Escuela de Oración - Catequesis de Benedicto XVI: La oración en la segunda parte del Apocalipsis
12 de septiembre de 2012
¿Qué dicen estos símbolos? Nos recuerdan cuál es el camino para saber leer
los hechos de la historia y de nuestra propia vida. Elevando la mirada al
Cielo de Dios, en relación constante con Cristo, abriendo a Él nuestros
corazones y nuestras mentes en la oración personal y comunitaria, aprendemos
a ver las cosas de una manera nueva y a percibir su sentido más verdadero.
La oración es como una ventana abierta que nos permite mantener nuestra
mirada dirigida hacia Dios, no sólo para recordarnos la meta hacia la cual
nos dirigimos, sino también para permitir que la voluntad de Dios ilumine
nuestro camino terrenal y nos ayude a vivirlo con intensidad y el
compromiso.
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado miércoles hablé sobre la oración en la primera parte del
Apocalipsis y hoy pasamos a la segunda parte. Mientras que en la primera
parte, la oración se dirige hacia el interior de la vida de la Iglesia, en
la segunda parte, la atención se dirige al mundo entero; la Iglesia, en
efecto, camina en la historia y forma parte de ella, según el proyecto de
Dios. La asamblea que, escuchando el mensaje de Juan presentado por el
lector, ha redescubierto su deber de colaborar en el desarrollo del Reino
como "sacerdotes de Dios y de Cristo" (Ap 20,6, ver 1.5, 5.10), ahora se
abre al mundo de los hombres. Y aquí emergen dos modos e vivir en una
relación dialéctica entre ellos: el primero podría denominarse el "sistema
de Cristo", al cual la congregación está feliz de pertenecer, y el segundo,
el sistema terrenal anti-Reino y anti-alianza, puesto en acto por la
influencia del Maligno, que, engañando a los hombres, quiere construir un
mundo opuesto al deseado por Cristo y Dios (cf. Pontificia Comisión Bíblica,
La Biblia y moral. raíces bíblicas de Christian, 70). La asamblea debe
entonces ser capaz de leer en profundidad la historia que está viviendo,
aprendiendo a discernir los acontecimientos con la fe, para colaborar con su
acción, en el desarrollo del reino de Dios. Y esta obra de lectura y
discernimiento, así como de acción, está ligada a la oración.
En primer lugar, después de la llamada insistente de Cristo que, en la
primera parte del Apocalipsis, ha dicho hasta siete veces: "El que pueda
entender, que entienda lo que el Espíritu dice a la Iglesia" (Ap
2,7.11.17.29, 3,6.13 .22), la asamblea es invitada a subir al Cielo para
mirar la realidad con los ojos de Dios, y aquí nos encontramos con tres
símbolos, puntos de referencia desde los cuales leer la historia: el trono
de Dios, el Cordero y el libro (Ap 4, 1 – 5,14).
El primer símbolo es el trono, en el que está sentado un personaje, que Juan
no describe, porque supera cualquier representación humana y sólo puede
insinuar el sentido de belleza y de alegría, que se siente al encontrarse
ante Él. Este personaje misterioso es Dios, Dios Todopoderoso, que no se ha
quedado encerrado en su cielo, sino que se ha acercado al hombre,
estableciendo una alianza con él; Dios hace escuchar en la historia, de
forma misteriosa pero real, su voz simbolizada por rayos y truenos. Hay
varios elementos que aparecen alrededor del trono de Dios, como los
veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes, que constantemente dan
alabanza al único Señor de la historia. El primer símbolo es, por lo tanto
el trono.
El segundo símbolo es el libro que contiene el plan de Dios sobre los
acontecimientos y los hombres, está cerrado herméticamente con siete sellos,
y nadie es capaz de leerlo. Ante esta incapacidad del hombre de escrutar el
proyecto de Dios, Juan siente una profunda tristeza que le hace llorar. Pero
hay un remedio ante la confusión del hombre, que se siente perdido ante el
misterio de la historia: alguien es capaz de abrir el libro y de iluminarlo.
Y aquí aparece el tercer símbolo: Cristo, el Cordero que fue inmolado en el
Sacrificio de la Cruz, pero que está de pie, signo de su Resurrección. Y es
precisamente el Cordero, Cristo muerto y Resucitado, que poco a poco abre
los sellos y revela el plan de Dios, el sentido profundo de la historia.
¿Qué dicen estos símbolos? Nos recuerdan cuál es el camino para saber leer
los hechos de la historia y de nuestra propia vida. Elevando la mirada al
Cielo de Dios, en relación constante con Cristo, abriendo a Él nuestros
corazones y nuestras mentes en la oración personal y comunitaria, aprendemos
a ver las cosas de una manera nueva y a percibir su sentido más verdadero.
La oración es como una ventana abierta que nos permite mantener nuestra
mirada dirigida hacia Dios, no sólo para recordarnos la meta hacia la cual
nos dirigimos, sino también para permitir que la voluntad de Dios ilumine
nuestro camino terrenal y nos ayude a vivirlo con intensidad y el
compromiso.
¿Cómo guía el Señor a la comunidad cristiana para una lectura más profunda
de la historia? En primer lugar, invitándola a que considere con realismo el
presente que estamos viviendo. Luego, el Cordero abre los primeros cuatro
sellos del libro y la Iglesia ve el mundo en el que está insertada, un mundo
en el que hay varios elementos negativos. Hay males que el hombre cumple,
como la violencia, que nace del deseo de poseer, de prevalecer los unos
sobre los otros, hasta llegar a matarse (segundo sello), o la injusticia,
porque los hombres no respetan las leyes que se han dado (tercer sello). A
estos se añaden los males que el hombre tiene que sufrir, como la muerte, el
hambre, las enfermedades (cuarto sello). Ante estas realidades, muchas veces
dramáticas, la comunidad eclesial está invitada a no perder nunca la
esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del Maligno se
choca con la verdadera omnipotencia que es la de Dios. Y el primer sello que
abre el Cordero contiene precisamente este mensaje. Juan nos dice: "Y vi
aparecer un caballo blanco. Su jinete tenía un arco, recibió una corona y
salió triunfante, para seguir venciendo "(Apocalipsis 6,2). En la historia
del hombre ha entrado el poder de Dios, que no sólo es capaz de equilibrar
el mal, sino incluso de vencerlo, el color blanco se refiere a la
Resurrección: Dios se hizo tan cercano que ha bajado a la oscuridad de la
muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina, ha tomado sobre
sí el mal acumulado del mundo para purificarlo con el fuego de su amor.
¿Cómo crecer en esta interpretación cristiana de la realidad? El Apocalipsis
nos dice que la oración alimenta en cada uno de nosotros y en nuestras
comunidades esta visión de luz y de profunda esperanza: nos invita a no
dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien, a mirar a
Cristo Crucificado y Resucitado que nos asocia a su victoria. La Iglesia
vive en la historia, no se cierra sobre sí misma, sino que afronta con
valentía su camino en medio de las dificultades y el sufrimiento, afirmando
con fuerza que el mal indefinitivo no vence al bien, que la oscuridad no
oculta el esplendor de Dios. Éste es un punto también importante para
nosotros; como cristianos no podemos ser nunca pesimistas; sabemos que en el
camino de nuestra vida a menudo encontramos violencia, mentira, odio,
persecución, pero eso no nos desanima. Especialmente, la oración nos enseña
a ver los signos de Dios, su presencia y acción. Es más, nos enseña a ser
nosotros mismos luces de bien, que difunden esperanza e indican que la
victoria es de Dios.
Esta perspectiva conduce a elevar a Dios y al Cordero, la acción de gracias
y la alabanza: los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cantan
juntos el "cántico nuevo", que celebra la obra de Cristo Cordero, que hará
"nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). Pero esta renovación es ante todo un don
que debemos rogar. Y aquí hay otro elemento que debe caracterizar la
oración: invocar al Señor con insistencia que venga su Reino, que el hombre
tenga un corazón dócil ante la soberanía de Dios, que sea su voluntad la que
dirija nuestras vidas y las vidas de todo el mundo.
En la visión del Apocalipsis esta oración de petición está representada por
un detalle importante: "los veinticuatro ancianos" y "los cuatro seres
vivientes" tienen en sus manos, junto con el arpa que acompaña a su canción,
"las copas de oro llenas de incienso” (Ap 5,8 a) que, como vienen explicado,
"son las oraciones de los Santos"(Ap 5,8 b), a saber, aquellos que ya han
alcanzado a Dios, pero también todos nosotros que estamos en el camino. Y
vemos que ante el trono de Dios, un ángel tiene un incensario de oro en sus
manos en el que continuamente pone granos de incienso, es decir, nuestra
oración, cuya dulce fragancia se ofrece con las oraciones a Dios (cf. Ap
8,1-4). Es un simbolismo que nos dice cómo todas nuestras oraciones - con
todas las limitaciones, la pobreza, la fatiga, la sequedad, las
imperfecciones que puedan tener - son purificadas y alcanzan el corazón de
Dios.
Debemos estar seguros, que no hay oraciones superfluas, inútiles; ninguna se
pierde. Y éstas encuentran respuesta, aunque a veces misteriosa, porque Dios
es Amor y Misericordia infinita. El ángel - escribe Juan - "tomó el
incensario, lo llenó con el fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y
hubo truenos, gritos, relámpagos y un temblor de tierra.” (Ap 8,5). Esta
imagen significa que Dios no es indiferente a nuestras súplicas, interviene
y hace sentir su poder y su voz en la tierra, hace temblar y altera el
sistema del Maligno. A menudo, frente al mal se tiene la sensación de no
poder hacer nada, pero es precisamente nuestra oración la respuesta primera
y más efectiva que podemos dar y que hace más fuerte nuestro compromiso
diario en la difusión del bien. El poder de Dios hace fecunda nuestra
debilidad (cf. Rom 8, 26-27).
Quisiera terminar haciendo alguna alusión al diálogo final (cfr Ap 22,6-21).
Jesús repite varias veces: "¡Volveré pronto!" Esta afirmación no sólo indica
la perspectiva futura al final de los tiempos, sino que también se refiere
al presente: Jesús viene y pone su morada en quien cree en Él y lo acoge. La
asamblea, entonces, guiada por el Espíritu Santo, repite a Jesús la
invitación urgente a hacerse cada vez más cercano: "Ven" (Ap. 22, 17 a). Es
como la "esposa" (Ap 22, 17), que aspira ardientemente a la plenitud del
matrimonio. Por tercera vez se utiliza la invocación: "Amén. ¡Ven, Señor
Jesús" (Ap 22,20 b), y el lector termina con una expresión que manifiesta el
significado de esta presencia: "La gracia de nuestro Señor Jesús sea con
todos vosotros" (Ap 22, 21).
El Libro del Apocalipsis, a pesar de la complejidad de los símbolos, nos
sumerge en una oración muy rica, a través de la cual oímos, alabamos,
agradecemos, contemplamos al Señor, le pedimos perdón. Su estructura, de
gran oración litúrgica, es también un fuerte llamado a redescubrir la carga
extraordinaria y el poder transformador que tiene la Eucaristía, en
particular, me gustaría invitar con fuerza a ser fieles a la Santa Misa del
domingo, en el Día del Señor. ¡El Domingo, es el verdadero centro de la
semana! Gracias.