Acerca de las Antinomias kantianas (I)
Néstor Martínez, Infocatolica.com
Tal vez la crisis principal de nuestro tiempo no sea tanto una crisis de fe
como una
crisis de la inteligencia. La gracia supone la naturaleza, y no se
puede edificar donde no hay terreno apto para recibir los cimientos. San
Agustín dijo que no podríamos creer si no tuviésemos almas racionales (Carta
120, a Consencio), y la modernidad puede ser vista como el esfuerzo
progresivo por dejar de tener un alma racional, que hoy, por ejemplo,
culmina en la “perspectiva de género”, donde la realidad del sexo y la
corporalidad de cada uno se supone que depende de lo que cada uno piense,
quiera o desee.
Muchos abortistas, por ejemplo, creen que la condición humana del no nacido
depende de que ellos la acepten o no, o de que sea “deseado” o no, etc.
Todas estas cosas vienen de muy atrás y muy arriba, y uno de los hitos más
sobresalientes de lo que Sciacca llamó el proceso de “oscurecimiento de la
inteligencia” en Occidente es sin duda la filosofía de Immanuel Kant.
Precedido por los empiristas ingleses, y sobre todo, por David Hume, Kant
pasa por ser el filósofo que toma acta en forma definitiva de la muerte de
la Metafísica. Por “Metafísica” se entiende aquí la ciencia filosófica,
puramente natural y racional, que se toma en serio esa capacidad natural de
la inteligencia humana para conocer lo que las cosas son, y sus causas,
hasta llegar a la Causa Primera de todo, que es Dios.
A partir de Kant se considera que la ciencia debe limitarse al “fenómeno”,
es decir, a lo que se manifiesta en la experiencia de los sentidos, y que no
es posible una demostración racional de la existencia de Dios, de la
espiritualidad e inmortalidad del alma humana, del libre albedrío de la
voluntad y de la existencia de una ley moral natural.
Antes de Kant, todo eso constituía el centro de la ciencia más importante a
nivel natural: la Filosofía, que por eso mismo quedaba abierta a luz
sobrenatural mediante la fe y la Teología.
Incluso el modernismo, la herejía que atacó a la fe católica a principios
del siglo XX y que después del Concilio tuvo una prevalencia tan grande y
tan poco combatida en tantos ambientes eclesiales hasta el día de hoy, es,
como bien dice San Pío X en su inmortal encíclica “Pascendi”, una aplicación
del agnosticismo kantiano a la teología. [1]
Es en Kant, por lo general, donde hay que buscar la raíz filosófica de
tantas “antiteologías” como pululan hoy día en el sufrido ambiente católico.
Al que no tiene vocación para la Filosofía le basta con la convicción del
sentido común reforzada por la fe sobrenatural, de que los caballos que ve
en el campo son verdaderamente caballos y no solamente proyecciones de su
mente, y que seguirían siéndolo aunque no hubiese en el planeta ningún ser
humano para constatarlo. Y que por tanto, si ese mismo sentido común le dice
que en el origen de todo debe haber una Causa Inteligente, eso es un
verdadero conocimiento del ser mismo de las cosas y no solamente un
resultado del condicionamiento cultural o de una mala digestión.
Por nuestra parte, queremos aportar un granito de arena analizando algunos
de los argumentos que hacen que Kant figure en las historias de la filosofía
como el demoledor de la Metafísica. Se nos ha ocurrido comenzar por las
“Antinomias”, que constituyen una de las partes más famosas de la obra
kantiana, aunque no sean el fundamento último de su doctrina.
Como siempre, los subrayados en negrita son nuestros. Para los textos de
Kant hemos usado las traducciones de García Morente y José Rovira Armengol,
habiendo corregido alguna vez aquélla mediante ésta.
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En la “Crítica de la Razón Pura”, Kant se propone trazar el límite que
separa al conocimiento científico válido de las especulaciones vacías de
nuestra razón.
La obra tiene dos grandes partes: la “Estética Trascendental”, dedicada al
estudio de la sensibilidad, y la “Lógica trascendental”, dedicada al estudio
del conocimiento intelectual, que a su vez se divide en dos: la “Analítica
Trascendental”, dedicada al “entendimiento” en su capacidad de conocimiento
científico, y la “Dialéctica Trascendental”, dedicada a la “razón” entendida
como facultad que pretende vanamente ir más allá de lo dado en la
experiencia.
En efecto, la solución general de Kant al problema de la validez de nuestro
conocimiento es que es válido el conocimiento que se desenvuelve en el campo
de la experiencia y que es empíricamente verificable, en cambio, la
Metafísica no es posible como ciencia, porque pretende alcanzar conocimiento
riguroso sobre lo que está más allá de nuestra experiencia, cosa que para
nosotros es imposible, según Kant.
Igualmente, sostiene que podemos conocer el fenómeno, que es la forma en que
las cosas se nos aparecen a nosotros, no el “noúmeno” o “cosa en sí”, que es
lo que las cosas son en sí mismas, independientemente de nosotros.
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Por eso, la “Estética” y la “Analítica” trascendentales están dedicadas a
fundamentar el conocimiento científico válido. En la “Dialéctica
Trascendental” Kant se ocupa de lo que para él son las “ilusiones” de la
razón humana, es decir, aquellas especulaciones vacías que no constituyen,
en su opinión, conocimiento científico.
Dichas “ilusiones” de la razón surgen cuando se quiere razonar sobre las
tres grandes ideas que trascienden toda experiencia posible, con las que el
hombre trata de unificar y sintetizar todos sus conocimientos: la idea del
“yo”, la idea del mundo, y la idea de Dios.
Esto da lugar a tres apartados de la “Dialéctica Trascendental”: el
“Paralogismo de la razón pura”, donde se critica la idea del yo como una
sustancia; las “Antinomias de la razón pura”, donde se critica la idea del
mundo como una totalidad existente en sí, y el “Ideal de la razón pura”,
donde se critica las pruebas tradicionales de la existencia de Dios.
En este “post” queremos comenzar a analizar la argumentación de Kant en las
“Antinomias de la razón pura”.
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El argumento general de Kant en esta parte de su obra es el siguiente:
Cuando partimos de la base de que es posible razonar sobre el mundo tomado
como una totalidad que tiene existencia en sí, independientemente de nuestro
conocimiento, llegamos a poder demostrar con argumentos necesarios
proposiciones que son contradictorias entre sí.
Cada una de las cuatro “antinomias” kantianas, en efecto, está formada por
un par de proposiciones, la tesis y la antítesis, que parecen contradecirse
frontalmente, y sin embargo, cada una de ellas viene provista de una
“prueba” que según Kant es lógicamente concluyente.
La conclusión que saca Kant de todo ello es que no es posible un
conocimiento racional y científico sobre el “mundo” considerado como una
totalidad en sí. La ciencia debe limitarse a estudiar los fenómenos dados en
nuestra experiencia.
Con ello se declara inválida una rama importante de la Filosofía que es la
Cosmología o Filosofía de la Naturaleza, íntimamente relacionada con la
Metafísica.
En realidad, como veremos, la argumentación kantiana quiere afectar a la
Metafísica misma, pues la última de las “antinomias” tiene que ver
justamente con la existencia de Dios, a pesar de que este tema lo desarrolla
plenamente, como se ha dicho, no en las Antinomias sino en el Ideal de la
Razón Pura.
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A primera vista podría parecer que el argumento kantiano descansa en un
sinsentido: o bien la tesis y la antítesis de cada antinomia se contradicen
verdaderamente, y entonces, necesariamente una de ellas es verdadera y la
otra falsa, de donde se sigue que no puede ser verdad que se demuestren las
dos, o bien, no se contradicen realmente, y entonces, no hay antinomia
alguna.
La respuesta de Kant sería que las tesis y las antítesis se contradicen
realmente, pero no en forma absoluta, sino bajo cierto supuesto, a saber,
que el mundo como totalidad que existe “en sí” es una realidad sobre la cual
podemos razonar científicamente.
Con ese supuesto, es verdadera la primera parte del dilema arriba propuesto,
sin ese supuesto, es verdadera la segunda parte del dilema.
De ello se sigue que no es verdad, finalmente, que se demuestren tanto la
tesis como la antítesis de las antinomias, pues quitado el supuesto en
cuestión, los argumentos a favor de cada una de ellas no son todos
necesarios.
En efecto, sería absurdo sostener que realmente nuestra razón demuestra en
forma concluyente proposiciones contradictorias entre sí. Ello equivaldría a
demostrar la inutilidad de la razón. Y paradójicamente, además, ello se
haría usando la razón y por tanto aceptando su validez…
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Kant dice que una cosa es sostener a la vez que el mundo es infinito y que
el mundo no es infinito, y otra cosa es sostener a la vez que el mundo es
infinito y que el mundo es finito.
En el primer caso, dice, tenemos una contradicción, y esas dos proposiciones
no pueden ser ni ambas verdaderas ni ambas falsas, no pueden ser, por tanto,
ambas demostrables.
En el segundo caso, no hay contradicción, pues de trata de dos afirmaciones,
que admiten una tercera posibilidad, a saber, que el mundo no exista, en
cuyo caso no será ni infinito ni finito. En efecto, agregamos nosotros, en
toda proposición afirmativa se afirma implícitamente al menos la existencia
del sujeto de esa proposición.
Obviamente, suponiendo que el mundo existe, sí hay contradicción en sostener
a la vez que es infinito y finito.
Así son, dice Kant, las antinomias de la razón pura: sólo son
contradicciones sobre la base de que es posible hablar del mundo como una
totalidad existente en sí que rebasa nuestra experiencia. Negando entonces
ese falso supuesto (o sea, negada la posibilidad de la Metafísica como
ciencia), desaparece la contradicción.
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Sobre esta base, Kant plantea sus cuatro famosas antinomias cosmológicas,
que son las que siguen: [2]
Primera antinomia. Tesis: El mundo tiene un comienzo en el tiempo y con
respecto al espacio está encerrado también en límites. Antítesis: El mundo
no tiene comienzo ni límites en el espacio, sino que es infinito, tanto en
el tiempo como en el espacio.
Segunda antinomia. Tesis: Toda substancia compuesta, en el mundo, se compone
de partes simples; y no existe nada más que lo simple o lo compuesto de lo
simple. Antítesis: Ninguna cosa compuesta, en el mundo, se compone de partes
simples; y no existe nada simple en el mundo.
Tercera antinomia. Tesis: La causalidad según leyes de la naturaleza no es
la única de donde los fenómenos del mundo pueden ser todos deducidos. Es
necesario admitir además, para la explicación de los mismos, una causalidad
por libertad. Antítesis: No hay libertad alguna, sino que todo, en el mundo,
ocurre solamente según leyes de la naturaleza.
Cuarta antinomia. Tesis: Al mundo pertenece algo que, como su parte o como
su causa, es un ser absolutamente necesario. Antítesis: No existe en parte
alguna un ser absolutamente necesario, ni en el mundo ni fuera del mundo,
como su causa.
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Las “tesis” representan según Kant el punto de vista de la filosofía
racionalista, y en parte, aunque no es lo mismo, de la Metafísica
tradicional, mientras que las “antítesis” representan el punto de vista de
la moderna filosofía empirista. Como veremos, en la primera antinomia, en su
primera parte, Santo Tomás de Aquino no acepta que ni la tesis ni la
antítesis se demuestren; en la segunda antinomia, el Aquinate no acepta la
tesis, que corresponde más bien a la filosofía de Leibniz.
En la solución de las antinomias, Kant distingue dos grupos dentro de las
mismas: a las dos primeras las llama “matemáticas” y a las dos últimas
“dinámicas”.
Respecto de las antinomias “matemáticas”, dice que su solución consiste en
declarar falsas tanto la tesis como la antítesis:
“Cuando representábamos en un cuadro la antinomia de la razón pura mediante
todas las ideas trascendentales indicando el fundamento de este conflicto y
el único medio de suprimirlo, que consistía en declarar falsas las dos
aserciones opuestas…” [3]
Respecto de las antinomias “dinámicas”, por el contrario, Kant dice que la
solución consiste en que ambas pueden ser verdaderas, según distintos puntos
de vista: las tesis, que afirman respectivamente la existencia del libre
albedrío de la voluntad y la existencia de Dios, pueden ser verdaderas, es
decir, no se ha demostrado que sean falsas, para el mundo de la “cosa en
sí”, mientras que las antítesis, que niegan tanto el libre albedrío como la
existencia de Dios, son verdaderas para el mundo del fenómeno, de la
experiencia de los sentidos, pero no por eso valen para el mundo de la “cosa
en sí”.
“Ahora bien, por el hecho de que las ideas dinámicas admitan una condición
de los fenómenos fuera de la serie de los mismos, es decir, una condición
que no sea ella misma fenómeno, sucede algo que es completamente distinto
del resultado de la antinomia [algunos ponen aquí “matemática”]. En efecto,
ésta provocaba que tuvieran que declararse falsas las dos afirmaciones
dialécticas opuestas. Por el contrario, lo universalmente condicionado de
las series dinámicas, inseparable de ellas como fenómenos, unido a la
condición sin duda empíricamente incondicionada, pero también no sensible,
puede satisfacer al entendimiento por una parte y a la razón por otra, y,
eliminándose los argumentos dialécticos que de uno u otro modo buscaban
incondicionada totalidad en los meros fenómenos, las proposiciones de razón,
en cambio, habiéndose rectificado de esta suerte su significación, pueden
ser verdaderas todas las dos…” [4]
Esto quiere decir que según Kant en las dos primeras antinomias no hay
demostración alguna verdadera, ni de la tesis ni de la antítesis, mientras
que en las dos últimas, hay demostración verdadera de la antítesis, si se la
reduce al plano fenoménico, mientras que respecto de las tesis, no hay
demostración alguna, pero lo que afirman no puede tampoco ser considerado
falso o imposible a partir de la demostración de la antítesis
correspondiente.
Pero toda esta solución kantiana de las antinomias tiene como base el
reconocimiento de la imposibilidad de razonar científicamente sobre el mundo
como un totalidad existente en sí misma.
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Lo que vamos a sostener nosotros es que aun suponiendo que el mundo como
totalidad existente en sí es un objeto válido del razonamiento científico no
se llega a las contradicciones que Kant pretende demostrar en sus
Antinomias, porque nunca se llega a derivar necesariamente tanto la tesis
como la antítesis, tampoco suponiendo que el mundo es una totalidad
existente en sí sobre la cual se puede razonar científicamente.
Comencemos por tanto por la Primera Antinomia. Recordemos que Kant debe
hacer ver que supuesta la posibilidad de conocer al mundo como totalidad en
sí, se siguen necesariamente tanto la tesis (el mundo ha tenido comienzo en
el tiempo y tiene límites en el espacio) como la antítesis (el mundo no ha
tenido comienzo en el tiempo ni tiene límites en el espacio).
Frente a esto, Santo Tomás de Aquino sostiene, por lo que toca a la primera
parte de la antinomia, que no se puede demostrar racionalmente ni el
comienzo temporal ni la ausencia de comienzo temporal de nuestro mundo. Para
él, el mundo ha comenzado a existir, pero eso solamente lo podemos saber por
la fe en la Revelación bíblica. Un mundo sin comienzo temporal no sería
racionalmente contradictorio, y de todos modos necesitaría a cada instante
de su existencia de Dios Creador.
Por tanto, mientras que Kant sostiene que tanto la tesis como la antítesis,
en este caso, se demuestran (sobre la base, ya dijimos, de que el mundo es
una totalidad existente en sí) lo que viene a decir Santo Tomás es que
supuesta esa posibilidad de conocer racionalmente al mundo como “cosa en
sí”, no se siguen necesariamente ni la tesis ni la antítesis.
Es curioso que en este punto Santo Tomás aparece como mucho menos
“dogmático” que Kant. Recordemos que Kant llama “dogmáticos” a los filósofos
que confían demasiado en la capacidad de la razón para demostrar verdades en
estos temas filosóficos.
Por lo que toca a la segunda parte de la antinomia, relativa a la infinitud
espacial o no del mundo, Santo Tomás, como la escolástica en general, se
inclina por la finitud espacial del universo, lo que quiere decir que en
todo caso no considera de ningún modo demostrada ni necesaria la tesis de la
infinitud espacial del mismo.
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Veamos los argumentos de Kant a favor de la primera parte de la tesis, es
decir, del comienzo temporal del mundo:
“Primera antinomia. Tesis: El mundo tiene un comienzo en el tiempo y con
respecto al espacio está encerrado también en límites. Prueba: Admítase, en
efecto que el mundo no tenga comienzo en el tiempo; así habrá transcurrido
una eternidad hasta cualquier momento dado, y por tanto habrá transcurrido
una serie infinita de estados subsiguientes unos a otros, de las cosas en el
mundo. Ahora bien, la infinidad de una serie consiste precisamente en que
nunca puede ser completada por medio de una síntesis sucesiva. Así pues, es
imposible una serie cósmica infinita ya transcurrida y, por tanto, un
comienzo del mundo es condición necesaria de su existencia; que es lo que
había que demostrar primero.” [5]
El primer argumento, que es el mismo de San Buenaventura contra Santo Tomás,
viene a decir que el infinito no puede ser recorrido, que si el mundo no
tiene comienzo, hasta ahora han pasado infinitos días, por ejemplo, y que
por tanto, no se habría podido llegar al día de hoy.
Ese argumento supone esta premisa: que si el mundo no tiene comienzo, para
llegar hasta el día de hoy habría sido necesario “recorrer”, “transitar”,
todos los días anteriores, es decir, abríase debido “completar” un recorrido
infinito.
Se le responde del mismo modo en que respondió Santo Tomás:
Iª q. 46 a. 2 ad 6. “Ad sextum dicendum quod transitus semper intelligitur a
termino in terminum. Quaecumque autem praeterita dies signetur, ab illa
usque ad istam sunt finiti dies, qui pertransiri poterunt. Obiectio autem
procedit ac si, positis extremis, sint media infinita.”
“…hay que decir que el tránsito se entiende siempre de un término a otro.
Por tanto, cualquier día pasado que se señale, de él hasta el día de hoy
pasa una cantidad finita de días, que se pueden recorrer. La objeción
procede como si puestos los extremos, los medios fuesen infinitos”.
El Aquinate dice que la idea de “tránsito” (en Kant se habla de la serie
infinita que “transcurre” y de la “síntesis sucesiva infinita” que habría
que completar) implica necesariamente un punto de partida y un punto de
llegada, y que así entendida, no encierra imposibilidad alguna, porque por
grande que sea, la “distancia” temporal entre esos dos puntos siempre será
finita. Implícitamente está diciendo que la idea de “transitar”, “recorrer”,
“completar” o “transcurrir” no puede aplicarse a una serie sucesiva infinita
como tal. Ahora bien, en ese contrasentido incurre precisamente la objeción,
la cual así carece de valor.
Kant no ha logrado demostrar, entonces, que el pensar el mundo como una
totalidad nos lleva necesariamente a pensarlo con un comienzo temporal.
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Veamos ahora el argumento de Kant para la segunda parte de la tesis, es
decir, la finitud espacial del mundo:
“Con respecto a lo segundo, admítase de nuevo lo contrario y entonces el
mundo será un todo infinito dado de cosas existentes a la vez. Ahora bien,
la magnitud de un quantum, que no está dado a toda intuición dentro de
ciertos límites, no puede ser pensada de ningún otro modo que por medio de
las partes; y la totalidad de ese quantum ha de ser pensada por medio de la
completa síntesis o por repetida adición de la unidad a sí misma. Por lo
tanto, para pensar como un todo el mundo que llena todos los espacios,
tendría la sucesiva síntesis de las partes de un mundo infinito que ser
considerada como completa, es decir, habría que considerar como transcurrido
un tiempo infinito en la enumeración de todas las cosas coexistentes; lo
cual es imposible. Por lo tanto, un agregado infinito de cosa reales no
puede ser considerado como un todo dado y, por tanto, tampoco como dado a la
vez. Por consiguiente, un mundo no es infinito en su extensión en el
espacio, sino que está encerrado en límites, que es lo que en segundo
término había que demostrar.” [6]
Este argumento consiste en que la única forma que tendríamos de
representarnos la infinitud del mundo sería mediante la enumeración sucesiva
de sus infinitas partes, puesto que al carecer el Universo de límite, por
hipótesis, tal conocimiento de su infinitud no podría darse de una sola vez,
en una sola intuición. Pero esa síntesis sucesiva infinita es imposible,
porque llevaría un tiempo infinito, el cual Kant piensa haber demostrado ya
en la primera parte de la tesis, que no es posible.
El argumento kantiano, por tanto, depende en todo caso de esa imposibilidad
de un tiempo sin comienzo ni fin, que ya vimos que él no ha logrado
demostrar.
Pero por sobre todo, lo que Kant tiene que probar no es que no se puede
pensar que nosotros pensamos el Universo infinito, sino que no se puede
pensar que el Universo infinito exista. Está bien que Kant quiera demostrar
la impensabilidad de un Universo infinito, pero eso no es lo mismo que
mostrar la impensabilidad de que sea pensado por nosotros un Universo
infinito. Si el Universo es espacialmente infinito, no depende para ello de
que nosotros podamos pensar esa infinitud espacial o no.
Es decir, Kant debería demostrar la impensabilidad objetiva, por así decir,
del Universo infinito, no su mera impensabilidad subjetiva.
¿Cómo podríamos saber que el mundo es espacialmente infinito, sin tener de
ello un conocimiento empírico? Pues por ejemplo, si lográsemos demostrar que
la noción de “mundo espacialmente finito” es contradictoria.
De hecho, eso es precisamente lo que Kant entiende que ha demostrado en la
antítesis de esta misma antinomia, sin recurrir para ello, obviamente, a la
verificación empírica de la infinitud espacial del mundo.
Y este argumento kantiano a favor de la antítesis no podría ser descartado
sobre la base de que también parece demostrarse la tesis, porque
precisamente aquel argumento invalidaría esta presunta demostración, al
eliminar uno de sus supuestos, a saber, la necesidad de recurrir a la
experiencia para establecer la infinitud espacial del mundo.
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La afirmación kantiana de que sólo mediante una intuición (sensible)
podríamos afirmar el mundo como un todo dado “de una sola vez” supone toda
la filosofía kantiana según la cual el conocimiento intelectual mediante
conceptos no tiene valor si no está corroborado por la experiencia de los
sentidos.
En efecto, es claro que sólo mediante un concepto o unos conceptos, y no
mediante una intuición sensible, podemos hablar del “mundo” como tal. Eso,
para un realista, no es problema alguno, porque parte de la base de que los
sentidos y la inteligencia le dan a conocer cosas reales, que existen en sí
mismas. Y es claro que las cosas que existen no pueden no ser todas las que
son, es decir, es lo mismo decir que existen cosas, y que existe la
totalidad de ellas, y eso es justamente el “mundo”.
Para Kant el concepto no tiene valor cognoscitivo por si mismo (esto es así
porque Kant niega que tengamos una intuición intelectual), y por tanto, sólo
lo tiene en tanto es llenado de “contenido” por la percepción sensible. Lo
cual no alcanza para que podamos conocer la “cosa en sí”.
De ahí se sigue que el “mundo” para Kant no es, en su sentido legítimo, la
totalidad de las cosas, sino la totalidad de los fenómenos, y es siempre, a
diferencia de aquella, una totalidad relativa, no absoluta: es la totalidad
de nuestra experiencia, que siempre puede aumentar y variar.
Esta es otra razón por la cual para un realista el argumento de Kant acerca
de esta parte de la antinomia no es concluyente.
De hecho, incluso esa “totalidad de la experiencia” no es ella misma, como
totalidad, objeto de experiencia, al menos, de experiencia sensible. Puedo
experimentar mediante los sentidos el árbol, el río, el caballo, el sol,
pero que todo eso forma parte de mi experiencia ya no es objeto de los
sentidos. Por eso parece que el mismo Kant debe recurrir a un concepto que
como tal no tiene correlato empírico, al menos en su aspecto de “totalidad”,
para darle un sentido a la palabra “mundo”.
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El argumento kantiano, por tanto, no concluye, pues supone algo falso, o al
menos, dependiente de toda la filosofía kantiana, a saber: que para poder
afirmar la infinitud espacial del mundo sería necesario verificarla
empíricamente.
Por tanto, todo este argumento cae por su base. Kant no ha logrado demostrar
que al pensar el Universo como una totalidad necesariamente hemos de
pensarlo como espacialmente finito.
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Respecto de la antítesis, Kant dice lo siguiente:
“Antítesis: El mundo no tiene comienzo ni límites en el espacio, sino que es
infinito, tanto en el tiempo como en el espacio.”
Veamos ahora la prueba de la primera parte de la antítesis, la referida al
tiempo:
“Supóngase que tiene un comienzo. Como el comienzo es una existencia antes
de la cual precede un tiempo, en que la cosa no existe, tiene que haber
precedido un tiempo en que el mundo no era, es decir, un tiempo vacío. Pero
en un tiempo vacío no es posible que nazca ninguna cosa, porque ninguna
parte de este tiempo tiene en sí, mejor que otra, condición distintiva de la
existencia mejor que de la no existencia (ya se admita que nace por sí o por
otra causa). Así pues en el mundo pueden comenzar series de cosas, pero el
mundo mismo no puede tener comienzo alguno; y es, por lo tanto, infinito con
respecto al tiempo pasado.” [7]
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Algunos interpretan así esta argumentación:
“Kant plantea el problema tomando en cuenta los siguientes aspectos: el
mundo sensible, el espacio y el tiempo. Este mundo sensible será finito o
infinito en un espacio y un tiempo siempre infinitos. Si finito, tendrá que
admitirse también la necesidad de un espacio y un tiempo vacíos que
determinen tal mundo. Esta es, desde luego, una consecuencia del argumento
de la tesis, no de la posición crítica de Kant, quien más adelante, como
veremos, combatirá esta idea del vacío infinito.” [8]
La idea es que las antinomias pondrían en discusión solamente el comienzo o
no, el límite o no, del mundo espacial y temporal, no del espacio y el
tiempo mismos, que necesariamente habría que admitir como infinitos.
No vemos la necesidad de postular la infinitud del espacio y del tiempo como
un punto de partida incuestionable que han de suponer tanto la tesis como la
antítesis de la antinomia. Eso abre un flanco demasiado fácil a la crítica,
y no tiene en cuenta el hecho de que ha habido filosofías en las cuales el
tiempo comienza a existir juntamente con el mundo, y el espacio no existe
fuera del mismo.
Ya San Agustín había respondido a los maniqueos, que le preguntaban qué
hacía Dios antes de crear el mundo, que el “antes” y el “después”, es decir,
el tiempo, fueron creados junto con el mundo, y por tanto, hubo una creación
del tiempo, pero no tuvo lugar en el tiempo.
Kant parece depender aquí del concepto de tiempo absoluto de Newton, que es
un tiempo anterior a los entes temporales e independiente de ellos. Kant
niega la realidad en sí de dicho tiempo, pero al convertirlo en una forma a
priori de la sensibilidad, le conserva ese carácter de anterioridad e
independencia respecto de las cosas que están en el tiempo.
“Forma a priori de la sensibilidad”, es decir, para Kant el tiempo no es
algo real, sino una modalidad necesaria que tiene nuestra mente de
“enmarcar”, por así decir, los datos de la experiencia.
Eso se ve, por ejemplo, por los argumentos con que intenta probar la
aprioridad del tiempo en la Estética trascendental. Dice allí, en efecto,
que podemos pensar que no existen las cosas temporales, pero que al
eliminarlas con la imaginación, nos queda el tiempo mismo, que no puede ser
eliminado.
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Por el contrario, el tiempo es una propiedad del mundo temporal, es, como
dice Aristóteles, “la medida del movimiento según el antes y el después”.
Es, sí, un ente de razón, y no un ente real, pero tiene un fundamento en la
realidad en sí de las cosas, que es el movimiento de las mismas. No es, por
tanto, anterior e independiente de las cosas temporales y móviles. No puede
haber, por tanto, un tiempo anterior al comienzo del mundo, y por tanto, del
tiempo.
Es cierto que dentro del tiempo, es decir, dentro del Universo de seres
temporales, todo comienzo temporal va precedido de un tiempo anterior. Pero
de ahí no se sigue que eso se aplique al comienzo del tiempo mismo, es
decir, al comienzo de ese Universo integrado por seres temporales.
Curiosamente, Kant incurre aquí en algo bastante parecido a lo que él
reprocha en los filósofos “dogmáticos”: extrapolar una tesis que es válida
aplicada a los entes que encontramos en el mundo de nuestra experiencia, a
ese mundo entendido como una totalidad, y por tanto, más allá de nuestra
experiencia.
En todo caso, hay que reconocer que la prueba kantiana supone la filosofía
kantiana, y que entonces no se puede decir sin más que en el supuesto de
pensar el mundo como totalidad existente en sí, la razón deriva
necesariamente la tesis de que el mundo no tiene comienzo temporal. Eso sólo
sucede si además la razón acepta como válida al menos la Estética
Trascendental de Kant.
No ha logrado Kant probar, por tanto, que de suponerse el mundo como una
totalidad pensable, se deba concluir necesariamente que ese mundo no ha
tenido comienzo temporal.
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Respecto de lo anterior, se ha dicho:
“Esto lo obliga, sin duda, a introducir elementos de su filosofía crítica,
no sólo en la refutación de los argumentos antinómicos (lo cual es
esperable) sino en la formulación misma de éstos. Algunos consideran que tal
“adelanto” de elementos críticos está fuera de lugar en tanto se trata
solamente de exponer la oposición entre finitistas e infinitistas para luego
solucionar críticamente el problema. Ciertamente así sería si Kant sólo se
hubiera enfrentado históricamente a las dificultades que en el siglo XVII
surgen entre los racionalistas, los empiristas y la escuela newtoniana.
Polémicas de las que incluso se conservan escritos de alto valor filosófico,
como la Correspondencia Leibniz.Clarke, donde aparecen ya delineados, de
cierta forma, algunos de los elementos que Kant considerará antitéticos en
la Dialéctica Trascendental. En ésta se quiere ahora calar más hondo,
conservando, sí, los enfrentamientos, pero reformulándolos desde el nivel de
la filosofía crítica, que tiene que ver más directamente, según Kant, con el
fondo del asunto.” [9]
No nos parece que la única razón para no querer que Kant incluya elementos
de su propia filosofía en la supuesta demostración de ambas partes de las
antinomias sea el querer confinarnos a un estudio meramente histórico de las
mismas.
Por el contrario, lo que queremos saber es si efectivamente la razón como
tal, por el solo hecho de suponer que el mundo es una totalidad existente en
sí, concluye necesariamente o no en afirmaciones contradictorias entre sí.
Y para eso, es necesario que en dicha derivación de proposiciones
contradictorias a partir de tal supuesto sólo intervengan las exigencias
racionales que derivan de los supuestos mencionados, y no las que derivan de
agregar a esos supuestos elementos de la filosofía kantiana.
Hubiera sido necesario, entonces, “calar más hondo”, hasta librarse también
de las particularidades de la filosofía crítica kantiana, para ver si la
contradicción aparece cuando se aplica la sola razón al supuesto de que el
mundo es una totalidad existente en sí.
Queremos decir, que de ello depende el saber si las antinomias pueden servir
de algún modo como fundamentación de la filosofía kantiana, o solamente como
aplicación de la misma.
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Veamos ahora cómo prueba Kant la antítesis en lo referido al espacio:
“Por lo que toca a lo segundo, admítase primero lo contrario: que al mundo
es, en el espacio, finito y limitado; encuéntrase pues en un espacio vacío
que no es limitado. Habría pues, no sólo una relación de las cosas en el
espacio, sino también de las cosas con el espacio. Pero como el mundo es un
todo absoluto, fuera del cual no se encuentra ningún objeto de la intuición
y, por tanto, ningún correlato del mundo, con el cual éste esté en relación,
resultaría que la relación del mundo con el espacio vacío sería una relación
con ningún objeto. Pero semejante relación y por tanto la limitación del
mundo por el espacio vacío no es nada; así pues, el mundo no es limitado
según el espacio, es decir, que respecto a la extensión es infinito.” [10]
Kant incurre aquí en el mismo contrasentido en que incurrió antes respecto
del tiempo: es absurdo pensar que un mundo espacialmente finito se encuentra
necesariamente en un espacio infinito. El espacio tampoco es una realidad en
sí, absoluta y anterior a los cuerpos, como pensaba Newton, y tampoco es una
forma a priori de la mente en el sentido kantiano, que sigue siendo absoluta
e independiente, al menos en nuestro pensamiento, respecto de las cosas que
existen en el espacio.
El espacio es, según Aristóteles y los escolásticos, un ente de razón con
fundamento en la realidad. Ese fundamento real es la extensión de los
cuerpos, y por tanto, no puede haber espacio antes e independientemente de
los cuerpos que están en el espacio, y no tiene sentido, por tanto, la idea
de un espacio infinito que es exterior al Universo de las cosas que están en
el espacio.
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Curiosamente, Kant admite esto en parte, pero sigue igualmente convencido de
la validez de su prueba. Es decir, Kant admite que el espacio no puede
limitar a los fenómenos, sino que sólo puede ser limitado por ellos, pero
agrega que el absurdo de un espacio vacío que sirve de límite a los cuerpos
es inevitable si se admite, justamente, que el Universo es espacialmente
limitado:
“Ahora bien, admitido todo esto, es sin embargo innegable que si se admite
un límite del mundo, ya sea según el espacio o ya según el tiempo, hay que
admitir por completo estos dos absurdos: el espacio vacío fuera del mundo y
el tiempo vacío antes del mundo. Pues en lo que toca al rodeo con que se
trata de eludir la consecuencia que nos hizo decir que si el mundo tuviera
límites (según el tiempo y el espacio) debería el vacío infinito determinar
la existencia de cosas reales según su magnitud, consiste dicho rodeo en su
fondo íntimo en esto: que, en lugar de un mundo sensible, se piensa no sé
qué mundo inteligible y, en lugar del primer comienzo (antes de la cual
antecede un tiempo del no ser), se piensa en general una existencia, que no
presupone ninguna otra condición en el mundo; en lugar de límites de la
extensión piénsanse limitaciones del universo cósmico y de ese modo se
soslayan el tiempo y el espacio. Mas aquí se trata tan sólo del mundus
phaenomenon y de su magnitud, en el cual no se puede en manera alguna hacer
abstracción de dichas condiciones de la sensibilidad, sin suprimir la
esencia de ese mundo. El mundo sensible, si es limitado, está necesariamente
en el vacío infinito. Si se quiere prescindir a priori de éste y por lo
tanto del espacio en general, como condición de la posibilidad de los
fenómenos, se suprime todo el mundo sensible. En nuestro problema, éste tan
sólo nos es dado. El mundus intelligibilis no es nada más que el concepto
universal de un mundo en general, en el cual se hace abstracción de todas
las condiciones de la intuición del mismo y con respecto al cual, por
consiguiente, no es posible ninguna proposición sintética ni afirmativa, ni
negativa.” [11]
Kant se refiere aquí a la forma en que Leibnitz entiende el mundo como
realidad puramente inteligible, como conjunto de “mónadas” inmateriales e
inextensas. Dice que sólo mediante la escapada hacia un mundo así, dejando
de lado el mundo sensible que es el que nos plantea el problema que queremos
resolver, es posible evitar la consecuencia nefasta de que un mundo sensible
limitado estaría en el espacio vacío infinito.
Pero, dice Kant, toda la cuestión aquí es acerca del Universo fenoménico,
dado a los sentidos, y por tanto, al límite de la extensión como tal, y del
tiempo como tal, y tal límite no puede ser pensado sino en relación a otra
extensión exterior y a otro tiempo anterior.
Pero aquí Kant vuelve a hacer depender su argumentación, por un lado, del
prejuicio que aplica a los límites del tiempo y del espacio, o lo que es lo
mismo, del Universo temporal y espacial como tal, lo que es propio de los
límites que se dan dentro del tiempo y del espacio, es decir, dentro del
Universo espacial y temporal.
En efecto, del hecho de que en nuestra experiencia todo límite de la
extensión y del tiempo suponga una extensión y un tiempo ulteriores no puede
deducirse que ello ocurra también en un hipotético comienzo del Universo en
el tiempo o límite del Universo en el espacio, de los cuales por definición
no podemos tener experiencia, pues nuestra experiencia necesariamente
transcurre siempre dentro del Universo material.
Por otro lado, Kant hace que su argumentación dependa aquí de la Estética
Trascendental, en la cual ha conservado para sus nociones de “espacio” y de
“tiempo” el carácter de independientes y anteriores respecto de las cosas
temporales y espaciales que tenían en el pensamiento de Newton, contra la
mucho más realista y exacta descripción que se contiene en la filosofía
aristotélica respecto del tiempo y el espacio.
Por tanto, de nuevo: Kant no ha logrado probar que en el caso de pensar al
mundo como una totalidad, la razón deriva necesariamente la tesis según la
cual el mundo es espacialmente finito. Para lograr ese resultado, como hemos
dicho, habría que aceptar previamente, además, la validez de los argumentos
presentados en la Estética Trascendental.
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En cuanto a la solución que el mismo Kant ofrece a las antinomias en general
y a ésta en particular, se basa en la distinción entre el “fenómeno”, que
podemos conocer, y la “cosa en sí” o “noúmeno”, que no podemos conocer.
Kant acepta que si el fenómeno estuviese dado como “cosa en sí”, o sea, si
fuese verdadero el realismo filosófico, también debería estar dada la
totalidad de las condiciones del fenómeno, y por tanto, lo incondicionado,
lo absoluto. En ese sentido, serían verdaderas, dice, las “tesis” de las
antinomias.
Pero el caso es, dice, que ya se ha probado, en la Estética y la Analítica
trascendentales, que el fenómeno, que conocemos, no es la cosa en sí, a la
cual no podemos conocer.
Por lo tanto, del hecho de que el fenómeno nos es dado, dice, sólo podemos
inferior que han de poder estar dadas, en el curso de la experiencia, las
condiciones también empíricas del fenómeno. Es decir, que todo fenómeno nos
va a remitir siempre a otro fenómeno, y así “indefinidamente”.
Por este lado tienen razón las “antítesis” de la primera antinomia, y es
falsa su “tesis”: nunca llegaremos, en nuestra experiencia, a un límite del
mundo, ni en el tiempo, ni en el espacio.
Pero este “indefinidamente” no es lo mismo que la afirmación de una “serie
infinita” acabada y completa. Tampoco podremos nunca hacer la experiencia de
tal infinitud. Por este lado, es falsa también la antítesis, y no solamente
la tesis, de la primera antinomia.
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Esta solución kantiana, con su separación entre el “fenómeno” y la “cosa en
sí”, presupone la negación de la posibilidad del conocimiento de la “cosa en
sí”, y por tanto, la negación de la posibilidad de la Metafísica como
ciencia, que Kant considera haber demostrado en la parte anterior de la
“Crítica de la Razón Pura”. Que dicha demostración no es en realidad tal,
como sostenemos nosotros, debería ser el objeto de otro “post”.
Es importante con todo que Kant conceda lo que es de sentido común: que si
el objeto de nuestra experiencia es la cosa en sí, entonces debe estar dada
la totalidad de sus condiciones, de modo tal que es imposible el “retroceso
al infinito” en la serie de sus causas, lo cual lleva en las pruebas de la
existencia de Dios a la afirmación de una Causa Primera no causada.
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Por otra parte, del hecho de que el retroceso temporal indefinido no nos
permita afirmar el comienzo temporal del Universo, no se sigue que nos
permita negarlo.
Kant reconoce esto en algunos pasajes, pero en otros sostiene que la regla
de los fenómenos es que siempre hemos de encontrar para todo fenómeno, otro
fenómeno anterior que sea su condición. Lo cual lleva lógicamente a negar el
comienzo temporal del Universo.
Por ejemplo:
“…debo hacerme un concepto de la magnitud del mundo mediante la magnitud del
regreso empírico. Pero de éste nunca se sabe más sino que desde cada uno de
los miembros dados de la serie de condiciones tengo que avanzar
empíricamente a un miembro superior (más lejano). O sea que mediante eso no
se determina absolutamente la magnitud del conjunto de los fenómenos, y, por
lo tanto, tampoco puede decirse que este regreso vaya hasta el infinito,
porque eso anticiparía los miembros a los cuales aún no llegó el regreso y
representaría su multitud como tan grande que ninguna síntesis podría llegar
allí y, por consiguiente, determinaría (aunque sólo negativamente) la
magnitud del mundo con anterioridad al regreso, lo cual es imposible, puesto
que ésta no es dada por ninguna intuición (en su totalidad) y por lo tanto
tampoco se me da su magnitud con anterioridad al regreso. En consecuencia,
nada podemos decir de la magnitud del mundo en sí, ni siquiera que haya en
él un regreso “in infinitum”, sino que tenemos que limitarnos a buscar el
concepto de su magnitud por la regla que determina el regreso empírico en
él. Pero esta regla no dice sino que, por más lejos que hayamos llegado en
la serie de las condiciones empíricas, no hemos de suponer nunca un límite
absoluto, sino que tenemos que subordinar todo fenómeno, como condicionado,
a ésta, lo cual es el regreso “in indefinitum” que, como no determina
magnitud alguna en el objeto, debe distinguirse con harta claridad del
regreso “in infinitum”.” [12]
En los pasajes subrayados vemos que Kant sostiene: que todo fenómeno debe
remitir a otro fenómeno anterior (al menos como objeto de una experiencia
posible), que eso impide afirmar un límite absoluto del Universo en el
tiempo o en el espacio, y que también impide afirmar la infinitud espacial o
temporal del Universo.
Pero de la primera afirmación kantiana se sigue también esta otra: que no es
posible un límite espacial o temporal del Universo, como dice Kant
explícitamente un poco después:
“Por lo tanto, la primera respuesta a la pregunta cosmológica – la relativa
a la magnitud del mundo – es negativa y dice así: el mundo no tiene un
primer comienzo en el tiempo ni un límite en el espacio”. [13]
En efecto, si a todo fenómeno debe precederlo otro en el tiempo, entonces no
podría haber habido un primer instante del tiempo, porque éste sería un
fenómeno, un hecho empírico, que no podría ir precedido por otro anterior.
No parece que esta afirmación pueda hacerse dentro de los límites que el
mismo Kant se ha puesto. Si por “negativa” entiende aquí una negativa a
pronunciarse sobre el mundo como totalidad, la frase habría debido ser otra:
“no se puede afirmar (desde la razón y la filosofía) que el mundo tenga un
primer comienzo en el tiempo”.
Y si por “mundo” entiende solamente el mundo de nuestra experiencia,
entonces la afirmación que hace es cierta, entendida en el sentido de que
“no podremos nunca hacer la experiencia del comienzo del mundo en el
tiempo”. Porque para poder hacer experiencias, por definición, ya tendríamos
que haber comenzado a existir.
Pero en este último caso no habría motivo para declarar falsa la tesis en lo
relativo al comienzo temporal del Universo, pues ésta habla del mundo como
totalidad en sí, y no solamente del mundo como objeto de nuestra
experiencia.
La regla según la cual a todo fenómeno debe precederlo necesariamente otro
anterior nos parece, curiosamente, que va más allá de lo que la experiencia
nos permite afirmar. Lo único que se puede decir es que todo antecedente
temporal del que podamos tener experiencia será un antecedente temporal y
empírico, lo cual por otra parte es obvio, y también que una vez dado el
mundo temporal, y dentro del universo temporal, todo estado empírico supone
un estado empírico anterior.
Pero si el mundo como un todo tuvo un comienzo en el tiempo, retrocediendo
hacia atrás llegaríamos a un punto más allá del cual no podríamos tener
experiencia alguna, lo cual no es la afirmación de una “experiencia del
vacío espacial o temporal”, sino precisamente lo contrario, la afirmación de
la falta de una experiencia, y no va contra ningún dato empírico (que por
hipótesis sólo puede referirse al lo que ocurre “dentro” del tiempo) ni
contra ningún principio de la razón.
No vemos cómo sobre esta base Kant pueda declarar “falsa” la tesis de la
primera antinomia en lo relativo al tiempo.
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En la primera de las cuatro antinomias kantianas, por tanto, no se ha podido
probar que en el caso de que la razón considere al mundo como una totalidad,
se vea necesariamente llevada a concluir tanto el comienzo temporal como la
ausencia de comienzo temporal del mundo, y tanto su finitud como su
infinitud espaciales.
No se ha podido probar, por tanto, por este capítulo, que en el caso de
pensar al mundo como una totalidad existente en sí, la razón humana deba
llegar necesariamente a una contradicción.
[1] “Los modernistas establecen, como base de su
filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo. La razón
humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir, de
las cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee
facultad ni derecho de franquear los límites de aquéllas. Por lo tanto, es
incapaz de elevarse hasta Dios, ni aun para conocer su existencia, de algún
modo, por medio de las criaturas: tal es su doctrina. De donde infieren dos
cosas: que Dios no puede ser objeto directo de la ciencia; y, por lo que a
la historia pertenece, que Dios de ningún modo puede ser sujeto de la
historia.” (SAN PÍO X, Encíclica “Pascendi”, n. 4).
[2] KANT, Immanuel, Crítica de la Razón Pura,
Dialéctica Trascendental, Libro II, Capítulo II.
[3] Op. cit., Dialéctica Trascendental, Libro II,
Capítulo IX, “Observación final…”.
[4] Ibid.
[5] Op. cit., Dialéctica Trascendental, Libro II,
Capítulo II.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] FONSECA R., Ana Lucía, Cosmología y antinomia
(Consideraciones sobre la primera antinomia kantiana)
http://inif.ucr.ac.cr/recursos/docs/Revista%20de%20Filosof%C3%ADa%20UCR/Vol.%20XXXIX/No.%2098/Cosmologia%20y%20antinomia.pdf
[9] Ibid.
[10] Op. cit., Dialéctica Trascendental, Libro
II, Capítulo II.
[11] Ibid.
[12] Op. cit., Dialéctica Trascendental, Libro
II, Capítulo IX, I.
[13] Ibid.