfección posible al hombre, se manifiesta en el testimonio de la voz divina: “has hallado, dice, gracia a mis ojos y te conozco por tu nombre” (Ex 33,17). Además él fue llamado “amigo de Dios” (Ex 13,11) por Dios mismo. Y queriendo Dios, airarse por los pecados de su pueblo, perderlos a todos, Moisés prefiere morir con el pueblo a vivir sin el pueblo, y Dios, obrando como amigo, se aplacó (Ex 3211-14). Todo lo cual manifiesta que Moisés llega a la cumbre de la perfección humana» (Libro de la vida de Moisés).
–Con el Salmo 102 decimos: «El Señor es compasivo y misericordioso, hace justicia, defiende a los oprimidos, enseñó sus caminos a Moisés..., lento a la ira, rico en clemencia, no acusa siempre ni guarda rencor perpetuo, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas..., siente el Señor ternura por su fieles».
Es un canto maravilloso al amor de Dios. La santidad de Dios es, ante todo, la trascendencia, por la cual Dios es totalmente distinto de los hombres. Es el Todo Otro. Mas el Dios infinitamente grande se inclina como un Padre sobre sus hijos. A todos quiere, a todos desea salvar, mas ¿qué hace el hombre?
Años pares
–Jeremías 14,17-22: Recuerda, Señor y no rompas tu alianza con nosotros. El profeta Jeremías describe el inmenso desastre que se ha abatido sobre el pueblo. Éste hace penitencia. Esta confesión colectiva de los pecados atrae la misericordia de Dios. Esa confesión es una manifestación de gran fe, por la cual se expresa que la bondad de Dios es inmensamente mayor que los pecados de los hombres. Así se han expresado generalmente los Santos Padres, como San Jerónimo:
«No dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, la enormidad de vuestros muchos pecados» (Comentario sobre el profeta Joel).
Y San Gregorio Magno:
«Consideramos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no sólo nos perdona nuestras culpas, sino que nos promete el reino celestial a los que se arrepientan después de ellas» (Homilía 19 sobre los Evangelios).
–Sigue el clamor penitencial en el Salmo 78: «Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre... Líbranos de nuestros pecados... salva a los condenados a muerte..., nosotros, ovejas de tu rebaño..»
La Iglesia sabe que el pecado es la causa de inmensas ruinas espirituales y materiales (Gaudium et spes 13). El pecado profana el templo espiritual de las almas, donde mora el Espíritu Santo; por el pecado Cristo derramó su propia sangre. Tengamos presente lo que dice San Pablo en la Carta a los Romanos 2,24: «que el nombre de Dios no sea blasfemado entre los paganos por vuestra culpa». La Iglesia sufre por la descristianización de los pueblos en los que se ha sembrado abundantemente la semilla evangélica.
–Mateo 13,36-43: La cizaña arrancada y quemada simboliza el fin del tiempo. Cristo da a conocer que en el estado actual del Reino una lucha constante enfrentará al Hijo del hombre con el Maligno, pero al final vencerá y los justos brillarán como el sol. Comenta San Agustín:
«Ved lo que preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega. El campo que es el mundo, es la Iglesia, difundida por el mundo. Quien es trigo persevere hasta la siega; los que son cizañas, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos a la agricultura, la espiga es espiga y la cizaña. Pero en el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo y nadie sabe lo que será mañana...
«Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad carísimas espigas de Cristo; escuchad carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: “quien perseverare hasta el fin, ése será salvo” (Mt 10,22). Pero quien al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar; aún no llegó la siega; no seas hoy lo que eras ayer; o no seas mañana lo que eres hoy» (Sermón 73, A,1-2).
Años impares
–Éxodo 34,29-35: Al ver el rostro iluminado de Moisés no se atrevieron a acercarse a él. San Pablo alude a esto en su carta segunda a los Corintios 3,18: en la nueva Alianza, los discípulos reflejan como en un espejo la gloria del transformado en su misma imagen. Moisés aparece como un hombre de Dios, capaz de un acercamiento especial con Yavé y su misterio y sembrando con ello su misión de mediador. Comenta San Juan Crisóstomo:
«El cristiano, purificado por el Espíritu Santo en el sacramento de la regeneración es transformado, según la expresión del Apóstol, en imagen del mismo Jesucristo. No solamente contempla la gloria del Señor, sino que toma para sí mismo algunos rasgos de esta gloria divina... El alma regenerada por el Espíritu Santo recibe y difunde a su alrededor el resplandor de la gloria celeste que le ha sido comunicado» (Homilía sobre 2 Cor,7).
–Rezamos con el Salmo 98: «Santo eres, Señor, Dios nuestro... Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre, invocaban al Señor y Él respondía. Dios les hablaba desde la columna de nube, oyeron sus mandatos y la ley que les dio».
Ciertamente, Moisés, Aarón y Samuel fueron tres grandes siervos de Dios que tuvieron con Él una gran intimidad; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que puede conocer a Dios trascendente en la Persona de Cristo, como dice San Juan: «A Dios nadie le vio jamás, Dios unigénito que está en el seno del Padre, Ése lo ha dado a conocer» (Jn 1,18).
Años pares
–Jeremías 15,10.16-21: ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga? Si vuelves, estarás en mi presencia. Jeremías manifiesta su gran amargura y sufrimiento, por las contradicciones que tiene que soportar. Dios lo consuela y responde a sus plegarias prometiéndole una gran fuerza para continuar su misión profética.
Poner fin a la duda negando a Dios o rompiendo los compromisos contraídos con Él no es digno del misterio de Dios. Es menester permanecer firmes en las noches oscuras del sentido y del espíritu y ver venir la luz, tener confianza en Dios y esperar que la solución vendrá sin duda alguna. Estar en vela como aquellos centinelas de que trata el profeta Isaías.
–Un canto que inspira confianza es el Salmo 58 y de él se han escogidos algunos versos como Salmo responsorial: «Dios es mi refugio en el peligro... líbrame de mi enemigo, protégeme de mis agresores, líbrame de los malhechores y de los hombres sanguinarios.. Porque Tú, oh Dios, eres mi Alcázar». La verdadera felicidad del hombre sólo se encuentra en la fidelidad a Dios, que es Padre amoroso. Apartarse de Él, equivale a ir al dolor, a la angustia, a la muerte. Con Él tenemos seguridad en medio de los muchos peligros en que podemos encontrarnos y, de hecho, nos encontramos. Nada más doloroso que la pasión de Cristo, pero Él resucitó y está sentado a la derecha del Padre. A sus discípulos no les faltarán sufrimientos, pero del mismo modo también para ellos vendrán la gloria, la luz esplendorosa y el triunfo.
–Mateo 13,44-45: Vende todo lo que tiene y compra el campo. Son dos parábolas casi idénticas: perla y tesoro. Al hallar eso el buen mercader vende todo lo que tiene para comprar algo de mucho más valor. San Hilario de Poitiers escribe:
«Con la parábola del tesoro en el campo, Él muestra las riquezas de nuestra esperanza puesta en Él. Efectivamente, Dios ha sido encontrado en un hombre; para comprarlo deben ser vendidas todas las riquezas de este mundo. Así adquiriremos las riquezas eternas, el tesoro celestial, dando vestido, comida y bebida a quienes de ello tengan necesidad. Mas es necesario observar que el tesoro se ha encontrado escondido... El tesoro ha estado escondido porque debía ser comprado también el campo. En efecto, con el tesoro en el campo, como hemos dicho, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. La enseñanza de los Evangelios es de suyo completa. Pero no hay otro modo de utilizar y poseer este tesoro con el campo si no es pagando, ya que no se poseen las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,7).
San Agustín dice que la piedra preciosa es la caridad:
«También vuestra sociedad es un negocio de cosas espirituales, para ser semejante a los mercaderes que buscan la piedra preciosa. Esta no es otra que la caridad, que será derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo que os será dado» (Sermón 212,1).
Años impares
–Éxodo 40,14-19.32-36: La gloria de Dios en el santuario. Una nube cubría la tienda levantada por Moisés, según las órdenes de Dios. En la Nueva Alianza el verdadero templo de Dios es Cristo.
El tabernáculo, el arca y el sacerdocio aseguran al pueblo la presencia de Dios. No se trata, sin embargo, de una presencia automática. Se percataban de que Yavé sólo está presente donde reinan la fidelidad y la conversión y, sobre todo, con los que son «pobres de Yahvé», como aparece en los capítulos 56, 57, 60, 63 y 66 de Isaías.
La Biblia y la Tradición cristiana son unánimes en encarecer la eficacia santificadora del ejercicio de la presencia de Dios: «anda en mi presencia y sé perfecto», dice Dios a Abrahán (Gén 17,1). Quien está plenamente convencido de que Dios le está mirando, se esforzará en evitar todo lo que pueda ofenderle y procurará estar recogido y hacer todo como corresponde a un hijo de Dios. San Columbano explica:
«Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua Él mismo: “Yo soy un Dios cercano, no lejano”. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esa presencia» (Instrucciones sobre la fe,1).
Para San Ignacio de Antioquía:
«Nada hay escondido para el Señor, sino que aún nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que Él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y Él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifiestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivos más que suficientes para amarlo» (Carta a los Efesios).
–Lógicamente se han escogido algunos versos del Salmo 83para Salmo responsorial: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi alma anhela los atrios del Señor... Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre... Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa...» Esto es más cierto en las iglesias cristianas, donde se tiene a Cristo realmente presente en la sagrada Eucaristía. Este Salmo expresa la alegría y el abandono en Dios del que vive en su gracia. Expresa también la felicidad de pertenecer a la Iglesia y poder gozar en las celebraciones litúrgicas los beneficios del amor de Cristo. Los que anhelan la perfección espiritual y la unión con Dios encuentran aquí, en este Salmo, la plegaria que mejor cuadra a sus aspiraciones.
Años pares
–Jeremías 18,1-6: Como el barro en manos del alfarero.Soberanía total de Dios sobre el pueblo de Israel y todo el mundo. San Pablo también usa esa imagen de la elección. Este tema subraya la iniciativa de Dios en su designio sobre el hombre. Todo esto se conjuga con la propia libertad del hombre que el mismo Dios le ha otorgado. Dios quiere que el hombre corresponda, por voluntad propia, por amor, a los designios de amor por parte de Dios. Esto se corresponde mejor con la visión de Cristo en la Cruz, donde se patentiza el supremo amor de Dios y la libertad del hombre. Cristo en la Cruz oró por sus verdugos.
–La lectura anterior nos ofrece una total confianza en manos de Dios, abandono en su divina providencia, aunque nosotros tengamos el deber de hacer todo lo que podamos por nuestra parte. Por eso decimos en el Salmo 145: «Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob... Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él».
–Mateo 13,47-55: Selección de los peces buenos y abandono de los malos. Es una descripción del juicio final como la que hace San Jerónimo:
«Una vez cumplida la profecía de Jeremías que dice : “He aquí que os envío a muchos pescadores”. Andrés, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo oyeron estas palabras: “seguidme y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19), entretejieron tomando del Antiguo y Nuevo Testamento la red de las doctrinas evangélicas y la arrojaron al mar de este siglo. Hasta el día de hoy está tendida en medio de las olas y recoge todo lo que cae de estos abismos salados y amargos, es decir, hombres buenos y malos, peces mejores y peores. Cuando llegue la consumación y el fin del mundo, como Él mismo lo explica más claramente a continuación, la red será sacada a la orilla; entonces se mostrará el juicio verdadero, la selección de los pescados. Como en un puerto muy tranquilo, los buenos serán puestos en los recipientes de las mansiones celestiales. Pero el fuego de la gehenna recibirá a los malos para quemarlos y calcinarlos» (Comentario al Evangelio de Mateo13, 47-49).
Años impares
–Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34-37: Asambleas litúrgicas en las solemnidades del Señor. Entre los judíos se encuentran estas solemnidades litúrgicas: Pascua y los Azimos, Pentecostés, Día de Expiación y Fiesta de la Tiendas.
Las fiestas para los israelitas tienen un sentido muy preciso que supera su origen. No se trata ya de una sumisión del hombre a la naturaleza, sino de su comunión con Dios en la realización de una historia de salvación. Las fiestas judías conmemoran las principales etapas de esta colaboración de la libertad de Dios con la del hombre en la construcción del mundo y en la orientación de su historia.
Con todo, esto no llegó a su plenitud sino con Jesucristo: Él es nuestra Pascua, nuestro Pan ázimo, nuestra Nueva Alianza, nuestra promesa de felicidad. Todas las fiestas cristianas son esencialmente los misterios de Cristo reactualizados sacramentalmente, por medio de los cuales nos ponemos en contacto con su Persona y recibimos su gracia para unirnos más a Él en el amor. Si esto desaparece la fiesta carece de sentido.
–Otra vez nos encontramos con el Salmo 80 para reflexionar sobre la lectura anterior. Esto indica la solemnidad con que comienza este himno, invitando a una alegría extraordinaria, acompañada con toda clase de instrumentos músicos, panderos, cítaras, arpas, trompetas... «Aclamad a Dios nuestra fuerza... Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena que es nuestra fiesta, porque es una ley en Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José al salir de la tierra de Egipto...» Todo esto tiene un gran sentido religioso, porque las fiestas litúrgicas han de ser una fuente de alegría, y una afirmación rotunda de la soberanía de Dios, el Dios único. Celebramos el comportamiento bienhechor y salvífico de Dios para con el hombre y que Él es el único que puede exigir el tributo de reverencia y sumisión del hombre.
Años pares
–Jeremías 26,1-9: El pueblo se juntó en el templo del Señor. Nueva exhortación de Jeremías para que el pueblo se mantenga fiel a la ley de Dios, de lo contrario le vendrá la ruina y desolación. Esta exhortación le acarrea la incomprensión y el castigo por parte de los hombres que no quieren salir de su pecado y tener espíritu para un culto de mente y corazón, interior y comprometido. Pero todo eso conduce al ateísmo, como lo indicó Pablo VI: «la secularización es un terreno fértil para el ateísmo» (19-III-1971). La Constitución conciliarSacrosanctum Concilium subraya más de diez veces el carácter sagrado de la liturgia y afirma que «es acción sagrada por excelencia».
–Mateo 13,54-58: ¿De dónde le viene a Cristo toda su doctrina?Es la pregunta que se hacían sus paisanos. Su doctrina y su autoridad hizo estallar de admiración a sus paisanos, pero era una admiración de escándalo. Conocían a sus familiares y sabían que el Mesías nadie sabría de dónde venía. Pero, por sus hechos y doctrina podían deducir que un mero hombre no podía hacerlos. Comenta San Jerónimo:
«Observa la necedad de los nazarenos: se preguntan asombrados de dónde le viene la sabiduría a la Sabiduría y de dónde el poder al Poder. El error es evidente; pensaban que era el hijo del carpintero... El error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Hasta tal punto veían en Jesucristo el hombre que pensaban que era hijo de un carpintero. ¿Te asombras de que se equivoquen con respecto a sus hermanos cuando se equivocan con respecto al padre?
«La envidia hacia un conciudadano es casi natural. No consideran las obras actuales del hombre, sino que recuerdan la debilidad de su infancia, como si ellos mismos no hubieran alcanzado la edad madura por esas mismas etapas. No allí muchos milagros a causa de su incredulidad. No porque no pudiera hacer muchos milagros también para estos incrédulos, sino para no condenar, haciendo muchos, a sus conciudadanos incrédulos.
«Asimismo puede entenderse de otra manera que Jesús haya sido despreciado en su casa y en su patria, es decir, en el pueblo judío. Por eso hizo allí pocos milagros, para que no fueran totalmente inexcusables. Pero cada día hace signos más grandes entre los gentiles por medio de sus apóstoles, no tanto sanando los cuerpos como salvando las almas» (Comentario al Evangelio de Mateo 13,53-58).
Años impares
–Levítico 25,1.8-17: Año jubilar. Cada cincuenta años hay que celebrar un jubileo a las deudas. Jesús, comentando una página del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, proclamará el año de gracia del Señor, que traerá el perdón de los pecados (Lc 4,21). Será un año jubilar espiritual. Cristo enfoca su ministerio como un verdadero año jubilar. Lo pone de manifiesto en muchas ocasiones (Mt 11,2-6; Lc 1,77; cf. Ef 1,7). Lo manifiesta de modo particular por su poder de perdonar los pecados, cosa que irrita a sus enemigos (Mt 9,6). El ministerio público de Jesucristo será, en efecto, una serie ininterrumpida de liberaciones, curaciones, perdón de deudas y de pecados. Esto mismo confía a sus apóstoles y a sus sucesores: obispos y presbíteros. El sacramento de la penitencia es un gran regalo hecho por Cristo a su Iglesia. Hemos de acercarnos frecuentemente a él con verdadero espíritu, con dolor de haber ofendido a Dios, con arrepentimiento de todos los pecados.
–Esto debe movernos a dar gracias a Dios y alabarlo como se hace con el Salmo 66: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben... El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros... que canten de alegría las naciones... que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe».
Es como el padrenuestro del Antiguo Testamento. Lo que se pretende con este Salmo es que Dios sea reconocido como Señor universal de toda la tierra. Es lo que pedimos en el padre ha mostrado al Padre. Rostro misericordioso y sereno que ilumina a cuantos creen en Él. En Cristo hemos conocido la benignidad de Dios, su infinita misericordia, siempre dispuesta al perdón. Todos los pueblos están llamados a dar gracias al Señor a alabarlo, porque a todos llama Él a la salvación y los hace partícipes de sus bendiciones.
Años pares
–Jeremías 26,11-16.24: El profeta enviado por Dios a predicar. No tiene temor alguno de confesar la misión para la que ha sido elegido por el Señor. Él es inocente. Es sólo instrumento escogido por Dios en favor de su pueblo.
Tres razones: Es profeta de Dios, sus palabras expresan la voluntad divina y esas palabras producirán no obstante la oposición y la contradicción de los hombres. Es lo mismo que siglos más tarde dirán los apóstoles y discípulos de Cristo. Esto mismo hemos de hacer hoy, aunque el mundo sea adverso a la doctrina del Evangelio y hemos de hacerlo con la palabra y el testimonio de una vida totalmente evangélica. Cristo y su Espíritu ayudan siempre, como lo vemos en tantos apóstoles santos, que proclaman sin cesar el mensaje salvador de Jesucristo, aunque por ello tengan que sufrir e incluso derramar su propia sangre.
–Oramos con el Salmo 68: «Escúchame, Señor, el día de tu favor... que no me hunda en el cieno, líbrame de las aguas sin fondo...»
Es una súplica impresionante para que Dios socorra al que se encuentra abandonado y lo salve del borde de la muerte, ya que es objeto de todas las injurias de los hombres. Sin embargo, no deja de confiar en Dios, aun en esa situación extrema, sino que espera verse libre de sus enemigos e incluso que sirva de ejemplo para que se alegren los humildes. En el Nuevo Testamento se aplican a Cristo muchos versos de este salmo. De los labios de Cristo pasa esta súplica a los de la Iglesia, tantas veces atribulada con persecuciones, cismas, herejías, desobediencias e insurrección. Ayuda este Salmo a entrar en el espíritu de Cristo paciente y nos ofrece una saludable meditación sobre la pasión del Señor.
–Mateo 14,1-12: Juan decapitado por Herodes. Sus discípulos acuden a Cristo». El Bautista muere como víctima de la prioridad de lo político sobre lo espiritual, del instinto sobre el espíritu. San Jerónimo dice:
«Juan Bautista, que había venido con el espíritu y la fuerza de Elías, quien había reprendido a Ajab y a Jezabel, reprocha a Herodes y Herodías, por haber contraído matrimonio ilícito, porque en vida de su hermano no le estaba permitido casarse con la hermana de éste. Prefirió arriesgarse a perder el favor del rey antes que adularlo olvidando los preceptos de Dios... Temía una sedición del pueblo a causa de Juan, sabía Herodes que él había bautizado a numerosas multitudes en el Jordán, pero lo vencía el amor de la mujer cuyo ardor le había hecho descuidar los preceptos de Dios...
«Herodías, temiendo que un día Herodes se arrepintiera o que se reconciliara con su hermano Filipo y que un repudio dejara sin efecto su matrimonio ilícito, aconseja a su hija que pida de inmediato en pleno banquete la cabeza de Juan: digno premio de sangre por la digna obra de una bailarina... Excusa su crimen pretextando el juramento; bajo el manto de la piedad deviene el impío... Quiere que todos participen en su crimen para que se presenten alimentos sangrientos en el banquete de la lujuria y la impureza... La que bailó pide como precio sangriento la cabeza del profeta, para tener en su poder la lengua que censuraba un matrimonio ilícito. Esto sucedió literalmente. Pero nosotros hasta hoy vemos en la cabeza del profeta Juan a Cristo, Cabeza de profetas, a quien los judíos hicieron perecer» (Comentario al Evangelio de Mateo 1-11).
Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves -
Viernes - Sábado
Domingo
Entrada: «Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes» (Sal 69,2.6).
Colecta (del Veronense, retocada con textos del Gelasiano y Gregoriano): «Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): «Santifica, Señor, estos dones; acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Comunión: «Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos» (Sab 16,20); o bien: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed, dice el Señor» (Jn 6,35).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «A quienes has renovado con el pan del cielo, protégelos siempre, Señor, y, ya que no cesas de reconfortarlos, haz que sean dignos de la redención eterna».
La multiplicación de los panes y peces (lectura evangélica) ha sugerido el texto de Isaías 55,1-3, en el que el Señor invita a comer y a beber gratis. En la segunda lectura San Pablo corona su exposición con un himno al amor de Dios.
La liturgia de la palabra es hoy una proclamación de la condición vivificante de Cristo y una meditación profunda sobre la grandeza de cuantos, por la fe, hemos conocido el gran acontecimiento de la Eucaristía. Por lo mismo, es un día de gratitud y de responsabilidad, de amor intenso y de fidelidad amorosa al Padre que así nos ha amado en su Hijo unigénito.
–Isaías 55,1-3: Daos prisa y comed. La idea de convite de comunión con Dios y de llamamiento divino a participar en él aparece en los vaticinios mesiánicos como un reclamo amoroso de Dios invitándonos a la salvación. En todos los dones que nos ofrece ese texto de Isaías se subraya la «gratuidad». A tal gratuidad de amor y de benevolencia se contrapone la desidia del hombre, que pretende busca en sí mismo su felicidad. San Jerónimo dice:
«Había dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada. Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del Salvador. Dice a la Samaritana: “si conocieras el don de Dios..., te habría dado agua viva” (Jn 4,10). Y en el templo: “si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba... ” (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo... De ella se dice con palabra mística: “mi alma tiene sed de Dios” (Sal 41,2), y en otro lugar: “me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes agrietados” (Jer, 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que llega la verdad de Dios (Is 45,8)» (Comentario al profeta Isaías).
–En el Salmo 144 prosigue el tema de la lectura: «Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores... Todos aguardan a que Él nos dé la comida a su tiempo... Él abre la mano y sacia de favores a todos viviente... está cerca de los que lo invocan sinceramente». Alabamos a Dios, digno de toda alabanza por su infinita grandeza, por la sublimidad maravillosa de sus obras. Pero, sobre todo, por su inmensa bondad, por su misericordia y generosidad, ya que todos los dones que tenemos lo debemos a Él.
–Romanos 8,35.37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. Frente al mundo increyente o anticristiano que dramáticamente pretende arrancar al creyente del amor de Dios garantizado por Cristo, el mismo Cristo es quien nos mantiene en el amor del Padre y nos vivifica. Comenta San Agustín:
«Por la paciencia fueron coronados los mártires: Deseaban lo que no veían y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”... (Rom 8,23 s.). ¿Dónde está el por quién? Porque por Ti vamos a la muerte cada día. Por Ti. ¿Y dónde está?: “Dichosos los que no vieron y creyeron” (Jn 20,29). Mira dónde está: En ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que “Cristo habita por la fe en nuestros corazones”? (Ef 3,17). Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura nuestro peregrinar... Todo lo que aquí buscamos, todo lo que aquí tenemos por grande, todo eso será para ti... Estando en posesión de la caridad y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda, y digamos hasta que Él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién nos separará del amor de Cristo...? (Sermón 158,8-9).
La garantía del cristiano es el amor inquebrantable y gratuito de Dios, no la propia voluntad de corresponder a Él, aunque sea muy decidida y comprometida. Toda la teología de la gracia de modo incisivo y entusiasta está contenida en esa lectura paulina, corta, pero densa y luminosa.
–Mateo 14,13-21: Comieron hasta quedar satisfechos. Si Jesucristo, Dios-Hombre entre los hombres, tenía poderes divinos para dar vida a los cuerpos, mucho más para dar vida a las almas. Comenta este evangelio San Jerónimo:
«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo:
«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se hallan doce canastos» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,19-20.
Jesús «rompe» la ley, y los misterios que contiene escondidos en su interior son ahora revelados. Es lo que quiere decir San Jerónimo y lo mismo dice San Agustín (La ciudad de Dios 4,33 y 16,26,2).
La multiplicación de los panes y de los peces dio ocasión a Jesucristo a exponer la admirable doctrina del Pan de la vida. Esto ha sugerido la primera lectura sobre el maná en el desierto (Ex 16,2-4.12-15). San Pablo nos recuerda en la segunda lectura que el cristiano es un hombre nuevo. Ha de abandonar el hombre viejo que había en él.
La lectura continuada del capítulo sexto del Evangelio según San Juan nos presenta el acontecimiento eucarístico como misterio de participación de la vida divina del Verbo encarnado en plenitud de vida para nosotros. En la plenitud de los tiempos Cristo es el verdadero maná, que da la vida divina y la salvación real de los elegidos de Dios para la eternidad. Participar de esta vida, viviendo el misterio de Cristo y dejándonos transformar por Él, es la finalidad del acontecimiento salvífico del Hijo de Dios vivo y viviente en medio de su Iglesia (Jn 10,10).
–Éxodo 16,2-4.12-15: Yo haré llover pan del cielo. Peregrinos los israelitas por el desierto hacia la tierra de promisión, el alimento providencial del maná fue signo permanente del amor divino sosteniendo su indigencia de emigrantes. San Gregorio Magno dice:
«Truena Dios maravillosamente con su voz, porque con fuerza oculta penetra incomparablemente nuestros corazones y, cuando con secretos impulsos los oprime en el terror y los reforma en el amor, publica de alguna manera calladamente con cuánto ardor debe ser seguido; y hácese en el alma una grandeza de ímpetu, aunque no suena nada en la voz. La cual tanto más fuertemente resuena en nosotros cuanto hace ensombrecer el oído de nuestro corazón de todo sonido exterior.
«Por lo cual el alma, recogida luego en sí misma por esta voz interior, se maravilla de lo que oye, porque recibe la fuerza de la compunción no conocida. La admiración de la cual fue bien figurada en Moisés cuando el maná vino de arriba (Ex 16,15). Porque aquel dulce manjar es llamado maná que quiere decir :“¿Qué es esto?” Y entonces decimos: ¿qué es esto, cuando, no sabiendo lo que vemos nos maravillamos» (Tratados morales sobre el libro de Job 27,42).
–Con el Salmo 77 decimos: «El Señor les dio pan del cielo»... Dio orden las altas nubes, abrió las compuertas del cielo. Hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo. El hombre comió pan de ángeles, el Señor les mandó provisiones hasta la hartura»...
–Efesios 4,17.20-24: Vestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios. En la Nueva Alianza Cristo mismo es el misterio de la vida divina que nos vivifica y nos transforma en hijos suyos. El paso de una situación a otra se denomina «nueva creación» No se trata de un cambio exterior, como el que tendría lugar en quien cambia de vestido, sino de una renovación interior, por la que el cristiano, al ser hecho nueva criatura en Jesucristo, puede vivir la justicia y la santidad con una profundidad y verdad que superan las fuerzas de la propia naturaleza humana. San Anastasio Sinaíta dice:
«Entrar en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas cruces, no basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las manos es suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente es grato a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por la confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la humildad del corazón» (Sermón sobre la sagrada sinaxis).
–Juan 6,24-35: El que viene a Mí no pasará hambre, y el cree en Mí no pasará nunca sed. Cristo se nos presenta como providencia amorosa y como Redentor definitivo que nos ofrece la salvación eterna.
Comenta San Agustín:
«Necesitamos el consejo de cómo llegar a Él para saciarnos de Aquel del que ahora apenas conseguimos una migajas, para no perecer de hambre en este desierto; sobre cómo llegar a la hartura de ese Pan del que dice el Señor. Necesitamos el consejo sobre cómo conseguir esa saciedad de Pan tan distinta de la saciedad de quien sufre el hambre de aquí abajo» (Sermón 389,2).
Dios pone a disposición del hombre su vida una vida que no termina jamás, pues supera la muerte.
Esta vida se identifica con el Hijo que el Padre ha dado al mundo. Aceptar al Hijo equivale a entrar en el círculo de la vida divina. El hombre tiene que abrirse al Hijo. En una palabra, tener fe en Él, tomar una decisión por Él y vivir de Él.
Hemos de repartir el pan material, para que el mundo entero se acerque al Pan espiritual, esto es, la Sagrada Eucaristía.
Tenemos una gran responsabilidad de una comunión vital con el Corazón de Cristo vivo, que deberá dar nuevo sentido a toda nuestra vida, más allá del altar y del templo, si no queremos profanar con nuestra conducta lo que la Eucaristía significa y exige.
La codicia de que nos habla el Evangelio de hoy está relacionada con la primera lectura: «Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad». Nueva vida, nos dice San Pablo, han de vivir los que han sido bautizados, pues son un hombre nuevo. Esto hace que caminemos hacia el encuentro del Señor.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan el «principio y fundamento» de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Todo lo demás vale «tanto» en «cuanto». Caminamos hacia Dios. Somos peregrinos. Nos realizamos en Cristo.
–Eclesiástico 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?. El insondable misterio de la muerte y de la limitación de la felicidad humana, sin perspectivas de eternidad, son una fuente permanente de defraudación, que sólo la fidelidad en Dios puede esperar». Dice San Gregorio Magno:
«Cosas vanas hacemos cuando pensamos en las cosas transitorias; y de aquí es que se dice envanecer lo que de repente es quitado de los ojos de los que lo miran... Así que “las cosas que pasan son vanas”, según que dice Salomón (Ecl. 1,2). Pero convenientemente después de la vanidad sigue luego la maldad, porque, cuando somos llevados por algunas cosas transitorias, somos atados culpablemente en algunas de ellas; y como el alma no tiene estado de firmeza, procediendo de sí misma con inconstancia, cae en los vicios. Así que de la vanidad se cae en la maldad, porque el alma, acostumbrada a las cosas mudables, como siempre salta de unas cosas a otras, allégase a las culpas que nuevamente nacen» (Tratados morales sobre el libro de Job 10,20-21).
–El Salmo 94 recuerda al pueblo judío, y ahora a nosotros, las prevaricaciones de tiempos pasados: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto». Podemos encontrarnos también nosotros en situaciones semejantes. Es mejor: «aclamar al Señor, postrados por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro», no sólo con nuestros labios, sino, sobre todo, con el corazón y las obras buenas.
–Colosenses 3,1-5.9-11: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo. Incorporado al misterio redentor por la renuncia al «hombre viejo» y por la «nueva vida en Cristo», el auténtico cristiano puede superar a diario el riesgo de frustración de su vida para la eternidad. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje paulino en sus sermones. Escogemos un sermón predicado en Hipona en la octava de Pascua:
«Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con esas palabras? ¿Acaso Él hubiera resucitado si o hubiera muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto?
« Ved lo que dice: “si habéis resucitado con Cristo saboread las cosas de arriba, buscad las cosas de arriba...” Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa muera para no morir? Cambie para no ser condenado... A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vive mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado... Por tanto, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida, y vivamos con Cristo, mediante el amor a la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a Aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros» (Sermón 231,3ss).
–Lucas 12,13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será? La misión redentora de Cristo de Cristo Jesús no fue la de solucionarnos la felicidad materialista en el tiempo, sino la de abrir nuestras vidas íntegras a los verdaderos valores de la eternidad, que nos llevan hasta el Padre. Lo afirma San Ambrosio:
«El que había descendido para razones divinas, con toda justicia rechaza las terrenas, y no se digna hacerse juez de pleitos ni repartidor de herencias terrenas, puesto que Él tenía que juzgar y decidir sobre los méritos de los vivos y de los muertos. Debes, pues, mirar no lo que pides, sino a quien se lo pides, y no creas que un espíritu dedicado a cosas mayores puede ser importunado por menudencias. Por esto, no sin razón es rechazado este hermano que pretendía que el Dispensador de los bienes celestiales se ocupara en cosas materiales, cuando precisamente no debe ser un juez el mediador en el pleito de la repartición de un patrimonio, sino el amor fraterno.
«Aunque, en realidad, lo que debe buscar un hombre no es el patrimonio del dinero, sino el de la inmortalidad; pues vanamente reúne riquezas el que no sabe si podrá disfrutar de ellas, como aquél que, pensando derribar los graneros repletos para recoger las nuevas mieses, preparaba otros mayores para las abundantes cosechas, sin saber para quien las amontonaba (Sal 38,7). Ya que todas las cosas de este mundo se quedan en él y nos abandona todo aquello que acaparamos para nuestros herederos; y, en realidad, dejan de ser nuestras todas esas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la virtud acompaña a los difuntos, sólo la misericordia nos sirve de compañera, esa misericordia que actúa en nuestra vida como norte y guía hacia las mansiones celestiales, y logra conseguir para los difuntos, a cambio del despreciable dinero los eternos tabernáculos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,122).
Años impares
–Números 11,4-15: Yo solo no puedo cargar con este pueblo. Quejas de los israelitas por el maná. Moisés se desahoga ante Dios. San Pablo, evocando las murmuraciones del pueblo en el desierto, escribe a los Corintios en su primera Carta, 10,6: «No codiciéis el mal, como lo hicieron vuestros padres». San Agustín dice:
«Cuando los cuerpos de los fieles son sometidos a servidumbre, toda disminución del placer corporal va en provecho de la salud del espíritu. Por ello debéis guardaros de buscar manjares costosos, o simplemente sustituirlos por otros, a veces, más exquisitos, bajo la excusa de no comer carne. La mortificación del cuerpo y su reducción a servidumbre conlleva reducir los placeres, no cambiarlos por otros. ¿Qué importa un alimento u otro, si la culpa está en el deseo inmoderado del mismo? La voz divina condenó a los israelitas por apetecer no sólo carnes, sino también algunos frutos y alimentos del campo... Por lo tanto, amadísimos, sean cuales sean los alimentos de que os plazca absteneos, recordad las palabras antes mencionadas, para manteneros en vuestros propósitos por religiosa templanza, sin condenar, por sacrílego error, a ninguna criatura de Dios» (Sermón208,1).
–Con unos versos del Salmo 80 nos unimos a la lectura anterior: «Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Mi pueblo no escuchó mi voz. Israel no quiso obedecer. Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino». Un Dios tan bueno para con su pueblo, tiene derecho a que se le oiga y se le obedezca como su único Dios. Él ha testimoniado de sí mismo narrando todas sus grandes gestas en favor de Israel. Ahora corresponde a los israelitas dar testimonio de sí mismos obedeciendo y amando a su Señor. No quisieron. Pero Dios esperó su conversión. Así también nosotros. Todo pecado es una especie de idolatría que sustituye al Dios único por un capricho. También el Señor espera nuestra conversión, nuestro progreso espiritual. Siempre podemos, debemos, optar por un grado mayor de perfección.
Años pares
–Jeremías 28,1-17: Jeremías sufre la contradicción del profeta Ananías que asegura al pueblo una liberación inmediata. Jeremías, desorientado en un principio, cambia de postura y, desenmascarando al falso profeta, denuncia la próxima derrota.
El individuo que va a la búsqueda de sí mismo, considera que la actitud de la sociedad para con él es la de los falsos profetas, puesto que calla una verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan absoluta y con una publicidad tan bien orquestada, que el individuo se verá obligado a aceptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por consiguiente, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta concepción de su ética.
El «falso profeta» puede hallarse también en los que defienden la lucidez con fanatismo; los que crean poseer ellos solos la verdad, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche. Todo ha de ser moderado por la humildad y el amor.
–De nuevo rezamos unos versos del Salmo 118, el más largo de todo el Salterio. Humildemente se pide al Señor que nos instruya en sus leyes, que nos aparte del falso camino y nos dé la gracia de su voluntad, que no quite de nuestros labios las palabras sinceras, porque queremos esperar en sus mandamientos..., que sea nuestro corazón perfecto en sus leyes, para no quedar avergonzado. A pesar de los lazos y redes del enemigo el fiel medita los preceptos del Señor. Instruídos por Él no nos apartamos de sus mandatos.
–Mateo 14,13-21: La multiplicación de los panes y peces. Se ha querido ver en este hecho a Cristo como un nuevo Moisés, capaz de saciar al pueblo con alimento de vida y conducirlo a los pastos definitivos. Toda la narración de la multiplicación de los panes y de los peces está concebida de tal manera que aparece realmente Cristo, no como Moisés, sino como superior a él, ofreciendo un alimento de más valor que el antiguo maná, liberando al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, triunfando sobre las aguas del mar y abriendo acceso a la verdadera Tierra Prometida, no solamente a los miembros del pueblo elegido, sino también a los mismos paganos. San Juan Crisóstomo comenta este milagro:
«Por el lugar en que se hallaban, por el hecho de no darles de comer sino pan y peces, y dársele a todos en igual medida y en común y que a nadie se le procurara mayor porción que a otro, el Señor daba a las muchedumbres lecciones varias de humildad, de templanza, de caridad, de aquella igualdad que había de imperar entre todos y de la comunidad de bienes en que habían de vivir... Él les dio partidos los cinco panes y éstos se multiplicaban en manos de los discípulos. Y no acaba aquí el prodigio, sino que el Señor hace que sobren, y que sobren no sólo panes sino también fragmentos. Estos mostraban que eran restos de aquellos panes, y los ausentes podían fácilmente comprobar el milagro.
«Podía muy bien el Señor haber hecho que las gentes no sintieran hambre, pero sus discípulos no se hubieran dado cuenta de su poder, pues eso mismo había sucedido con Elías (3 Re 17,9-16). El hecho fue que los judíos quedaron tan maravillados de este milagro, que intentaron proclamarlo rey, cosa que no hicieron en ningún otro prodigio del Señor. ¡Qué palabra, pues, pudiera explicar cómo se multiplicaban aquellos cinco panes, cómo corrían como un río por el desierto, cómo fueron bastantes para tan ingente muchedumbre? Eran, en efecto, cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Máxima alabanza de aquel pueblo, pues seguían al Señor a par de hombres y mujeres, ¿Cómo se formaron los fragmentos? Porque éste es otro milagro no menor que el primero. Y hubo tantos que se llenaron doce canastos, en número igual, ni más ni menos al de los apóstoles. Tomando, pues, los fragmentos, los dio el Señor no a las muchedumbres, sino a los apóstoles, pues las gentes eran aún más imperfectas que los apóstoles» (Homilía 49,3 sobre San Mateo).
18Martes
Años impares
–Números 12,1-13: Se atrevieron a hablar contra Moisés. En vista de las quejas de la profetiza María y de Aarón contra Moisés, el Señor hace resaltar la superioridad de éste, a quien habla como confidente, que tiene, además, el privilegio de contemplar su gloria. Dice San Jerónimo:
«Aquel caudillo del ejército israelita que había herido a Egipto con diez plagas, y a cuyo mando obedecían cielo, tierra y mares, es proclamado como “el hombre más bondadoso de cuantos entonces había engendrado la tierra” (Num 12,3). Y por eso conservó el poder durante cuarenta años, pues con la bondad y la mansedumbre atenuaba la arrogancia del mando. El pueblo intenta apedrearlo, y él ruega por los que le quieren apedrear. Es más: prefiere se le borre del libro de Dios (Ex,32,32) a que el pueblo que se le ha confiado perezca. Quería de este modo imitar a aquel pastor de quien sabía que iba a llevar sobre sus hombros las ovejas descarriadas... También el discípulo del Buen Pastor desea ser anatema por sus hermanos y allegados según la carne, que son los israelitas (cf. Rom 9,3). Y si éste desea perecer para que los perdidos no perezcan, ¿cuánto más los padres buenos deberán estar atentos para no provocar a sus hijos a ira y no forzar por una dureza excesiva a que aun los más dóciles se hagan violentos?» (Carta82,3, a Teófilo).
–Los judíos, arrepentidos de haber criticado a Moisés, obtienen el perdón. También nosotros lo obtendremos rezando el Salmo 50: «Misericordia, Señor, misericordia, hemos pecado». También nosotros pecamos y tenemos necesidad del perdón de Dios. El venerable Padre Charles de Foucauld escribe:
«Gracias, Dios mío, por habernos dado esta divina oración delMiserere... Este Miserere que es nuestra oración cotidiana... Digamos este Salmo con frecuencia, hagamos a base de él nuestra oración. Él contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica. Parte de la consideración de nosotros mismos y sobre nuestros pecados, y se eleva hasta la contemplación de Dios, pasando por el prójimo y orando por la conversión de todos los hombres».
La humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la efusión del Espíritu Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina, para ofrecerse a sí misma, «como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» (Rom 12,1), juntamente con Cristo el cual «se ha dado como sacrificio de suave olor» (Ef 5,2).
Años pares
–Jeremías 30,1-2.12-15.18-22: Se cambiarán la suerte de las tiendas de Jacob. No obstante la desgracia vaticinada, Dios pronuncia palabras de consuelo, por boca del mismo profeta. La derrota exterior es consecuencia del pecado, pero vendrá la reconstrucción y la alegría. Sigue la Alianza porque Dios es siempre fiel a sus promesas. El mesianismo no ha muerto. No puede morir. Espera la venida del Mesías: Cristo. San Jerónimo distingue entre la aflicción del pecador y la del inocente:
«Existen diferentes tipos de aflicciones. Una es la aflicción que padece el pecador como castigo sin remisión; otra es la que padece para que se arrepienta; otra distinta es la que uno puede sufrir, no para que se arrepienta de alguna falta pasada, sino para que no la cometa en el futuro; otra, en fin, es la que padecen muchos, no para que se arrepientan de un pecado pasado ni para impedir que lo cometan en el futuro, sino para que cuando uno es salvado inesperadamente de la aflicción, ame con mayor ardor la esperada potencia del que le salva. De esta forma cuando el sufrimiento alcanza al inocente, permite que por su paciencia obtenga un cúmulo de méritos. Como hemos dicho, a veces el pecado es afligido para recibir un castigo sin remisión, tal como se dice a Judea al ser condenada: “te golpeé con la desgracia del enemigo, con un castigo cruel” (Jer 30,14). Y añade: “¿por qué me invocas en la aflicción? Tu dolor es incurable” (ib. 30,15)» (Libros morales sobre Job prefacio, 12).
–Las ideas de la lectura anterior siguen en estos versos del Salmo 101, escogidos como responsorial: «El Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria. Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo su gloria, cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria, y se vuelva a la súplica de los indefensos y no desprecie sus peticiones, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor».
Dios es eterno y por eso los hijos de sus siervos subsistirán y encontrarán una habitación estable en el país que Él les ha asignado. Su posteridad vivirá eternamente en su presencia. La eternidad de Dios aparece para el salmista como el gran motivo de esperanza para él y para la ciudad santa. La tradición cristiana ha meditado este Salmo como plegaria de Cristo en su Pasión. Él resucitó y esta Resurrección es nuestra liberación. «El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Cristo Señor nuestro» (Rom 6,23).
–Mateo 14,22-36. Cristo andando sobre las olas. Es un signo más del misterio de su persona que se presenta como Hijo de Dios ante sus discípulos. Comenta este evangelio San Jerónimo:
«“Tened confianza. Soy yo. No temáis”. Pone remedio a lo que interesaba en primer lugar; a los que tienen miedo les manda: tened confianza, no temáis. En cuanto a lo que sigue: Yo soy, sin especificar quién es, podían conocer por la voz que les era conocida a quien les hablaba en las oscuras tinieblas de la noche, o bien se acordaban de Aquel que sabían había hablado a Moisés: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros.
«Pero le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. En todas partes encontramos la ardentísima fe de Pedro... También ahora, con la misma ardiente fe de siempre, mientras los otros callan él cree poder hacer por la voluntad del Maestro, lo que éste podía por naturaleza. Mándalo y al punto las aguas se volverán sólidas y mi cuerpo, pesado por sí mismo, se volverá liviano... Era ardiente la fe de su alma pero la fragilidad humana lo arrastraba hacia las profundidades. Es abandonado por un momento a la tentación para que aumente su fe y para que comprenda que ha sido salvado no por una oración fácil, sino por el poder del Señor...
«Si al Apóstol Pedro cuya fe y corazón ardiente evocamos antes, si a él que había pedido con gran confianza al Señor mándame ir a ti sobre las aguas, por haber tenido miedo un momento se le dice: “hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”, ¿qué se nos dirá a nosotros que no tenemos ni siquiera una parte de esa poca fe?» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,27-31).
18Miércoles
Años impares
–Números 13,2-3.26; 14,1,26-30.34-35: Despreciaron una tierra envidiable. Las noticias de los exploradores de la tierra prometida es acogida con murmuraciones. Dios castigó la incredulidad. La grandeza de estos hechos no puede ser disimulada por las perversiones y abusos propios de gran parte de los que se revelan. La misma rebelión contra Dios es ya una gran perversión. Dice Orígenes:
«En este mismo libro que tenemos en las manos: cuando regresaron los exploradores, enviados a inspeccionar la tierra, y diez de ellos, con sus informes pésimos, infundieron desesperación al pueblo, pero los otros dos, a saber, Caleb y Josué, anunciaron las ventajas (Num 13 y 14) y exhortaron al pueblo a permanecer en lo propuesto, les valió del Señor un mérito inmortal, no tanto su confesión, cuanto el miedo de sus compañeros» (Homilía sobre los Números 16-17,9).
La presencia de Dios es siempre fecunda de promociones humanas, sobre todo después de Cristo, que ha iluminado con su vida y doctrina todas las situaciones en que podemos encontrarnos los hombres. Siempre hemos de proceder con gran espíritu de fe, de sumisión y de reverencia a Dios, a Cristo, a su Iglesia, que se rige por pastores escogidos por Él. No hay que dudar: Cristo está presente en su Iglesia hasta la consumación de los siglos, como Él mismo prometió, y su palabra no puede fallar.
No podemos ser desorientados por las revoluciones, por los díscolos, los insumisos, los orgullosos, los autosuficientes que niegan toda autoridad al Papa y a los obispos en comunión con él.
–De nuevo el Salmo 105 nos sirve de meditación a la lectura anterior: «acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo: Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades... Olvidaron las obras de Dios, no se fiaron de sus planes, ardieron de avidez en el desierto y tentaron a Dios en la estepa... Se olvidaron de Dios, su Salvador»... También nosotros, por nuestros pecados, hemos sido rebeldes. Necesitamos convertirnos a Dios con todo nuestro corazón. Muchas veces nuestra misma historia está descrita en esas páginas bíblicas. Es una historia de caídas, de rebeliones, de traiciones... Es la historia del mismo Dios que sigue nuestros pasos y nos llama constantemente a la conversión y a la penitencia. Es la historia de nosotros que, arrepentidos, volvemos a Dios.
Años pares
–Jeremías 31,1-7: Con amor eterno te amé. Jeremías contempla la restauración de Israel, fruto del amor eterno de Dios para con los suyos. Serán unos días de alegría para Jerusalén, celebrando al Señor que ha salvado a su pueblo. San Ambrosio explica que:
«En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varíe según nuestros méritos. El Pastor va a la oveja cansada, es hallada la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al Padre, y vuelve a Él plenamente arrepentido del error que le acusa sin cesar (Lc 15,1-32). Y por eso, con toda justicia se ha escrito: “Tú, Señor, salvarás a los hombres y los animales” (Sal 35,7). ¿Y quiénes son esos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombres, y la de Judá, una simiente de animales (Jer 31,37) Y por eso Israel es salvado como un hombre y Judá recogido como una oveja» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas 7,208).
–Del mismo Jeremías se ha tomado el canto responsorial: «El Señor nos guardará como Pastor a su rebaño... El que dispersó a Israel lo reunirá..., porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte, vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor... convirtió su tristeza en gozo, los alegró y alivió sus penas» Esto mismo hace con su Iglesia, con las almas de los pecadores que se convierten, con las almas buenas que reparan los pecados de los demás. Con razón en el culto al Corazón de Jesucristo se ha escogido este texto de Jeremías: «Con amor eterno te amé». Esto está pidiendo una correspondencia de amor por nuestra parte.
–Mateo 15,21-28: Mujer ¡qué grande es tu fe! Curación de la hija de la Cananea. San Jerónimo elogia la fe de esta mujer:
«Admira en la persona de la mujer cananea la fe, la paciencia, la humildad de la Iglesia; la fe porque creyó que su hija podía ser sanada, la paciencia porque a pesar de tantos rechazos persevera rogando, la humildad cuando no se compara a los perros sino a los cachorros. Los perros son los paganos llamados así a causa de su idolatría, los perros que alimentados con sangre y con cadáveres se vuelven rabiosos (cf.Ap 22,15).
«Observa que esta cananea, perseverando en su petición, lo llama primero Hijo de David, luego Señor, y finalmente lo adora como Dios... “Yo sé, dice, que no merezco el pan de los hijos, que no puedo recibir todo su alimento ni sentarme a su mesa con su padre. Pero me contento con los restos reservados a los cachorros, para que por la humildad de las migas pueda llegar al honor de compartir todo el pan”. ¡Oh admirable mudanza de las cosas! En otro tiempo Israel era hijo, nosotros, perros, Por la diversidad de la fe se cambia el orden de los nombres... Nosotros escuchamos con la sirofenicia y la hemorroísa: “Grande es tu fe, que te sucede como deseas”, e “Hija, tu fe te ha salvado”» (Comentario al Evangelio de Mateo 15,26-27).
18Jueves
Años impares
–Números 20,1-13: Ábreles tu tesoro, la fuente de aguas vivas. El pueblo se queja a Moisés por faltar el agua. Y Dios le indica que haría brotar agua de la roca. El pueblo tiene sed y murmura. Pone en duda la presencia de Dios. El simbolismo del agua ocupa un lugar importante en la vida del pueblo elegido y en el mismo Cristo.
También en nuestros días tiene esto una plena realidad, no obstante tantísimos adelantos como hay. Hay épocas, temporadas e incluso años de sequía. Esto es más vivo en la época en que se escribió este libro bíblico. El pueblo debió experimentar con frecuencia, durante su vida en el desierto (Ex 17; Num 20), y en la misma Jerusalén en la que sólo había una fuente, la bendición que significa para él el descubrimiento de un punto de agua. De ahí que el tema del agua viva sea uno de los más evocadores de la presencia de Dios en su pueblo (Sal 45-46; Is 30,25; 35,4-7; 41,15-18; Ez 47; Zac 13,1). Es Cristo quien distribuye el agua viva, don de su propia vida (Jn 7,37-38;1 Cor 10,1-11), agua llena del Espíritu.
–El oráculo divino del Salmo 94 sigue siendo actual. «¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!... No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto». El hoy de la misericordia de Dios brilla sobre nosotros. San Pablo también cita este salmo al invitar a la conversión a los cristianos:
«Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo e incrédulo, que se aparte del Dios vivo; antes exhortaos mutuamente cada día, mientras perdura el hoy, a fin de que ninguno se endurezca con el engaño del pecado. Porque hemos sido hechos participantes de Cristo en el supuesto de que hasta el fin conservemos la firme confianza del principio; mientras se dice: Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la rebelión» (Carta a los Hebreos 3,12-15).
Años pares
–Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. El anuncio de una nueva alianza constituye un hito en la predicación del profeta. La antigua alianza, basada en la ley escrita, cederá su puesto a una Alianza nueva, cuya ley estará grabada en los corazones de los fieles. Se trata de la Alianza nueva y eterna que Cristo asegura que se ha realizado en su Sangre, según las palabras del relato de la institución de la Eucaristía. Exclama Clemente de Alejandría:
«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilla una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte, Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esta Luz es la vida eterna, y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor; el universo se ha convertido en Luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora. Esto es lo que quiere decir la “nueva creación” (Gál 6,15); porque el Sol de justicia (Mal 4,2), que atraviese en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre...
«Él fue quien transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte por la resurrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo;... Da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón. ¿De qué leyes se trata? Pues “todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor, oráculo de Yavé; ya que perdonaré su culpa y no recordaré más su pecado” (Jeremías, 31,34)» (Exhortación a los paganos 11,114,4-5).
No hay oposición entre los dos Testamentos, sino cumplimiento en uno de lo que en el otro se había prometido. Todo es un acto continuado de la misericordia divina.
–De nuevo repetimos algunos versos del Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro..., renuévame por dentro... enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a Ti; los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».
–Mateo 16,15-23: Tú eres Pedro, te daré las llaves del Reino de los cielos. Pedro proclama en nombre de los Doce su fe en que Jesús es el Mesías y Éste lo proclama dichoso y le anuncia su futura misión en la Iglesia. Muchas veces ha comentado San Agustín este pasaje evangélico:
«Él les dijo: “Los hombres que pertenecen al hombre dicen esto y aquello; pero vosotros, hombres ciertamente, que pertenecéis al Hijo del Hombre, ¿quién decís que soy yo?” Entonces respondió Pedro, uno por todos, la unidad en todos: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Cristo encarece su humildad; Pedro confiesa la majestad de Cristo. Era justo y conveniente que fuera así. Escucha, Pedro, lo que Cristo se hizo por ti y tú di quien se hizo Hijo del Hombre por ti. “¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del Hombre?” ¿Quién es Este que por ti se hizo Hijo del Hombre?... “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Yo, dijo, recomiendo mi humildad; tú reconoce mi divinidad. Yo digo que me he hecho por ti; di tú cómo te hice a ti (Hebreos 3,12-15):» (Sermón 306, D).
Años impares
–Deuteronomio 4,32-40: Amo a tus padres y después eligió su descendencia. Llama la atención Moisés sobre la misericordiosa elección del Señor en favor de Israel, a quien se ha dado a conocer y ha colmado de beneficios. Por eso el pueblo escogido ha de corresponder con gran amor, manifestado en la observancia de sus mandatos, que en definitiva son para bien de todos los hombres.
Tres acontecimientos del pasado retienen la atención de este pasaje bíblico: Dios se ha acercado a Israel comprometiéndose en las promesas de los patriarcas yendo a busca a su pueblo exiliado en Egipto, e introduciéndolo en la tierra prometida. El mismo y único Dios es el autor de estos tres acontecimientos: ¿por qué no habrá de ser también el autor de los acontecimientos que nos preocupan? Dios es único; por tanto su amor dura para siempre...
La palabra de Dios no se limita al pasado; también tiene actualidad ahora y la tendrá en el futuro; si esa Palabra espera una respuesta del hombre, esa respuesta es tan necesaria hoy como ayer y no es otra que una correspondencia de amor.
–Seguimos con la misma idea en el Salmo 76 escogido como responsorial: «Recuerdo las proezas del Señor, Sí recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas. Dios mío, tus caminos son santos... Tú, oh Dios, haciendo maravillas...»
El cristiano, con mirada de fe, ha de saber leer en los caminos de la Providencia, que saca bienes aun de los mismos males. Por muy mal que nos parezca la situación del mundo, el cristiano ha de saber que Cristo ha prometido su asistencia a la Iglesia y una acogida favorable a la oración perseverante. Nunca hemos de desconfiar de que los antiguos portentos de la historia de la salvación se pueden renovar en nuestros días, como de hecho se renuevan en tantos movimientos más o menos silenciosos y en tantos actos heroicos patentes a los ojos de Dios.
Años pares
–Nahúm 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta!Nahúm, contemporáneo de Jeremías, anuncia el final del poder sirio. El profeta es el alegre mensajero que trae la noticia de la salvación, al tiempo que anuncia la ruina de Nínive, la ciudad enemiga. Yavé es realmente el Señor de toda la historia. San Jerónimo explica que:
«El padre únicamente corrige al que ama; el maestro únicamente reprende al alumno que ve de más agudo ingenio; si el médico deja de curar, es que ha perdido toda esperanza. Y si tú replicaras que así como Lázaro recibió los males en su vida, así yo también soportaré resignado mis sufrimientos, para que se me conceda la gloria futura, el Señor no tomará dos veces venganza de los mismos (Nah, 1,9). Por qué Job, hombre santo y sin tacha, y justo entre los de su tiempo, tuvo que sufrir tantas calamidades está explicado en su mismo libro» (Carta68,1, a Castriciano).
–El salmo responsorial se ha tomado del capítulo 32 delDeuteronomio: «Yo doy la muerte y la vida... El Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos...» El Señor es justo. Si castiga, será hasta lo señalado por Él y al mismo tiempo quien ha sido en cierto sentido escogido como instrumento de su justicia recibirá su paga por su mala acción. Él dice: daré su paga al adversario». Porque Dios es único, un acontecimiento que tuvo lugar en Nínive, según la lectura anterior, repercutió en Jerusalén. Por la misma razón, un pueblo hundido en la desgracia recupera la felicidad prometida a sus antepasados. Siempre hemos de tener gran confianza en Dios.
–Mateo 16,24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar la vida? Después del anuncio de la Pasión, Jesús les indica a los suyos que habrán de seguirle en el sufrimiento y en la muerte. Llegará, sin embargo, un día en el que Cristo volverá en su gloria para el premio final. Algunos de sus discípulos tendrán un anticipo de semejante venida en la visión de Jesús transfigurado. San Agustín comenta:
«El hombre se perdió por primera vez causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amad y hubiese antepuesto a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él. Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer su propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte no amándote... Cuanto tiene de bueno, atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo, es de cosecha propia.
«No hizo Dios lo que de malo existe en él; pierda lo que hizo si esto le causó defección. “Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adonde va: hace pocos días hemos celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios... Sigan a Cristo los miembros que allí tienen su lugar, cada uno en su género, en su puesto...
«Tomen su cruz, es decir, mientras están en este mundo toleren por Cristo cuantos sufrimientos les procure el mundo. Amen al único que no sufre engaño, el único que no engaña. Ámenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la dilación: todo esto es llevar la cruz» (Sermón 96).
Años impares
–Deuteronomio 6,413: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Jesús reiterará a sus discípulos que en esto consiste el primero y el más grande mandamiento. Comenta San Agustín:
«La ley contiene muchos preceptos; aquella misma ley que recibe el nombre de decálogo tiene diez. Pero son como los diez preceptos generales a los que han de referirse todos los demás, innumerables por cierto... No te envió a cumplir muchos preceptos; ni siquiera diez, ni siquiera dos; la sola caridad los cumple todos. Pero la caridad es doble; hacia Dios y hacia el prójimo. Hacia Dios, ¿en qué medida? Con todo.
«¿A qué se refiere ese todo? No al oído, o a la nariz, o a la mano, o al pie. ¿Con qué puede amarse de forma total? Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente. Amarás la fuente de la Vida con todo lo que en ti tiene vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida, ¿qué me reservo para poder amar al prójimo? Cuando se te dio el precepto de amar al prójimo no se te dijo “con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente”, sino “como a ti mismo”. Has de amar a Dios con todo tu ser, porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres tú» (Sermón 179,A).
–Sigue la misma idea en el Salmo 17: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza... Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte... Viva el Señor...sea ensalzado mi Dios y Salvador». El Señor nos sigue con un rostro lleno de amor y de misericordia, con el poder del Espíritu. En la Carta a los Hebreos se dice:
«No os habéis allegado al monte tangible, al fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad, a la tormenta, al sonido de la trompeta y a la voz d las palabras, que quienes las oyeron rogaron que no se les hablase más...Pero vosotros os habéis allegado al Monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, a la Jerusalén celestial... y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús...» (12,18-19.22.24).
Habría que traducir: «yo te amo entrañablemente, desde lo más íntimo de mi ser». Con estas palabras se expresa el sentido de lo preceptuado en Deuteronomio 6,4, según la lectura anterior.
Años pares
–Habacuc 1,12–2,4: El justo vivirá por su fe. El profeta Habacuc, coetáneo de Jeremías, exalta la potencia de Dios y se lamenta del espantoso poderío del rey de Asiria. Seguidamente el profeta aguarda la visión que tiene que esperar con paciencia. Comenta San Agustín:
«Igualmente si dijéramos que carecemos en absoluto de justicia, carecemos también de fe; y si no tenemos fe, ni siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, algo de justicia poseemos. ¿Quieres conoces la medida de ese algo? El justo vive por la fe... puesto que cree lo que no ve» (Sermón 158,4).
–Con el Salmo 9 decimos: «No abandonas, Señor, a los que te buscan... Él será el refugio del oprimido... Él venga la sangre. Él recuerda y no olvida el grito de los humildes». La acción de gracias y la alabanza es un modo de manifestar la fe en Dios. Pero la fe es, además, la más pura fuente de alegría; más aún, de una alegría desbordante. Este tema de la fe se repite muchas veces en el Salterio. Hay que vivir seg��n la fe. El que vive como un pagano, el avaro, el intrigante, el malhechor, el opresor, ha negado la fe en la práctica y no tardará de abandonarla por completo; porque, si el corazón está corrompido, pronto se nublará la vista para no ver claro las cosas de la fe.
–Mateo 17,14-19: Si tuvierais fe, nada os será imposible. Con ocasión de la curación del epiléptico, Jesús recomienda siempre la fe. La incredulidad no puede hacer milagros. Pero la fe es capaz de obtener de Dios grandes cosas. San Juan Crisóstomo dice:
«La Escritura nos muestra que este hombre era muy débil en la fe, Muchas circunstancias nos patentizan esta debilidad de fe: el haberle dicho Cristo “para el que cree todo es posible”; la respuesta misma del hombre a Cristo “Señor, ayuda a mi incredulidad”; el haber mandado al demonio que no volviera a entrar en el enfermo. Y otra prueba de poca fe es haber dicho el hombre a Cristo: “Si puedes”...
–«Mas si la falta de fe del padre –me dirás– fue la causa de que el demonio no saliera del enfermo, ¿cómo es que el Señor reprende a sus discípulos?
–«Porque quiere hacerles ver que podían ellos mismos, sin contar con los que se les acercaban, curar en muchas ocasiones con sola su fe. Porque así como muchas veces ha bastado la fe del suplicante para recibir la gracia aun de taumaturgos inferiores, así otras muchas ha bastado la fuerza del taumaturgo, aun sin la fe de los que se les llegaban, para obrar el milagro... De uno y otro caso se muestran ejemplos en la Escritura» (Homilía 57,3 sobre San Mateo).
San Agustín comenta:
«Nuestro Señor Jesucristo... reprochó la infidelidad hasta en sus mismos discípulos... Si los apóstoles eran incrédulos, ¿quién puede llamarse creyente?... No obstante, ni siquiera cuando eran incrédulos los abandonó la misericordia del Señor, sino que los censuró, los nutrió, perfeccionó y coronó. Pues también ellos, conscientes de su debilidad le dijeron: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5). La primera cosa útil era la ciencia, saber de qué estaban escasos; la gran felicidad saber a quien lo pedían... Ved si no llevaban sus corazones como a la fuente y llamaban para que se les abriera y los llenara. Quiso que se llamase a la puerta, no para rechazar a los que lo hicieran, sino para ejercitar sus deseos» (Sermón 80,1).