Escuela de Oración - Catequesis de Benedicto XVI: El 'oasis' del espíritu
10 de agosto de 2011
El “oasis” del espíritu
Queridos hermanos y hermanas:
En cada época, hombres y mujeres que consagraron su vida a Dios en la
oración —como los monjes y las monjas— establecieron sus comunidades en
lugares particularmente bellos, en el campo, sobre las colinas, en los
valles de las montañas, a la orilla de lagos o del mar, o incluso en
pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la
vida contemplativa: la belleza de la creación, que remite a la belleza del
Creador, y el silencio, garantizado por la lejanía respecto a las ciudades y
a las grandes vías de comunicación.
El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la
escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de
dejarse, por decirlo así, «llenar» del silencio, nos predispone a la
oración. El gran profeta Elías, sobre el monte Horeb —es decir, el Sinaí—
presencia un huracán, luego un terremoto, y, por último, relámpagos de
fuego, pero no reconoce en ellos la voz de Dios; la reconoce, en cambio, en
una brisa suave (cf. 1 R 19, 11-13). Dios habla en el silencio, pero es
necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que
Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar
simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo.
Mañana, queridos amigos, haremos memoria de santa Clara de Asís. Por ello me
complace recordar uno de estos «oasis» del espíritu apreciado de manera
especial por la familia franciscana y por todos los cristianos: el pequeño
convento de San Damián, situado un poco más abajo de la ciudad de Asís, en
medio de los olivos que descienden hacia Santa María de los Ángeles. Junto a
esta pequeña iglesia, que san Francisco restauró después de su conversión,
Clara y las primeras compañeras establecieron su comunidad, viviendo de la
oración y de pequeños trabajos. Se llamaban las «Hermanas pobres», y su
«forma de vida» era la misma que llevaban los Frailes Menores: «Observar el
santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (Regla de santa Clara, I, 2),
conservando la unión de la caridad recíproca (cf. ib., X, 7) y observando en
particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y por su santísima
Madre (cf. ib., XII, 13).
El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica
—belleza sencilla y austera— constituyen como un reflejo de la armonía
espiritual que la comunidad misma intenta realizar. El mundo está lleno de
estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, sobre todo en Europa, otros
recientes, otros restaurados por nuevas comunidades. Mirando las cosas desde
una perspectiva espiritual, estos lugares del espíritu son la estructura
fundamental del mundo. Y no es casualidad que muchas personas, especialmente
en los períodos de descanso, visiten estos lugares y se detengan en ellos
durante algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus
exigencias!
Recordemos, por tanto, a santa Clara. Pero recordemos también a otras
figuras de santos que nos hablan de la importancia de dirigir la mirada a
las «cosas del cielo», como santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz,
carmelita, copatrona de Europa, que celebramos ayer.
Y hoy, 10 de agosto, no podemos olvidar a san Lorenzo, diácono y mártir, con
una felicitación especial a los romanos, que desde siempre lo veneran como
uno de sus patronos. Por último, dirijamos nuestra mirada a la santísima
Virgen María, para que nos enseñe a amar el silencio y la oración.