LA VIDA DON DE DIOS
TEMAS FUNDAMENTALES DE BIOETICA
V. ABORTO
1. Aclaraciones preliminares
2. Indicaciones o
motivaciones del aborto
a. Aborto terapéutico
b. Aborto eugenésico
c. Aborto sentimental
d. Aborto psicosocial
3. Factores que llevan al
aborto
4. Valoración moral del aborto
5. Legalización del aborto
El aborto hoy se encuentra ampliamente difundido y regulado en la
mayoría de las legislaciones nacionales. En nombre de la salvaguardia de
las necesidades de los ya nacidos, del deseo, de la salud o de la
libertad de la madre o de ambos genitores, el hombre se arroga el
derecho de interrumpir una vida humana. Las limitadas relaciones
nuestras con ese pequeño ser humano, que ya ha tomado cuerpo en nuestra
humanidad, ¿nos da derecho a decidir sobre su vida o muerte? Destruyendo
el niño en el seno materno, ¿no destruimos algo fundamental en nuestras
relaciones humanas?
Se entiende por aborto la interrupción del embarazo cuando el
feto no es viable, es decir, cuando no puede subsistir fuera del seno
materno. Se llama aborto espontáneo cuando la interrupción del
embarazo acaece por causas naturales, sin la libre intervención humana.
Y se llama aborto provocado al que se debe a la intervención
libre del hombre; la moral sólo se ocupa de este aborto procurado por la
libertad humana.
En el vocabulario biológico, los términos cigoto, pre‑embrión,
embrión y feto indican estadios sucesivos en el desarrollo del ser
humano. Ya desde el momento de la fertilización, con la fusión del óvulo
y el espermatozoide, se forma el cigoto, un ser humano nuevo, que
se llama pre‑embrión hasta la anidación en el útero materno;
desde la primera semana, en que se da la anidación, hasta el segundo
mes, se le llama embrión. A partir del segundo mes se le
considera feto. En biología se da también importancia al momento
de la aparición de la corteza cerebral hacia el 14º día. Esta distinción
terminológica, en el campo moral, tiene poca importancia, pues el ser
humano comienza su vida desde la fecundación.
La fe cristiana afirma sin ambages que la vida humana ha de ser
respetada con todas las exigencias éticas de ser personal desde la
fecundación. La constitución Gaudium et spes lo expresa
abiertamente: "la vida humana desde su concepción ha de ser
salvaguardada con máximo
cuidado" (n.51). Y con precisión total lo confirma la C. para la
Doctrina de la Fe en su Declaración sobre el aborto provocado:
El respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de
la generación. Desde el momento de la fecundación del óvulo, se inicia
una vida que no es del padre ni de la madre, sino de un nuevo ser humano
que se desarrolla por sí mismo. No llegaría nunca a ser humano si no lo
fuese ya en aquel momento.(n.12)
Esta afirmación clara es confirmada por la misma ciencia genética, como
reconoce la misma declaración:
La ciencia genética aporta preciosas confirmaciones. Ella ha demostrado
que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será
este ser viviente; a saber, un hombre y un individuo, provisto ya de
todas sus notas propias y características. Con la fecundación ha
comenzado la maravillosa aventura de una vida humana, cada una de cuyas
capacidades exige tiempo para ponerse a punto y estar en condiciones
de actuar.(n.13)
Con la fecundación del óvulo por un espermatozoide se inicia una vida
humana; de dicha unión no se origina una vida que, una vez desarrollada,
nos dé un elefante o una merluza, sino un ser humano, una persona
humana. El proceso de fertilización marca la existencia de una realidad
distinta de los progenitores, con toda la dotación cromosómica propia y
con capacidad de autodesarrollo. Ya en el momento de la fecundación, con
la fusión de los gametos, aparece un genotipo distinto del del padre y
del de la madre, con posibilidad de autodesarrollo homogéneo. El óvulo
fecundado, por tanto, no pertenece a la madre como un tejido o un órgano
de ella; el embrión o feto no es "carne" o "cosa" de la madre. Esa vida
biológicamente distinta de la de la madre es única e irrepetible, con
mecanismos internos propios; el proceso de desarrollo y crecimiento es
ordenado no por la madre, sino por el propio embrión. De aquí que la
vida humana merezca todo el respeto desde el momento de la fecundación.
El segundo momento es el de la segmentación, proceso mediante el cual
se realiza el fenómeno de la individuación en el caso de los gemelos. La
implantación o anidación en el útero y la posterior aparición de la
corteza cerebral no son más que momentos del desarrollo de la vida
humana comenzada en la fecundación. La actividad cerebral presupone la
estructura cerebral ya presente antes de empezar su funcionamiento. No
se puede argumentar con la analogía de la muerte: la desaparición de
toda actividad de la corteza cerebral marca el final de la vida
biológica, ya que se verifica ahí la condición de irreversibilidad, pero
la aparición del funcionamiento cerebral no marca el comienzo de la
vida, ya que tal funcionamiento está exigido previamente.[1]
Como dicen los Obispos españoles en su Nota sobre el aborto:
El proceso embrionario es un proceso continuo en el que, desde el
principio, estamos ya ante una realidad humana... Aunque pudiera
opinarse que en la primera fase del proceso embrionario no existiera aún
persona humana, sin embargo, nos encontramos ya desde el comienzo del
mismo por lo menos con una individualidad genética ‑distinta y
diferenciada de la de los padres‑ intrínsecamente orientada a la
constitución de una persona humana, que origina un derecho fundamental a
la vida.(n.2)
El primer dato indiscutible, puesto hoy en evidencia por la genética y
de un modo palpable por la FIVTE, es el hecho de que desde el
primer momento de la fecundación nos hallamos ante un nuevo ser. Este
nuevo ser tiene en sí el proyecto de su vida, que realiza por sí mismo y
no por la madre. El niño, desde el momento de su concepción, es el
arquitecto que desarrolla el proyecto interno de su ser. Negar al
embrión el papel de protagonista, como hacen quienes le llaman
pre‑embrión con la finalidad de descalificarlo y justificar el aborto
antes de la anidación, es una violación de la verdad objetiva y, además,
anticientífico.
Aún cuando, en sus primeros estadios, no sea reconocible la figura
humana, ya se dan en el embrión cientos de miles de células musculares
que hacen pulsar un corazón; ya se dan decenas de millones de células
nerviosas ensambladas en circuitos, que se disponen a formar el sistema
nervioso de una persona determinada, singular y concreta. El hombre, que
aparecerá al final, está ya germinal o genéticamente presente desde el
comienzo, incluso en sentido individual.
En todas estas fases, la biología muestra una concatenación de procesos vitales determinados por el código genético constituido en el momento de la fecundación. El desarrollo gradual de los órganos y de las formas externas no constituyen el principio de la vida humana, sino su manifestación. Toda intervención que destruya una vida comenzada es, por tanto, matar una vida humana. Entre el feto y el niño nacido no existe ninguna diferencia sustancial.
Es inaceptable, por otro lado, la concepción reduccionista del concepto
de alteridad aplicado a la persona humana, que exige para ser
considerado persona el ser aceptado por los demás. La alteridad, en una
genuina interpretación de la filosofía personalista, no es una
aceptación o relación que se puede dar o quitar al ser
humano. Ya la misma existencia de la persona exige ser respetada y
aceptada como tal persona por las otras personas.[2]
El embrión, desde su concepción, en cuanto ser humano, es ya objeto
particular del amor de Dios, que no llama a nadie en vano a la vida,
como piensan los impíos:
Los impíos con las manos y las palabras llaman a la muerte; teniéndola
por amiga, se desviven por ella... Porque se dicen: "Corta es y triste
nuestra vida;... por azar llegamos a la existencia y luego seremos como
si nunca hubiéramos sido..." (Sab 1,16‑2,1ss)
Dios es un Padre que ama la vida y no olvida a nadie que haya llamado a
la existencia:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues si algo
odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa alguna que
no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado?
(Sab 11,24)
2. INDICACIONES O
MOTIVACIONES DEL ABORTO
El aborto procurado se suele catalogar según la motivaciones
o indicaciones que llevan a la interrupción voluntaria del
embarazo. Aunque no hay total unanimidad entre los autores, comúnmente
se distinguen los siguientes tipos:
Se habla de aborto terapéutico cuando la continuación del
embarazo pone en peligro la vida de la mujer gestante. Esta
terminología es impropia, pues no se trata de terapia. La intervención
no se orienta a la curación de una enfermedad. Con el aborto no se pasa
de la enfermedad a la salud, sino que se efectúa una acción sobre el
feto sano para prevenir una enfermedad o el riesgo de muerte de la
madre. Se podría hablar de aborto terapéutico en el caso de la
extirpación necesaria e inaplazable de un tumor del útero que
indirectamente comportase la muerte del feto.
En realidad, el llamado aborto terapéutico ‑interrupción del embarazo
ante el peligro que supone para la vida o salud de la madre‑, en la
actualidad, carece de toda significación. En épocas pasadas esta
situación se daba con cierta frecuencia. Pero hoy, gracias a los
progresos de la medicina, esta situación es excepcional; sólo se puede
presentar el peligro para la madre en el embarazo ectópico, es
decir, cuando el embarazo no tiene lugar en la matriz, sino en las
trompas u ovarios.
Y en los casos en que, por las condiciones precarias de salud de la
madre, el embarazo supone un peligro de agravamiento de la enfermedad,
la verdadera terapia es la que se dirige a eliminar directamente la
enfermedad sin lesionar la vida del feto.[3]
El deber del médico en estos casos es el de sostener la vida de la madre
y la vida del niño, prestando todos los medios terapéuticos posibles a
ambos. Entre estos medios nunca puede incluirse el de dar la muerte a
ninguno de los dos, pues matar no es un acto ni médico ni terapéutico.
La vida humana puede terminar, pero no puede ser directamente suprimida
por ningún motivo, ni siquiera para salvar otras vidas.
Ultimamente se quiere ampliar el concepto de aborto terapéutico también
a los casos en que el embarazo suponga complicaciones psíquicas para la
madre. Es algo incomprensible cómo se pueda sugerir la eliminación de
una persona no deseada para defender el equilibrio psíquico de alguien.
Se llama aborto eugenésico al aborto procurado cuando existe el
riesgo o la certeza de que el nuevo ser nazca con anomalías o
malformaciones congénitas. (Impropiamente, en medicina se le llama a
veces terapéutico).
La diagnosis prenatal permite hoy conocer en el seno materno las
malformaciones del feto. Se suelen usar dos técnicas para ello: la
amniocentesis o análisis del líquido amniótico, en el que se
encuentra inmerso el feto; este análisis permite diagnosticar
enfermedades cromosomáticas, como el mongolismo. La segunda
técnica es la ecografía, en la que mediante ultrasonidos puede
visibilizarse el feto y, así, diagnosticar malformaciones como la
hidrocefalia o microcefalia...
La diagnosis prenatal permite, a veces, curas adecuadas del hijo o de la
madre, evitando posteriores sufrimientos. Gracias a este diagnóstico
precoz, los padres pueden quizás prepararse mejor para superar las
dificultades psicológicas o espirituales
que supone la acogida de un hijo minusválido. A otros,
obsesionados por el miedo a tener un hijo subnormal, la diagnosis
prenatal les calmará, quitándoles los temores infundados, liberando al
mismo tiempo al hijo de las consecuencias que esa angustia hubiese
tenido para él. A algunos padres, incluso, la diagnosis prenatal les
librará del recurso al aborto.
Sin embargo, como ya queda dicho, en la actualidad, la diagnosis
prenatal y la perspectiva del aborto se hallan estrechamente
vinculadas. Hay médicos que se niegan a realizar esta diagnosis si los
padres no dan antes su consentimiento al aborto en el caso de que se
descubra una malformación en el embrión. Se parte, pues, de la idea de
que el niño minusválido no tiene derecho a la vida, que se le ha
transmitido. El Episcopado español, en su declaración Actitudes
morales y cristianas ante la despenalización del aborto, contestaba
esta visión:
Cualquier ser humano, tanto más cuanto más necesitado y desvalido se
encuentre, tiene en sí la grandeza de haber sido creado por Dios a su
imagen y semejanza para desarrollarse libremente en el mundo y alcanzar
la plenitud en la vida eterna.(n.3, del 28‑6‑1985)
La presencia de una malformación o minusvalía no puede equivaler a una
sentencia de muerte, sino todo lo contrario: exige, en nombre de la
dimensión social de toda persona, una tutela, protección y ayuda
especial.
Hoy estamos ante una "cultura de muerte", portadora de una concepción de
la sociedad basada en la eficacia. Mirando las cosas desde este punto de
vista, se puede hablar de una guerra de los poderosos contra los
débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida
por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto,
despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su
minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en
discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados,
tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien
eliminar. Se desencadena así una especie de conjura contra la vida
(EV 12).
En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la
existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento
personal, es "censurado", rechazado como inútil, más aún, combatido como
mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo... El criterio de la
dignidad personal -el del respeto, la gratuidad y el servicio- se
sustituye por el criterio de la eficiencia, la funcionalidad y la
utilidad. Se aprecia al otro no por lo que "es", sino por lo que "tiene,
hace o produce". Es la supremacía del más fuerte sobre el más débil (EV
23).
Así se llama en Perú (donde escribo), pero este tipo de indicación, que
califica al aborto, recibe otros muchos nombres, todos ellos impropios,
como "aborto humanitario" o "aborto ético". Se trata del aborto
procurado cuando el embarazo ha sido consecuencia de una acción
violenta, como la violación. También se da este nombre cuando el
embarazo es fruto de relaciones incestuosas, con menores de edad o con
deficientes mentales. Se trata, en definitiva, de una violación.
El embarazo, fruto de una violación, supone una situación anómala, pues
el hijo no es fruto del amor, sino de la violencia. Pero el menos
culpable es el hijo engendrado. No es él quien debe morir, ciertamente.
Por otra parte, hay que decir que esta situación no es frecuente; se
dan muy pocos casos de fecundación por violación. Y siempre, en caso de
darse, queda la alternativa realmente humanitaria y ética de la
adopción del hijo concebido y alumbrado sin que la madre lo deseara.
Se denomina aborto psicosocial al aborto procurado cuando el
embarazo resulta no deseado por motivos de carácter social o
psíquicos. Bajo esta indicación caben infinidad de situaciones:
problemas económicos, de vivienda, embarazos en mujeres solteras o como
consecuencia de relaciones extraconyugales, motivos psicológicos en la
mujer, como temor al embarazo o al parto... Es la panacea de los
abortistas. En realidad, las indicaciones psicosociales son la causa
más frecuente del número de abortos provocados en el mundo.
El número elevado de abortos provocados ‑se calculan alrededor de 50
millones al año‑, que crece con la legitimación legal en la mayoría de
los países en los últimos años, y la poca importancia de las razones
que sirven de justificación, ponen de relieve el oscurecimiento del
valor de la vida en gestación. Con razón se puede hablar de nuestra
sociedad como de una sociedad abortista y de nuestra cultura como
cultura de muerte.
El hecho de que se tienda a considerar el aborto como un logro necesario
o al menos como solución para determinadas situaciones conflictivas,
nos obliga a descubrir y combatir las causas reales de la existencia del
aborto voluntario, sea legal o clandestino, castigado o permitido,
clínico o privado, ya que la anunciada "píldora abortiva" podría
trasladar al ámbito doméstico lo que hasta ahora requiere una
intervención médica. Al respecto, el doctor francés Jerome Lejeune,
refiriéndose a la píldora Ru486, a la que aluden los obispos
españoles, escribe:
Me avergüenzo de mi país, el país de Pascal, que hoy difunde como
medicamento el primer pesticida anti‑humano de la historia, la primera
píldora que no tiene otra finalidad que la de suprimir la vida... Nos
hallamos ante el primer preparado químico, cuyo porcentaje de éxito se
mide en vidas suprimidas.
3. FACTORES QUE LLEVAN AL
ABORTO
Los factores que han llevado a nuestra sociedad a esta cultura de
muerte son muchos.[4]
En primer lugar está la
creciente permisividad sexual y la correspondiente banalización de la
sexualidad, reducida a la búsqueda egoísta del placer. Esta
permisividad va acompañada de la creciente aceptación social del
aborto. Es innegable que el número tiene una gran incidencia en la
sensibilidad de las personas; la multiplicación numérica de los abortos
hace que ya no sea un hecho tan chocante.
El recurso al aborto es con frecuencia fruto de un abuso puramente
egoísta, alienante e irresponsable de la sexualidad, ejercida incluso de
manera prepotente y aún violenta, especialmente por parte del varón.
Dentro de esta mentalidad surge la reivindicación del aborto por parte
de algunas mujeres para poder disfrutar de su cuerpo en las mismas
condiciones que los varones. El error de estas reivindicaciones está en
dar por buena una visión de la sexualidad que degrada a quien la
acepta, tanto al varón como a la mujer (Actitudes... 12).
La legalización del aborto no hace más que aumentar esta mentalidad
abortista. La permisividad legal, en concomitancia y consecuencia de una
sociedad permisiva, contribuye a la aceptación del aborto; es algo casi
inconsciente el razonamiento de muchas personas: si el aborto es lícito
legalmente, ¿por qué no es lícito moralmente?
En todas partes donde se ha legalizado el aborto se ha constatado que
la ley no ha eliminado los abortos clandestinos, finalidad que alegan
siempre los propulsores de su legalización. Más bien, la ley abortista
ha aumentado los abortos ilegales. La clandestinidad no depende sólo ni
primeramente del temor a la pena que pueda infligir el Estado; las
motivaciones son otras, como el secreto familiar y social que la ley no
puede tutelar en casos de concepciones por adulterio o en embarazos de
mujeres sin casar y jovencísimas. Además, como dice E. Sgreccia, una vez
admitido por la ley que una persona puede abortar a la luz del sol, no
se entiende por qué no se va a poder hacer la misma cosa en el secreto
de un ambulatorio o de una casa, si se prescinde del valor moral.
El progreso técnico, por su parte, coopera eliminando los riesgos de las
intervenciones abortistas; la facilidad técnica del aborto le despoja de
ciertos dramatismos y así reduce su impacto psicológico negativo:
Para facilitar la difusión del aborto, se han invertido y se
siguen invirtiendo ingentes sumas destinadas a la obtención de productos
farmacéuticos, que hacen posible la muerte del feto en el seno materno,
sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico. La misma investigación
científica sobre este punto parece preocupada casi exclusivamente por
obtener productos cada vez más simples y eficaces contra la vida y, al
mismo tiempo, capaces de sustraer el aborto a toda forma de control y
responsabilidad social (EV 13).
Añádase a esto los intereses políticos y económicos de determinados
grupos, que manipulan a los demás con miedos demográficos o ecológicos,
induciendo a la práctica del aborto.[5]
En relación a los países pobres, los países superdesarrollados, en
lugar de ofrecerles una ayuda desinteresada para resolver los problemas
de miseria, imponen con crueldad inhumana la drástica reducción de la
natalidad con anticonceptivos primero y con el aborto después.[6]
Los medios de comunicación, mass‑media, se ofrecen como
difusores de esta cultura de moda: "Los medios de comunicación social
son con frecuencia cómplices de esta 'conjura contra la vida', creando
en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la
anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como
un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como
enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a
favor de la vida" (EV 17).
Esta servidumbre a la cultura de moda se manifiesta en la
pseudo‑emancipación de la mujer, que se siente más libre manejando
robots ‑ordenadores, calculadoras,etc‑ que siguiendo el crecimiento
único y original de cada hijo o que proclaman su derecho a abortar
libremente en nombre del dominio sobre el propio cuerpo.
Es un hecho que buen número de abortos provienen de mujeres casadas.
Puede influir en ello una mentalidad excesivamente consumista que valora
más las comodidades y el bienestar que la vida de un nuevo
hijo.(Actitudes 14)
Los mecanismos que están favoreciendo el aumento creciente de abortos,
alegando las más fútiles motivaciones, se podrían multiplicar. Baste,
para terminar, una última de enorme influencia.
Nuestra sociedad idolatra la vida sana, fuerte, joven en su
dimensión puramente física. Dentro de esta mentalidad se hace casi
imposible la aceptación de un ser con disminuciones físicas o
psíquicas. Los temores a tener un hijo subnormal crean un clima
emocional particularmente propicio para el aborto...
Pero, como proclama la Comisión Permanente del Episcopado Español, "la
calidad humana de una sociedad se mide, entre otras cosas, por el grado
de acogida que mantiene y el trato que da a sus miembros más débiles y
disminuidos física y mentalmente. El camino de la eliminación es el
camino de la crueldad y de la degradación" (Actitudes... 15). Y podemos
añadir que aprobar el asesinato de una persona inocente lesiona el valor
que sustenta como fundamento a la misma sociedad.
Otras razones, que suelen aducirse para justificar la legalización del
aborto, como la autonomía de la mujer, la libertad de
conciencia o la convivencia pacífica de las diversas opciones
personales, son tan sinrazones o irracionales que no merecen que se las
tenga en cuenta. Si la autonomía, libertad o convivencia pacífica (?)
nos llevan a dar muerte a un niño inocente, ¿cómo garantizar la vida de
los ancianos, de los impedidos, de los deficientes mentales, de los
miembros de otra raza, de los disidentes políticos o de cualquier
enemigo? Con razón la madre Teresa de Calcuta ve en la legalización del
aborto la semilla de la próxima guerra mundial.[7]
La supresión efectiva de la persona es la culminación de la violencia,
que comienza con la descalificación y descrédito de la víctima. No se
mata si previamente no se ha desacreditado a la victima. Desde la
patológica autoestima de salvador mesiánico de la humanidad, el violento
mata a los que él previamente a descalificado, como ocurre en el
aborto, calificando al niño de "material biológico", "proyecto humano",
"vida sin valor"...
La inviolabilidad de la vida humana hace irrelevante el momento en que
se encuentre el feto o embrión en su desarrollo. Dos días, quince días o
tres meses no cambia nada. Esté anidado, con la aparición de la corteza
cerebral o con la formación somática no cambia la valoración moral del
aborto. Cuando la vida humana pierde su valor de persona se mata al niño
no deseado en el seno de la madre, al niño nacido con malformaciones, al
joven que con su delincuencia rompe la tranquilidad burguesa, al
emigrante de otra raza que llega a "robar" el puesto de trabajo, al
adulto que, con una enfermedad crónica, se vuelve un peso para la
familia y para la sociedad, y al anciano improductivo y molesto. Y así
se cierra el círculo de muerte: madres abortistas engendran hijos
eutanasistas.
4. VALORACION MORAL DEL ABORTO
La tradición de la Iglesia, a través de los siglos, es constante y
unánime en la condena del aborto. La Iglesia expresa hoy su doctrina en
una formulación que se ha ido precisando con el correr del tiempo. Si
bien entre los moralistas se dan ciertas discrepancias, a nivel
episcopal la postura de la Iglesia con relación al aborto es unánime. La
condena del aborto aparece como un servicio indiscutible e incondicional
a la vida. Establece unos criterios objetivos de protección de la vida,
considerando la fecundación como momento inicial de ella. De esta forma,
la valoración de la vida del embrión queda protegida de todo
subjetivismo, como gustos, costumbres, manipulaciones y
arbitrariedades que de otro modo amenazan la vida incipiente.
En este punto, la unanimidad de la tradición de la Iglesia es universal
desde sus comienzos. Frente a la práctica del aborto en el mundo
greco‑romano, los primeros cristianos afirmaron de modo taxativo e
inequívoco el respeto de la vida humana en el seno de la madre. Así
aparece explícitamente en la Didaché o Doctrina de los doce apóstoles,
en el siglo primero. Atenágoras, en la Legatio pro christianis (año 177
aproximadamente), presenta el respeto de la vida humana en el seno
materno como característica que distingue a los cristianos de los demás.
Tertuliano, en el Apologeticum (año 197), dice que impedir el nacimiento
es un homicidio anticipado. San Basilio el Grande, en la primera Carta
a Anfilochio (año 374) dice claramente que no se debe andar con sutiles
disquisiciones acerca de si el feto está formado o no; a quien comete un
aborto se le ha de imponer la penitencia correspondiente al
homicidio...[8]
La inmoralidad del aborto, en cuanto violación positiva y directa del
derecho a vivir del ser humano, incluye la inmoralidad
de la cooperación a su realización. La cooperación puede ser
física, ayudando de hecho a realizar la acción abortiva; o moral, por
ejemplo, induciendo o aconsejando la misma. No sólo quien realiza el
aborto, sino quien coopera directa y formalmente en su ejecución, comete
una transgresión grave del orden moral...
La Iglesia, movida por el deseo de proteger la vida de los no nacidos y
tratando de fortalecer la conciencia de los católicos en este punto,
considera excomulgados a quienes procuran un aborto, si éste llega a
realizarse. Esta excomunión es una pena impuesta por la Iglesia para
subrayar la gravedad de una acción por la que, quien la comete, se priva
ya a sí mismo de la plena comunión espiritual con la Iglesia (n.7; can.
1398; 1321;1324).[9]
La Iglesia no sólo condena el aborto, sino que
mantiene, mundialmente, una posición abiertamente contraria a
cualquier forma de legalización del aborto. En palabra de la Comisión
Episcopal Española para la Doctrina de la Fe:
Nuestra conciencia de pastores nos constriñe a proclamar que el
inviolable respeto a toda vida humana es un principio tan fundamental
que debe ser legalmente salvaguardado. Una sociedad en la que el derecho
a la vida no está legalmente protegido es una sociedad intrínsecamente
amenazada. Por ello, aun siendo verdad que el legislador no está
obligado siempre a penalizar toda infracción moral, es deber suyo, en
razón del bien común, la defensa y la protección de toda vida
humana.(Nota sobre el aborto,n.13)
Cuando una ley aprueba una conducta moralmente ilícita, la misma ley se
hace inmoral. Y no vale decir que la ley, que legaliza el aborto, "no
crea el aborto, sino que regula el hecho del aborto" que ya existe en
forma creciente en nuestra sociedad. Con esta lógica se debería
despenalizar el robo y el crimen que existen igualmente en forma
creciente en nuestra sociedad. La función de la ley y del Estado queda
minada cuando un hecho ilícito de tal gravedad como la supresión de la
vida es reconocido como legal. Un hecho es que tal cosa se dé contra la
ley y otro muy distinto es que se dé con su aprobación. La función
pedagógica, social y moral de la ley desaparece.
La prohibición legal del aborto no es, ciertamente, el camino para
proteger eficazmente la vida no nacida. Pero, dada la mentalidad
juridicista de los hombres, la legalización jurídica lleva a la
confusión entre licitud jurídica y licitud moral, como demuestra el
aumento de abortos allí donde se ha despenalizado. Las cifras tampoco
demuestran que, con la legalización del aborto, disminuyan los abortos
clandestinos, que es una de las pretensiones más vociferadas a la hora
de proponerla. Es hipócrita, igualmente, la pretensión de acabar,
mediante la legalización del aborto, con la discriminación entre pobres
y ricos, pues la despenalización del aborto deja en situación de
inferioridad total precisamente a los seres más débiles, más carentes de
recursos, situados en una condición absoluta de indefensión.
Si se considera que la ley y la acción de los legisladores deben
proteger siempre los bienes fundamentales de la sociedad y de todos sus
miembros, el hecho mismo de la despenalización, aparte de la mentalidad
abortista que crea, es en sí misma una decisión moralmente injusta. La
vida del nuevo ser humano queda sin la protección que le es debida, como
la de cualquier persona, abandonada a la voluntad de otros.
En vez de buscar soluciones positivas a las situaciones difíciles y
dolorosas, que sin dudan pueden presentarse, especialmente para los
padres afectados, esta ley propicia la solución más fácil al permitir la
eliminación física del que va a nacer. De esta manera, se quiera o no,
el pueblo puede acostumbrarse a pensar que la supresión física de quien
crea dificultades es una
manera legítima de resolver los problemas. Si se puede matar a un no
nacido en determinadas condiciones, ¿por qué no en otras? ¿y por qué no
aplicar el mismo criterio respecto a otras personas que no estén ya en
plenitud de vida? (Ibidem,n.5).
Una sociedad que niega el derecho primario a la vida, ¿cómo puede
garantizar los otros derechos que proclama en tantas de sus
declaraciones? ¿No serán papel mojado? ¿Qué quiere decir, cuando se
admite el aborto, que "la preocupación por el interés del individuo
debe siempre prevalecer sobre los intereses de la ciencia y de la
sociedad"?.[10]
Una vez más hay que afirmar que la ley no coincide con la ética. La ley
no siempre puede impedir todo mal o abuso en el ejercicio de la libertad
personal de los ciudadanos, pero debe siempre crear las condiciones para
la vida moral de toda persona. Por ello, la ley debería defender la vida
de todos, especialmente la vida de los más indefensos. Si no tutela la
vida, la ley es inicua y es preciso oponerse a ella. "Es preciso
obedecer a Dios antes que a los hombres", respondieron los apóstoles al
Sanedrín.
Por otra parte, la ley no puede imponer a nadie matar a una persona. No
puede, pues, exigir al médico que preste su colaboración al aborto. La
objeción de conciencia es, por tanto, lícita y obligatoria para el
médico en el caso del aborto legalizado
11.
Finalmente, hay que decir que para la eliminación o reducción del aborto no
basta, como ingenuamente creen algunos, con eliminar las causas sociales
que se presentan como indicaciones de muchos abortos: problemas de
vivienda, de pobreza, de educación, de sanidad, etc. "Los hechos, como
constata F.J. Elizari, prueban cómo las sociedades y clases más avanzadas
siguen acudiendo al aborto, a pesar de tener en gran parte resueltos todos
esos problemas de empleo, vivienda, cuidado de la salud,etc. En el aborto
influyen poderosamente ciertos rasgos presentes en la mentalidad de nuestra
sociedad: concepto de libertad del cuño burgués más descarado, concepto
utilitarista de la sociedad y del hombre, civilización consumista,
incapacidad para diferir las propias satisfacciones o renunciar a ellas en
virtud de una solidaridad humana, concepto consumista de la sexualidad,
tiranía de la programación, que llega hasta a eliminar con frialdad a los
seres humanos no deseados o defectuosos en las primeras fases de su
existencia".
Y, como raíz de esta mentalidad, está lo que ya descubrió San Pablo. Una
sociedad que niega a Dios, creador y señor de la vida, es una sociedad que
niega la vida y engendra una civilización de muerte. La fe en Dios, que
ofrece la vida eterna en su Hijo Jesucristo da, en cambio, valor a toda vida
humana.
En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la "cultura de
la vida" y la "cultura de la muerte" es necesario llegar al centro del drama
vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del
hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el
secularismo. Quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en
el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de
Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y
de su vida (Cfr EV 21-24).
La Iglesia que, como Maestra, ha expuesto con claridad la verdad, no se
olvida de que es Madre. Y, también como madre, se dirige "a las mujeres que
han recurrido al aborto":
La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra
decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión
dolorosa e incluso traumática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado
en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo
profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no
abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo
en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al
arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su
perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de
que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que
ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas
amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre
los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida (EV 99;Cfr EV
59).
[1] J.
ELIZARI, El aborto ya es legal. ¿Qué hacer?, Madrid 1985;J. GAFO, El
aborto ante la conciencia y la ley, Madrid 1982;EPISCOPADO FRANCES,
Vie et mort sur commande, La Document.Catholique de Nov 1984.
[2]
Cfr EV 60; G.B. GUZZETTI, Quando l'embrione è persona?, Rivista di
Teologia Morale 73(1987)67‑79; S. LEONE, I diritti dell'embrione,
Medicina e Morale 3(1985)583‑603;VARIOS, Il diritto alla vita, Roma
1981;VARIOS, L'Aborto. Riflessioni di studiosi cattolici, Milán
1975.
[3]
Cfr E. BOMPIANI, Le indicazioni dell'aborto "terapeutico": stato
attuale del problema, en L'aborto, riflessioni...,p. 191‑215;L.
CICCONE, L'Aborto, en "Non uccidere". Questioni di morale della vita
fisica, Milano 1984, p. 144‑256.
[6]
Cfr M. SCHOOYANS, L'avortement, problème politique, NouvRevTh
96(1974)1031‑1053 y 97(1975)25‑50.