San Agustín Carta 130: a Proba sobre la Oración
Agustín, obispo, siervo de Cristo y de los siervos de Cristo, a Proba,
religiosa sierva de Dios, salud en el Señor.
Hipona. Posterior al 411
1 1. Recuerdo que me pediste, y yo convine en ello, que había de escribir
algo para ti acerca de la oración. Ahora que ese Dios a quien oramos me
ayuda y tengo tiempo y oportunidad, voy a pagar mi deuda y ponerme al
servicio de tu piadoso deseo en la caridad de Cristo. No puedo explicar con
palabras el gozo que me causó tu petición, pues en ella reconocí lo mucho
que te preocupas por tan alto negocio. ¿Qué ventaja mayor pudo ofrecerte tu
viudez que la constancia en la oración de día y de noche, según el aviso del
Apóstol, que dice: La que es verdaderamente viuda y desolada, espere en el
Señor y persista en la oración de día y de noche?1 Puede causar extrañeza el
que, siendo, según este siglo, noble, rica, madre de numerosa familia, viuda
en el siglo, aunque no desolada, haya llegado a ocupar tu espíritu y a
reinar en él esa preocupación de orar; pero es porque prudentemente
entiendes que en este mundo y en esta vida no hay alma que pueda vivir
segura.
2. Quien te infundió ese pensamiento, hace contigo, sin duda, lo que hizo
con sus discípulos. Entristecidos quedaron, no por sí mismos, sino por el
género humano, y desesperanzados de la salvación de todos, al oír que era
más fácil que un camello entrara por el ojo de una aguja que un rico en el
reino de los cielos. El Señor les hizo una portentosa y benigna promesa: que
para Dios era fácil lo que para los hombres era imposible2. Pues aquel para
quien es fácil hacer entrar a un rico en el reino de los cielos te inspiró
esa piadosa solicitud, sobre la cual te decidiste a preguntarme cómo has de
orar. Cuando todavía estaba Jesús en la carne, envió al rico Zaqueo al reino
de los cielos. Resucitado y glorificado, después de la Ascensión, hizo que
muchos ricos desdeñasen este siglo, repartiéndoles el Espíritu Santo, y aun
los hizo más ricos poniendo fin a su codicia de riquezas ¿Cómo te
preocuparías tú de orar a Dios si no esperases en Él? ¿Y cómo esperarías en
Él si esperases en lo incierto de las riquezas y despreciases el precepto
del Apóstol? Dijo, pues, el Apóstol: Manda a los ricos de este mundo que no
se jacten de su saber ni esperen en lo incierto de las riquezas, sino en
Dios vivo, que nos da de todo abundantemente para gozarlo; para que sean
ricos en obras buenas y repartan con facilidad y comuniquen y se atesoren un
fundamento bueno para el futuro, para que conquisten la vida eterna3.
2 3. Debes, pues, por el amor de la vida verdadera, considerarte desolada en
el siglo, sea cualquiera la felicidad que te envuelva. En conformidad con
aquella vida verdadera (en cuya comparación esta que tanto se ama, por muy
alegre y larga que sea, no merece el nombre de vida) es también verdadero el
consuelo que el Señor promete por el profeta, diciendo: Le daré un consuelo
verdadero, paz sobre paz4. Sin ese consuelo, en todos los otros consuelos
más se encuentra desolación que consolación. Porque las riquezas y las
cumbres de los honores y las demás vanidades con que se juzgan felices los
mortales, por no conocer aquella verdadera felicidad, ¿qué consolación
brindan, cuando en ellas es más importante no necesitar que sobresalir,
cuando atormentan, después de adquiridas, con el temor de perderlas, mucho
más que con el ardor de poseerlas cuando aún no se tienen? Con tales bienes
no se hacen buenos los hombres; los que se hicieron buenos por otra parte,
hacen por el buen uso que ellas sean bienes. No está en ellas el verdadero
consuelo, sino más bien allí donde está la verdadera vida, puesto que es
necesario que el hombre se haga bienaventurado con lo mismo que se hace
bueno.
4. Parece que los hombres buenos brindan en esta vida no pequeños consuelos.
Si la pobreza aprieta, si el luto entristece, si el dolor corporal
atormenta, si acongoja el destierro, si cualquiera calamidad angustia, hay
hombres buenos que no sólo saben alegrarse con los que se alegran, sino
también llorar con los que lloran5, y saben hablar y conversar amablemente.
Suavizan no poco las asperezas, alivian las cargas, ayudan a superar las
adversidades; pero en ellos y por ellos obra aquel que los hace buenos con
su Espíritu6. Por el contrario, si las riquezas abundan y ninguna orfandad
sobreviene, si hay salud en la carne y habitación incólume en la patria,
pues en ella hay también hombres malos de quienes nada puede fiarse, de
quienes se temen y soportan el fraude, el dolo, los arrebatos, las
discordias y las traiciones, ¿acaso no se convierten en amargas y duras
todas aquellas riquezas? ¿Acaso se encuentra en ellas parte dulce o alegre?
En todos los negocios humanos, nada es grato para el hombre si no tiene por
amigo al hombre. ¿Quién puede hallarse que sea tan buen amigo, que podamos
tener en esta vida seguridad cierta de su intención y de sus costumbres?
Como nadie se conoce a sí mismo, tampoco unos a otros se conocen; y nadie se
conoce a sí mismo hasta el punto de estar seguro de su conducta en el
siguiente día. Por eso, aunque muchos sean conocidos por sus obras7 y otros
muchos alegren a los prójimos con su buena conducta, otros muchos los
entristecen con la suya mala. Por esa ignorancia e incertidumbre del ánimo
humano, nos amonesta justamente el Apóstol a que no juzguemos antes de
tiempo, hasta que venga el Señor, e iluminará los secretos de las tinieblas,
y manifestará los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá su
alabanza de Dios8.
5. En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del
Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión9, debe el alma
cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar. Aprenda en las
divinas y santas Escrituras a dirigir a ellas la vista de la fe como a una
lámpara colocada en un tenebroso lugar hasta que nazca el día y el lucero
brille en nuestros corazones10. Como una fuente inefable de ese resplandor
es aquella luz, que reluce en las tinieblas11 de tal modo que las tinieblas
no la envuelven. Para verla hemos de limpiar nuestros corazones por medio de
la fe12, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios13, y sabemos que cuando apareciere seremos semejantes a El, porque le
veremos como El es14. Entonces habrá verdadera vida tras la muerte, y
verdadero consuelo tras la desolación. Aquella vida eximirá a nuestra alma
de la muerte, y aquel consuelo librará nuestros ojos de las lágrimas. Y pues
allí no habrá tentación alguna, sigue diciendo el Salmo: Y librará mis pies
de la caída. Pues si no hay ya tentación, tampoco habrá oración; porque no
cabrá allí esperanza del bien prometido, sino goce pleno del bien otorgado.
Por eso sigue diciendo: Agradaré al Señor en la región de los vivos15, en
que entonces estaremos, no en el desierto de los muertos, en que ahora
estamos. Porque estáis muertos, dice el Apóstol, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios; mas cuando apareciere Cristo, vuestra vida,
entonces apareceréis vosotros con él en la gloria16. Esa es la verdadera
vida, que los ricos deben conquistar con sus buenas obras, según tienen
mandado. Una viuda desolada, aunque tenga muchos hijos y nietos y lleve
piadosamente su casa, procurando que todos los suyos pongan su esperanza en
Dios17, tiene que decir con este consuelo en la oración: Mi alma tuvo sed de
ti; ¡cuánto te desea mi carne en esta tierra desierta, y sin camino, y sin
agua!18 Esto es esta vida moribunda, por muchos consuelos humanos que la
rodeen, por muchos compañeros de camino que tenga, por mucha abundancia de
cosas que la llenen. Bien sabes cuan inciertas son todas las delicias. Y en
comparación de aquella felicidad prometida, ¿qué podrían ser, aunque no
fuesen inciertas?
6. Te digo esto porque has solicitado mis palabras, tú, una viuda rica y
noble, madre de numerosa familia, acerca de la oración; te invito a que te
sientas desolada en medio de todos los que permanecen contigo en esta vida y
te atienden, porque todavía no has alcanzado aquella vida en la que se da el
verdadero y cierto consuelo, donde se cumplirá lo que está escrito por el
profeta: Por la mañana nos saciamos de tu misericordia y nos hemos alegrado
y regocijado en todos nuestros días. Nos hemos congratulado por los días en
que nos humillaste, por los años en que vimos la adversidad19.
3 7. Antes de que llegue esta consolación, por mucha felicidad de bienes
temporales que disfrutes, acuérdate de que estás desolada, para que
persistas día y noche en la oración. Porque el Apóstol no encarga ese deber
a cualquier viuda, sino la que es, dice, verdadera viuda y desolada, espere
en el Señor y persista en la oración de día y noche20. Pero evita con gran
cautela lo que sigue: Mas la que vive en placeres, aun viviendo está
muerta21. Trata el hombre en aquellos intereses que ama, en los que apetece
como cosa grande, en aquellos con los que se considera dichoso. Por eso lo
que la Escritura dice de los ricos: Si abundan las riquezas, no apeguéis el
corazón a ellas22, eso mismo te digo de los placeres: si abundan, no apegues
el corazón a ellos. No te sobrestimes porque los placeres no te faltan,
porque te inundan, porque fluyen como de la generosa fuente de la felicidad
terrena. Menosprécialos y desdéñalos en absoluto y nada busques en ellos
sino la íntegra salud del cuerpo. Sólo la salud es estimable por razón de
las obligaciones que impone la vida, antes de que este cuerpo mortal se
revista de inmortalidad23, es decir, de una verdadera, perfecta y perpetua
salud, que no vaya decayendo con la terrena enfermedad ni tenga que
repararse con un placer corruptible, sino que se mantenga en la constancia
celestial y viva en la eterna incorrupción. El mismo Apóstol dice: No
convirtáis en concupiscencia el cuidado de la carne24, porque hemos de
cuidar la carne, pero para las necesidades de la salud. Y como él mismo dice
también: Nadie tuvo jamás odio a su carne25. A Timoteo, que al parecer era
un excesivo castigador de su cuerpo, le amonesta a que beba un poco de vino
por razón del estómago y de las frecuentes enfermedades26.
8. Si la viuda vive en esos placeres, esto es, si habita en ellos y se apega
a ellos por el placer del corazón, viviendo está muerta. Por eso muchos
santos y santas los evitaron por todos los medios; desparramaron por las
manos de los pobres esa misma riqueza, que es como la madre de los placeres.
La trasladaron con mayor seguridad a los tesoros celestiales. Si tú no la
repartes porque te ves ligada por una obligación de familia, bien sabes qué
cuenta has de dar de ella a Dios. Nadie sabe lo que pasa en el hombre sino
el espíritu del hombre que en él está27, y por eso no debemos nosotros
juzgar nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor e ilumine los secretos
de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, y entonces cada
uno recibirá su alabanza de Dios28. Si nadas en placeres, toca a tu
preocupación de viuda el no apegar el corazón, para que no se corrompa y
muera entre ellos ese corazón, que debe estar en alto para vivir. Cuéntate
en el número de aquellos a quienes se escribió: Vivirán sus corazones
eternamente29.
4 9. Ya te he explicado quién debes ser para orar. Ahora oye lo que has de
orar, objeto principal de tu consulta, pues te impresiona lo que dice el
Apóstol: No sabemos lo que hemos de pedir, como conviene30. Temes que pueda
causarte mayor perjuicio el orar como no conviene que el no orar. Puedo
decírtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada. Todos los
hombres quieren poseerla, pues aun los que viven pésima y airadamente no
vivirían de ese modo si no creyesen que así son o pueden ser felices. ¿Qué
otra cosa has de pedir, pues, sino la que buscan los buenos y los malos,
pero a la cual no llegan sino sólo los buenos?
5 10. Quizá me preguntes aquí qué es la vida bienaventurada. En esta
cuestión se han atormentado los ingenios y ocios de muchos filósofos, los
cuales tanto menos la pudieron hallar, cuanto menos honraron a la Fuente de
esa vida y no le dieron gracias. Mira, pues, primero si hemos de atender a
los que dicen que es feliz aquel que vive según su voluntad. Líbrenos Dios
de pensar que eso es verdad. ¿Y si uno quiere vivir inicuamente? ¿No
demostrará que es tanto más mísero cuanto mayor facilidad halla su capricho
para lo malo? Con motivo desecharon esa opinión aun aquellos mismos que
filosofaron sin adorar a Dios. Uno de ellos, varón elocuentísimo, dijo:
"Otros que no son filósofos, pero que están dispuestos a discutir, afirman
que son felices los que viven como quieren. Es una falsedad, porque el
querer lo que no conviene es la misma miseria. No es tan triste el carecer
de lo que quieres como el querer conseguir lo que no conviene". ¿No te
parece que esas palabras han sido dichas por la misma Verdad por medio de un
hombre cualquiera? Podemos afirmar aquí lo que el Apóstol dice de cierto
poeta cretense al aceptarle una frase: Este testimonio es verdadero31.
11. Aquel es bienaventurado que tiene cuanto quiere y no quiere nada malo.
Si esto es así, busca qué hombres no quieren el mal. Uno quiere casarse;
otro, libre del matrimonio, prefiere pasar en continencia su viudez; otro
renuncia a toda unión carnal aun dentro del matrimonio. Se ve que en esto
unos son mejores que otros, pero podemos decir que ninguno de ellos quiere
algo que no le sea conveniente. Así también el desear tener hijos, que es el
fruto de las bodas, o el desear que esos hijos gocen de vida y de salud,
deseo que alberga la mayor parte de las veces incluso la viuda que vive en
continencia. Porque, aunque desdeñen su anterior matrimonio y ya no deseen
tener hijos, desean que se conserven incólumes los que antes tuvieron. De
todas estas preocupaciones está libre la virginidad integral. Pero todos
tienen allegados, a quienes aman y a quienes desean la salud temporal, sin
que ello les sea inconveniente. ¿Podemos decir que son ya bienaventurados
los hombres cuando han logrado salud en su persona y en la de aquellos a
quienes aman? He aquí, en efecto, algo que pueden desear decentemente. Sin
embargo, están aún muy distantes de la vida bienaventurada si no poseen
otros bienes mayores ni mejores, más henchidos de utilidad y de nobleza.
6 12. ¿Te place que, además de la salud temporal mencionada, deseen para sí
y para los suyos honores y dignidades? En efecto, es decente el desearlos si
con ello se atiende al bien de los subordinados, si no se buscan por sí
mismos, sino por el bien que de ellos proviene. No sería decente el
desearlos por vana pompa de ostentación, por exhibicionismo superfluo o por
una nociva vanidad. Pueden desear para sí y para los suyos esa suficiencia
de medios de vida de que habla el Apóstol de este modo: Es una gran ganancia
la piedad con lo suficiente. Porque nada trajimos a este mundo y nada nos
podremos llevar de él. Si tenemos la comida y el vestido, contentémonos con
ellos. Pues los que pretenden enriquecerse caen en la tentación, en lazo y
en hartas apetencias necias y nocivas, que sumergen a los hombres en la
ruina y en la perdición. Porque raíz de todos los males es la avaricia.
Algunos, al practicarla, se desviaron de la fe y se enredaron en hartas
aflicciones32. Quien desea esta suficiencia, y nada más desea, nada
inconveniente desea. Porque, en otro caso, no la desea a ella, y, por lo
tanto, no desea algo conveniente. Esa deseaba, y por ella oraba el que
decía: No me des riquezas ni pobreza; otórgame lo que me es necesario y
suficiente, no sea que, saciado, me vuelva mentiroso y diga: "¿Quién me ve?"
O, si la pobreza me estrecha, me convierta en ladrón y perjure contra el
nombre de Dios33. Ya advertirás que esta suficiencia se desea no por ella,
sino por la salud corporal y por el oportuno decoro de la persona humana,
decoro que es conveniente para aquellos con quienes se ha de tratar honesta
y civilmente.
13. En todas estas cosas se apetecen por sí mismas la integridad del hombre
y la amistad, mientras que la suficiencia de los medios necesarios de vida
no se apetece por sí misma cuando se desea como conviene, sino por esos
otros dos bienes mencionados. La integridad se refiere a la vida misma: a la
salud, a la plenitud del alma y del cuerpo. La amistad, por su parte, no se
reduce a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho
al amor y a la caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que
hacia otros. Llega hasta los enemigos, pues se nos encarga el orar por
ellos. Es decir, nadie hay en el género humano a quien no se le deba la
caridad, si no por mutua correspondencia en el amor, por la común
participación en la naturaleza. Verdad es que nos deleitan mucho y
justamente aquellos que a su vez nos aman santa y limpiamente. Hay que orar
por esos bienes: cuando se poseen, para que no se pierdan, y cuando no se
poseen, para alcanzarlos.
7 14. ¿Es esto todo? ¿Se reduce a esto todo lo que constituye la suma de
vida bienaventurada? ¿Acaso la verdad nos sugiere alguna otra cosa que haya
de anteponerse a esos bienes? En efecto, la suficiencia y la integridad
mencionadas, tanto la propia como la de los amigos, mientras se trate de lo
temporal, hemos de desdeñarlas cuando se trata de alcanzar la vida eterna.
Bien es verdad que, aunque esté sano el cuerpo, no está ya sano el espíritu
si no antepone lo eterno a lo temporal, puesto que no se vive útilmente en
el tiempo si no se negocia en méritos para la eterna. Luego no cabe duda de
que todas las cosas que pueden desearse útil y convenientemente han de ser
referidas a aquella vida en la que se vive con Dios y de Dios. Nos amamos a
nosotros mismos justamente cuando amamos a Dios. Y, en conformidad con otro
precepto, amamos con verdad a nuestro prójimo como a nosotros mismos
cabalmente cuando, según nuestras posibilidades, le conducimos a un
semejante amor de Dios. Es que a Dios le amamos por sí mismo, y a nosotros
mismos y al prójimo nos amamos por El. Pero, aunque vivamos de ese modo, no
pensemos que ya hemos alcanzado la vida bienaventurada y que ya nada nos
queda por pedir. ¿Cómo puede ser bienaventurada nuestra vida faltándonos el
bien único por el que vivimos bien?
8 15. ¿Por qué desviar la atención a muchas cosas, preguntando qué hemos de
pedir y temiendo no pedir como conviene? Más bien hemos de repetir con el
Salmo: Una cosa pedí al Señor, ésta buscaré: que me permita habitar en la
casa del Señor todos los días de mi vida para poder contemplar el gozo de
Dios y visitar su santo templo34. En aquella morada no se suman los días que
llegan y pasan para componer una totalidad, ni el principio de uno es el fin
de otro. Todos se dan simultáneamente y sin fin, pues no tiene fin aquella
vida a la que pertenecen los días. Para alcanzar esa vida bienaventurada nos
enseñó a orar la misma y auténtica Vida bienaventurada; pero no con largo
hablar, como si se nos escuchase mejor cuanto más habladores fuéremos, ya
que, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras
necesidades antes de que se las expongamos35. Aunque el Señor nos haya
prohibido el mucho hablar, puede causar extrañeza el que nos haya exhortado
a orar, siendo así que conoce nuestras necesidades antes de que las
expongamos. Dijo en efecto: Es preciso orar siempre y no desfallecer,
aduciendo el ejemplo de cierta viuda: a fuerza de interpelaciones se hizo
escuchar por un juez inicuo, que, aunque no se dejaba mover por la justicia
o la misericordia, se sintió abrumado por el cansancio36. De ahí tomó Jesús
pie para advertirnos que el Señor, justo y misericordioso, mientras oramos
sin interrupción, nos ha de escuchar con absoluta certeza, pues un juez
inicuo e impío no pudo resistir la continua súplica de la viuda. También nos
pone ante la vista cuan afable y de buen grado llenará los deseos buenos de
aquellos que saben perdonar los pecados ajenos, cuando aquella que trató de
vengarse llegó al lugar que apetecía. Y aquel a quien le había llegado un
amigo de viaje y no tenía nada que poner a la mesa, deseaba que otro amigo
le prestase tres panes, en los cuales tres se simboliza quizá la Trinidad en
una sola sustancia. El huésped encontró a su amigo ya acostado, con todos
los siervos, pero le despertó, llamando con la mayor insistencia y molestia
para que le diese los panes deseados. Y tuvo el amigo que dárselos más bien
por librarse de la molestia que pensando en la benevolencia37. Ese ejemplo
nos puso Cristo para que entendamos que, si el que está dormido y es
despertado contra su voluntad por un pedigüeño se ve obligado a dar, con
mayor benignidad nos satisfará el que no puede dormir y hasta nos despierta
a nosotros cuando dormimos para que pidamos.
16. Por eso se dice: Pedid, y recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se
os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a
quien llama le abrirán. ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide un pan, le
dará una piedra, o, si le pide un pez, le dará una culebra, o, si le pide un
huevo, le dará un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto mejor vuestro Padre celestial dará
bienes a los que se los piden?38 Tres virtudes recomienda el Apóstol. La
primera es la fe, que está simbolizada en el pez39, ya por razón del agua
del bautismo, ya porque la fe se mantiene íntegra entre las olas de este
siglo; al cual pez se opone la serpiente, que con un fraude venenoso
persuadió a que se negase a Dios la fe. La segunda es la esperanza, que está
simbolizada en el huevo, porque la vida del pollo todavía no es, sino que
será; no se ve todavía, sino que se espera, puesto que la esperanza que se
ve ya no es esperanza40; al huevo se opone el escorpión, porque quien espera
la eterna vida se olvida de lo que atrás queda y tiende a lo que tiene por
delante41, y para él es ruinoso el mirar atrás; en cambio, al escorpión hay
que evitarle por esa parte de la cola, que es venenosa en forma de aguijón.
La tercera virtud es la caridad, simbolizada en el pan. La mayor de las tres
es la caridad42, como el pan supera por su utilidad a todos los demás
alimentos; el pan se opone a la piedra, porque los corazones endurecidos
rechazan la caridad. Aunque estos símbolos tengan otra interpretación más
conveniente, no cabe duda de que quien sabe dar buenos dones a sus hijos nos
obliga a pedir, buscar y llamar.
17. Lo hace, aunque sabe lo que necesitamos antes de pedírselo43 y puede
mover nuestro ánimo. Esto puede causar extrañeza, si no entendemos que
nuestro Dios y Señor no pretende que le mostremos nuestra voluntad, pues no
puede desconocerla; pretende ejercitar con la oración nuestros deseos, y así
prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar44. Su don es muy
grande, y nosotros somos menguados y estrechos para recibirlo. Por eso se
nos dice: Dilataos para no llevar el yugo con los infieles45. Mayor
capacidad tendremos para recibir ese don tan grande, que ni el ojo lo vio,
porque no es color; ni el oído lo oyó, porque tampoco es sonido; ni subió al
corazón del hombre46, porque es el corazón el que debe subir hasta él; tanto
mayor capacidad tendremos, cuanto más fielmente lo creamos, más firmemente
lo esperemos y más ardientemente lo deseemos.
9 18. En la fe, esperanza y caridad oramos siempre con un continuo deseo.
Pero a ciertos intervalos de horas y tiempos oramos también vocalmente al
Señor, para amonestarnos a nosotros mismos con los símbolos de aquellas
realidades, para adquirir conciencia de los progresos que realizamos en
nuestro deseo, y de este modo nos animemos con mayor entusiasmo a
acrecentarlo. Porque ha de seguirse más abundoso efecto cuanto precediere
más fervoroso afecto. Por eso dijo el Apóstol: Orad sin interrupción47. ¿Qué
significa eso sino «desead sin interrupción» la vida bienaventurada, que es
la eterna, y que os ha de venir del favor del único que os la puede dar?
Deseémosla, pues, siempre de parte de nuestro Señor y oremos siempre. Pero a
ciertas horas substraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que
nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y
nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor al bien
que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se
extinga por no renovar el fervor con frecuencia. Por lo cual dijo el mismo
Apóstol: Vuestras peticiones sean patentes a Dios48. Eso no hay que
entenderlo como si tales peticiones tuvieran que mostrarse a Dios, pues ya
las conocía antes de que se formulasen; han de mostrarse a nosotros en
presencia de Dios por la perseverancia y no ante los hombres por la
jactancia. También podría interpretarse que se muestren a los ángeles, que
están en presencia de Dios, para que en cierto modo las presenten a Dios y
le consulten sobre ellas. Así, conociendo ellos lo que se ha de cumplir por
orden divina, nos lo sugieran distinta o veladamente a nosotros, según lo
entiendan en la divina orden. Porque fue un ángel el que le dijo a un
hombre: Y ahora, cuando orabais tú y Sara, yo ofrecí vuestra oración en la
presencia de la claridad de Dios49.
10 19. Siendo esto así, no será inútil o vituperable el dedicarse largamente
a la oración cuando hay tiempo, es decir, cuando otras obligaciones y
actividades buenas y necesarias no nos lo impidan, aunque también en ellas,
como he dicho, hemos de orar siempre con el deseo. Porque no es lo mismo
orar con locuacidad que orar durante largo espacio50, como algunos piensan.
Una cosa es un largo discurso y otra es un afecto sostenido. En efecto, del
mismo Señor está escrito que pernoctaba en oración y que oró prolijamente51.
¿No era darnos el ejemplo, orando con oportunidad en el tiempo, aunque con
el Padre oye en la eternidad?
20. Se dice que los hermanos de Egipto se ejercitan en oraciones frecuentes,
pero muy breves y como lanzadas en un abrir y cerrar de ojos, para que la
atención se mantenga vigilante y alerta y no se fatigue ni embote con la
prolijidad, pues es tan necesaria para orar. De ese modo nos enseñan que la
atención no se ha de forzar cuando no puede sostenerse; pero tampoco se ha
de retirar si puede continuar. Alejemos de la oración los largos discursos,
pero mantengamos una duradera súplica si persevera ferviente la atención. El
mucho hablar es tratar en la oración un asunto necesario con palabras
superfluas. En cambio, la súplica sostenida es llamar con una sostenida y
piadosa excitación del corazón a la puerta de aquel a quien oramos.
Habitualmente este asunto se realiza más con gemidos que con palabras, más
con llanto que con discursos. Dios pone nuestras lágrimas ente sí52 y
nuestros gemidos no se le ocultan a él53 que todo lo creó por su Verbo y no
necesita del verbo humano.
11 21. Por lo tanto, para nosotros son
necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos permiten ver lo que
pedimos, sin que se nos ocurra pensar que con ellas vamos a enseñar o a
forzar al Señor. Cuando decimos santificado sea tu nombre54, nos incitamos a
nosotros mismos a desear que el nombre del Señor, que siempre es santo, sea
tenido como santo por los hombres, es decir, no sea despreciado. Cuando
decimos venga a nosotros tu reino55, que ciertamente ha de venir, queramos o
no queramos, enardecemos nuestro deseo de aquel reino, para que venga a
nosotros y merezcamos reinar en él. Cuando decimos hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo56, le pedimos para nosotros la misma obediencia,
para que cumplamos su voluntad, como en el cielo la cumplen sus ángeles.
Cuando decimos el pan nuestro de cada día dánosle hoy57, en el término hoy
entendemos el tiempo presente, para el que pedimos aquella suficiencia
arriba mencionada, bajo el nombre de pan, es decir, de la parte principal; o
quizá puede entenderse el sacramento de los fieles, que nos es necesario en
el tiempo presente, aunque no para la felicidad del tiempo presente, sino
para la eterna. Cuando decimos perdónanos nuestras deudas así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a recapacitar sobre lo que
pedimos y sobre lo que hacemos, para que merezcamos recibirlo. Cuando
decimos no nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedirlo, no sea
que, careciendo de la ayuda divina, sobrevenga la tentación y consintamos
seducidos o cedamos afligidos. Cuando decimos mas líbranos de mal58, nos
invitamos a pensar que no estamos aún en aquel lugar bueno en que no
padeceremos mal alguno. Y esto último que se dice en la oración dominical
abarca tanto, que el cristiano sometido a cualquiera tribulación gime con
esa fórmula, con ella llora, por ella comienza, en ella se para y por ella
termina la oración. Era menester valerse de palabras para imprimir en
nuestra memoria las realidades mismas.
12 22. Todas las demás palabras que digamos, ya las que formula el fervor
precedente hasta adquirir conciencia clara, ya las que considera luego para
crecer, no dicen otra cosa sino lo que se contiene en la oración dominical,
si es que rezamos bien y apropiadamente. Y quien dice algo que no quepa
dentro de esta oración evangélica, ora carnalmente, aunque no ore
ilícitamente. Y aun no sé cómo puede ser lícito, cuando los renacidos en
espíritu59 no han de orar sino espiritualmente. Alguien dice por ejemplo:
Muestra tu caridad entre todas las naciones, como la has manifestado entre
nosotros; o también: Que tus profetas sean hallados fieles60, ¿Y qué otra
cosa dice sino santificado sea el tu nombre? Otro dice: Dios de las
virtudes, vuélvete a nosotros, muéstranos tu faz y seremos salvos61. ¿Y qué
otra cosa dice sino venga a nosotros tu reino? Otro dice: Dirige mis caminos
según tu palabra y no me domine iniquidad alguna62. ¿Y qué otra cosa dice
sino hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Otro dice: No me
des riquezas ni pobreza63. ¿Y qué otra cosa dice sino el pan nuestro de cada
día dánosle hoy? Otro dice: Acuérdate, Señor, de David, de su mansedumbre64;
o bien: Señor, si he ejecutado ese mal, si hay iniquidad en mis caminos, si
a los que me hicieron mal se lo he devuelto65. ¿Qué otra cosa dice sino
perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?
Otro dice: Quítame la concupiscencia del vientre y no sea yo esclavo de
deseos impuros66. ¿Y qué otra cosa dice sino no nos dejes caer en la
tentación? Otro dice: Líbrame, Señor, de mis enemigos y defiéndeme de los
que se levantan contra mí67. ¿Y qué otra cosa dice sino líbranos de mal? Si
vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, nada
hallarás, según creo, que no esté contenido y encerrado en la oración
dominical. Por eso hay libertad para repetir en la oración las mismas cosas
con diversas palabras; pero, en cambio, no hay libertad para decir distintas
cosas.
23. Esto es lo que sin sombra de duda hemos de pedir para nosotros, para los
nuestros, para los extraños y para los mismos enemigos, aunque uno pide por
éste, otro pide por aquél, según sean sus relaciones o la lejanía de su
familiaridad, mientras en el corazón del que ora haya y arda el afecto. En
cambio, supongamos que en la oración alguien repite, por ejemplo: "Señor,
multiplica mis riquezas" ; o bien: "Dame tanto cuanto le diste a aquel o
aquel otro"; o bien: "Eleva mi dignidad; hazme poderoso y célebre en este
mundo", o cosa parecida; supongamos que dice eso por la concupiscencia que
siente hacia esos bienes y no por el provecho que pueden traer a los hombres
según la voluntad de Dios; seguramente no hallará en la oración dominical
una sentencia a la que ajustar su petición. Vergüenza debiera darle pedir
eso, si no le da vergüenza el apetecerlo; y si es que le da vergüenza, pero
le domina la apetencia, mucho mejor será que pida al Señor que le libre de
su concupiscencia, diciéndole: Mas líbranos de mal.
13 24. Aquí tienes, a mi juicio, no sólo las condiciones del que ora, sino
también lo que ha de pedir. No te lo enseño yo, sino que te lo enseña quien
a todos se ha dignado enseñarnos. Hemos de buscar la vida bienaventurada,
hemos de pedírsela al Señor. Muchos han discutido interminablemente sobre
esa bienaventuranza. Mas ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y
a tantas discusiones? La Escritura de Dios nos dice breve y verazmente:
Bienaventurado es el pueblo cuyo Dios es el Señor68. Para permanecer dentro
de ese pueblo y para contemplar a Dios y para que podamos vivir con El sin
fin, el fin del precepto es la caridad del corazón puro, de la conciencia
buena y de la fe no fingida69. Al numerar las tres propiedades, se coloca la
esperanza en lugar de la conciencia buena. Por lo tanto, la fe, la esperanza
y la caridad70 conducen a Dios al que ora, es decir, al que cree, espera y
desea, y advierte en la oración dominical lo que ha de pedir al Señor. Mucho
ayudan también a la oración los ayunos, la mortificación de la
concupiscencia carnal, sin dañar a la salud, y principalmente las limosnas
para que podamos decir: En el día de mi tribulación busqué al Señor con mis
manos, por la noche, en su presencia, y no fui defraudado71. ¿Cómo se ha de
buscar con las manos al Señor, que es impalpable e incorporal, si no se le
busca con las obras?
14 25. Quizá me preguntes aún por qué dijo el Apóstol: No sabemos lo que
hemos de pedir como conviene72. No hemos de pensar que él o los cristianos a
quienes esto decía ignoraban la oración dominical. Por otra parte, no pudo
hablar temeraria y falsamente. ¿Por qué dijo esto, sino porque de ordinario
aprovechan las molestias y tribulaciones temporales para curarnos el tumor
de la soberbia, o para probarnos y ejercitarnos la paciencia, a la que se
asigna mayor y más noble premio cuando está probada y ejercitada, o, en fin,
para borrar y castigar cualesquiera pecados? Sin embargo, como nosotros no
vemos el provecho, deseamos vernos libres de toda tribulación. El Apóstol da
a entender que ni él mismo se libró de esa ignorancia, aunque quizá sabía
pedir como conviene, cuando en la alteza de sus revelaciones, y para que no
se enorgulleciese, se le dio el aguijón de la carne, el ángel de Satanás,
con el fin de que le abofetease73. Entonces pidió tres veces al Señor que le
librase de él, seguramente sin saber lo que pedía como conviene. Al fin oyó
la respuesta de Dios, manifestando por qué no se realizaba lo que tan grande
santo pedía y por qué no convenía que se realizase: Te basta mi gracia, pues
la virtud se perfecciona en la enfermedad74.
26. En estas tribulaciones, que pueden ocasionarnos utilidad y ruina, no
sabemos lo que hemos de pedir como conviene. Y, sin embargo, porque son
molestas, porque van contra nuestro débil natural, todos coincidimos en
pedir que se nos libre de ellas. Pero a nuestro Señor debemos la merced de
pensar que no nos abandona cuando no nos las quita, sino que nos animamos a
esperar mayores bienes soportando piadosamente los males. Y de este modo la
virtud se perfecciona en la enfermedad. El Señor, airado contra algunos, que
se lamentaban, les concedió lo que pedían, mientras se mostró piadoso al
negárselo al Apóstol. En efecto, leemos lo que pidieron y lo que recibieron
los israelitas. Mas, una vez satisfecha la concupiscencia, fue duramente
castigada su impaciencia75. Cuando le pidieron un rey según el corazón de
ellos y no según el de Dios, se lo concedió también76. Hasta al diablo le
otorgó lo que pedía para que fuese tentado y probado su siervo Job77.
Escuchó también a los inmundos espíritus que le pedían permiso para entrar
en la piara de cerdos78. Esto se escribió para que nadie se enorgullezca si
Dios le escucha cuando pide con impaciencia lo que no le convendría pedir, y
juntamente para que nadie se apoque y desespere de la divina misericordia
para con él, si Dios no le escucha cuando quizá pide algo cuya recepción
sería riguroso tormento o ruina, por dejarse el beneficiario corromper por
la prosperidad. En esos casos no sabemos pedir como conviene. Si algo acaece
en contra de lo que hemos pedido, hemos de tolerarlo con paciencia, dando
por todo gracias a Dios, sin dudar lo más mínimo de que lo más conveniente
es lo que acaece por voluntad de Dios y no por la nuestra. Nuestro Salvador
se nos puso de modelo cuando dijo: Padre, si es posible, pase de mí este
cáliz, pues transformando la voluntad humana, que tenía por su encarnación,
añadió en seguida: pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú79. De
aquí que, con razón, por la obediencia de uno se hacen justos muchos80.
27. Mas quien pida al Señor aquella única cosa mencionada y la busque81,
pide con certidumbre y seguridad; no teme que haya obstáculo para recibir,
pues sin ella de nada le servirá cualquiera otra cosa que pida como
conviene. Ella es la única y sola vida bienaventurada: contemplar el deleite
del Señor para siempre, dotados de la inmortalidad e incorruptibilidad del
cuerpo y del espíritu. Por sola ella se piden, y se piden convenientemente,
las demás cosas. Quien ésta tuviere, tiene cuanto quiere; ni podrá allí
querer algo que no convenga. Allí está la fuente de la vida82, cuya sed
hemos de avivar en la oración mientras vivimos de esperanza. Ahora vivimos
sin ver lo que esperamos, bajo las alas de aquel ante quien presentamos
nuestro deseo, para embriagarnos de la abundancia de su casa y abrevarnos en
el torrente de su dicha: porque en él está la fuente de la vida y en su
resplandor hemos de ver la luz83. Y entonces se satisfará en los bienes
nuestro deseo, y nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo tendremos
gozando. Y, con todo, ya que ella es la paz que sobrepuja a todo
entendimiento, no sabemos lo que pedimos, como conviene84, cuando se la
pedimos a Dios en la oración. No podemos imaginarlo como ello es en sí, y,
por lo tanto, lo ignoramos. Y en verdad todo lo que nos viene a la
imaginación lo rehuimos, rechazamos, reprobamos; sabemos que no es eso lo
que buscamos, aunque no sabemos cómo es lo que buscamos.
15 28. Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por
decirlo así, pero docta por el espíritu de Dios, que ayuda nuestra
debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Si lo que no vemos lo esperamos, por
la paciencia lo aguardamos; y a continuación añade: De un modo semejante el
espíritu socorre nuestra debilidad; porque no sabemos lo que hemos de pedir
como conviene; mas el mismo espíritu interpela por nosotros con gemidos
inenarrables. Y quien escruta los corazones conoce lo que sabe el Espíritu,
pues interpela según Dios por los santos85. No hemos de entender esas
palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es
inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como
alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos porque
impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo se dice: Os tienta el
Señor vuestro Dios para ver si le amáis86, es decir, para que vosotros lo
conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar a los santos con gemidos
inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía
nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo se narra lo que
se ignora cuando se desea? Porque en verdad, si enteramente nos fuese
ignorada, no la desearíamos. Y, por otra parte, si la viésemos, no la
desearíamos ni la pediríamos con gemidos.
16 29. Considerando todo esto y cualquiera otra cosa que el Señor te sugiera
y a mí no se me ocurra, o fuere muy larga de contar, esfuérzate para vencer
al siglo en la oración. Ora con esperanza, ora con fidelidad y amor, ora con
perseverancia y paciencia, ora como viuda de Cristo. Aunque como Él enseñó,
el orar corresponde a todos sus miembros, es decir, de todos los que creen
en El y están unidos a su cuerpo, en la Escritura se halla asociada de un
modo especial a las viudas la preocupación más diligente por orar. Con el
mayor honor se citan dos Anas, una casada, que dio a luz al santo Samuel, y
otra viuda, que conoció al Santo de los santos cuando era todavía un
infante87. La casada oró en el dolor de su alma y en aflicción de corazón,
porque no tenía descendencia; entonces recibió a Samuel, y una vez recibido
se lo devolvió a Dios, como se lo había prometido al pedirlo. Quizá resulte
difícil comprobar cómo su petición entraba en la oración dominical, a no ser
en la frase líbranos de mal; porque le parecía pequeño mal el estar casada y
carecer del fruto de las bodas, ya que sola la razón de criar hijos pudiera
excusarlas. Atiende ahora a lo que se dice de la otra Ana viuda: No se
retiraba del templo, sirviendo día y noche con ayunos y súplicas88. Con esto
coinciden las palabras que antes cité del Apóstol: La que es verdadera viuda
y desolada, espera en el Señor y persevera en la oración de día y de
noche89. También el Señor, al animarnos a orar siempre y a no desfallecer,
citó a una viuda, que con sus incesantes interpelaciones obligó a atender su
caso a un juez90, aunque era inicuo, impío y menospreciador de Dios y de los
hombres. Más que nadie deben las viudas entregarse a la oración. Eso se
colige ya al ver que, para animarnos a todos al afán de orar, se nos
presenta el ejemplo de las viudas como una exhortación.
30. Y ¿qué es lo que ha mirado en las viudas al tratarse de la empresa de
orar, sino su desamparo y desolación? Por lo tanto, el alma que en este
mundo se siente desamparada y desolada, mientras peregrina lejos del
Señor91, manifiesta con su perseverancia y fervorosa súplica una cierta
viudez a Dios, su defensor. Ora tú como viuda de Cristo que todavía no gozas
de la presencia de aquel cuyo auxilio suplicas. Y, aunque seas riquísima,
ora como pobre. Porque todavía no posees las auténticas riquezas del siglo
futuro, en donde ya no tendrás que temer daño ninguno. Aunque tengas hijos y
nietos y una numerosa familia, como ya dijimos, ora como desamparada. Es
incierto todo lo temporal, aunque para nuestra consolación se conserve hasta
el fin de la vida presente. Si es que buscas y saboreas las cosas de
arriba92, deseas las eternas y seguras, y pues todavía no las tienes, debes
considerarte desolada, aunque conserves todos tus bienes y te obsequien
todos. Y no sólo tú, sino tu religiosísima nuera con tu ejemplo y las demás
santas viudas y vírgenes que se hallan bajo vuestra protección. Cuanto mejor
llevéis vuestra casa, tanto más debéis insistir en la oración, sin dejaros
absorber por los negocios de las cosas presentes, a no ser los que reclama
una causa piadosa.
31. No te olvides, en fin, de orar por mí con diligencia. No quiero un tal
honor como el que me prestáis y llevo con peligro, si me habéis de sustraer
la ayuda que yo tengo por necesaria. La familia de Cristo oró por Pedro y
oró por Pablo93. Celebro que vosotros os contéis en esa familia. Pero ya
veis que necesito incomparablemente más que Pedro y Pablo de las oraciones
fraternas. Rivalizad en éstas con una santa y concorde emulación, puesto que
no rivalizáis unos contra otros, sino todos contra el diablo, enemigo
natural de todos los santos. La oración recibe un poderoso refuerzo con el
ayuno, las vigilias y toda mortificación corporal. Cada una de vosotras haga
lo que pudiere. Lo que una no puede hacer lo hace por medio de la otra, si
ama en ésta lo que hace y ella no puede hacer. Por lo tanto, la que menos
puede no impida a la que puede más, ni ésta exija a la que puede menos.
Porque todas debéis vuestra conciencia a Dios. En cambio, a ninguna de
vosotras os debéis nada, sino la mutua caridad94. Escúchete el Señor, quien
puede hacer más que lo que nosotros pedimos o entendemos95.
Traducción: Lope Cilleruelo, OSA
1 1Tm 5,5 2 Mc 19,24-26; Lc 18,25,27 3 1Tm
6,17-19 4 Is 57,18.19 sec. LXX 5 Rm 12,15 6 Lc 11,13 7 Mt 7,16.20 8 1Co 4,5
9 2Co 5,6-7 10 2P 1,19 11 Jn 1,5 12 Hch 15,8 13 Mt 5,8 14 Jn 3,2 15 Sal
114,1.3.8-9 16 Col 3,3-4 17 1Tm 5,4-5 18 Sal 62,2-3 19 Sal 89,14-15 20 1Tm
5,5 21 Ibid. 5,6 22 Sal 61,11 23 1Co 15,54 24 Rm 13,14 25 Ef 5,9 26 1Tm 5,23
27 1Co 2,11 28 1Co 4,5 29 Sal 21,27 30 Rm 8,26 31 Tt 1,12-13 32 1Tm 6,6-10
33 Pr 30,8-9; LXX 24,31-32 34 Sal 26,4 35 Mt 6,7-8 36 Lc 18,1-8 37 Lc
11,5-13 38 Lc 11,9-13 39 1Co 13,13 40 Rm 8,24 41 Flp 3,13 42 1Co 13,13 43 Mt
6,8 44 1Co 2,9 45 2Co 6,13-14 46 1Co 2,9 47 1Ts 5,17 48 Flp 4,6 49 Tb 112,12
sec. LXX 50 Mt 6,7 51 Lc 6,12 52 Sal 55,9 53 Sal 37,10 54 Mt 6,9 55 Ibid. 56
Ibid. 57 Mt 6,9-11; Lc 11,2-3 58 Mt 4,12-13; Lc 11,4 59 Jn 3,5 60 Si 36,4.18
61 Sal 79,4 62 Sal 118,133 63 Pr 30,8 64 Sal 131,1 65 Sal 7,4-5 66 Si 23,6
67 Sal 58,2 68 Sal 143,15 69 1Tm 1,5 70 1Co 13,13 71 Sal 76,3 72 Rm 8,26 73
1Co 12,7-8 74 2Co 12,9 75 Nm 11,1-34 76 2S 8,5-7 77 Jb 1,12; 2,6 78 Mt
8,30-32; Lc 8,32 79 Mt 26,39 80 Rm 5,19 81 Sal 26,4 82 Sal 35,10 83 Sal 35,
8-10; 37,10 84 Flp 4,7; Rm 8,26 85 Rm 8,25-27 86 Dt 13,3 87 1R 1,2-28; Lc 2,
36-38 88 Lc 2,37 89 1Tm 5,5 90 Lc 18, 1-5 91 2Co 5,6 92 Col 3,1-2 93 Hch
12,5; 13,3 94 Rm 13,8 95 Ef 3,20