El profeta Jonás: 12. LA IRRITACION DE JONAS
Emiliano Jiménez Hernández
12. LA IRRITACION DE JONAS
En Nínive Jonás habla como profeta y los ninivitas le toman en serio: le
escuchan como profeta. Con la conversión de Nínive y el perdón de Dios podía
terminar la historia, como terminó la historia del becerro de oro: "Y Yahveh
renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo" (Ex 32,14).
Jonás ha cumplido la misión encomendada por Dios y su designio se ha
realizado: la amenaza ha dado su fruto, pues ha servido para evitar el mal.
Pero el relato continúa, provocando a Jonás y a los oyentes de la palabra.
Mientras Dios observa la conversión de la ciudad, Jonás observa la ciudad,
esperando el desenlace, es decir, la destrucción de Nínive.
Esto lleva a otro encuentro de Jonás con Yahveh. Jonás no acepta el perdón
que Dios otorga a Nínive y le replica enojado, mientras que Yahveh intenta
convencerle de su actitud misericordiosa. Jonás, salvado del mar, acepta la
salvación gratuita de Dios y se la agradece. Pero inmediatamente se
contradice ante el perdón de los ninivitas: su salvación enciende la ira de
Jonás, que vuelve a desearse la muerte. Y Dios sigue buscando a Jonás, que
continúa huyendo de él. Dios quiere que su profeta interiorice el mensaje de
salvación que lleva a los demás. Dios no se conforma con que su profeta
cumpla su misión, quiere que él sea partícipe de esa salvación.
El Midrash contempla a Jonás, retirado en una colina de las afueras de la
ciudad, que no deja de mirar a la ciudad, esperando que de un momento a otro
comience a arder, abrasada por el fuego purificador, que no dejará piedra
sobre piedra. Mientras espera ansiosamente que caiga el fuego sobre la
ciudad, el único que se está abrasando es él. No sabe dónde refugiarse. Sin
quitar los ojos de la ciudad, se agita y busca un refugio que le alivie del
fuego tórrido del sol, que cae en picado sobre la colina. Las piedras arden
bajo sus pies y no encuentra dónde sentarse. El sol es implacable. En
cambio, incomprensiblemente, Nínive aparece ante sus ojos cada vez más
bella. La nube oscura, que antes la cubría, se va disipando. La brisa de la
tarde la hace desaparecer del todo. Entonces Nínive, con la luz del
atardecer, queda dorada y brillante, mostrando todo su esplendor.
Jonás no entiende nada. Se imagina que el brillo de la ciudad es debido a
los primeros destellos del fuego que se enciende en ella por todas partes.
Así desciende la oscuridad de la noche y el pobre Jonás no sabe cómo
protegerse de los fríos de la noche, mientras contempla a Nínive envuelta en
la luz de la luna: es una ciudad de plata y ópalos. En la mañana está aún
allí, fúlgida e intacta, burlándose con su belleza de Jonás.
El Midrahs sigue el juego de Dios con Jonás. Angustiado ante la
contemplación de Nínive, en pie y desazonado por el sol abrasador que cae
sobre su cabeza, Jonás suscita la compasión de Yahveh. Sólo para Jonás Dios
hace brotar un ricino, majestuoso como el pórtico del templo de Jerusalén.
El tronco es liso al tacto, para que Jonás se pueda apoyar en él
cómodamente. Y la copa tiene doscientos setenta mil hojas amplias para
protegerlo de los rayos del sol. Jonás se echa bajo el ricino y se queda
dormido.
Jonás, agotado como está, sigue durmiendo hasta que una bocanada de calor le
despierta. Sobre él cae perpendicular un sol implacable. El ricino se ha
vuelto nudoso, punzante y negro como el carbón. Las bellas hojas están
pulverizadas en torno a él y las ramas desnudas se elevan hacia el cielo
retorcidas, mientras Nínive sigue allí, indestructible y magnífica. Jonás no
puede contener su grito, dirigido a Yahveh:
-¿Por qué? ¿Por qué has secado el ricino, el árbol más maravilloso de tu
creación? ¡Explícamenlo! Si no me aclaras tu justicia, prefiero morir.
Y Yahveh, condescendiente, le replica:
-Te parece normal llorar por la muerte de este árbol, que ha sido creado
sólo para ti y que a ti no te ha costado nada, y Yo ¿me debería alegrar con
la destrucción de una ciudad llena de habitantes? ¿Acaso no sabes que los
ninivitas son hijos míos como los hijos de Israel y como los habitantes de
cualquier nación de la tierra? Entérate, Jonás. Mientras en una ciudad viva
un solo justo, un solo hombre capaz de arrepentirse, esa ciudad se salvará,
pues yo no la destruiré.
-Los ninivitas no se han arrepentido, se rebela Jonás.
-¿Cómo lo sabes?
-Les he visto separar el ganado, los pequeños de los grandes.
-Y ese ganado que suscita tu compasión, ¿no sufriría mucho más si yo
destruyese toda la ciudad de Nínive?
-Les he oído desafiarte, grita Jonás cada vez más irritado.
Entonces Yahveh le muestra el interior de Nínive y Jonás contempla los
tribunales donde se juzga con justicia, las prisiones vacías, los templos
transformados en escuelas y llenas de estudiantes. Contempla a los
sacerdotes entregados a la cura de los enfermos, ve a los pobres que ya no
son pobres, liberados de pedir limosna o robar, porque se les da trabajo y
se les paga con justicia. Ve que Osnappar no está solo, sentado en el trono,
sino que da vueltas por la ciudad, acompañado por consejeros escogidos de
entre el pueblo. Y, en resumen, ve los rostros abiertos y serenos de todos
los ninivitas. Dios, entonces, le dice:
-El milagro que estás contemplando es obra tuya. Nínive se ha salvado porque
tú la has transformado con tus palabras.
Para el Midrash la historia tiene un final plenamente feliz. Jonás se siente
al fin libre y en paz. Yahveh le concede reunirse de nuevo con sus maestros,
para esperar con ellos el final de los tiempos. Sin embargo, el texto
bíblico nada nos dice de la respuesta final de Jonás, invitándonos a seguir
nosotros el juego o la discusión con Dios. Volvamos, pues, al libro de
Jonás.
"Y Dios se convirtió del mal que había determinado hacerles y no lo hizo"
(3,10). Esta conversión de Dios es la que desencadena la cólera de Jonás, a
quien le sabe mal que Dios salve a Nínive. No le gusta que Dios sea
misericordioso y bueno con Nínive, la ciudad inhumana. Jonás se queja a
Dios, cómo ya antes se habían quejado Job y Jeremías: "Jonás, se disgustó
mucho por esto y se irritó; y oró a Yahveh diciendo: ¡Ah, Yahveh!, ¿no es
esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo
que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios
clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se
arrepiente del mal. Y ahora, Yahveh, te suplico que me quites la vida,
porque mejor me es la muerte que la vida" (4,1-3).
En este desahogo, Jonás nos confiesa por qué, al recibir el mandato de
dirigirse a Nínive, tomó el camino de Tarsis. No es que temiera por su vida.
Lo que realmente temía era ser, en favor de Nínive, un instrumento de la
misericordia de Dios. Sabía que Dios, siendo como es, no cumpliría su
amenaza contra los ninivitas, y así Nínive sería un reproche para Israel,
que no se convierte ante la palabra de tantos profetas. Jonás se irrita
porque Dios perdona a los grandes enemigos de su pueblo. Y, además, porque
al salvarse, Nínive se convertirá en un instrumento en manos de Dios contra
Israel. Le molesta servir a un Dios de tan gran corazón, que se arrepiente y
compadece, perdonando hasta a los enemigos.
Jonás podía dudar que los habitantes de Nínive escucharan su palabra, pero
sabía que "Yahveh pasó por delante de Moisés y exclamó: Yahveh, Yahveh, Dios
misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que
mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el
pecado" (Ex 34,6-7). No podía dudar de que Yahveh es un Dios clemente y
misericordioso, lento a la ira y pronto al perdón. El amor es su nombre, su
ser. Es el Dios santo, que manifiesta su santidad en la bondad y
misericordia. Este es el credo de Israel, que Jonás ha recitado cientos de
veces. El simple hecho de que Dios le envíe a Nínive es la prueba de que se
preocupa de sus habitantes y quiere salvarlos. Si en su corazón no tuviera
esa intención, habría hecho llover fuego del cielo para acabar con ellos.
Jonás, conociendo a Dios, se negó a ser instrumento de salvación para los
paganos. Y ahora los hechos le dan la razón. No es capaz de acallar su
queja. Jonás "ya sabía" que nada iba a cambiar. Pero, ¿por qué ha sido
llamado a predicar a Nínive? ¿Por qué, cuando se escapaba, Dios le hizo
volver? ¿Por qué la tempestad, el pez, tantos milagros? Todo ha sido una
pérdida de tiempo, inútilmente gastado. Si Tú eres un Dios de clemencia, que
querías perdonar a Nínive, ¿por que me has mandado profetizar su
destrucción? "Ahora, pues, Señor, te ruego, quítame la vida, porque mejor me
es morir que vivir".
Jonás sabe y por eso huye. Sabe que Dios es misericordioso y por eso huye.
Ahí está la contradicción de Jonás. Para definir a Dios cita los textos
santos, que han llenado su oración en el templo: "Mas ahora todavía oráculo
de Yahveh volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos.
Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh vuestro
Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y
se ablanda ante la desgracia. ¡Quién sabe si volverá y se ablandará, y
dejará tras sí una bendición". Con un Dios justo se pueden hacer las cuentas
y preveer los resultados, pero con un Dios misericordioso fallan los
cálculos. Es capaz de perdonar incluso a los adversarios, dejando de paso
malparado a su profeta, pues un profeta se acredita cuando se cumple su
profecía (Jr 28,9). Dios es lento a la ira, reprime siempre su cólera con la
esperanza de que el pecador se arrepienta. Nunca tiene prisa en castigar.
"No me dejes perecer por tu paciencia" (Jr 15,15) con los enemigos, implora
Jeremías. Hecho colaborador del enemigo y perdido todo crédito, Jonás no
quiere seguir viviendo.
Nínive a los ojos de Jonás es el símbolo de la maldad. La historia, la
arqueología, los anales asirios y la Escritura nos dicen lo que fueron
Nínive y sus reyes. El British Museum de Londres está lleno de estelas y de
bajorrelieves que nos muestran a los reyes asirios como grandes cazadores,
guerreros intrépidos, constructores de palacios y de imperios. Las piedras,
como la palabra de la Escritura, son el testimonio perenne de la crueldad de
esos tiranos, que se hicieron famosos por sus guerras de conquista,
despojando a los demás pueblos, a los que deportaban de sus tierras, les
imponían trabajos forzados y tributos agobiantes, enriqueciéndose con sus
innumerables saqueos, dejando por donde pasaban tierras calcinadas.
Para Israel, Nínive no era, como hoy para nosotros, un símbolo de crueldad,
era una realidad. Asiria había destruido el reino del Norte en el año 721 y
había llegado a las puertas de Jerusalén. Sobre los israelitas pesaban los
tributos inmensos a que habían sido sometidos los reyes de Judá, Ajab
(735-715), Ezequías (716-687) y Manasés (687-642). Aún no se ha borrado de
la memoria de Israel, aunque, cuando se escribe el libro de Jonás, Nínive es
ya un montón de ruinas. Babilonia y sus aliados han destruido el gran
imperio asirio. En el 612, Nínive ha caído bajo el peso del poder de
Babilonia. El profeta Nahún, al igual que Habacuc, ha recogido el eco del
júbilo que su destrucción produjo en Judá. Todo su libro está dedicado a
cantar la caída de Nínive:
¡Ay de la ciudad sanguinaria, mentira toda ella, llena de rapiña, de
incesante pillaje! ¡Chasquido de látigos, estrépito de ruedas! ¡Caballos que
galopan, carros que saltan, caballería que avanza, llamear de espadas,
centellear de lanzas... multitud de heridos, montones de muertos, cadáveres
sin fin, cadáveres en los que se tropieza! Es por las muchas prostituciones
de la prostituta, bella de gracia y maestra en sortilegios, que vendía a las
naciones con sus prostituciones y a los pueblos con sus sortilegios. Aquí
estoy contra ti oráculo de Yahveh Sebaot : voy a alzar tus faldas hasta tu
cara, mostraré a las naciones tu desnudez, a los reinos tu vergüenza.
Arrojaré inmundicia sobre ti, te deshonraré y te pondré como espectáculo.
Todo el que te vea huirá de ti y dirá: ¡asolada está Nínive! ¿Quién tendrá
piedad de ella? ¿Dónde buscarte consoladores? ¿Eres acaso tú mejor que No
Amón, señora del Nilo, rodeada de aguas, cuya barrera era el mar, cuya
muralla las aguas? También ella fue al destierro, al cautiverio partió,
también sus niños fueron estrellados en el cruce de todas las calles; se
echaron suertes sobre sus notables, y todos sus grandes fueron aherrojados
con cadenas ...¡No hay remedio para tu herida, incurable es tu llaga! Todos
los que oyen noticias de ti baten palmas sobre ti; pues ¿sobre quién no pasó
sin tregua tu maldad? (Na 3, 1-10.19).
Porque la piedra grita desde el muro, y la viga desde el maderamen le
responde. ¡Ay de quien edifica una ciudad con sangre, y funda un pueblo en
la injusticia! ¿No viene de Yahveh Sebaot que los pueblos se fatiguen para
el fuego y las gentes se agoten para nada? ¡Pues la tierra se llenará del
conocimiento de la gloria de Yahveh, como las aguas cubren el mar! ¡Ay del
que da de beber a sus vecinos, y les añade su veneno hasta embriagarlos,
para mirar su desnudez! ¡Te has saciado de ignominia, no de gloria! ¡Bebe tú
también y enseña tu prepucio! ¡A ti se vuelve el cáliz de la diestra de
Yahveh, y la ignominia sobre tu gloria! (Ha 2,8-16).
Jonás firmaría sin titubeos el oráculo de Nahún. Para Nínive, símbolo del
paganismo y de la violencia, Jonás sueña con una venganza a la medida de sus
acciones. Esta venganza es la que espera contemplar desde las afueras de la
ciudad. Sin embargo, decepcionado, contempla lo contrario. Dios no se
presenta como el Dios de Israel que venga a su pueblo, sino como el Dios de
la salvación. ¡Dios salvador de Nínive! ¡Dios es salvación para Nínive lo
mismo que para Israel! ¡Y él, Jonás, el hebreo, ha sido el portador de esa
salvación! El ha sido el portador de la revelación hecha a Israel. Yahveh,
el Dios de Israel, es el creador del cielo y de la tierra. Ama a todas sus
criaturas, incluso a los ninivitas. El Dios, al que se enfrenta Jonás, es un
Padre misericordioso:
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo
os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman,
¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y
si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular?¿No
hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,43-48).
Jonás, el hebreo, como él se presenta, no tiene el espíritu del Dios de la
revelación. No tiene el espíritu de Abraham, el hebreo. Abraham, ante la
amenaza de destrucción, que pesa sobre Sodoma, intercede ante Dios para que
la salve, aunque su maldad haya llegado hasta el cielo, como la maldad de
Nínive. Abraham, ante la amenaza divina, apela a la justicia de Dios:
Dijo, pues, Yahveh: El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado
gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde
en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo... Abraham
se le acercó y le dijo: ¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal
vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que vas a borrarlos, y no
perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no
puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, al inocente con
el culpable. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una
injusticia? Dijo Yahveh: Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos perdonaré
a todo el lugar por amor de aquéllos. Replicó Abraham: ¡Mira que soy
atrevido al interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los
cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la
ciudad? Dijo: No la destruiré, si encuentro allí a 45. Insistió todavía:
Supón que se encuentran allí cuarenta. Respondió: Tampoco lo haría, en
atención a esos cuarenta. Insistió: No se enfade mi Señor si le digo: Tal
vez se encuentren allí treinta. Respondió: No lo haré si encuentro allí a
esos treinta. Le dijo. ¡Soy muy atrevido al interpelar a mi Señor! ¿Y si se
hallaren allí veinte? Respondió: En gracia de los veinte no los destruiré.
Insistió: Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: ¿Y si
se encuentran allí diez? Dijo: Tampoco los destruiré, en gracia de los diez
(Gn 18,20-32).
Es mayor injusticia condenar a unos cuantos inocentes que dejar sin castigo
a una multitud de culpables. El Juez del mundo no puede cometer esa
injusticia. Abraham, pues, partiendo de la presencia de cincuenta justos en
la ciudad, regateando, desciende hasta diez, sin atreverse a bajar más.
Abraham corre el riesgo de apelar a la presencia de hombres justos y pierde
la partida. Si la actuación de Dios dependiera de la conducta del hombre, el
hombre estaría siempre en peligro de ser aniquilado. Pues, ¿quién es justo
ante Dios? Yahveh es el Dios de la misericordia y salva a Nínive por pura
gracia. El libro de Jonás nos abre el oído al Evangelio de Jesucristo, que
proclama Pablo: "Con el don no sucede como con el delito. Si por el delito
de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado
por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre
todos!... Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,15.20):
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un
justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir ; mas la
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su
sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más
razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente
eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo,
por quien hemos obtenido ahora la reconciliación (Rm 5,6-11).
Jonás huía de Israel para acallar la palabra de Dios. Pero la palabra de
Dios no vuelve al cielo sin haber cumplido su misión: "Como descienden la
lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la
tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y
pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará
a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido
aquello a que la envié" (Is 55,10-11). Toda la creación está al servicio de
Dios y de su palabra. Su hablar y su actuar es dabar: palabra eficaz. El
mar, la tempestad, el viento, el pez, el gusano, el sol, el ricino todo
obedece a Dios y sirve a sus designios. Todo el cosmos está a las órdenes de
Dios. Jonás, huyendo de Dios, abandona Israel, pero se encuentra con Dios en
el mar, en tierra firme y hasta en Nínive, símbolo del mal. El dominio de
Dios no conoce fronteras.
Jonás no ignora esta presencia de Dios fuera de Israel. Isaías (40-55) ha
proclamado a todo Israel que Yahveh es Señor de todas las naciones y que su
mano alcanza los confines de la tierra. ¡No sería Dios si su poder tuviera
un límite! Y Yahveh plasmó, desde el seno de su madre, a su Siervo para
llevar la salvación a Israel y a todas las naciones: "Ahora dice Yahveh, el
que me plasmó desde el seno materno como Siervo suyo, para hacer que Jacob
vuelva a él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de
Yahveh, mi Dios era mi fuerza, al decirme: Poco es que seas mi siervo, en
orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de
Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance
hasta los confines de la tierra" (Is 49,5-6). Jonás no acepta que Yahveh, el
Dios salvador de Israel, sea Yahveh para todas las naciones. El escándalo de
Jonás consiste en ver a su Dios actuando de la misma manera fuera de Israel,
el pueblo que El se ha elegido como su heredad particular. Su envío a Nínive
contradice la elección singular de Israel. El anuncio de la salvación a
Nínive muestra que el designio de Dios sobre las naciones es un designio de
salvación. Yahveh se muestra con las naciones lo mismo que con Israel.
Este es el escándalo de Jonás y de Israel. Según la Escritura, un signo de
verdadera profecía es que la Palabra de Dios, proclamada por el profeta, se
cumple. Pero, ¿por qué esta palabra a veces no se cumple? Anuncia desgracias
y éstas no acontecen, anuncia desastres y todo sigue igual. El libro de
Jonás expresa esta decepción del profeta ante esta realidad. Es el eco de la
experiencia de Israel ante la salvación inesperada de Tiro, cuya destrucción
inminente había anunciado el profeta Ezequiel. Tiro había sido asediada
durante doce años por Nabucodonosor, que finalmente renunció al asalto y la
dejó en paz. Tiro no cae, provocando la desilusión de quienes ya habían
celebrado su caída. Jonás, más que una persona individual, es una figura, la
personificación de una actitud. El significado de su nombre, en su lengua,
es "paloma", un símbolo que el profeta Oseas aplica a Israel: "Efraím es
cual ingenua paloma, sin cordura; llaman a Egipto, acuden a Asiria.
Dondequiera que vayan, yo echaré mi red sobre ellos, como ave del cielo los
haré caer y los visitaré por su maldad. ¡Ay de ellos, que de mí se han
alejado!" (Os 7,11-13)
Oseas retrata a Israel huyendo de Dios y, con ello, de sí mismo, al pedir
ayuda a quienes no se la pueden dar. Se alejan de Dios buscando apoyo en los
ídolos de las naciones. Jonás, el profeta irascible, es figura de este
Israel. Está en desacuerdo con el que le envía, pretendiendo apropiarse la
elección de Yahveh. Sometida a los grandes poderes de su tiempo, los caldeos
y los persas, los helenos y los romanos, la pequeña comunidad postexílica
está a la defensiva, acomplejada y encerrada en sí misma, sintiendo una
aversión total a todo lo extranjero. Jonás es la personificación de esta
actitud. En él se muestra a la comunidad que cultiva esa actitud de odio y
de repulsa de los poderosos que la dominan. Los opresores en ese momento son
los griegos seléucidas, a los que han precedido los persas, los babilonios
y, a la cabeza, los asirios, que afloran desde su profundidad en la ciudad
de Nínive en el libro de Jonás. Los oprimidos no desean hacer nada que
redunde en bien de sus opresores. Es la postura de Jonás.
Jesucristo romperá toda frontera. El creyente en Cristo es un hombre nuevo,
en quien se recrea la imagen de Dios, desfigurada por el pecado: "Revestíos
del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego ni judío,
circunciso ni incircunciso, bárbaro, escita, esclavo ni libre, sino que
Cristo es todo en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y
amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre,
paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno
tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también
vosotros. Y por encima de todo, revestíos del amor, vínculo de la
perfección" (Col 3,10-14).
A Jonás se le muestra este Dios y le escandaliza. Pablo, "hebreo e hijo de
hebreos" (Flp 3,5) como Jonás, con su celo de fariseo ha defendido las
fronteras de Israel, "superando en el judaísmo a muchos de sus compatriotas
contemporáneos en el celo por las tradiciones de los padres" (Ga 1,14). Sólo
después de haber sido alcanzado por Cristo en el camino de Damasco comprende
la bondad de Dios para con los gentiles y consagra toda su vida a
proclamarlo:
Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne,
llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión por una operación
practicada en la carne , estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de
la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los
que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la
sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo
uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne
la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los
dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos
en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la
Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz
a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al
Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros,
sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el
cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo,
en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo
en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo edificados, hasta ser
morada de Dios en el Espíritu (Ef 2,11-22).
Jonás sufre el escándalo de todo hebreo para quien las naciones son impuras.
Pedro necesita de una revelación particular (Hch 10,9ss) para ir a casa de
Cornelio, como él mismo cuenta a las personas reunidas en la casa: "Vosotros
sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni
entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar
profano o impuro a ningún hombre. Por eso al ser llamado he venido sin
dudar" (Hch 10,28-29). Y el mismo Pablo, polemizando con los judaizantes,
exclama: "Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a
pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de
la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en
Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no
por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será
justificado" (Ga 2,15-16).
Sólo la revelación plena del amor de Dios, manifestado en Cristo, ha
derribado el muro que separaba a los hebreos de los paganos. Donde la
salvación se muestra absolutamente gratuita cesan todos los privilegios. Si
Dios salva por ser misericordia y perdón, sin mérito alguno de parte del
hombre, caen todas las fronteras entre los hombres. Este es el Dios que se
revela en el libro de Jonás, abriendo el camino a la manifestación de
Jesucristo. El mismo Jesucristo chocó con el escándalo de Jonás, como
muestran las parábolas del hijo pródigo y la de los obreros de la viña. La
gratuidad del amor de Dios es sorprendente, escandalosa. La conducta del
Padre, al acoger al hijo pródigo, "perdido y encontrado de nuevo",
escandaliza al hermano mayor, que al igual que Jonás "se irrita y no quiere
entrar en la casa", donde se celebra el banquete del perdón (Lc 15,25-30).
Igualmente se escandalizan los obreros de la primera hora, que se lamentan
de que el patrón dé a los obreros del atardecer idéntico salario que a
ellos. Les parece injusto:
El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera
hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con
los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la
hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: Id
también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron.
Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a
eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice:
¿Por qué estáis aquí todo el día parados? Le dicen: Es que nadie nos ha
contratado. Les dice: Id también vosotros a la viña. Al atardecer, dice el
dueño de la viña a su administrador: Llama a los obreros y págales el
jornal, empezando por los últimos hasta los primeros. Vinieron, pues, los de
la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros
pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno.
Y, al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: Estos últimos no
han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos
aguantado el peso del día y el calor. Pero él contestó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un
denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo
mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser
tu ojo malo porque yo soy bueno? (Mt 201-15).