Hija, persevera, dice santa Inés a santa Brígida, y no des paso atrás. Mira que una serpiente mordedora está junto a los calcañales; y cuida también de no adelantar más de lo justo, porque tienes delante de ti el filo de una aguda lanza, que te clavará, si no vas con cordura. ¿Qué es volver atrás sino arrepentirse de haber emprendido vida áspera, aunque saludable, y querer volver a lo acostumbrado, deleitando su mente con torpes pensamientos? Si estos llegan a agradar echan a perder todo lo bueno, y poco a poco apártanse de ello. Tampoco has de caminar más de lo justo, esto es, más de lo que pudieren tus fuerzas, ni afligirte demasiado, queriendo imitar en buenas obras a otros, más de lo que permita tu naturaleza; porque desde la eternidad dispuso Dios que se abriese el cielo a los pecadores con obras de amor y de humildad, hechas con discreción y medida. Pero el demonio envidioso, suele persuadir al hombre imperfecto a ayunar más de lo que permitan sus fuerzas, a prometer cosas extraordinarias é insufribles, y a que imite a otros muy perfectos, sin atender a su flaqueza y pocas fuerzas; para que faltando el vigor, más bien por vergüenza de los hombres que por amor de Dios, continúe, aunque mal, lo comenzado, o desfallezca más pronto por su indiscreción y flaqueza.
Por tanto, hija, debes medirte según tu fortaleza y debilidad, con prudente consejo del que te rige, porque unos son naturalmente más fuertes, otros más débiles, unos más fervorosos en la gracia de Dios, otros más alegres y activos con la buena costumbre. Así, pues, debes ordenar tu vida según el consejo de personas temerosas de Dios, no sea que por inconsideración te muerda la serpiente, o te hiera la punta del emponzoñado cuchillo, esto es, no sea que engañe tu mente la venenosísima sugestión del demonio, de suerte que, o quieras parecer lo que no eres, o desees hacer lo que es superior a tu virtud y a tus fuerzas.
Algunos hay que creen alcanzar por sus solos méritos el cielo; a los cuales Dios, por sus ocultos juicios, deja que el demonio los tiente. Otros hay, que piensan que con solas sus obras, satisfacen a Dios por sus pecados. Pero unos y otros yerran y pecan en ello; porque aun cuando el hombre diera cien veces su vida, no pudiera pagar a Dios la menor de mil obligaciones que la tiene; porque de su mano viene el poder y querer, para que el hombre haga algo bueno, y de su mano viene el tiempo y la salud, el buen deseo, las riquezas y la gloria, la vida y la muerte, la exaltación y la humillación. A él, pues, se debe todo honor, y no hay méritos de hombre alguno, que por sí solos sean de estima delante de Dios.
Ten, pues, por cierto, que Dios es como un águila de aguda visata, que desde lo alto mira lo que está abajo, y si viere algo que se levanta en la tierra, al punto se arroja sobre ello como una bala, y si ve algo ponzoñoso que le es contrario, lo atraviesa como una flecha, y si desde lo alto le cae encima algo que no sea limpio, como el ánade sacude las alas y lo despide. Así, Dios, si ve que los corazones de los hombres, o por flaqueza de la carne, o por tentaciones del demonio se levantan contra su Divina Majestad, al punto con la inspiración buena, con el dolor y compunción aniquila y arroja el pecado, y hace que el hombre vuelva a Dios y a sí mismo. Y si entrare en el corazón el veneno de la concupiscencia de la carne o de las riquezas, luego con una saeta de su amor atraviesa Dios aquella alma, a fin de que el hombre no persevere en el pecado y sea apartado de Dios. Y si algo sucio de soberbia o de sensualidad cayere sobre el alma, al instante lo sacude como el ánade por la constancia de la fe y de la esperanza, a fin de que el corazón no se endurezca en los vicios, o se manche mortalmente el alma, que estaba unida a Dios.
Por tanto, hija mía, en todos tus deseos y obras ten presente la misericordia y justicia de Dios, y mira siempre cuál es el fin.
|