VI. Estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús
La
tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del
Cireneo. Porque lo cierto es que –aunque, como mujer, no cargara físicamente
con la cruz y no se la obligara a ello– llevó sin duda esta cruz con Jesús:
la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le
dictaba su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el
lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo.
Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar
señales y perfiles. Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado
también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de
Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos
hecho todo esto?» Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de
estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Salvador,
en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el
lienzo de la Verónica.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.