Jesucristo nuestro Señor habla a los suyos por sus ministros, y a veces por las tribulaciones. Hermosa parábola en que el Señor compara la Iglesia a una colmena, cuyo Rey es Jesucristo y las abejas los fieles.
REVELACIÓN 10

Yo, que soy tu Dios, he ordenado que mi espíritu te dé virtud para que oigas mis palabras, veas mis semejanzas y figuras y sientas mi espíritu con gozo y devoción de tu alma. En mí está la justicia mezclada con misericordia. Yo soy como uno que ve a sus amigos caer en una grande hoya de donde no pueden levantarse ni salir, y les digo por mis predicadores lo que deben hacer, y les enseño con el azote de las tribulaciones, para que se guarden de los peligros, pero no se aprovecha con ellos, sino que se van descarriados tras sus antojos. Mis palabras pueden reducirse a estas pocas: Conviértete a mí, pecador, que vas por un camino muy peligroso, en donde hallarás miles de pasos malos y muchas asechanzas, que por tener ciego el corazón no las hechas de ver. Mas con ser tan pocas estas palabras no las quieren ver, menospreciando de la misericordia y el bien que les hago. Con todo, aunque soy tan misericordioso, que mientras pecan los amonesto, soy tan justo y los dejo en su libertad, de tal modo, que no bastaría la fuerza de todos los ángeles para convertirlos, si ellos mismos, correspondiendo a mi gracia, no moviesen e inclinasen su voluntad al bien; mas si esto hicieran y moviesen su corazón a mí y me amasen, no bastaría a estorbarles su conversión, no todo el poder del infierno.

Hay un Señor que tiene muchas colmenas y enjambres de abejas, las cuales tienen su rey, a quien reverencian de estos tres modos: preséntanle toda la dulzura y miel que ellas pueden granjear; están obedientes a su mandato, y cuando salen de su colmena y vuelan de una parte a otra, siempre van con aquellas ansias y amor de su rey, y por último, siempre lo siguen y se juntan a él con suma obediencia. Págales el rey con tres cosas: a saber, les señala el tiempo de salir y labrar sus panales; las rige con grande amor, pagándoles el que le tienen; porque del mutuo amor que hay entre el rey y todas ellas, unas se ayudan a otras, están tan unidas y hermanadas, que cada una se huelga del bien y provecho de la otra, y se dan el parabién; y lo tercero, que por el amor grande que se tienen, vienen a multiplicarse y a crecer con el mutuo amor y con el gozo de su rey.

Yo, el Señor y Creador de todas las cosas, soy el dueño de estas abejas, y de puro amor y caridad hice con mi propia sangre un colmenar en donde habían de estar; este es la Santa Iglesia, en la cual habían de juntarse los cristianos por la unidad de la fe y del amor que unos y otros se debieran tener. Los corchos donde se han de recoger son sus corazones, en los cuales había de haber dulzura y miel de buenos pensamientos y deseos, hecha de la flor de mi misericordia al criar el mundo, al redimirlo, y al padecer con tanta paciencia para renovarlo. En esta Iglesia hay dos géneros de hombres, como hay también dos géneros de abejas. Unos son los malos cristianos que todo cuanto afanan y trabajan, sólo es para sí; y estos ni conocen a su rey y cabeza, ni le son de provecho; porque en vez de traerle flores y miel, le traen espinas, y lo que le habían de amar, lo truecan en ser codiciosos. Los buenos cristianos son las buenas abejas, que me reverencian de tres modos: me tienen y reconocen por su Rey, cabeza y Señor, labrando panales de dulce miel, que son sus buenas obras hechas con caridad, que me son más dulces que la miel, y para ellos de mucho mayor provecho: están sujetos a mi voluntad en todo, subordinan su voluntad a la mía, su pensamiento lo tienen en mi Pasión, y sus obras las encaminan a mi honra, y por último, me siguen, porque me obedecen en todo, y dondequiera que estuvieren, ya sea en lo próspero, ya sea en lo adverso, no apartan se corazón del mío.

Estos tres servicios que me hacen, se los pago con tres favores. Primero: inspiro en sus almas cómo se han de aprovechar del día y cómo de la noche, y aun de la noche saben hacer día, porque saben trocar el gozo del mundo en gozo eterno, y la felicidad mundana en bienaventuranza perpetua. En todo son discretos, porque sólo usan de las cosas según su necesidad, no desfallecen con los trabajos, son cautos en las prosperidades, moderados en cuidar de su cuerpo, y mirados en lo que han de hacer. Lo segundo; les doy gracia para que tengan un corazón igual todos ellos, amándose unos a otros como a sí mismo, y a mí sobre todas las cosas, y más que a sí. Y lo tercero, les doy fruto de bendición, que es darles mi Espíritu Santo y llenarlos de él; porque el que no tiene mi espíritu y carece de su dulzura no puede fructificar ni ser de provecho, sino que se cae y se aniquila; mas el que lo tiene, está encendido con el amor de Dios, arranca de sí la soberbia y la incontinencia, y excita el alma a la honra de Dios y al menosprecio del mundo.

Pero las malas abejas no conocen este Espíritu Santo, y por eso no quieren ser gobernadas, huyen de la unión y caridad, están vacías de buenas obras, de la luz hacen tinieblas, y truecan el consuelo en lloro y el gozo en dolor. Consiento, sin embargo, que vivan por tres cosas. Primeramente, porque en lugar de ellos no entre la carcoma, que son los infieles, pues sí a un mismo tiempo se acabara con todos los malos, pocos quedaran de los buenos, y así vendrían los infieles a ocupar el lugar que los malos cristianos ocupaban, y molestarían mucho a los buenos. En segundo lugar, los sufro para que ejerciten a los buenos y sea más probada su virtud, porque con la malicia de los malos sale más a la vista la perseverancia de los buenos. En la adversidad, pues, se echa de ver la paciencia, y en la prosperidad la constancia, y templanza; y porque algunas veces caen los justos en pecadillos leves, y las virtudes suelen envanecer, por esta razón dejo que los malos vivan con los buenos para que los apuren, porque con sus maldades hacen que no tengan mucha alegría, que no se duerman ni emperecen, y que siempre tengan sus ojos y la mirada fija en Dios, porque donde la pelea es poca, corto es el premio. En tercer lugar, los tolero para que ayuden y defiendan a los buenos, a fin de que no les hagan daño los gentiles ú otros enemigos infieles, antes se atemoricen cuanto mayor sea el número de los que ellos piensan que son buenos. Y como los buenos hacen la guerra y resisten a los infieles por defender la justicia, solamente por mi amor, así los malos luchan en defensa de su vida y por evitar la ira de Dios: y de esta suerte malos y buenos se ayudan unos a otros; de modo que los malos son tolerados por causa de los buenos, y los buenos reciben más esplendente corona a causa de la malicia de los malos.

Los que guardan este colmenar son los prelados y príncipes seculares. Mas, digo a los buenos guardas, a quienes amonesto yo su Dios y guarda de ellos, que miren cómo guardan mis abejas y consideren su vuelo, y si están enfermas o sanas, lo cual conocerán por tres señales, a saber: si fuesen flojas en el volar, indiscretas en guardar los tiempos, y sin fruto porque no traen miel. Aquellos son flojos en el vuelo, que cuidan más de las cosas temporales que las eternas, que temen más la muerte del cuerpo que la del alma, los que dicen para sí: ¿Por qué me he de cansar yo pudiendo vivir con descanso? ¿Por qué me he de matar pudiendo vivir? Y no consideran los miserables, que siendo yo Rey Omnipotente y de gloria, escogí ser pobre y poco poderoso; siendo yo el verdadero descanso, escogí por ellos cansarme y morir por librarlos. Aquellos disponen y gastan mal el tiempo, que todo su cuidado lo cifran en buscar cosas de la tierra, todas sus conversaciones son chocarrerías y entretenimientos, todas sus obras las ordenan a su provecho e interés, y todo el tiempo lo acomodan como su cuerpo quiere. No tienen amor al colmenar, ni llevan a él flores ni miel, porque aunque hacen algo bueno, es por temor del castigo y no por amor; hacen algunas obras de piedad, pero ni dejan su mala voluntad, ni el pecado; quieren tener a Dios, pero no soltar el mundo, y no quieren padecer falta ni turbación alguna. Estos tales vienen a casa pero vacíos; vuelan, pero no con alas de amor, y así, cuando llegare el otoño, al salir el alma del cuerpo, apartaré las buenas abejas de las malas, las cuales padecerán en pago de su amor propio y codicia una hambre eterna, y por el menosprecio de Dios y hastío de la virtud, serán atormentadas con gran frío, que jamas se consumirá.

Yo advierto a mis amigos que se guarden de tres daños, que les pueden hacer las malas abejas. Lo primero, es que no den oídos a sus palabras, porque van llenas de veneno, pues como carecen de miel, todo es amargura y pestilencia: lo segundo, que no las miren, ni pongan los ojos en sus alas, porque son agudas como agujas y se los sacarán; y lo tercero, que cubran bien su cuerpo para que no les lleguen a él, porque lo lastimarán con su aguijón. Lo que significan estos daños, los sabios que conocen sus obras, deseos y costumbres, lo entienden; y los que no lo entienden, teman el peligro y huyan de su compañía e imitación, porque si no, con la experiencia y daño propio aprenderán lo que no quisieran aprender por la enseñanza que de ello se les hace. Apareció entonces la Virgen María y dijo: Bendito seas, Hijo mío, que eres, fuiste y serás eternamente. Tu misericordia es dulce, y tu justicia grande. Voy a decir lo que acontece contigo, y me valgo del símil de una nube que subiera al cielo precedida de algún viento, y en ella se notase algo obscuro y tenebroso. El que estuviese fuera de su casa, sintiese aquel aire, alzara los ojos y viera aquella nube tenebrosa, diría para sí: La obscuridad de esta nube, indica según parece que va a llover; y al punto obrando cuerdamente, se iría a su casa para librarse de la lluvia. Pero hubo otros que estaban ciegos, o no hacían caso de la blandura y apacibilidad del aire, ni de la obscuridad de la nube, y estuviéronse quietos. Creció la nube cubriendo todo el cielo, y arrojó de sí gran tempestad y rayos de fuego, los truenos quitaban la vida y los rayos consumían lo interior y lo exterior de los que no quisieron ponerse en salvo.

Esta nube, Hijo mío, son tus palabras, que a muchos parecen tenebrosas e increibles, porque las han oído pocas veces, o porque son idiotas los que se las han enseñado, o porque no se las confirman con milagros. A estas palabras las predece mi peticion y tu misericordia, con la cual te compadeces de todos, y te los atraes a ti como hace una buena madre. Esta misericordia, que es cual suavísimo aire en la paciencia y en el sufrimiento, es también ardiente en el amor, porque convidas con misericordia a los que te injurian, y ofreces compasión a los que te menosprecian. Por consiguiente, todos los que oyesen estas palabras, alcen los ojos, y entiendan, de dónde ellas provienen; miren si persuaden a misericordia y humildad, si convidan con lo presente, o con lo porvenir, si enseñan verdad o falsedad; y si hallaren ser verdaderas, acójanse a su casa, esto es, a la verdadera humildad con el amor de Dios; no aguarden a que se venga la justicia, cuando se aparte el alma del cuerpo, pues se inundará de fuego, y arderá interior y exteriormente, y se abrasará y no se consumirá. Por tanto, yo que soy Reina de misericordia, aviso y doy voces a los que viven en el mundo, para que alcen los ojos y vean la misericordia, Se lo amonesto y se lo ruego como madre, y se lo aconsejo como Señora; pues cuando llegare la justicia, les será imposible el resistir. Crean, pues, firmemente; vean y prueben en su conciencia la verdad; muden de parecer, y el que les diere entonces palabras de amor, les dará también obras y señales de amor.