Preciosa descripción y elogio de la Virgen María, y contestación de la Señora.
REVELACIÓN 17

Bendita seáis, gloriosísima María, Madre de Dios, dijo santa Brígida. Sois como aquel templo de Salomón, cuyas paredes fueron dorados, el techo resplandeciente, el suelo cubierto con preciosísimas piedras, todo cuyo conjunto era muy lucido, y su interior todo perfumado y delicioso a la vista. En todo, Señora, os asemejáis al templo de Salomón, porque en vuestro seno tomó asiento el verdadero Salomón, y en él colocó el arca de la gloria, y el candelabro para que diese luz. Así, pues, oh santísima Virgen, sois el templo de aquel Salomón, que hizo las paces entre Dios y el hombre, reconcilió a los reos, dió vida a los muertos, y libró del tirano a los pobres.Vuestro cuerpo y alma fueron templo de Dios, en que estaba el techo de amor divino, y en el cual habitó con vos alegremente el Hijo de Dios, venido del Padre a vos. El pavimento de este templo fué vuestra morigerada vida y el asiduo ejercicio de las virtudes, sin que os faltase nada bueno u honesto; pues todo fué en vos estable, todo humilde, todo devoto, y todo perfecto. Las paredes de este templo fueron cuadrangulares, porque no os turbaban las afrentas, ni os ensoberbecían las honras, ni os inquietaba la impaciencia, ni deseabais otra cosa sino la honra y amor de Dios. Las pinturas de vuestro templo, fueron el estar siempre inflamada en el amor del Espíritu Santo, con la cual estaba tan encumbrada vuestra alma, que no había virtud que no fuese en vos más amplia y más perfecta que en ninguna otra criatura.

Paseábase por este templo Dios, cuando derramó por todo vuestro cuerpo la dulzura de su visita; y descansó en él, cuando la divinidad se unió con la Humanidad. Bendita, pues, seáis, Virgen bienaventurada, en quien Dios grande e infinito, se hizo un pequeño niño, el antiquísimo Señor se hizo hijo temporal, y el sempiterno Señor y Criador invisible se hizo criatura visible.
Y pues sois piadosísima y potentísima Señora, os ruego me miréis y tengáis misericordia de mí. Sois Madre de Salomón, no de aquel que fué hijo de David, sino del que es padre de David y Señor de Salomón, que edificó aquel maravilloso templo, en que verdaderamente estabais significada. Y puesto que el Hijo oirá a la Madre, y mucho más a una Madre tal y tan excelsa, os ruego me alcancéis que el niño Salomón, que durmió en vuestros brazos, esté vigilante conmigo, para que no me dañe el deleite de ningún pecado, sea estable la contrición de los cometidos, muera en mí el amor del mundo, y tenga yo una paciencia perseverante y una penitencia provechosa. No tengo nada bueno que alegar en favor mío, sino estas breves palabras: compadeceos de mí, Virgen María, pues mi templo es enteramente contrario al vuestro; porque está obscuro con las tinieblas de los vicios, sucio con la sensualidad, corrompido con los gusanos de la codicia, inconstante con la soberbia, y deleznable con la vanidad de los mundanos.

Bendito sea Dios, respondió nuestra Señora, que inspiró a tu corazón tal salutación, para que entendieras cuánta bondad y dulzura hay en Dios. Mas, ¿por qué me comparas a Salomón y a su templo, siendo yo Madre de Aquel cuya generación no tiene principio ni fin, de Aquel de quien Melquisedec era figura, del que dice la Escritura que no tuvo padre ni madre? De este Melquisedec se dice que fué sacerdote, y a los sacerdotes pertenece el templo de Dios, y así yo soy Madre del Sumo Sacerdote y Virgen a la par. En verdad, te digo, que soy ambas cosas; Madre del rey Salomón, y Madre del Sacerdote pacificador, porque el Hijo de Dios, el cual es también Hijo mío, es a un mismo tiempo Sacerdote y Rey de los reyes; y finalmente revistióse espiritualmente en mi templo con vestiduras sacerdotales, con las cuales ofreció sacrificio por el mundo. En la ciudad de Jerusalén fué coronado con áspera corona, y fuera de la misma ciudad, cual valerosísimo adalid, sustentó el golpe y mayor tropel de la batalla.
Oh Madre de misericordia, dijo santa Brígida, tened compasión y rogad por los pecadores. Y respondió la Madre: Y respondió la Madre: Desde un principio amó Dios tanto a los suyos, que no solamente alcanzan para sí, sino que, por causa de ellos, sienten otros el efecto de aquella súplica. Pero a fin de que sean oídos las oraciones hechas en favor de otros, son necesarios dos requisitos en aquellos por quienes se ruega, a saber: propósito de dejar el pecado y deseo de aprovechar en la virtud. A todo el que tuviere estas dos condiciones, le aprovecharán mis ruegos.