Entrada triunfal y honorífico aplauso con que los ángeles presentaron en el cielo el alma de un noble militar de quien se habla en la revelación anterior, el cual había ajustado su vida a la ley de Dios.
REVELACIÓN 2

Esposa mía: Ahora te quiero decir, por medio de una semejanza, pues de otro modo no entenderías las cosas espirituales, la gloria y honra del soldado que fué el primero en abrazar y proseguir varonilmente la verdadera milicia.

Cuando llegó este amigo mío, san Jorge, al final de su vida, y al salir su alma del cuerpo, viniéronle al encuentro cinco legiones de ángeles, y acudieron también innumerables demonios, por si hallaban algo que les perteneciese, porque están llenos de malicia y no dejan de acechar ni por un instante. Oyóse entonces una voz clara y sonora salida del cielo, que decía: ¿Por ventura, Padre mío, no es este el que se obligó a hacer tu voluntad y la cumplió perfectamente? A este tiempo respondió mi soldado valiéndose de su conciencia: Sí, por cierto, yo soy. Oíanse después tres voces, una de la Divinidad, que dijo: ¿Por ventura no te crié y te di cuerpo y alma? Tú eres mi hijo, y pues hiciste la voluntad de tu Padre, ven ahora a tu poderosísimo Creador y dulcísimo Padre, pues a ti se te debe la herencia eterna, por ser mi hijo: a ti se te debe la herencia del Padre, porque le obedeciste. Ven, pues, amadísimo mío, y te recibiré con honra y alegría. Oíase la segunda voz, la cual fué de mi Humanidad, y decía: Hermano mío, ven a tu hermano. Yo me presenté por ti en la batalla, y por ti derramé mi sangre. Ven a mí, porque seguías mi voluntad: ven a mí porque pagaste sangre con sangre, y estuviste dispuesto a dar muerte por muerte, y vida por vida. Por tanto, tú que me seguías en tu vida, ven ahora a disfrutar de mi vida y gozo que no tendrá fin, pues te confieso por mi verdadero hermano. Oíase la tercera voz, que fué la del Espíritu Santo, aunque no somos tres Dioses sino un solo Dios: Ven, soldado mío, decía, que fuiste tan bueno interiormente, que deseé habitar contigo, y en el exterior fuiste tan varonil, que eras digno de que yo te defendiese. Y así, en recompensa de los trabajos en el cuerpo, ven a descansar; por las tribulaciones que padeció tu alma, entra en los inefables consuelos, y por tu amor a Dios y varonil lucha, entra en mí mismo, y habitaré en ti y tu en mí, excelente soldado; porque nada deseaste sino a mí; ven y te llenaré de la voluntad divina.

Las cinco legiones de ángeles entonaron después como cinco voces. La primera dijo: Vamos delante acompañando a este valeroso soldado, y llevemos sus armas, que son su fe santa, guardada por él inviolablemente, y defendida contra sus enemigos. La segunda voz dijo: Llevemos ante él su escudo, que es su paciencia, y presentémosela a nuestro Dios, que aunque el Señor lo sabe, no obstante, con nuestro testimonio será más gloriosa; porque por medio de la paciencia no sólo soportaba sufridamente las adversidades, sino que también daba a Dios gracias por ellas. La tercera voz dijo: Vamos delante de él y presentemos a nuestro Dios su espada, que es la obediencia que tuvo según su profesión, tanto para las cosas fáciles como para las difíciles. La cuarta voz dijo: Venid y mostremos a nuestro Dios su caballo, que es su humildad; porque así como el caballo lleva el cuerpo del hombre, del mismo modo la humildad de este, precediéndolo y viniendo en pos de él, lo encaminaba a toda obra buena, sin que hallase cabida la soberbia, y por tanto, marchaba con seguridad. La quinta voz dijo: Venid y presentemos a nuestro Dios su celada, esto es, demos testimonio del divino deseo que tuvo de unirse con Dios; porque a todas horas lo tenía en su corazón, en sus labios y en sus obras; lo deseaba sobre todas las cosas, y por su honra y amor se juzgó muerto para el mundo. Presentemos todo esto a nuestro Dios, porque este es digno de gozar por poco trabajo el eterno descanso, y de alegrarse en compañia de su Dios, a quien tanto y tantas veces deseaba ver.

Entre tales voces y con el admirable coro de los ángeles era llevado mi amigo al perpetuo descanso; y viendo esto el alma, decía llena de regocijo: ¡Dichosa yo, porque fuí creada! ¡Dichosa yo, porque serví a mi Dios, a quien ahora veo! ¡Dichosa yo, porque tengo gozo y gloria que jamás ha de acabar! De esta suerte vino a mí ese amigo mío, y con semejante premio fué remunerado. Mas aunque no todos hayan derramado su sangre por mi nombre, sin embargo, tendrán la misma recompensa, si tuvieren voluntad de dar por mí su vida, cuando se presentare la ocasión y lo exigiere la necesidad de la fe. Mira lo mucho que merece una buena voluntad.