XIII. Estación: Jesús en brazos de su Madre
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en
brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el
saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús... Y le dará el Señor Dios el trono de David,
su padre... y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-33). María sólo dijo:
«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), como si desde el principio
hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.
En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de
Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos
enriquecidos con un Don de lo alto (Sant 1, 17) y al mismo tiempo somos
comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; Act 20,
28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también
la que paga más. Con su corazón.
A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón
cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma
para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 35).
También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón
de esta Madre que tanto ha pagado!
Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de
Belén (cf. Lc 2, 16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2, 14), en Nazaret
(cf. Lc 2, 39-40).
La Piedad.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.