LA VIDA DON DE DIOS
TEMAS FUNDAMENTALES DE BIOETICA
II. FECUNDACION ARTIFICIAL
1. Inseminación
artificial entre casados
2.
Inseminación artificial con semen de donante
3.
Fecundación in vitro y transferencia de embriones
4. Embriones sobrantes
5. Madre sustituta
6. El hijo a
toda costa: ¿Derecho a la procreación?
Por fecundación
artificial se entienden los diversos
procedimientos técnicos encaminados a lograr la concepción de un ser humano
por una vía diversa de la unión sexual del varón con la mujer.
Gracias al progreso de las ciencias biológicas y
médicas, como reconoce la Donum Vitae,
el hombre dispone de medios terapéuticos cada vez más eficaces, pero puede
también adquirir nuevos poderes, preñados de consecuencias imprevisibles,
sobre el inicio y los primeros estadios de la vida humana. En la
actualidad, diversos procedimientos dan la posibilidad de intervenir en
los mecanismos de la procreación, no sólo para facilitarlos, sino también
para dominarlos o sustituirlos. Si tales técnicas permiten al hombre "tener
en sus manos el propio destino", lo exponen también "a la tentación de
transgredir los límites de un razonable dominio de la naturaleza". Por eso,
aún cuando tales técnicas pueden constituir un progreso al servicio del
hombre, al mismo tiempo comportan graves riesgos.
Son muchos los que consideran la fertilización
in vitro
una conquista de la ciencia, como la gran solución de los problemas que se
originan con la esterilidad. En algunos ambientes la fecundación artificial
se ve como la panacea para tales problemas, aceptándola en todas sus
posibilidades: fecundación homóloga o heteróloga, recurriendo a la donación
del óvulo o del esperma o del embrión, aceptando el "útero de alquiler", la
congelación de embriones, clonado, hibridación, etc. Asistimos a una
verdadera revolución ética, en la que la vida humana se está transformando
en una mercancía de uso y consumo. Un organismo vivo ya puede ser
patentado como
un invento más, ofrecido a la explotación comercial, como aparece en una
sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos emitida en 1980, en la que
se dice: "El microorganismo montado en el laboratorio o las células
resultantes de la fusión de células humanas y de ratón para producir
anticuerpos, han de ser considerados fenómenos vivientes originales, fruto
del ingenio humano, y como tales son
patentables".
Pero la vida humana no puede reducirse a esta
visión utilitarista, como si fuese un
producto. La vida es un don maravilloso de
Dios, cuyo ámbito no puede ser la sala fría y despersonalizada de un
laboratorio, sino la relación interpersonal de los esposos.
Dios ha creado al hombre a su imagen y
semejanza: "varón y mujer los creó" (Gen 1,27) confiándoles la tarea de
"dominar la tierra" (Gen 1,28). La investigación científica, fundamental y
aplicada, constituye una forma significativa del señorío del hombre sobre
la creación. Preciosos recursos del hombre
cuando se ponen a su servicio y
promueven su desarrollo integral en beneficio de todos, la ciencia y la
técnica, sin embargo, no pueden indicar por sí solas el sentido de la
existencia y del progreso humano. Por estar ordenadas al hombre, en el que
tienen su origen y su desarrollo, reciben de la persona y de sus valores
morales la dirección de su finalidad y la conciencia de sus límites.
Y "a causa de la vocación y de las
responsabilidades sociales de la persona, el bien de los hijos y de los
padres contribuye al bien de la sociedad civil; la vitalidad y el equilibrio
de la sociedad exigen que los hijos vengan al mundo en el seno de una
familia, y que ésta esté establemente fundada en el matrimonio". "La
tradición de la Iglesia y la reflexión antropológica reconocen en el
matrimonio y en su unidad indisoluble el único lugar digno de una
procreación verdaderamente responsable" (DV
II,1). "La alteración de las relaciones personales en el seno de la familia
tiene repercusiones en la sociedad civil: lo que amenace la unidad y la
estabilidad de la familia constituye una fuente de discordias, desórdenes e
injusticias en toda la vida social" (II,2).
Por ello, a continuación, después de una breve
descripción de las técnicas biomédicas y de sus indicaciones terapéuticas o
psicológicas, trataré de iluminarlas desde el punto de vista moral, a la
luz de los criterios presentados en el capítulo anterior. La ciencia y la
técnica no son moralmente indiferentes; exigen el respeto incondicionado de
los criterios fundamentales de la moralidad, el servicio a la persona humana
y a su bien integral según el plan de Dios. Las intervenciones artificiales
sobre la procreación no se deben rechazar por el mero hecho de ser
artificiales, pero han de ser evaluadas moralmente por su relación con la
persona, dotada de una dignidad y vocación divina. Lo que es técnicamente
posible no es, por esa sola razón, moralmente admisible.[1]
1. INSEMINACION
ARTIFICIAL ENTRE CASADOS: IAC
En la inseminación artificial se da una primera
división fundamental, según se realice con semen del esposo, entre casados
(IAC), llamada homóloga;
o con semen de un donante (IAD), que da o vende su semen a una pareja de
casados o no casados, o incluso a una mujer sola; en este caso se habla de
inseminación heteróloga.
a) Técnica
La técnica
de la inseminación artificial consiste en llevar el semen del varón,
obtenido por masturbación, a la vagina o al útero de la mujer receptora.
El proceso de la inseminación artificial supone
toda una serie de actos. Primero se realizan
en la mujer las exploraciones necesarias
para saber si es estéril y descubrir la causa de dicha esterilidad. Luego,
se computariza la ovulación, para establecer el momento adecuado de la
inseminación, es decir, el momento mejor para el encuentro en el interior
de la mujer de los espermatozoides con el óvulo u óvulos maduros.
Hechas estas dos exploraciones, se procede a
recoger el semen del varón. Se hace por masturbación en el momento previo a
la inseminación, si se quiere usar como semen fresco; o se hace con
anterioridad y se conserva congelado hasta el momento de la inseminación.
En los casos en que la esterilidad de la pareja depende del varón, antes de
transferir a la mujer el semen, es preciso "capacitarlo" en el laboratorio,
seleccionando los espermatozoides más vitales y con mayor movilidad y
capacidad de penetración
del óvulo y, al mismo tiempo, eliminando
los fluidos seminales que puedan ser causa de su incapacidad o del rechazo
por parte de la mujer.
Una vez hecha esta preparación del semen en el
laboratorio, se pasa a la inseminación. Por medio de un catéter se hace
llegar al interior de la cavidad uterina el semen capacitado para la
fecundación del óvulo, en el momento adecuado previamente determinado.
b) Indicaciones
terapéuticas
La inseminación artificial
terapéuticamente
está indicada para los casos de impotencia
coeundi, es decir, cuando el varón es
incapaz de depositar el semen por medio del acto sexual en la vagina de la
mujer. Esta impotencia, que es la causa principal de esterilidad por parte
del varón, puede ser debida a la incapacidad de realizar el coito por
motivos psíquicos, por parálisis o por otros traumas que impiden al varón
lograr la erección.
Un segundo caso, en que se recurre a la
inseminación artificial, es el de la
impotencia generandi, es decir, cuando el
varón puede realizar con normalidad el acto sexual, pero su semen no reúne
las condiciones adecuadas para fecundar el óvulo por escasez de semen, por
el número limitado de espermatoziodes que contiene el líquido seminal o por
la falta de vitalidad, de movilidad o de capacidad de penetración de los
espermatozoides.
A estos dos casos pueden reducirse los demás,
como las malformaciones del aparato genital de la mujer o del hombre, que
impide la realización normal del coito o el encuentro de los
espermatozoides con el óvulo.
c) Motivaciones
psicológicas
Psicológicamente,
se suele justificar el recurso a la inseminación artificial diciendo que la
esterilidad del matrimonio se convierte en elemento de frustración y
desencanto, llegando a modificar las relaciones de los cónyuges hasta poner
en peligro la misma unión matrimonial. Los hijos, incluso en una sociedad
antinatalista,
constituyen siempre una esperanza humana,
como fruto de un proyecto de vida en común. De aquí que la falta de
descendencia cause una desilusión fundamental. Esta frustración se agrava
por las repercusiones que tiene en la vida social. La carencia de hijos
limita las relaciones sociales, pudiendo llevar a la pareja a reducir su
mundo de comunicación con los demás, distanciándose progesivamente del
ámbito social en que se desenvuelven, debido al reproche real o imaginario
que consciente o inconscientemente les hace experimentar su sentimiento de
incapacidad.
La ansiedad, que crea su sentimiento de
impotencia para procrear, incrementa las tensiones de la pareja,
llevándoles a reprocharse el uno al otro la causa de la esterilidad. La
vida se llena de mensajes que les recuerdan a todas horas su deficiencia. De
aquí, la pretendida justificación del recurso a la inseminación artificial,
como medio para salvar el mismo matrimonio. Desde que en 1799 Hunter
obtuvo, en los Estados Unidos, la primera gestación artificial de una mujer
con semen de su marido
son muchas las parejas que han recurrido
a esta técnica.[2]
d) Moralidad de
la facilitación del acto sexual
Pero los hechos
no crean la moralidad. No todo lo que
técnicamente
puede hacerse es moralmente
lícito hacerlo, entendiendo por lícito lo conveniente para el hombre y para
la sociedad. La técnica no es el criterio del progreso humano. Ciertamente,
la ciencia y la técnica médicas son acogidas con gozo cuando ayudan al
hombre a crecer en humanidad,
a desarrollar sus valores auténticamente humanos. En concreto, son acogidas
con gratitud cuando ayudan a vencer
humanamente la esterilidad, pues uno de
los dones mayores que Dios ha hecho al hombre es darle la posibilidad de
transmitir la vida.
En este sentido, ya el Papa Pío XII, en una
alocución a los participantes al IV Congreso internacional de médicos
católicos, el 29‑9‑1949, decía: "Aunque no se pueden excluir a priori los
métodos nuevos por el simple hecho de ser nuevos, sin embargo en lo
referente a la fecundación artificial, no sólo hay que ser extremadamente
reservados, sino que hay que excluirla en absoluto". Pero, a continuación,
hacía la siguiente precisión:
Con esto no se proscribe el uso de algunos medios artificiales
destinados únicamente a facilitar el acto natural o a procurar el logro de
la finalidad propia del acto realizado naturalmente.
En este caso, se ha hablado de "inseminación
artificial impropiamente dicha". Y la verdad es que es una denominación
impropia. Aquí no se trata de inseminación artificial, sino de una simple
facilitación
del gesto conyugal procreador. No se da ni alteración ni sustitución del
acto sexual. Por ello, es unánime la aceptación por parte de los teólogos
moralistas. C. Caffarra, hasta hace poco presidente de la Comisión
pontificia de la familia, lo formula así:
La IAC puede considerarse lícita, cuando entre los esposos se da un
verdadero acto conyugal, pero es necesario recurrir a la ayuda de la ciencia
para hacerle eficaz, es decir, determinante de la fecundidad; se trata de
una relación conyugal normalmente realizada, pero que sin tal ayuda
ciertamente sería infecunda.[3]
Y la Donum
vitae, fiel a la doctrina tradicional de
la Iglesia, permite el uso de algunos medios artificiales para "facilitar
el acto conyugal o para ayudarle a alcanzar su propio fin":
La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede
admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya el acto
conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance
su finalidad natural (II,6).
Quizá sea conveniente señalar que los medios para
facilitar y ayudar
la fecundación son innumerables, aunque no aparezcan difundidos por la
prensa diaria. El silencio sobre los progresos de la cirugía de las trompas
o de los tratamientos de la infertilidad se debe a que, evidentemente, son
mucho menos sensacionales que los "niños‑probeta". Y sin embargo, esos
medios ‑de auténtica medicina‑ permiten el nacimiento de un número de niños
infinitamente superior a los logros de la fecundación extra‑corporal.
e) Valoración
moral de la IAC
Los criterios morales que regulan la intervención
médica en la procreación se desprenden de la dignidad de la persona humana,
de su sexualidad y de su origen:
La medicina que desee ordenarse al bien integral de la persona debe
respetar los valores específicamente humanos de la sexualidad. El médico
está al servicio de la persona y de la procreación humana: no le corresponde
la facultad de disponer o decidir sobre ellas. El acto médico es respetuoso
de la dignidad de las personas cuando se dirige a ayudar el acto conyugal,
sea para facilitar su realización, sea para que el acto normalmente
realizado consiga su fin (DV II,7).
Este no es el caso, en cambio, de la inseminación
artificial "propiamente dicha", como han pretendido algunos moralistas. La
IAC con semen del esposo recogido con métodos que
excluyen el
acto conyugal no es una prolongación,
sino una sustitución
de la relación sexual de los esposos. La intervención médica sustituye
técnicamente al acto conyugal, para obtener una procreación que no es ni su
resultado ni su fruto: en este caso, el acto médico no está al servicio de
la unión conyugal, sino que se apropia de la función procreadora y
contradice de ese modo la dignidad y los derechos inalienables de los
esposos y de quien ha de nacer. Supone, por tanto, una
disociación de
los dos significados ‑unitivo y procreador‑ del acto conyugal. De aquí que
haya que considerarla ilícita, lo mismo que el recurso a los métodos
artificiales anticonceptivos: en un caso se da sexualidad sin procreación y
en el otro, procreación sin sexualidad:
La doctrina relativa a la unión existente entre los significados del acto
conyugal y entre los bienes del matrimonio aclara el problema moral de la
fecundación artificial homóloga, porque nunca está permitido separar estos
diversos aspectos hasta el punto de excluir positivamente sea la intención
procreativa sea la relación conyugal.
La contracepción priva intencionadamente al acto conyugal de su apertura a
la procreación y realiza de ese modo una disociación voluntaria de las
finalidades del matrimonio. La fecundación artificial homóloga, intentando
una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal,
realiza objetivamente una separación análoga entre los bienes y los
significados del matrimonio (DV II,4).
En ambos casos se da el
peligro de despersonalización del amor conyugal,
como ya lo proclamara Pío XII en su alocución del 29‑10‑1951 a las
obstétricas italianas:
Reducir la cohabitación de los cónyuges y el acto conyugal a una mera
función orgánica para la transmisión del semen, sería convertir el focolar
doméstico, santuario de la familia, en un simple laboratorio biológico. Por
eso... hemos excluido formalmente del matrimonio la fecundación
artificial. El acto conyugal, en su estructura natural, es una acción
personal, una cooperación simultánea e inmediata de los cónyuges que, por la
misma naturaleza de los agentes y por la propiedad del acto conyugal, es
expresión del don recíproco que, según la Escritura, realiza la unión "en
una sola carne".
El 19 de mayo de 1956, dirigiéndose al II
Congreso mundial de la fertilidad y de la esterilidad, volvía a especificar
el contenido de la despersonalización
del amor conyugal fecundo, señalando el hecho de la
disociación
entre el aspecto unitivo y el aspecto procreador:
La Iglesia ha excluido igualmente la actitud opuesta que pretendería
separar, en la procreación, la actividad biológica de la relación personal
de los cónyuges. El hijo es fruto del amor conyugal, a cuya plenitud
concurren las funciones orgánicas, las emociones sensibles que le son
inherentes, el amor espiritual y desinteresado que lo anima; en la unidad
de este acto humano se deben incluir las condiciones biológicas de la
procreación. Jamás está permitido separar estos aspectos diversos, de modo
que se excluya el propósito de la procreación o la relación conyugal.
Frente a la concepción
dualista del
hombre por parte de algunos moralistas y de la cultura actual que, por un
lado, reducen la sexualidad a pura biología y, por otro, afirman que basta
"la intención espiritual" para
unificar todos los actos que concurren en
la inseminación artificial, me parece acertada la visión personalista del
Papa Pío XII.
En lenguaje actualizado, la
Familiaris consortio
habla de la totalidad unificada
como estructura propia del amor conyugal:
En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo
informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta
totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el
cuerpo se hace partícipe del amor espiritual...En consecuencia, la
sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los
actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico,
sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal (n.11).
El amor conyugal y el acto conyugal, que lo
revela y encarna, tienen, si son humanos
‑lícitos, pues‑ la estructura de la totalidad unificada. Comportan el don
personal y total; en él
los esposos se dan ‑no tanto
cosas, como el
semen‑ sino su
misma persona; y esto de un modo total,
como persona en cuanto ser único e indivisible: cuerpo, psique y espíritu.
De aquí se sigue que la procreación, "fruto y signo del amor conyugal" sea
un hecho indivisiblemente biológico‑afectivo‑espiritual (Cfr FC 37).
De aquí la clara respuesta de la Congregación de
la Doctrina de la Fe en su instrucción
Donum Vitae:
El acto conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don
de sí expresa simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto
inseparablemente corporal y espiritual. En su cuerpo y a través del cuerpo
los esposos consuman el matrimonio y pueden llegar a ser padre y madre. Para
ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural generosidad, la
unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la generación, y la
procreación de una persona humana debe ser el fruto y el término del amor
esponsal. Una fecundación fuera del cuerpo de los esposos queda privada,
por esa razón, de los significados y de los valores que se expresan,
mediante el lenguaje del cuerpo, en la unión de las personas humanas (II,4).
Por ello, concluye:
La inseminación artificial sustitutiva del acto conyugal se rechaza
en razón de la disociación voluntariamente causada entre los dos
significados del acto conyugal.
La masturbación, mediante la que normalmente se
procura el esperma, constituye otro signo de esa disociación: "aun cuando
se realiza en vista de la procreación, ese gesto sigue estando privado de su
significado unitivo: le falta la relación sexual requerida por el orden
moral, que realiza el sentido íntegro de la mutua donación, en un contexto
de amor verdadero" (II,6).
Y, con relación al hijo, como persona humana,
añade:
En su origen único e irrepetible el hijo habrá de ser respetado y
reconocido como igual en dignidad personal a aquellos que le dan la vida.
La persona humana ha de ser acogida en el gesto de unión y amor de sus
padres; la generación de un hijo ha de ser por eso el fruto de la donación
recíproca realizada en el acto conyugal, en el que los esposos cooperan
como servidores, y no como dueños, en la obra del Amor Creador.
El origen de una persona humana es en realidad el resultado de una donación.
La persona concebida deberá ser el fruto del amor de sus padres. No puede
ser querida ni concebida como el producto de una intervención de técnicas
médicas o biológicas: esto equivaldría a ser objeto de una tecnología
científica. Nadie puede subordinar la llegada al mundo de un niño a las
condiciones de eficiencia técnica mensurables según parámetros de control y
de dominio (II,4).
2. INSEMINACION ARTIFICIAL CON SEMEN DE DONANTE: IAD
Abierta una brecha en la conciencia, las aguas se
precipitan incontrolablemente. No hace aún quince años que B. Häring nos
decía en clase: "La inmensa mayoría de la gente considera una aberración la
inseminación artificial con esperma de un donante anónimo".[4]
En tan pocos años, la situación social y cultural ha cambiado totalmente, al
menos según el entusiasmo con que la prensa saluda constantemente la
victoria sobre la esterilidad gracias a la IAD.
Según la ley española del 22 de noviembre de 1988
sobre técnicas de reproducción humana,
para esa fecha "habían nacido en España con inseminación artificial unos
2000 niños y varios cientos de miles en el resto del mundo".[5]
a) Indicaciones
terapéuticas
En cuanto a la
técnica y a las
motivaciones psicológicas
no hay diferencia entre la IAC y la IAD. Y
terapéuticamente,
las indicaciones suelen ser:
‑esterilidad originada por factores insolubles
del semen del esposo como azoospermias.
‑esterilidad por anomalías genéticas del esposo,
que causan el aborto en los primeros meses del embarazo.
‑enfermedades genéticas y hereditarias del
esposo.
‑incompatibilidad del factor Rh de los esposos.
b) Falsedad de
las motivaciones
La posición
moral de la Iglesia no ha variado desde
Pío XII, que la formuló en términos explícitos en la alocución a los
participantes al IV Congreso internacional de médicos católicos, el
29‑9‑1949:
La fecundación artificial en el matrimonio, producida gracias al elemento
activo de un tercero, es inmoral y, como tal, condenada inapelablemente.
Esto también debe ser así en consideración del niño. A quien da la vida a
un pequeño ser, la naturaleza le impone, en virtud de tal vínculo, el deber
de su conservación y educación. Sin embargo, entre el esposo legítimo y el
niño, fruto del elemento activo de un tercero (aún con el consentimiento
del esposo) no existe ningún vínculo de origen, ningún vínculo moral y
jurídico de procreación conyugal.
Además de todo lo dicho acerca de la ilicitud de
la IAC, que tiene a fortiori validez para la IAD, hay que añadir que los
argumentos psicológicos, con que intentan justificar la inseminación
artificial sus partidarios, no son realmente válidos. La experiencia nos
dice que son muchas las intenciones
que concurren en la procreación: el deseo ‑con frecuencia, obsesivo y
neurótico‑ del hijo, por parte de la madre; la resignación pasiva del padre
ante la insistencia de la esposa; la vanidad del médico; el interés
económico del banco de semen
y de la clínica; la frialdad del laboratorista, "padre técnico" de cientos
de niños, que engendra uniendo mecánicamente óvulos y espermatozoides, como
trabajo y medio de vida...
Las mismas recomendaciones psicológicas, con que
se quiere preparar a la pareja para prevenir los peligros anejos a la IAD,
son ya expresión de la realidad de tales peligros. Así, por ejemplo, J.L.
Leuba insiste en que "la madre se debe comprometer a no reprochar jamás a su
marido la esterilidad" y "a no absorber posesivamente al hijo con el
pretexto de que no es de su marido"; y el esposo "se ha de comprometer a no
reprochar nunca a la esposa el haber procreado sin su colaboración" y "a no
sentir celos del desconocido padre genético de su niño".[6]
c) La IAD
ofende la unidad matrimonial
Si ya la IAC, con la necesaria intromisión del
médico, creaba una separación entre la comunión de cuerpos de los esposos y
el momento de la fecundación, sometiéndolos a la prueba de tener que aceptar
la presencia de un tercero en la intimidad de su vida conyugal, en la IAD
esta presencia de un tercero se prolonga más allá del momento de la
fecundación a lo largo de toda la vida. El hijo, con sus rasgos heredados
del padre genético, está constantemente haciéndole presente entre los
esposos, distanciándoles entre ellos.
La procreación de una nueva persona, en la que el
varón y la mujer colaboran con el poder del Creador, deberá ser el fruto y
el signo de la mutua donación personal de los esposos, de su amor y de su
fidelidad. La fidelidad de los esposos, en la unidad del matrimonio,
comporta el recíproco respeto de su derecho a llegar a ser padre y madre
exclusivamente el uno a través del otro. Así, "los padres hallan en el hijo
la confirmación y el completamiento de su donación recíproca: el hijo es la
imagen viva de su amor, el signo permanente de su unión conyugal, la
síntesis viva e indisoluble de su dimensión paterna y materna" (DV
II,1).
En realidad, la inseminación artificial con semen
de un donante y ‑como se práctica normalmente‑, con la fecundación
in vitro con
semen congelado, procedente de un banco de
semen, supone numerosas disociaciones,
que la hacen inaceptable moralmente, es decir,
humanamente:
disociación entre el acto conyugal y la concepción, entre la concepción y el
embarazo y entre la paternidad genética y la paternidad social y educadora.
También aquí se tiende, dualísticamente, a
relativizar la paternidad biológica
para exaltar la paternidad espiritual, llegando a separar los conceptos de
fecundidad y paternidad.[7]
La unidad psico‑física de la persona es completamente disociada. El hijo,
ciertamente, ha de ser concebido
en la mente y el corazón de los esposos,
pero es este amor el que llega a ser conyugal hasta hacer de los dos una
sola carne, que se desborda en la unión carnal, engendrando así al hijo. El
amor y la procreación no se dejan reducir a mera biología, pero tampoco la
excluyen. Como humanos
se caracterizan por la totalidad unificada
de la persona humana.
A la raíz de las tendencias, que quieren
justificar la IAD
negando importancia al aspecto biológico de la fecundación, está el error
del dualismo antropológico, que niega la unidad sustancial de la persona
como espíritu encarnado. La realidad integral del hombre es asumida por el
lenguaje del amor que, así, pronuncia la palabra de la vida, de la nueva
vida humana. No se puede, pues, despojar a la paternidad humana de una
componente fundamental de la persona, como es su enraizamiento corpóreo y
sexual.
Por otra parte, el esperma pertenece a un orden
de realidad y significado completamente diverso de la sangre. No puede
aceptarse la pretensión de algunos de asimilar la donación del esperma con
la donación de la sangre. El esperma goza de una singularidad única al ser
portador del patrimonio genético y ser, por tanto, recapitulación de una
historia, transmisor de los caracteres personales, expresión de una
genealogía.[8]
Pero la razón fundamental de la ilicitud de la
IAD está en que contradice radicalmente la
verdad del amor
de los esposos entre ellos y de los padres en relación al hijo. Como ha
señalado Paul Ramsey, la IAD ha de ser considerada inmoral no sólo por la
"paternidad anónima"(con su peligro de incesto), sino sobre todo porque
niega la conexión fundamental entre la vocación unitiva y la vocación
procreativa de los esposos.[9]
La ofensa primera de la IAD es al
amor conyugal
en lo más típico y fundamental de éste, que consiste en la
recíproca donación total
que lleva a los esposos a la comunión hasta hacer de ellos "una sola carne".
La intromisión de un tercero completamente extraño, como es el donador,
ofende y disocia esta unidad. Pero ya, cuando
los esposos se deciden por la IAD, están
negando el amor entre ellos, pues el amor conyugal, en su singularidad y
totalidad, supone la donación al otro así como es y la acogida del otro como
él es. Como escribe H. Wattiaux, recurriendo a la IAD, "la esposa que se
dona a su marido no lo acoge con
la herida de la esterilidad que le
marca. Ella toma ciertamente lo que
él puede darle de placer, de ternura, de solicitud, de comprensión. Pero es
de otro ‑no del marido, aunque sea con su consentimiento‑ de quien ella se
espera la valorización de su sexualidad con la maternidad. Y en cuanto al
marido, su consentimiento no anula la ruptura del legamen conyugal en la
interdependencia de sus elementos constitutivos: la intimidad sexual en el
amor y la manifestación
de este lazo en el niño. Porque, a pesar del anonimato del padre biológico,
el niño que nace es el hijo de su esposa y del donador del esperma".[10]
Como ofensa a la unidad matrimonial,
afirma la DV:
El respeto de la unidad del matrimonio y de la fidelidad conyugal exige que
los hijos sean concebidos en el matrimonio; el vínculo existente entre los
cónyuges atribuye a los esposos, de manera objetiva e inalienable, el
derecho exclusivo de ser padre y madre solamente el uno a través del otro.
El recurso a los gametos de una tercera persona, para disponer del esperma o
del óvulo, constituye una violación del compromiso recíproco de los esposos
y una falta grave contra aquella propiedad esencial del matrimonio que es la
unidad.(II,2)
En conclusión, en la IAD el acto conyugal,
expresión propia y exclusiva de los esposos, aparece disociado de su doble y
único significado: unitivo y procreador. En la IAD,
el esposo no es el padre y el padre no es el
esposo. El elemento procreador está
separado del unitivo en cuanto que la procreación no es obra de la pareja,
aunque sea querida por la pareja.[11]
Estas razones determinan un juicio moral negativo de la fecundación
artificial heteróloga. Por tanto, es moralmente ilícita la fecundación de
una mujer casada con el esperma de un donador distinto de su marido, así
como la fecundación con el esperma del marido de un óvulo no procedente de
su esposa. Es moralmente injustificable, además, la fecundación artificial
de una mujer no casada, soltera o viuda, sea quien sea el donador (II,2).
d) La IAD
altera la relación padres‑hijo
Esta ofensa o herida al amor conyugal en su
dimensión unitiva se repercute necesariamente
en su aspecto procreador, es decir, en
relación al hijo: el padre biológico no será el educador del hijo, y el
padre educador del hijo no es su padre biológico. En frase de G. Marcel:
"el que es padre biológicamente no lo es espiritualmente, mientras que quien
es padre espiritualmente no lo es biológicamente".[12]
El hijo, en relación a los padres con quienes vive se encontrará, por tanto,
en una situación asimétrica, pues es hijo
natural de la
madre y sólo hijo adoptivo o adquirido
del padre. De aquí la valoración moral de la
Donum vitae:
La fecundación artificial heteróloga lesiona los derechos del hijo, lo priva
de la relación filial con sus orígenes paternos y puede dificultar la
maduración de su identidad personal...Ofendiendo la vocación común de los
esposos a la paternidad y a la maternidad, al privar a la fecundidad
conyugal de su unidad e integridad, opera y manifiesta una ruptura entre
la paternidad genética, la gestacional y la responsabilidad educativa
(II,2).
El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en
las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de
la referencia conocida y segura de sus padres pueden los hijos descubrir la
propia identidad y alcanzar la madurez humana. Pero las técnicas actuales
han llevado a la distinción, y confusión, entre los lazos de los genitores y
el niño: lazos o parentela genética,
que proviene de la transmisión de los cromosomas del esperma y del óvulo;
parentela gestante,
que proviene de la mujer que ha llevado al niño en su seno durante el
embarazo (habría que incluir aquí los lazos con el esposo de la gestante,
que con su voz y caricias tiene también su influencia en el niño); y
parentela educativa,
que asumen quienes se encargan de la educación afectiva y social del niño.
¿De quién es hijo este niño? Son muchos los que
han intervenido en la formación de su persona. ¡Hijo de varios padres y de
varias madres!, ¿qué referencia tendrá el pobre niño para identificarse a
sí mismo con unas raíces vitales y con un espacio social, que han hecho
posible su llegada al mundo? ¿Habrá que hablar de adopción ya antes de
nacer? ¿Podrán hablar con verdad a este niño sus padres?
e) Otras
perversiones posibles de la IAD
A estas razones fundamentales de la ilicitud de
la IAD, hay que añadir otras razones que confirman este juicio negativo.
Todos los Códigos
nacionales e internacionales, con sus regulaciones y prohibiciones, nos
alertan sobre los abusos a que puede dar lugar la IAD. Recuérdese que la ley
sólo regula y prohíbe lo que ya se hace. Por eso enumero algunas de estas
posibilidades,
ya practicadas:
‑la selección de
donadores según
ciertos cánones de fuerza, inteligencia o belleza, que no son sino formas
modernas de racismo, que contradicen la tan afirmada igualdad de derechos y
dignidad de la persona humana.[13]
‑la comercialización del semen humano, con el
negocio correspondiente de los bancos de
semen.
‑La inseminación artificial de una mujer que vive
sola: célibe, viuda o divorciada. Es una de las reivindicaciones de cierto
movimiento feminista.[14]
Marbeau‑Cleirens ha estudiado las
motivaciones inconscientes del deseo de maternidad de la mujer no casada,
sugiriendo que a la raíz está un deseo de
poder sobre las fuentes de la vida,
acompañado de una fragilidad psicológica fruto de diversos problemas no
resueltos: "Este deseo de omnipotencia creadora ‑escribe‑ esconde una
fragilidad profunda que proviene de traumas infantiles...Estas mujeres
se manifiestan como madres celibatarias voluntarias no por el bien de la
prole, sino en función de sí mismas, como solución de sus problemas
personales y desahogo de su agresividad profunda".[15]
Además de estos aspectos psicológicos, el
problema moral está sobre todo en el hecho de que el
niño, ser
personal, que como tal es fin y nunca medio ‑"el hombre es la única
criatura que Dios ha amado por sí misma"‑, en el caso de la IAD de una mujer
sola viene usado como medio
para satisfacer la afectividad de la mujer. Esta reducción del niño a
cosa
corre el peligro de agravarse con el desarrollo del sentimiento de
posesión por parte de la mujer, que se considerará madre y padre para el
hijo.
Además, el recurso a la IAD por parte de una
mujer sola, ya está viciado de antemano, pues supone el rechazo del contexto
de amor conyugal y del acto específico que lo expresa, que es el "único
lugar legítimo y digno de la procreación de una nueva persona humana". De
este modo, el niño es privado de la imagen y de la presencia del padre, algo
esencial en el desarrollo normal, psicológica, afectiva y espiritualmente.
Es inadmisible crear voluntariamente esta situación. Como dice E. Chiavacci,
"si es una cosa buena adoptar huérfanos, es completamente inaceptable crear
huérfanos de padre".[16]
f) Valoración
moral conclusiva
Teniendo en cuenta todas estas situaciones y
consideraciones morales, la Congregación de la Doctrina de la Fe afirma:
La fecundación artificial heteróloga es contraria a la unidad del
matrimonio, a la dignidad de los esposos, a la vocación propia de los
padres y al derecho de los hijos a ser concebidos y traídos al mundo en el
matrimonio y por el matrimonio (DV II,2).
3.
FECONDACION IN VITRO Y TRANSFERENCIA DE EMBRIONES: FIVTE
Los progresos de la técnica hacen posible en la
actualidad una procreación sin unión sexual, mediante el encuentro
in vitro de
células germinales extraídas previamente del varón y de la mujer.
a) Técnica
La FIVTE
supone dos momentos fundamentales: la fecundación
in vitro,
llamada también fecundación extracorpórea, por realizarse no
in vivo, sino
en el laboratorio; y la transferencia del embrión o embriones al útero de la
mujer. Pero cada uno de estos momentos, constitutivos de la
FIVTE, supone
toda una serie de fases con relación a los óvulos de la mujer, al semen del
hombre, a la fecundación y a la transferencia del embrión del laboratorio al
seno de la madre. Sin descender a muchos detalles, estos serían los pasos:
a) Preparación
de los óvulos: Hospitalizada la mujer,
mediante ecografía con ultrasonido, se diagnostica exactamente el día de la
ovulación. Como normalmente se intentará la fecundación de varios óvulos, se
estimula con inductores de ovulación la maduración de varios ovocitos.
Mediante laparoscopia ‑tubo óptico que permite ver el interior del abdomen y
los ovarios‑ se abren los folículos maduros y se aspira el líquido folicular
con los ovocitos que contiene. Se analiza el líquido extraído y se cultivan
con diversos elementos los ovocitos en una atmósfera completamente estéril.
b) preparación
del semen masculino: Obtenido el semen por
autoestimulación,se pasa a la licuefacción del esperma antes de pasarlo al
medio de cultivo. Mediante un lavado por centrifugación se seleccionan los
espermatozoides más adecuados a la fecundación por vitalidad, movilidad y
capacidad de penetración. Para que estos espermatozoides puedan penetrar el
óvulo deben ser transformados, como ocurre en la fecundación normal en el
útero y trompas de Falopio, de aquí que sea necesaria una "capacitación" de
los espermatozoides. La concentración mínima de espermatozoides para que se
de la fecundación es de medio millón por ml. También se puede usar semen
previamente congelado.
c) Fecundación
in vitro: Preparados los óvulos y los
espermatozoides, se pasa a la fase de fecundación, poniendo en contacto
cada uno de los óvulos con los espermatozoides. En una placa de vidrio (in
vitro) se mantienen unidos durante unas
dieciséis horas. Con el microscopio se comprueba la iniciación de la
fecundación in vitro
y la formación de uno o varios cigotos. Los óvulos fecundados se mantienen
aún en el medio de cultivo por unas horas (de 12 a 24); durante este tiempo
comienzan a dividirse las células en progresión geométrica: 2,4,8,16...
d)
Transferencia de embriones: Terminadas las
fases de la fecundación in vitro
(FIV), se pasa a la última fase: transferencia
de los embriones (TE) al útero de la mujer a través del cuello del útero,
operación que se lleva a cabo en el quirófano mediante un fino catéter
cuando, en la fase de división celular, se han formado de 2 a 16 células,
unas ocho horas después de la fecundación. Cuanto antes se realice es
mejor, pues el contacto con la mucosa uterina en los primeros momentos
reduce el porcentaje de abortos. Terminada la
FIVTE, la mujer
deberá permanecer aún en reposo durante un tiempo y, luego someterse a
controles regulares durante el tiempo del embarazo. Esta fase supone el
momento más difícil y es en la que se dan más fracasos. Para superar esta
dificultad se transfieren al útero femenino varios embriones con la
esperanza de que alguno de ellos logre anidarse.[17]
A la FIVTE
se equipara la TIG: transferencia
intratubárica de gametos. Las dos primeras
fases son prácticamente idénticas; solo que la fecundación no tiene lugar
in vitro,
sino que los óvulos y el semen capacitado se colocan juntos en el interior
de la trompa de Falopio, donde se efectúa la fecundación.
b) Indicaciones
médicas
Terapéuticamente,
la FIVTE está indicada en
‑esterilidad por anomalías de las trompas de
Falopio de la mujer, que impiden a estas realizar su función.
‑esterilidad por malformaciones congénitas de los
ovarios, que impiden la ovulación, haciéndose necesarios los óvulos de
donante.
‑esterilidad por alteraciones del semen
masculino: escaso número de espermatozoides, falta de movilidad o ausencia
total de espermatozoides, requiriéndose el semen de donante.
‑impotencia del varón
‑incompatibilidad de base inmunológica entre el
semen del varón y el moco del cuello del útero; o en el caso de esterilidad
por la producción de anticuerpos de la mujer respecto de los
espermatozoides.
‑en prevención de diversas enfermedades genéticas
transmisibles de la mujer al varón, o viceversa, o al embrión.
Junto a estas indicaciones terapéuticas,
orientadas a vencer la esterilidad, se mezclan otras muchas intenciones en
la técnica de la FIVTE. Se puede practicar la FIVTE con finalidad puramente
científica, es decir, para conocer el modo y características de la
fecundación humana y el desarrollo de la vida en sus fases iniciales. Otra
intención puede ser la eugenética,
esto es, descubrir las taras hereditarias y buscar las formas de curarlas.
A veces se puede practicar para conocer el poder
manipulador del
hombre sobre la fecundación y la gestación: ¿cuánto tiempo es posible
mantener la vida humana en gestación fuera de su ámbito natural? ¿Es posible
a la ciencia y técnica producir "niños‑probeta"? Las fantasías descritas en
Un mundo feliz,
de Huxley, ¿son posibles en la realidad?...
c) Valoración
moral de la FIVTE
En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor
conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco conocimiento que
les hace una sola carne, no se agota dentro de la pareja, ya que los
hace capaces de la máxima donación posible, por la que se convierten en
cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De
este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí
mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente
de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la
madre.(n. 14)
La procreación de una persona es
humana, es
moral,
cuando se inserta en esta lógica de
donación. La identidad de la persona como
don, exige que en relación a ella ‑en su gestación y en las siguientes
etapas de su vida‑ se adopte un comportamiento conforme a su ser: debe ser
querida en sí misma y por sí misma, como don gratuito, no como medio para
colmar un vacío afectivo o de cualquier otra naturaleza. La gratuidad es la
única forma realmente humana de acoger una nueva vida. Es
humana la
procreación de un hijo cuando acontece en el amor y por amor.
De aquí que la
FIVTE sea, por sí misma, inmoral, ya que
niega el contexto humano
a la procreación de un ser personal. Los padres que recurren a la
FIVTE pueden
desear
al hijo, pero no le conciben en su "una
sola carne", como fruto y signo de su
donarse plenamente. El hijo es fruto de una serie de actos, distintos y
separados (recogida de gametos, capacitación, fusión y transferencia), de
los que ninguno, en cuanto tal, tiene el significado de encuentro personal.
Más aún, el acto determinante de la procreación de la nueva vida lo realiza
el técnico,
es decir, un extraño al matrimonio. Se trata no de concepción, sino de
producción
de la vida. El hijo es el producto de una intervención que depende del
conocimiento, de la habilidad técnica y del rigor científico del
procedimiento, independientemente del amor de los esposos:
La FIVTE, incluso homóloga, se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por
medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y actividad técnica
determina el éxito de la intervención; confía la vida y la identidad del
embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de
la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal
relación de dominio es en sí contraria a la dignidad y a la igualdad que
debe ser común a padres e hijos (DV II,5).
d)
Consecuencias para el hijo
El acto conyugal no establece una relación de
producción
entre padres e hijos: el hijo es engendrado, no producido. Los cónyuges
realizan un acto de amor en el don de sí mismos y el hijo constituye el don
del amor creativo de Dios, confiado a ellos para que sea acogido con
infinito respeto. De aquí que toda persona merezca un respeto incondicional
y nunca pueda ser reducida a un objeto de uso; y esto ya desde su
concepción. Por esto el acto conyugal en el que los esposos expresan
específicamente su comunión de amor interpersonal constituye la única cuna
digna del nuevo ser humano.
En la FIVTE,
en cambio, frente a la lógica del amor, prevalece la voluntad de dominio.
Es cierto que los esposos concurren con su intención amorosa (se supone),
pero se trata de simple intención, no del lenguaje propio y original del
amor en su donación integral de mente, corazón y corporeidad sexuada. Y los
mismos esposos, recurriendo a la técnica de la FIVTE, con su deseo de
"tener un hijo a toda costa", tienen el peligro de caer en la lógica del
poseer, en la voluntad de dominio. El riesgo de sofocar la personalidad del
hijo con una afectividad posesiva y egoísta será una consecuencia casi
necesaria.
El deseo de un hijo ‑o al menos la disponibilidad para transmitir la vida‑
es un requisito necesario desde el punto de vista moral para una procreación
humana responsable. Pero esta buena intención no es suficiente para una
valoración moral positiva de la fecundación in vitro entre los
esposos. El procedimiento de la FIVTE se debe juzgar en sí mismo, y
no puede recibir su calificación moral definitiva de la totalidad de la
vida conyugal en la que se inscribe, ni de las relaciones conyugales que
pueden precederlo o seguirlo (DV II,5).
El profesor Ancona, psiquiatra de la universidad
Católica de Milán, ha resaltado las consecuencias negativas de carácter
psicológico sobre el niño concebido extracorpóreamente. El niño, fruto de
la técnica y del deseo desmesurado de superar la esterilidad "no es un
niño, sino un divo, un emblema, víctima inmediata de todo tipo de
publicidad. Al niño recién nacido y posteriormente durante su infancia se
le priva de su derecho natural a la intimidad. Al menos, sufre una fuerte
sacudida, e incluso se imposibilita
la delicada tarea protectiva que debe
desarrollar la madre, con el fin de hacer menos traumático al hijo el paso
del ambiente intrauterino al mundo externo. El carácter de diversidad puede
perdurar
como un sello impreso sobre la vida futura
del niño, causando una profunda deformación en su disposición mental y en su
adaptación social".[18]
La vivencia de marginación, de extraneidad, de haber sido concebido en la
frigidez de una probeta deshumana, influirá notablemente en su
personalidad.
La concepción
in vitro, incluso homóloga, es el
resultado de la acción técnica que antecede a la fecundación; ésta no es
obtenida como expresión y fruto de la unión conyugal, acto "en el que los
esposos se hacen cooperadores con Dios para donar la vida a una nueva
persona". Por ello, la Iglesia, reconociendo que "la FIVTE homóloga no posee
toda la negatividad ética de la procreación extraconyugal, ya que la
familia y el matrimonio siguen constituyendo el ámbito del nacimiento y de
la educación de los hijos; es, sin embargo, contraria desde el punto de
vista moral a la fecundación homóloga in
vitro:
La concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que
antecede a la fecundación; ésta no es de hecho obtenida ni positivamente
querida como la expresión y el fruto de un acto específico de la unión
conyugal. En la FIVTE homóloga, por eso, aún considerada en el
contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la generación de
la persona humana queda objetivamente privada de su perfección propia: es
decir, la de ser el término y el fruto de un acto conyugal, en el cual los
esposos se hacen "cooperadores con Dios para donar la vida a una nueva
persona".
Esta es, pues, en sí misma ilícita y contraria a la dignidad de la
procreación y de la unión
conyugal (DV II,5).
Y si la FIVTE
homóloga ‑técnica dirigida a lograr la concepción humana mediante la unión
in vitro
de gametos de los esposos unidos en matrimonio‑ es ilícita, lo es
a fortiori la
FIVTE
heteróloga ‑técnica encaminada a lograr una concepción humana a través de
la unión in vitro
de gametos extraídos de al menos un donador diverso de los dos esposos
unidos en matrimonio‑. Para la FIVTE
heteróloga vale todo lo dicho de la FIVTE
homóloga y lo dicho de la inseminación artificial heteróloga. La
FIVTE
heteróloga constituye, en síntesis, una violación de la
unidad conyugal
y una alteración de la relación
hijo‑padres.
* *
*
Valores fundamentales como el amor, la vida, la
sexualidad, el matrimonio y la familia, con sus consecuencias para toda la
sociedad, son alterados, perdiendo su significado auténticamente humano. Con
las diversas intervenciones técnicas en las fases iniciales de la vida
humana, se corre el riesgo de una "tecnificación de los seres humanos",
con la consiguiente "cosificación del hombre", náufrago en la cultura de la
producción‑consumo,
que crea nuestra civilización manipuladora
de la persona humana.
El progreso por el progreso, como Moloch
insaciable, amenaza con devorar al hombre en la vorágine de la ciencia y de
la técnica. Brevemente, analizaré algunas de las aberraciones a que se
presta la FIVTE,
aberraciones reguladas o prohibidas en los diversos
Códigos de
bioética, es decir, que ya se han realizado o se están intentando.
La transferencia simultánea al útero femenino de
varios embriones aumenta la probabilidad de anidación de al menos uno de
ellos. Esta exigencia técnica de la FIVTE
lleva a preparar, mediante estimulación, la maduración de varios ovocitos
en la mujer. Así, una vez recogidos los óvulos maduros, éstos son
fecundados in vitro.
Algunos de los embriones son transferidos a la mujer. Pero, ¿qué hacer con
los embriones sobrantes o "supernumerarios"?[19]
La técnica ha dado ya su respuesta. Lo mismo que
existen bancos de semen,
se han creado bancos de embriones
para su conservación congelándolos. Esta conservación de embriones humanos
se presta a un doble uso de ellos: para fines terapéuticos y para la
investigación científica. Como descaradamente escribía en 1982 el Dr.
Edwars, "padre" de la primera niña‑probeta: "Pronto, la estimulación
ovárica nos permitirá tener tres, cuatro o más embriones: dos serán
transferidos a la madre, y los otros podrán ser observados en el
laboratorio. No hay duda de que en un próximo futuro lograremos hacer que
muchos embriones crezcan más allá de la fase de implantación".[20]
Embriones humanos, hasta hace poco escondidos en
el secreto de las madres, hoy los tenemos a la vista, a disposición de
nuestras manos in vitro.
Una vez congelados, estos embriones pueden ser mantenidos en vida días,
meses y años. Se puede pensar en transferirlos al seno de la madre o de otra
mujer, incluso después de la muerte de los padres, permitiéndoles continuar
y desarrollar la vida ya iniciada. Pero, con la multiplicación de
embriones, que permiten las nuevas técnicas, no siempre será posible
asegurar a todos su desarrollo. Las preguntas, en este caso, se multiplican
y los Códigos de bioética
responden según la estima de la persona humana o según las presiones
sociológicas o políticas de cada organismo: A los embriones sobrantes, ¿se
les deja morir?, ¿cuánto tiempo se les puede mantener en vida?, ¿es lícito
ya el hecho de fabricar embriones, cuyo desarrollo humano no es posible
asegurar?, ¿es humano
manipularlos, fabricarlos simplemente como objeto de observación, reducirlos
"a conejillos de indias" en aras del progreso de la ciencia biológica?.[21]
Como un aspecto preliminar, en estrecha conexión
con la FIVTE, la Donum vitae
dice en relación a los embriones sobrantes:
La consolidación de la práctica de la fecundación in vitro ha
requerido formar y destruir innumerables embriones humanos. Todavía hoy
presupone una superovulación en la mujer: se recogen varios óvulos, se
fertilizan y después se cultivan in vitro durante algunos días.
Habitualmente no se transfieren todos a las vías genitales de la mujer;
algunos embriones, denominados normalmente "embriones sobrantes", se
destruyen o congelan. Algunos de los embriones ya implantados se sacrifican
a veces por diversas razones: eugenésicas, económicas o psicológicas. Esta
destrucción voluntaria de seres humanos o su utilización para fines
diversos, en detrimento de su integridad y de su vida, es contraria a la
doctrina antes recordada a propósito del aborto procurado.
La conexión entre fecundación in vitro y la eliminación voluntaria
de embriones humanos se verifica demasiado frecuentemente. Ello es
significativo: con estos procedimientos, de finalidades aparentemente
opuestas, la vida y la muerte quedan sometidas a la decisión del hombre,
que de este modo termina por constituirse en dador de la vida y de la muerte
por encargo. Esta dinámica de violencia y de dominio puede pasar
inadvertida para los mismos que, queriéndola utilizar, quedan dominados por
ella (II).
Evidentemente, sea cual sea la intención, estos
embriones son considerados como puro objeto de observación y de
experimentación o, aún peor, como tejido embrional para reparar otros
tejidos en los adultos o para preparar cosméticos o armas bioquímicas
selectivas. Todos estos casos suponen un desprecio del carácter humano de
los embriones. Como dicen los obispos de Gran Bretaña, en su juicio sobre el
Informe Warnock:
Comprendemos los motivos que han llevado a la Comisión a aceptar la teoría y
la práctica actualmente casi universales de producir embriones en número
mayor del que se requiere clínicamente para la transferencia inmediata a la
matriz. Pero esos motivos no son suficientes para justificar el menosprecio
de la dignidad humana y de los derechos que tal práctica conlleva
inevitablemente.[22]
La Congregación de la Fe, con razón, nos dice que
sería ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación
científica y de sus aplicaciones. Y, por otra parte, los criterios morales
no se pueden tomar ni de la simple eficacia técnica, ni de la utilidad que
pueden reportar unos a costa de otros ni, peor todavía, de las ideologías
dominantes. A causa de su significado intrínseco, la ciencia y la técnica
exigen el respeto incondicionado de los criterios fundamentales de la
moralidad: deben estar al servicio de la persona humana, de sus derechos
inalienables y de su bien verdadero e integral según el plan y la voluntad
de Dios. De aquí su valoración:
El ser humano ha de ser respetado ‑como persona‑ desde el primer instante de
su existencia. Los procedimientos de fecundación artificial han hecho
posible intervenir sobre los embriones y los fetos humanos con modalidades
y fines de diverso género: diagnósticos y terapéuticos, científicos y
comerciales. De todo ello surgen graves problemas...
A este propósito, esta Congregación recuerda las enseñanzas contenidas en la
Declaración sobre el aborto procurado: "Desde el momento en que el
óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la
de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo.
Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta
evidencia de siempre, la genética moderna otorga una preciosa confirmación.
Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo
que será ese viviente: un hombre, este hombre individual con sus
características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura
de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para
desarrollarse y poder actuar"...
Los conocimientos científicos sobre el embrión ofrecen una indicación
preciosa para discernir racionalmente una presencia humana desde este
primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser
persona humana? Por tanto, el fruto de la generación humana desde el primer
momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto,
exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en
su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y
tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a
partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la
persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a
la vida (DV I,1).[23]
No merecería la pena dedicar una línea a esta
forma de procreación, que es la negación de todos los sentimientos de
maternidad. Como dice M. Vidal, "no son aceptables moralmente todas
aquellas formas de gestación artificial en las que el útero normal es
sustituido por otro. Estos embarazos
adoptivos o
de alquiler no
reúnen las condiciones para que el proceso reproductivo sea plenamente
'humanizado' y 'humanizador'. En efecto, no entra dentro de la realización
auténtica de la maternidad el que la esposa busque una madre
alquilada para
que realice (por dinero u otras razones) la labor materna de la gestación".[24]
Pero, desde que en 1982 Mary Harris se hizo
inseminar artificialmente con el semen de su cuñado y así dio a luz un hijo
para Marta, su hermana gemela, son muchos los casos de madres sustitutas,
madres de alquiler o mujeres‑incubadoras o como se las quiera llamar. Por
dinero o por altruismo de parte de la mujer que
alquila su
útero, y por las más variadas motivaciones de parte de quien se lo alquila,
las situaciones se han
multiplicado. B. Häring enumera los
siguientes casos: mujer sana que no quiere interrumpir su carrera con los
inconvenientes del embarazo; mujer deseosa de un hijo, pero angustiada por
la perspectiva del embarazo o del parto; mujer a la que su salud no le
permite llevar adelante el embarazo; mujer que, fecundada por su marido,
traspasa el embrión a otra mujer para evitarse las molestias de la
gestación...[25]
Los problemas y complicaciones que se han dado
son ya numerosos. Por ejemplo, Alexander Malahoff, siendo estéril su
esposa, alquiló por diez mil dólares el útero de Judy Stiver,
fecundada con su semen. Pero, al nacer el
niño, se descubrió en él una grave malformación. Ninguna de las dos
familias acepta un hijo en esas condiciones. Los médicos no saben a quién
pedir permiso para operar al neonato, que con tantos "padres" se encuentra
abandonado de todos en su cuna.
Problemas jurídicos y psicológicos acompañan la
corta historia de las madres‑incubadoras.
"¿Qué sucede ‑se pregunta J.B. Nelson‑ si la madre de alquiler (mercenaria o
altruista) se encariña y apega psicológicamente a lo que le está unido
físicamente? ¿Qué sucede si la madre genética, con las mejores intenciones
al comienzo del proceso, después de algunos meses cambia y se encuentra
psicológicamente imposibilitada para aceptar un hijo llevado y dado a luz
por otra?".[26]
¿Qué sucede, podemos añadir, cuando la pareja alquiladora se encuentra con
un niño que no responde a las cualidades esperadas? La verdad es que no se
trata de casos hipotéticos, sino de casos reales.
Y pasando al hijo, ¿no sufrirá al conocer las
circunstancias de su origen, al saberse fruto de una transacción comercial y
que su "madre" no quiso llevarle en su seno? ¿No se preguntará, acaso,
quién
es su verdadera madre? El proverbio latino
"mater semper certa est, pater numquam" ha perdido su certeza.
¿Quién es la verdadera madre, la que concibe o la
que da a luz? "Los genetistas no tienen dudas; ellos sólo contemplan el
núcleo de las células sexuales, que lleva en sus cromosomas todos los rasgos
hereditarios. La verdadera madre,
dicen impertérritos, es la que proporcionó el óvulo. Y la gestación, ¿qué
es? ¿Se puede decir que la relación entre la madre gestante y el niño que
lleva en su seno es una simple cohabitación en un mismo cuerpo? ¿Y esto se
puede decir hoy que se reconoce en el feto un cierto psiquismo y una cierta
capacidad de relación con quien le lleva en las entrañas?".[27]
H. Wattiaux motiva justamente su valoración
negativa, diciendo:
En cuanto a la posibilidad para una mujer infecunda de tener un hijo de su
marido recurriendo a los servicios de una madre sustituta, se trata
de un procedimiento en el que el ser humano es considerado un medio o
un producto. La "madre portadora" es un medio, una incubadora
de un niño que es un producto.[28]
En conclusión, es inmoral la maternidad
sustitutiva en
los dos casos posibles: el de la mujer que lleva la gestación de un embrión,
implantado en su útero, que le es genéticamente ajeno, obtenido mediante la
unión de gametos de "donadores", con el compromiso de entregar el niño,
inmediatamente después del nacimiento, a quien ha encargado o contratado la
gestación; y el de la mujer que lleva la gestación de un embrión a cuya
procreación ha colaborado con la donación de un óvulo propio, fecundado
mediante
inseminación con el esperma de un hombre
diverso de su marido, con el compromiso de entregar el hijo, después de
nacer, a quien ha encargado o contratado la gestación. En ambos casos:
La maternidad sustitutiva representa una falta objetiva contra el amor
materno, contra la fidelidad conyugal y contra la maternidad responsable;
ofende la dignidad y el derecho del hijo a ser concebido, gestado, traído
al mundo y educado por los propios padres; instaura, en detrimento de la
familia, una división entre los elementos físicos, psíquicos y morales que
la constituyen (DV II,3).
6. EL HIJO A
TODA COSTA. ¿DERECHO A LA PROCREACION?
El deseo del
hijo es el motivo que se aduce
habitualmente para recurrir a la FIVTE.
La ciencia y la técnica hoy permiten la satisfacción del deseo de ser padres
a los matrimonios estériles, a quienes la naturaleza niega el hijo. Los
medios de comunicación se complacen en subrayar la
intensidad del deseo del hijo
por parte de los esposos, ya que están dispuestos a someterse a tantos y
tan costosos exámenes e intervenciones, superando el desánimo de tantos
fracasos en la fertilización o en la transferencia del embrión.
Evidentemente, el deseo de tener un hijo y el
amor entre los esposos que aspiran a vencer la esterilidad, recurriendo a la
fecundación artificial, al no ser superable de otra manera, constituyen
motivaciones comprensibles; pero las intenciones subjetivamente buenas no
hacen que la fecundación artificial sea conforme con las propiedades
objetivas e inalienables del matrimonio, ni con la dignidad y derechos de
los hijos y de los esposos.
Los valores fundamentales relacionados con las
técnicas de procreación artificial humana son dos: la vida del ser humano
llamado a la existencia y la originalidad con que esa vida es transmitida en
el matrimonio. El juicio moral sobre los métodos de procreación artificial
tiene que ser formulado a la luz de esos valores. La comunicación de la vida
humana posee una originalidad propia, derivada de la originalidad misma de
la persona humana. "Nadie, pues, puede lícitamente usar en ella los medios o
procedimientos que es lícito emplear en la genética de las plantas o de los
animales".[29]
Los valores fundamentales de la
vida y de la procreación humana hacen que "lo que es técnicamente posible
no sea, por esa sola razón, moralmente admisible".
El ser personal del hombre, como totalidad
unificada de cuerpo y espíritu, exige que la procreación humana sea querida
como fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de
los esposos. Sólo así la procreación es realmente
humana y
conforme al plan de Dios, "cuya acción creadora" concurre en el inicio de
toda vida humana: "En el origen de toda vida humana hay un acto creativo de
Dios: ningún hombre llega a la existencia por casualidad; es siempre el
término del amor creador de Dios".[30]
Pero el intenso
deseo del hijo llega a suscitar en los
esposos estériles la idea del derecho al
hijo, un derecho a conseguir el hijo "a
toda costa"; si no es posible por la vía normal, ¿por qué no lograrlo
artificialmente si hoy es ya posible? ¿Pero es real el
derecho al hijo?
Para los partidarios de la fecundación
artificial, el derecho a procrear es un derecho ilimitado y, por lo tanto,
es coherente recurrir a cualquier método para conseguir el hijo. La
falacia de este argumento contradice el verdadero "derecho a tener un
padre", propio de toda persona humana. La Declaración de los derechos del
Niño, de las Naciones Unidas, así lo reconoce:
El niño, para el pleno y
armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión.
Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad
de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral
y material (principio 2).
El hombre tiene derecho a "formar una familia",
pero no tiene derecho a la procreación. No puede ser objeto de un derecho
humano algo que por su propia naturaleza está fuera del campo de la libertad
humana.
Dentro de la familia, ciertamente, los hijos
representan para los esposos la plenitud de su unión y amor conyugal. Por
eso es comprensible el deseo del hijo y los esfuerzos por vencer la
esterilidad. Pero, en la búsqueda del hijo, el principal límite lo señala
el valor y dignidad que tiene en sí el hijo que se busca. El hijo no es un
bien útil
que sirve para satisfacer necesidades de un individuo ni de los esposos
siquiera. El hijo tiene su valor en sí mismo y como tal ha de ser amado y
buscado. La gratitud y no la utilidad es la ley de la transmisión de la vida
humana, como dice el texto ya citado de la
Familiaris consortio:
En su realidad más profunda el amor es esencialmente don. Los cónyuges, a la
vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo,
reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y
síntesis viva e inseparable del padre y de la madre (n.14).
El bien de los hijos postula el ámbito
matrimonial como lugar adecuado de la procreación. Esto hace ilícita,
deshumana,
la procreación en el caso de la mujer soltera o viuda, o en el caso de la
unión lesbiana u homosexual. Unicamente el matrimonio garantiza la
coherencia moral de la procreación. Sólo en él se mantiene la indisoluble
unión entre donación conyugal y transmisión de la vida y se garantiza la
realización plena del hijo. Con palabras de M. Vidal: "La consideración
del bien del hijo impide caer en el vértigo de las ideologías
individualistas y libertarias según las cuales el 'derecho al hijo' es
interpretado como un derecho útil más o como una consecuencia de la
borrachera incontrolable de la libertad humana".[31]
En sana lógica, jurídica, antropológica y
teológicamente, en lugar del derecho al
hijo, hay que afirmar el derecho del
hijo. No se da, ni puede darse, un derecho
al hijo, porque el hijo es esencialmente
un don,
como acertadamente afirma el Vaticano II: "los hijos son un don
excelentísimo del matrimonio" (GS 50).
El hijo es don
en su origen: es el fruto del don mutuo de los esposos, que al darse entre
sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo. Así el hijo aparece como
don vivo y permanente, fruto y signo del recíproco donarse en totalidad los
mismos esposos.
El hijo es don
en sí mismo, pues, en cuanto ser personal, es "querido por Dios por sí
mismo", como ser único y singular, donado
a los padres gratuitamente, sin que les asista ningún derecho para ello. No
pertenece a los padres; es más, el hijo no se pertenece ni a sí mismo, pues
la vida le es dada como a todo hombre. Nadie puede alegar un
derecho a la vida.
La vida es un don de Dios. Y como don y no como derecho ha de ser deseada y
recibida, agradecida y vivida.
Pero la sensibilidad moderna, imbuida de
mentalidad consumística, arrastra a los hombres fácilmente por otros
caminos. La sociedad actual, para mantener su ritmo de producción, funciona
suscitando necesidades ilusorias, que el bombardeo publicitario convierte en
necesarias exacerbando nuestros deseos. Multiplicando nuestras
expectativas, nos empujan a buscar la inmediata satisfacción de toda
apetencia. Conseguir el hijo deseado, como un objeto más, entra en esta
lógica consumística; dar satisfacción al deseo de los padres, que ponen su
confianza en el genio de la ciencia y de la técnica, es el móvil consciente
o inconsciente que mueve el conjunto frenético del equipo que concurre en la
FIVTE.
De aquí, el grito escandalizado, cuando alguien dice una palabra de orden
moral, que enturbia el goce de la satisfacción inmediata de un deseo. La
moral, en lugar de ser vista como defensa de la vida, como salvaguardia del
hombre, es considerada como "aguafiestas" de los logros de la ciencia.
El deseo del
hijo, con frecuencia, se exacerba
particularmente en la mujer. Es ella quien constata, en su cuerpo, que el
hijo deseado no llega. Mes tras mes siente en su carne esta decepción. Es
comprensible, ante los repetidos fracasos, la ansiedad, el deseo obsesivo
del hijo. Pero es aquí donde está el riesgo. El deseo legítimo del hijo
propio, se transforma en exigencia y necesidad del hijo, llevándola a
olvidar que el hijo ha de ser esperado por él mismo y no como
medio para
apagar sus ansias. El hijo, además, sella el amor de los esposos, como signo
y realidad de su amor; pero el deseo obsesivo del hijo puede llevar a lo
contrario, colocándose entre los esposos, absorbiendo mente, corazón y
energías de la esposa, el hijo deseado ‑o finalmente conseguido mediante la
FIVTE‑
desplaza al esposo al olvido. La "posesión" del hijo destruye al hijo y al
esposo, arruinando la familia que se quería salvar mediante la FIVTE.[32]
Los estudios psicológicos sobre el deseo de tener
un hijo "a toda costa" revelan las ambivalencias inconscientes de este
deseo. La Iglesia, madre y maestra, experta en humanidad, iluminada por la
revelación y movida por el Espíritu del amor de Dios, tiene una palabra de
verdad y de vida para los esposos estériles:
El sufrimiento de los esposos que no pueden tener hijos o que temen traer al
mundo un hijo minusválido es una aflicción que todos deben comprender y
valorar adecuadamente.
Por parte de los esposos el deseo de descendencia es natural: expresa la
vocación a la paternidad y a la maternidad inscrita en el amor conyugal.
Este deseo puede ser todavía más fuerte si los esposos se ven afligidos por
una esterilidad que parece incurable. Sin embargo, el matrimonio no
confiere a los cónyuges el derecho a tener un hijo, sino solamente el
derecho a realizar los actos naturales que de suyo se ordenan a la
procreación.
Un verdadero y propio derecho al hijo sería contrario a su dignidad y a su
naturaleza. El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como objeto
de propiedad: es más bien un don, el "más grande" y el más gratuito del
matrimonio y es el testimonio vivo de la donación recíproca de sus padres.
Por este título el hijo tiene derecho a ser el fruto del acto específico del
amor conyugal de sus padres y tiene también el derecho a ser respetado como
persona desde el momento de su concepción.
La esterilidad, no obstante, cualquiera que sea la causa y el pronóstico, es
una dura prueba. La comunidad cristiana está llamada a iluminar y sostener
el sufrimiento de quienes no consiguen ver realizada su legítima aspiración
a la paternidad y a la maternidad. Los esposos que se encuentran en esta
dolorosa situación están llamados a descubrir en ella la ocasión de
participar particularmente en la cruz del Señor, fuente de fecundidad
espiritual. Los cónyuges estériles no deben olvidar que, incluso cuando la
procreación no es posible, no por ello la vida conyugal pierde su valor. La
esterilidad física, en efecto, puede ser ocasión para los esposos de hacer
otros importantes servicios a la vida de las personas humanas, como son, por
ejemplo, la adopción, los varios tipos de labores educativas, la ayuda a
otras familias, a los niños pobres o minusválidos (DV II,8).
[1] A.SERRA.‑G. NERI, Nuova genetica, uomo e società, Milano 1987;VARIOS,
Medicina e genetica verso il futuro, L'Aquila 1986.
[3] C. CAFFARRA, Riflessione etico‑teologica sulla inseminazione
artificiale, Medicina e Morale 2(1980)129.
[6] J.L. LEUVA, L'insémination artificielle jugée par l'amour, en
L'insémination artificielle appliquée à l'être humain, Genève 1982,
p.70.
[7] Cfr.J.M. AUBERT, L'insémination artificielle devant la conscience
chrétienne, Revue de Sciences Religieuses (1981)253‑263.
[8] Cfr. R. TROISFONTAINES, L'insémination artificielle. Problèmes
éthiques, Nouvelle Revue Théologique (1973)777;S. SPINSANTI, Etica
biomedica, Roma 1987.
[9] Cfr. P. RAMSEY, Fabricated Man. The Ethic of Genetic Control, New
Haven 1970, p. 128; J. GAFO, ¿Hacia un mundo feliz? Problemas éticos
de las nuevas técnicas reproductoras humanas, Madrid 1987.
[10] H. WATTIAUX, Insémination artificielle, fécondation in vitro et
transplantation embryonaire, Esprit et vie 24(1983)359; A.
BOMPIANI.‑N. GARCEA, La fecondazione in vitro: passato, presente,
futuro, Medicina e Morale 1(1986)47‑72.
[11] Cfr. E. CHIAVACCI, Inseminazione artificiale: aspetti etici, Actas del
2 Seminario Internacional sobre Inseminazione artifiziale umana,
tenido en Bari del 12‑14 de mayo 1980 y publicadas en Palermo 1981.
[12] G. MARCEL, Incidens psychologiques et morales, en L'insémination
artificielle, París 1948,p.35‑46.
[13] Cfr. K. RAHNER, Il problema della manipulazione genetica, en Nuovi
Saggi, III Roma 1969, p.374‑377; E. CHIAVACCI, Fertilitá e
sterilità: l'approccio etico, en Rassegna di teologia (1982)415‑416.
[17] Para una información más detallada, pueden verse:A. BOMPIANI, Gli
aspetti tecnici della fecondazione in vitro e dell'embryotransfer
umano, en Federazione Medica (1984)5‑13;VARIOS, La fecundación
artificial: ciencia y ética, Madrid 1985;VARIOS, Nuevas técnicas de
reproducción humana: Biomedicina, Etica y Derecho, Madrid 1986.
[20] R.G. EDWARS, The case for studying human embryos and their constiutent
tissues in vitro, New York 1982, p. 371‑388.
[21] Cfr. A. SERRA, Il concepimento umano in vitro. Dati biologici e
prospettive, en Embryotransfer, Verona 1982, p. 371-388;D. GARCIA,
Etica de la calidad de la vida, Madrid 1985;J.L.BARBERO, Conflicto
entre vida y libertad, Madrid 1985.
[23] Cfr. Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, L'Osservatore
Romano, 25 de noviembre 1983.
[26] J.B. NELSON, Humanae Medicine. Ethical Perspectives on New Medical
Issues, Minneapolis 1974, p. 115.
[28] H. WATTIAUX, Insémination artificielle, fécondation "in vitro" et
transplantation embryonnaire. Repères éthiques, Esprit et Vie
24(1983)260.