Amar a la Virgen María ¿Por qué?
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¿Está usted fuera de la profecía?
Odio y amor, al extremo
El pasado 1 de junio, en la capital de Chile, a una estatua de la Virgen del Carmen, instalada en un mirador, le fue colocada en su base un objeto de plástico al que se le prendió fuego, quedando oscurecida con tizne. Mas no es el primer acto de odio de que es objeto dicha imagen: el año pasado los rostros de la Virgen y del Niño Dios, a quien ella carga en sus brazos, fueron rociados con pintura en spray negra. En 2008 fue quemada por completo la vestimenta de otra imagen de la Virgen del Carmen adentro de la Catedral de Santiago.
También en Perú se han dado recientemente hechos lamentables: el 11 de marzo un joven de la secta «Testigos de Jehová» destruyó la emblemática imagen de la Virgen de Fátima en el distrito Miraflores, de Lima. Tres días después, el 14 de marzo, una imagen de la Virgen del Carmen, ubicada en un parque, también en la capital de aquel país, fue despedazada. El 3 de mayo, en un poblado de la selva poblana, varios individuos ingresaron a un templo, rompiendo incluso algunas rejas para poder llegar hasta unas imágenes que luego decapitaron, entre ellas una de la Madre de Dios.
Uno de los atentados que más impactó fue el ocurrido en Estados Unidos, en May-wood, California, cuando varios individuos ingresaron por la noche a un templo y clavaron un cuchillo en pleno rostro de la imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de América. La Guadalupana ya había sido objeto de especial odio en México de parte de la izquierda y de la masonería, tanto que el 12 de noviembre de 1921 a la imagen original, la del Tepeyac, se le colocó una bomba a fin de destruirla —según historiadores, el atentado fue solicitado por el mismísimo presidente Álvaro Obregón, y también estuvo involucrada la CROM y su líder, el bolchevique Luis N. Morones—; aunque el artefacto estalló y hubo significativos daños alrededor, milagrosamente el ayate de san Juan Diego no sufrió daño.
Otro ejemplo de odio político es el que se vivió en Semana Santa en Sevilla, en 1932: la izquierda quería acabar con todas las procesiones, por lo que sólo una cofradía se atrevió a salir del templo, llevando su Cristo de las Aguas y la imagen de Nuestra Señora de la Estrella; pero un pelotón ya los esperaba y disparó contra la imagen de la Virgen.
También en Francia el odio se ha hecho sentir. El 27 de octubre de 2002 la capilla subterránea San Pío X, uno de los 22 lugares de culto emplazados en el santuario de la Virgen de Lourdes, tuvo que ser evacuada por una amenaza de bomba. El episodio se repitió en mayo de 2008,cuando el santuario recibió una llamada anónima que aseguraba que había cuatro bombas y que explotarían a las 3:00 de la tarde, razón por la que tuvieron que ser evacuados 30 mil fieles.
Hay más tipos de ataques marianos. El periodista español de formación protestante César Vidal, en su libro El mito de María, equipara la veneración a la Virgen María con el culto pagano a «Cibeles, Hera o Artemisa». En diciembre del año pasado la Iglesia Anglicana de Nueva Zelanda presentó un ofensivo cartel con una asustada Virgen María sujetando en sus manos una prueba de embarazo positiva. La organización anticatólica «Católicas por el Derecho a Decidir» ha usado en América estampas de la Virgen de Guadalupe para divulgar sus mensajes a favor del asesinato de los no nacidos. En un programa de televisión, el pastor protestante Eleazar Rodríguez, en compañía del conocido Cash Luna, comentando el pasaje bíblico del milagro de las bodas de Caná, dijo: «En este pasaje María... puede ser, no hay Escritura, no hay comentarios que puedan respaldar esto, pero puede ser que éste era su negocio [el vino]».
Son apenas unos ejemplos del desprecio que sufre la Santísima Virgen María en la Tierra. Algo que en realidad no sorprende pues Jesús advirtió a sus discípulos (y María es su más grande discípula) que serían odiados (cfr. Mt 10, 22).
A pesar de ello, también hay lugar para el amor. María es amada por muchos. En términos generales puede decirse que todo cristiano católico, por el mero hecho de serlo, ama a la Virgen; pero en la práctica no todos sienten dicho amor del mismo modo ni en la misma medida. Hay santos cuyo amor mariano ha sido tan intenso que raya en lo empalagoso a los ojos de los demás; sólo quien camina en zapatos como los de un san Alfonso María de Ligorio puede leer de corrido y sin mareo Las Glorias de María. ¿De dónde tanto amor? ¿Y cuál es el secreto de aquellos que pueden rezar el Rosario a diario sin distraer su atención ni un solo segundo de cada Avemaría? Que nos compartan la fórmula, porque el mundo aún no ama a la Santísima Virgen como podría, y mucho menos como su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, la ama.
D. R. G. B.
Invitación en «Las Glorias de María»
De san Alfonso María de Ligorio
Ámenla cuanto puedan —dice san Ignacio mártir—, que siempre María les amará más a los que la aman. Ámenla como un san Estanislao Kostka, que amaba tan tiernamente a esta su querida Madre que, hablando de ella, hacía sentir deseos de amarla a cuantos le oían. Él se había inventado nuevas palabras y títulos para celebrarla. ... Ámenla como B. Herman, que la llamaba esposa de sus amores... Ámenla como un san Felipe Neri, quien con sólo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso la llamaba «sus delicias». Ámenla como un san Buenaventura, que la llamaba no sólo su Señora y Madre, sino que, para demostrar la ternura del afecto que le tenía, llegaba a llamarla su corazón y su alma. Ámenla como... san Bernardo, que amaba tanto a esta dulce Madre que la llamaba «robadora de corazones»... Llámenla «su Inmaculada», como la llamaba san Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su Reina; y por eso, a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su enamorada. Ámenla cuanto un san Luis Gonzaga, que ardía tanto y siempre en amor a María, que sólo con oír el dulce nombre de su querida Madre al instante se le inflamaba el corazón y se le encendía el rostro a la vista de todos. ... Deseen hasta dar la vida como prueba de amor a María.
Las cinco blasfemias contra María, y su reparación
El 10 de diciembre de 1925, cuando sor Lucía de Fátima ya era monja, la Virgen se le apareció de nuevo, llevando con ella al Niño Dios. Ella le mostró a Lucía un Corazón que tenía en la mano, cercado de espinas, y al mismo tiempo Jesús Niño dijo: «Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre, que está cubierto por espinas que los hombres ingratos continuamente le clavan, sin haber quien haga un acto de reparación para arrancárselas».
Enseguida dijo la Santísima Virgen: «Mira, hija mía, mi Corazón, cercado de espinas, que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes. Tú , al menos, procura consolarme, y di que todos aquéllos que durante cinco meses, en el Primer Sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan 15 minutos de compañía meditando en los 15 misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de las almas».
Cuando los superiores de sor Lucía le preguntaron por qué el Señor pedía una devoción de cinco sábados y no de siete o nueve, ella se lo preguntó a Jesús, quien se le apareció de nuevo. Lucía lo cuenta así:
«Hallándome en la iglesia con el Señor durante una parte de la noche del 29 al 30 de mayo y hablando con Él..., he aquí lo que se me ha revelado: “Hija mía: el motivo es el siguiente: son cinco las clases de ofensas y blasfemias cometidas contra el Inmaculado Corazón de María:
“1º las blasfemias contra la Inmaculada Concepción,
“2º las blasfemias contra su Virginidad,
“ 3º las blasfemias contra la Maternidad Divina, negándose al mismo tiempo reconocerla como Madre de los hombres,
“4º las blasfemias de aquéllos que tratan públicamente de infundir en los corazones de los niños la indiferencia y el desprecio y hasta el odio hacia esta Madre Inmaculada,
“5º las ofensas de aquéllos que la ultrajan directamente en sus santas imágenes”».
Dudas y respuestas para el amor
María sólo es humana; ¿acaso al darle culto, alabándola y rezándole, no se le está tratando como a una «diosa»?
Hay quienes piensan que María es una mujer como cualquier otra; que si bien fue elegida para ser la que dio a luz a Jesucristo, ahí acabó toda su gracia. Por tanto, que darle veneración (honra) es caer en idolatría, algo que Dios detesta porque Él es un Dios celoso (cfr. Ex 20, 3-5).
Lo primero que habría que preguntarse es: ¿Puede Jesús, Dios del universo, sentirse celoso de que la gente ame y honre a su Madre? Claro que Él, siendo la Verdad misma (cfr. Jn 14, 6), no puede compartir con nadie la adoración que se le debe por el hecho de ser Dios (María, en cambio, no es una diosa). Pero Dios mismo la ama muchísimo, y la honra (venera) como criatura santa (Jn 12, 26: «Al que me sirve mi Padre lo honrará»; nadie ha dado mejor servicio a Jesús que María); más aún, como la criatura más santa de todas (Gn 3, 15:«Enemistad pondré entre ti [Satanás] y la Mujer»; María es esa Mujer que es totalmente contraria al Maligno, es decir, que no tiene pecado, que es santísima. Lc 1, 28: «Alégrate, llena de gracia», le dice el arcángel Gabriel; si está llena de gracia significa que no queda espacio para el pecado).
La Biblia misma enseña a alabar a María; lo hace a través de san Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1, 28). El mismo Espíritu Santo, que es Dios, hace que en voz alta santa Isabel alabe a María: «Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y exclamó con gran voz: ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?’» (Lc 1, 41-43). Es falso que alabar a alguien sea sinónimo de adorarlo o divinizarlo; hay ejemplos de alabanza en la Biblia dados a seres humanos; por ejemplo, a Judit (cfr. Jdt 15, 8-10).
Por otro lado, rezarle a la Virgen es pedirle que interceda a Dios por nosotros. La intercesión y la petición de intercesión son absolutamente bíblicas, practicadas desde la Iglesia primitiva: «Orad los unos por los otros» (Stgo 5, 16; cfr. Hch 12, 5; Rm 10, 1; II Co 9, 14; Ef 6, 18 ; Col 4, 3; I Ts 5, 25).
A quienes afirman que en esta oración de intercesión María ya no puede hacer nada porque ella está muerta, hay que recordarles lo que enseña Jesús: «¿No habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc 12, 26-27).
En el amor a María se corre el riesgo de que se la ame tanto como a Dios, o que Dios hasta sea olvidado, ¿no?
El verdadero amor a María, aun siendo intensísimo, no tiene por qué ser igual al amor que se tiene a Dios, y tampoco tiene por qué causar que Dios sea olvidado o desatendido; si tal cosa ocurriera, entonces sería un amor insano e idolátrico.
La Iglesia ama a María con un amor inmenso y sano, pero no en razón de María misma sino en razón de la relación de María con Dios. La ama porque es criatura de Dios, porque es Hija de Dios Padre, porque es Madre de Dios Hijo y porque es Esposa del Espíritu Santo (es por Él que ella concibió a Jesús). La ama porque ella es la elegida de Dios; por el «sí» que libremente dio para cooperar con el plan divino de la salvación; la ama porque está libre de pecado (como Adán y Eva, ella fue libre de pecar, pero no lo hizo por su gran amor a Dios); porque ella habla ante su Hijo a nuestro favor, incluso intercediendo cuando nadie se lo pide, como en las bodas de Caná; porque Dios, clavado en la Cruz, nos la entregó como Madre; porque ella aplastará la cabeza de la serpiente (Satanás) (cfr. Gn 3, 15); porque es reina del Cielo y de la Tierra (cfr. Ap 12, 1; ahí aparece en el Cielo investida con una corona de doce estrellas); porque siempre confió en Dios; porque ella sí supo permanecer a los pies de la Cruz.
A más amor hacia María, ella induce al hombre a amar más a Dios. De ahí el lema de san Marcelino Champagnat: «Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús». El Papa Pablo VI lo explica así: «El culto de María es culto introductorio, vamos a María para ir a Jesús».
¿No es mucha pretensión decir que es «Madre de Dios»? Dios no tiene principio, así que no tiene una mamá
En las sectas fundamentalistas suele diluirse la realidad de María al catalogarla simplemente como la madre de Jesús, queriendo con ello oponerse al dogma que afirma que María es Madre de Dios.
María ciertamente es madre de Jesús puesto que, desde el punto de vista puramente biológico, ella le heredó su material genético, ella lo llevó en su vientre y ahí le proporcionó todo lo que naturalmente el Señor necesitó para desarrollarse y poder nacer.
Pero como María es la madre de Jesús, también es la Madre de Dios, pues Jesús es Dios.
Decir que María llevó en su seno sólo la naturaleza humana de Jesús es un error; ninguna madre humana lleva en su vientre sólo la naturaleza humana de su hijo, sino que lleva a una persona humana completa, con su cuerpo y su alma. María llevó dentro a una persona completa, a Jesús con todo su cuerpo, alma y divinidad. Así, María es verdaderamente Madre de Dios.
Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, la llama «Madre de mi Señor» (cfr. Lc 1, 42); aquí «mi Señor» es claramente un sinónimo de «Dios». Y ya desde los primeros siglos del cristianismo la Iglesia comenzó a llamarla Theotokos, que significa «Madre de Dios».
Pero al decir que María es Madre de Dios no se pretende ni nunca se ha pretendido que ella sea anterior a Dios, ni tampoco que ella sea de naturaleza divina. Aun cuando ella desde su concepción está libre de todo pecado, incluido el Pecado Original, no se le está igualando a Dios (Adán y Eva al principio estaban libre de todo pecado, pero no por eso eran de naturaleza divina, no eran dioses). María fue liberada del Pecado Original por una intervención especial de Dios, en atención a su Maternidad Divina, es decir, fue redimida anticipadamente por el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz, porque el Señor y su obra no están sometidos al tiempo: « Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y siempre» (Heb 18, 8).
D. R. G. B.
¿Quién es ella?
«María es Madre mía en cuanto yo estoy unido con Cristo, su Hijo unigénito. La maternidad de María es consecuencia de mi unión mística con Cristo».
San Alberto Hurtado
«Se comprende todo su honor cuando se la llama Madre de Dios. Nadie puede decir otra cosa mayor de ella, aunque uno tuviera tantas lenguas como follaje tiene la hierba, como estrellas el cielo o arena las playas».
Martín Lutero, fundador del protestantismo
«Ella es pura e intacta antes del parto, en el parto y después del parto, es decir, siempre».
H. Zwinglio, reformador protestante
«Si Cristo es el alma de nuestra religión, María es su perfume».
Armando Palacio Valdés, escritor español
«Se sabe que la Santísima Virgen es la Reina del Cielo y de la Tierra, pero es más Madre que Reina».
Santa Teresita de Lisieux
«La Virgen es la que siempre mira al Cielo».
Paul Claudel, escritor converso
«¡Oh María, hermosa para ser vista, amable para ser contemplada, deleitable para ser amada, ¿por qué sobrepasas la capacidad de mi corazón?».
San Anselmo
El archienemigo de María es el demonio
En una ocasión llevaron ante el obispo de Ginebra, Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor de san Francisco de Sales, a un hombre joven, poseído por el demonio desde hacía cinco años. Estaba presente una religiosa de las Madres de la Visitación, que, asustada, exclamó: «¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros!». Al oír esto, el demonio gritó: «¡María, María! ¡Para mí no hay María! ¡No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer! ¡Si hubiera una María para mí, como la que hay para vosotros, yo no sería lo que soy!».
Desde el inicio de las Escrituras (Génesis 3) hasta el final (en Apocalipsis 12), se revela a la Virgen en enemistad y en batalla contra el demonio. Como escribiera el beato Juan Pablo II, «María está situada en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la Tierra y la historia misma de la salvación... En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza futura». O en palabras de san Luis María Grignion de Montfort: «Dios ha hecho una enemistad irreconciliable que durará y crecerá hasta el fin del mundo, y es entre María, su Santísima Madre y el demonio; entre los hijos y servidores de la Virgen, y los hijos y súbditos de Lucifer; de modo que el más terrible de los enemigos de Satán que Dios ha suscitado es María, su Santísima Madre».
Satanás es tan orgulloso que sufre infinitamente al verse vencido y castigado por una criatura humana. En una entrevista el padre Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, contaba su experiencia:
— El demonio se descontrola en rabia desesperada cuando coloco algo que refleja la presencia de la Virgen, como un escapulario, o si rezo oraciones de la Virgen. ¡A María le tiene un odio impresionante! Entonces sí se revuelve, no lo puede soportar. ¡Huye como de la peste!
— ¿Y eso por qué?
— Porque se siente profundamente humillado. El saberse obligado a hincar la rodilla ante una mujer, la Madre de Cristo. ¡Ah! No puede con eso.
Lo que descubrieron de la Virgen María algunos de sus amadores
Lo explican en unas cuantas palabras
«El que pudo hacerlo todo sin María, no ha querido, sin María, rehacer todo lo que había sido violado».
San Anselmo
«María es el camino más seguro, el más fácil, el más corto y el más perfecto para ira a Jesucristo».
San Luis de Montfort
«No supe lo que era amar a Jesús hasta que no puse mi corazón a los pies de María».
Guillermo Faber, ex pastor anglicano
«Me asombra no haber permanecido descansando en el corazón de María, que es el corazón de toda sencillez. Cualquier existencia que no sea la de una perfecta unión con Dios a través de ella, es demasiado complicada».
Tomas Merton, monje trapense
«La mariología emana del dogma de la Maternidad Divina; ni María sin Jesús, ni Jesús sin María: se reclaman y se atraen como Adán y Eva».
Pbro. Terrien, teólogo español
«Una tierna devoción a la Virgen es una de las gracias que Dios suele conceder a aquellos que Él quiere colmar de sus favores».
San Alfonso María de Ligorio
«El amor de todas las madres juntas, comparado con el amor que María nos profesa, es igual que un trocito de hielo comparado con una gigantesca hoguera».
San Juan María Vianney
«Si María, sin ser rogada, acude al Hijo de Dios diciendo: ‘No tienen vino’, ¿qué no hará cuando se le ruega? Si esto lo hizo viviendo, ¿qué no hará reinando ya en el Cielo?».
San Bernardino
«Tengo una Madre que, aunque yo sea indignísimo de ella, me ama y tiene cuidado de mí».
San Gabriel de la Dolorosa
«Pronto se deja de rezar el Padrenuestro donde no se le acompaña con el Avemaría».
Rudolf Bultmann, teólogo luterano
«Siempre tuve fe en María Auxiliadora, y he visto suceder cosas admirables».
San Juan Bosco
«Cuando me pongo a considerar tantas gracias como he recibido de María, me parece ser como uno de esos milagrosos santuarios marianos en los que en todas las paredes, recubiertas de exvotos, no se lee sino esto: ‘Por gracia recibida de María’. Así me parece que yo estoy escrito por todas partes con estas palabras: ‘Por gracia recibida de María’».
San Leonardo de Porto Mauricio
«La que puso en mi alma el germen de la vocación fue la Santísima Virgen. Esta tierna Madre jamás ha sido en vano invocada por sus hijos. Ella me amó y, no encontrando otro tesoro más grande que darme en prueba de su singular protección, me dio el fruto bendito de sus entrañas, su Divino Hijo. ¿Qué más me pudo dar?».
Santa Teresa de los Andes
«Toda mi ciencia está encerrada en un libro de seis letras: cinco rojas y una blanca: las cinco llagas rojas de Cristo y, una blanca, la Virgen María».
San Félix de Cantalicio
«Un cristiano sin María es una monstruosidad».
L. Mascall, teólogo anglicano
Es tonto decir: «Yo no necesito a la Santísima Virgen María»
La mayoría de los protestantes, y algunos católicos mal formados opinan: «Yo no necesito acudir a María». Sin embargo, Jesús sí necesitó de María para que lo formara en su vientre, lo trajera al mundo, lo alimentara, lo cuidara en sus primeros años, y lo educara como toda madre a su hijito. Jesucristo sí necesitó de la Virgen María.
También los Apóstoles necesitaron de la Virgen María. Ella los acompañaba y consolaba en sus reuniones después de la muerte de Jesús. La Biblia dice que los Apóstoles se reunían a orar con María (cfr. Hch 1,14). Y podemos estar seguros de que la amaban, honraban y consultaban como a la más buena y sabia consejera.
Como ellos, los santos también necesitaron de la Virgen María. Leyendo sus vidas vemos que siempre buscaron la ayuda maternal de la Madre de Dios; amaron y honraron siempre a María Santísima, y consiguieron grandes bendiciones y ayudas de Dios por su intercesión. Si ellos necesitaron de la Virgen María, ¿por qué no la necesitaríamos nosotros mucho más?
Fuente: www.diocesiscoatza.org
¿Está usted fuera de la profecía?
María, llena del Espíritu Santo, anunció esta profecía: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48). Y sí , eso sucede, aunque, claro, con sus excepciones. Por eso decía el converso François Mauriac: «Cuando un hermano separado lee el Magníficat y llega al versículo ‘me llamarán bienaventurada todas las generaciones’, ¡no se siente, efectivamente, separado de esas generaciones?».
Lo mismo descubrió Fernando Casanova cuando era un pastor protestante pentecostal en Puerto Rico:
«María había profetizado llena del Espíritu Santo: ‘Todas las generaciones me llamarán bienaventurada’. ¡Y yo pertenecía a una generación de cristianos que no llamaban a la Virgen ‘bienaventurada’! Algunos dirán: ‘¡Oh, sí, en mi iglesia [secta] le guardamos mucho respeto; oh, sí, creemos que ella fue una gran mujer’... ¿Cuándo fue el último sermón que escucharon mis hermanos protestantes sobre la Virgen María? ¿Cuándo fue que se dio en alguna de las sectas la última clase de escuela bíblica dominical acerca de la Virgen María? Hablar de la Virgen María está vedado; es un ambiente que se ha cernido: ‘No podemos hablar de María y de su excelencia porque eso es parecer católico’, y todo lo católico es malo según infieren algunos; por lo tanto, mejor no hablar del tema. A mí me pasó».
Así, pues, cuando cualquier cristiano, sea católico o protestante, ignora a la Virgen María; cuando no hay lugar para ella en su vida, entonces se excluye a sí mismo del cumplimiento de la profecía.
D. R. G. B.