¿Cómo superar los dolores y consecuencias de la infidelidad?
La felicidad de la sociedad depende de las familias y las parejas; por eso, todo esfuerzo es necesario para luchar contra el adulterio.
La felicidad de la sociedad depende de las familias y las parejas; por eso, todo esfuerzo es necesario para luchar contra el adulterio.
El matrimonio está basado en tres grandes principios: fidelidad, indisolubilidad y fecundidad. San Pablo compara el amor de los esposos al amor “fiel, indisoluble y fecundo” entre Cristo y la Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25). La ruptura de la fidelidad conyugal hiere y contradice la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, porque cada pareja que se une por el sacramento del matrimonio simboliza en la tierra la unión de Dios con los hombres, de Cristo con la Iglesia.
El adulterio es una falta grave; al hablar de él nuestro catecismo dice que: “Cristo condena incluso el deseo del adulterio (cf Mt 5, 27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento prohíben absolutamente el adulterio (cfMt 5, 32; 19, 6; Mc 10, 11; 1 Co 6, 9-10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la imagen del pecado de idolatría (cf Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27)”. (§2380).
Más aún: “El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres”. (§2381)
Aquí, la Iglesia explica bien todo el peligro del adulterio; él debilita la alianza matrimonial y pone en riesgo la estabilidad del hogar y la felicidad de los hijos, por eso, el cristiano debe luchar con todas sus fuerzas contra ese mal. No se puede jugar con ese peligro porque se puede perecer en él.
Desgraciadamente hoy hay muchas fuerzas oscuras que empujan a las personas hacia el adulterio. Un sexismo cada vez más amenazante y provocador, especialmente por Internet, televisión, películas, revistas, etc. Por otro lado, los problemas conyugales, las inseguridades y carencias de los cónyuges, crean circunstancias peligrosas que muchas veces empujan a algunos al error del adulterio.
Existen casos de adulterio ocasional, cometido una vez por debilidad humana, error de vigilancia y oración, y hay también el adulterio repetido, asumido, consumado que es mucho más grave y difícil de superar. Ambos, sin duda, caracterizan una falta grave, jamás pueden ser justificados. Sin embargo, el adulterio no debe ser automáticamente un motivo de separación de la pareja. No. Siempre es posible un cambio de vida, el arrepentimiento, el pedido de perdón al cónyuge herido, y la reanudación de la fidelidad. Especialmente el sacramento de la confesión puede borrar toda la culpa y lavar los corazones de la mancha del pecado. La pareja cristiana debe analizar con paciencia y valor esta recuperación y reconciliación por el bien de ellos mismos y el bien de los hijos.
El Código de Derecho Canónico dice en el canon 1152 que: “Aunque se recomienda encarecidamente que el cónyuge, movido por la caridad cristiana y teniendo presente el bien de la familia, no niegue el perdón a la comparte adúltera ni interrumpa la vida matrimonial, si a pesar de todo no perdonase expresa o tácitamente esa culpa, tiene derecho a romper la convivencia conyugal, a no ser que hubiera consentido en el adulterio, o hubiera sido causa del mismo, o él también hubiera cometido adulterio.
Hay condonación tácita si el cónyuge inocente, después de haberse cerciorado del adulterio, prosigue espontáneamente en el trato marital con el otro cónyuge; la condonación se presume si durante seis meses continúa la convivencia conyugal, sin haber recurrido a la autoridad eclesiástica o civil”.
Por lo tanto, la Iglesia deja claro que prefiere el perdón para el adúltero, evidentemente si éste reconoce la culpa y estuviera arrepentido. El cónyuge cristiano debe luchar con todas sus fuerzas humanas y sobrenaturales de la fe para superar esta difícil situación. Necesitará unirse profundamente a Dios y contar con la gracia de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la oración sin cesar. Para Dios todo es posible, y muchas veces una pareja se une aún con más amor y madurez tras una situación de adulterio. Este no debe decretar el fin del matrimonio.
En este caso, el cónyuge cristiano necesita luchar con tranquilidad y fe, sin dejar que la desesperación o el desánimo tomen control de la situación. En ese momento es necesario rezar mucho, dar “tiempo al tiempo”, esperar con paciencia, y permanecer fiel a Dios y a los hijos. Pedir la ayuda de personas maduras que puedan hacer una mediación entre los dos. De ninguna manera la parte traicionada deberá comenzar una nueva relación, pues esto complica más aún la situación y puede impedir la saludable reconciliación de la pareja. Muchas veces una pareja se reconcilia hasta después de dos años de separación. El tiempo pasa, las personas a veces sufren y muchas cosas cambian. Dios actúa cuando la gente reza…
Sobretodo el cónyuge cristiano herido por el adulterio debe saber que está en paz con Dios y su conciencia, mientras el otro está en pecado, y no puede vivir en paz.
Por lo tanto, debe permanecer en su misión de esposa (o) fiel, sirviendo a los hijos con mucha atención y cariño para superar los dolores de su ausencia. Esta es una ocasión también para reflexionar profundamente sobre las posibles causas que pudieran haber provocado el adulterio. ¿Por qué el amor de la pareja se enfrió? ¿Por qué el otro cayó en adulterio? ¿Faltó la recíproca atención, faltó el cariño conyugal, faltó armonía sexual? En fin, las causas deben ser analizadas objetivamente para quitarlas, y se posibilite la reconciliación.
Evidentemente, toda pareja debe precaverse para que uno de los cónyuges no caiga en adulterio. La prevención siempre es la mejor terapia. Para eso es necesario que la pareja alimente la vida espiritual, la vida de oración y sacramental, pues está probado que esas parejas normalmente viven la fidelidad conyugal. Por otro lado, el cariño, la atención constante con el otro y todo lo que alimente el amor conyugal, debe ser cultivado día a día. Es muy difícil hoy que una pareja se mantenga verdaderamente fiel uno al otro si les falta la vida espiritual, el cultivo del amor recíproco y un diálogo siempre abierto respecto a los problemas.
La pareja con dificultades conyugales necesita buscar inmediatamente la ayuda de un profesional maduro capaz de ayudarlos. Todo esto es posible y fundamental para el bien de la familia y la pareja.
La felicidad de la sociedad depende de las familias y las parejas, por eso todo esfuerzo es necesario para luchar contra el adulterio.