Los Sacramentos la Luz del Mundo: A. von Speyr
Los siete sacramentos forman juntos la luz del mundo. Lo son, porque en ellos la luz de Dios se hace accesible al mundo. Lo son, además, porque en su particularidad y determinación siempre poseen la misma incontenible y omnipresente irradiación y la misma misteriosa omnipresencia que la luz. Así el bautismo es omnipresente en una vida cristiana, precisamente porque es una acción determinada y establecida en el tiempo y en el espacio. Así, en la eucaristía el Señor es omnipresente en la Iglesia y por la Iglesia en el mundo, precisamente porque su presencia posee la determinación y la particularidad de la presencia real en la hostia. Esta luz de los sacramentos brilla en las tinieblas, que no los reciben. El mundo no recibe a los sacramentos. Y la Iglesia no los recibe como debiera recibirlos. Los recibe como si fuesen aseguramientos, mientras que los sacramentos siempre aspiran a desasegurarnos en Dios. La Iglesia los recibe como si así el hombre cumpliese una acción para Dios, mientras ellos son siempre acciones de Dios para con los hombres.
Sin embargo, existen aquellos que los reciben y que por los sacramentos han nacido de Dios. Y todo el que los recibe con ellos recibe la exigencia de la luz: que haya más luz. Quien recibe un sacramento, debe cuidar de que otros también lo reciban. Si un hombre comulgara solo en una Iglesia, esto significaría para él ante todo la obligación de cuidar que otros también comulguen. Esta obligación pertenece al resplandor de la luz, que se hace más intensa cuanto más resplandece. Pues el contenido de los sacramentos es el amor, que siempre es la unidad inseparable de amor a Dios y amor al prójimo. Por eso, es menester que no sólo la gracia interior invisible de la recepción de los sacramentos actúe en el interior de la comunidad, sino absolutamente también el acto visible. La gracia sobrenatural es de una calidad tal que una parte de ella se transforma en una fuerza natural de comunicación.
Lo invisible repercute también en lo visible. Ambas esferas
no deben ser separadas. Como el lavado de los pies realizado
por el Señor era al mismo tiempo un acto de la gracia y del
amor natural más visible, así también la acción de los hombres en el ámbito
sacramental de la Iglesia –del sacerdote como
del laico, del que da como del que recibe– es inseparable
mente un actuar divino y humano, sobrenatural y natural.
Y los hombres a los que le es permitido ese actuar saben asaz bien que en esta acción no se trata de ninguna confusión entre Dios y hombre. Precisamente en la recepción de los sacramentos se les manifiesta del modo más evidente la escisión entre el pecador que ellos son y el hijo de Dios que devienen por la gracia sacramental del Señor. En cuanto Dios realiza la unidad, se fortalece la dualidad. Pero ésta no es ninguna escisión trágica, porque nosotros de la unidad retrocedemos a la distancia de la reverencia y de la misión.
El Verbo se hace Carne, p. 132s