EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 1.1 TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD
Emiliano Jiménez Hernández
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1.1. TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD
a) Padre, Hijo y Espíritu Santo
b) De la economía de la salvación a la vida trinitaria
d) El Espíritu Santo: Dios personal
1. TERCERA
PERSONA DE LA TRINIDAD
a) Padre, Hijo y
Espíritu Santo
El Símbolo de nuestra fe parte de la confesión de fe "en Dios
Padre", que supone y nos lleva a la confesión de fe en Jesucristo,
su único Hijo, hecho hombre por nuestra salvación, y que desemboca,
como culminación, en la profesión de fe en el Espíritu Santo. La
cristología se abre a la pneumatología, que el Símbolo apostólico
expresa en la fórmula concisa: "Creo en el Espíritu Santo". Y el
Símbolo niceno-constantinopolitano amplía, diciendo: "Creo en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del
Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria
y que habló por los profetas".
La personalidad divina del Espíritu Santo ha sido revelada de
manera progresiva. Anunciada veladamente en el Antiguo Testamento,
se desvela en la palabra de Cristo, que manifiesta la plenitud del
misterio trinitario. En la posterior vida de la Iglesia, iluminada
por el mismo Espíritu, se precisará su divinidad y su ser personal,
distinta y en relación con el Padre y el Hijo.
San Gregorio Nacianzeno (+390) pone de manifiesto el lento progreso
de la revelación de Dios a lo largo del Antiguo Testamento, del
Nuevo y en la misma reflexión cristiana:
En efecto, el Antiguo Testamento predicaba abiertamente al Padre y,
de manera más oscura, al Hijo. El Nuevo Testamento ha manifestado
al Hijo y ha insinuado la divinidad del Espíritu. En la actualidad,
el Espíritu habita en nosotros y se nos manifiesta con mayor
claridad. Porque no era seguro, cuando la divinidad del Padre no
había sido confesada aún, predicar abiertamente al Hijo, y, antes
del reconocimiento de la divinidad del Hijo, imponernos, además
-hablo con mucha audacia-, al Espíritu Santo...Convenía, sin
embargo, que mediante avances y, como dijo David, mediante
ascensiones parciales, progresando y creciendo de claridad en
claridad, la luz de la Trinidad iluminara a los que habían recibido
ya luces...[1]
Sin embargo, el bautismo era administrado ya "en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo" cuando Mateo redacta su Evangelio
(Mt 28,19). Y la afirmación trinitaria era patrimonio de la Iglesia
desde san Pablo. Como fórmula bautismal, además de en Mateo, la
encontramos en la Didakhé y en San Justino.[2]
En San Ireneo aparece desarrollada en una confesión de fe dentro de
una catequesis:
En primer lugar, la fe recomienda que nos acordemos de que hemos
recibido el bautismo para la remisión de nuestros pecados en el
nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios
encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios.[3]
Por esta razón, el bautismo nos confiere la gracia del nuevo
nacimiento en Dios Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.
Porque los que llevan el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo,
es decir, al Hijo; pero el Hijo les presenta al Padre y el Padre les
otorga la incorruptibilidad. Por consiguiente, sin el Espíritu no es
posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede
aproximarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo y
el conocimiento del Hijo de Dios se realiza
por medio del Espíritu Santo. En cuanto al Espíritu, es
dispensado por el Hijo, en la manera que place al Padre, a título de
ministro, a quien quiere y como quiere el Padre.[4]
En Oriente, la herejía de Macedonio y de los "pneumatómacos", enemigos
del Espíritu Santo, -para quienes el Espíritu era sólo una fuerza, un
instrumento de Dios, creado para actuar en nosotros y en el mundo-
suscitaron la reacción de los doctores ortodoxos Atanasio, Basilio y
Gregorio Nacianzeno. Atanasio concluye, de la fórmula bautismal, que el
Espíritu Santo comparte con el Padre y con el Hijo la misma divinidad en
la unidad de una misma sustancia5
Y San Basilio escribe todo un tratado sobre el Espíritu Santo, donde
dice: "Es preciso ser bautizado según la forma que se ha recibido,
creer como se es bautizado, alabar como se cree"6
repitiendo que si el Espíritu no es consustancial al Padre y al Hijo, no
puede hacernos conformes al Hijo ni unirnos, mediante esta
conformación, al Padre; no puede, en definitiva, divinizarnos.
En la misma línea, el Concilio de Constantinopla del 381 completó la fe
de Nicea sobre el artículo del Espíritu Santo, confesándole: "Señor y
dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los Profetas".
Es la fe que seguimos proclamando en nuestro Credo
Niceno-Constantinopolitano, que nos viene de Atanasio, Basilio y de los
demás 150 padres conciliares.
La dificultad está en que, así como de Dios Padre tenemos la visión
personal y confiada de hijos, asegurada por la palabra de Cristo (Mt
6,30-33), y de Dios Hijo tenemos una visión aún más completa, al haber
aparecido entre nosotros en todo igual a nosotros, del Espíritu Santo,
en cambio, no poseemos una visión concreta, que corresponda en nuestro
lenguaje o ideas a algo similar a lo que significa Padre o Hijo. Aún
sabiendo y creyendo que es la tercera persona de la Trinidad, nos cuesta
representárnosle como persona. Aunque le llamamos Persona, al
referirnos a El, no recurrimos a imágenes personales, sino a símbolos
infrahumanos. Es más, si alguna vez se hizo, en los siglos XI-XVIII, los
símbolos humanos resultaron tan poco adecuados que Benedicto XIV
prohibió representar al Espíritu Santo en forma humana.
Esto tiene el peligro de que el cristiano, en su relación con el
Espíritu Santo, se olvide de El, como Persona viviente y vivificadora,
fijándose únicamente en sus obras, dones o frutos, desapareciendo la
intimidad con el creador de su vida interior y, así, pierde, al mismo
tiempo, la piedad trinitaria por falta de relaciones personales con una
de las Tres personas. Es, pues, necesario ver al Espíritu Santo como
Persona, que nos lleva a confesar a Jesús como Señor y a llamar a Dios
Padre. Para San Pablo el Espíritu Santo es Persona hasta el punto de que
le podemos contristar:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual habéis sido
sellados para el día de la redención (Ef 4,30).
b)De la economía de la salvación a la vida trinitaria
La obra de Dios en el mundo se debe a las Tres Personas de la Trinidad.
Por esta actuación conocemos a Dios, ya que Dios revela sus planes
realizándolos y, realizando sus planes, se revela y comunica a sí mismo.
Según la formulación de K. Rahner, aceptada por otros muchos teólogos,
inspirándose en la Escritura, el Símbolo de la fe y los primeros
Padres, "la Trinidad que se manifiesta en la economía de la salvación es
la Trinidad inmanente". La historia de la salvación no es solamente la
historia de la autorevelación de Dios; es la historia de su
autocomunicación. Dios mismo es el contenido de esa historia. La
Trinidad económica, revelada y comunicada, y la Trinidad inmanente
son idénticas porque la autocomunicación de Dios a los hombres en el
Hijo y en el Espíritu no sería una autocomunicación de Dios si lo que
es para nosotros en el Hijo y en el Espíritu no fuera propio de Dios en
sí mismo. De aquí que podamos conocer a Dios por lo que El nos ha
comunicado de El mismo.
De aquí que las "misiones divinas" del Verbo y del Espíritu se
correspondan a las "procesiones" mismas de estas personas. Esto da a la
vida del cristiano y a la Iglesia una calidad de vida teologal y divina.
El cristiano y la Iglesia viven, en las condiciones de la carne, de la
comunicación de Dios. La Iglesia es una y santa con la unidad y santidad
de Dios (Cfr. LG,n.4). Y en la vida del fiel cristiano, el misterio de
la vida divina tiene un reflejo en su alma santificada porque las
operaciones propias de la vida trinitaria determinan el modo de la
relación que mantiene el alma con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
según atestiguan los místicos. San Cirilo de Jerusalen lo dice así a los
iluminados:
El Espíritu Santo ilumina las almas de los justos: profetas y apóstoles.
Hay un solo Dios, el Padre, Señor del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y
un solo Señor, Jesucristo, profetizado en el Antiguo y hecho presente
en el Nuevo. Y un solo Espíritu Santo, que por medio de los profetas
predicó a Cristo y, una vez venido Cristo, descendió y lo mostró...El
Espíritu Santo es copartícipe de la gloria del Padre y del Hijo. Reina
sin principio y sin fin con el Padre y el Hijo sobre todos los seres
existentes. Santifica a los espíritus servidores que son enviados en
ministerio en favor de los que han de heredar la salvación. Descendió
sobre la santa y bienaventurada Virgen María, de la cual nació Cristo
según la carne, y también sobre el mismo Cristo en figura corporal de
paloma en el río Jordán. Se hizo presente sobre los apóstoles bajo
figura de lenguas de fuego. Dador y revelador de todos los carismas
espirituales en la Iglesia. Procede del Padre. Existe por la divinidad
del Padre y del Hijo. Es consustancial, indivisible e inseparable del
Padre y del Hijo.
Ya en la perspectiva de los padres conciliares de Oriente al definir la
divinidad del Espíritu Santo, se trataba, no sólo de la verdad de Dios,
sino también de la verdad del hombre y de su destino absoluto. Si el
Espíritu Santo no es Dios, nosotros no seremos divinizados, dicen
Atanasio y Gregorio Nacianzeno, refiriéndose a la fórmula del bautismo.
El Espíritu Santo es Dios porque realiza lo que sólo Dios puede obrar:
nuestra divinización(theiosis). Es lo que repetirán otros muchos
Padres, sobre todo orientales. Sirviéndose de las imágenes bíblicas,
dirá San Atanasio:
El Padre es luz, el Hijo su resplandor, el Espíritu el que nos ilumina.
Y, siendo el Padre fuente y el Hijo llamado río, se dice que bebemos del
Espíritu...Y así sucesivamente para todo lo que concierne a la
comunicación de la vida divina. El Espíritu realiza todo esto porque es
consustancial al Padre y al Hijo.
Entre las tres Personas divinas se da una perikhoresis
o "circumincesión", que formula así san Juan Damasceno:
Estas hipóstasis están la una en la otra, no para confundirse, sino
para contenerse mutuamente, siguiendo la palabra del Señor: Yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí...No decimos tres dioses: el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Al contrario, hablamos de un solo Dios, la
Santísima Trinidad, ya que el Hijo y el Espíritu se refieren a un solo
principio, sin composición ni confusión, contrariamente a la herejía de
Sabelio. Porque estas personas están unidas, no para confundirse, sino
para contenerse la una a la otra; y existe entre ellas una
circumincesión, sin mezcla ni confusión alguna, en virtud de la cual no
están ni separadas ni divididas en sustancia, contrariamente a la
herejía de Arrio. Efectivamente, para decirlo todo en una palabra, la
divinidad está indivisa en los individuos, al igual que en tres soles
contenidos el uno en el otro habría una sola luz por compenetración
íntima.
Con palabras llanas, una mística como santa Gertrudis (+1302) expresa su
experiencia de forma similar: "Entonces las tres persona irradiaron
conjuntamente una luz admirable, cada una parecía lanzar su llama a
través de la otra y ellas se encontraban, sin embargo, todas la una con
la otra".
Pero en esta perikhoresis no se da confusión. La verdad viene del Padre
a través del Hijo y da la vida a todo por medio del Espíritu. En efecto
el Espíritu es vida y da vida. Y en cuanto a la vida trinitaria: El
Padre que engendra, no es engendrado; el Hijo, que es engendrado, no
engendra; y el Espíritu, que ni engendra ni es engendrado, sino que
procede del Padre y del Hijo. Son tres personas santas en tres
propiedades distintas, pero un solo Dios verdadero. Desde toda la
eternidad, el Padre es "Padre de la gloria" (Ef 1,17), el Verbo es
"Esplendor de la gloria" (Heb 1,3) y el Espíritu Santo es "el Espíritu
de gloria" (1Pe 4,14):
No se nos ha enseñado a decir que el Padre obre solo, sin que el Hijo le
acompañe o que, a su vez, el Hijo actúe individualmente sin el Espíritu.
Toda fuerza operante que parta de Dios para penetrar la creación,
arranca del Padre, pasa por el Hijo y alcanza su consumación en el
Espíritu Santo. Por esta razón, la fuerza operante no se divide en
varios operadores porque el cuidado que cada uno tiene no es individual
ni separado. Todo lo que se hace, es hecho por los Tres, sin que por
ello sea triple.
En alguna manera, nuestra renovación es la obra de la Trinidad
entera...Aunque parezca a veces que atribuimos a cada una de las
personas algo de lo que nos sucede o de lo que es hecho con relación a
la criatura, creemos, sin embargo, que todo se hace por el Padre,
pasando por el Hijo en el Espíritu Santo.
Serán los Padres de Occidente los que darán la formulación definitiva a
la fe en la Trinidad: Tertuliano, San Hilario, Teodoro de Mopsuestia,
San Ambrosio, San Agustín...
Agustín nos ha dejado páginas magníficas, que nos aproximan al misterio
de Dios Uno y Trino. El Padre no es Padre más que del Hijo y el Hijo no
es Hijo más que del Padre, pero el Espíritu es el Espíritu de los dos.
Es el Espíritu del Padre, según Mt 10,20 y Rom 8,11 y Espíritu del Hijo
según Gál 4,6 y Rom 8,9. Por consiguiente, el Espíritu sería lo que,
siendo distinto, es común al Padre y al Hijo, su santidad común, su
amor, unidad del Espíritu por el lazo de la paz:
Ora se le llame unión, santidad o amor de ambos; ora unidad, porque es
amor, o amor porque es santidad; pues es manifiesto que ninguna de las
dos es la unión que a ambos enlaza...El Espíritu Santo es algo común al
Padre y al Hijo, sea ello lo que sea. Más, esta comunión es
consustancial y coeterna. Si alguien prefiere denominarla amistad,
perfectamente; pero juzgo más apropiado el nombre de caridad... Y he
aquí por qué no existen más que tres: Una
que ama al que procede de ella, otra que ama a aquel de quien
procede, y el amor mismo. Porque si el amor no existe, ¿cómo Dios es
amor? (1Jn 4,8.16). Y si no es sustancia, ¿cómo Dios es sustancia?.
San Agustín, después de haber escrito páginas y páginas, puede resumir
su pensamiento trinitario en esta frase:
Según las Sagradas Escritura, este Espíritu no lo es del Padre solo, o
del Hijo solo, sino de ambos; y por eso nos insinúa la caridad mutua con
que el Padre y el Hijo se aman.
Envía aquel que engendra; es enviado aquel que es engendrado. Como,
para el Hijo, nacer es nacer del Padre, así, para el Hijo, ser enviado
es ser conocido en su origen del Padre. De igual manera, como, para el
Espíritu Santo, ser el don de Dios es proceder del Padre, así ser
enviado es ser conocido en su procesión del Padre. Pero, además, no
podemos negar que el Espíritu procede también del Hijo. No entiendo qué
otra cosa habría querido decir el Señor cuando, soplando sobre el rostro
de sus discípulos, declaró: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,20).
d) El Espíritu Santo: Dios personal
El Espíritu Santo no es sólo don del Padre y del Hijo. Es Dios mismo en
cuanto comunicado, donado, presente y activo en nosotros. Es Dios como
amor actuante en nosotros (Cfr.Rom 5,5). Como don personal, tercera
persona de la Trinidad, el Espíritu actúa personalmente: "escudriña las
profundidades de Dios" (1Cor 2,10ss). "Enviado", entra activamente en
la historia de la salvación, realizándola y dándonos a conocer la
voluntad salvífica de Dios (1Cor 2,10-14), crea la comunión entre Dios y
los hombres y de los hombres entre ellos (2Cor 13,13), testimonia a
nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Rom 8,16), grita en nosotros:
¡Abba!¡Padre! (Gál 4,6) e interviene ante Dios en favor nuestro (Rom
8,26ss)...
Un sujeto que actúa de esa manera ha de ser una persona tan real como lo
es el Padre o el Hijo. Este carácter personal del Espíritu Santo aparece
claramente señalado en 1Cor 12,11, donde Pablo presenta al Espíritu
distribuyendo los dones "como El quiere". Lo concibe igualmente como una
persona cuando habla de su habitación en los fieles (1Cor 3,16;6,19).
Dios está presente en el Espíritu como en el Hijo porque El es Dios
mismo (1Cor 3,16). Como Espíritu "que viene de Dios" es para nosotros
"don", pero no como una cosa, sino como alguien que dona, porque Dios
se entrega a sí mismo en el Espíritu (1Tes 4, 8). Por último, las
fórmulas de triada en las que el Espíritu se presenta en igualdad con
Dios Padre y Cristo (1Cor 12,4-6; 2Cor 13,13), no indican una simple
comunidad de acción, sino una igualdad de tres Personas en el ser. Según
el Evangelio de san Juan manifiesta su ser personal en sus acciones
personales:
-Procede del Padre: 15,26. Viene: 16,7s;16,13; convence al mundo de
pecado: 16,8. Comunica (hace conocer): 16,13s; guía hasta la verdad
plena: 16,13.
-Recibe lo que es de Jesús:16,14s; da testimonio: 15,26. glorifica a
Jesús: 16,14.
-Mora con los discípulos: 14,17; estará en ellos: 14,17; habla (revela):
16,13; Oye: 16,13; enseña, recuerda: 14,26; anuncia lo que ha de venir:
16,13.
Por tanto, El Espíritu Santo es un ser personal (tercera Persona de la
Trinidad) con un obrar propio personal.
[7]
BENEDICTO XIV, Breve del 1-10-1745.
La
prohibición fue renovada por el Santo Oficio el 16-3-1928.