Oh dulcísima María, hermosura nueva nunca vista, hermosura preciosísima, ven en mi ayuda, para que desaparezca mi fealdad y se encienda mi amor para con Dios. Tu hermosura, Señora, a quien la considera le hace tres bienes: despeja la memoria para que entren con suavidad las palabras de Dios, hace que las retenga después de oídas y que las comunique fervorosamente a los prójimos. También al corazón le da otros tres bienes tu hermosura; porque le quita el gravísimo peso de la pereza, cuando se considera tu amor a Dios y tu humildad; envía lágrimas a los ojos, cuando se contempla tu pobreza y tu paciencia; y comunica para siempre al corazón un fervor de dulzura, cuando sinceramente se recuerda la memoria de tu piedad.
Verdaderamente eres, Señora, hermosura excelentísima, hermosura ardientemente deseada; pues fuiste dada para auxilio de los enfermos, para consuelo de los atribulados y para intercesora de todos. Y así, todos cuantos oyeren que habías de nacer y los que saben que naciste, muy bien pueden clamar diciendo: Ven, hermosura esplendorosísima, y alumbra nuestras tinieblas; ven, hermosura preciosísima, y quita nuestra afrenta; ven, hermosura suavísima, y templa nuestra amargura; ven, hermosura poderosísima, y acaba con nuestro cautiverio; ven, hermosura honestísima, y borra nuestra fealdad. Bendita y ensalzada sea tal y tan grande hermosura, que desearon ver todos los Patriarcas, a la cual alabaron los Profetas y con la que se alegran todos los escogidos.
Bendito sea Dios que es toda mi hermosura, respondió la Virgen, el cual puso en tus labios semejantes palabras. En pago de ellas te digo, que aquella hermosura sin principio, eterna y sin igual, que me hizo y me crió, te confortará a ti; aquella hermosura venerabilísima y nueva, que renueva todas las cosas, la cual estuvo en mí y nació de mí, te enseñará cosas maravillosas; aquella hermosura ardientemente deseada, que todo lo recrea y alegra, inflamará con su amor tu alma. Confía, pues, en Dios, que cuando alcanzares a ver la hermosura del cielo, te causará confusión y vergüenza la hermosura de la tierra, y la tendrás por escoria y por vileza.
Enseguida dijo el Hijo de Dios a su Madre: Bendita seas, Madre mía. Tú eres semejante a un artífice muy primoroso en su arte, que hace una preciosa joya, y viéndola le dan el parabién, y uno le ofrece oro para que la acabe y otro piedras preciosas para que la adorne. Así tú, querida Madre, das auxilio a todo el que intenta llegar hasta Dios, y a nadie dejas sin consuelo. Con justicia pueden llamarte sangre de mi corazón; porque como con la sangre se vivifican y robustecen todos los miembros del cuerpo, del mismo modo, por medio de ti se vivifican los hombres de la caída del pecado, y se hacen de más provecho para con Dios.
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