Santo Cura de Ars: Sermón sobre
LA RESTITUCIÓN
Reddite ergo quae sunt Caesaris, Caesari; et quae sunt Dei, Deo.
Dad, pues, al Cesar lo que es
del Cesar, y a Dios lo que es de Dios.
(S. Mateo, XXII, 21.)
Nada más justo ni más razonable
que dar a Dios lo que es de Dios, y al prójimo lo que le es debido. Si
todos los cristianos siguiesen este camino, ninguno de ellos se contaría
entre los moradores del infierno; todos poblarían el cielo. Quisiera
Dios, nos dice el gran San Hilario, que nunca los hombres perdiesen de
vista este precepto. Mas ¡cuantos lo tienen por no escrito!. Pasan su
vida engañando a uno y robando a otro. Nada más común que las
injusticias, nada más raro que las restituciones. Mucha razón tenia el
profeta Oseas al afirmar que la injusticia y el latrocinio cubrían la
faz de la tierra, cual el diluvio que asolo el universo (Os., IV, 2.).
Desgraciadamente, los culpables abundan tanto como las personas que no
quieren reconocerse tales. ¡Dios mío!. ¡Cuantos ladrones nos revelara la
muerte!. Para convenceros de ello, voy ahora a mostraros: 1.º Que nunca
aprovechan las riquezas mal adquiridas; 2.° De cuantas maneras podéis
perjudicar al prójimo; 3.° De que manera y a quien debéis restituir lo
que no os pertenece.
1.-Es tanta nuestra ceguera, que
pasarnos la vida buscando y atesorando unos bienes que, a pesar de todos
nuestros esfuerzos, habremos de perder, mientras no dejamos escapar
aquellos que podríamos conservar durante toda la eternidad. Las riquezas
de este mundo solo desprecio merecen a los ojos de un cristiano, y, en
cambio, nosotros no hacemos mas que correr tras ellas. Muy insensato es
el hombre al obrar de una manera tan abiertamente contraria al fin por
el cual Dios lo creo...
Digo que los bienes mal
adquiridos nunca enriquecerán a los que los poseen; antes al contrario,
serán una fuente de maldición para toda su familia. ¡Dios mío, cuan
ciego es el hombre!. Esta plenamente convencido de que vino a este mundo
solo por un instante; a cada momento ve partir para la otra vida a otros
más jóvenes y robustos: no importa, ni con ello abre los ojos. Es en
vano que el Espíritu Santo le diga, por boca del santo Job, que entro en
este mundo desnudo y que desnudo saldrá de el (Job, I, 21.); que todos
esos bienes tras los cuales corre con tanto afán, le dejaran cuando
menos lo sospeche: tampoco esto le detiene. Afirma San Pablo que aquel
que quiere hacerse rico por caminos injustos, no tardara en caer en los
mayores extravíos; y aun más; que nunca vera el rostro de Dios (I. Tim.,
VI, 9.). Es esto tan cierto, que, sin un milagro de la gracia, ni el
avaro, ni el que adquirió algunos bienes por fraude o engaño, suelen
convertirse por regla general; ¡tanto ciega el pecado ese a quien lo
comete!. Oid de que manera habla San Agustín a los que poseen bienes
ajenos (Epist. CLIII, ad Macedonium, Cap. VI, 22.). En vano, dice, os
confesaréis, en vano haréis penitencia y llorareis vuestros pecados; si
no restituís, pudiendo hacerlo, nunca os perdonara Dios. Vuestras
confesiones y vuestras comuniones no serán más que sacrilegios, que
iréis acumulando unos sobre otros. O devolvéis lo que no es vuestro, o
habréis de resignaros a arder en el infierno. El Espíritu Santo no se
limita a prohibirnos tomar o desear el bien ajeno; no quiere ni aun que
lo miremos, por terror de que, de solo verlo, nuestra mano se vaya había
lo que no es nuestro. Dice el profeta Zacarías que la maldición del
Señor descargara sobre la casa del ladrón hasta que quede destruida (
Zach., V, 3-4). Y yo os digo que, no solo dejara de aprovecharos la
riqueza adquirida por fraude o engaño, sino que será causa de que
perezcan vuestros bienes adquiridos legítimamente, y de que sean
abreviados vuestros días.
Leemos en la Sagrada Escritura
(III. Reg., XXI.)que el rey Acab, queriendo ensanchar su jardín, propuso
a un hombre llamado Naboth que le vendiese su viña. «No, dijo Naboth, es
la herencia de mis padres y quiero guardarla». El rey quedo tan
contrariado de aquella negativa, que cayo enfermo. No podía comer ni
beber, y se metió en cama. La reina fue a verle y le pregunto la causa
de su enfermedad. Contestole el rey que deseaba ensanchar su jardín, más
Naboth se había negado a venderle su viña. «¡Como!, replico la reina,
¿donde esta, pues, tu autoridad?. No te preocupes más de esto, yo haré
que tengas la viña». Diose prisa en buscar a ciertas personas, las
cuales, sobornadas por dinero, atestiguaron que Naboth había blasfemado
contra Dios y contra Moises. En vano aquel pobre hombre intento
defenderse, afirmando ser inocente del crimen que se le imputaba; nadie
le creyó y hubo de morir apedreado. La reina, al verle todo bañado en
sangre, se fue al encuentro del rey para anunciarle que podía tomar
posesión de la viña, pues aquel que había tenido atrevimiento de
negársela estaba muerto ya. Ante una tal noticia, sano el rey y corrió
cual un desesperado a tomar posesión de la viña. El infeliz no pensó que
Dios estaba allí esperándole para castigarle. Llamo el Señor a su
profeta Elías, y le mando presentarse al rey para anunciarle de su parte
que, en el mismo sitio donde los perros habían lamido la sangre de
Naboth, beberían también la suya, y que ninguno de sus hijos reinaría
después de él. Mandole también a la reina Jezabel para anunciarle que,
en castigo de su crimen, seria comida de los perros. Todo lo cual se
cumplió tal como predijera el profeta. Los perros se abrevarán en la
sangre del rey, muerto en un combate. Un nuevo rey llamado Jehu, al
entrar en la ciudad, vio a una mujer asomada a una ventana. Se había
ataviado cual una diosa para cautivar el corazón del nuevo rey. Este
pregunto: ¿Quien es aquella mujer?. Dijéronle que era la reina Jezabel.
Al momento mandó fuese arrojada de lo alto de aquella ventana. Una vez
en el suelo, los hombres y los caballos hollaron terriblemente su
cuerpo. Llegada la noche, quisieron dar sepultura a su cadáver, más solo
encontraron de él, algunos miembros dispersos; los perros se habían
comido lo demás. «¡Ay!, exclamo Jehú, he aquí cumplida la predicción del
profeta» (IV Reg., IX). El rey Acab dejo setenta hijos, todos príncipes;
el nuevo rey ordeno decapitarlos a todos y, a la vez, que fuesen sus
cabezas colocadas en cestos a la entrada de la ciudad, a fin de mostrar,
con tan horrible espectáculo, la desgracia que las injusticias de los
padres atraen sobre los hijos (Ibid., X, 7.).
La segunda razón por la cual no
debemos tomar los bienes ajenos, es porque ellos nos conducen al
infierno. Dice el profeta que, en una visión que tuvo, Dios le hizo leer
un libro en el cual estaba escrito que nunca verán a Dios los que se
apoderan de los bienes ajenos, sino que serán condenados a las llamas.
Y, no obstante, hay gente tan ciega que preferiría morir y condenarse
antes que restituir los bienes mal adquiridos, in aun en la hora en que
la muerte esta ya a punto de arrebatárselos de las manes. Cierto Hombre
que pasó la vida robando, a la edad de treinta años contrajo una
enfermedad de la cual murió. Uno de sus amigos, al ver que no se
preocupaba de llamar a un sacerdote, tomo la iniciativa de buscar uno.
«Amigo mío, dijo el sacerdote, os veo muy enfermo; y, por que no se os
ocurrió llamarme?, ¿por que no os queréis confesar?
- ¡Ah, Señor!, contestó el
enfermo muy, sobresaltado, ¿es que me dais va por muerto?
- No tanto, amigo mío, pero
cuanto mas claro este vuestro conocimiento, mejor recibiréis los
sacramentos.
- No me habléis de esto; ahora
me hallo muy fatigado; cuando este restablecido vendrá a vuestro
encuentro en la iglesia.
- No, amigo mío, pues si
llegaseis a morir sin haber recibido los, sacramentos, experimentaría yo
gran pesar. Puesto que estoy aquí, no me marchare hasta que os hayáis
confesado».
Al verse casi forzado,
consintió; más ¿como se confeso?, cual una persona que posee bienes
ajenos y no quiere restituirlos. No dijo una palabra a este respecto»...
- «Si vuestro estado empeora,
volveré para llevaros el santo Viático».
En efecto, el enfermo iba
acercándose a la muerte; corrieron a avisar al sacerdote que su
penitente estaba expirando. Diose prisa el sacerdote. Cuando el enfermo
oyó la campanilla, pregunto que era aquello, y al venir en conocimiento
de que el buen párroco le llevaba el Viático: «¡Como!, exclamo, ¿no os
había yo dicho que no quería recibirlo?. Decidle que no pase adelante.»
A pesar de ello, el sacerdote
entro, y acercándose al enfermo, dijo: «¿No queréis, pues, recibir al
buen Dios que os llenaría de consuelo y os ayudaría a sufrir vuestras
penas?
-No, bastante es el mal que hice
hasta ahora.
- Pero vais a escandalizar a la
parroquia toda.
- Y, ¿que me importa que sepa
todo el mundo que estoy condenado?
- Si no queréis recibir los
sacramentos, no podréis ser enterrado cristianamente.
- ¿ Merece un condenado ser
enterrado entre los santos cuando el demonio haya hecho presa en mi alma
maldita, echad mi cuerpo al lobo, cual el de una bestia... ».
Viendo que su mujer se deshacía
en llanto, dijo:
«¿Por que lloras?, consuélate,
si me acompañaste de noche para ir a robar al vecino, no tardaras en
venir a juntarte conmigo en el infierno.»
Y lleno de desesperación,
exclamaba:
«¡Ah!, ¡horroroso infierno, abre
tus abismos!, ven a arrancarme de este mundo, no puedo aguantar ya más».
Y murió el miserable con señales
visibles de reprobación.
- Pero, me diréis, ciertamente
había cometido grandes crímenes.
- ¡Ay!, amigos míos, casi me
atrevería a decir que hacía lo que buena parte de vosotros; ora un haz
de leña, ora una carga de heno, ora una gavilla de trigo.
II.-Si ahora quisiese detenerme,
examinando la conducta de los que se hallan aquí presentes, tal vez no
encontraría más que ladrones. ¿Os extraña esto?. Atended unos momentos,
y veréis cuan fundamentada sea mi sospecha. Si comienzo por examinar el
comportamiento de los servidores o criados, los hallo culpables con sus
dueños y con los pobres. Los criados son culpables con sus amos, y, por
consiguiente, están obligados a restituir, cuantas veces se tornaron
mayor tiempo del necesario para descansar, o lo perdieron miserablemente
en la taberna; cuando dejaron perder o permitieron tomar cosas
pertenecientes a sus dueños, pudiendo impedirlo igualmente, si un
jornalero o dependiente, al contratarse, aseguró que era capaz de
ejecutar determinados trabajos, sabiendo bien que no los hacía, ya por
ignorancia, ya por falta de fuerzas... y en tal caso esta obligado a
indemnizar a su dueño de la perdida causada por su ignorancia o
debilidad...
Mas he aquí otro pecado tan
deplorable como extendido, a saber: el de los hijos o criados que roban
a sus padres o dueños. Los hijos jamás deben tomar nada de los padres
bajo pretexto de que no les dan bastante. Vuestros padres, después de
alimentaros, vestiros e instruiros, nada más os deben. Por otra parte,
el hijo que roba a sus padres ya se le considera capaz de todo. Todo el
mundo le desprecia y huye de su compañía. Un criado me dirá: Es que no
se me paga todo
FALTA 674-675
mi trabajo, preciso es, pues,
buscar alguna compensación. -¿No te pagan bastante, amigo mío?. ¿Por
qué, pues, permaneces en casa de un tal dueño?. Cuando te contrataste,
bien sabías cual iba a ser tu salario y el que podías merecer; poco te
costaba dirigirte a otra parte donde pudieses ganar más. Y ¿qué diremos
de los que guardan en su casa lo que los criados robaron a sus dueños, o
loshijos a sus padres?. Aunque tales cosas s lo hayan permanecido cinco
minutos en asa de esos encubridores, y aunque no conozcan a ciencia
cierta su valor, están obligados a restituir bajo pena de condenarse,
si los culpables no restituyeron. Hay personas que compran sin
miramiento cosas a los hijos de Familia o a los criados; pues bien,
aunque pagasen por ellas más de lo que valen, están obligadas a
devolver a su dueño o la cosa o su valor; de lo contrario, no se
librarán del infierno. Si aconsejasteis a alguien que robase, aunque no
hayáis sacado de ello provecho alguno, si el que robó no restituye,
vuestra es la obligación de hacerlo; de lo contrario, no esperéis el
cielo.
Donde más comúnmente se roba es
en las compras y en las ventas. Examinemos esto con detención, a fin de
que conozcáis el mal que hacéis, y por ende podáis enmendad Cuando
lleváis al mercado vuestros productos, os preguntarán si los huevos o la
manteca son frescos o recientes, y os apresuraréis a contestar
afirmativamente, cuando estáis persuadidos de lo contrario. ¿Por qué
contestáis así, sino para robar diez o quince sueldos a un pobre que tal
vez los pidió prestados para sostener a su familia? Otras veces se
trata devender cáñamo, y procuráis poner debajo, para que quede oculto,
el más pequeño o de peor aspecto. Me dirás tal vez: Si no lo, hiciese de
esta manera, no vendería tanto. -Mejor dicho: Si te portases
como buen cristiano, no robarías como ahora robas. En otra ocasión, te
habrás dado cuenta de que te entregaban más de lo que correspondía y te
has callado. Tanto peor para esa persona, no tengo yo la culpa. -¡Ah !,
amigo mío, día vendrá en que quizá te digan con mayor razón: ¡Tanto peor
para ti!.Una persona os querrá comprar trigo, vino o ganado. Os
preguntará si aquel trigo es de buena cosecha. Sin titubear le
aseguraréis que sí. El vino lo mezcláis con otro de mala calidad y lo
vendéis por bueno. Si no os quieren creer, lo juráis, y así, no una sola
vez, sino veinte veces abandonáis vuestra alma al demonio. ¡Amigo mío!,
no tienes que molestarte tanto para entregarte a él; mucho tiempo ha que
le perteneces!. Esta bestia, os preguntarán también, ¿tiene algún
defecto?. No me engañéis; acabo de pedir prestado este dinero; si el
negocio me falla, caigo en la miseria.
- Estad tranquilo, contestáis;
esta bestia es excelente. No me desprendo de ella sin pesar; si pudiese
prescindir de ella, no la vendería. Y en realidad, solo la vendéis
porque no vale nada, porque no os sirve.
- Hago lo que hacen los demás;
tanto peor para el que se deja engañar. Me sorprendieron a mi, yo miro
de sorprender a los otros; de lo contrario, perdería demasiado.
- ¿Es decir, amigo
mío, que, porque dos demás se condenan, tú también has de condenarte;
porque los demás se van al infierno, es necesario que vayas tu con
ellos?. ¡Prefieres tener algunos sueldos de más, y abrasarte en el
infierno por toda una eternidad. Pues bien, has de saber que, si
vendiste una bestia con defectos ocultos, estas obligado a indemnizar al
comprador de la pérdida que hayas podido causarle ocultándole tales
defectos; de lo contrario, habrás de condenarte.
- Si os
hallaseis en nuestro lugar, haríais lo mismo que nosotros.
- Si, no hay
duda que, si quisiese condenarme, haría lo que vosotros; más, si
quisiera salvarme, haría ciertamente todo lo contrario.
Otras personas, al pasar cerca
de un prado, un campo de rábanos o una huerta, no tendrán escrúpulo
alguno en llenar su delantal de forraje o de rábanos, de llenar sus
cestas o sus bolsillos de fruta. Los padres verán llegar a sus hijos con
las manos llenas de objetos robados, y, si los reprenden, será riendo.
- ¡Como si ello fuese gran cosa¡
- Si hoy, tomáis por valor de un
sueldo y mañana por dos, pronto habréis llegado a materia de pecado
mortal. ¿Qué es lo que deben, pues, hacer dos padres al ver que llegan
sus hijos con algún objeto robado?. Deben obligarlos a devolverlo por si
mismos a su dueño. Una o dos veces bastaran para corregir al pequeño
ladrón. Un ejemplo os mostrara como puntualmente debéis observar esto.
Refiérese que un niño de nueve o diez años comenzaba a cometer pequeños
robos, tomando frutas u otros objetos de escaso valor. Con el tiempo
fueron aumentando sus delitos en numero e importancia, hasta que hubo de
ser conducido al cadalso: antes de morir pidió a dos jueces que hiciesen
comparecer allí a sus padres; y cuando estuvieron presentes:
«Desgraciado padre y desgraciada madre, exclamó quiero que sepa todo el
mundo que sois vosotros la causa de mi deshonra y muerte. ¡Quedáis
deshonrados a los ojos del mundo; sois unos infelices!. Si me hubieseis
corregido cuando comencé a cometer pequeños hurtos, no habría después
cometido dos crímenes que me han llevado a este cadalso». Digo que los
padres deberían ser muy prudentes respecto a sus hijos, aunque no
pensasen que tienen un alma por salvar. Vemos, en efecto, que, de
ordinario, cuales dos padres, tales los hijos. Cada día oímos decir:
Fulano tiene unos hijos que indudablemente seguirán las huellas del
padre en su juventud. Nada os importa todo esto, me diréis, dejadnos
tranquilos, no nos inquietéis; teníamos ya olvidado esto, y vos nos lo
ponéis de nuevo ante nuestros ojos; ¡por ventura no es bastante riguroso
el fuego del infierno, ni la eternidad bastante duradera, para que
hayáis de darnos tanto sufrimiento ya en este mundo?.
- Muy cierto es lo que decís;
mas, si os hablo de esta manera, es porque no quisiera veros condenados.
- Pues bien, peor para nosotros;
si obramos mal, no seréis vos quien sufra la pena.
- ¡Si así os resignáis, allá
vosotros!.
Otras veces será un zapatero que
empleara piel de mala calidad o hilo averiado y los hará pagar por
buenos. O también un sastre, quien, bajo pretexto de que no cobra el
precio que debiera, se quedara con un jirón de paño sin decir nada al
cliente. ¡Dios mío!: ¡cuantos ladrones nos descubrirá la muerte!... Será
también un tejedor que echara a perder una parte del hilo para no darse
el trabajo de desenredarlo; o bien pondrá en su obra otro de peor
calidad, guardándose el que se le entregó. Aquí tenéis a una mujer a
quien entregaron cáñamo para hilarlo; destruirá una parte, bajo pretexto
de que no esta bien peinado, y una vez trabajado el otro colocará el
hilo en un sitio húmedo y el peso será el mismo. Esa mujer no, piensa
que el cáñamo pertenecía a un pobre criado al cual ahora le resultara
casi inútil por estar ya medio podrido. Un pastor sabe muy bien que no
le esta permitido llevar su ganado a pacer en aquel prado o bosque; no
importa, basta con que no le vean para ir allí. Otro sabe que le han
prohibido ir a arrancar la cizaña en ese campo de trigo, porque está en
flor; mira si alguien le ve, y si no, entra en el campo sin escrúpulo.
Decidme: ¿os gustaría que vuestro vecino se portase así con vosotros?.
Es indudable que no.
Si examinamos la conducta de los
obreros, hallaremos también muchos ladrones. Poco os costara convenceros
de ello. Si los contratáis a destajo, ya para cavar, ya para abrir
minas, ya para cualquier otro trabajo, os harán una labor tan mala como
precipitada, más os la cobraran por buena. Si los alquiláis a jornal, se
limitaran a trabajar cuando el amo los contempla, y después se pondrán a
charlar o a holgar. Un criado no pone escrúpulo alguno en recibir y
obsequiar a sus amigos en ausencia de sus amos, sabiendo de cierto que
ellos no lo permitirían. Otros, con el dinero ajeno, repartirán grandes
limosnas, a fin de ser tenidos por personas caritativas.... Mejor seria
que las diesen de su salario, en vez de malgastarlo en frivolidades. Si
hicisteis eso alguna vez, tened presente que estáis obligados a devolver
todo cuanto, fuera o contra el consentimiento de los dueños, disteis a
los pobres.- Será tal vez un mayordomo, a quien el dueño encargo el
cuidado y vigilancia de los demás trabajadores, el cual, a petición de
estos, les reparte vino a otras cosas; más tenedlo presente: si ha sido
diligente en dar, deberá ser diligente en devolver; de lo contrario,
habrá de condenarse. A un negociante le habían encargado una compra de
trigo, heno o paja, y dirá al vendedor: «Hacedme una factura en la cual
cargareis a mi dueño algunas cuarteras de trigo, o diez o doce quintales
de paja o heno que no me habréis entregado. No le causara esto gran
perjuicio, ni tan solo de ello se dará cuenta». Pues, si aquel miserable
entrega semejante factura, queda obligado a restituir el dinero que el
negociante hará entregar de más a su dueño; de lo contrario, habrá de
resignarse a arder en las llamas eternas.
Si nos fijamos ahora en los
dueños, creo que tampoco dejaremos de hallar muchos ladrones. En efecto,
¡cuantos amos no entregan a sus criados todo el salario pactado!, y al
acercarse a fin de año, hacen todos los posibles para que se vayan, a
fin de no tenerles que pagar. Cuando muere una bestia, a pesar de todos
los cuidados de quien la tiene a su cargo, le retienen de su salario el
valor de la misma; de manera que un pobre mozo de labranza habrá
trabajado todo un año sin ganar nada. ¡Cuantos, habiendo prometido tejer
una tela, pondrán después peor hilo, o la harán más estrecha, o quizá
haban esperar muchos años; hasta el punto quo se impone demandareis ante
los tribunales para quo la entreguen!. ¡Cuantos, finalmente, ya arando,
ya segando o guadañando, se salen de los limites de su heredad; o bien
cortan en terreno del vecino un renuevo o árbol joven para hacerse un
mango de azadón, un atador de gavillas o una pieza para su cargo!. No
tenia yo razón al deciros quo, examinando detenidamente la conducta de
la gente del mundo, solo hallaríamos aprovechados y ladrones?. No
dejéis, pues, de examinaros sobre cuanto acabamos de decir: oís el grito
de vuestra conciencia, apresuraos a reparar el día, ahora que tenéis
tiempo; restituir al momento, si ello es posible, o a lo menos trabajad
con todo esfuerzo para colocaros en estado de devolver lo final
adquirido. Pensad también en declarar, al confesaros, cuantas veces os
resististeis a restituir, cuando os hallabais en posibilidades para
ello; pues, al inspiraros Dios tal pensamiento y resistir vosotros; fue
lo mismo que resistir y despreciar la gracia divina. Os quiero hablar
también de un robo muy común en las familias, en las que ciertos
herederos, en la hora de la división de la herencia, ocultan sus bienes
todo lo posible. Es eso un verdadero latrocinio, que obliga a la
restitución bajo pena de perderse eternamente.
Bien os lo dije al empezar, nada
tan común como la injusticia, y nada tan raro como la restitución: son
contados, según habéis visto, los que no llevan carga alguna sobre su
conciencia. Pues Bien, ¿dónde están los que restituyen?. No los veo en
parte alguna. No obstante, aunque sea nuestra obligación devolver, bajo
pena de condenación eterna, los bienes mal adquiridos; cuando cumplimos
esta obligación, no deja Dios, de recompensarnos. Oíd un ejemplo de
ello. Cierto panadero que durante muchos años había usado pesas y
medidas falsas, deseando tranquilizar su conciencia, consultó a su
confesor, el cual le dijo que durante cierto tiempo diese a los
parroquianos un peso que excediese algo del justo. En seguida corrió la
voz y aumentó considerablemente su clientela, de manera que, si bien
ganaba poco, Dios permitió que, al restituir; aumentase aun su fortuna.
III.-Ahora, diréis, sabremos
conocer, a lo menos sumariamente, las maneras de dañar o perjudicar al
prójimo. ¿Mas, cómo y a quien debemos restituir ? - ¿Queréis restituir?.
Pues escuchadme un momento y lo sabréis. No habéis de contentaros con
devolver la mitad, ni tres cuartas partes; a seros posible, debéis
devolverlo todo; de lo contrario, os condenareis. Algunos, sin
preocuparse de indagar el numero de personas a quienes perjudicaron,
loran alguna limosna, o mandaran celebrar algunas misas; y hecho esto,
quedaran ya tranquilos. No hay duda que las misas y las limosnas son muy
buenas obras; mas deben ser pagadas con vuestro dinero y no con el del
prójimo. Aquel dinero no es vuestro, devolvedlo a su dueño, y después
dad del vuestro si queréis: entonces obrareis bien. ¿Sabéis cómo las
califica San Juan Crisóstomo tales limosnas?. Las llama limosnas de
Judas y del demonio. Una vez hubo Judas vendido al Señor; al verse
condenado, corrió a devolver el dinero a los doctores; estos, aunque muy
avaros, no le quisieron aceptar; compraron con el un campo para enterrar
a los extranjeros.
- Pero, me diréis, cuando
aquellos a quienes perjudicamos han muerto, ¿a quien se debe restituir?.
¿No podremos entonces guardarlo o darlo a los pobres?
- He aquí lo que debes hacer,
amigo. Si dicha persona dejó hijos, a ellos debes restituir; si no los
tiene, entrégalo a sus parientes o herederos; explica el caso al
párroco, y el te dirá lo que debes hacer. Otros dicen: Cierto que he
perjudicado a Fulana, pero ya es bastante rico; conozco a un pobre que
tiene mucho mayor necesidad de este dinero.
- Amigo mío, da a ese pobre de
tus riquezas, más devuelve al prójimo los bienes que le usurpaste.
- Usara mal de ellos.
- Nada te va en ello; revuélvele
sus bienes, ruega por el y duerme tranquilo.
La gente del mundo es hoy día
tan avara, tan aficionada a los bienes de la tierra, que, figurándose
muchos que no han de tener jamás bastante, parece que juegan a ver quién
será el más aprovechado, y quien engañara mejor a los demás. Mas
vosotros no olvidéis que, cuando conocéis a las personas que
perjudicasteis, aunque dieseis el doble a los pobres; si no devolvéis a
su dueño lo que le quitasteis habréis de condenaros. No se si vuestra
conciencia esta tranquila, ¡pero lo dudo mucho!...
He dicho que el mundo esta lleno
de ladrones y aprovechados. Los comerciantes roban engañando con los
pesos y las medidas; aprovechándose de la sencillez de las personas para
vender más caro, o para comprar más barato; los amos roban a sus
criados, desnudándoles una parte de sus salarios; otros dilatando por
mucho tiempo el pagarles; descontándoles hasta un día de enfermedad,
¡cual si el mal les hubiese sobrevenido en casa de un vecino, y no
trabajando en su servicio!. Por su parte, los criados y obreros roban a
sus dueños, ya holgando, ya dejando perder los bienes por su culpa; un
obrero pedirá la paga, pero habrá dejado su labor hecha solo a medias.
Los dueños de tabernas, esos lugares de iniquidad, esas puertas del
infierno, esos calvarios donde Jesucristo es constantemente crucificado,
esas escuelas infernales donde Satan enseña su doctrina, donde se atenta
continuamente a la religión y a las costumbres; los taberneros, digo,
roban el pan de una pobre mujer y sus hijos, vendiendo vino a esos
borrachos que el domingo malgastan lo que ganaron durante la semana. El
colono se aprovechara de mil cosas antes de realizar con su dueño la
partición, sin dar después cuenta de ello. ¡Dios mío!, ¿en donde
estamos?, ¡Cuantas cosas para examinar en la hora de la muerte!... Si su
conciencia les acusa con demasiada insistencia, esas gentes van en busca
de un ministro del Señor. Pero ellos quisieran obtener el perdón de su
deuda; más, si se les obliga a restituir, hallaran mil pretextos para
dar a entender que otros también les perjudicaron, por lo cual en aquel
momento no pueden devolver lo que deben. ¡Amigo mío!, ¿estas seguro de
que Dios se contentara con tus razones?. Si quisieses cercenar algo de
esas vanidades, de esas glotonerías, de esos juegos; si no acudieses con
tanta frecuencia a la taberna o al baile; si procurases redoblar tu
trabajo; pronto tendrías pagada una parte de tu deuda. Mas advierte: si
no haces los posibles para devolver a cada cual lo que le debes,
cualquiera que sea tu penitencia, no te librarás del infierno: ¡no te
quepa de ello la menor duda!.
Hay otros tan ciegos que confían
en que sus hijos restituirán después de su muerte. Tus hijos, amigo mío,
harán lo que tu haces. Además, ¿quienes que tus hijos procuren por tu
alma mejor que tu mismo?: Lo que te va a suceder es que te condenaras.
Dime, ¿has, por ventura, reparado todas las pequeñas injusticias
cometidas por tus padres?. Buenas excusas hallaste para no hacerlo; y
tus pobres padres están en el infierno por no haber restituido en vida,
fiando demasiado en tu buena voluntad. Finalmente, para terminar de una
vez, !cuantos hay entre los que me escuchan, a quienes su padres
encargaron, quizás hace ya unos veinte años, la distribución de ciertas
limosnas, la celebración de algunas misas, y ninguno ha cumplido tal
encargo!. ¡Otros negocios les han absorbido la atención!. Prefirieron
ensanchar sus dominios, frecuentar las casas de juego y las tabernas,
comprar cosas de vanidad para sus hijos.
Refiere San Antonino que cierto
usurero prefirió morir sin sacramentos a devolver lo que no era suyo.
Tenia solo dos hijos; uno temeroso de Dios y otro despreocupado. El que
se preocupaba de la salvación de su alma quedo tan impresionado al ver
el estado en que su padre muriera, que, después de haber empleado una
parte de su fortuna en reparar las injusticias paternas, se hizo monje,
para no pensar más que en Dios. El otro, por el contrario, disipó toda
su fortuna en francachelas y murió de repente. Comunicaron la triste
noticia al religioso, el cual pusose al instante en oración. Vio
entonces en espíritu la tierra entreabierta, y en su centro un abismo
profundo vomitando llamas. En medio de aquellas llamas vio a su padre y
a su hermano abrasándose y maldiciéndose mutuamente. El padre maldecía
al hijo; pues, queriendo dejarle muchos bienes, no había temido
condenarse por el, y el hijo maldecía a su padre por los malos ejemplos
que de él recibiera.
¿Y que os diré de los que
aguardan a la hora de la muerte para restituir?. Voy a probaros, por dos
ejemplos, que, llegado aquel momento, o bien no querréis, o aun cuando
lo queráis, no podréis hacerlo.
1.° No querréis restituir.
Refiérese que, hallándose en trance de muerte un padre de numerosa
familia, sus hijos le dijeron: «Padre, ya sabéis que estas riquezas que
nos dejáis no son nuestras: deberíamos restituirlas.
- Hijos míos, dijo el padre, si
devolviese lo que no es mío, no os iba a quedar nada.
- Padre, preferimos trabajar
para ganarnos la vida a ocasionar vuestra condenación.
-No, hijos míos, no quiero
restituir; no sabéis lo que es ser pobre.
- Si no restituis,
iréis al infierno.
- No, no devolveré nada ».
Y murió como un réprobo... ¡Dios
mío!, !cuánto ciega al hombre el pecado de avaricia.!
2:° He dicho que, aunque lo
queráis, en aquel momento se os hará imposible. Refiere un misionero que
un padre, al conocer que se aproximaba su fin, se hizo acercar a sus
hijos junto al lecho, y les hablo así: «Hijos míos, bien sabéis que he
perjudicado a mucha gente; si no devuelvo lo robado, estoy perdido. Id a
buscar un notario para recibir mi ultima voluntad.
- ¡Como!, padre, le contestaron
sus hijos, ¿quisierais deshonraros a vos y a nosotros, haciéndoos pasar
por una mala persona?. ¿Quisierais reducirnos a la miseria, y enviarnos
a mendigar el pan?.
- Pero, hijos míos, ¡si no
restituyo, me condenare!».
Uno de sus impíos hijos se
atrevió a decirle: «¿Es decir, que, teméis el infierno, padre?. Vamos,
que uno se acostumbra a todo: dentro de ocho días estaréis ya
acostumbrado».
Pues bien, ¿que habremos de
sacar de todo esto?. ¡Que estáis perdidamente ciegos!. Perdeis vuestras
almas para dejar algunas pulgadas de tierra o algunos bienes de fortuna
a vuestros hijos, quienes, lejos de agradecéroslo, se burlarán de
vosotros, mientras estaréis ardiendo por ellos en el infierno.
Terminemos, pues, diciendo que somos unos insensatos al no preocuparnos
de otra cosa que de atesorar bienes, los cuales nos hacen desgraciados
al adquirirlos, mientras los poseemos, cuando los abandonamos y hasta en
la eternidad. Seamos mar juiciosos, aficionémonos a esos bienes que nos
seguirán en la otra vida y constituirán nuestra felicidad durante días
sin fin.