El espíritu de la niñez se pierde a los 10 años
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José Miguel Jaque
LaTercera03.09.2012
Los sicólogos coinciden: hace 20 años el pensamiento mágico y lúdico duraba
hasta los 13 años. Hoy desaparece entre los 8 y 9. La inmediatez que viven
en su entorno y modelos cada vez más adultos avivan este proceso. Los padres
lo miran con atención.
La rapidez con que por estos días se esfuma esta etapa infantil es una
percepción generalizada en especialistas y padres. Lo que están viendo es
que ese espíritu de la niñez, caracterizado por el pensamiento mágico, lo
lúdico y la inocencia, es una etapa del desarrollo que se está acortando.
Pasados los 10, cada vez menos niños tienen ese goce por el simple hecho de
jugar y entretenerse. Sus aspiraciones dejan de ser infantiles de repente y
miran con ansiedad un mundo adolescente sin esperar que llegue a la edad que
corresponde. Lo mismo están notando los padres.
Así se lee en el Informe Global sobre el Espíritu de la Niñez, de Ipsos
Public Affairs, que respondieron más de siete mil padres y madres de 20
países: el 84% de los encuestados estima que los niños están creciendo más
rápido que las generaciones previas y siete de cada 10 dice que sus hijos
deberían tener más tiempo para portarse, justamente, como niños, pero que no
lo pueden hacer porque la vida cotidiana los empuja a lo contrario.
“Los niños buscan dónde reflejarse y los modelos que se les presentan
tienden a mostrar adultos en miniatura. Desde muy chicos entran en un mundo
que, para generaciones anteriores, era lejano e incluso estaba vedado”,
comenta Daniela Carrasco, sicóloga especialista en adolescentes de la U.
Diego Portales. Un ejemplo: el salto que dan en la programación infantil:
pasan de ver Ben 10 a series como Hanna Montana donde las temáticas son
novios, fiestas, peleas entre amigas. La rutina también cambió con los años.
Antes, ver a alguien significaba trasladarse a su casa. Ahora los niños
están conectados con todo el mundo al mismo tiempo. “La inmediatez hace que
quieran todo más rápido”, agrega Carrasco. El desarrollo va a mil por hora y
ellos quieren ir en el mismo carro.
Este aceleramiento, en todo caso, algunas veces no llega a todos: “Ya a los
10 años mis compañeras se preocupaban por cosas como que le gustan los
niños, amores platónicos y comprarse ropa a la moda. Para mí es chistoso,
porque juegan a ser grandes, le copian a la gente de la tele o lo que hacen
sus hermanas más grandes que son jóvenes y no niñas como ellas”, cuenta
Constanza, de 13 años. Ella no tiene apuro en crecer. Todavía lo pasa bien
jugando a cualquier cosa con sus amigas. “De tanto simular algo que no son,
terminan por perder lo más entretenido de la niñez”, agrega. Su madre
precisa la etapa en la que está Constanza: “Mi hija es una adolescente,
tiene 13 años y aunque le gusta vestirse de acuerdo a esa edad, sabe que hay
algo que marca la diferencia con sus compañeras: mientras las demás quieren
ser grandes, ella quiere seguir siendo niña”, dice la mamá de Constanza.
Y aunque los papás perciben claramente esta aceleración en el desarrollo,
algunos no saben bien qué hacer, se quedan en la comparación -ellos crecían
bastante más lento- y les cuesta no ceder a los requerimientos que permiten
este desarrollo acelerado de los niños. Por ejemplo, la tecnología.
“Fernanda ha cambiado de celulares como tres veces. Ahora me pidió un iPad
para ella sola, porque yo tengo uno. Yo le dije que no. Ya tiene un notebook
y un celular Samsung Galaxy. ¿Qué le tendría que regalar cuando tenga 18?”,
dice Sara. ¿Qué les permite la tecnología? Conectarse entre ellos, con el
mundo exterior donde están los modelos que hoy les interesan y abstraerse de
lo “fome” que hoy les resulta su entorno familiar. “Llevarla a ver a la
abuela es casi una pelea”, agrega Sara. Antes era un panorama que no
encontraba peros.
El estudio añade un dato nostálgico: la mayoría de los padres (77%) dice que
les hubiera gustado ser más despreocupados cuando eran chicos. Eso explica
que le llame la atención lo que ocurre con sus hijos. “Mi hija tiene 11 años
y ya habla de novio. Yo, a su edad, solo quería jugar y pasaba en la calle
con la pelota o a las bolitas”, dice Hernán Arriagada (52). “Siento que
creció demasiado rápido y que le preocupan cosas a su edad que no debería,
como el tema de la apariencia. Va súper arreglada al colegio y se viste como
su hermana mayor, 10 años más grande. Creo que pudo haber aprovechado más
eso de ser niño”, dice.
Que eso ocurra le reportará más herramientas para enfrentar el futuro. Los
recursos lúdicos y la imaginación son un factor protector. Un entrenamiento
social. “Mientras más entrenamiento, más hábil eres en el tiempo. Y la
relación también es inversa: mientras menos entrenamiento tienen, más les
cuesta enfrentar las relaciones”, explica Raúl Carvajal, sicólogo de Clínica
Santa María.
Ese entrenamiento social permite que los niños se centren más en el proceso
y en el aprendizaje que en el resultado y en el éxito. Es decir, que
mantengan rasgos de inocencia propios de la edad. ¿Qué pasa si no tienen ese
entrenamiento? Una forma natural de suplirlo es establecer vínculos con
niños o adultos que tengan estos recursos e incorporarlos a través del
aprendizaje. “Un vínculo que no sea ansioso ni absorbente y que muestre una
forma de enfrentar y resolver los problemas”, concluye Carvajal.