Las primeras salidas por la noche
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Mª Ángeles Pérez y Francisco Javier Rodríguez1
8.05.2009
¿Tiene usted un adolescente en casa que empieza a salir por la noche?, ¿le
resulta difícil controlar las salidas de su hijo/a?, ¿suele llegar a
conflictos con su hijo/a para acordar la hora de vuelta a casa después de
una salida nocturna?, ¿le preocupan las amistades con las que su hijo/a
frecuenta la noche? Son interrogantes que en el seno de muchas familias
suceden a diario y a lo largo de la historia. Este artículo pretende
reflexionar sobre este tema que puede ser más o menos escabroso dependiendo
(como en otros tantos temas) de la actitud de mayor o menor comprensión de
los padres ante la situación y del entendimiento que exista entre las partes
implicadas.
También nos planteamos en este artículo las situaciones en las que los hijos
piden dormir por primera vez fuera de casa, con su mejor amigo, con un
primo... Los padres deben saber estar a la altura de las circunstancias,
saber reaccionar y comprender que es un buen momento para otorgar ciertas
responsabilidades a los hijos y fomentar su autonomía social. A continuación
se plantean algunas pistas muy enriquecedoras.
Los jóvenes albergan la ilusión de que la noche es suya, de que en el mundo
nocturno sólo están ellos sin el control de los adultos. Cuando es niño, es
obligado “irse pronto a la cama”, en consecuencia un rito de “paso” a la
adolescencia significa conquistar el derecho a dominar la hora de recogerse
por la noche. Y por último, la posesión total de ese atributo adolescente:
pasar la noche fuera de casa; este es el privilegio máximo de los jóvenes.
En las edades más tempranas de la adolescencia de los hijos, es decir, la
preadolescencia, los padres deben reconocer el atractivo que tiene dormir en
casa de un amigo. Se sienten tan amigos que no les basta pasar el día
juntos. Es muy gratificante contarse experiencias y dormirse con estas
historias y aventuras. Muchas veces los recuerdos más agradables de la
infancia tienen que ver con estas vivencias. Es conveniente que los padres
aprovechen educativamente esta situación cumpliendo algunos requisitos:
Conocer la familia del amigo y que el ambiente sea saludable y acorde a
nuestras ideas.
Que el joven esté preparado para convivir con personas distintas de su
familia.
En ocasiones los chicos se pueden mostrar obedientes y dóciles con nosotros
y cuando no se sienten vigilados son muy distintos. Debemos enseñarle que no
se puede comportar con la misma familiaridad que en su casa. Desde que son
pequeños debemos habituarles a relacionarse con los demás, es cuando
comienzan a ampliar su círculo y a darse cuenta que los demás pueden ser
amigos suyos.
Puede que sean tímidos por lo que convivir con otros chicos/as de su edad
fuera de casa les obligará a poner en práctica habilidades sociales,
saludar, mostrarse amable, responder a las preguntas, etc. Esto es todo un
entrenamiento para el futuro.
Un error de algunos padres consiste en pretender prolongar la infancia
impidiendo a sus hijos asumir responsabilidades. Es una regla de oro en
educación que los padres acostumbren a sus hijos a hacer por sí mismos lo
que son capaces de hacer de acuerdo con su edad. Así cuando se planteen
nuevas situaciones estarán preparados para hacerles frente.
Aquellas actividades que impliquen un cierto alejamiento de la “presencia y
protección” de los padres son maneras adecuadas de conseguir “autonomía”.
Existen casos de padres que quieren ser tan amigos de sus hijos que no les
dan la suficiente autonomía para dejar que se relacionen con sus iguales.
La amistad es hermosa pero los verdaderos amigos no deben ser los padres
sino personas de su edad con sus mismos problemas, inquietudes e ilusiones.
El adolescente necesita la autoridad paterna y se puede armonizar con
compartir con ellos valores propios de la amistad, confianza, generosidad,
lealtad, etc.
En etapas anteriores a la adolescencia, los padres pueden sustituir de
alguna manera a los amigos de los hijos y ocupar su tiempo libre. Sin
embargo en la adolescencia esto resulta implanteable. Los puntos de contacto
que quedan con los hijos serán afinidades, gustos o aficiones que hayamos
sembrado de pequeños. Por ejemplo, acompañarles a algún partido que
practica, salir juntos a andar o montar en bici, coleccionar cromos y
colocarlos juntos en el álbum... Estas situaciones siempre se harán con
“afecto desinteresado”; si le acompañamos al partido ha de ser para servirle
de apoyo no para “proyectarnos” en sus jugadas. Compartir tiempo con los
hijos no debe pretender entrar en su mundo de intereses propiamente
adolescentes para llegar a su intimidad. A veces es más conveniente invitar
al adolescente a nuestro mundo y conseguiremos además un cultivo inmejorable
para llegar a su intimidad: en una mañana de natación bien aprovechada se
puede conocer más al hijo que en un año de “compartir” casa.
A los 15 años las actividades deportivas tienen mucho interés para los
chicos/as; plantear un partido de tenis puede tener gran éxito, pero después
hay que mantener una periodicidad más o menos concreta para alcanzar esa
costumbre.
Los hijos además de todo lo anterior, necesitan algo muy importante para
alcanzar su autonomía e independencia: LA AUTORIDAD DE LOS PADRES. ¿Cómo
conseguir que los hijos hagan caso a los padres?:
Con unas pocas normas muy claras.
Favoreciendo su participación a la hora de tomar decisiones.
En los últimos años la autoridad de los padres se ha debilitado, se
encuentra en entredicho, pero buscar soluciones fuera de la familia no sirve
de nada. Son los padres los que deben educar a los hijos. Cuando existe
crisis de autoridad puede que falte alguna de estas condiciones:
Que exista consenso entre padre y madre.
Autoridad participativa llegando a acuerdos.
El fin a perseguir es la educación y autonomía de los hijos.
Coherencia con la conducta de los padres.
Que se apoye en valores y normas estables.
Que se traduzca en hechos.
Los padres que quieran aumentar o mantener su autoridad no deben discutir
delante de los hijos con relación a temas que les atañen a ellos. Nunca
desautorizar a la pareja.
Deben tenerse en cuenta las opiniones de los hijos y no tratar de imponer de
manera despótica la opinión o punto de vista, comportándose de forma
demasiado exigente mandando y obligando puesto que así conseguirán
indisciplina y rebeldía. Es conveniente proponer y sugerir.
Utilizando el “no” sin complejos llegaremos a obtener el control de los
hijos. Deben entender que a veces es bueno renunciar a algo. Entre mantener
una actitud autoritaria o dar libertad absoluta a los adolescentes, hay un
término medio. Lo realmente eficaz es actuar de manera progresiva. Dar dosis
de libertad basadas en el dialogo.
Conforme se demuestre su coherencia y responsabilidad, se debe ir ampliando
este margen.
En la etapa adolescente el joven debe aprender a convertirse en su propio
guía. No conviene que los padres mantengan sistemas autoritarios ni tampoco
excesivamente permisivos. Entonces, ¿DEBEMOS EXIGIR O NO A LOS JÓVENES? A
partir de ahora depende de ellos. En la medida en que consigan autoexigirse,
los padres soltarán amarras. Siguiendo a JOSÉ MARÍA LAHOZ GARCÍA en su
artículo “¿Exigir a un adolescente?” podemos apuntar algunos aspectos en los
que el individuo puede llegar a la autoexigencia:
Dominio de impulsos y manifestaciones agudas en su carácter.
Respeto de los derechos de los demás como límite a su propia libertad.
Subordinar el placer y la libertad a la realidad y previsión del futuro.
Liberarse de lo que impida apreciar lo que tiene realmente valor.
Comunicar los anteriores objetivos a los chicos sólo será posible si los
padres son capaces de vivir la propia autoexigencia. En el momento en que no
se es coherente ni hay esfuerzo por parte de los padres la autoridad ante
los hijos queda anulada.
La libertad y la autonomía respecto al uso del tiempo libre, el uso del
dinero, el horario de llegada o la petición de pasar la noche fuera de casa
hay que otorgarla en función de la responsabilidad demostrada. Esta será la
clave:
A mayor responsabilidad - mayor autonomía.
Falta de responsabilidad - restricción de autonomía.
En cualquier caso, los padres deben asegurarse de conocer dónde y en qué
condiciones estarán los hijos. Lo pueden hacer aplicando pautas como las
siguientes: hablar con los padres de los amigos, cuidar que no haya hermanos
mayores con ambientes desacostumbrados para ellos y dejar claro que pasará
cierto tiempo hasta que puedan volver a dormir fuera si este fuera el caso.
Esto no debe convertirse nunca en una costumbre ni en un capricho.
BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA CON EL TEMA:
PAULINO CASTELLS y TOMÁS J. SILBER: “Guía práctica de la salud y psicología
del adolescente”
Editorial Planeta S.A., Barcelona, 1998
J. URRA: “Adolescentes en conflicto” 29 casos reales
Ediciones Pirámide.
BERNABÉ TIERNO: “Educar a un adolescente: la guía con todas las respuestas”
Editorial Temas de Hoy.
JOAQUÍN CALLABED: “Conocer y ayudar al adolescente”
Editorial Tempore.
SAL SEVERE: “Cómo educar a sus hijos con el ejemplo”
Editorial Gestión 2000
OLIVEROS FERNÁNDEZ: “Autonomía y autoridad en la familia”
Editorial Ediciones Universidad de Navarra S.A.