Sínodo 2018 'Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional': Documento preparatorio
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Introducción
Tras las huellas del
discípulo amado
I LOS JÓVENES EN EL MUNDO DE HOY
1. Un mundo que cambia
rápidamente
2. Las nuevas generaciones
Pertenencia y participación
Hacia una generación
(híper)conectada
3. Los jóvenes y las opciones
II FE, DISCERNIMIENTO, VOCACIÓN
1. Fe y vocación
2. El don del discernimiento
Interpretar
Elegir
3. Caminos de vocación y misión
III LA ACCIÓN PASTORAL
1. Caminar con los jóvenes
Salir
Ver
Llamar
2. Sujetos
Una comunidad responsable
Las figuras de referencia
3. Lugares
La vida cotidiana y
el compromiso social
Los ámbitos
específicos de la pastoral
El mundo digital
4. Instrumentos
Los lenguajes de la pastoral
El
cuidado educativo y los itinerarios de evangelización
Silencio, contemplación y
oración
5. María de Nazaret
CUESTIONARIO
VATICANO, 13 Ene. 17 / 06:57 am (ACI).- La Oficina de Prensa de la Santa
Sede dio a conocer hoy el documento preparatorio para la asamblea general
ordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre de 2018 y
que tendrá como tema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional".
Con esta ocación el Papa Francisco ha escrito
una carta a los jóvenes.
A continuación el texto completo del documento:
Introducción
«Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea
perfecto» (Jn 15,11): este es el proyecto de Dios para los hombres y mujeres
de todos los tiempos y, por tanto, también para todos los jóvenes y las
jóvenes del tercer milenio, sin excepción.
Anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su
Iglesia. El Sínodo sobre la nueva evangelización y la Exhortación Apostólica
Evangelii gaudium han afrontado cómo llevar a cabo esta misión en el mundo
de hoy; en cambio, los dos Sínodos sobre la familia y la Exhortación
Apostólica Post-sinodal Amoris laetitia se han dedicado al acompañamiento de
las familias hacia esta alegría.
Como continuación de este camino, a través de un nuevo camino sinodal sobre
el tema: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», la Iglesia ha
decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan
y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los
mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de
hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia
podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo
Samuel (cfr. 1Sam 3,1-21) y Jeremías (cfr. Jer 1,4-10), hay jóvenes que
saben distinguir los signos de nuestro tiempo que el Espíritu señala.
Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del mañana que se
aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer.
La vocación al amor asume para cada uno una forma concreta en la vida
cotidiana a través de una serie de opciones que articulan estado de vida
(matrimonio, ministerio ordenado, vida consagrada, etc.), profesión,
modalidad de compromiso social y político, estilo de vida, gestión del
tiempo y del dinero, etc. Asumidas o padecidas, conscientes o inconscientes,
se trata de elecciones de las que nadie puede eximirse. El propósito del
discernimiento vocacional es descubrir cómo transformarlas, a la luz de la
fe, en pasos hacia la plenitud de la alegría a la que todos estamos
llamados.
La Iglesia es consciente de poseer «lo que hace la fuerza y el encanto de la
juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin
recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas»
(Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, 8 de diciembre de 1965);
las riquezas de su tradición espiritual ofrecen muchos instrumentos con los
que acompañar la maduración de la conciencia y de una auténtica libertad.
Desde esta perspectiva, con el presente Documento Preparatorio, se da inicio
a la fase de consulta de todo el Pueblo de Dios. El Documento – dirigido a
los Sínodos de los Obispos y a los Consejos de los Jerarcas de las Iglesias
Orientales Católicas, a las Conferencias Episcopales, a los Dicasterios de
la Curia Romana y a la Unión de Superiores Generales – termina con un
cuestionario. Además está prevista una consulta de todos los jóvenes a
través de un sitio web, con un cuestionario sobre sus expectativas y su
vida. Las respuestas a los dos cuestionarios constituirán la base para la
redacción del Documento de trabajo o Instrumentum laboris, que será el punto
de referencia para la discusión de los Padres sinodales.
Este Documento Preparatorio propone una reflexión articulada en tres pasos.
Se comienza delineando brevemente algunas dinámicas sociales y culturales
del mundo en el que los jóvenes crecen y toman sus decisiones, para proponer
una lectura de fe. Posteriormente se abordan los pasos fundamentales del
proceso de discernimiento, que es el instrumento principal que la Iglesia
desea ofrecer a los jóvenes para que descubran, a la luz de la fe, la propia
vocación. Por último, se ponen de relieve los componentes fundamentales de
una pastoral juvenil vocacional. Por lo tanto, no se trata de un documento
completo, sino de una especie de mapa que pretende fomentar una
investigación cuyos frutos sólo estarán disponibles al término del camino
sinodal.
Tras las huellas del discípulo amado
Ofrecemos como inspiración para el camino que inicia un icono evangélico:
Juan, el apóstol. En la lectura del Cuarto Evangelio él no sólo es la figura
ejemplar del joven que elige seguir a Jesús sino también «el discípulo a
quien Jesús amaba» (Jn 13,23; 19,26; 21,7).
«Fijándose en Jesús que pasaba, [Juan el Bautista] dijo: “He ahí el Cordero
de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús
se volvió y, al ver que le seguían, les dice: “¿Qué buscáis?”. Ellos le
respondieron: “Rabbí – que quiere decir ‘Maestro’ –, ¿dónde vives?”. Les
respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima» (Jn 1,36-39).
En búsqueda de un sentido que dar a la propia vida, dos discípulos del
Bautista son interpelados por Jesús con la pregunta penetrante: «¿Qué
buscáis?». A su contestación «Rabbí – que quiere decir ‘Maestro’ –, ¿dónde
vives?», le sigue la respuesta-invitación del Señor: «Venid y lo veréis»
(vv. 38-39). Jesús los llama al mismo tiempo a un camino interior y a una
disponibilidad de ponerse concretamente en movimiento, sin saber bien a
dónde esto los llevará. Será un encuentro memorable, hasta el punto de
recordar incluso la hora (v. 39).
Gracias a la valentía de ir y ver, los discípulos experimentarán la amistad
fiel de Cristo y podrán vivir diariamente con Él, dejarse interrogar e
inspirar por sus palabras, dejarse impresionar y conmover por sus gestos.
Juan, en particular, será llamado a ser testigo de la Pasión y Resurrección
de su Maestro. En la última cena (cfr. Jn 13,21-29), su intimidad con Él lo
llevará a reclinar la cabeza sobre el pecho de Jesús y a confiar en Su
palabra. Mientras conduce a Simón Pedro a la casa del sumo sacerdote, se
enfrentará a la noche de la prueba y de la soledad (cfr. Jn 18,13-27). Junto
a la cruz acogerá el profundo dolor de la Madre, a quien es confiado,
asumiendo la responsabilidad de cuidar de ella (cfr. Jn 19,25-27). En la
mañana de Pascua compartirá con Pedro la carrera agitada y llena de
esperanza hacia el sepulcro vacío (cfr. Jn 20,1-10). Por último, durante la
extraordinaria pesca en el lago de Tiberíades (cfr. Jn 21,1-14), reconocerá
al Resucitado y dará testimonio de Él a la comunidad.
La figura de Juan nos puede ayudar a comprender la experiencia vocacional
como un proceso progresivo de discernimiento interior y de maduración de la
fe, que conduce a descubrir la alegría del amor y la vida en plenitud en la
entrega y en la participación en el anuncio de la Buena Noticia.
I LOS JÓVENES EN EL MUNDO DE HOY
Este capítulo no ofrece un análisis completo de la sociedad y del mundo,
sino que tiene presente algunos resultados de la investigación en el ámbito
social útiles para abordar el tema del discernimiento vocacional, a fin de
«dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al
itinerario ético y espiritual» (Laudato sì, 15).
La descripción, elaborada a nivel mundial, exigirá ser adaptada a la
realidad de las circunstancias específicas de cada región: a pesar de la
presencia de tendencias globales, las diferencias entre las diversas áreas
del planeta siguen siendo relevantes. En muchos aspectos es correcto afirmar
que existe una pluralidad de mundos juveniles, no sólo uno. Entre las muchas
diferencias, algunas resultan particularmente evidentes. La primera es el
efecto de las dinámicas geográficas y separa a los países con alta
natalidad, donde los jóvenes representan una proporción significativa y
creciente de la población, de aquellos cuyo peso demográfico se va
reduciendo. Una segunda diferencia deriva de la historia, que hace
diferentes a los países y a los continentes de antigua tradición cristiana
cuya cultura es portadora de una memoria que no se debe disgregar, de los
países y continentes cuya cultura en cambio está marcada por otras
tradiciones religiosas y en los que el cristianismo tiene una presencia
minoritaria y a menudo reciente. Por último, no podemos olvidar la
diferencia entre el género masculino y el femenino: por una parte ésta
determina una sensibilidad diferente, por otra es origen de formas de
dominio, exclusión y discriminación de las que todas las sociedades
necesitan liberarse.
En las páginas que siguen el término “jóvenes” se refiere a las personas de
edad comprendida aproximadamente entre 16 y 29 años, siendo conscientes de
que también este elemento exige ser adaptado a las circunstancias locales.
En cualquier caso, es bueno recordar que la juventud más que identificar a
una categoría de personas, es una fase de la vida que cada generación
reinterpreta de un modo único e irrepetible.
1. Un mundo que cambia rápidamente
La rapidez de los procesos de cambio y de transformación es la nota
principal que caracteriza a las sociedades y a las culturas contemporáneas
(cfr. Laudato sì, 18). La combinación entre complejidad elevada y cambio
rápido provoca que nos encontremos en un contexto de fluidez e incertidumbre
nunca antes experimentado: es un hecho que debe asumirse sin juzgar a priori
si se trata de un problema o de una oportunidad. Esta situación exige
adoptar una mirada integral y adquirir la capacidad de programar a largo
plazo, prestando atención a la sostenibilidad y a las consecuencias de las
opciones de hoy en tiempos y lugares remotos.
El crecimiento de la incertidumbre incide en las condiciones de
vulnerabilidad, es decir, la combinación de malestar social y dificultad
económica, y en las experiencias de inseguridad de grandes sectores de la
población. En lo que se refiere al mundo del trabajo, podemos pensar en los
fenómenos de la desocupación, del aumento de la flexibilidad y de la
explotación sobre todo infantil, o en el conjunto de causas políticas,
económicas, sociales e incluso ambientales que explican el aumento
exponencial del número de refugiados y migrantes. Frente a pocos
privilegiados que pueden disfrutar de las oportunidades ofrecidas por los
procesos de globalización económica, muchos viven en situaciones de
vulnerabilidad y de inseguridad, lo cual tiene un impacto sobre sus
itinerarios de vida y sobre sus elecciones.
A nivel mundial el mundo contemporáneo se caracteriza por una cultura
“cientificista”, a menudo dominada por la técnica y por las infinitas
posibilidades que ésta promete abrir, en cuyo interior no obstante «se
multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas,
entre ellas muchos jóvenes» (Misericordia et misera, 3). Como enseña la
encíclica Laudato si’, la íntima relación entre paradigma tecnocrático y
búsqueda frenética del beneficio a corto plazo están en el origen de esa
cultura del descarte que excluye a millones de personas, entre ellas muchos
jóvenes, y que conduce a la explotación indiscriminada de los recursos
naturales y a la degradación del ambiente, amenazando el futuro de las
próximas generaciones (cfr. 20-22).
Asimismo, no hay que olvidar que muchas sociedades son cada vez más
multiculturales y multirreligiosas. En particular, la coexistencia de varias
tradiciones religiosas representa un desafío y una oportunidad: puede crecer
la desorientación y la tentación del relativismo, pero conjuntamente
aumentan las posibilidades de debate fecundo y enriquecimiento recíproco. A
los ojos de la fe esto se ve como un signo de nuestro tiempo que requiere un
crecimiento en la cultura de la escucha, del respeto y del diálogo.
2. Las nuevas generaciones
Quien es joven hoy vive la propia condición en un mundo diferente al de la
generación de sus padres y de sus educadores. No sólo el sistema de
obligaciones y oportunidades cambia con las transformaciones económicas y
sociales, sino que mudan también, subyacentemente, deseos, necesidades,
sensibilidades y el modo de relacionarse con los demás. Por otra parte, si
desde un cierto punto de vista es verdad que con la globalización los
jóvenes tienden a ser cada vez más homogéneos en todas las partes del mundo,
se mantienen sin embargo, en los contextos locales, peculiaridades
culturales e institucionales que tienen repercusiones en el proceso de
socialización y de construcción de la identidad.
El desafío de la multiculturalidad atraviesa particularmente el mundo
juvenil, por ejemplo, con las peculiaridades de las “segundas generaciones”
(es decir, de aquellos jóvenes que crecen en una sociedad y en una cultura
diferentes de las de sus padres, como resultado de los fenómenos
migratorios) o de los hijos de parejas de algún modo “mixtas” (desde el
punto de vista étnico, cultural y/o religioso).
En muchas partes del mundo los jóvenes experimentan condiciones de
particular dureza, en las que se hace difícil abrir el espacio para
auténticas opciones de vida, en ausencia de márgenes, aunque sean mínimos,
de ejercicio de la libertad. Pensemos en los jóvenes en situación de pobreza
y exclusión; en los que crecen sin padres o familia, o no tienen la
posibilidad de ir a la escuela; en los niños y chichos de la calle de tantas
periferias; en los jóvenes desempleados, abandonados y migrantes; en los que
son víctimas de explotación, trata y esclavitud; en los niños y chicos
reclutados a la fuerza en bandas criminales o en milicias irregulares; en
las niñas esposas o chicas obligadas a casarse contra su voluntad. Son
demasiados en el mundo los que pasan directamente de la infancia a la edad
adulta y a una carga de responsabilidad que no han podido elegir. A menudo,
las niñas, las chicas y las mujeres jóvenes deben hacer frente a
dificultades aún mayores en comparación con sus coetáneos.
Estudios conducidos a nivel internacional permiten identificar algunos
rasgos característicos de los jóvenes de nuestro tiempo.
Pertenencia y participación
Los jóvenes no se perciben así mismos como una categoría desfavorecida o un
grupo social que se debe proteger y, en consecuencia, como destinatarios
pasivos de programas pastorales o de opciones políticas. No pocos de ellos
desean ser parte activa en los procesos de cambio del presente, como
confirman las experiencias de activación e innovación desde abajo que tienen
a los jóvenes como principales, aunque no únicos, protagonistas.
La disponibilidad a la participación y a la movilización en acciones
concretas, en las que el aporte personal de cada uno es ocasión de
reconocimiento de identidad, se articula con la intolerancia hacia ambientes
en los que los jóvenes sienten, con razón o sin ella, que no encuentran
espacio y no reciben estímulos; esto puede llevar a la renuncia o al
cansancio para desear, soñar y proyectar, como demuestra la difusión del
fenómeno de los NEET (not in education, employment or training, es decir,
jóvenes que no se dedican a una actividad de estudio ni de trabajo ni de
formación profesional). La discrepancia entre los jóvenes pasivos y
desanimados y los emprendedores y vitales es el fruto de las oportunidades
ofrecidas concretamente a cada uno en el contexto social y familiar en el
que crece, además de las experiencias de sentido, relación y valor
adquiridas incluso antes del inicio de la juventud. La falta de confianza en
sí mismos y en sus capacidades puede manifestarse, además de en la
pasividad, en una excesiva preocupación por la propia imagen y en un dócil
conformismo a las modas del momento.
Puntos de referencia personales e institucionales
Varias investigaciones muestran que los jóvenes sienten la necesidad de
figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así como de
lugares y ocasiones en los que poner a prueba la capacidad de relación con
los demás (tanto adultos como coetáneos) y afrontar las dinámicas afectivas.
Buscan figuras capaces de expresar sintonía y ofrecer apoyo, estímulo y
ayuda para reconocer los límites, sin hacer pesar el juicio.
Desde este punto de vista, el rol de padres y familias sigue siendo crucial
y a veces problemático. Las generaciones más maduras a menudo tienden a
subestimar las potencialidades, enfatizan las fragilidades y tienen
dificultad para entender las exigencias de los más jóvenes. Los padres y los
educadores adultos pueden tener presente sus errores y lo que no les
gustaría que los jóvenes hiciesen, pero a menudo no tienen igualmente claro
cómo ayudarles a orientar su mirada hacia el futuro. Las dos reacciones más
comunes son la renuncia a hacerse escuchar y la imposición de sus propias
elecciones. Padres ausentes o hiperprotectores hacen a los hijos más
frágiles y tienden a subestimar los riesgos o a estar obsesionados con el
miedo a equivocarse.
Los jóvenes sin embargo no buscan sólo figuras de referencia adultas: tienen
un fuerte deseo de diálogo abierto entre pares. En este sentido son muy
necesarias las ocasiones de interacción libre, de expresión afectiva, de
aprendizaje informal, de experimentación de roles y habilidades sin tensión
ni ansiedad.
Tendencialmente cautos respecto a quienes están más allá del círculo de las
relaciones personales, los jóvenes a menudo nutren desconfianza,
indiferencia o indignación hacia las instituciones. Esto se refiere no sólo
a la política, sino que afecta cada vez más a las instituciones formativas y
a la Iglesia, en su aspecto institucional. La querrían más cercana a la
gente, más atenta a los problemas sociales, pero no dan por sentado que esto
ocurra de inmediato.
Todo esto tiene lugar en un contexto donde la pertenencia confesional y la
práctica religiosa se vuelven, cada vez más, rasgos de una minoría y los
jóvenes no se ponen “contra”, sino que están aprendiendo a vivir “sin” el
Dios presentado por el Evangelio y “sin” la Iglesia, apoyándose en formas de
religiosidad y espiritualidad alternativas y poco institucionalizadas o
refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de
identidad. En muchos lugares la presencia de la Iglesia se va haciendo menos
capilar y por tanto resulta más difícil encontrarla, mientras que la cultura
dominante es portadora de instancias a menudo en contraste con los valores
evangélicos, ya se trate de elementos de la propia tradición o de la
declinación local de una globalización de modelo consumista e
individualista.
Hacia una generación (híper)conectada
Las jóvenes generaciones se caracterizan hoy por la relación con las
tecnologías modernas de la comunicación y con lo que normalmente se llama
“mundo virtual”, no obstante también tenga efectos muy reales. Todo esto
ofrece posibilidades de acceso a una serie de oportunidades que las
generaciones precedentes no tenían, y al mismo tiempo presenta riesgos. Sin
embargo, es de gran importancia poner de relieve cómo la experiencia de
relaciones a través de la tecnología estructura la concepción del mundo, de
la realidad y de las relaciones personales. A esto debería responder la
acción pastoral, que tiene necesidad de desarrollar una cultura adecuada.
3. Los jóvenes y las opciones
En el contexto de fluidez y precariedad que hemos esbozado, la transición a
la vida adulta y la construcción de la identidad exigen cada vez más un
itinerario “reflexivo”. Las personas se ven obligadas a readaptar sus
trayectorias de vida y a retomar continuamente el control de sus opciones.
Además, junto con la cultura occidental se difunde una concepción de la
libertad entendida como posibilidad de acceder a nuevas oportunidades. Se
niega que construir un itinerario personal de vida signifique renunciar a
recorrer en el futuro caminos diferentes: «Hoy elijo esto, mañana ya
veremos». Tanto en las relaciones afectivas como en el mundo del trabajo el
horizonte se compone de opciones siempre reversibles más que de elecciones
definitivas.
En este contexto los viejos enfoques ya no funcionan y la experiencia
transmitida por las generaciones precedentes se vuelve obsoleta rápidamente.
Valiosas oportunidades y riesgos insidiosos se entrelazan en una maraña que
no es fácil de desenredar. Adecuados instrumentos culturales, sociales y
espirituales se convierten en indispensables para que los mecanismos del
proceso decisional no se bloqueen y se termine, tal vez por miedo a
equivocarse, sufriendo el cambio en lugar de guiarlo. Lo ha dicho el Papa
Francisco: «“¿Cómo podemos despertar la grandeza y la valentía de elecciones
de gran calado, de impulsos del corazón para afrontar desafíos educativos y
afectivos?”. La palabra la he dicho tantas veces: ¡arriesga! Arriesga. Quien
no arriesga no camina. “¿Y si me equivoco?”.¡Bendito sea el Señor! Más te
equivocarás si te quedas quieto» (Discurso en Villa Nazaret, 18 de junio de
2016).
En la búsqueda de caminos capaces de despertar la valentía y los impulsos
del corazón no se puede dejar de tener en cuenta que la persona de Jesús y
la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a muchos jóvenes.
La capacidad de elegir de los jóvenes se ve obstaculizada por las
dificultades relacionadas con la condición de precariedad: la dificultad
para encontrar trabajo o su dramática falta; los obstáculos en la
construcción de una autonomía económica; la imposibilidad de estabilizar la
propia trayectoria profesional. Para las mujeres jóvenes estos obstáculos
son normalmente aún más difíciles de superar.
El malestar económico y social de las familias, la forma en que los jóvenes
asumen algunos rasgos de la cultura contemporánea y el impacto de las nuevas
tecnologías exigen una mayor capacidad de respuesta al desafío educativo en
su acepción más amplia: esta es la emergencia educativa señalada por
Benedicto XVI en el Mensaje a la Ciudad y a la Diócesis de Roma sobre la
urgencia de la educación (21 de enero de 2008). A nivel mundial también hay
que tener en cuenta las desigualdades entre países y su efecto sobre las
oportunidades ofrecidas a los jóvenes en las diferentes sociedades en
términos de inclusión. También factores culturales y religiosos pueden
generar exclusión, por ejemplo lo referente a las diferencias de género o a
la discriminación de las minorías étnicas o religiosas, hasta empujar a los
jóvenes más emprendedores hacia la emigración.
En este contexto resulta particularmente urgente promover las capacidades
personales poniéndolas al servicio de un sólido proyecto de crecimiento
común. Los jóvenes valoran la posibilidad de combinar la acción en proyectos
concretos en los que medir su capacidad de obtener resultados, el ejercicio
de un protagonismo dirigido a mejorar el contexto en el que viven, la
oportunidad de adquirir y perfeccionar sobre el terreno competencias útiles
para la vida y el trabajo.
La innovación social expresa un protagonismo positivo que invierte la
condición de las nuevas generaciones: de perdedores que solicitan protección
frente a los riesgos del cambio, a sujetos del cambio capaces de crear
nuevas oportunidades. Es significativo que precisamente los jóvenes – a
menudo encasillados en el estereotipo de la pasividad y de la inexperiencia
– propongan y practiquen alternativas que muestran cómo el mundo o la
Iglesia podrían ser. Si queremos que en la sociedad o en la comunidad
cristiana suceda algo nuevo, debemos dejar espacio para que nuevas personas
puedan actuar. En otras palabras, proyectar el cambio según los principios
de la sostenibilidad exige que se consienta a las nuevas generaciones
experimentar un nuevo modelo de desarrollo. Esto resulta particularmente
problemático en los países y contextos institucionales en los que la edad de
quienes ocupan puestos de responsabilidad es elevada y los ritmos de cambio
generacional se hacen más lentos.
II FE, DISCERNIMIENTO, VOCACIÓN
A través del camino de este Sínodo, la Iglesia quiere reiterar su deseo de
encontrar, acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin excepción. No
podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las exclusiones a las
que el mundo les expone. Que su vida sea experiencia buena, que no se
pierdan en los caminos de la violencia o de la muerte, que la desilusión no
los aprisione en la alienación: todo esto no puede dejar de ser motivo de
gran preocupación para quien ha sido generado a la vida y a la fe y sabe que
ha recibido un gran don.
Es en virtud de este don que sabemos que venir al mundo significa encontrar
la promesa de una vida buena y que ser acogido y custodiado es la
experiencia original que inscribe en cada uno la confianza de no ser
abandonado a la falta de sentido y a la oscuridad de la muerte y la
esperanza de poder expresar la propia originalidad en un camino hacia la
plenitud de vida.
La sabiduría de la Iglesia oriental nos ayuda a descubrir cómo esta
confianza está arraigada en la experiencia de “tres nacimientos”: el
nacimiento natural como mujer o como hombre en un mundo capaz de acoger y
sostener la vida; el nacimiento del bautismo «cuando alguien se convierte en
hijo de Dios por la gracia»; y luego, un tercer nacimiento, cuando tiene
lugar el paso «del modo de vida corporal al espiritual», que abre al
ejercicio maduro de la libertad (cfr. Discursos de Filoxeno de Mabbug,
obispo sirio del siglo V, n. 9).
Ofrecer a los demás el don que nosotros mismos hemos recibido significa
acompañarlos a lo largo de este camino, ayudándoles a afrontar sus
debilidades y las dificultades de la vida, pero sobre todo sosteniendo las
libertades que aún se están constituyendo. Por todo ello la Iglesia,
comenzando por sus Pastores, está llamada a interrogarse y a redescubrir su
vocación a la custodia con el estilo que el Papa Francisco recordó al inicio
de su pontificado: «el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser
vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre
fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura,
que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota
fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera
apertura al otro, de amor» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 19
de marzo de 2013).
En esta perspectiva se presentarán ahora algunas ideas con vistas a un
acompañamiento de los jóvenes a partir de la fe, escuchando a la tradición
de la Iglesia y con el claro objetivo de sostenerlos en su discernimiento
vocacional y en la toma de decisiones fundamentales de la vida, desde la
conciencia del carácter irreversible de algunas de ellas.
1. Fe y vocación
La fe, en cuanto participación en el modo de ver de Jesús (cfr. Lumen fidei,
18), es la fuente de discernimiento vocacional, porque ofrece sus contenidos
fundamentales, sus articulaciones específicas, el estilo singular y la
pedagogía propia. Acoger con alegría y disponibilidad este don de la gracia
exige hacerlo fecundo a través de elecciones de vida concretas y coherentes.
«No me habéis elegido vosotros a mí; sino que yo os he elegido yo a
vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro
fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo
conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn
15,16-17). Si la vocación a la alegría del amor es el llamado fundamental
que Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar
fruto, la fe es al mismo tiempo don que viene de lo alto y respuesta al
sentirse elegidos y amados.
La fe «no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida.
Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este
amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está
fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades»
(Lumen fidei, 53). Esta fe «ilumina todas las relaciones sociales»,
contribuyendo a «construir la fraternidad universal» entre los hombres y
mujeres de todos los tiempos (ibíd., 54).
La Biblia presenta numerosos relatos de vocación y de respuesta de jóvenes.
A la luz de la fe, estos gradualmente toman conciencia del proyecto de amor
apasionado que Dios tiene para cada uno. Esta es la intención de toda acción
de Dios, desde la creación del mundo como lugar «bueno», capaz de acoger la
vida, y ofrecido como un don como la urdimbre de relaciones en las que
confiar.
Creer significa ponerse a la escucha del Espíritu y en diálogo con la
Palabra que es camino, verdad y vida (cfr. Jn 14,6) con toda la propia
inteligencia y afectividad, aprender a confiar en ella “encarnándola” en lo
concreto de la vida cotidiana, en los momentos en los que la cruz está cerca
y en aquellos en los que se experimenta la alegría ante los signos de
resurrección, tal y como hizo el “discípulo amado”. Este es el desafío que
interpela a la comunidad cristiana y a cada creyente individual.
El espacio de este diálogo es la conciencia. Como enseña el Concilio
Vaticano II, esta es «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el
que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo de aquélla» (Gaudium et spes, 16). Por lo tanto, la conciencia es un
espacio inviolable en el que se manifiesta la invitación a acoger una
promesa. Discernir la voz del Espíritu de otras llamadas y decidir qué
respuesta dar es una tarea que corresponde a cada uno: los demás lo pueden
acompañar y confirmar, pero nunca sustituir.
La vida y la historia nos enseñan que para el ser humano no siempre es fácil
reconocer la forma concreta de la alegría a la que Dios lo llama y a la cual
tiende su deseo, y mucho menos ahora en un contexto de cambio e
incertidumbre generalizada. Otras veces, la persona tiene que enfrentarse al
desánimo o a la fuerza de otros apegos que la detienen en su camino hacia la
plenitud: es la experiencia de muchos, por ejemplo la del joven que tenía
demasiadas riquezas para ser libre de acoger la llamada de Jesús y por esto
se fue triste en lugar de lleno de alegría (cfr. Mc 10,17-22). La libertad
humana, aun necesitando ser siempre purificada y liberada, sin embargo, no
pierde nunca del todo la capacidad radical de reconocer el bien y de
hacerlo: «Los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también
pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de
todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan» (Laudato
si’, 205).
2. El don del discernimiento
Tomar decisiones y orientar las propias acciones en situaciones de
incertidumbre y frente a impulsos internos contradictorios es el ámbito del
ejercicio del discernimiento. Se trata de un término clásico de la tradición
de la Iglesia, que se aplica a una pluralidad de situaciones. En efecto,
existe un discernimiento de los signos de los tiempos, que apunta a
reconocer la presencia y la acción del Espíritu en la historia; un
discernimiento moral, que distingue lo que es bueno de lo que es malo; un
discernimiento espiritual, que tiene como objetivo reconocer la tentación
para rechazarla y, en su lugar, seguir el camino de la plenitud de vida. Las
conexiones entre estas diferentes acepciones son evidentes y no se pueden
nunca separar completamente.
Teniendo presente esto, nos centramos aquí en el discernimiento vocacional,
es decir, en el proceso por el cual la persona llega a realizar, en el
diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones
fundamentales, empezando por la del estado de vida. Si el interrogante de
cómo no desperdiciar las oportunidades de realización de sí mismo afecta a
todos los hombres y mujeres, para el creyente la pregunta se hace aún más
intensa y profunda. ¿Cómo vivir la buena noticia del Evangelio y responder a
la llamada que el Señor dirige a todos aquellos a quienes les sale al
encuentro: a través del matrimonio, del ministerio ordenado, de la vida
consagrada? Y cuál es el campo en el que se pueden utilizar los propios
talentos: ¿la vida profesional, el voluntariado, el servicio a los últimos,
la participación en la política?
El Espíritu habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida de cada
uno, pero los eventos en sí mismos son mudos o ambiguos, ya que se pueden
dar diferentes interpretaciones. Iluminar el significado en lo concerniente
a una decisión requiere un camino de discernimiento. Los tres verbos con los
que esto se describe en la Evangelii gaudium, 51 – reconocer, interpretar y
elegir – pueden ayudarnos a delinear un itinerario adecuado tanto para los
individuos como para los grupos y las comunidades, sabiendo que en la
práctica los límites entre las diferentes fases no son nunca tan claros.
Reconocer
El reconocimiento se refiere, en primer lugar, a los efectos que los
acontecimientos de mi vida, las personas que encuentro, las palabras que
escucho o que leo producen en mi interioridad: una variedad de «deseos,
sentimientos, emociones» (Amoris laetitia, 143) de muy distinto signo:
tristeza, oscuridad, plenitud, miedo, alegría, paz, sensación de vacío,
ternura, rabia, esperanza, tibieza, etc. Me siento atraído o empujado hacia
una pluralidad de direcciones, sin que ninguna me parezca la que claramente
se debe seguir; es el momento de los altos y bajos y en algunos casos de una
auténtica lucha interior. Reconocer exige hacer aflorar esta riqueza emotiva
y nombrar estas pasiones sin juzgarlas. Exige igualmente percibir el “sabor”
que dejan, es decir, la consonancia o disonancia entre lo que experimento y
lo más profundo que hay en mí.
En esta fase, la Palabra de Dios reviste una gran importancia: meditarla, de
hecho, pone en movimiento las pasiones como todas las experiencias de
contacto con la propia interioridad, pero al mismo tiempo ofrece una
posibilidad de hacerlas emerger identificándose con los acontecimientos que
ella narra. La fase del reconocimiento sitúa en el centro la capacidad de
escuchar y la afectividad de la persona, sin eludir por temor la fatiga de
silencio. Se trata de un paso fundamental en el camino de maduración
personal, en particular para los jóvenes que experimentan con mayor
intensidad la fuerza de los deseos y pueden también permanecer asustados,
renunciando incluso a los grandes pasos a los que sin embargo se sienten
impulsados.
Interpretar
No basta reconocer lo que se ha experimentado: hay que “interpretarlo”, o,
en otras palabras, comprender a qué el Espíritu está llamando a través de lo
que suscita en cada uno. Muchas veces nos detenemos a contar una
experiencia, subrayando que “me ha impresionado mucho”. Más difícil es
entender el origen y el sentido de los deseos y de las emociones
experimentadas y evaluar si nos están orientando en una dirección
constructiva o si por el contrario nos están llevando a replegarnos sobre
nosotros mismos.
Esta fase de interpretación es muy delicada: se requiere paciencia,
vigilancia y también un cierto aprendizaje. Hemos de ser capaces de darnos
cuenta de los efectos de los condicionamientos sociales y psicológicos.
También exige poner en práctica las propias facultades intelectuales, sin
caer sin embargo en el peligro de construir teorías abstractas sobre lo que
sería bueno o bonito hacer: también en el discernimiento«la realidad es
superior a la idea» (Evangelii gaudium, 231). En la interpretación tampoco
se puede dejar de enfrentarse con la realidad y de tomar en consideración
las posibilidades que realmente se tienen a disposición.
Para interpretar los deseos y los movimientos interiores es necesario
confrontarse honestamente, a la luz de la Palabra de Dios, también con las
exigencias morales de la vida cristiana, siempre tratando de ponerlas en la
situación concreta que se está viviendo. Este esfuerzo obliga a quien lo
realiza a no contentarse con la lógica legalista del mínimo indispensable, y
en su lugar buscar el modo de sacar el mayor provecho a los propios dones y
las propias posibilidades: por esto resulta una propuesta atractiva y
estimulante para los jóvenes.
Este trabajo de interpretación se desarrolla en un diálogo interior con el
Señor, con la activación de todas las capacidades de la persona; la ayuda de
una persona experta en la escucha del Espíritu es, sin embargo, un valioso
apoyo que la Iglesia ofrece, y del que sería poco sensato no hacer uso.
Elegir
Una vez reconocido e interpretado el mundo de los deseos y de las pasiones,
el acto de decidir se convierte en ejercicio de auténtica libertad humana y
de responsabilidad personal, siempre claramente situadas y por lo tanto
limitadas. Entonces, la elección escapa a la fuerza ciega de las pulsiones,
a las que un cierto relativismo contemporáneo termina por asignar el rol de
criterio último, aprisionando a la persona en la volubilidad. Al mismo
tiempo se libera de la sujeción a instancias externas a la persona y, por
tanto, heterónomas, exigiendo asimismo una coherencia de vida.
Durante mucho tiempo en la historia, las decisiones fundamentales de la vida
no fueron tomadas por los interesados directos; en algunas partes del mundo
todavía es así, tal como se ha apuntado también en el capítulo I. Promover
elecciones verdaderamente libres y responsables, despojándose de toda
connivencia con legados de otros tiempos, sigue siendo el objetivo de toda
pastoral vocacional seria. El discernimiento es en la pastoral vocacional el
instrumento fundamental, que permite salvaguardar el espacio inviolable de
la conciencia, sin pretender sustituirla (cfr. Amoris laetitia, 37).
La decisión debe ser sometida a la prueba de los hechos en vista de su
confirmación. La elección no puede quedar aprisionada en una interioridad
que corre el riesgo de mantenerse virtual o poco realista – se trata de un
peligro acentuado en la cultura contemporánea –, sino que está llamada a
traducirse en acción, a tomar cuerpo, a iniciar un camino, aceptando el
riesgo de confrontarse con la realidad que había puesto en movimiento deseos
y emociones. Otros movimientos interiores nacerán en esta fase: reconocerlos
e interpretarlos permitirá confirmar la bondad de la decisión tomada o
aconsejará revisarla. Por esto es importante “salir”, incluso del miedo de
equivocarse que, como hemos visto, puede llegar a ser paralizante.
3. Caminos de vocación y misión
El discernimiento vocacional no se realiza en un acto puntual, aun cuando en
la historia de cada vocación es posible identificar momentos o encuentros
decisivos. Como todas las cosas importantes de la vida, también el
discernimiento vocacional es un proceso largo, que se desarrolla en el
tiempo, durante el cual es necesario mantener la atención a las indicaciones
con las que el Señor precisa y específica una vocación que es exclusivamente
personal e irrepetible. El Señor les pidió a Abraham y a Sara que partieran,
pero sólo en un camino progresivo y no sin pasos en falso se aclaró cuál era
la inicialmente misteriosa «tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1). María
misma progresa en la conciencia de su vocación a través de la meditación de
las palabras que escucha y los eventos que le suceden, también los que no
comprende (cfr. Lc 2,50-51).
El tiempo es fundamental para verificar la orientación efectiva de la
decisión tomada. Como enseña cada página del texto bíblico, no hay vocación
que no se ordene a una misión acogida con temor o con entusiasmo.
Acoger la misión implica la disponibilidad de arriesgar la propia vida y
recorrer la vía de la cruz, siguiendo las huellas de Jesús, que con decisión
se puso en camino hacia Jerusalén (cfr. Lc 9,51) para ofrecer su vida por la
humanidad. Sólo si la persona renuncia a ocupar el centro de la escena con
sus necesidades se abre el espacio para acoger el proyecto de Dios a la vida
familiar, al ministerio ordenado o a la vida consagrada, así como para
llevar a cabo con rigor su profesión y buscar sinceramente el bien común. En
particular en los lugares donde la cultura está más profundamente marcada
por el individualismo, es necesario verificar hasta qué punto las elecciones
son dictadas por la búsqueda de la propia autorrealización narcisista y en
qué grado, por el contrario, incluyen la disponibilidad a vivir la propia
existencia en la lógica de la generosa entrega. Por esto, el contacto con la
pobreza, la vulnerabilidad y la necesidad revisten gran importancia en los
caminos de discernimiento vocacional. En lo que respecta a los futuros
pastores, es oportuno examinar y promover el crecimiento de la
disponibilidad a dejarse impregnar del “olor de las ovejas”.
4. El acompañamiento
En la base de discernimiento podemos identificar tres convicciones, muy
arraigadas en la experiencia de cada ser humano releída a la luz de la fe y
de la tradición cristiana. La primera es que el Espíritu de Dios actúa en el
corazón de cada hombre y de cada mujer a través de sentimientos y deseos que
se conectan a ideas, imágenes y proyectos. Escuchando con atención, el ser
humano tiene la posibilidad de interpretar estas señales. La segunda
convicción es que el corazón humano debido a su debilidad y al pecado, se
presenta normalmente divido a causa de la atracción de reclamos diferentes,
o incluso opuestos. La tercera convicción es que, en cualquier caso, el
camino de la vida impone decidir, porque no se puede permanecer
indefinidamente en la indeterminación. Pero es necesario dotarse de los
instrumentos para reconocer la llamada del Señor a la alegría del amor y
elegir responder a ella.
Entre estos instrumentos, la tradición espiritual destaca la importancia del
acompañamiento personal. Para acompañar a otra persona no basta estudiar la
teoría del discernimiento; es necesario tener la experiencia personal en
interpretar los movimientos del corazón para reconocer la acción del
Espíritu, cuya voz sabe hablar a la singularidad de cada uno. El
acompañamiento personal exige refinar continuamente la propia sensibilidad a
la voz del Espíritu y conduce a descubrir en las peculiaridades personales
un recurso y una riqueza.
Se trata de favorecer la relación entre la persona y el Señor, colaborando a
eliminar lo que la obstaculiza. He aquí la diferencia entre el
acompañamiento al discernimiento y el apoyo psicológico, que también, si
está abierto a la trascendencia, se revela a menudo de fundamental
importancia. El psicólogo sostiene a una persona en las dificultades y la
ayuda a tomar conciencia de sus fragilidades y su potencial; el guía
espiritual remite la persona al Señor y prepara el terreno para el encuentro
con Él (cfr. Jn 3,29-30).
Los pasajes evangélicos que narran el encuentro de Jesús con las personas de
su tiempo resaltan algunos elementos que nos ayudan a trazar el perfil ideal
de quien acompaña a un joven en el discernimiento vocacional: la mirada
amorosa (la vocación de los primeros discípulos, cfr. Jn 1,35-51); la
palabra con autoridad (la enseñanza en la sinagoga de Cafarnaúm, cfr. Lc
4,32); la capacidad de “hacerse prójimo” (la parábola del buen samaritano,
cfr. Lc 10,25-37); la opción de “caminar al lado” (los discípulos de Emaús,
cfr. Lc 24,13-35); el testimonio de autenticidad, sin miedo a ir en contra
de los prejuicios más generalizados (el lavatorio de los pies en la última
cena, cfr. Jn 13,1-20).
En el compromiso de acompañar a las nuevas generaciones la Iglesia acoge su
llamada a colaborar en la alegría de los jóvenes, más que intentar
apoderarse de su fe (cfr. 2Cor 1,24). Dicho servicio se arraiga en última
instancia en la oración y en la petición del don del Espíritu que guía e
ilumina a todos y a cada uno.
III LA ACCIÓN PASTORAL
¿Qué significa para la Iglesia acompañar a los jóvenes a acoger la llamada a
la alegría del Evangelio, sobre todo en un tiempo marcado por la
incertidumbre, por la precariedad y por la inseguridad?
El propósito de este capítulo es concentrar la atención en lo que implica
tomar en serio el desafío del cuidado pastoral y del discernimiento
vocacional, teniendo en consideración cuáles son los sujetos, los lugares y
los instrumentos a disposición. En este sentido, reconocemos una inclusión
recíproca entre pastoral juvenil y pastoral vocacional, aun siendo
conscientes de las diferencias. No se tratará de una panorámica exhaustiva,
sino de indicaciones que se deben completar sobre la base de las
experiencias de cada Iglesia local.
1. Caminar con los jóvenes
Acompañar a los jóvenes exige salir de los propios esquemas
preconfeccionados, encontrándolos allí donde están, adecuándose a sus
tiempos y a sus ritmos; significa también tomarlos en serio en su dificultad
para descifrar la realidad en la que viven y para transformar un anuncio
recibido en gestos y palabras, en el esfuerzo cotidiano por construir la
propia historia y en la búsqueda más o menos consciente de un sentido para
sus vidas.
Cada domingo los cristianos mantienen viva la memoria de Jesús muerto y
resucitado, encontrándolo en la celebración de la Eucaristía. Muchos niños
son bautizados en la fe de la Iglesia y continúan el camino de la iniciación
cristiana. Esto, sin embargo, no equivale aún a una elección madura de una
vida de fe. Para ello es necesario un camino, que a veces también pasa a
través de vías imprevisibles y alejadas de los lugares habituales de las
comunidades eclesiales. Por esto, como ha recordado el Papa Francisco, «la
pastoral vocacional es aprender el estilo de Jesús, que pasa por los lugares
de la vida cotidiana, se detiene sin prisa y, mirando a los hermanos con
misericordia, les lleva a encontrarse con Dios Padre» (Discurso a los
participantes en el Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016).
Caminando con los jóvenes se edifica la entera comunidad cristiana.
Precisamente porque se trata de interpelar la libertad de los jóvenes, hay
que valorizar la creatividad de cada comunidad para construir propuestas
capaces de captar la originalidad de cada uno y secundar su desarrollo. En
muchos casos se tratará también de aprender a dar espacio real a la novedad,
sin sofocarla en el intento de encasillarla en esquemas predefinidos: no
puede haber una siembra fructífera de vocaciones si nos quedamos simplemente
cerrados en el «cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”», sin
«ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades» (Evangelii gaudium, 33). Tres verbos, que en los Evangelios
connotan el modo en el que Jesús encuentra a las personas de su tiempo, nos
ayudan a estructurar este estilo pastoral: salir, ver y llamar.
Salir
Pastoral vocacional en este sentido significa acoger la invitación del Papa
Francisco a salir, en primer lugar, de esas rigideces que hacen que sea
menos creíble el anuncio de la alegría del Evangelio, de los esquemas en los
que las personas se sienten encasilladas y de un modo de ser Iglesia que a
veces resulta anacrónico. Salir es también signo de libertad interior
respecto a las actividades y a las preocupaciones habituales, a fin de
permitir a los jóvenes ser protagonistas. Encontrarán atractiva a la
comunidad cristiana cuanto más la experimenten acogedora hacia la
contribución concreta y original que pueden aportar.
Ver
Salir hacia el mundo de los jóvenes requiere la disponibilidad para pasar
tiempo con ellos, para escuchar sus historias, sus alegrías y esperanzas,
sus tristezas y angustias, compartiéndolas: esta es la vía para inculturar
el Evangelio y evangelizar toda cultura, también la juvenil. Cuando los
Evangelios narran los encuentros de Jesús con los hombres y las mujeres de
su tiempo, destacan precisamente su capacidad de detenerse con ellos y el
atractivo que percibe quien cruza su mirada. Esta es la mirada de todo
auténtico pastor, capaz de ver en la profundidad del corazón sin resultar
intruso o amenazador; es la verdadera mirada del discernimiento, que no
quiere apoderarse de la conciencia ajena ni predeterminar el camino de la
gracia de Dios a partir de los propios esquemas.
Llamar
En los relatos evangélicos la mirada de amor de Jesús se transforma en una
palabra, que es una llamada a una novedad que se debe acoger, explorar y
construir. Llamar quiere decir, en primer lugar, despertar el deseo, mover a
las personas de lo que las tiene bloqueadas o de las comodidades en las que
descansan. Llamar quiere decir hacer preguntas a las que no hay respuestas
preconfeccionadas. Es esto, y no la prescripción de normas que se deben
respetar, lo que estimula a las personas a ponerse en camino y encontrar la
alegría del Evangelio.
2. Sujetos
Todos los jóvenes, sin excepción
Para la pastoral los jóvenes son sujetos y no objetos. A menudo, de hecho,
son tratados por la sociedad como una presencia inútil o incómoda: la
Iglesia no puede reproducir esta actitud, porque todos los jóvenes, sin
excepción, tienen el derecho a ser acompañados en su camino.
Además, cada comunidad está llamada a prestar atención especial sobre todo a
los jóvenes pobres, marginados y excluidos, y a convertirlos en
protagonistas. Ser cercanos a los jóvenes que viven en condiciones de mayor
pobreza y dificultad, violencia y guerra, enfermedad, discapacidad y
sufrimiento es un don especial del Espíritu, capaz de hacer resplandecer el
estilo de una Iglesia en salida. La misma Iglesia está llamada a aprender de
los jóvenes: de ello dan un testimonio luminoso muchos jóvenes santos que
continúan siendo fuente de inspiración para todos.
Una comunidad responsable
Toda la comunidad cristiana debe sentirse responsable de la tarea de educar
a las nuevas generaciones y debemos reconocer que son muchas las figuras de
cristianos que la asumen, empezando por quienes se comprometen dentro de la
vida eclesial. También deben apreciarse los esfuerzos de quien testimonia la
vida buena del Evangelio y la alegría que de ella brota en los lugares de la
vida cotidiana. Por último, deben valorizarse las oportunidades de
implicación de los jóvenes en los organismos de participación de las
comunidades diocesanas y parroquiales, empezando por los consejos
pastorales, invitándoles a contribuir con su creatividad y acogiendo sus
ideas aunque parezcan provocadoras.
En todas las partes del mundo existen parroquias, congregaciones religiosas,
asociaciones, movimientos y realidades eclesiales capaces de proyectar y
ofrecer a los jóvenes experiencias de crecimiento y de discernimiento
realmente significativas. A veces esta dimensión proyectiva deja espacio a
la improvisación y a la incompetencia: es un riesgo del cual defenderse
tomando cada vez más en serio la tarea de pensar, concretizar, coordinar y
realizar la pastoral juvenil de modo correcto, coherente y eficaz. Aquí
también se impone la necesidad de una preparación específica y continua de
los formadores.
Las figuras de referencia
El rol de adultos dignos de confianza, con quienes entrar en alianza
positiva, es fundamental en todo camino de maduración humana y de
discernimiento vocacional. Se necesitan creyentes con autoridad, con una
clara identidad humana, una sólida pertenencia eclesial, una visible
cualidad espiritual, una vigorosa pasión educativa y una profunda capacidad
de discernimiento. A veces, por el contrario, adultos sin preparación e
inmaduros tienden a actuar de manera posesiva y manipuladora, creando
dependencias negativas, fuertes malestares y graves contratestimonios, que
pueden llegar hasta el abuso.
Para que haya figuras creíbles, debemos formarlas y sostenerlas,
proporcionándoles también mayores competencias pedagógicas. Esto vale en
particular para quienes tienen confiada la tarea de acompañantes del
discernimiento vocacional en vista del ministerio ordenado y de la vida
consagrada.
Padres y familia: dentro de cada comunidad cristiana se debe reconocer el
insustituible rol educativo desempeñado por los padres y por otros
familiares. Son en primer lugar los padres, dentro de la familia, quienes
expresan cada día en el amor que los une entre sí y con sus hijos el cuidado
de Dios por cada ser humano. En este sentido son valiosas las indicaciones
ofrecidas por el Papa Francisco en un específico capítulo de Amoris laetitia
(cfr. 259-290).
Pastores: el encuentro con figuras ministeriales, capaces de implicarse
realmente en el mundo juvenil dedicándole tiempo y recursos, gracias también
al generoso testimonio de mujeres y hombres consagrados, es decisivo para el
crecimiento de las nuevas generaciones. Lo recordó también el Papa
Francisco: «Se lo pido especialmente a los pastores de la Iglesia, a los
obispos y a los sacerdotes: sois los responsables principales de la vocación
sacerdotal y cristiana, y esta tarea no puede ser relegada a una oficina
burocrática. Vosotros también habéis experimentado un encuentro que cambió
vuestra vida, cuando otro sacerdote… hizo sentir la belleza del amor de
Dios.Haced lo mismo vosotros, saliendo,escuchando a los jóvenes – hace falta
paciencia –podéis orientar sus pasos» (Discurso a los participantes en el
Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016).
Docentes y otras figuras educativas: muchos docentes católicos están
comprometidos como testigos en las universidades y en las escuelas de todo
orden y grado; en el mundo del trabajo muchos están presentes con
competencia y pasión; en la política muchos creyentes tratan de ser fermento
de una sociedad más justa; en el voluntariado civil muchos se dedican a
trabajar por el bien común y por el cuidado de la creación; en la animación
del tiempo libre y del deporte muchos están comprometidos con entusiasmo y
generosidad. Todos ellos dan testimonio de vocaciones humanas y cristianas
acogidas y vividas con fidelidad y compromiso, suscitando en quien los ve el
deseo de hacer lo mismo: responder con generosidad a la propia vocación es
el primer modo de hacer pastoral vocacional.
3. Lugares
La vida cotidiana y el compromiso social
Convertirse en adultos significa aprender a gestionar con autonomía
dimensiones de la vida que son al mismo tiempo fundamentales y cotidianas:
la utilización del tiempo y del dinero, el estilo de vida y de consumo, el
estudio y el tiempo libre, el vestido y la comida, y la vida afectiva y la
sexualidad. Este aprendizaje, al que los jóvenes se enfrentan
inevitablemente, es la ocasión para poner orden en la propia vida y en las
propias prioridades, experimentando caminos de elección que pueden
convertirse en una escuela de discernimiento y consolidar la propia
orientación con vistas a las decisiones más importantes: la fe, cuanto más
auténtica es, tanto más interpela a la vida cotidiana y se deja interpelar
por ella. Merecen una mención particular las experiencias, a menudo
difíciles o problemáticas, de la vida laboral o a las de falta de trabajo:
estas también son ocasión para acoger o profundizar la propia vocación.
Los pobres gritan y junto con ellos la tierra: el compromiso de escuchar
puede ser una ocasión concreta de encuentro con el Señor y con la Iglesia y
de descubrimiento de la propia vocación. Como enseña el Papa Francisco, las
acciones comunitarias con las que se cuida de la casa común y de la calidad
de vida de los pobres «cuando expresan un amor que se entrega, pueden
convertirse en intensas experiencias espirituales» (Laudato si’, 232) y, por
lo tanto, también en ocasión de caminos y de discernimiento vocacional.
Los ámbitos específicos de la pastoral
La Iglesia ofrece a los jóvenes lugares específicos de encuentro y de
formación cultural, de educación y de evangelización, de celebración y de
servicio, colocándose en primera línea para dar una acogida abierta a todos
y a cada uno. El desafío para estos lugares y para quienes los animan es
proceder cada vez más en la lógica de la construcción de una red integrada
de propuestas, y asumir en el proprio modo de obrar el estilo de salir, ver
y llamar.
- A nivel mundial destacan las Jornadas Mundiales de la Juventud. También
Conferencias Episcopales y Diócesis sienten cada vez más su deber de ofrecer
eventos y experiencias específicas para los jóvenes.
- Las Parroquias ofrecen espacios, actividades, tiempo e itinerarios para
las jóvenes generaciones. La vida sacramental ofrece ocasiones fundamentales
para crecer en la capacidad de acoger el don de Dios en la propia existencia
e invita a la participación activa en la misión eclesial. Un signo de la
atención al mundo de los jóvenes son los centros juveniles y los oratorios.
- Las universidades y las escuelas católicas, con su valioso servicio
cultural y formativo, son otro instrumento de presencia de la Iglesia entre
los jóvenes.
- Las actividades sociales y de voluntariado ofrecen la oportunidad de
implicarse en el servicio generoso; el encuentro con personas que
experimentan pobreza y exclusión puede ser una ocasión favorable de
crecimiento espiritual y de discernimiento vocacional: también desde este
punto de vista los pobres son maestros, mejor dicho, portadores de la buena
noticia de que la fragilidad es el lugar donde se vive la experiencia de la
salvación.
- Las asociaciones y los movimientos eclesiales, pero también muchos lugares
de espiritualidad, ofrecen a los jóvenes serios itinerarios de
discernimiento; las experiencias misioneras se convierten en momentos de
servicio generoso y de intercambio fecundo; el redescubrimiento de la
peregrinación como forma y estilo de camino resulta válido y prometedor; en
muchos contextos la experiencia de la piedad popular sostiene y nutre la fe
de los jóvenes.
- Ocupan un lugar de importancia estratégica los seminarios y las casas de
formación, que también a través de una intensa vida comunitaria, deben
permitir a los jóvenes que acogen vivir la experiencia que les hará a su vez
ser capaces de acompañar a otros.
El mundo digital
Por las razones ya recordadas, merece una mención particular el mundo de los
new media, que sobre todo para las jóvenes generaciones se ha convertido
realmente en un lugar de vida; ofrece muchas oportunidades inéditas,
especialmente en lo que se refiere al acceso a la información y a la
construcción de relaciones a distancia, pero también presenta riesgos (por
ejemplo el ciberacoso, los juegos de azar, la pornografía, las insidias de
los chat room, la manipulación ideológica, etc.). Pese a las muchas
diferencias entre las distintas regiones, la comunidad cristiana continúa
construyendo su presencia en este nuevo areópago, donde los jóvenes tienen
sin duda algo que enseñarle.
4. Instrumentos
Los lenguajes de la pastoral
A veces nos damos cuenta que entre el lenguaje eclesial y el de los jóvenes
se abre un espacio difícil de colmar, aunque hay muchas experiencias de
encuentro fecundo entre las sensibilidades de los jóvenes y las propuestas
de la Iglesia en ámbito bíblico, litúrgico, artístico, catequético y
mediático. Soñamos con una Iglesia que sepa dejar espacios al mundo juvenil
y a sus lenguajes, apreciando y valorando la creatividad y los talentos.
En particular, reconocemos en el deporte un recurso educativo con grandes
oportunidades, y en la música y en las otras expresiones artísticas un
lenguaje expresivo privilegiado que acompaña el camino de crecimiento de los
jóvenes.
El cuidado educativo y los itinerarios de evangelización
En la acción pastoral con los jóvenes, donde es necesario poner en marcha
procesos más que ocupar espacios, descubrimos, en primer lugar, la
importancia del servicio al crecimiento humano de cada uno y de los
instrumentos pedagógicos y formativos que pueden sostenerlo. Entre
evangelización y educación se constata una fecunda relación genética que, en
la realidad contemporánea, debe tener en cuenta la gradualidad de los
caminos de maduración de la libertad.
Respecto al pasado, debemos acostumbrarnos a itinerarios de acercamiento a
la fe cada vez menos estandarizados y más atentos a las características
personales de cada uno: junto a los que continúan siguiendo las etapas
tradicionales de la iniciación cristiana, muchos llegan al encuentro con el
Señor y con la comunidad de los creyentes por otra vía y en edad más
avanzada, por ejemplo a partir de la práctica de un compromiso con la
justicia, o del encuentro en ámbitos extraeclesiales con alguien capaz de
ser testigo creíble. El desafío para las comunidades es resultar acogedoras
para todos, siguiendo a Jesús que sabía hablar con judíos y samaritanos, con
paganos de cultura griega y ocupantes romanos, comprendiendo el deseo
profundo de cada uno de ellos.
Silencio, contemplación y oración
Por último, y sobre todo, no hay discernimiento sin cultivar la familiaridad
con el Señor y el diálogo con su Palabra. En particular, la Lectio Divina es
un método valioso que la tradición de la Iglesia nos ofrece.
En una sociedad cada vez más ruidosa, que propone una superabundancia de
estímulos, un objetivo fundamental de la pastoral juvenil vocacional es
ofrecer ocasiones para saborear el valor del silencio y de la contemplación
y formar en la relectura de las propias experiencias y en la escucha de la
conciencia.
5. María de Nazaret
Encomendemos a María este camino en el que la Iglesia se interroga sobre
cómo acompañar a los jóvenes a acoger la llamada a la alegría del amor y a
la vida en plenitud. Ella, joven mujer de Nazaret, que en cada etapa de su
existencia acoge la Palabra y la conserva, meditándola en su corazón (cfr.
Lc 2,19), fue la primera en recorrer este camino.
Cada joven puede descubrir en la vida de María el estilo de la escucha, la
valentía de la fe, la profundidad del discernimiento y la dedicación al
servicio (cfr. Lc 1,39-45). En su “pequeñez”, la Virgen esposa prometida a
José, experimenta la debilidad y la dificultad para comprender la misteriosa
voluntad de Dios (cfr. Lc 1,34). Ella también está llamada a vivir el éxodo
de sí misma y de sus proyectos, aprendiendo a entregarse y a confiar.
Haciendo memoria de las «cosas grandes» que el Todopoderoso ha realizado en
Ella (cfr. Lc 1,49), la Virgen no se siente sola, sino plenamente amada y
sostenida por el “No temas” del ángel (cfr. Lc 1,30). Consciente de que Dios
está con ella, María abre su corazón al “Heme aquí” y así inaugura el camino
del Evangelio (cfr. Lc 1,38). Mujer de la intercesión (cfr. Jn 2,3), frente
a la cruz del Hijo, unida al “discípulo amado”, acoge nuevamente la llamada
a ser fecunda y a generar vida en la historia de los hombres. En sus ojos
cada joven puede redescubrir la belleza del discernimiento, en su corazón
puede experimentar la ternura de la intimidad y la valentía del testimonio y
de la misión.
CUESTIONARIO
El objetivo del Cuestionario (colabora
con
el cuestionario digital) es ayudar a los Organismos a quienes
corresponde responder a expresar su comprensión del mundo juvenil y a leer
su experiencia de acompañamiento vocacional, a efectos de la recopilación de
elementos para la redacción del Documento de trabajo o Instrumentum laboris.
Con el fin de tener en cuenta las diferentes situaciones continentales, se
han inserido, después de la pregunta n. 15, tres preguntas específicas para
cada área geográfica, a las que están invitados a responder los Organismos
interesados.
Para hacer este trabajo más fácil y sostenible, se ruega a los respectivos
Organismos que respondan, indicativamente, con una página para los datos,
siete u ocho páginas para la lectura de la situación y una página para cada
una de las tres experiencias que se quiere compartir. Si es necesario y se
desea, se podrán adjuntar otros textos para apoyar o completar este dossier
sintético.
1. Recoger los datos
Por favor, indíquense si es posible las fuentes y los años de referencia.
Pueden anexarse otros datos sintéticos a disposición que parezcan relevantes
para comprender mejor la situación de los diferentes países.
- Número de habitantes en el país/en los países y la tasa de natalidad.
- Número y porcentaje de jóvenes (16-29 años) en el país/en los países.
- Número y porcentaje de católicos en el país/en los países.
- Edad media (en los últimos cinco años) para contraer matrimonio
(distinguiendo entre hombres y mujeres), para ingresar en el seminario y
para entrar en la vida consagrada (distinguiendo entre hombres y mujeres).
- En el grupo de edad de 16-29 años, el porcentaje de: estudiantes,
trabajadores (si es posible especificar los ámbitos), desempleados y NEET
(not in education, employment or training).
2. Leer la situación
a) Jóvenes, Iglesia y sociedad
Estas preguntas se refieren tanto a los jóvenes que frecuentan los ambientes
eclesiales, como a los que están más alejados o ajenos.
46. ¿De qué modo escucháis la realidad de los jóvenes?
47. ¿Cuáles son hoy los principales desafíos y cuáles son las oportunidades
más significativas para los jóvenes de vuestro país/de vuestros países?
48. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no
institucionales, tienen más éxito en ámbito eclesial, y por qué?
49. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no
institucionales, tienen más éxito fuera del ámbito eclesial, y por qué?
50. ¿Qué piden concretamente hoy los jóvenes de vuestro país/es a la
Iglesia?
51. En vuestro país/es, ¿qué espacios de participación tienen los jóvenes en
la vida de la comunidad eclesial?
52. ¿Cómo y dónde podéis encontrar jóvenes que no frecuentan vuestros
ambientes eclesiales?
b) La pastoral juvenil vocacional
53. ¿Cuál es la implicación de las familias y las comunidades en el
discernimiento vocacional de los jóvenes?
54. ¿Cuáles son las contribuciones a la formación en el discernimiento
vocacional por parte de escuelas y universidades o de otras instituciones
formativas (civiles o eclesiales)?
55. ¿De qué modo tenéis en cuenta el cambio cultural causado por el
desarrollo del mundo digital?
56. ¿De qué modo las Jornadas Mundiales de la Juventud u otros eventos
nacionales o internacionales pueden entrar en la práctica pastoral
ordinaria?
57. ¿De qué modo en vuestras Diócesis se proyectan experiencias y caminos de
pastoral juvenil vocacional?
c) Los acompañantes
58. ¿Cuánto tiempo y espacio dedican los pastores y los otros educadores al
acompañamiento espiritual personal?
59. ¿Qué iniciativas y caminos de formación son puestos en marcha por los
acompañantes vocacionales?
60. ¿Qué acompañamiento personal se propone en los seminarios?
d) Preguntas específicas por áreas geográficas
ÁFRICA
j. ¿Qué visiones y estructuras de pastoral juvenil vocacional responden
mejor a las necesidades de vuestro continente?
k. ¿Cómo interpretáis la “paternidad espiritual” en contextos donde se crece
sin la figura paterna? ¿Qué formación ofrecéis?
l. ¿Cómo conseguís comunicar a los jóvenes que son necesarios para construir
el futuro de la Iglesia?
AMÉRICA
j. ¿De qué modo vuestras comunidades se hacen cargo de los jóvenes que
experimentan situaciones de violencia extrema (guerrillas, bandas, cárcel,
drogodependencia, matrimonios forzados) y los acompañan a lo largo de
trayectorias de vida?
k. ¿Qué formación ofrecéis para sostener el compromiso de los jóvenes en el
ámbito sociopolítico con vistas al bien común?
l. En contextos de fuerte secularización, ¿qué acciones pastorales resultan
más eficaces para proseguir un camino de fe tras el camino de la iniciación
cristiana?
ASIA Y OCEANÍA
j. ¿Por qué y cómo ejercen atractivo sobre los jóvenes las propuestas
religiosas de agregación ofrecidas por realidades externas a la Iglesia?
k. ¿Cómo conjugar los valores de la cultura local con la propuesta
cristiana, valorando también la piedad popular?
l. ¿Cómo utilizáis en la pastoral los lenguajes juveniles, sobre todo los
medios de comunicación, el deporte y la música?
EUROPA
- ¿Cómo ayudáis a los jóvenes a mirar hacia el futuro con confianza y
esperanza a partir de la riqueza de la memoria cristiana de Europa?
- Los jóvenes a menudo se sienten descartados y rechazados por el sistema
político, económico y social en el que viven. ¿Cómo escucháis este potencial
de protesta para que se transforme en propuesta y colaboración?
- ¿En qué niveles la relación intergeneracional todavía funciona? ¿cómo
reactivarlo donde no funciona?
3. Compartir las prácticas
1. Enumerad los principales tipos de prácticas pastorales de acompañamiento
y discernimiento vocacional presentes en vuestras realidades.
2. Elegid tres prácticas que consideráis más interesantes y pertinente para
compartir con la Iglesia universal, y presentadlas según el siguiente
esquema (máximo una página por experiencia).
j) Descripción: Describid en pocas líneas la experiencia. ¿Quiénes son los
protagonistas? ¿Cómo se desarrolla la actividad? ¿Dónde? Etc.
k) Análisis: Evaluad, también en forma narrativa, la experiencia, para
comprender mejor los elementos significativos: ¿cuáles son los objetivos?
¿Cuáles son las premisas teóricas? ¿Cuáles son las intuiciones más
interesantes? ¿Cómo han evolucionado? Etc.
l) Evaluación: ¿Cuáles son los objetivos alcanzados y los no alcanzados?
¿Los puntos fuertes y los débiles? ¿Cuáles son las consecuencias a nivel
social, cultural y eclesial? ¿Por qué y en qué la experiencia es
significativa / formativa? Etc.
Jóven: ¡Colabora!