Misterios del Rosario Comentados por Juan Tauler
LA ANUNCIACIÓN
Todo aquello que debe recibir, debe de ser puro, limpio y vacío. Es por eso
que debes callarte: entonces el Verbo de este nacimiento podrá ser
pronunciado en ti y podrás escucharlo; pero estáte bien seguro de que si tú
quieres hablar, él debe callar.
No hay mejor manera de servir al Verbo más que callándose y escuchándole.
Si, por lo tanto, tu sales completamente de ti mismo, Dios entrará todo
entero; tanto como tu salgas, tanto él entra, ni más ni menos. Esta paz no
puede, es cierto, reinar siempre en ti. Pero es por ella, sin embargo, por
la que tu llegarás a ser madre espiritual de este nacimiento. Una madre así
debe a menudo establecer en ella este pleno silencio, con el fin de
habituarse a hacerlo; el hábito le dará una cierta maestría, porque aquello
que no es nada para un hombre ejercitado parece completamente imposible al
novicio inexperto. Es, en efecto, el hábito el que da la maestría.
La fecundidad de María es aquí la imagen de la fecundidad de toda alma que
acepta hacer silencio en ella para recibir plenamente la Palabra de Dios,
como María ha recibido el mensaje del Angel. Esta escucha pasiva puede
parecer muy fácil; en realidad exige una gran ascesis. Esta escucha hace
desaparecer nuestro yo y todas sus pretensiones para concentrarse en un
Otro, de tal manera mayor, que nuestros pensamientos desfallecen ante El.
Pero en este silencio, el alma es misteriosamente tocada por Dios y se
transforma en El. Del fondo del ser brota entonces una vida nueva, bendición
para aquel o aquella que ora así y para toda la Iglesia.
LA VISITACIÓN
Las personas nobles y vivas, ellas, permanecen por el contrario en la vida,
sienten interiormente la vida, son instruidas por la vida interior y por la
verdad. Y aquello que les llega de divino, del exterior, despierta la vida
interior estimulando ahí una inclinación, un amor, una complacencia cuyo
objeto está totalmente en el interior y en ninguna otra parte. Permanecen en
el reino interior, es ahí donde está el bien que ellos degustan, están ahí
las cosas que deben permanecer escondidas a aquellos que no llegan a ese
lugar. La luz brilla aquí, es aquí donde se entra en el reino por la
verdadera puerta y no por una puerta escondida sino por la vía directa. Los
grandes doctores de París leen gruesos libros, hojean las páginas; eso está
muy bien, pero las personas de vida interior leen el libro vivo en el que
todo es vida, ellos recorren el cielo y la tierra leyendo ahí la obra
maravillosa de Dios.
Es eso lo que hacen María e Isabel, la una ayudando a la otra a releer su
vida dando gracias a Dios. Cuando María constata que el Señor ha hecho por
ella grandes cosas, es a esta obra maravillosa a la que ella hace alusión,
no a alguna cosa que sería un bien propio. Isabel, ella, alaba la fe que
permite a Dios operar sus maravillas. La fe, en efecto, reconoce el dedo de
Dios, porque, interiormente, está afinada con El. Busquemos entonces esta
vida interior que nos afina con el Dios vivo y nos enseña la alabanza, y si
nos hace falta también echar un vistazo a los libros de París, que no sea
para discutir vanamente y protegernos poniendo el amor a distancia, sino
solamente para armonizar también nuestra inteligencia al misterio del cual
percibimos interiormente su realidad.
EL NACIMIENTO
Se festeja hoy, en la santa cristiandad, un triple nacimiento en el que cada
cristiano debería encontrar un gozo y una dicha tan grandes que le pusieran
fuera de si mismo; hay razones para entrar en transportes de amor, de
gratitud y de alegría; un hombre que no sintiera nada de eso debería
temblar. El primero y el más sublime nacimiento es el del Hijo único
engendrado por el Padre celeste en la esencia divina, en la distinción de
las personas. El segundo nacimiento festejado hoy es el que se realiza por
una madre que en su fecundidad guardó la absoluta pureza de su virginal
castidad. El tercero es aquel por el cual Dios, todos los días y a todas
horas, nace en verdad, espiritualmente, por la gracia y el amor, en una
buena alma. Tales son los tres nacimientos que se celebran hoy con tres
misas.
Se canta la tercera misa en pleno día. Este es su Introito: Puer natus est
nobis et filius datus es nobis. - Un niño nos ha nacido y un hijo se nos ha
dado. Nos hace pensar en el muy amable nacimiento que, todos los días y en
cada instante, debe realizarse y se realiza en cada alma buena y santa. (En
efecto, si ella tiene a bien poner ahí una amorosa atención; ya que para
sentir en nosotros este nacimiento y tomar conciencia de él, es necesaria
una concentración y un repliegue de todas nuestras facultades). Entonces, en
este nacimiento, Dios se nos hace tan nuestro, se nos da en tal propiedad,
que nadie nunca ha tenido nada en tan íntima posesión. El texto no nos dice:
Un niño ha nacido; un hijo se nos ha dado. El es nuestro, completamente
nuestro, más que ningún otro, bien nuestro. Nace él cada instante y sin
pausa en nosotros.
En efecto Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios, como dice la
más antigua tradición patrística. Si él ha nacido en nuestra historia, es
para nacer en cada uno de nosotros cuando lo acojamos y aceptemos dejarle
transformar nuestras vidas. Pero este nacimiento no es en primer lugar una
exigencia, es un don, don del Padre que ha amado tanto al mundo que le ha
dado a su Hijo, don del Hijo que viene a compartir nuestra condición y a
establecernos en una intimidad cotidiana y familiar con él. Si la
generosidad de Dios, su ambición para nosotros, nos da vértigo, miremos al
niño pequeño en el pesebre, tan frágil y desprotegido, y dejémonos
domesticar.
LA PRESENTACIÓN
Considerar ahora el carácter y el oficio que hacen que un sacerdote sea
sacerdote. El oficio de sacerdote, por el cual un hombre es y se llama
sacerdote, consiste en ofrecer por el pueblo el Hijo único a su Padre del
cielo.
Pero de una manera espiritual –que realiza verdaderamente el sacerdote y por
la cual el sacerdote existe (lo que pertenece propiamente al cargo
sacerdotal, es el sacrificio)– de una manera espiritual decía, una mujer
puede ofrecer este sacrificio tan bien como un hombre, y esto cuando ella lo
quiera, de noche o de día. Debe ella entonces penetrar en el Sancta
Sanctorum y dejar fuera todo lo vulgar. Debe entrar sola, es decir entrar en
ella misma, con un espíritu recogido y allí, habiendo dejado fuera todas las
cosas sensibles, debe ofrecer al Padre del Cielo el muy amable sacrificio,
su Hijo predilecto, con todas sus obras, sus palabras, con todos sus
sufrimientos y su santa vida, para todo lo que ella desea y con todas sus
intenciones, debe ella, con una gran devoción, englobar en esta plegaria a
todos los hombres, los pobres pecadores, los justos y los prisioneros del
Purgatorio. Es esa una práctica muy eficaz.
Esta ofrenda de Cristo al Padre, María la ha realizado la primera en el
Templo de Jerusalén. Por este gesto ella reconoce a la vez que el niño que
tiene en sus brazos pertenece en primer lugar al Padre y no a ella, y
también ofreciéndolo con todo lo que será su vida, ella nos ofrece a
nosotros mismos, que somos miembros de Cristo, se ofrece ella a si misma, y
ora por la humanidad entera; nosotros también podemos en nuestra plegaria
ofrecer así el Cristo a Dios para la salvación del mundo, ofreciéndonos
nosotros mismos con todas las etapas gozosas o dolorosas de nuestro camino.
Para esta ofrenda, podemos situarnos en María, en sus maternales manos, en
su experiencia del misterio de Dios.
EL NIÑO ENCONTRADO EN EL TEMPLO
¡Hijos míos! Vigilar en ese fondo que hay en vosotros, y no busquéis más que
el reino de Dios y su justicia; es decir no busquéis mas que a Dios, que es
el verdadero reino. Es este reino el que deseamos y que cada hombre pide
todos los días en el Pater noster. ¡Hijos míos! El Pater noster es una
oración muy elevada y muy potente. Vosotros no sabéis lo que pedís. Dios es
su propio reino. Es en este reino donde reinan todas las criaturas
razonables; es el término de sus movimientos y de sus inspiraciones. Es Dios
quien es el reino que nosotros pedimos, Dios mismo en toda su riqueza. En
este reino, Dios deviene nuestro Padre, y nos prueba su fidelidad paternal y
su potencia de padre. Por el hecho de que encuentra lugar en nosotros para
su operación, el nombre de Dios es santificado y magnificado y conocido. Su
santificación en nosotros, es que él pueda reinar y hacer su obra perfecta
en nosotros; es entonces cuando su voluntad se hace aquí en la tierra, como
allí alto en el Cielo. Es decir en nosotros como en él mismo, en el Cielo
que es él mismo.
Dios es su Reino, allí él es nuestro Padre y nos prueba su fidelidad. Jesús
en Jerusalén se reconoce como el hijo de este padre del que visita el
Templo. En adelante no cuenta ya nada más que estar en los asuntos de su
Padre, con gran desconcierto de sus padres que le buscaban en vano. Este
encuentro con el Padre tal como lo narra San Lucas está enmarcado por la
mención de la juventud de Jesús en Nazaret y por su crecimiento en estatura
y en gracia. Pero al final de la perícopa Lucas añade: y él les era sumiso.
Está claro que esta sumisión mencionada como un hecho nuevo tiene todo que
ver con la conciencia de Jesús de ser el Hijo del Padre. Su sumisión a sus
padres que no comprenden todavía el misterio de esta filiación está en la
línea de la adoración del Padre y de la obediencia a su voluntad. Es así
como Jesús se manifiesta como Reino de Dios y paz de Dios.
* * *
LA AGONÍA
Escuchad lo que es la experiencia de Cristo: su experiencia es que él ha
triunfado sobre las artimañas y sobre el diablo por la muerte más amarga y
más cruel que ningún hombre haya sufrido y que por esta muerte nos ha
liberado a todos. Es cuando él ha sido el más abandonado de todos los
hombres, cuando ha sido agradable a su Padre, cuando exclamaba: ¡Dios mio,
Dios mío por que me has abandonado! Porque él estaba en aquel momento más
abandonado y más amárgamente abandonado que nunca lo ha estado ningún santo;
abandono que ya había conocido cuando sudaba sangre en la montaña (de los
Olivos). Y sin embargo poseía al mismo tiempo, en cuanto a sus facultades
superiores, aquella de la que goza ahora, la divinidad que es él mismo. He
aquí la experiencia de Cristo. Es un arte que sobrepasaría todo arte, si el
hombre supiera privarse de toda consolación exterior e interior, vivir
abandonado; que no se desanime, sino que permanezca así en la igualdad de
alma de un perfecto abandono como Nuestro Señor cuando estaba abandonado.
Aquel que se mantenga con la más autentica solidez en este desasosiego y
esta ausencia de consuelo será el más agradable del Padre. En un hombre tal,
Dios reina y gobierna y, en el fuego de un tal hombre interior, nace la paz
esencial.
Esta es la ambición de los santos, saber soportar la privación de toda
consolación interior o exterior, sin desanimarse, en la certeza de ser
agradable al Padre, y de encontrar con Jesús la paz esencial, aquella que
llega al alma completamente vacía de ella misma. Jesús, en Getsemaní, no
encuentra el consuelo que buscaba legítimamente cerca de los suyos. No
encuentra tampoco la fuerza interior gracias a la cual ignoraba el miedo;
debe orar intensamente para salir del desánimo y asentir a la voluntad del
Padre. Esta Cruz, sobrepasa todas las Cruces que se pueden sufrir, este
amargo abandono lleva al hombre mucho más adelante hacia el fondo de la
verdad viva que toda emoción interior. Jesús dice: Padre, que tu voluntad
sea hecha y no la mía.
LA FLAGELACIÓN
Hoy es el día de la exaltación de la santa Cruz, cruz amable en la que ha
sido colgado por amor el Salvador del mundo entero. Es por la Cruz que
nosotros debemos ser regenerados al estado de alta nobleza en el que
estabamos en la eternidad; es a esta nobleza a la que, por el amor de esta
Cruz, nosotros renaceremos y seremos elevados de nuevo. Esta eminente
dignidad de la Cruz, no hay palabras para expresarla. Ahora bien, Nuestro
Señor ha dicho: Cuando haya sido elevado de la tierra, atraeré todo hacia
mi. Quiere decir con esto que él quiere atraer y atraer a él nuestros
corazones terrestres que están poseídos del amor de las criaturas. Quiere
atraer hacia él la sed que nosotros tenemos de gozos y de satisfacciones de
la tierra. Nuestra alma, bella y orgullosa, retenida por la complacencia que
ella toma en sí misma, por el amor de la satisfacción temporal de nuestra
sensibilidad, él querría atraerla toda entera hacia si mismo; si, para que
así él sea elevado en nosotros, y que crezca en nosotros y en nuestros
corazones; ya que para quien Dios siempre ha sido grande, todas las
criaturas son pequeñas y las cosas pasajeras, como nada.
El misterio de la Flagelación pone sobre todo en evidencia la futilidad de
nuestros apegos a los placeres de la carne, a nuestro cuerpo, a nuestro
confort, a nuestras comodidades. Jesús entrega su cuerpo al dolor
humillante, él, el Cordero, el Justo. El castigo que Pilatos le hace padecer
es tanto más odioso cuanto que él mismo acaba de constatar su inocencia. Es
el juez que busca disculparse haciendo golpear a Jesús. Pero Jesús recibe
los golpes "por nosotros para nuestra salvación". No se lee en el Evangelio:
Nadie puede servir a dos maestros, pues él odiará a uno y amará al otro; y
también; Si tu ojo es para ti un obstáculo, arráncatelo; y además; Donde
está tu tesoro está tu corazón. He aquí entonces, querido hijo, que parte de
tu corazón pertenece a Dios, si es él tu tesoro.
LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Pero he aquí que me acaban de decir: Señor, yo medito cada día la Pasión de
Nuestro Señor, como estaba él ante Pilatos, ante Herodes, en la columna y
aquí y allá; querido hijo, voy a instruirte. No debes considerar a tu Dios
como un puro hombre, sino contempla al Dios soberanamente grande, potente,
eterno, que de una palabra ha hecho el cielo y la tierra y que de una
palabra puede acabar con todo, el Dios transcendente, incongnoscible;
considera que es el Dios que ha querido reducirse así a nada para sus pobres
criaturas, y enrojécete entonces, tú, hombre mortal y pobre perro, de haber
pensado en el honor para tu provecho y tu orgullo; inclínate bajo la cruz de
donde quiera que ella te venga, del exterior o del interior. Curva tu alma
orgullosa bajo su corona de espinas y sigue a tu Dios crucificado con un
espíritu sumiso, en un verdadero desprecio de ti mismo, en todos los
aspectos, interiormente y exteriormente, puesto que tu Dios tan grande se ha
reducido así a nada, ha sido condenado por sus criaturas, crucificado y
muerto. Es así como debes, sufriendo pacientemente con toda humildad, imitar
su Pasión y amoldarte a ella. Eso es lo que no se hace. Cada uno piensa muy
bien en la Pasión de Nuestro Señor, pero con una amor casi apagado, ciego y
sin delicadeza; de manera que esta meditación y esta práctica quedan sin
resultado y no deciden a nadie a renunciar a sus comodidades, a su orgullo,
a su honor, a la satisfacción material de sus sentidos, y todos permanecen
tal y como estaban. ¡Ah, cuan la adorable Pasión lleva pocos frutos a estas
personas! El fruto se manifiesta en la imitación, en las realizaciones de la
vida, en las costumbres y en las obras.
LA CRUZ A CUESTAS
Hijos míos, no puede ser de otra manera, sea como sea: el hombre debe llevar
una Cruz, desde el momento que él desea devenir un hombre bueno y llegar a
Dios. Entonces es necesario siempre que él sufra, es necesario que sea
cargado de una Cruz cualquiera que sea; si se libera de una, le tocará otra.
No ha nacido todavía el hombre cuya bella palabra llegue a convencerte de
que no debes sufrir. Huye donde quieras, haz lo que quieras, puede que
durante algún tiempo Dios ponga bajo tu cruz sus adorables hombros y te
ayude a llevar tu fardo por su parte más pesada; y entonces el hombre se
siente tan libre y tan ligero, que le parece que no tiene ningún sufrimiento
que soportar y le parece que nunca ha sufrido: ni tiene él conciencia
entonces de ningún sufrimiento. Pero desde el momento en que Dios se
desprende del fardo, este fardo permanece en el hombre con todo su peso,
toda su amargura, que parecen intolerables. Este fardo, Cristo lo ha llevado
el primero bajo su forma más penosa y de la manera más dolorosa; y, tras de
él, lo han llevado todos aquellos que han sido sus amigos mas queridos.
Simón de Cirene ayudó a Jesús a llevar su Cruz, pero hubo que empujarle.
Jesús que sabe el peso de una Cruz nos ayuda todavía a llevar la nuestra,
misericordiosamente y de buen grado. No temamos entonces de ponernos tras de
él, y de ayudar quizás, nosotros también, a llevar con Jesús la pesada Cruz
de tantos de nuestros hermanos humanos. Para este servicio nadie está
descalificado, incluso el pecado y nuestras frecuentes bajezas no deben
desanimarnos, ni nuestra debilidad. La vida para nosotros y nuestros
hermanos está al final de este camino y Jesús está con nosotros.
LA CRUCIFIXIÓN
La cabeza, finalmente, significa el amor. Cristo no tenía ningún sostén
sobre el cual hubiera podido apoyar la cabeza, tan abandonado estaba,
privado de consuelo, de amigos, de socorro; no tenía ningún sostén, sino
únicamente un desapego y un desamparo de Dios y de las criaturas, nada más
que esa soledad que expresa con las palabras: ¡Dios mío, Dios mío, por que
me has abandonado!. Su cabeza estaba sin ningún sostén.
Si el hombre tuviera la caridad, si disfrutara de Dios y si entonces
sintiera el deseo de entrar en este estado de abandono y degustar este
abandono exempto de todo consuelo, ¿qué podría entonces turbarle? Un hombre
virtuoso preguntaba a Nuestro Señor por que él permitía que sus amigos
sufrieran tan grandes tormentos. Recibió esta respuesta: El hombre está
siempre inclinado hacia los goces sensibles, goces perniciosos; es por eso
que yo obstruyo su camino con espinas para que sea yo el único objeto de
gozo. La cabeza, que significa por lo tanto la caridad, caía, no teniendo
sostén.
El hijo del hombre no tiene donde reposar la cabeza: ¡Que impresionante es
pensar en estas palabras de Jesús contemplándolo en la Cruz cuando inclina
la cabeza para entregar su espíritu! En su espíritu tampoco, Jesús no tiene
lugar donde reposar su corazón puesto que la presencia del Padre no le es
más sensible; en este desapego él comparte completamente y voluntariamente
nuestra condición de pecadores, salvo el pecado: Ahora bien, él ha dicho:
Cuando sea elevado de la tierra, atraeré todo hacia mí.
* * *
LA RESURRECCIÓN
Antes de su muerte, Nuestro Señor permitió a María Magdalena tocarle,
lavarle, limpiarle los pies y ponerle perfume en la cabeza: pero una vez
entrado en su inmortalidad; no quiso dejarse tocar de esta manera y dijo:
Noli me tangere. No me toques, no he subido todavía a mi Padre y a vuestro
Padre. Así en el primer estado, en el grado inferior, él se dejaba lavar,
limpiar, ungir, de manera sensible; en el segundo grado, él no le deja
hacerlo de ninguna manera (sensible), sino solamente de la manera como él
está con el Padre; él ha subido a los Cielos con todo lo que hay, se
descubre esto en el verdadero día, es ahí donde se descubre el juego de
amor, como el Hijo envía su amor al Padre, y como juntos, en la expansión de
este común amor, ellos espiran el Espíritu Santo. He aquí el verdadero día,
es aquí donde el verdadero amor nace con su verdadero carácter y su
verdadera nobleza, y todo esto debe hacerse por Jesucristo, como lo escribe
san Gregorio: per Dominum Jesum Christum. Sobre este mismo tema un ilustre
Padre de nuestra Orden escribían antaño a un Capítulo: La luz de Jesucristo
brilla en nuestro interior, más claramente que todos los soles no pueden
brillar en el Cielo.
El verdadero día, aquel que hizo el Señor, es para la fe un gran pasaje. No
conocemos nosotros a Jesús ya más según la carne. Todo lo que él ha sido
para nosotros sobre la tierra, él lo ha llevado a la gloria del cielo, para
comunicarle íntimamente a todos aquellos que vienen a pedírselo: su Padre es
nuestro Padre, su oración, nuestra oración, su amor, nuestro amor. Estamos
nosotros invitados a marchar sobre sus pasos, pero es él quién marcha en
nosotros: no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí y me abre al
mismo tiempo los horizontes inmensos del misterio trinitario. Ahí está
nuestra vida, conocida en el verdadero día.
LA ASCENSIÓN
Queridos hijos, puesto que nuestro maestro ha subido a los cielos, conviene
que los miembros sigan a su maestro y no cojan ninguna consolación ni morada
en este mundo, sino que sigan a su maestro con su amor y sus deseos, pasando
por el camino por donde él se ha ido tan penosamente. Ya que era necesario
que Cristo sufriera así para entrar en su gloria. Nosotros debemos seguir a
nuestro amable maestro que ha llevado el estandarte ante nosotros. Que cada
hombre tome su Cruz y le siga; y nosotros llegaremos donde él está. Lo mismo
que la piedra magnética atrae al hierro, así el amable Cristo atrae hacia él
a todos los corazones que ha tocado. El hierro tocado por la fuerza de la
piedra magnética es elevado por encima de su manera natural, sube siguiendo
la piedra, aunque sea contrario a su naturaleza; no tiene ya más reposo
hasta ser elevado por encima de si mismo. Hijos, es precisamente así como
todos los fondos tocados por la piedra magnética, que es Cristo, no retienen
ya más ni la alegría ni el sufrimiento; son ellos elevados por encima de si
mismos hasta él: olvidan toda su naturaleza propia y le siguen, y le siguen
tanto más puramente, verdaderamente, absolutamente y más fácilmente también,
cuanto que han sido noblemente tocados.
El misterio de la Ascensión, que es la culminación de la Resurrección, nos
lleva con el Señor al reino del Padre y nos cierra los caminos puramente
terrestres. Si habéis resucitado con Cristo, buscar las cosas de lo alto.
Pero esta elevación de nosotros mismos, esta subida se hace en la sede de
Cristo, es la fuerza de la Resurrección que nos lleva y nos atrae, como el
amor que Jesús tenía para el Padre le atraía sobre el camino de su Pasión.
No podemos en efecto encontrar a Cristo mas que en los caminos que él mismo
ha tomado: pobreza, abyección, desprecio. Aún cuando todos los maestros
estuviesen muertos y todos los libros quemados encontraríamos siempre en su
santa vida una enseñanza suficiente, ya que él mismo es la vía, no otra.
PENTECOSTÉS
Fueron todos colmados del Espíritu Santo y comenzaron a hablar de las
maravillas de Dios. Queridos hijos, es hoy el amable aniversario del día en
el que se nos ha dado el noble y precioso tesoro que había sido perdido para
nuestro perjuicio en el Paraíso terrestre, por el pecado y sobre todo por el
pecado de desobediencia. Desde entonces, todo el género humano estaba
condenado a la muerta eterna: el Espíritu Santo, que es un consolador,
estaba completamente perdido con todos sus dones y su consuelo; todos los
hombres habían fomentado la eterna cólera de Dios y estaban cautivos de la
muerte eterna. Nuestro Señor ha roto esas cadenas, el viernes santo, cuando
se dejo hacer prisionero, cargar de ataduras, y murió en la Cruz. Este día,
él ha realizado la plena reconciliación del hombre con su Padre celeste.
Pero en el día de Pentecostés, él ha confirmado esta reconciliación, y nos
ha dado el noble y precioso tesoro que había sido completamente perdido, es
decir el amable Espíritu Santo: la riqueza, la caridad y la plenitud, que
están en él (el Espíritu Santo), sobrepasan aquello que todos los corazones
y todas las inteligencias pueden esperar. ¿Y que hacer, para prepararse a
recibir al Espíritu Santo? Dejar al Espíritu mismo preparar los lazos y
recibirse en el hombre. Ya que el Espíritu hace dos cosas: él vacía al
hombre de todo lo que no es Dios y colma el vacío en la medida en que lo
hay. Es despertando el deseo de Dios como hace palidecer cualquier otro
deseo y como el Espíritu hace el vacío; nuestra colaboración es aquí una
pasividad, una suavidad bajo la acción de Dios, junto a una cierta
intransigencia frente a todo lo que nos separa de El.
Este amable Espíritu Santo es enviado a cada hombre, todas las veces y tan a
menudo como el hombre, con todas sus fuerzas, se separa de toda criatura y
se vuelve hacia Dios. Al instante mismo en el que el hombre hace esto,
enseguida el Espíritu Santo viene con todo su cortejo de dones y colma
enseguida todos los rincones y el fondo del alma. E inversamente, en el
momento y en el instante mismo en el que el hombre se vuelve voluntariamente
de Dios hacia las criaturas (bien sea hacia si mismo o hacia no importa que
criatura), enseguida el Espíritu Santo se va con toda su riqueza y todo su
tesoro. Además, cualquiera que sea la cosa a la que el hombre se aplica, si
él no lo hace en Dios o bajo su impulso, es siempre a él mismo al que busca.
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
Hijos míos, por muy alto que se suba, en esta vida, en sus practicas de
piedad, hay que reservar una hora a ofrecer a esta amabilísima Dama
alabanzas muy particulares y llenas de alegría, un dichoso servicio,
rogándole amablemente que nos conduzca, que nos ayude y que nos atraiga a su
Hijo bien amado. Hijos míos, su dignidad sobrepasa toda concepción, toda
medida. ¡Que maravilla! Ella ha llevado a su Dios y su Creador, en su seno y
en sus brazos; tenía ella con él las relaciones más envidiables, las mas
deleitosas y que sobrepasan todo sentimiento. No tenía la menor duda de que
este niño fuera Dios, estaba ella totalmente segura de eso; y sin embargo
podía tratarlo a su manera y, él, se comportaba con ella, como su hijo; no
obstante, durante toda su vida, su corazón en ella no ha encontrado un solo
instante, en esto, su reposo y su total satisfacción, sino que, sin cesar,
su alma subía y se elevaba hasta el abismo de Dios. En él solo estaba su
paz, en él estaba su herencia, su reposo, su morada.
Si nuestra Señora se encuentra con su cuerpo en la gloria del cielo, es que
desde su vida terrestre y a pesar de sus gracias excepcionales, ella no se
había apegado a ningún bien, espiritual o corporal, interior o exterior.
Estamos por lo tanto invitados, nosotros también, a no detenernos en los
dones de Dios, sino a buscar sin cesar al dador Mismo, nuestro único reposo.
Deja todas las cosas irse en polvo, disiparse con el fin de que no haya
complacencia más que solo en El. Por esta profunda pobreza interior,
participamos nosotros un poco en la pureza de María, en esta "ligereza" por
la cual ella no ponía ningún obstáculo a la gracia que la elevaba hasta
Dios. La Asunción comienza, como la Resurrección, en nuestra vida cotidiana
aquí abajo.
LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN
¿Qué es esta corona? ¿Qué es esta ilustre herencia? No es otra cosa que
Nuestro Señor Jesucristo; es él quien es la ilustre herencia, ya que él es
un heredero de su Padre y nosotros somos sus coherederos, como dice San
Pablo. El Hijo ha recibido del Padre todo lo que es, todo lo que tiene y
todo lo que puede; el Padre le ha puesto en su mano todas las cosas, las
cuales, el Hijo ha devuelto al Padre tan profundamente y con una generosidad
similar a como las había recibido, él no ha retenido para si mismo ni un
solo cabello; ya que solo quería la gloria del Padre, y no la del Hijo. Si
nosotros queremos que él llegue a ser nuestra ilustre herencia, debemos
entregar totalmente al Padre todo lo que somos, todo lo que tenemos y
podemos y todo lo que hemos recibido de él, sin guardar para nosotros, de
todo esto, ni la anchura de un cabello, interiormente o exteriormente, que
esto venga por intermediario o sin intermediario; deja este bien a aquel a
quien pertenece, no tomes nada para ti, y busca a Dios. Pero nuestros
miserables sentidos y nuestra naturaleza se apegan tan fácilmente, nuestros
malditos ojos son tan maliciosos, que acuden a buscar su propio bien en
todas las cosas. Y esto ensombrece mucho a esta brillante herencia. Ahí
donde retienes para ti el bien divino, haces de ello un bien creado y lo
ensombreces.
Este texto, que quiere ser una directiva para nosotros cuando Dios nos colma
de su gracia, puede ser leído también como un retrato de María, tal como
ella es cuando el señor la recibe definitivamente en su gloria, y la
"corona", manifestando la gracia eminente que está en ella. ¡Ave, llena de
gracia! ¡El Todopoderoso ha hecho grandes obras para mí, santo es su
nombre!. El ha puesto sus ojos sobre la humildad de su sierva. Sobre
nosotros también ha puesto sus ojos, y, con tal de que nosotros le dejemos
el campo libre, El hará en nosotros también grandes cosas, para nuestra
dicha y para su gloria.