Comentario Bíblico: 6. CALUMNIADO, ES ENCARCELADO
Emiliano Jiménez Hernández
6. CALUMNIADO, ES ENCARCELADO
La pasión de Zuleika por José se cambia en aborrecimiento y odio. A la mujer
de Putifar, al verse rechazada por José, le ocurre lo mismo que a Amnón con
su hermanastra Tamar, después de violarla: "Después la aborreció con tal
aborrecimiento que fue mayor su aborrecimiento que el amor con que la había
amado" (2S 13,15). La pasión sexual, satisfecha o frustrada, se transforma
en odio. Para cubrir su situación, hecha pública por la huida de José sin el
vestido, la mujer cambia los papeles y atribuye a José las solicitudes de
las que ella es culpable. El vestido, que ha arrebatado a José, lo presenta
como prueba de las intenciones de José, a la vez que cita como testigos a
los domésticos de la casa. Ante ellos acusa a José y luego ante su marido,
apenas éste vuelve a casa. En una sola frase hay un reproche patente hacia
José, llamado despectivamente "ese hebreo", y hacia el marido: "Ha entrado a
mí ese siervo hebreo que tú trajiste, para abusar de mí" (39,17). En sus
labios resuenan las palabras de Adán, acusando a Eva y a Dios
simultáneamente: "La mujer que tú me diste por compañera me dio del árbol y
comí" (3,12).
El vestido, que la adúltera aprieta entre sus manos, es la prueba con la que
justifica la acusación contra José:
- Cuando yo he levantado la voz y he gritado, entonces él ha dejado su ropa
junto a mí y ha huido afuera.
Al oír su señor las palabras que acababa de decirle su mujer, se encolerizó,
prendió a José y le puso en la cárcel, en el sitio donde estaban los
detenidos del rey. Allí, en la prisión, dice san Efrén, permaneció sin su
vestido, lo mismo que había estado en la cisterna del desierto sin la
túnica. Pero el Señor tuvo piedad de él "y le cubrió con su misericordia,
haciendo que agradara al jefe de la cárcel; todo lo que se hacía allí, lo
hacía él. El jefe de la prisión no controlaba absolutamente nada de cuanto
administraba José, ya que Yahveh le asistía y hacía prosperar todas sus
empresas" (39,21-13).
Rashí nos da una prueba de esta asistencia benévola de Dios sobre su justo
José. Como las palabras malévolas de la adúltera mujer de Putifar habían
puesto en labios de todos el nombre de José, imprecando contra él, Dios
difundió la noticia de las culpas de dos de los dignatarios del Faraón, para
desviar hacia ellos la atención de la gente, de modo que dejasen en paz a
José. Y, al mismo tiempo, poniendo a estos dos en contacto con José, les
hacía instrumento de su salvación. Así, pues, el Faraón, irritado contra sus
dos ministros, el jefe de los escanciadores y el jefe de los panaderos, les
encierra en la prisión. En realidad, leemos en Bereshit Rabbah, la detención
de los dos funcionarios no era sino el medio que Dios elige para liberar a
José. Dios hace de ellos la llave para abrir a José las puertas de la
prisión.
A José, ya se sabe, le gustan los sueños. Los tiene o se los cuentan a
pares. En la prisión José se gana al jefe "y éste le encomienda el cuidado
de todos los presos". Así, pasado cierto tiempo, se encuentra con el copero
y el panadero del rey, que han ido, también ellos, a parar a la misma
cárcel. Los dos, cómplices de una conjura o de negligencia en el
cumplimiento de su servicio, declarados culpables, van a parar a la prisión,
bajo la vigilancia de José. En la misma noche, cada uno de ellos tiene un
sueño y, a la mañana, los dos se lo cuentan a José, para que les dé su
interpretación. José posee una luz superior, un saber sobrehumano, que le
suministra la clave y le hace transparentes las imágenes ambiguas de los
sueños. En ellas puede leer con precisión y anunciar el futuro de los
soñadores. Al copero y al panadero, a quienes en la mañana encuentra sumidos
en la preocupación, José les dice: "¿acaso no corresponde a Dios la
interpretación de los sueños? Vamos contadme a mí vuestros sueños" (40,9).
En Egipto la interpretación de sueños era toda una ciencia, con su técnica y
su arte. José se burla un poco de todas esas creencias, que angustian a los
dos presos, al no poder contar en la cárcel con esos maestros. Para José la
interpretación de los sueños no es una ciencia humana, sino un don que Dios
concede a quien quiere. Los acontecimientos del futuro están únicamente en
manos de Dios y sólo Él puede conceder a quien quiere el don de revelar el
sentido de la historia y de los sueños, que la anticipan.
José, en la mañana, encuentra al copero y al panadero preocupados y les
pregunta:
-¿Por qué tenéis hoy tan mala cara?
Le responden los dos a una:
- Hemos soñado un sueño y aquí en la cárcel no hay quien lo interprete.
José, que atribuye todo a Dios, pues le tiene en el corazón, en la boca, y
en todo su obrar, les dice:
-¿No son de Dios los sentidos ocultos? Veamos, contádmelo a mí.
El jefe de los escanciadores cuenta su sueño a José:
-Voy con mi sueño. Resulta que yo tenía delante una cepa, y en la cepa tres
sarmientos, que nada más echar yemas, florecían enseguida y maduraban las
uvas en sus racimos. Yo tenía en la mano la copa del Faraón, y tomando
aquellas uvas, las exprimía en la copa del Faraón, y ponía la copa en la
palma de la mano del Faraón.
Mientras el jefe de los escanciadores cuenta su sueño, José recita el salmo:
"Has trasplantado una vid de Egipto...". El copero no sabe que en sus
palabras hay una profecía sobre el futuro de Israel. José, en cambio, lo
contempla con claridad: la vid es Israel, los tres sarmientos son Abraham,
Isaac y su padre Jacob, cuya descendencia, esclava en Egipto, será liberada
por tres guías fieles: Moisés, Aarón y Miriam. La copa es el cáliz amargo
que el Faraón deberá beber a la postre (Ap 14,9-10; 18,6). José se calla
esta interpretación, gozando en su interior este feliz anuncio de la
liberación del pueblo de Dios. Alegre por esta buena noticia, le dice al
jefe de los escanciadores:
-Tú me has dado una buena noticia, también yo te doy una buena noticia. Esta
es la interpretación: los tres sarmientos, son tres días. Dentro de tres
días levantará Faraón tu cabeza: te devolverá a tu cargo, y pondrás la copa
del Faraón en la palma de su mano, lo mismo que antes, cuando eras su
escanciador... Ánimo que el Faraón alzará tu cabeza, que ahora está
inclinada hacia abajo por la tristeza y la desgracia.
El jefe de los panaderos, viendo que es buena la interpretación, se anima y
dice a José:
-Voy también yo con mi sueño: Había tres cestas de pan candeal sobre mi
cabeza. En la cesta de arriba había de todo lo que come Faraón de panadería,
pero los pájaros se lo comían de la cesta, de encima de mi cabeza.
José también en este sueño ve un alegre anuncio de salvación para Israel,
aunque le aflige ver que esa salvación irá precedida de diversas opresiones.
En las tres cestas contempla a los tres reinos que esclavizarán a Israel:
Babilonia, Media y Grecia, y la más alta indica el despiadado dominio de
Roma. El pájaro que se come los manjares de esta cesta es el Mesías que
destruirá el imperio de Roma. También esta vez José guarda para sí esta
interpretación y al jefe de panaderos le responde:
-Tú me has dado una mala noticia, también yo te doy una mala noticia. Esta
es su interpretación. Las tres cestas, son tres días. Dentro de tres días el
Faraón alzará tu cabeza de encima de ti y te colgará en un madero, y las
aves se comerán la carne que te cubre.
En el Targum Neophiti se da esta versión de la interpretación del sueño del
jefe de panaderos: Las tres canastas son tres duras servidumbres que Israel
tendrá que servir en la tierra de Egipto: con barro, con ladrillo y con toda
suerte de trabajo en el campo. Y el Faraón ha de dar decretos perversos
contra Israel y arrojará a sus hijos al río. Pero el Faraón perecerá y sus
ejércitos serán aniquilados y los hijos de Israel saldrán libres, con la
cabeza descubierta. Pero tú, jefe de panaderos, recibirás una mala
recompensa, pues has tenido este sueño. Pero José no dijo la interpretación
del sueño, sino que dijo... (como arriba).
Las predicciones de José se cumplen. El copero es restituido al servicio del
rey y el panadero es ajusticiado, como José les había anunciado. Con ocasión
del banquete con que celebra el aniversario de su nacimiento, el Faraón alza
la cabeza del jefe de los coperos y levanta la cabeza del jefe de los
panaderos. Es un levantar la cabeza de distinto signo en cada uno de los
casos: rehabilitación total en el primero y desenlace fatal en el segundo.
Los Padres prolongan la lectura midráhsica con la lectura espiritual. José,
que está en la prisión en medio de dos encarcelados, a quienes interpreta en
forma diversa sus sueños, a Ruperto le hace pensar en Cristo crucificado en
medio de los dos ladrones, pronunciando una sentencia diversa para cada uno
de ellos. El Faraón, mediante José, toma a uno y lo libra de la prisión,
mientras que deja o ejecuta al otro. Dios, mediante Cristo, del que José es
figura, desde la cruz toma a uno para llevarlo al paraíso, mientras deja al
otro en la muerte de su pecado. El discernimiento de José es figura de la
realidad que se cumple en Cristo. En ambos casos se cumple la palabra del
evangelio: dos hombres están juntos en el campo, dos mujeres unidas moliendo
con la misma rueda, dos en la misma cama... y uno es tomado y el otro dejado
(Mt, 24,40; Lc 17,34).
Al interpretarle el sueño, José le dice al copero:
-A ver si te acuerdas de mí cuando te vaya bien, y me haces el favor de
mencionar mi nombre al Faraón para que me saque de esta prisión. Pues fui
raptado del país de los hebreos, y por lo demás, tampoco aquí hice nada malo
para que me metieran en este calabozo.
Dos años, día por día, sigue José en la profundidad de la prisión desde que
el copero del Faraón la deja para volver a su oficio. Éste, en su
prosperidad, una vez recuperada la libertad, se olvida de José. Rashí dice
que José pasa dos años más en la cárcel por haber puesto su confianza en el
jefe de los escanciadores, rogándole que se acordase de él. En efecto, así
está escrito: "Dichoso el hombre que pone su confianza en Yahveh, y no se
dirige a los orgullosos, que andan tras la mentira" (Sal 40,5). Dichoso,
pues, quien no confía en los egipcios, a quienes Isaías llama orgullosos:
"Para los que bajan a Egipto sin consultar a mi boca, para buscar apoyo en
la fuerza del Faraón y ampararse a la sombra de Egipto, la fuerza del Faraón
se os convertirá en vergüenza, y el amparo de la sombra de Egipto, en
confusión. Cuando estuvieron en Soán sus jefes, y cuando sus emisarios
llegaron a Janés, todos llevaron presentes a un pueblo que les será inútil,
a un pueblo que no sirve de ayuda ni de utilidad sino de vergüenza y de
oprobio... El apoyo de Egipto es huero y vano. Por eso he llamado a ese
pueblo Ráhab (=orgulloso)" (Is 30,2-7). Con razón dice Jeremías: "Maldito el
hombre que confía en el hombre y pone su esperanza en la fuerza de su brazo,
apartando su corazón del Señor. Bendito, en cambio, el que confía en Yahveh,
pues Yahveh no defraudará su confianza" (Jr 17,5-7).
Y éste es José. Mientras permanece en la prisión, su fe en Dios no sufre
quebranto. En la cárcel espera que Dios intervenga y le salve. Su inocencia
es evidente, pero alguien debe elevarla ante el mismo rey de Egipto. Calvino
dice que durante estos dos años de espera la paciencia de José fue sometida
a una dura prueba. Pero es algo que entra en la actuación normal de Dios,
que suele tener en suspenso durante un largo tiempo a sus elegidos, para que
aprendan por experiencia lo que es la esperanza. Además, de este modo Dios
quiso reservarse para sí la gloria de la liberación de José. Si José hubiera
salido de la prisión por la intervención inmediata del copero, todos
hubiesen atribuido su liberación a la acción del hombre, y no a la
intervención de Dios. Dios hace olvidar al copero su promesa y Él hace que
se acuerde de José en el momento oportuno, cuando José llega a la edad de
treinta años, que es la edad exigida para poder reinar en Egipto.
En las situaciones más absurdas, sin salida ni esperanza, Dios abre puertas
cerradas, clausuradas. José sentenciado a muerte por sus hermanos es
liberado con la intervención de Rubén; arrojado al pozo, es sacado por Judá
para ser vendido; vendido como esclavo en Egipto, halla gracia ante Putifar;
calumniado por la esposa de Putifar, es encarcelado, pero allí es favorecido
por el jefe de la prisión.... y, finalmente, el escanciador le recuerda ante
el Faraón que le saca de la cárcel. A José le sacan de la prisión "con
premura" (41,14). Así es la salvación de Dios. Ocurre en un instante, de
improviso, con prontitud. De la misma forma, el pueblo de Israel saldrá con
prisa de la tierra de Egipto.
El Dios de José aprieta, pero no ahoga. Es el Dios que pone al hombre en el
límite, entre el Faraón que persigue al pueblo y el mar Rojo que le cierra
el paso. Pero donde no hay salida, Dios abre camino en medio de las aguas.
Dios rompe el cerco de muerte que envuelve a sus elegidos y les hace cantar
himnos de victoria. Es la historia repetida por Dios y que se transmite de
padres a hijos. Ester, que vive como José en tierra extranjera, "ha oído
desde su infancia, en el seno de su familia, que tú, Señor, elegiste a
Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros padres de entre todos sus
mayores para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto
habías prometido". Es la historia, viva en su memoria, la que le da
esperanza en el momento en que el pueblo "ha sido entregado a nuestros
enemigos, que no se han contentado con nuestra amarga esclavitud, sino que
han puesto sus manos en las manos de sus ídolos para borrar el decreto de tu
boca y destruir tu heredad; para cerrar las bocas que te alaban y apagar la
gloria de tu Casa y de tu altar". Desde el memorial de la actuación
salvadora de Dios le brota la plegaria confiada: "Líbranos con tus manos y
acude en mi socorro, que estoy sola, y a nadie tengo, sino a ti, Señor (Est
4,17).
José, calumniado y encarcelado, pero sostenido por la bondad de Dios, es
imagen de Cristo, que "en los días de su vida mortal, presentó, a gritos y
con lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue
escuchado en atención a su piedad reverencial. Y, aún siendo Hijo, aprendió,
por lo que padeció, la obediencia; y llevado a la consumación, se convirtió
para todos los que le obedecen en causa de salvación eterna" (Hb 5,7-9).
Figura de Cristo humillado y exaltado, José es figura también de todos los
discípulos de Cristo, que, perseguidos, no desesperan, sino que ponen su
confianza en el Dios salvador. De estos inocentes perseguidos escribe san
Cirilo de Alejandría: "Se negaban a parecerse a quienes habían elegido el
estilo de vida mundano y superaban las concupiscencias carnales. Por eso
fueron engañados, calumniados, perseguidos y encadenados por los que causan
molestias a los fieles de Cristo. Pero recordemos que Cristo había dicho: Si
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo,
por eso el mundo os odia (Jn 15,19)".
Entre los monjes del desierto se repite un apotegma del Padre Juan Nano.
Éste, un día pregunta a sus discípulos:
-¿Quién vendió a José?
-Sus hermanos, le responden sin pensar.
-No, replica el anciano. Le vendió su humildad, que le hizo estar en
silencio, sin revelar a los ismaelitas que era hermano de quienes le ponían
en sus manos. Guardando silencio se vendió a sí mismo con su humildad. Y su
humildad es la que le ha exaltado como señor de todo el país de Egipto.