Cuando está hirviendo una tinaja de mosto, dice la Virgen, suben unas exhalaciones y espumas, unas veces mayores y otras menores, y vuelven a bajar de pronto. Todos los que están junto a la tinaja creen que esas exhalaciones o crecidas bajan pronto, y que provienen de la fermentación del vino auxiliada por el calor, y por esto esperan con paciencia el final, y a que se haga el vino o la cerveza. Mas cuantos se acercaren a la tinaja y respirasen lo que despide el hervor del mosto, padecerán fuertes vahidos de cabeza.
Lo mismo sucede espiritualmente en los corazones de muchos, que comienzan a hincharse y a hervir con la soberbia e impaciencia; y los buenos luego conocen que aquello procede, o de la instabilidad del ánimo, o de los movimientos de la carne, y así sufren cuanto las dicen y esperan el término; porque saben que tras la tempestad sigue la bonanza, y que el varón paciente es más fuerte que el que combate ciudades, porque con la paciencia se vence el hombre a sí mismo, la cual es dificultosísima victoria.
Pero aquellos que son mal sufridos, y que si les dicen una palabra mala, vuelven otra peor, no considerando la gloriosa paga que se da al que sufre, y cuán digno es de menosprecio el favor y reputación del mundo; estos tales incurren con sus tentaciones en una flaqueza de ánimo a causa de su impaciencia, porque se acercan demasiado a la tinaja del mosto que está hirviendo, y hacen mucho caso de palabras que se las lleva el viento.
Y así tú, hija, cuando vieres a alguno impaciente, echa un candado a tu boca con el ayuda del Señor, y guarda silencio, no pierdas por hablar con impaciencia lo bueno que has comenzado. Disimula y pasa, si fuere lícito, como si no oyeras nada, hasta que los que andan buscando ocasión de riñas, se aplaquen y acaben de declarar lo que tienen en el corazón.
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