Dichos de los Sabios de Israel: 29. Hospitalidad - 30. Sobre el Modo de Consolar
E. JIMENEZ
HERNANDEZ
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2. Que los pobres hablen bien de ti...
4. Dios escucha el grito de los perseguidos
Yosef ben Yojanan de Jerusalén decía: que tu casa
esté abierta de par en par y los pobres sean considerados como miembros
de tu familia.
“Que tu casa esté abierta de par en par”. ¿De qué
manera? Esto enseña que la casa de un hombre debe tener una entrada
espaciosa al norte, otra al sur, otra al este y otra al oeste, igual que
Job que hizo cuatro puertas para su casa. Y ¿por qué hizo Job cuatro
puertas para su casa? Para que los pobres no se inquietaran teniendo que
dar la vuelta a toda la casa: el que venía del norte podía entrar
directamente, el que venía del sur podía entrar directamente, y así
desde todas las direcciones. Por eso hizo Job cuatro puertas para su
casa, como está escrito: “Mis puertas abría al viajero” (Jb 31,32).
2. QUE LOS POBRES HABLEN BIEN DE TI...
“Y los pobres sean considerados como miembros de tu
familia”. No realmente como miembros de tu familia, sino que los pobres
hablen de lo que han comido y bebido en tu casa del mismo modo que
hablaban los pobres de lo que habían comido y bebido en casa de Job.
Pues cuando se encontraban dos pobres, se decían uno a otro:
-¿De dónde vienes?
-De casa de Job.
-¿A dónde vas?
-A casa de Job.
Cuando aquella gran desgracia le sobrevino (Jb
1,13-19), Job dijo ante el Santo, bendito sea:
-No he actuado como otros. Otros comen pan blanco y
dan de comer a los pobres pan negro. Otros visten trajes de lana y
visten a los pobres con ropas de saco. Yo no he actuado así. Por el
contrario, de lo que yo comía daba de comer a los pobres, según se dice:
“¿Comí solo mi pedazo de pan y de él no comió el huérfano?” (Jb 31,17),
y con lo que yo me vestía, vestía a los pobres, según se dice: “¿Y del
vellón de mis corderos no se calentó?” (Jb 31,20). Con la lana que yo
esquilaba y con la que yo me vestía, vestía a los pobres.
Pero, como Job empezase a alabarse a sí mismo,
diciendo “¿qué hizo Abraham, nuestro padre, que yo no haya hecho?”, el
Santo, bendito sea, le dijo:
-Job, ¿hasta dónde vas a llegar en tu alabanza? Si el
pobre no hubiera venido a tu casa, no te habrías compadecido de él. Sin
embargo Abraham no actuó así, sino que al tercer día de la circuncisión,
estando aún bajo sus dolores, fue y se sentó a la puerta de su tienda a
esperar a los viandantes, según se dice: “Y él estaba sentado a la
puerta de la tienda, en el mayor calor del día” (Gn 18,4).
Y siguió diciéndole:
-Job, aún no has alcanzado ni la mitad de la medida
de Abraham. Además de permanecer sentado en el interior de tu casa,
acogiendo sólo a los viajeros que entran en ella, tú, al que tiene
costumbre de comer pan de trigo, le das pan de trigo; al que tiene
costumbre de comer carne, tú le das carne; al que está habituado a beber
vino, le das vino. Pero Abraham no actuaba así. Por el contrario, salía
y rondaba por todas partes. Cuando encontraba viajeros los llevaba a su
casa. Y a quien no tenía costumbre de comer pan de trigo, le daba pan de
trigo; al que no tenía costumbre de comer carne, le daba carne; al que
no estaba habituado a beber vino, le daba vino. Y no sólo eso, además se
puso a construir grandes mansiones junto a los caminos y dejaba allí
comida y bebida de modo que todo el que llegaba y entraba podía comer y
beber y bendecía a los cielos. Por eso le fue concedido el bienestar. Y
todo lo que uno pedía se encontraba en casa de Abraham, según se dice:
“Y plantó un tamarisco en Berseba” (Gn 21,33).[1]
4. DIOS ESCUCHA EL GRITO DE LOS PERSEGUIDOS
Rabbí Zeira decía: Los hombres de Sodoma eran los más
ricos del mundo gracias a la tierra buena y fértil que habitaban. Pero
no confiaron en la sombra de su Creador, sino en sus muchas riquezas; y
las riquezas quitan el temor del cielo, según está escrito: “El sendero
no lo conoce el buitre” (Jb 28,7).
Rabbí Yehosúa decía: Se nombraron jueces de falsedad,
que atropellaban a los viajeros o forasteros que entraban en Sodoma, y
los expulsaban desnudos, como está dicho: “Atropellan al forastero
injustamente” (Ez 22,29).
Saciados de los productos de la tierra, vivían
seguros en paz y tranquilidad. Estando hartos de todo, no eran capaces
de tender la mano con un trozo de pan para el pobre o necesitado, como
está dicho: “Mira, éste fue el delito de Sodoma, tu hermana: soberbia,
hartura de pan, paz y tranquilidad...,
y no tendieron una mano al pobre y al necesitado” (Ez 16,49).
Hasta lanzaron esta proclama:
-Todo el que tienda la mano con un trozo de pan al
pobre será quemado en el fuego.
Pelilit, hija de Lot, que estaba casada con uno de
los magnates de Sodoma, vio a un miserable tirado en una calle de la
ciudad, y su ánimo se llenó de compasión hacia él. ¿Qué hizo? Cada día,
cuando salía de casa a sacar agua, ponía en su cántaro toda clase de
alimentos y así alimentaba al pobre. Los hombres de Sodoma se decían:
¿De qué vive este miserable? Hasta que se enteraron de la cosa y sacaron
a Pelilit para quemarla. Entonces ella gritó:
-Dios del mundo, defiende mi causa frente a los
hombres de Sodoma.
Subió su grito hasta el trono de la gloria. El Santo,
bendito sea, dijo:
-Voy a bajar a ver si la cosa es como este grito que
ha llegado hasta mí (Gn 18,21).
Cuando murió el hijo de Rabbán Yojanán, sus
discípulos acudieron a consolarlo. Entró R. Eliezer, se sentó ante él y
le dijo:
-Maestro, si tú quieres, te diré algo.
-Habla.
Comenzó R. Eliezer:
-El primer hombre tuvo un hijo que murió (Abel) y se
dejó consolar por él, según está dicho: “Aún conoció Adán a su mujer”
(Gn 4,25). También tú debes recibir consuelo.
Contestó Rabbán Yojanán:
-¿Acaso no es bastante para mí el estar atormentado
por mí mismo, para que tú me recuerdes la pena del primer hombre?
Entró R. Yehosúa y le dijo:
-Si quieres, te diré algo.
-Habla.
Le dijo:
-Job tenía hijos e hijas, todos ellos murieron en un
solo día (Jb 1,18-19), pero se dejó consolar por ellos, según está
dicho: “Yahveh me lo dio y Yahveh me lo ha quitado, bendito sea el
nombre de Yahveh” (Jb 1,21).
Replicó Rabbán Yojanán:
-¿No es suficiente para mí estar atormentado por mí
mismo, para que tú me recuerdes la pena de Job?
Entró R. Yose y, sentándose ante él, le dijo:
-Si tú quieres, te diré algo.
-Habla.
Le dijo R. Yose:
-Aarón tenía dos hijos mayores, ambos murieron en un
mismo día (Lv 10,1-2), pero se dejó consolar por ellos, pues está dicho:
“Y Aarón guardó silencio” (Lv 10,3) y el silencio no es otra cosa que el
consuelo. También tú debes recibir consuelo.
Replicó Rabbán Yojanán:
-¿Acaso no tengo bastante con estar atormentado por
mí mismo, para que tú me recuerdes la pena de Aarón?
Entró R. Simón y le dijo:
-Maestro, si tú quieres, te diré algo.
-Habla.
Le dijo R. Simón:
-El rey David tenía un hijo que murió (2S 12,1-23) y
se dejó consolar. También tú debes aceptar el consuelo. ¿Y de dónde
sabemos que David recibió consuelo? Porque está dicho: “Luego David
consoló a Betsabé, su mujer, y habiéndose llegado a ella, yació con
ella, y dio a luz un hijo, al cual puso por nombre Salomón” (2S 12,24).
También tú, maestro, debes recibir el consuelo.
Replicó Rabbán Yojanán:
-¿No es suficiente para mí el estar atormentado por
mí mismo, para que tú me recuerdes la pena del rey David?
Entró, finalmente, R. Elazar. Tan pronto como lo vio,
dijo Rabbán Yojanán a su criado:
-Cógeme una muda y ungüentos y sígueme a la casa de
los baños, porque él es un gran hombre y no podré resistir ante él.
R. Elazar, pues, entró, se sentó ante él y le dijo:
-Te voy a poner un ejemplo. ¿A qué se parece esto? A
un hombre al que el rey confió un objeto valioso en depósito. Todos los días
el hombre lloraba, diciendo: “¡Ay de mí!, ¿cuándo me veré libre de este
depósito y podré estar en paz?”. También tú, maestro mío, tenías un hijo que
estudió la Torá, los Profetas y los Escritos, la Misnah, la Halakah y la
Haggadah, y que ha abandonado el mundo sin pecado. Tú debes, pues,
consolarte, por haber devuelto al Santo, bendito sea, el depósito intacto.
Rabbán Yojanán exclamó:
-Rabbí Elazar, hijo mío, ¡has sabido consolarme del modo en que los hombres deben hacerlo!