SOBRE LAS SIETE PALABRAS PRONUNCIADAS POR CRISTO EN LA CRUZ: Sexta Palabra
San Roberto Belarmino.
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CAPÍTULO XII Explicación literal de la sexta Palabra:
“Todo está cumplido”
CAPÍTULO XIII El primer fruto que ha de ser cosechado de
la consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XIV El segundo fruto que ha de ser cosechado de
la consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XV El tercer fruto que ha de ser cosechado de la
consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XVI El cuarto fruto que ha de ser cosechado de
la consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XVII El quinto fruto que ha de ser cosechado de
la consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XVIII El sexto fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta palabra dicha por Cristo en la Cruz
CAPÍTULO XII Explicación literal de la sexta Palabra: “Todo
está cumplido”
La sexta palabra dicha por Nuestro Senor en la Cruz es mencionada por San
Juan como ligada de alguna manera a la quinta palabra. Pues tan pronto como
Nuestro Senor había dicho “Tengo sed”, y había probado el vinagre que le
había sido ofrecido, San Juan anade: “Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo:
"Todo está cumplido"”[243]. Y en verdad nada puede ser anadido a estas
sencillas palabras: “Todo está cumplido”, excepto que la obra de la Pasión
estaba ahora perfeccionada y completada. Dios Padre había impuesto dos
tareas a su Hijo: la primera predicar el Evangelio, la otra sufrir por la
humanidad. En cuanto a la primera ya había dicho Cristo: “Yo te he
glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste
realizar”[244]. Nuestro Senor dijo estas palabras luego de que había
concluido el largo discurso de despedida a sus discípulos en las Última
Cena. Ahí había cumplido la primera obra que su Padre Celestial le había
impuesto. La segunda tarea, beber la amarga copa de su cáliz, faltaba aún.
Había aludido a esto cuando preguntó a los dos hijo de Zebedeo “zPodéis
beber la copa que yo voy a beber?”[245]; y también: “Padre, si quieres,
aparta de mí este cáliz”[246]; y en otro lugar: “El cáliz que me ha dado el
Padre zno lo voy a beber?”[247]. Sobre esta tarea, Cristo al momento de su
muerte podía entonces exclamar: “Todo está cumplido, pues he apurado el
cáliz del sufrimiento hasta lo último, nada nuevo me espera ahora sino
morir”. E inclinado la cabeza, expiró[248].
Pero como ni Nuestro Senor, ni San Juan, quienes fueron concisos en lo que
dijeron, han explicado qué fue lo cumplido, tenemos la oportunidad de
aplicar la palabra con gran razón y ventaja a diversos misterios. San
Agustín, en su comentario sobre este pasaje, refiere la palabra al
cumplimiento de todas las profecías que se referían al Senor. “Luego de que
Jesús supiera que todas las cosas estaban ahora cumplidas, para que sea
cumplida la Escritura, dijo: tengo sed”, y “Cuando había tomado el vinagre,
dijo: "Todo está cumplido"”[249], lo que significa que lo que quedaba
todavía por cumplir había sido cumplido, y por tanto podemos concluir que
Nuestro Senor quería manifestar que todo lo que había sido predicho por los
profetas en relación a su Vida y Muerte había sido hecho y cumplido. En
verdad, todas las predicciones habían sido verificadas. Su concepción: “He
aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo”[250]. Su nacimiento en
Belén: “Más tu, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de
Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar Israel”[251]. La
aparición de una nueva estrella: “De Jacob nacerá una estrella”[252]. La
adoración de los Reyes: “Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones,
los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes”[253]. La predicación del
Evangelio: “El espíritu del Senor está sobre mí, porque el Senor me ungió,
me envió para evangelizar a los pobres, para sanar a los contritos de
corazón, anunciar la remisión de los cautivos y la libertad a los
encarcelados”[254]. Sus milagros: “El mismo Dios vendrá y les salvará.
Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los
sordos. Entonces el cojo saltará como el ciervo y la lengua de los mudos
será desatada”[255]. El cabalgar sobre un asno: “Mira que tu rey vendrá a
ti, justo y salvador, vendrá pobre y sentado sobre un asno, sobre un
pollino, hijo de asna”[256]. Y toda la Pasión había sido gráficamente
predicha por David en los Salmos, por Isaías, Jeremías, Zacarías, y otros.
Este es el significado de lo que Nuestro Senor decía cuando estaba a punto
de comenzar su Pasión: “Miren, subimos a Jerusalén y va a cumplirse todo lo
que escribieron los profetas sobre el Hijo del hombre”[257]. De las cosas
que debían cumplirse, ahora dice: “Todo está cumplido”, todo está terminado,
para que lo que los profetas predijeron sea ahora encontrado como verdad.
En segundo lugar, San Juan Crisóstomo dice que la palabra “Todo está
cumplido” manifiesta que el poder que había sido dado a los hombres y
demonios sobre la persona de Cristo les había sido quitado con la muerte de
Cristo. Cuando Nuestro Senor dijo a los Sumos Sacerdotes y maestros del
Templo “esta es su hora y el poder de las tinieblas”[258], aludía a este
poder. Todo el periodo de tiempo durante el cual, con el permiso de Dios,
los malvados tuvieron poder sobre Cristo, fue concluido cuando exclamó “Todo
está cumplido”, pues la peregrinación del Hijo de Dios entre los hombres,
que había predicho Baruc, vino a su fin: “Este es nuestro Dios y ningún otro
será tenido en cuenta ante él. Él penetró los caminos de la sabiduría y la
dio a Jacob, su siervo, y a Israel, su amado. Después fue vista en la tierra
y conversó con los hombres”[259]. Y junto con su peregrinaje, aquella
condición de su vida mortal fue terminada, aquella por la que sentía hambre
y sed, dormía y se fatigaba, fue sujeto de afrentas y flagelos, heridas y a
la muerte. Y así cuando Cristo en la Cruz exclamó “Todo está cumplido, e
inclinando la cabeza, expiró”, concluyó el camino del que había dicho: “Salí
del Padre y vine al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre”[260]. Esa
laboriosa peregrinación fue terminada, sobre lo que había dicho Jeremías:
“Esperanza de Israel, salvador en tiempo de la tribulación, zpor qué estás
en esta tierra como un extrano o como un viajero que pasa?”[261]. La
sujeción de su naturaleza humana a la muerte fue terminada, el poder de sus
enemigos sobre Él fue acabado.
En tercer lugar concluyó el mayor de todos los sacrificios. En comparación
al real y verdadero Sacrificio todos los sacrificios de la Antigua Ley son
tenidos como meras sombras y figuras. San León dice: “Has atraído todas las
cosas hacia ti, Senor, pues cuando el velo del Templo fue rasgado, el Santo
de los Santos se apartó de los sacerdotes indignos: las figuras se
convirtieron en verdades, las profecías se manifestaron, la Ley se convirtió
en el Evangelio”. Y un poco más adelante, dice: “Al cesar la variedad de
sacrificios en los que las víctimas era ofrecidas, la única oblación de tu
Cuerpo y Sangre cubre por las diferencias de las víctimas”[262]. Pues en
este único Sacrificio de Cristo, el sacerdote es el Dios-Hombre, el altar es
la Cruz, la víctima es el cordero de Dios, el fuego para el holocausto es la
caridad, el fruto del sacrificio es la redención del mundo. El sacerdote,
digo, era el Hombre-Dios. No hay nadie mayor: “Tu eres sacerdote para
siempre, de acuerdo al rito de Melquisedec”[263], y con justicia de acuerdo
al rito de Melquisedec, porque leemos en la Escritura que Melquisedec no
tenía padre o madre o genealogía, y Cristo no tenía Padre en la tierra, o
madre en el cielo, y no tenía genealogía, pues “zQuien contará su
generación?”[264]; “De mi seno, antes del lucero, te engendré”[265]; “y su
salida desde el principio, desde los días de la eternidad”[266]. El altar
fue la Cruz. Y así como previamente al tiempo en que Cristo sufrió sobre
ella era el signo de la más grande ignominia, así ahora se ha dignificado y
ennoblecido, y en el último día aparecerá en el cielo más brillante que el
sol.
La Iglesia aplica a la Cruz las palabras del
Evangelista: “Entonces aparecerá la senal del Hijo del hombre en el
cielo”[267], pues ella canta: “Esta senal de la Cruz aparecerá en el cielo
cuando el Senor venga a juzgar”. San Juan Crisóstomo confirma esta opinión,
y observa que cuando “el sol sea oscurecido, y la luna no de su luz”[268],
la Cruz se verá más brillante que el sol en su esplendor al medio día. La
víctima fue el cordero de Dios, todo inocente e inmaculado, de quien Isaías
dice: “Como oveja será llevado al matadero, como cordero, delante del que lo
trasquila, enmudecerá y no abrirá su boca”[269], y de quien su Precursor
había dicho: “He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del
mundo”[270]; y San Pedro: “Sabiendo que han sido redimidos, no con oro, ni
con plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como cordero inmaculado y
sin mancilla”[271]. Es llamado también en el Apocalipsis “el cordero que fue
muerto desde el principio del mundo”[272], porque el mérito de su sacrificio
fue previsto por Dios y fue en beneficio de aquellos que vivieron antes de
la venida de Cristo. El fuego que consume el holocausto y completa el
sacrifico es el inmenso amor que, como en hoguera ardiente, ardió en el
Corazón del Hijo de Dios, y el cual las muchas aguas de su Pasión no
pudieron extinguir. Finalmente, el fruto del Sacrificio fue la expiación de
los pecados para todos los hijo de Adán, o en otras palabras, la
reconciliación del mundo entero con Dios. San Juan en su primera Carta,
dice: “Él es propiciación por nuestros pecados, y no tan solo por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo”[273] y esta es sólo otra
manera de expresar la idea de San Juan Bautista: “He ahí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo”[274]. zUna dificultad surge aquí.
Como pudo Cristo ser al mismo tiempo sacerdote y víctima, puesto que era
deber del sacerdote matar a la víctima? Ahora bien, Cristo no se mató a sí
mismo, ni podía hacerlo, pues si lo hubiese hecho habría cometido un
sacrilegio y no ofrecido un sacrificio. Es verdad que Cristo no se mató a sí
mismo, aún así ofreció un sacrificio real, porque pronta y alegremente se
ofreció a sí mismo a la muerte por la gloria de Dios y la salvación de los
hombres. Pues ni los soldados hubiesen podido aprehenderlo, ni los clavos
traspasado sus manos y pies, ni la muerte, aunque estuviese clavado a la
Cruz, hubiese tenido ningún poder sobre Él si el mismo no lo hubiese querido
así. En consecuencia, con gran verdad dijo Isaías: “Él se ofreció porque él
mismo lo quiso”[275]; y Nuestro Senor: “Yo doy mi vida; no me la quita
ninguno, yo la doy por mí mismo”[276]. Y aún más claramente San Pablo:
“Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y
sacrificio de suave aroma”[277]. Por tanto, de manera maravillosa fue
dispuesto que todo el mal, todo el pecado, todo el crimen cometido al poner
a muerte a Cristo fuese cometido por Judas y los judíos, por Pilato y los
soldados. Ellos no ofrecieron ningún sacrificio, sino que fueron culpables
del sacrilegio, y merecían ser llamados no sacerdotes sino miserables
sacrílegos. Y toda la virtud, toda la santidad, toda la obediencia de
Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima a Dios al soportar
pacientemente la muerte, incluso muerte de Cruz, para poder apaciguar la ira
de su Padre, reconciliar a la humanidad con Dios, satisfacer la justicia
Divina, y salvar la raza caída de Adán. San León expresa de manera hermosa
este pensamiento en pocas palabras: “Permitió que las manos impuras de los
miserables se vuelvan contra Él, y se convirtieran en cooperadores con el
Redentor en el momento en que cometían un abominable pecado”.
En cuarto lugar, por la muerte de Cristo la gran lucha entre Él mismo y el
príncipe del mundo llegó a su fin. Al aludir a esta lucha, el Senor hizo uso
de estas palabras: “El juicio del mundo comienza ahora; ahora será expulsado
fuera el príncipe de este mundo. cuando sea alzado de la tierra, todo lo
atraeré a mí mismo”[278]. La lucha fue judicial, no militar. La lucha fue
entre dos demandantes, no dos ejércitos rivales. Satanás disputó con Cristo
la posesión del mundo, el dominio sobre la humanidad. Por largo tiempo el
demonio se había lanzado ilegítimamente a poseerlo, porque había vencido al
primer hombre, y había hecho a él y a todos sus descendientes esclavos
suyos. Por esta razón, San Pablo llama a los demonios “principados y
potestades, gobernadores de estas tinieblas del mundo”[279]. Y como dijimos
antes, incluso Cristo llama al demonio “príncipe de este mundo”. Ahora el
demonio no solamente quiso ser príncipe, sino incluso el dios de este mundo,
y así exclama el Salmo: “Porque todos los dioses de las naciones son
demonios, pero el Senor hizo los cielos”[280]. Satanás era adorado en los
ídolos de los gentiles, y era rendido culto en sus sacrificios de corderos y
terneros. Por otro lado, el Hijo de Dios, como verdadero y legítimo heredero
del universo, demandó el principado de este mundo para Él. Esta fue la
disputa decidida en la Cruz, y el juicio fue pronunciado en favor del Senor
Jesús, porque en la Cruz expió plenamente los pecados del primer hombre y de
todos sus hijos. Pues la obediencia mostrada al Padre Eterno por su Hijo fue
mayor que la desobediencia de un siervo a su Senor, y la humildad con la que
murió el Hijo de Dios en la Cruz redundó más para el honor del Padre que el
orgullo de un siervo sirvió para su injuria. Así Dios, por los méritos de su
Hijo, fue reconciliado con la humanidad, y la humanidad fue arrancada del
poder del demonio, y “nos trasladó al reino de su Hijo muy amado”[281].
Hay otra razón que San León aduce, y la daremos en sus propias palabras. “Si
nuestro orgulloso y cruel enemigo hubiese podido conocer el plan que la
misericordia de Dios había adoptado, habría reprimido las pasiones de los
judíos, y no los habría incitado con odio injusto, por lo que pudiese perder
su poder sobre los cautivos al atacar infructuosamente la libertad de Aquel
que nada le debía”. Esta es una razón de muchísimo peso. Puesto que es justo
que el demonio perdiera toda su autoridad sobre todos aquellos que por el
pecado se habían hecho esclavos suyos, porque se había atrevido a poner sus
manos sobre Cristo, quien no era su esclavo, quien nunca había pecado, y a
quien sin embargo había perseguido a muerte. Ahora, si tal es el estado del
caso, si la batalla ha terminado, si el Hijo de Dios ha ganado la victoria,
y si “quiere que todos los hombres se salven”[282], zcómo es que tantos en
esta vida están bajo el poder del demonio, y sufren los tormentos del
infierno en la próxima? Lo respondo en una palabra: lo quieren.
Cristo salió victorioso de la contienda, luego de otorgar dos indecibles
favores a la raza humana. Primero el abrir a los justos las puertas del
cielo, que habían estado cerradas desde la caída de Adán hasta aquel día, y
en el día de su victoria, dijo al ladrón que había sido justificado por los
méritos de su sangre, a través de la fe, la esperanza, y la caridad: “Este
día estarás conmigo en el Paraíso”[283], y la Iglesia en su exultación,
clama: “Tu, habiendo vencido al aguijón de la muerte, abriste a los
creyentes el Reino de los Cielos”. El segundo, la institución de los
Sacramentos, que tienen el poder de perdonar los pecados y conferir la
gracia. Envía a los predicadores de su Palabra a todas las partes del mundo
a proclamar: “Aquel que cree, y sea bautizado, será salvado”[284]. Y así
nuestro victorioso Senor ha abierto el camino a todos para adquirir la
gloriosa libertad de los hijos de Dios, y si hay algunos que no quieren
entrar en este camino, mueren por su propia culpa, y no por la falta de
poder o la falta de querer de su Redentor.
En quinto lugar, la palabra “Todo está cumplido” puede ser con justicia
aplicada a la conclusión del edificio, esto es, la Iglesia. Cristo nuestro
Senor usa esta misma palabra en referencia a un edificio: “Hic homo coepit
aedificare et non potuit consummare”, “Este hombre empezó a edificar y no ha
podido acabar”[285]. Los Padres ensenan que la fundación de la Iglesia fue
hecha cuando Cristo fue bautizado, y el edificio completado cuando murió.
Epifanio, en su tercer libro contra los herejes, y
San Agustín en el último libro de la Ciudad de Dios, muestran que Eva, que
fue hecha a partir de una costilla de Adán mientras dormía, tipifica a la
Iglesia, que fue hecha del costado de Cristo mientras dormía en la muerte. Y
resaltan que no sin razón el libro del Génesis usa la palabra "construyó", y
no "formó". San Agustín[286] prueba que el edificio de la Iglesia comenzó
con el bautismo de Cristo, con las palabras del Salmista: “Dominará de mar a
mar y desde el río hasta los confines de la redondez de la tierra”[287]. El
reino de Cristo, que es la Iglesia, comenzó con el bautismo que recibió de
manos de San Juan, por la que consagró las aguas e instituyó ese sacramento
que es la puerta de la Iglesia, y cuando la voz de su Padre fue claramente
escuchada en los cielos: “Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco”[288]. Desde ese momento nuestro Senor empezó a predicar y a
reunir discípulos, quienes fueron los primeros hijos de la Iglesia. Y todos
los sacramentos derivan su eficacia de la Pasión de Cristo, aunque el
costado de Nuestro Senor fue abierto después de su muerte, y sangre y agua,
que tipifican los dos sacramentos principales de la Iglesia, fluyeron. El
fluir de la sangre y el agua del costado de Cristo luego de su muerte fue
una senal de los sacramentos, no de su institución. Podemos concluir
entonces que la edificación de la Iglesia fue completada cuando Cristo dijo:
“Todo está cumplido”, porque nada quedó luego más que la muerte, que sucedió
inmediatamente, y cumplió el precio de nuestra redención.
[243] Jn 19,30.
[244] Jn 17,4.
[245] Mt 20,22.
[246] Lc 22,42.
[247] Jn 18,11.
[248] Jn 19,30.
[249] Jn 19,28.30.
[250] Is 7,14.
[251] Miq 5,2.
[252] Nm 24,17.
[253] Sal 71,10.
[254] Is 61,1.
[255] Is 35,4.5.6.
[256] Za 9,9.
[257] Lc 18,31.
[258] Lc 22,53.
[259] Ba 3,36-38.
[260] Jn 16,28.
[261] Jer 14,8.
[262] Serm. 8. De Pass. Dom.
[263] Sal 109,4.
[264] Is 53,8.
[265] Sal 109,3.
[266] Miq 5,2.
[267] Mt 24,30.
[268] Mt 24,29.
[269] Is 53,7.
[270] Jn 1,29.
[271] 1Pe 1,18-19.
[272] Ap 13,8.
[273] 1Jn 2,2.
[274] Jn 1,29.
[275] Is 53,7.
[276] Jn 10,17.18.
[277] Ef 5,2.
[278] Jn 12,31-32.
[279] Ef 6,12.
[280] Sal 95,5.
[281] Col 1,13.
[282] 1Tim 2,4.
[283] Lc 23,43.
[284] Mc 16,16.
[285] Lc 14,30.
[286] "De Civit." l. 27, c. 8.
[287] Sal 71,8.
[288] Mt 3,17.
CAPÍTULO XIII
El primer fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Cualquiera que con atención reflexione sobre la sexta palabra ha de
obtener muchas ventajas de sus reflexiones. San Agustín saca una lección muy
útil del hecho de que la palabra “Todo está cumplido” muestra el
cumplimiento de todas las profecías que hacen referencia a Nuestro Senor.
Puesto que estamos seguros por lo que pasó que las profecías relacionadas a
Nuestro Senor fueron verdaderas, así nosotros deberíamos tener la misma
certeza de que otras cosas que los mismos Profetas han profetizado y que aún
no han sucedido son igualmente ciertas. Los Profetas hablaron no de lo que
quisieron, sino bajo inspiración del Espíritu Santo, y como el Espíritu
Santo es Dios, quien no puede enganar o extraviar, nosotros deberíamos estar
muy confiados de que todo lo que predijeron sucederá, si es que no ha
sucedido ya. “Pues hasta ahora, decía San Agustín, todo ha sido realizado,
por lo que ha de cumplirse con certeza sucederá. Tengamos un temor reverente
en el Día del Juicio, pues el Senor vendrá. Él, que vino como un humilde
bebé, vendrá de nuevo como un Dios poderoso”. Nosotros tenemos más razones
que los santos del Antiguo Testamento para nunca flaquear en nuestra fe, o
en lo que creemos que vendrá. Aquellos que vivieron antes de la venida de
Cristo estaban obligados a creer, sin prueba alguna, muchas cosas de las que
nosotros ya tenemos abundantes testimonios, y por todo aquello que ya ha
sido cumplido podemos deducir fácilmente que las otras profecías también se
cumplirán. Los contemporáneos de Noé habían escuchado acerca del Diluvio
Universal, no solo a través de los labios del profeta de Dios, sino también
al mirarlo trabajando tan diligentemente en la construcción del Arca; y aún
así, como nunca antes había habido un diluvio o algo similar a ello, no se
convencieron, y en consecuencia la ira Divina los tomó desprevenidos. Así
como nosotros sabemos que la profecía de Noé se cumplió, no deberíamos tener
ninguna dificultad en creer que el mundo y todo lo que ahora estimamos tanto
será un día destruido por el fuego. Sin embargo, aún hay algunos pocos que
poseen una fe tan viva en todo esto como para desprenderse ellos mismos de
las cosas perecibles, y fijar sus corazones en los gozos de arriba, que son
reales y eternos.
Los terrores del Último Día han sido profetizados por Cristo mismo, por lo
que es totalmente inexcusable que alguien no pueda convencerse de que, así
como algunas profecías han sido ya cumplidas, otras también lo serán. Estas
son las palabras de Cristo: “Como en los días de Noé, así será la venida del
Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían,
bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el Arca, y
no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así
será también la venida del Hijo de hombre. Velad, pues, porque no sabéis qué
día vendrá vuestro Senor”[289]. Y San Pedro dijo: “El Día del Senor llegará
como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se
desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella
encierra se consumirá”[290]. Pero algunos argumentarán que todas éstas cosas
están sumamente lejanas.
Concedamos que efectivamente están aún lejanas, y si lo están, el día de la
muerte ciertamente no está muy lejano: su hora es incierta, lo que sí es
cierto es que en el juicio particular cada uno deberá rendir cuenta sobre
cada palabra vana. Y si esto por cada palabra vana zqué sobre las palabras
pecaminosas, y las blasfemias, que son tan comunes? Y si tenemos que rendir
cuenta sobre cada palabra vana zQué de las acciones, de los robos,
adulterios, fraudes, asesinatos, injusticias, y otros pecados mortales? Por
lo tanto el cumplimiento de algunas profecías nos harán aún más culpables si
es que no creemos que las otras profecías se cumplirán. Ni es suficiente
solamente creer, a menos que nuestra fe eficazmente mueva nuestra voluntad a
hacer o evitar aquello que nuestro entendimiento nos ensena que debe ser
hecho o evitado. Si un arquitecto opina que una casa está a punto de
desplomarse, y sus habitantes creen en las palabras del arquitecto, pero aún
así no abandonan la casa y terminan sepultados en sus ruinas, zQué dirá la
gente de ésa fe? Ellos dirán con el Apóstol: “Profesan conocer a Dios, mas
con sus obras le niegan”[291]. O, zQué se diría si un doctor le ordena a su
paciente no tomar vino, y el paciente lo asume como un buen consejo, pero
aún así continua tomando vino, y se molesta si es que no se lo dan? zNo
deberíamos decir que ése paciente estaba loco y que en realidad no confiaba
en su doctor? ?Quisiera que no hubieran tantos cristianos que profesan creer
en los juicios de Dios y en otras cosas, y con su conducta contradicen sus
palabras!
[289] Mt 24,37.38.39.42
[290] 2Pe 3,10
[291] Tit 1,16.
CAPÍTULO XIV
El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Otra ventaja puede ser sacada de la segunda interpretación que
dimos a la palabra “todo está cumplido”. Junto con San Juan Crisóstomo
dijimos que por su muerte Cristo concluyó su estadía laboriosa entre
nosotros. Nadie puede negar que su vida mortal fue sumamente dura, pero su
misma dureza fue compensada por su cortedad, su fruto, su gloria, y su
honor. Duró treintitrés anos. zQué es una labor de treintitrés anos
comparado a un descanso eterno? Nuestro Senor trabajó con hambre y sed, en
medio de muchas penalidades, de insultos innumerables, de golpes, heridas,
de la muerte misma. Pero ahora bebe de la fuente de la alegría, y su alegría
será eterna. Fue humillado, y por un corto tiempo fue “oprobio de los
hombres y desecho del pueblo”[292], pero “Dios le exaltó, y le otorgó el
Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla
se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos”[293]. Por otro lado,
los pérfidos judíos se regocijaron durante una hora por Cristo y sus
sufrimientos. Judas por una hora disfrutó el precio de su avaricia: unas
pocas monedas de plata. Pilato por una hora se glorificó porque no había
perdido la amistad de Tiberio, y había vuelto a ganar la de Herodes. Pero
por casi dos mil anos han estado sufriendo los tormentos del infierno, y sus
gritos de desesperanza será escuchados por siempre y para siempre.
Desde su miseria, todos los siervos de la Cruz pueden aprender cuán bueno y
fructuoso es ser humildes, dóciles, pacientes, cargar su Cruz en esta vida,
seguir a Cristo como su guía, y de ninguna manera envidiar a aquellos que
parecen estar alegres en este mundo. Las vidas de Cristo y de sus apóstoles
y mártires son una verdadero comentario a las palabras del Senor de senores.
“Bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados los
que lloran, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque
de ellos es el Reino de los Cielos”[294] Y por otro lado “ay de vosotros los
ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo. Ay de vosotros, los que
ahora estáis hartos, porque tendréis hambre. Ay de los que reís ahora,
porque tendréis aflicción y llanto”[295].
Aunque ni las palabras, ni la vida y muerte de Cristo son entendidas o
seguidas por el mundo, aún quien sea que desee dejar los afanes del mundo y
entrar en su corazón y meditar seriamente y decirse a sí mismo: “Escucharé
lo que Dios me va a hablar”[296], e importuna a su Divino Senor con humilde
plegaria y lamento de espíritu, entenderá sin dificultad toda la verdad, y
la verdad lo hará libre de todos sus errores, y lo que antes parecía
imposible será entonces fácil.
[292] Sal 21,7.
[293] Fil 2,9-10.
[294] Mt 5,3.10.
[295] Lc 6,24.25.
[296] Sal 84,9
CAPÍTULO XV
El tercer fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
El tercer fruto a ser recogido por la consideración de la sexta
palabra es que debemos aprender a ser sacerdotes espirituales, “para ofrecer
a Dios sacrificios espirituales”[297], como nos dice San Pedro, o como
advierte San Pablo, “ofrecer” nuestros “cuerpos como una víctima viva,
santa, agradable a Dios”, nuestro “culto racional”[298]. Pues si esta
palabra “todo está cumplido” nos muestra que el Sacrificio de nuestro Sumo
Sacerdote ha sido cumplido en la Cruz, es justo y propio que los discípulos
de un Dios crucificado, deseosos, hasta donde puedan, de imitar a su Senor,
se ofrezcan ellos mismos como un sacrificio a Dios, de acuerdo a su
debilidad y pobreza. Ciertamente, San Pedro dice que todos los cristianos
son sacerdotes, no estrictamente como aquellos que son ordenados por obispos
en la Santa Iglesia Católica para ofrecer el Sacrificio del Cuerpo y Sangre
de Cristo, sino sacerdotes espirituales para ofrecer víctimas espirituales,
no tales como leemos en el Antiguo Testamento, ovejas y bueyes, tórtolas y
palomas, o la Víctima del Nuevo Testamento, el Cuerpo de Cristo en la
Sagrada Eucaristía, sino víctimas místicas que pueden ser ofrecidas por
todos, como la oración y la alabanza y las obras buenas y los ayunos y las
obras de misericordia, como dice San Pablo: “ofrezcamos siempre un
sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de los labios que
confiesan su Nombre”[299]. En su Carta a los Romanos, el mismo Apóstol nos
dice, resaltándolo de manera especial, que ofrezcamos a Dios el sacrificio
místico de nuestros cuerpos tras los sacrificios de la Antigua Ley, que eran
regulados por cuatro decretos.
El primero era que la víctima debía ser algo consagrado a Dios, por lo que
era ilegítimo darle algún uso profano. El segundo era que la víctima debía
ser una creatura viviente, como una oveja, una cabra o un ternero. El
tercero, que debía ser sagrado, es decir, limpio, pues los judíos
consideraban algunos animales limpios y otros no. Ovejas, bueyes, cabras,
tórtolas, gorriones y palomas eran limpios, mientras que el caballo, el
león, el zorro, el águila, el cuervo, entre otros, no eran limpios. El
cuarto, que la víctima debía ser quemada, y despedir un olor de suavidad.
Todas estas cosas enumera el Apóstol. “Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima
viva, santa, agradable a Dios, tal será vuestro culto espiritual”[300]. Como
entiendo al Apóstol, no nos está exhortando a ofrecer un sacrificio
estrictamente hablando, como si quisiese que nuestros cuerpos fuesen muertos
y quemados, como los cuerpos de las ovejas al ser ofrecidas en sacrificio,
sino ofrecer un sacrificio místico y razonable, un sacrificio que es
similar, pero no igual, espiritual y no corporal. El Apóstol por tanto nos
exhorta a la imitación de Cristo ya que Él ofreció en la Cruz para beneficio
nuestro el Sacrificio de su Cuerpo en una muerte real y verdadera, para que,
por honor suyo, ofrezcamos nuestros cuerpos como víctimas vivas, santas y
perfectas, una víctima que es agradable a Dios, y que es de manera
espiritual muerta y quemada.
Daremos ahora algunas palabras de explicación en relación a los cuatro
decretos que regulan los sacrificios judíos. En primer lugar, nuestros
cuerpos deben ser víctimas consagradas a Dios, que debemos usar para el
honor de Dios. Pues no debemos mirar a nuestros cuerpos como propiedad
nuestra, sino como propiedad de Dios, a quien estamos consagrados por el
Bautismo, y que nos ha comprado en gran precio, como dice el Apóstol a los
Corintios. Ni seamos tampoco meras víctimas, sino víctimas vivas por la vida
de la gracia y el Espíritu Santo. Pues aquellos muertos por el pecado no son
víctimas de Dios, sino del demonio, que mata nuestras almas y se regocija en
su destrucción. Nuestro Dios, que siempre fue y es la fuente de la vida, no
le habría ofrecido a Él fétidos despojos que no son aptos para nada sino
para ser arrojados a las bestias. En segundo lugar, debemos tener mucho
cuidado en preservar esta vida de nuestras almas para que podamos ofrecer
nuestro “culto espiritual”. Ni es suficiente para la víctima estar viva.
Debe ser también santa. Un “sacrificio viviente” y “santo”, dice San Pablo.
La oblación de víctimas limpias fue un sacrificio santo. Como hemos dicho
antes, algunos cuadrúpedos eran limpios, como las ovejas, cabras y bueyes, y
algunas aves eran limpias, como las tórtolas, gorriones y palomas. La
primera clase de animales significan la vida activa, la última la
contemplativa.
Consecuentemente, si aquellos que llevan una vida activa entre los fieles
desean ofrecerse a sí mismos como víctimas santas a Dios, deben imitar la
simplicidad y la mansedumbre del cordero, que no conoce venganza, la
laboriosidad y la seriedad del buey, que no busca reposo, ni corre vanamente
de aquí para allá, sino soporta su carga y arrastra su arado y trabaja
asiduamente en el cultivo de la tierra, y finalmente, la agilidad de la
cabra al trepar las montanas y su rapidez en detectar objetos desde lejos.
No deben descansar satisfechos con solo ser mansos, ni realizando ciertas
tareas. Deben alzar sus corazones por la oración frecuente y contemplar las
cosas que están arriba. Pues zcómo pueden realizar sus acciones por la
gloria de Dios y hacerlas ascender como incienso de sacrificio ante Él, si
raramente o nunca piensan en Dios, ni lo buscan, y no están por medio de la
meditación ardiendo con su Amor? La vida activa del cristiano no debe estar
completamente separada de la contemplativa, así como la contemplativa no
debe estar enteramente separada de la activa. Aquellos que no siguen el
ejemplo de los bueyes y corderos y cabras en su trabajo continuo y útil por
su Senor, sino que desean y buscan su propia comodidad temporal, no pueden
ofrecer a Dios una víctima santa. Se parecen más a bestias feroces y
carnívoras, como lobos, perros, osos, y cuervos, que hacen de su estómago un
dios, y siguen las huellas del “león rugiente” que “ronda buscando a quién
devorar”[301].
Aquellos cristianos que siguen una vida
contemplativa y buscan ofrecerse como víctimas vivas y santas a Dios deben
imitar la soledad de la tórtola, la pureza de la paloma, la prudencia del
gorrión. La soledad de la tórtola es aplicable principalmente a los monjes y
ermitanos, que no tienen comunicación con el mundo y están enteramente
dedicados a la contemplación de Dios y cantando sus alabanzas. La pureza y
la fecundidad de la paloma es necesaria para los obispos y sacerdotes, que
se relacionan con los hombres y han de engendrar y criar hijos espirituales,
y será difícil para ellos imitar tal pureza y fecundidad a menos que
frecuentemente vuelen hacia su país celestial por la contemplación, y por la
caridad condescender a socorrer las necesidades de los hombres. Hay el
peligro de que se abandonen enteramente a la contemplación y no engendren
hijos espirituales, o de volverse tan llenos de trabajo que se contaminen
con deseos mundanos, y mientras están ansiosos por salvar las almas de los
demás, se conviertan ellos --que Dios lo impida-- en náufragos. La prudencia
del gorrión es necesaria tanto para los contemplativos como para aquellos
que se entregan a las tareas activas del ministerio. Hay tanto gorriones de
cerca como gorriones de casa. Los gorriones de cerca muestran mucho cuidado
en evitar las redes y las trampas puestas para ellos, y los gorriones de
casa, que viven próximos al hombre, nunca se convierten en amigos del
hombre, y con dificultad son capturados. Así los cristianos, y de manera
especial los sacerdotes y monjes, deben imitar la prudencia del gorrión para
evitar caer en las redes y trampas puestas para ellos por el diablo, y
cuando tratan con hombres, lo hacen solo para beneficio del prójimo,
evitando cualquier familiaridad con él, especialmente con las mujeres,
escapando de conversaciones vanas, declinando invitaciones, y no estando
presentes en actuaciones o teatros.
El último decreto en relación a los sacrificios era que la víctima fuera no
sólo viva y santa, sino también agradable, esto es, dar un suavísimo olor,
de acuerdo a lo que dice la Escritura: “Y el Senor aspiró un suave
aroma”[302], y “Cristo se entregó por nosotros como oblación y víctima de
suave aroma”[303]. Era necesario que la víctima, para poder desprender este
aroma tan agradable a Dios, esté tanto muerta como quemada. Esto tiene lugar
en el sacrificio místico y razonable del cual estamos hablando, cuando la
concupiscencia de la carne es completamente subyugada y abrasada por el
fuego de la caridad. Nada más eficaz, veloz y perfecto para mortificar la
concupiscencia de la carne que un sincero amor de Dios. Pues Él es el Rey y
Senor de todos los afectos de nuestro corazón, y todos nuestros afectos son
gobernados por Él y dependen de Él, sea aquellos de temor o esperanza, de
deseo u odio, o ira, o cualquier otra inquietud de mente. Ahora bien, el
amor rinde nada más que un amor más fuerte, y consecuentemente, cuando el
amor Divino posee completamente el corazón del hombre y lo enciende en
llamas, todos los deseos carnales se rinden a él, y siendo completamente
subyugados, no nos ocasionan ninguna inquietud. Y por tanto, ardientes
aspiraciones y oraciones fervorosas ascienden de nuestros corazones como
incienso ante el trono de Dios. Este es el sacrificio que Dios pide de
nosotros, y al que el Apóstol nos exhorta a estar los más prontamente
preparados para ofrecer.
San Pablo usa un argumento muy fuerte para persuadirnos de ello, así como es
en sí mismo duro y lleno de dificultad. Su argumento es expresado en estas
palabras: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que
ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva”[304]. En el texto griego
encontramos la palabra "misericordias" usada en vez de "misericordia". zQué
y cuántas son las misericordias de Dios por las que el Apóstol nos exhorta?
En primer lugar está la creación, por la que fuimos hechos algo mientras que
antes éramos nada. En segundo lugar, aunque Dios Todopoderoso no tenía
necesidad de nuestro servicio, nos ha hecho siervos suyos, porque desea que
hagamos algo por lo que pueda recompensarnos. En tercer lugar, nos hizo a su
imagen, y nos hizo capaces de conocerlo y amarlo. En cuarto lugar, nos hizo,
a través de Cristo, sus hijos adoptivos y coherederos de su Hijo Unigénito.
En quinto lugar, nos hizo miembros de su Esposa, de aquella Iglesia de la
cual Él es la Cabeza. Por último, se ofreció a sí mismo en la Cruz, “como
oblación y víctima de suave aroma”[305], para redimirnos de la esclavitud y
lavarnos de nuestra iniquidad, “para que pueda presentar a Él una Iglesia
gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga”[306]. Estas son las misericordias
de Dios por las que el Apóstol nos exhorta, como si dijera: “el Senor ha
derramado tantas gracias sobre ustedes, que ni las merecen, ni las han
pedido, zy aún tienen como cosa difícil el ofrecerse a sí mismos a Dios como
víctimas vivas, santas y razonables? En verdad, lejos de ser difícil,
debería parecer, para cualquiera que atentamente considera todas las
circunstancias, fácil y ligero y agradable y placentero servir a tan buen
Dios con nuestro corazón entero a través de todo tiempo, y tras el ejemplo
de Cristo, ofrecernos a nosotros enteramente a Él como una víctima, una
oblación, y un holocausto en olor de suavidad.
[297] 1Pe 2,5.
[298] Rom 12,1.
[299] Hb 13,15.
[300] Rom 12,1.
[301] 1Pe 5,8.
[302] Gén 8,21.
[303] Ef 5,2.
[304] Rom 12,1.
[305] Ef 5,2.
[306] Ef 5,27.
CAPÍTULO XVI
El cuarto fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Un cuarto fruto puede ser cosechado de una cuarta explicación de la
palabra “todo está cumplido”. Pues si es verdad, como muy ciertamente es,
que Dios por los méritos de Cristo nos ha librado de la servidumbre del
diablo, y nos ha colocado en el reino de su amado Hijo, preguntemos, y no
desistamos en nuestra indagación hasta que hayamos encontrado alguna razón,
por qué tanta gente prefiere la esclavitud del enemigo de la humanidad, en
vez del servicio a Cristo, nuestro amabilísimo Senor, y escoger el arder
para siempre en las llamas del infierno con Satanás, en vez de reinar
felicísimos en la gloria eterna con Nuestro Senor Jesucristo. La única razón
que hallo es que el servicio a Cristo empieza con la Cruz. Es necesario
crucificar la carne con sus vicios y concupiscencias. Esta trago amargo,
este cáliz de hiel, naturalmente produce nausea en el hombre frágil, y es
muchas veces la única razón por la cual el preferiría ser esclavo de sus
pasiones que ser Senor de ellas por tal remedio. Un hombre sin razón,
ciertamente, o más aún no un hombre sino una bestia, pues un hombre
despojado de su razón es tal, puede ser gobernado por sus deseos y apetitos.
Pero como el hombre es dotado de razón, ciertamente sabe o debería saber que
aquel que es mandado crucificar su carne con sus vicios y concupiscencias
debe insistir en guardar este precepto, particularmente al ser asistido por
la gracia de Dios para hacer tal, y que Nuestro Senor, como buen doctor,
prepara de tal manera esta amarga poción en orden a que pueda ser bebida sin
dificultad.
Más aún, si alguno de nosotros individualmente fuera la primera persona a la
que estas palabras fuesen dirigidas “Toma tu cruz y sígueme”, tal vez
tendríamos una excusa para dudar y desconfiar de nuestras fuerzas, y no
atrevernos a poner nuestras manos sobre una cruz que consideramos incapaces
de cargar. Pero como no solamente hombres, sino incluso ninos de tierna edad
han valientemente tomado la Cruz de Cristo, la han cargado pacientemente, y
han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias, zpor qué habremos
de temer? zPor qué habremos de dudar? San Agustín fue vencido por este
argumento, y de una vez dominó sus concupiscencias carnales que por anos
había considerado inconquistables. Puso delante de los ojos de su alma a
tantos hombres y mujeres que habían llevado vidas castas, y se dijo a sí
mismo: “zPor qué no puedes hacer lo que tantos de ambos sexos han hecho
confiando no en su propia fuerza, sino en el Senor su Dios?”. Lo que ha sido
dicho de la concupiscencia de la carne, puede ser dicho con igual fuerza de
la concupiscencia de los ojos, que es la avaricia y el orgullo de la vida.
No hay vicio que con la asistencia de Dios no pueda ser superado, y no hay
razón para temer que Dios se rehusará a ayudarnos. San León dice: “Dios
Todopoderoso insiste con justicia que guardemos sus mandamientos pues el nos
previene con su gracia”. Miserables y locas y necias son, pues, aquellas
almas que prefieren llevar cinco yugos de bueyes bajo el mando de Satanás, y
con trabajo y pena ser esclavos de sus sentidos, y finalmente ser torturados
para siempre con su líder, el diablo, en las llamas del infierno, que
someterse al yugo de Cristo, que es dulce y ligero, y hallar descanso para
sus almas en esta vida, y en la próxima vida una corona eterna con su Rey en
interminable gloria.
CAPÍTULO XVII
El quinto fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
Un quinto fruto puede ser recogido de esta palabra, pues podemos
aplicarla a la edificación de la Iglesia que fue perfeccionada en la Cruz,
como otra Eva formada de la costilla de otro Adán. Y este misterio debería
ensenarnos a amar la Cruz, honrar la Cruz, y estar estrechamente unidos a la
Cruz. zPues quién no ama el lugar de nacimiento de su madre? Todos los
fieles tienen una extraordinaria veneración por el sagrado hogar de Loreto,
porque es el lugar de nacimiento de la Virgen Madre de Dios, y ahí en su
vientre virginal Ella concibió a Jesucristo Nuestro Senor, como el ángel
anunció a San José: “Porque lo engendrado en Ella es del Espíritu
Santo”[307]. Así la Santa Iglesia Católica Romana, consiente del lugar de su
nacimiento, tiene a la Cruz plantada en todo lugar, y en todo lugar
exhibida. Somos ensenados a hacerla sobre nosotros mismos, la vemos en las
iglesias y casas. La Iglesia no confiere ningún sacramento sin la Cruz, no
bendice nada sin el signo de la Cruz, y nosotros, los hijos de la Iglesia,
manifestamos nuestro amor a la Cruz cuando pacientemente sobrellevamos las
adversidades por amor a nuestro Dios crucificado.
Esto es gloriarse en la Cruz. Esto es hacer lo que dijo el Apóstol: “Ellos
marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados
dignos de sufrir ultrajes por el Nombre de Jesús”[308]. San Pablo
simplemente nos da a entender lo que el quiere decir por glorificarse en la
Cruz cuando dice: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación engendra la paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud
probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado”[309]. Y nuevamente en su Carta a los Gálatas: “Dios me libre de
gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Senor Jesucristo, por la cual el
mundo es para mí un crucificado, y yo un crucificado para el mundo”[310].
Esto es ciertamente el triunfo de la Cruz, cuando el mundo con sus pompas y
placeres está muerto para el alma cristiana que ama a Cristo crucificado, y
el alma está muerta para el mundo al amar las tribulaciones y el desprecio
que el mundo odia, y odiando los placeres de la carne, y el aplauso vacío de
hombres a los que ama el mundo. De esta manera el verdadero siervo de Dios
rinde tan perfectamente que también puede decirse de él: “está concluido”.
[307] Mt 1,20.
[308] Hch 5,41.
[309] Rom. 5,3-5.
[310] Gál 6,14.
CAPÍTULO XVIII
El sexto fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la sexta
palabra dicha por Cristo en la Cruz
El último fruto en ser cosechado de la consideración de esta
palabra ha de ser recogido de la perseverancia que Nuestro Senor exhibió en
la Cruz. Somos ensenados por esta palabra “todo está cumplido” cómo Nuestro
Senor perfeccionó tanto la obra de su Pasión desde el principio hasta el fin
que nada le faltaba: “Las obras de Dios son perfectas”[311]. Y como Dios
Padre completó la obra de la creación en el sexto día y descansó el séptimo,
así el Hijo de Dios completó la obra de nuestra redención en el sexto día y
descansó en el sueno de la muerte el séptimo. En vano los judíos lo
provocaban: “Si Él es el Rey de Israel que baje de la Cruz y creeremos en
Él”[312]. Con mayor verdad exclamaba San Bernardo: “Porque es el Rey de
Israel, no abandonará el emblema de su realeza. No nos dará una excusa para
fallar en nuestra perseverancia, que sola es coronada: no hará torpes las
lenguas de los predicadores, ni mudos los labios de aquellos que consuelan a
los débiles, ni vacías las palabras de aquellos cuyo deber es decir a todos:
no abandonen su cruz, pues sin duda cada alma individual hubiera respondido
si pudiese: He abandonado mi cruz, porque Cristo desertó primero de la
suya”. Cristo perseveró en su Cruz incluso hasta su muerte, para
perfeccionar tanto su obra que nada le faltase, y dejarnos ejemplo de
perseverancia en todo sentido digno de nuestra admiración. Es fácil
ciertamente permanecer en lugares que nos acomodan, o perseverar en tareas
que nos agradan, pero es muy difícil quedarse en el puesto de uno cuando hay
tanto dolor a ser aliviado, o continuar en una ocupación en la que hay tanta
ansiedad ligada a ella. Pero si pudiésemos entender la razón que indujo a
Nuestro Senor a perseverar en la Cruz, deberíamos estar completamente
convencidos que tenemos que cargar nuestra cruz con constancia, y de ser
necesario, cargarla con coraje incluso hasta nuestra muerte. Si fijamos los
ojos solamente en la Cruz no podemos sino llenarnos de horror a la vista de
tal instrumento de muerte. Pero si fijamos nuestros ojos en Él que nos
exhorta a cargar la Cruz, y en el lugar al que la Cruz nos llevará, y en el
fruto que la Cruz produce en nosotros, entonces, en vez de aparecer llena de
dificultades y obstáculos, será fácil y agradable perseverar en llevarla, e
incluso permanecer con constancia clavada en ella.
zEntonces por qué Cristo perseveró tanto colgado de su Cruz incluso hasta la
muerte sin un lamento o una murmuración? La primera razón es el amor que
tenía por su Padre: “La copa que me ha dado el Padre, zno la he de
beber?”[313]. Cristo amó a su Padre y el Padre amó a su Hijo Unigénito con
un amor igualmente inefable. Y cuando vio el cáliz del sufrimiento ofrecido
a Él por su todo-bueno y todo-amoroso Padre en tal manera que Él no pudo
concluir sino que era ofrecido a Él por la mejor de las razones, no nos ha
de maravillar que tomara hasta los residuos con la mayor prontitud. El Padre
había hecho una fiesta de bodas para su Hijo, y le había dado por Esposa la
Iglesia, ciertamente desfigurada y deformada, pero que Él había de limpiar
amorosamente en el bano de su preciosa Sangre y hacerla hermosa, “sin mancha
ni arruga”[314]. Cristo por su lado amó carinosamente a la Esposa dada a Él
por su Padre, y no dudó en derramar su Sangre para hacerla hermosa y
atractiva. Si Jacob sudó por siete anos alimentando a los rebanos de Labán,
sufrió el calor y el frío y la falta de sueno para poder casarse con Raquel,
y si estos siete anos de trabajos pasaron tan rápidamente que “parecieron
sino pocos días dada la grandeza de su amor”[315], y otros siete anos
parecieron igualmente cortos, no debe sorprendernos que el Hijo de Dios
deseó ser colgado de la Cruz por tres horas por su Esposa, la Iglesia, que
había de ser madre de tantos miles de santos y de tantos hijos de Dios. Más
aún, al beber al amargo cáliz de su Pasión, Cristo estaba llevado no sólo
por su Amor al Padre y a su Esposa, sino también por la exaltada gloria y la
ilimitada y eterna alegría que iba a asegurar por medio de su Cruz. “Se
humilló a sí mismo, siendo obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por
lo cual Dios lo exaltó, y le dio el Nombre que está sobre todo nombre: para
que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, y
en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Senor para gloria
de Dios Padre”[316].
Al ejemplo que Cristo nos ha puesto, anadamos también el ejemplo que los
Apóstoles manifiestan para que imitemos. San Pablo en su Carta a los
Romanos, luego de enumerar sus propias cruces y las de sus companeros,
pregunta: “zQuién nos separará del amor de Cristo? zLa tribulación? zLa
angustia? zLa persecución? zEl hambre? zLa desnudez? zLos peligros? zLa
espada? Como dice la Escritura: por Tu causa somos muertos todo el día,
tratados como ovejas destinadas al matadero”. Y contesta su propia pregunta:
“Pero en todo esto vencemos gracias a Aquel que nos amó”[317]. No debemos
preocuparnos del sufrimiento que las cruces significan si deseamos
permanecer firmes en sobrellevarlas, sino alentarnos a nosotros mismos por
el amor de aquel Dios que tanto nos amó que entregó a su único Hijo por
nuestro rescate; o incluso manteniendo fijos nuestros ojos en Aquel Hijo de
Dios que nos amó y “se dio a sí mismo por nosotros”[318]. En su Carta a los
Corintios, el mismo Apóstol dice: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de
gozo en todas nuestras tribulaciones”[319]. zCuándo surgió esta consolación
y este gozo que lo hace, por así decirlo, impasible en toda aflicción? Él
nos da la respuesta: “la leve tribulación de un momento nos produce, sobre
toda medida, un pesado caudal de gloria eterna”[320]. Por tanto la
contemplación de la corona que lo aguardaba, y el pensamiento que siempre
guardó ante él, valía por todos las pruebas de esta vida momentánea y
trivial. “zQué persecución --clama San Cipriano-- puede prevalecer ante
tales pensamientos?”[321]. Como segundo modelo tomaremos la conducta de San
Andrés, que no miró la cruz en la que iba a ser colgado por dos días como
una horca, sino que la abrazó como a un amigo, y cuando los espectadores de
su ejecución querían bajarlo, de ninguna manera lo consentía, pues deseaba
permanecer unido a la cruz incluso hasta su muerte. Y ésta no es la acción
de una persona loca o necia, sino de un apóstol iluminado y de un hombre
lleno del Espíritu Santo.
Todos los cristianos pueden aprender del ejemplo de Cristo y sus apóstoles
cómo comportarse cuando no pueden descender de su cruz, esto es, cuando no
se pueden liberar de alguna aflicción particular o no pueden sufrir sin
pecar. En primer lugar, la vida de cada religioso ligado por los votos de
pobreza, castidad y obediencia, es comparada al martirio del cual no debe
huir. Si un esposo está casado a una esposa irascible, áspera y mal
humorada, o una esposa está casada a un hombre cuyo temperamento y carácter
no es en lo más mínimo menos difícil de tratar, como San Agustín, en sus
“Confesiones”, nos asegura era la disposición de su padre, el esposo de
Santa Mónica, entonces la cruz debe ser valientemente cargada, pues la unión
es indisoluble. Los esclavos que han perdido su libertad, prisioneros
condenados a servicio perpetuo, enfermos que sufren de una enfermedad
incurable, los pobres que son tentados a asegurar el alivio momentáneo
robando, todos y cada uno han de dirigir sus pensamientos, no a la cruz que
cargan, sino a Aquel que ha puesto la cruz sobre ellos, si desean perseverar
cargándola con paz interior, y desean ganarse la inmensa recompensa que es
prometida a ellos en el cielo cuando sus sufrimientos acaben. Sin duda es
Dios quien nos aflige con las cruces, y Él es nuestro amadísimo Padre, y sin
su participación ni la tristeza ni la alegría pueden tener lugar en
nosotros. Sin duda, también, cualquier cosa que nos pase por voluntad suya
es lo mejor para nosotros, y ha de ser tan agradable para nosotros como para
llevarnos a decir con Cristo: “El Cáliz que me ha dado el Padre zno lo voy a
beber?”[322]; y con el Apóstol: “Pero en todo eso vencemos gracias a Aquel
que nos amo”[323].
En consecuencia, aquellos que no pueden dejar de lado su cruz sin pecar
deben considerar, no su presente sufrimiento, sino la corona que les
aguarda, y cuya posesión más que compensará todas las aflicciones, todos los
dolores de esta vida. “Porque estimo que los sufrimientos del tiempo
presente no son comparables con lo gloria que se ha de manifestar en
nosotros”[324], fue lo que dijo San Pablo de sí mismo, y el juicio que hizo
sobre Moisés fue: “prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, a
disfrutar el efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los
tesoros de Egipto, el oprobio de Cristo, porque tenía los ojos puestos en la
recompensa”[325].
Para consolación de aquellos que son forzados a cargar la pesada carga de la
cruz a lo largo de muchos anos, no estará fuera de lugar relatar brevemente
la historia de dos almas que no perseveraron, y encontraron esperándolos una
cruz más pesada y eterna. Cuando Judas el traidor empezó a reflexionar sobre
lo detestable y enorme de su traición, se sintió incapaz de soportar la
vergüenza y la confusión de encontrarse nuevamente con alguno de los
apóstoles o discípulos de Cristo, y se colgó a sí mismo con una soga. Lejos
de escapar de la vergüenza que temía, solo cambió una cruz por otra más
pesada. Pues su confusión será aún mayor cuando, el día del Juicio Final,
tendrá que pararse delante de todos los ángeles y hombres, no sólo como el
traidor convicto de su Senor, sino como un asesino de sí mismo. Que necedad
fue de su parte evitar una breve vergüenza delante del entonces pequeno
rebano de Cristo, quienes hubieran sido mansos y buenos con él, como su
Senor, y lo hubiesen confiado a la misericordia de su Redentor, y no tener
que sufrir la infamia y la ignominia que ha de sufrir cuando esté delante a
la vista de todas las creaturas como un traidor a su Dios y un suicida. El
otro ejemplo es tomada del panegírico de San Basilio sobre los cuarenta
mártires.
En la persecución del emperador Licinio, cuarenta soldados fueron condenados
a muerte por su firme creencia en Cristo. Fueron ordenados ser expuestos
desnudos durante la noche en un lago congelado, y ganar su corona por la
lenta agonía de ser congelados a muerte. Al lado del lago congelado se tenía
preparado un bano caliente, al cual cualquiera que negara su fe tenía la
libertad de introducirse. Treintinueve de los mártires dirigieron sus
pensamientos a la felicidad eterna que los esperaba, sin importarles su
sufrimiento actual, que pronto acabaría, perseverando con facilidad en su
fe, mereciendo recibir de las manos de Jesucristo su corona de gloria
eterna. Pero uno ponderó y consideró sus tormentos, no pudo perseverar, y se
lanzó al bano caliente. Mientras la sangre empezó correr nuevamente a través
de sus miembros congelados, expiró su alma, que, marcada con la desgracia de
ser un traidor a su Dios, descendió directamente a los eternos tormentos del
infierno. Buscando evadir la muerte, este infeliz desdichado la halló,
cambiando una transitoria y comparativamente ligera cruz por una
insoportable y eterna. Los imitadores de estos dos hombres miserables pueden
ser hallados entre aquellos que abandonan su vida religiosa, que alejan de
sí el yugo que es suave y la carga que es ligera, y cuando menos lo esperan,
se encuentran atados como esclavos del yugo más pesado de sus numerosos
apetitos que nunca satisfacen, y aplastados bajo la vejante carga de
innumerables pecados. Aquellos que se niegan a cargar la Cruz de Cristo
están obligados a cargar las ataduras y cadenas de Satanás.
[311] Dt 32,24.
[312] Mt 27,42.
[313] Jn 18,11.
[314] Ef 5,27.
[315] Gén 29,20.
[316] Flp 2,8-11.
[317] Rom 8,35-37.
[318] Tit 2,14.
[319] 2Cor 7,4.
[320] 2Cor 4,17.
[321] Cyprian., Lib. de Exhort. Martyr.
[322] Jn 18,11.
[323] Rom 8,37.
[324] Rom 8,18.
[325] Hb 11,25-26.