Por qué te has de turbar, esposa mía, dice Jesucristo, por haberte dicho aquel hombre que mis palabras son falsas? ¿Acaso seré yo mejor de lo que soy, porque él me alabe, ni menos bueno porque me vitupere? Yo soy inmutable, y no puedo crecer ni menguar, ni he menester alabanzas; pues cuando el hombre me alaba, para sí es el provecho, no para mí. Nunca de mi boca, que soy la misma verdad, salió ni pudo salir cosa falsa, porque todo cuanto he hablado por los Profetas, o por otros amigos míos, se cumplirá espiritual o materialmente, como lo entendí cuando lo dije.
Ni tampoco son falsas mis palabras porque dijese yo antes una cosa y después otra, una cosa más clara y otra más obscura; porque para probar la constancia de la fe de mis amigos y su solicitud, manifesté muchas cosas, que según los diferentes efectos de mi Espíritu, podían ser entendidas de diverso modo por los buenos y por los malos, esto es, unos bien y otros mal, a fin de que hubiese en los diferentes estados la posibilidad de ejercitarse en el bien de diferentes modos. Pues como mi divinidad tomó mi humanidad en una persona, así a veces hablaba yo en nombre de mi humanidad como sujeta a mi divinidad, y otras veces en nombre de la divinidad, como criadora de la humanidad, según consta de mi Evengelio. Y así, aunque parezca a los calumniadores e ignorantes que mis palabras se contradicen, eran, no obstante, en un todo verdaderas. Y si dije algo con obscuridad, fué porque así convino para que se ocultasen algo a los malos mis juicios, y los buenos esperasen fervorosamente mi gracia, y por esta paciencia en esperar obtuviesen el premio; porque si mi juicio hubiese estado señalado para un tiempo fijo, todos se hubieran decaído en el amor y la caridad, a causa de la prolongación del tiempo que hubieron de esperar.
Muchas cosas prometí también que no se han cumplido, porque las desmerecieron los hombres con su ingratitud; y si dejaran de pecar, yo cumpliera mi palabra.
Por tanto, no te has de turbar cuando oyeres esa blasfemia de que mis palabras son falsas; porque lo que parece imposible a los hombres, es posible para mí. Maravíllanse también, muchos amigos míos, de que no se vean los efectos de mis palabras. Cuando Moisés fué envíado a Faraón, no hizo al punto milagros. ¿Y, por qué fué esto? Porque si desde luego hubiera dado señales milagrosas, no se hubiese manifestado la obstinación de Faraón, ni el poder de Dios, ni hubiese habido aquellos milagros patentes. Con todo, Faraón se hubiera condenado a causa de su malicia, aunque Moisés no hubiese venido, ni su obstinación hubiese sido tan manifiesta. De la misma suerte se procede ahora.
Por tanto, amigos míos, trabajad varonilmente, que aunque los bueyes arrastran el arado, va, con todo, según la voluntad del que lo rige. Así, también, aunque oigáis y sepáis mis palabras, no van ni aprovechan según vuestra voluntad, sino según la mía, porque yo sé cómo está dispuesta la tierra y cómo ha de labrarse. Pero vosotros debéis resignar toda vuestra voluntad en la mía, y estar siempre diciendo: Hágase tu voluntad.
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