Oh dulcísima María, dijo santa Brígida, bendita seáis con bendición eterna, pues fuisteis Virgen antes del parto, Virgen en el parto, y Virgen después del parto. Por tanto, bendita seáis, porque sois Madre y Virgen, sois la muy amada de Dios, sois más pura que los ángeles todos, excedisteis en fe a todos los Apóstoles, padecisteis en vuestro corazón mayores angustias que nadie, superasteis en abstinencia a todos los confesores y en continencia y castidad a todas las vírgenes. Los cielos y la tierra, pues, os alaben porque por vos se hizo hombre Dios, Criador de todas las cosas; por vos el justo encuentra gracia, el peacdor indulgencia, el muerto vida, y el desterrado vuelve a su patria.
Escrito está, respondió la Virgen, que al dar testimonio san Pedro de que mi Hijo era Hijo de Dios, le contestó éste: Bienaventurado eres, Simón, porque eso que has dicho, no te lo ha revelado la carne ni la sangre. Así te digo yo ahora, que esa salutación no te la reveló tu alma rodeada de las cosas de este mundo, sino aquel que no tiene principio ni fin. Por tanto, hija, sé humilde, y yo seré misericordiosa contigo. San Juan Bautista, como te lo ha prometido, te dará su dulzura; san Pedro te comunicará su mansedumbre, y san Pablo su fortaleza. San Juan te dirá: Hija, ponte de rodillas; san Pedro te dirá: Hija, abre la boca y te daré un manjar dulcísimo; y san Pablo te vestirá y armará con las armas de la caridad, y yo que soy tu Madre, te presentaré a mi Hijo.
Esto que acabo de decirte, hija mía, has de entenderlo espiritualmente. Pues en san Juan, que se interpreta gracia de Dios, está significada la verdadera obediencia, porque fué y es la misma dulzura: dulce para con sus padres por su admirable gracia, dulce para con los hombres por su singular predicación, y dulce a Dios por su obediencia y santidad de vida; pues obedeció a Dios en la juventud, obedeció en lo próspero y en lo adverso, obedeció y fué siempre humilde, cuando pudo ser honrado, y obedeció hasta en la muerte. Y esto de obedecer es decirte que te pongas de rodillas, como si se te dijera: Humíllate, hija, y tendrás cosas altas; deja lo amargo y gustarás lo dulce; deja tu propia voluntad, su quieres ser pequeñuela; menosprecia lo de la tierra, y tendrás lo del cielo; menosprecio lo superfluo, y tendrás abundancia espiritual.
San Pedro significa la fe de la Iglesia santa; porque como estuvo firme hasta el final, así la fe de la Iglesia santa permanecerá firme hasta la consumación de los siglos. San Pedro, pues, que es la fe, te dice que abras la boca y recibirás un exquisito manjar, esto es, que abras a tu alma el entendimiento, y hallarás en la santa Iglesia un manjar dulcísimo, que es el mismo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar; y hallarás también la ley nueva y la antigua, las exposiciones de los doctores, la paciencia de los mártires, la humildad de los confesores, la castidad de las vírgenes, y el fundamento de todas las virtudes. Busca, hija, esta fe santa en la Iglesia de san Pedro, y después de encontrarla, consérvala en la memoria y ponla en ejecución.
Por san Pablo se entiende la paciencia, porque fué fervoroso contra los impugnadores de la fe santa, alegre en las tribulaciones, firme en la esperanza, sufrido en las enfermedades, compasivo con los dolientes, humilde en las virtudes, bondadoso con los pecadores, maestro y doctor de todos, y perseverante hasta el final en el amor de Dios. San Pablo, pues, que significa paciencia, te armará, hija mía, con las armas de las virtudes, porque la verdadera paciencia está fundada y robustecida con los ejemplos; y la paciencia de Jesucristo y de sus santos enciende en el corazón el amor de Dios, enardece el alma para emprender cosas grandes, hace al hombre humilde, manso, misericordioso, fervoroso para todo lo del cielo, cuidadoso de sí mismo, y perseverante en lo comenzado.
Por tanto, a todo hombre a quien la obediencia cría en el regazo de la humildad, la fe lo sustenta con el manjar de la dulcedumbre, y la paciencia lo viste con las armas de las virtudes; y yo, la Madre de la misericordia, lo presento a mi Hijo, el cual lo coronará con la corona de su dulzura; pues mi querido Hijo tiene una fortaleza incomprensible, una sabiduría incomparable, un inefable poder y una admirable caridad; y así, nadie lo arrancará de sus manos.
Pero advierte, hija, que aunque hablo contigo sola, entiendo por ti a todos los que siguen la santa fe con obras de amor; y como por un hombre llamado Israel se entendían todos los israelitas, así por ti entiendo todos los verdaderos fieles.
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