Magnificas palabras de Jesucristo sobre la inmutabilidad y eternidad de su divina justicia, y cómo ejerce su infinita misericordia para con todos, aún con los más pecadores.
REVELACIÓN 3

Acuérdate siempre de la Pasión de mi Hijo, dice la Virgen a santa Brígida, y mira quien viene a ti. Apareció entonces san Juan Bautista y dijo a la Santa: Mil años hace que no ha estado Dios tan enojado con el mundo. Y viniendo Jesucristo dijo a la Santa: Desde el principio del mundo hasta este día es para mí una hora, y todos los tiempos que corren por vosotros, son para mí como una hora.
Yo soy el verdadero Rey, y nadie es digno de llamarse Rey sino yo, porque de mí procede toda honra y poder. Yo soy el que juzgué al primer ángel que cayó por su soberbia, ambición y envidia. Yo soy el que juzgué a Adán y a Caín, y a todo el mundo, enviando el diluvio por los pecados de los hombres. Yo soy el que permití que viniera a cautiverio el pueblo de Israel, y el que lo libró prodigiosamente con señales maravillosas. En mí está toda justicia, y estaba, y estará sin principio y sin fin; ni jamás se disminuye en mí, sino que siempre permanece en mí verdadera e inmutablemente; y aunque en estos tiempos parezca algo más blanda, y como que Dios es ahora más paciente para juzgar, esto no es mudanza de mi justicia, la cual es inmutable, sino mayor nuestra de mi amor. Y a la verdad, con la misma justicia y con la misma rectitud de juicio juzgo ahora el mundo, que cuando permití que mi pueblo fuese esclavo de los egipcios, y cuando lo castigué en el desierto.

Pero antes de mi Encarnación estaba oculto el amor que en justicia tuve, como lo está una luz escondida u obscurecida por alguna nube. Mas después de hecho hombre, aunque se mudó la ley dada, no se mudó la justicia, sino que apareció más evidente, y fué más copiosamente hermoseada con la caridad por el Hijo de Dios, lo cual tuvo lugar por tres razones. Primera, porque se mitigaba la ley que era dura para los desobedientes y duros de corazón, y además dificultosa para los soberbios que se debían reprimir. Segunda, porque el Hijo de Dios padeció y murió; y tercera, porque parece que el juicio es ahora más tardo que antes por misericordia, y que se dilata y es más blando con los pecadores.

Muy riguroso y severa parece la justicia que se ejecutó con los primeros padres, con los que se anegaron en el diluvio, y con los que en el desierto fueron muertos por sus pecados; mas ahora campea más la misericordia y el amor, el cual estuvo entonces oculto misericordiosamente en la justicia, se mostraba más escondido, si bien nunca hice ni hago justicia sin misericordia, ni misericordia sin justicia.
Me preguntarás ahora que si en todos mis actos de justicia tengo misericordia, ¿cómo soy misericordioso con los condenados? Te lo diré por medio de un ejemplo. Supongamos que está un juez sentado en su tribunal, y se presenta para ser juzgado un hermano suyo, al cual dice el juez: Tú eres mi hermano y yo tu juez, y aunque te amo mucho, no puedo ni debo obrar contra justicia. En tu conciencia estás viendo toda la justicia según tus hechos, y según éstos has de ser juzgado, pues si fuese posible obrar contra justicia, de buena gana sufriría yo por ti el castigo. Yo soy como este juez. El hombre es mi hermano por la humanidad, y viniendo él al juicio, la conciencia le dice su culpa, y entiende cómo ha de ser juzgado. Mas yo, porque soy justo, le respondo al alma por medio de una semejanza diciendo:

En tu conciencia ves toda justicia, di qué es lo que mereces. Entonces responde el alma: Mi conciencia me condena, y la condenación es pena digna de mis hechos, porque no te obedecí. Y yo le digo: A pesar de ser tu juez, recibí por ti toda la pena, y te manifesté el peligro, y el camino que habías de seguir para librarte del castigo; y porque era justo que antes de la satisfacción de la culpa no entraras en el cielo, satisfice yo por ti esta culpa, porque personalmente eras impotente para padecer lo que debías. Por los profetas te manifesté lo que me había de sobrevenir, y no omití un solo ápice de lo que vaticinaban los profetas. Te mostré todo el amor posible para que te volvieras a mí; mas porque te apartaste de mí, eres ahora digno de castigo por haber despreciado mi misericordia. Pero con todo eso, soy todavía tan misericordioso, que si fuera posible tornar a morir, preferiría padecer por ti una segunda vez la misma pena que tuve en la cruz, antes que verte condenado de esta manera. Pero la justicia dice que es imposible que yo vuelva a morir, aunque la misericordia dice que si fuese posible, de buena gana moriría yo otra vez por ti.
Mira lo misericordioso y caritativo que soy con los condenados, pues todo cuanto hago, lo hago para mostrar mi caridad. Desde un principio amé al hombre, aún en las circunstancias en que con él me enojaba; pero nadie se cuida de mi amor ni piensa en él.

Y ahora porque soy justo y misericordioso, amonesto a los que se llaman cristianos, a fin de que busquen mi misericordia, no sea que venga sobre ellos mi justicia, la cual es firme como un monte, abrasadora como el fuego, espantosa como el trueno y pronta como una saeta. Los amonesto de tres modos. Primero, como un padre a sus hijos para que se vuelvan a mí, que soy su Padre y Creador; vuélvanse, y les daré el patrimonio que por derecho paterno les corresponde; vuélvanse, porque aunque he sido menospreciado, los recibiré con alegría y les saldré al encuentro con amor. Les ruego, en segundo lugar, como hermano, que se acuerden de mis heridas y padecimientos: vuélvanse a mí, y los recibiré como hermano. Les ruego, por último, como Señor, que se vuelvan a su Señor, a quien dieron su palabra, a quien le deben todo obsequio, y por el cual se obligaron con juramento.

Por tanto, oh cristianos, volveos a mí, que soy vuestro padre, que con amor os guiaré, miradme, que soy vuestro hermano, hecho semejante a vosotros:volveos a mí, que soy un Señor piadoso; pues es gran vergüenza dar la palabra a un Señor, y tributarle obsequios a otro. Me dísteis la palabra de defender mi Iglesia, y de favorecer a los pobres, y tributáis obsequios a mi enemigo: arrojáis también mi bandera, y enarboláis la de mi adversario. Volveos, pues, a mí, cristianos, volveos con verdadara humildad, porque os apartasteis por soberbia. Si se os hace duro padecer algo por mi amor, considerad lo que hice por vosotros. Por vosotros fuí con los pies llenos de sangre hasta la cruz, por vosotros tuve horadados pies y manos, por vosotros fuí atormentado en todos los miembros de mi cuerpo, y ¡sin embargo, menospreciáis todo esto apartándoos de mí!

Volved, pues, y os auxiliaré con tres dotes. Os daré fortaleza contra vuestros enemigos corporales y espirituales: os daré magnanimidad, para que no temáis nada sino a mí, y se os haga agradable trabajar por mí; y por último, os daré sabiduria, para que entendáis la verdadera fe y la voluntad de Dios. Volved y perseverad varonilmente. Yo, el que os amonesto, soy aquel a quien sirven los ángeles; soy el que libré a vuestros padres que me obedecieron, castigué a los desobedientes, y humillé a los soberbíos. Yo fuí el primero en la batalla, el primero en padecer: seguidme, pues si no, seréis derretidos como la cera por medio del fuego. ¿Por qué rasgáis vuestra promesa? ¿Por qué menospreciáis vuestro juramento? ¿Soy yo acaso menor y más indigno que un amigo vuestro del siglo, a quien cumplís la palabra dada? ¡Pero a mí, que soy dador de la vida y de la honra, y el conservador de vuestra salud, no me cumplís la promesa!
Por tanto, ¡oh buenos amigos míos!, cumplid vuestro juramento, y si alguna vez no pudiereis con la obra, sea con la voluntad; pues compadeciéndome entonces de vosotros, recibiré como obra la voluntad. Si os volvéis a mí con amor, trabajad por la fe de mi Iglesia, y cual piadoso Padre os saldré al encuentro con todo mi ejército, y os daré por premio cinco bienes. Honra eterna que nunca se apartará de vuestros oídos; el rostro y la gloria de Dios que siempre estará ante vuestra vista; las alabanzas de Dios que nunca se separarán de vuestros labios; una hartura completa, de tal modo, que vuestra alma tendrá todo cuanto deseare, y no deseará más de lo que tiene, y por último, una felicidad sin límites, de modo que jamás os separaréis de vuestro Dios; sin fin durará vuestro gozo, y sin fin será vuestra vida en el gozo eterno.

Esta, cristianos, será vuestra paga si defendéis mi fe y trabajáis por mi honor más que por el vuestro. Acordaos, si tenéis entendimiento, de que soy paciente con vosotros, y que me hacéis tales agravios, como no los sufriríais de vuestros iguales. Mas aunque todo lo puedo por mi poder, y la justicia pide venganza contra vosotros, todavía os perdona mi misericordia, que está llena de sabiduría y de bondad. Buscad, por tanto, la misericordia, ya que por amor os doy lo que muy humildemente deberíais de pedirme con súplicas.