La oración de Jesús el Padre Nuestro: Introducción general
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En la Iglesia de los orígenes, y durante mucho tiempo, la oración de Jesús
fue el camino para aprender a orar, y también la mejor síntesis de la causa
por la cual Jesús vivió y dio la vida. Llamar a Dios Papá Bueno, rogar que
llegue ya su Reino, pedir por el pan y el perdón y comprometerse a realizar
su proyecto fue, y debiera ser, la señal de los cristianos.
Los evangelios nos presentan la oración del Padrenuestro a través de dos
versiones.
En el evangelio de Mateo, encontramos el Padrenuestro en el capítulo 6,
formando parte del Sermón de la Montaña (capítulos 5 al 7), y más
específicamente, dentro de una serie de enseñanzas sobre la oración. En el
capítulo 6, Mateo reúne varias enseñanzas de Jesús sobre los tres pilares de
la piedad de los judíos: la limosna, la oración y el ayuno. En las palabras
dedicadas a la oración se encuentra el Padrenuestro. Jesús comienza
exhortando a no aparentar en la oración. Convoca a orar en secreto, lejos de
la vista de los demás, pero cerca de los ojos de Dios. Los fariseos
acostumbraban a orar en público para que la gente los viera y reconociera su
fervor. Jesús critica esta disposición a exhibir la oración (Mt. 6, 5-6). Es
una práctica vacía de sentido. También enseña a no excederse en palabras. Lo
importante es confiarse en las manos de Dios (Mt. 6, 7-8). A continuación
enseña el Padrenuestro, como modelo de oración (Mt. 6, 9-13), y termina
alentando a vivir el perdón sincero a los demás. "El perdón -la disposición
propia para perdonar y la súplica de perdón cuando es uno mismo quien ha
cometido una ofensa- es la condición previa por excelencia para la oración
por parte de los discípulos de Jesús." (Teología del Nuevo Testamento, J.
Jeremías, pág. 227, Ed. Sígueme).
En el evangelio de Lucas, el Padrenuestro también se encuentra enmarcado en
una catequesis sobre la oración. Las enseñanzas se agrupan en tres temas: el
Padrenuestro (Lc. 11, 1-4), la confianza y seguridad de que Dios escucha
siempre (Lc. 11, 5-8) y la eficacia de la oración al Padre (Lc. 11, 9-13).
En Lucas, los discípulos reconocen en la práctica de Jesús una nueva forma
de orar, que les impresiona y quieren imitar. Un día, al finalizar su
oración, uno de ellos le pide que les enseñe a orar. La comparación con Juan
el Bautista y sus discípulos es importante. Era común que cada maestro
transmitiese a su grupo de seguidores una oración que los uniera, una
especie de credo que los identificase. Los discípulos le reclaman al Señor
que él también les enseñe una oración que los reúna, que los congregue como
comunidad que intenta vivir como él. El Padrenuestro es una síntesis del
mensaje de Jesús, un resumen de sus motivaciones más profundas. Es
importante descubrir que Jesús, cuando quiere transmitir lo medular de su
predicación y su vida, no utiliza un discurso doctrinal, sino una breve
oración que reúne lo más importante del sentido de su vida. Jesús reza y
enseña el Padrenuestro porque primero lo vive y lo practica.
Ambos evangelistas sitúan el Padrenuestro en un contexto de enseñanzas sobre
la oración, pero sus destinatarios son diferentes. Conocemos que Mateo
escribió para una comunidad cristiana de origen judío. Son personas que han
aprendido a orar, dentro de la tradición judía, pero deben estar atentos
para que su oración no se desvirtúe. De ahí el contexto de duro ataque a la
forma de orar de los fariseos. No olvidemos también que por la época que
Mateo escribe existe ya una franca separación entre los cristianos y los
judíos. Lucas escribe para una comunidad de cristianos helenistas o de
origen griego. Son paganos, provenientes de un mundo donde la oración se
hallaba en crisis y declinación. Había que enseñarles a orar.
Es importante observar que en ambas comunidades de los orígenes cristianos,
el Padrenuestro formaba parte esencial de la enseñanza de la oración. Este
lugar privilegiado también lo encontramos en la Didajé (Catequesis de
enseñanza cristiana destinada a los catecúmenos, del siglo I d.C.), en
donde, tras enseñar la doctrina de los dos caminos y el bautismo, seguía una
instrucción sobre el ayuno y el padrenuestro.
Los textos evangélicos, que reflejan la vida de las comunidades que les
dieron origen, nos transmiten que se enseña a orar con el Padrenuestro.
Los evangelistas recogen algunas diferencias en el texto de la oración.
Lucas incluye cinco peticiones, y Mateo, en una versión más larga, siete. La
pregunta de rigor ¿Cuál de las dos versiones es más antigua (o refleja mejor
el pensamiento de Jesús) es compleja de contestar? Teniendo en cuenta la
extensión de ambos textos, la versión de Lucas, más breve, se halla
contenida totalmente en el texto de Mateo.
Esto hace pensar que el texto de Lucas es el más primitivo. Mateo, más
extenso, incluye peticiones colocadas en lugares determinados (al final de
la invocación inicial, al final de las peticiones en singular y al final de
las peticiones en plural) que ayudan a obtener un estilo literario más
cuidado.
LUCAS
Padre,
santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano
y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe,
y no nos dejes caer en la tentación.
MATEO
Padre nuestro que estás en los cielos
santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino;
hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros hemos perdonado
a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en la tentación,
más líbranos del mal.
Sin embargo al considerar los elementos comunes de ambos textos, es el texto de Mateo el que parece ser
más antiguo. Mateo incluye la expresión aramea "deuda", al referirse a los
pecados, en la petición de perdón; mientras que Lucas utiliza un término
griego, más adaptado a sus interlocutores. El uso de los tiempos verbales
también fortalece al texto de Mateo.
La estructura más primitiva del Padrenuestro sería, entonces, la siguiente:
- Una invocación.
- Dos peticiones (o deseos) en singular, en paralelo.
- Dos peticiones en plural, en paralelo.
- El pedido final.
Abba, Padre bueno.
La invocación de la divinidad como Padre se puede rastrear en varias
culturas y civilizaciones del Antiguo Oriente, y en el mismo pueblo judío.
Sin constituir la forma más común de referirse a Dios podemos encontrar
varios ejemplos en el Antiguo Testamento . Sin embargo las palabras de Jesús
encierran una novedad radical, que desconcierta a sus contemporáneos. Para
hablar con Dios Jesús utiliza el término arameo Abba, que usaban los niños
pequeños para llamar a su Padre. Con esta forma de comunicarse Jesús revela
un rostro desconocido de Dios. El Dios lejano, que está en los cielos, se
hace cercano y compañero, en la figura del Padre bondadoso que espera,
acompaña, protege y busca el bienestar de sus hijo (Lc. 15, 11 ss)
Jesús recurre al lenguaje común del pueblo, para hablar de Dios. El hebreo
estaba reservado para el culto y el arameo lo hablaba el pueblo. De esta
manera nos enseña que no lo encontramos al margen de la vida, sino en medio
de ella, a nuestro lado, como un Padre que sufre y se desvela por sus hijos.
Jesús, que llama a Dios, Papá, nos invita a repetir con él sus palabras.
También nosotros estamos llamados a ser sus hijos, y a demostrarlo con
nuestras vidas y obras, como lo hizo Jesús.
Ser hijo (y poder llamar a Dios "Papá") es un gran honor y una serísima
responsabilidad. La Iglesia desde sus orígenes entendió así esta enseñanza
de Jesús y se cuidó mucho de no "banalizar" el sentido del Padrenuestro.
Esta era la oración de los cristianos, de los hijos, de los que seguían a
Jesús, participando y construyendo el Reino. La oración de quienes se habían
convertido mediante el Bautismo y habían optado por la vida de Dios. Este
trato reverencial, que, lejos de ser solemne, garantizaba que se tomase "en
serio" la proclamación y oración del Padrenuestro, dejó sus huellas en las
fórmulas de introducción al mismo, que todavía hoy, utilizamos en nuestras
celebraciones de la Eucaristía. El sacerdote introduce el Padrenuestro con
las palabras "...y siguiendo sus divinas enseñanzas, nos atrevemos a
decir...". Al enseñar el Padrenuestro, Jesús nos invita a participar de su
filiación y nos muestra que Dios es un Padre Bueno, y que para seguirlo hay
que hacerse como un niño y aprender a decir Abba.
Santificado sea tu nombre.
Venga tu Reino.
Las dos peticiones en singular se dirigen al Padre Bueno para pedirle con
confianza que su Voluntad y su Proyecto se cumplan en la historia.
Ambas peticiones, en paralelo, apuntan a lo mismo. Pedimos que el nombre de
Dios sea santificado, que llegue a nosotros su Reino de justicia. Nos
confiamos en sus manos para que este mundo, de pecado, injusticia y
opresión, donde muchos conocen la muerte temprana de la enfermedad, la
desnutrición, la desocupación, la falta de vivienda y educación, la ausencia
de oportunidades para vivir, cambie y brille "un cielo y una tierra nuevas".
Pedimos que su nombre sea santo, que se realice su voluntad, que Dios, que
es un Dios de Vida y Justicia, sea reconocido, tenga su lugar acá en la
tierra. Pedimos para que su nombre no se tome en vano, para que no se
justifique en el nombre de Dios una sociedad y un sistema que genera
exclusión y desigualdad. Pedimos que su Reinado se haga efectivo. Que llegue
a nosotros. Que irrumpa en la historia y la haga nueva. Pedimos porque
confiamos, contra todo desaliento y angustia existencial, que el buen Dios
va a reinar, e instaurar su Justicia, "así en la tierra como en el cielo".
En todas partes, en toda la creación.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros hemos perdonado
a nuestros deudores;
Luego de invocar a Dios, Padre nuestro, y de suplicar al cielo "que venga tu
Reino", volvemos los ojos a la vida cotidiana. Nos encontramos que, en este
mundo, para construir el Reino, todos debemos alcanzar lo necesario para
vivir, el pan nuestro, compartido, de hoy y de mañana. El pan que simboliza
todo lo que es imprescindible para la vida: el pan material y el pan
espiritual. El pan de la Vida, representado por Jesús, que supo dar de comer
a las multitudes hambrientas, compartir su mesa con pecadores y marginados,
y permanecer entre nosotros bajo la Eucaristía, como pan compartido,
alimento de nuestra fe y nuestra esperanza en el Reino del Padre.
La segunda de las peticiones en plural nos recuerda la importancia de las
relaciones humanas. La fragilidad de las mismas y la necesidad de la
reconciliación para reestablecerlas. Pedimos perdón al Padre por nuestras
faltas, por las ofensas que cometemos, por las deudas que contraemos al no
comprometernos eficazmente en la justicia y la construcción del Reino.
Pedimos perdón por nuestras omisiones, por nuestro cristianismo cómodo que
evita el conflicto y las opciones. Pedimos perdón, y nos comprometemos
también a perdonar a los demás. Manifestamos con claridad nuestra intención
de promover relaciones nuevas entre las personas, a partir de nuestro gesto
concreto. Nos presentamos ante Dios para decirle que estamos dispuestos a
perdonar, que nos animamos a ser transmisores de su perdón, porque
reconocemos el perdón que Dios nos concede y la nueva oportunidad que nos
brinda.
Las cuatro peticiones se entrelazan, pedimos que venga el Reino y que se
manifieste concreto en el pan compartido para todos (la igualdad de
oportunidades y la dignidad para todos) y una nueva manera de relacionarse,
basado en el perdón y la justicia de Dios.
Y no nos dejes caer en la tentación.
La última petición sorprende. Es la única que se realiza en negativo.
Implica un corte abrupto y un final tajante. Después de elevar nuestra voz
al Padre, sentimos el peso de nuestras propias limitaciones. Con los pies
bien puestos sobre la tierra reconocemos que es duro y difícil ser
consecuente con lo que hemos pedido. Seguir a Jesús, pidiendo por el Reino,
y buscando su concreción en este mundo, puede ser muchas veces un trago
amargo. Sentimos la tentación de bajar los brazos, de escatimar esfuerzos,
de convencernos con justificaciones, de crearnos un dios menos exigente, o
simplemente, de cerrar los ojos y los oídos, y seguir nuestro propio camino.
La tentación existe, Jesús es testigo de su permanente actualidad. A lo
largo de su vida conoció la tentación, de decir no la voluntad del Padre. De
dar vuelta la cara a su proyecto. A fuerza de oración, entrega y fe, salió
adelante y marcó el camino. No pedimos no tener tentaciones. Son parte de la
vida. Pedimos fuerza, coraje y perseverancia, para no dejarnos arrastrar por
ellas y olvidar la causa del Padre: el Reino.
Rezar el Padrenuestro puede ser una costumbre, arraigada desde pequeños,
casi un acto reflejo, que esquive la decisión de la voluntad y el
compromiso. En ese caso, no estaremos orando al mismo Dios que nos mostró
Jesús.
En los tiempos que vivimos, en medio de una historia colectiva atravesada
por la injusticia del anti-Reino, que se hace visible en la exclusión
creciente de la mayor parte de nuestro pueblo al acceso a una vida digna; en
estos días, rezar el Padrenuestro se torna una imperiosa militancia, un
desafío cotidiano, un oasis donde abrevar para la lucha por la Vida.
Rezar el Padrenuestro, como nos enseñó Jesús, puede hasta ser una acto
subversivo, una memoria utópica. Porque subvierte y arrasa con los cimientos
de una sociedad egoísta e injusta.
Eso sí, rezarlo como Jesús: con la vida compartida, con la entrega hasta la
cruz, con la pasión por el Reino, con la opción por los más débiles, con los
gestos liberadores de vida nueva, y también, y por todo eso, con los labios,
como hijos y hermanos, repitiendo sus palabras: "Padre nuestro..."