Alta doctrina de la Virgen María, con la que enseña a santa Brígida la sabiduría de Dios, apartándola de la falsa prudencia del mundo.
REVELACIÓN 12

El que quisiere ser sabio, dijo la Virgen, ha de aprender sabiduría del que la tiene, según está escrito. Hay dos clases de sabiduría: la espiritual y la mundanal. La espiritual consiste en dejar la voluntad propia, y suspirar con todo empeño y trabajo por las cosas celestiales, porque no puede llamarse verdaderamente sabiduría, cuando no concuerdan las palabras con las obras. Esta sabiduría espiritual conduce a la bienaventuranza, pero su camino es pedregoso y áspero, y la subida muy trabajosa. Es duro y pedregoso resistir a las pasiones, y es áspero hallar los deleites habituales y menospreciar la honra del mundo.

Mas por difícil que esto sea, todo el que pensare consigo mismo, y viese que el tiempo es breve y que el mundo es perecedero, y tuviese, además, su ánimo fijo en Dios, se le aparecerá sobre el monte una nube, que es el consuelo del Espíritu Santo. Este, finalmente, será digno de consuelo, porque no buscó otro que le consolase más que Dios. ¿Cómo, pues, hubiesen acometido todos los escogidos de Dios cosas tan arduas y tan amargas, si a la buena voluntad del hombre no hubiera cooperado cual excelente medio el espíritu de Dios? Su buena voluntad les atrajo este espíritu, y el divino amor que tenían a Dios, les convidó para ir a ellos, porque trabajaban con voluntad y afecto, hasta fortalecerse con el mismo trabajo.

Después de alcanzar el consuelo del Espíritu Santo, obtenían el oro del deleite y del amor divino, porque no sólo padecían muchas contrariedades, sino que se deleitaban en padecerlas, considerando la recompensa que les aguardaba. Este placer parece tenebroso a los amadores del mundo, porque aman las tinieblas; y para los amadores de Dios es más luminoso que el sol y más refulgente que el oro, porque rompen las tinieblas de los vicios, suben al monte de la paciencia y contemplan la nube del consuelo, que no teniendo fin, comienza en la presente vida, y como un círculo, va dando vueltas hasta llegar a la perfección.
Pero la sabiduría del mundo conduce a un valle de miserias, florido y abundante al parecer, ameno en honras y voluptuoso en los placeres. Esta sabiduría pronto acabará, y no tiene más utilidad que lo que se ve y se oye en el momento.

Así que, te aconsejo, hija mía, que aprendas de la sabiduría del que verdaderamente es sabio, y que es mi Hijo, porque es la sabiduría eterna, de donde mana, como de fuente perenne, toda la que merece tener este nombre, y es un círculo que no tiene fin. Por tanto, te aconsejo como madre, que ames esta sabiduría que encierra en sí oro verdadero, el cual, aunque por fuera aparece de poca estima, por dentro está lleno de fervorosa caridad; y por fuera también es trabajadora y hacendosa; y si te turbare la mucha carga, el Espíritu y amor de Dios te consolará. Acércate y haz la prueba, como el niño que empieza a dar pasos hasta que llega por fin a acostumbrarse; no eches paso atrás, y no te detengas hasta llegar a la cumbre del monte. Lucha sin cesar, porque no hay cosa, por difícil que sea, que el trabajo continuo y racional no la venza, ni tampoco hay nada tan honesto en su principio, que no pueda ofuscar y confundir por el temor de no conseguir su último término. Llégate, pues, a la sabiduría espiritual, que te llevará a los trabajos del cuerpo, al desprecio del mundo, a una corta tribulación y al consuelo eterno. En cambio, la sabiduría del mundo, que es engañosa y desabrida, te llevará a procurar honras y haciendas, y acarbará en gran desventura, a no ser que se prevenga y evite con sumo cuidado.